54 HOMILÍAS PARA EL JUEVES SANTO
11-20

 

11. LAVATORIO/EU EU/SERVICIO EU/ABUSOS.

-Jesús lava los pies

El Jueves Santo nos pone de bruces con la celebración nuclear de nuestra fe y con su origen: la institución de la Eucaristía en la última cena del Señor con sus apóstoles. El Evangelio de San Juan, que acabamos de leer, no nos habla, sin embargo, de tal institución. Juan ha sustituido la narración de los gestos y palabras de Jesús con el pan y el vino por el relato del lavatorio de los pies.

No sería acertado pensar que este evangelista ha cometido un desliz en asunto de tanta importancia: si ha sustituido la institución de la Eucaristía por el lavatorio de los pies podemos estar seguros de que lo ha hecho "a propósito, a idea, con premeditación".

-Eucaristía / Servicio

Y es que el evangelista quiere recordarnos algo que nunca debiéramos perder de vista: que Eucaristía y servicio vienen a ser una misma cosa. Porque no podemos entender lo que es Eucaristía si no entendemos lo que es servicio, no podemos vivir la Eucaristía si no vivimos con actitudes de servicio, no podemos participar en la Eucaristía si no somos servidores de los pobres.

Jesús instituye la Eucaristía (o lava los pies) en una acción que es la síntesis de toda su vida y el adelanto de su muerte: una y otra han sido un constante servicio a Dios y a los hombres. Así, cuando Jesús deja a los suyos este memorial, no nos está dejando una mera acción litúrgica, sino todo su ser, toda su vida (incluidas su muerte y su resurrección), está dejando el servicio como la actitud-bandera que siempre debemos enarbolar los suyos, como hizo El siempre: "esto es mi cuerpo entregado por vosotros, ésta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres".

Así, de hecho, cuando el cristiano se acerca a comulgar debiera superar todo sentimiento de estar realizando un acto de piedad y tomar conciencia de que está haciéndose uno con Aquél que se partió y repartió en el servicio al prójimo, con Aquél que nos entrega su cuerpo, que derrama su sangre por nosotros, y debe tomar conciencia que comulgar le compromete a repetir de sí mismo las mismas palabras de Jesús, de que debe estar dispuesto a todo por el prójimo.

-Rito, sí, pero dentro de un orden

Que todo esto lo vivamos en unos ritos, que esos ritos merezcan todo el cariño y el cuidado del mundo no quiere decir que esos ritos deban ni puedan convertirse en el centro de interés del cristiano. Sin embargo, en la práctica hemos usado y abusado tanto del rito, y lo hemos supravalorado tanto, que hemos terminado banalizando la Eucaristía, olvidando la actitud de servicio que entraña en sí misma, olvidando, en el fondo, que somos herederos de Aquél que cogió una palangana y se puso a lavar los pies (servicio que realizaban los esclavos, no lo olvidemos), y que no debiéramos participar en la Eucaristía si no vamos, también nosotros, "con la palangana debajo del brazo".

-Uso y abuso

La historia de la Iglesia nos habla de muchos abusos realizados con la Eucaristía; y no se trata de pensar ahora en aquéllos que buscaban profanarla. No, más bien pensamos en tantos bienintencionados, tantos creyentes a machamartillo que llegaban a dársela a los animales enfermos o a enterrarla con los difuntos. Ahora los abusos consisten en usar la Eucaristía como un adorno de todo, un complemento ideal, un embellecedor para dar vistosidad y pompa a determinados acontecimientos: misas para aniversarios, inauguraciones, juras de banderas, congresos, cumpleaños... Rito para adornar, pero ¿verdaderamente celebración de la Eucaristía? Haríamos bien, en estas ocasiones, en sentirnos destinatarios de las palabras de San Pablo en su primera carta a los corintios: "Esto no es celebrar la cena del Señor": hacemos el rito (seguramente con una escrupulosa fidelidad a las rúbricas), pero ¿hacemos la cena del Señor? La Eucaristía, entendida (y convertida, de hecho) en misa, es decir: en ceremonia bella y solemne, correctísimamente ejecutada, empleada como complemento ideal para un buen número de situaciones que poco o nada tienen que ver con actitudes de servicio, con la disponibilidad para entregar la propia vida por los demás), se convierte, en realidad, en una traición a la cena del Señor Jesús.

Ni el propio Jurgen Moltmann se atreve a "jugar" así con el sacrificio de Jesús: "Opino que la cruz debería quedar fuera del juego, textualmente y en serio. El grito de muerte de Jesús no cabe, a pesar de Bach, en las categorías del canto" (J. Moltmann, Sobre la libertad, la alegría y el juego, pág. 46). Pero nosotros no tenemos ningún rubor en jugar con la muerte y la resurrección de Jesús, memorializadas en la Eucaristía, y las tomamos con una banalidad y una superficialidad que son un verdadero abuso. ¿No es esto un verdadero sacrilegio? Eucaristías sin mentalidad y actitud de servicio son "misas" fingidas donde se toma en vano no ya el nombre, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.

-Sin servicio, pero con rito

También hemos pecado de supravaloración del rito, hasta llegar a poner el acento del valor de la celebración en la corrección con que se realiza el rito, y los problemas sobre la Eucaristía terminan por ser: la claridad y literalidad con que se pronuncia la consagración, el uso de los textos oficiales en oraciones, prefacios, etc., si está permitido o no que el sacerdote celebre sin casulla, si hay que usar o no el lavabo... Sencillamente demencial; filtramos escrupulosamente los mosquitos (palabras, gestos, vestidos, lugares...) y nos tragamos tranquilamente los camellos (injusticias, diferencias sociales, falta de fraternidad, ausencia de actitudes de servicio...).

De una cena de hermanos, dispuestos a dar la vida unos por otros, hemos hecho un rito frío, aséptico, lejano de la propia vida, neutro, sin incidencia en la realidad de cada día, poco o nada transformador de nuestra existencia y de cuanto nos rodea; de una cena en la que el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre de quien da su vida por los demás, hemos hecho una misa ritual, a la que se va por obligación, para cumplir; de una cena intranquilizadora e inquietante, expresión de la opción de Dios por los pobres y oprimidos y de la injusticia asesina que mata al justo e inocente, a un rito que tranquiliza nuestras conciencias, que utilizamos para quedarnos tan tranquilos pensando que hemos contentado a Dios dándole media hora semanal de nuestro tiempo.

-Re-descubrir la Eucaristía

Sólo es una cuestión de palabras, pero ¿no sería útil como técnica pedagógica olvidarnos de la palabra misa, y sustituirla por Mesa de Dios con los pobres, o Eucaristía del servicio al hermano, o por Lavatorio de los pies (como hace San Juan)? Hay que redescubrir el genuino sentido de la celebración de la Eucaristía, y no es tarea fácil. Hay que desnudarla de todo el ropaje con que la hemos tapado a lo largo de los siglos: folklore, ceremonia, rito, adorno, obligación que cumplir, para encontrarnos con la sencilla, primitiva, original y genuina cena del Señor con los suyos, entregando su Cuerpo y su Sangre por todos. Y hoy, Jueves Santo, es una ocasión ideal para intentarlo.

LUIS GRACIETA
DABAR 1992, 24


12.

-La plena autoridad del que sirve

Nos gusta mandar. A todos. Mandamos en la parroquia, en nuestras reuniones, allí donde estemos. Nos cuesta servir, y preferimos ser servidos. Corremos, a veces inconscientemente, hacia puestos de prestigio, queremos ser superiores a los demás. Hay más. Los que hoy ocupan puestos de autoridad dicen que hay crisis de obediencia. Asimismo, el sacerdote constata que va perdiendo autoridad. Cristo responde, una vez más, a este problema, pero invierte los términos. Para Cristo la única actitud de la autoridad es la del servicio, como lo veremos en las siguientes líneas.

-El cap. 13 en el ev. de S. Juan Con el fin de descubrir la importancia de este capítulo, damos brevemente algunas líneas introductorias.

Todos sabemos que el ev. de Juan se divide en dos partes. La primera abarca los cc. 1-12 y corresponde a la vida pública de Jesús, a su "Día". La segunda parte la constituyen los cc. 13-20 (el cap. 21 no es de Juan; es una añadidura posterior) y corresponde a la Pasión-Resurrección, que es la "Hora" de Jesús. Juan ha descubierto que el momento trascendental de la vida de Jesús fue la "vuelta al Padre", es decir, su Hora. Todo el evangelio está orientado hacia esta Hora, que comienza en el cap. 13.

A lo largo de su evangelio Juan nos ha desvelado una particularidad de Jesús. Jesús ha venido a revelarnos "El Mensaje", es decir, al "Padre". Jesús es el Revelador, y nos revela mediante hechos y discursos. Los hechos y los discursos están íntimamente relacionados. Los hechos predisponen para el entendimiento del discurso, y el discurso explica, ampliándolo, el mensaje del hecho. En Juan lo más importante son los discursos. Estos "hechos" son "señales" y como tales nos revelan algún aspecto del mensaje cristiano y obligan al testigo a una opción clara y responsable que le juzga: si acepta la señal y se deja guiar por ella llegará a Cristo y participará de su Vida; si no acepta la señal, se hace responsable del rechazo y se auto-condena. Con esta breve introducción hemos llegado a la siguiente conclusión: En el cap. 13 comienza la parte más importante del ev. de S. Juan, el mensaje de la Hora, mensaje definitivo. Jesús realiza la señal del lavatorio de los pies para indicarnos cuál es la actitud en la que entrega todo lo que tiene, y que vendrá a continuación (13-20).

-El único poder que delega Cristo: el servicio

Jesús es consciente de que ha llegado la Hora de "volver al Padre" (13, 1). Es consciente, asimismo, de quién es, de dónde ha venido y a dónde va (13, 3). Juan no duda de que Jesús tiene plena conciencia de ser Dios. Pues bien, con su gesto indica en qué actitud da todo lo suyo, es decir, todo su dinamismo divino.

Consciente de quién es, "se levanta de la mesa... y se puso a lavar los pies de los discípulos" (13, 4. 5).

El estar demasiado familiarizados a esta escena nos ha hecho perder uno de sus principales sentidos: el de la profunda humillación que suponía entonces el limpiar los pies a otras personas. Ya hoy nos resultaría humillante tal acción. Pero en aquellos tiempos, el limpiar los pies estaba cargado de sentido humillante, era la acción más baja que un hombre pudiera realizar. Entre los judíos cumplían este oficio los esclavos y procuraban que fuesen esclavos no judíos los que lo ejercieran. En el escalafón de la humillación humana, era el no más.

Jesús busca intencionadamente este gesto para dejar bien claro a los ojos de todos que el único camino que ha escogido para dar todo lo suyo, lo divino, es el camino del servicio incondicional hasta lo último. Por ello limpiará los pies.

Pedro (¿autoridad?) no lo admite

Pedro se resiste (13, 6-8). Pedro no admite esta actitud humillante de Jesús, no admite que se rebaje tanto, no admite la orientación que Jesús quiere dar a su entrega. Pedro no ha caído en la cuenta de que esa actitud ha sido el camino que ha seguido Jesús durante toda su vida (cfr. Mc. 10, 43-45). Pedro no acepta que el cristiano, a ejemplo de Jesús, tenga que dar todo lo que posee en actitud de servicio hasta lo último (cfr. Mc. 9, 35). Por ello Jesús advierte seriamente a Pedro a que entienda el sentido de este gesto. La única actitud válida para Jesús es la de "servir" (cfr. Lc. 22, 27 pp). También en esta ocasión Jesús se opondrá enérgicamente al "padre de la mentira". (Jn. 8, 44) que esta vez ha entrado en Pedro, y que no ha encontrado barreras ni en el círculo de los íntimos de Jesús, ni las encuentra dentro de nuestro cristianismo. Pedro, al dejarse llevar por algo muy humano como es la resistencia al "servir" y la aspiración íntima del "mando", no ha caído en la cuenta de que ha sido instrumentalizado por Satán, que se apoya en esa aspiración, aparentemente tan legítima, para oponerse al servicio, a esta dinámica revolucionaria de Cristo, al único modo de ejercer la autoridad.

A Pedro se le habían quedado grabadas las estremecedoras palabras que le dirigió Cristo en otra ocasión, cuando se opuso a su voluntad de morir en la cruz: "Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tropiezo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!" (Mt. 16, 23). Esta actitud enérgica de Cristo reaparece ahora, cuando corta radicalmente el silogismo demasiado humano de Pedro, y le dice: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (13, 8).

Es grave la postura de Pedro-autoridad. No admite que Cristo dé todo lo que tiene en actitud de humilde servicio, bajando hasta las últimas esferas del servicio humano (Llegados a este punto, brotan varios interrogantes: ¿por qué es precisamente Pedro el que se resiste?; ¿por qué Cristo da a Pedro este mensaje?; indicará con esto Jesús que la autoridad suele tener dificultad en rebajarse y optar por el camino del servicio humilde?).

-"Os he dado ejemplo..."

Ante el desconcierto de los discípulos Jesús se ve obligado a dar una explicación. Y lo hace, dándonos así uno de los textos de mayor alcance existencial en nuestro seguimiento a Cristo.

"¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (12-14). Hemos podido correr sobre el texto, por lo que conviene volver a él una y otra vez hasta que nos resulte nuevo.

Jesús explica el sentido de su gesto. Vamos por partes:

"¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? (v. 12). Cristo pregunta porque sabe que la actitud de una autoridad-servicio desconcierta. Y como lo vimos en Pedro, los discípulos son incapaces de aceptar que la única actitud cristiana válida sea la del servicio. Por ello Jesús se ve obligado a insistir para no dejar lugar a duda:

-si buscamos los primeros puestos (Lc. 14, 8; 3 Jn. 9);

-si no vivimos la sacralidad de todo hermano;

-si no admitimos la verdad en los que no piensan como nosotros.

-Dos consideraciones más Termino estas reflexiones con dos consideraciones.

1. La primera se refiere a la manera de actuar de Satán y a su presencia hasta en el círculo de los íntimos de Jesús. Nadie supo nunca (excepto Jesús) que Judas era el traidor (cfr. Jn. 13, 27-29) y lo fue porque Satán estaba en él (Jn. 13, 2. 27). Satán entró también en Pedro, sin que éste creyera que su oposición a la opción de Cristo de darlo todo en servicio era fruto de Satán. Con respeto a nosotros, conviene sepamos que Satán lega dos poderes: el poder de ambición del mando (cfr. Mt. 4, 9) y el poder de la mentira (cfr. Jn. 8, 44). En esto notaremos si está en nosotros.

2. La segunda consideración hace referencia a la Eucaristía. Esta escena tuvo lugar durante la cena en la que Cristo instituyó la Eucaristía. Juan sabía que los Sinópticos hablaban de la Institución, pero temió que al ser reducida la Eucaristía a los signos sacramentales del pan y el vino se perdiera la insustituible actitud de vida que ha de existir entre los que celebran la Eucaristía. Con el episodio del lavatorio de los pies Juan pone de relieve la imprescindible necesidad de una vivencia de servicio y de agape entre los que participan a la Eucaristía. No hay Eucaristía donde no se viva la espiritualidad del lavatorio de los pies, ni haya compromiso en la agape. Esto nos lleva a replantear nuestras celebraciones.

"Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy, Pues si yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies..." (13-14). Cristo es consciente de su autoridad y acepta el ser reconocido como tal. En esta actitud de "Maestro y Señor" realiza el gesto que simboliza la única manera de obrar como autoridad. Y nos delega el único poder que tiene como autoridad: el "servir". "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (v. 14).

Recordemos lo indicado arriba sobre el alcance social de este gesto. No nos obliga a la repetición mecánica de este gesto sino a la actitud de servicio total al hermano en cualquier actitud por humillante que sea.

Cristo no da un consejo. Obliga. Nuestra opción por servir incondicionalmente a los demás es respuesta a una obligación impuesta por el Señor y Maestro. Lo mismo sucederá con la obligación de obedecer al "mandato" (Jn. 13, 34. 35; 15, 12. 17).

El que quiera ser de Cristo sabe que ha de aceptar con radicalidad esta obligatoriedad. Otra lección que nos da el Señor es que en su escuela no hay distinción de personas. Todos somos iguales. Por ello dice: "lavaos los pies unos a otros". Y si cabe alguna preferencia entre los cristianos, serán los necesitados, los marginados, los que no pueden recompensar los que ocupen los primeros puestos (cfr. Lc. 14, 13-14).

"Os he dado ejemplo, para que como yo he hecho con vosotros también vosotros lo hagáis" (13,15). El cristianismo no es código de normas, sino una persona: Cristo. El cristiano no se plantea porqués. Ve obrar y se compromete a hacer lo mismo. El cristiano sigue el camino trazado por la única persona que constituye en todo: Cristo. El cristiano "debe vivir como vivió El" (1 Jn. 2, 6), debe amar "como El nos amó" (Jn. 13, 34; 15, 12. 17; 1 Jn. 4, 11), debe dar su vida como El la dio (Jn. 10, 11. 15. 17. 18).

Todo lo nuestro es una persona. El cristiano comprometido hará norma de su vida el obrar de Cristo.

"Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís" (13, 17). Cristo ofrece su gozo al que sigue su ejemplo con obras. Nada ofrece al que se complace solamente en saber lo que hizo El y no lo lleva a la práctica. Nuestra vida consiste en obrar, y no en saber (cfr. 1 Jn. 3, 18). Este gozo de Cristo (cfr. Jn. 15, 11) está condicionado a la realización cristiana del servicio incondicional al hermano, mediante una opción radical de ser hombre para los demás, como lo fue El.

Y, ¿nosotros? Se ha dicho que los cristianos hemos traicionado a Cristo. Esta acusación mortal nos abruma, pero sería tarea difícil demostrar lo contrario. Fijándonos en el mensaje cristiano que nos ocupa, Cristo es claro. ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cómo ejercemos nuestra autoridad cristiana? Tenemos autoridad en tanto en cuanto:

-seamos esclavos de todos (Mc. 10, 44; 1 Cor. 9, 19);

-demos todo lo que tengamos en servicio humilde al prójimo cercano (Mc. 10, 43; Lc. 22, 27);

-sirvamos a los más necesitados (Lc. 14, 13-14);

-hayamos hecho la opción radical de ser hombres para los demás.

Dejamos de ser autoridad:

-si nos consideramos superiores a los demás (Rom. 12, 10; Fil. 2, 3);

-si preferimos ser servidos que servir (Mt. 20, 28);

-si no somos "servidores de todos" (Mc. 9, 35);

-si buscamos ser saludados en las plazas (Mt. 23, 5-7).

PEDRO C. NUÑEZ GOENAGA
SURGE


13.

-UNA COMIDA ENTRE AMIGOS

Estamos celebrando la última cena de Jesús, una comida entre amigos, y con clima de despedida para siempre, para la muerte. Es lo único que Jesús convierte en rito y nos manda que lo hagamos en memoria suya. Así lo han entendido todas las generaciones cristianas hasta nosotros. Y para conmemorar esto nos hemos reunido nosotros hoy. Es la Eucaristía, la misa que decimos. Estamos haciendo lo mismo que hizo Jesús. Lo que hizo Jesús lo narran sencillamente los Evangelios. Tomó el pan y...

-SENTIDO DE LO QUE HACE JESÚS Pero ¿qué sentido tiene lo que hizo Jesús, qué celebramos el Jueves santo, qué significa en nuestras vidas celebrar la eucaristía? Porque hay que buscar el sentido que dio Jesús a todo esto y vivirlo. Para muchos, la misa es una rutina, una ceremonia, una obligación y hasta una evasión. Los jóvenes dejan de ir porque no les dice nada. A muchos que van no les cambia la vida, salen como entraron. Hay un clima de pasividad y de aburrimiento. Sin embargo, el Concilio Vaticano II dice de la Eucaristía que es la fuente y cumbre de la vida cristiana. Y para muchos de nuestros fieles es el único momento que se reúnen en la iglesia y se encuentran con Dios.

-DAR LA VIDA POR LOS HERMANOS El sentido de la eucaristía es el sentido de la vida de Jesús, lo que hizo y lo que dijo. Y ese sentido está bien claro: un amor verdadero que se entrega por los hermanos hasta el sumo, hasta la muerte. Sabiendo, dice Juan, que se acercaba su hora, habiendo amado a los suyos, hasta el fin los amó. Esto es lo que recordamos y celebramos hoy. Es la memoria de Jesús, de cuanto dijo y de lo que hizo. ¡Qué pena que el rito, o la rutina, o la obligación, puedan oscurecer esto!

-MISA Y VIDA El gesto de Jesús al lavar los pies de los apóstoles busca intencionadamente que nunca separemos su memoria del amor a los hermanos, la misa de la vida, el culto de la justicia, la oración del servicio. Por eso hoy, día de la eucaristía, es el día del amor fraterno. No nos perdamos en abstracciones teológicas ni engaños egoístas, que la vida de Jesús y la Eucaristía tienen un sentido muy claro y denunciador. Bien que recemos ante el monumento y asistamos a la hora santa, pero si olvidamos el amor a los hermanos, hemos olvidado a Jesús.

-AMOR Y SERVICIO Y pregunta importante: ¿Cómo ha de ser nuestro amor y servicio a los hermanos? El ver la entrega de Jesús hasta la muerte nos exige una respuesta concreta y eficaz.

-CON EL ESTILO DE JESÚS Nuestro servicio al hermano ha de tener la marca de Jesús, ha de ser acogedor, salvador. Un servicio que es sensibilidad especial para acoger y ayudar a los más pobres y necesitados. Al alcohólico, al desahuciado. Mala señal, muy mala señal que a un cristiano no se le acerquen los pobres, los que sufren, los despreciados de la sociedad. A pesar del proverbio chino de la pesca del pez, y teniendo en cuenta el timo y la prudencia de los listos que no se dejan que se la den, sigo pensando que el cristiano no puede cerrar sus entrañar a un hermano que tiene hambre o no tiene dónde cobijarse o tiene frío.

-DE HERMANO A HERMANO COMO PERSONA Prefiero correr todos los riesgos que señalan los entendidos a la caridad asistencial y ser causa de pitorreo para los listos, antes que cerrarme a la mano tendida del necesitado. Este servicio fraterno es fácil que siempre haga falta, aun en la mejor planificación social. Además, es una acogida de hermano a hermano, que en otros servicios se puede perder. Y uno desea que no haya esta clase de pobres y hay que luchar porque no quede ni uno, pero si se acerca uno hay que acogerle como si fuera el mismo Jesús, el mismo Dios. Esta es la tradición de los cristianos. No vamos a dejar que se pierda.

-UN AMOR QUE LLEGA A LA RAÍZ, A LAS ESTRUCTURAS Y esto dicho, hay que recalcar con el mayor ímpetu que el amor y el servicio que predica Jesús es verdadero y tiene que ser eficaz, lo cual exige la superación de toda opresión y de toda injusticia. La caridad cristiana por nada del mundo puede camuflar la justicia. Lo que se debe como jornal o como pensión, que se pague como jornal o pensión. Y lo que exige cambio de estructuras, no andar con paños calientes. No basta ser enfermeros, cosa bien noble y necesaria, hay que ser médicos. No basta paliar, hay que curar siempre que se puede. Los paños calientes no curan la herida que hay que sajar. ¿No os parece que la Iglesia ha sido muchas veces enfermera cuando tenía que ser médico? El amor, si es verdadero, llega hasta la raíz.

Hoy, el servicio pasa necesariamente por esta línea. ¿Por el partido, por la política, por el sindicato? Puede ser. Por donde el servicio al hermano sea más eficaz. Sí, más que dar un pez conviene enseñar a pescar, y más que dar una limosna al matrimonio anciano, luchar porque tengan una pensión justa. Pensando, por otra parte, que no se hará justicia a las personas si la sociedad no es justa.

Hay que unir a la misa el amor y el servicio a los hermanos, que es tanto como recordar lo que Jesús hizo y dijo el Jueves Santo y celebrarlo como Dios manda.

DABAR 1978, 19-23


14.

Frase evangélica: «...que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis»

Tema de predicación: LA ENTREGA POR LOS DEMÁS

1. El Triduo Pascual comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor del Jueves Santo, día de reconciliación, memoria de la eucaristía y pórtico de la Pasión. En la eucaristía del Jueves Santo, la Iglesia revive lo que Jesús vivió en su última cena de despedida y celebra la caridad fraterna por medio de dos gestos: uno testimonial (el lavatorio) y otro sacramental (la eucaristía). Las lecturas de este día evocan la entrega de Jesús, que cumple con el viejo rito de la antigua pascua (1ª lectura), ofrece su cuerpo en lugar del cordero (2ª lectura) y proclama el mandamiento del servicio (evangelio). Pero, al mismo tiempo, Jesús es entregado por Judas y abandonado por los demás discípulos.

2. Jesús no busca ni rehuye directamente la muerte. De hecho, es Judas quien lo delata y revela dónde se encuentra. La Pasión comienza, bíblicamente, con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente con la entrada en Jerusalén. La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la exigencia. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino a proclamar la inminencia del reino y la buena noticia del evangelio.

3. El advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de Jesús, precisamente en unos momentos de exacerbado nacionalismo judío frente al pagano dominador, con la creencia extendida de que la intervención final y definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido políticamente, está al llegar. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿En qué debe traducirse para los cristianos el Jueves Santo?

¿Qué valoración hacemos del servicio a los demás?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 261 s.


15. LAVATORIO/SERVICIO:

El tema central para la celebración de cara a los fieles es hoy indiscutible: la Eucaristía como sacramento del amor fraterno. El tema del sacerdocio, aunque sea conveniente hacer a él alguna alusión, es más propio de la misa crismal. Aquí lo dejamos de lado. Subrayamos que no son dos temas yuxtapuestos (Eucaristía y amor fraterno), sino íntimamente relacionados. Una prueba: el evangelio del lavatorio de Juan. Juan no relata la institución de la eucaristía. En su lugar pone el lavatorio. Hablando en lenguaje escolástico, se dice que el relato de la institución de los sinópticos y de Pablo refiere el sacramentum, mientras que Juan en el lavatorio prefiere referirse a la res del sacramento. Para Juan, el lavatorio explica desde otro punto de vista el contenido de la Eucaristía: el amor fraterno.

El lavatorio. El Jesús que habla y actúa en estos capítulos de Juan no es el Jesús histórico, sino el Cristo Muerto y Resucitado postpascual, que deja su testamento espiritual, global y totalizante. "Los amó hasta el fin". No se refiere a cronología. Traducción exacta: los amó hasta lo último, hasta el colmo, hasta lo inimaginable del amor de Jesús. ¿Por qué significa esto el lavatorio? Lavar los pies no era -como vulgarmente entendemos- un mero acto de humildad o servicio (como hubiera podido ser servir la mesa, por ejemplo). En el tiempo de Jesús, la cultura y la religión habían hecho del lavar los pies un gesto tan humillante que estaba prohibido. La tradición rabínica, como aplicación de Lev. 25, 29-43, prohibía terminantemente a un judío lavar los pies a otro. Lo consideraban indigno de un judío, hombre libre, porque se trataba de una acción propia de los esclavos (/1S/25/41). Pedro se niega por eso, no por tozudez. Cualquier otro discípulo hubiese hecho lo mismo, igualmente escandalizado. Jesús insiste: luego les explicará lo que significa su acción. Jesús quiere mostrar con ese gesto la calidad específica del amor que él vivió y nos manda: un amor tan radical que está dispuesto a dar la vida por los demás en un servicio que llega hasta el colmo, hasta lo inimaginable, por encima de la ley (Jesús se salta aquí la ley religiosa común de su tiempo), hasta la humillación indignante y el abajamiento absoluto ("si yo que soy el Señor y el Maestro os he lavado los pies..."). Es decir, que el amor fraterno cristiano no es un mero sentimiento romántico aguado por nuestra moral burguesa ("hay que ser hermanos, pero no primos", "la caridad bien entendida, empieza por uno mismo", etc), sino un amor tan radical que puede parecer absurdo (el escándalo de la cruz es el escándalo del amor).

EU/A-FRATERNO. La Eucaristía. Es lo mismo (amor fraterno) desde otro gesto. El jueves santo los discípulos no han entendido todavía "de la misa la mitad". Y Jesús les va a dejar la "misa" precisamente para que entiendan todo y les recuerde el todo (el amor). Parte y reparte el pan y el vino. Dos dimensiones: partir (machacar, destruir, deshacer, morir) y repartir (no partir por masoquismo, sino para repartir, para-los-demás). Y, partiendo y repartiendo el pan y el vino, Jesús dice: esto (esto que estoy haciendo) es mi cuerpo y mi sangre, es decir, éste soy yo, éste es mi sitio, esto es lo que yo he predicado y he vivido, éste soy yo. ("Cuerpo y sangre" lo dice Jesús por ser semita; si hubiese sido griego, hubiese dicho "cuerpo y alma"; en cualquier caso, no significa ningún dualismo biológico, sino la totalidad de la persona expresada en antropología semita). "Esto es mi cuerpo..."="éste soy yo", significa: "os voy a explicar todo de una vez: toda mi vida y mi predicación se reduce a esto, partirme para repartirme, es decir, amar". Un amor radical que lleva una dimensión de muerte (partirse) por los demás (repartirse), ("cuerpo entregado por...", sangre derramada por nosotros y por todos").

Sin caer en reducciones "transignificacionistas", hay que subrayar que el signo de Jesús significa todo eso. No es un gesto cualquiera intercambiable. Y Jesús manda: haced esto en memoria mía. El subrayado va en el "haced". No es que recordando a Jesús hacemos esto, sino que cuando hacemos esto es cuando lo recordamos verdaderamente. ¿Qué es lo que debemos hacer? No el gesto externo material, sino el gesto existencial interior de Jesús: no partir y repartir externamente el pan y el vino, sino reproducir y confirmar en nosotros la disposición y voluntad firme de amar (partirnos y repartirnos como el pan y vino, como él, como su cuerpo y sangre). Ese gesto interior lo explicó Jesús en la institución de la Eucaristía, pero lo tuvo toda su vida, desde la encarnación al viernes santo (¿qué es, sino un pan partido y repartido y un cáliz derramado, el cuerpo de Cristo clavado en la cruz veinticuatro (?) horas después?). Según la idea de Jesús, entonces, la eucaristía no es un rito, un milagro, un medio de santificación "ex opere operato" (mucho menos un "precepto (?) dominical"). Eso es no entender a Jesús. La Eucaristía es el momento de renovar nuestra adhesión a su voluntad de amar, dar la vida, partiéndonos y repartiéndonos.

No negamos en absoluto la presencia real. Pero resaltarla como lo principal (el milagro) es no entender a Jesús. Ni se puede hablar de la presencia real (como si las demás no lo fuesen), sino de una más entre las presencias reales. No es más real que las demás (demás sacramentos, palabra de Dios, comunidad reunida en nombre de Jesús, etc), sino real-de-otro-modo. Jesús está presente en la Eucaristía. Lo creemos reverentemente. Muy modestamente creo, sin embargo, inadecuado pastoralmente gastar palabras en explicaciones hilemórficas (sustancias, accidentes, especies...), innecesarias cuando creemos en otras presencias de Jesús igualmente reales. La admiración de la presencia eucarística no debe restar nada de importancia a lo que Jesús persiguió en ella: que fuera sacramento del amor fraterno.

DABAR 1977


16.

Ha llegado la hora de Jesús: la hora de la verdad, diríamos hoy. Hora de hablar con claridad, hora de señalar qué es lo importante. El ha amado a los suyos en todo momento; ahora, ese amor va a llegar "hasta el extremo" y lo va a mostrar en dos acciones: el lavatorio de los pies y la aceptación serena de su muerte. Finalmente lo ratificará todo en ésta, su hora de la verdad, dejando cumplida su misión: fundar la nueva comunidad humana en la que no hay más ley que la del amor (el mandato nuevo).

El lavatorio de los pies va a ser la última acción que Jesús va a realizar con sus discípulos; y esta última acción se va a convertir en la norma de vida de su comunidad; sin palabras, con acciones, Jesús enseña a sus discípulos cómo hay que portarse con las persona; el amor no puede quedarse en palabras más o menos bonitas, ni en buenas intenciones: o se traduce en acciones concretas de servicio al hermano (y, como último paso en esa escalera de servicio estará al servir dando la propia vida si es menester), o no hay amor. Y no hay otra opción; lo demás serán componendas, arreglos, connivencias, pactos, camuflajes, disimulos, engaños, intentos de autojustificación, pero no amor.

Pero debe quedar bien claro que el amor de Jesús es el mismo amor con que Dios ama a los hombres; de este modo, si Dios ama a los hombres "lavándoles los pies" queda bien claro que Dios no puede ser, en absoluto, un soberano celeste (si lo es, no puede lavar los pies a sus vasallos; si les lava los pies, no es "soberano celeste"). No, el Dios que nos presenta Jesús es un Dios servidor de los hombres, que se aviene a estar por debajo, incluso, de éstos para, desde abajo, poder alzarlos, elevarlos, divinizarlos, creando, de este modo y con este tipo de relación-servicio al hombre libre, un hombre igualitario. Por tanto no hay duda alguna: en este invento de Jesús, en este nuevo mundo, en esta nueva humanidad, cada hombre tiene que ser plenamente libre; en esta nueva sociedad no hay diferencia de clases -¡ni el mismo Dios es diferente!-: todos son igualmente señores porque todos son igualmente servidores; y quien quiera continuar con su labor no tiene otra tarea: continuar sirviendo para continuar creando condiciones de libertad, de igualdad, de fraternidad entre todos los hombres.

Tenemos que amarnos como Jesús nos amó; no podemos ponernos en absoluto, por tanto, por encima del hombre; ponernos por encima del hombre sería ponernos por encima de Dios, que se ha puesto al nivel del hombre; dominar, explotar, acogotar al hombre es dominar, explotar, acogotar a Dios; pretender tener poder y autoridad sobre el hombre es pretender tener poder y autoridad sobre Dios; entre hombres sólo hay una relación posible: el amor que sirve; y ni tan siquiera la intención de hacer el bien, o ser guía, o ser coordinador (o la falacia ésa de servir desde el mando y la autoridad) pueden justificar el ponerse por encima del hombre (porque, repitámoslo una vez más, nada justifica ponerse por encima de Dios). Así, sirviendo y enseñando a servir, muestra Jesús cuál es el camino para destruir el poder opresor de los hijos de Satanás y, de paso, invalida toda justificación de superioridad. (De este modo, ese pomposo título de "superior" al que tan adeptos son algunos eclesiásticos, queda invalidado por Jesús: con lo cual ese título no puede ser, entre hermanos cristianos, otra cosa que oprobio y vergüenza para quien gusta de ostentarlo; ser superior equivale a no ser servidor; no ser servidor equivale a no ser discípulo de Jesús). La comunidad que forma Jesús ni es ni puede ser comunidad piramidal sino horizontal: todos al servicio de todos, a imitación de Dios y de Jesús.

Y, por favor, no tratemos de arreglar este gesto de Jesús diciendo que es un acto de infinita humillación; no, lavar los pies a sus discípulos es un acto de no reconocer, en absoluto, desigualdades ni rangos ni categorías ni clases entre los hombres. Lo otro es deformar el Evangelio para "escurrir el bulto", con interpretaciones tan peregrinas podemos quedar tranquilos: nosotros nunca podremos hacer un acto de "infinita humillación" pero sí podremos servir a los hombres como Jesús. No convirtamos, por tanto, este acto de Jesús en un rito simbólico de cara a la galería; no hagamos una payasada de algo que es el todo en nuestra vida; no toquemos bombos y platillos cuando algún cura o algún obispo vaya a lavar unos pies (ya lavados de antemano) en Jueves Santo, que será tanto como decir: "¡Miren bien, que va a suceder algo que pocas veces se ve: fulano de tal, cura u obispo de X, va a lavar los pies!"

Pedro -en quien tantos quedan reflejados- no comprende en absoluto a Jesús. Dios es Dios y tiene que estar bien "alto" (¿bien lejos, para que no moleste?) Su concepto de Dios no encaja con el espectáculo al que está asistiendo, no comprende que Jesús -y Dios- lo aman no con palabras sino con acciones. Pedro quiere que cada uno esté en su sitio; piensa que el rango, la categoría (la desigualdad) son legítimas y necesarias, pero Jesús le está enseñando que él crea un grupo en el que el líder deja su puesto para hacerse uno con los suyos; Pedro tendrá que aceptar que ya no puede haber jefes sino servidores, y mientras no lo acepte no podrá ser uno de los suyos.

Así es el nuevo mundo que propone Jesús; así es el nuevo mundo que tenemos que estar construyendo los cristianos. Pero, ¿es así?

DABAR 1981, 23


17.

-Jesús nos deja un testamento, una consigna

"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado". Esta noche sentimos bien vivas las palabras de Jesús. Son su testamento. Hoy, esta noche, cuando Jesús sabe, y nosotros sabemos, que aquella vida tan rebosante de amor acabará destruida en la cruz, sus palabras resuenan muy claras en nuestra asamblea. Tan claras como resonaron en el cenáculo, cuando los discípulos, en aquella última cena, no sabían qué decir ni qué hacer para detener el drama que veían que se les acercaba: el drama inconcebible de la muerte del Maestro.

Jesús llega hoy al final de su camino. Ha querido mostrar, a lo largo de todo el tiempo que ha ido recorriendo su tierra de Palestina, cuál era la voluntad de Dios para los hombres: cuál era la felicidad que Dios quería para los hombres, cuál era el estilo de vida capaz de dar realmente gozo y paz. Mucha gente, muchos hombres y mujeres, pequeños y ancianos, se entusiasmaron con Jesús, sintieron que la vida se les iluminaba: eran los sencillos, los que no tenían intereses que mantener. Otros, en cambio, se encontraron incómodos, y empezaron a mirarlo mal: estaban demasiado bien acostumbrados, vivían demasiado tranquilos con su religión o con su poder político y Jesús les trastornaba aquella tranquilidad. Ahora, al final de todo, cuando aquellos a quienes Jesús estorbaba ya han conseguido cercarlo y muy pronto lo detendrán y lo matarán, Jesús cena con sus discípulos, sus amigos más cercanos, y les da como una consigna, un resumen de todo lo que él ha hecho y quiere que sus amigos continúen. Aquellos amigos suyos, y todos los que vendrán después: nosotros.

-¿Qué quiere decir la consigna de Jesús?

MDT-NUEVO:La consigna nos la sabemos de memoria, y haríamos bien en repetírnosla cada mañana al levantarnos y meditarla: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado". Jesús empieza diciendo que esto es un mandamiento nuevo. Y era nuevo entonces, y podemos decir muy bien que lo es también ahora, y lo será siempre. ¿Por qué? Porque no es nuestro criterio normal de actuación, ni el de nuestro mundo. Porque seguir el mandamiento de Jesús siempre comporta cambiar, convertirse, romper las maneras de vivir que llevamos metidas en nuestro interior. Comporta un volver a empezar continuamente, empezar siempre de nuevo. Nos iría muy bien, levantarnos cada mañana diciendo: Tenemos un mandamiento nuevo. Y recordar que este mandamiento nos lo dio Jesús el día en que se disponía a morir por nosotros, el día en que se disponía a darlo todo a nuestro servicio. Si pensáramos esto, seguro que tendríamos muchas ganas de ser fieles a este mandamiento. El mandamiento de Jesús, el mandamiento nuevo, es: "Que os améis unos a otros". Amar quiere decir querer la felicidad del otro, y ser capaz de renunciar a cosas y posiciones mías para que el otro pueda ser feliz. Y cuando decimos "el otro", no pensamos sólo en los que tenemos más cerca, o en los que nos caen bien. Cuando decimos "el otro", nuestros ojos deben ir más allá, deben superar las barreras de la familia, o de los amigos, o del mismo país. Y han de saber descubrir, para combatirlas, muchas cosas: las envidias de nuestro corazón, las ganas de tener razón, las ganas de vivir bien sin pensar en nada más...; y las situaciones de injusticia, y las malas condiciones de trabajo de mucha gente, y las desigualdades, y el racismo. Cuando Jesús nos llama a amar, nos llama a esto.

Y al final de todo, el mandamiento de Jesús acaba con unas palabras definitivas: "Como yo os he amado". Y él nos ha amado así: dándolo todo, dando la vida. Cuando hoy lo vemos lavando los pies de sus discípulos como señal de su entrega total, cuando esta noche lo podremos contemplar orando en Getsemaní, cuando mañana fijaremos nuestra mirada en su cruz, comprenderemos con mayor claridad que nunca lo que quieren decir sus palabras. ¿Y c6mo seríamos nosotros capaces de llamarnos cristianos si no quisiéramos amar como él nos ha amado?

-Jesús nos acompaña con la Eucaristía

Hoy, Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo. Pero nos ha dejado, a la vez, bien lo sabemos, el sacramento de su presencia por siempre entre nosotros. Su presencia que es alimento, fuerza, Espíritu de vida que nos ayuda a caminar, que nos hace amar. Cada domingo, semana tras semana, él viene a nosotros, él se nos da. Y nosotros, recibiéndolo, sentimos renovarse en nuestro interior las ganas de seguirle, la voluntad de amar como él nos ha amado.

Celebremos, pues, esta Eucaristía del Jueves Santo con un gran espíritu de agradecimiento. Porque Jesús nos quiere como continuadores de su camino. Porque Jesús está por siempre con nosotros para alimentarnos y hacernos caminar.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993, 5


18.

-Pascua judía, liberación humana

La costumbre judía era reunirse a celebrar la Pascua en la primera luna llena de primavera. Recordaban un suceso histórico: la salida de Egipto de sus antepasados; pero también celebraban una realidad que desbordaba los estrechos límites del tiempo y la historia: el pueblo entero había sido sacado de la servidumbre hacia la libertad, de la angustia hacia la alegría, del duelo hacia la fiesta, de las tinieblas a la luz (la Pascua de Jesús completará plenamente este cuadro sacando al hombre de la muerte para llevarlo a la Vida).

Así actúa Dios: es la lección permanente de la Pascua; y es el reto a todo el que celebra cualquier Pascua-Paso: ¿salimos nosotros y sacamos a otros de las tinieblas, la esclavitud y la angustia para ir a la luz, la libertad y la alegría?

-Eucaristía-Lavatorio

Y Jesús se reunió con los suyos para la cena de Pascua; el Señor iba a pasar de nuevo, pero esta vez de una forma radicalmente diferente, porque éste iba a ser el paso definitivo, el paso sorprendente, el paso inesperado. Los evangelios sinópticos nos narran la institución de la Eucaristía, y el propio San Pablo en su primera carta a los corintios nos transmite una tradición coincidente con los relatos sinópticos; pero San Juan no hace referencia ninguna a dicho acontecimiento, sino que, en su lugar, nos relata el lavatorio de los pies.

Con toda seguridad es cierto lo que nos dicen los expertos: Juan, conocedor de los relatos sinópticos sobre la Eucaristía, sustituye la narración de su institución por la escena del lavatorio, dando a entender que no se trata de dos cosas distintas, sino de dos caras de una misma moneda: Eucaristía es servicio, servicio es Eucaristía.

-Encontrar un sentido

Si lavar los pies del prójimo (o mejor aún, si el Maestro lavando los pies de los discípulos) es lo mismo que Eucaristía, no hay duda que nos encontramos ante un gesto simbólico que hemos de saber interpretar. Es símbolo del amor y del poder de Dios. Es la hora de la revelación de Dios por y a través de Jesús.

Antes que una lección, la Eucaristía-lavatorio es un gesto de Dios, un gesto en el que El se revela, se manifiesta, se da a conocer (como consecuencia de todo lo cual -ahora sí- se convierte en lección para nosotros). Con la Eucaristía-lavatorio no es que Dios quiera, en primer lugar, enseñarnos algo, sino que Dios actúa, obra, es. Como cuando nosotros, movidos por un impulso irresistible, abrazamos y besamos a la persona amada, así Dios tiene su «impulso irresistible» hacia nosotros y nos ama, y nos ama así: poniéndose a nuestros pies, lavándonos, quedándose entre nosotros, dándose a nosotros como Pan y Vino, dejándose comer por nosotros.

¿Cabe más amor? Pues ése es el sentido del lavatorio-Eucaristía: así nos ama Dios; lo veamos o no lo veamos, seamos conscientes de ello o no, aprendamos una lección o no. Amor y poder. Su fuerza, su grandeza, su ser todopoderoso se vuelcan y se expresan en ese Jesús que, toalla ceñida y jofaina en mano, se arrodilla ante los hombres y les lava los pies. Jesús, en su última cena con sus amigos, se convierte en una «foto» directa y personal que Dios nos envía de sí mismo; Jesús es la cara de Dios, y así es como Dios se nos da a conocer a través de esa su cara humana; así y no de otra manera.

-Hacerlo vida

Ya hemos dicho que Dios no pretende, al menos en primera instancia, darnos ninguna lección. Pero en el amor de Dios y en el cómo se nos da conocer ese amor, hay toda una enseñanza para nosotros. Queriendo o sin querer, Dios pone sus cartas boca arriba y nos enseña su juego; y, como de paso, nos enseña lo que nosotros somos; o lo que nosotros debiéramos ser, que es muy distinto.

-Si Dios nos libera (nos ha liberado ya), también nosotros tenemos que trabajar por la liberación de los demás.

-Si Dios nos alegra (y nos ha quitado hasta la pena por la muerte), nosotros tenemos que alegrar, en hondura, la existencia del prójimo.

-Si Dios nos ilumina, nosotros tenemos que poner luz en la existencia de todo ser humano que se siente en tinieblas (y no podemos olvidar que todos, antes o después, por una razón u otra, pasamos por la experiencia de la oscuridad en la vida). El Jueves Santo nos trae una realidad y un desafío. El Jueves Santo nos trae, en limpio, el amor de Dios; el Jueves Santo es el «día de los enamorados» de Dios. Es nuestro día, el día de la Comunidad, pero es, sobre todo, su día, el día en que nos muestra su amor apasionado de una manera singular.

Jueves Santo no es, para nosotros, una exigencia; pero ¿es posible quedarnos impasibles ante tanto amor? ¿Es posible no sentirnos emocionados ante tanto amor? ¿Es posible que el mundo, la historia, la vida y el hombre no se sientan radicalmente transformados ante tanto amor? La realidad nos enseña que sí, que los hombres somos capaces de no hacer caso de todo ese amor, que somos capaces de «pasar» de él. Y como somos capaces de tal cosa, por eso nos va como nos va. Mientras Dios sigue lavándonos los pies día tras día, nosotros andamos ocupados con tantas cosas que ni nos enteramos.

-Día del Amor Fraterno

Cáritas celebra hoy el Día del Amor Fraterno. Es signo de que hay quienes se sienten amados por Dios y transformados por ese amor.

De su amor nace el nuestro; y, ahora sí, la lección está servida; era inevitable: «¿comprendéis lo que he hecho con vosotros?». Quizá aquí está el quid, en que no terminamos de comprender, porque nuestro corazón y nuestra mente están demasiado endurecidos. Y nos cuesta ver y comprender el amor de Dios; ver, comprender y responder.

Al menos en este día, con todas las posibilidades que se nos ofrecen, abramos los ojos, y hagamos lo mismo que El. Al menos en este día.

DABAR 1993, 23


19.

-Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre...

La cena de esta tarde... la jornada de muerte mañana... y la madrugada de Pascua... son las fases de un mismo misterio: es la "fiesta de la Pascua", ¡es la "hora" de Jesús! Y en su conciencia, todo se resume en esta realidad: "El pasa de este mundo al Padre"... un paso doloroso y feliz a la vez.

Señor, cuando sea mi hora... haz que me acuerde de esto.

-Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, al fin extremadamente los amó... La única explicación de la cruz esta aquí. Es el amor. Un amor que va hasta el fin. Yo tengo siempre necesidad de ser amado así... más allá de mis faltas, más allá de mis "desamores"...

-Comenzada la cena, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a El se volvió, se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos... Contraste total entre el comienzo de la frase y el final: la majestad divina, los gestos humillantes del servidor. El "Señor" se hace "servidor". El evangelista san Juan no dice una palabra de la institución de la eucaristía en el relato que nos da de la última velada de Jesús. Pero, en su lugar, cita este gesto de "servidor". No es por azar. Este gesto solemne de Jesús da igualmente la significación profunda de la eucaristía y de la cruz:

-- he aquí mi cuerpo entregado por vosotros.

-- Yo me pongo a vuestro servicio."

-"Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo." El incidente de Pedro tratando de rehusar este servicio pone en evidencia esta significación. No, no se trata solamente de dejarse "lavar" por Jesús; lo que está en juego es: dejarse "salvar": Si tú no quieres, no tendrás parte conmigo... tú no puedes salvarte solo, debes aceptar la salvación que te ofrezco por mi sacrificio de la cruz, En cada misa se reproduce este mismo misterio de salvación.

-Vosotros me llamáis "Maestro y Señor" y decís bien, porque lo soy de verdad. Si pues Yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, también habéis de lavaros vosotros los pies, unos a otros. Porque Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho. He aquí lo que debería ser la actitud de los comensales a la cena del Señor. La eucaristía debería construir una comunidad de amor donde cada uno se pusiera al servicio de los demás. La Cena Eucarística es una exigencia de amor-servicial. ¡Cuan lejos estamos, Señor! Las divisiones de los cristianos son un verdadero escándalo: lo contrario de lo que Jesús ha querido. El egoísmo de los cristianos es un verdadero escándalo: lo contrario de ese servicio recíproco, humilde, concreto, que Jesús nos ha hecho al "salvarnos". El sentido más profundo de la eucaristía es el de reunir a los hombres animados de este espíritu: Servir.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1 
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 172 s.


20.

-Cuando Dios llama es para liberarnos

Toda acción de Dios hacia el hombre es siempre una acción liberadora. Una llamada a ser más. La vida de los árboles en este tiempo del año hace pensar en ello. La primavera es como una llamada a una avenida de savia, a una nueva vitalidad que hará brotar abundancia de hojas y de nuevos frutos. Pero no olvidemos que para ello ha sido necesario podar algunas ramas y brotes. Toda llamada de Dios es una llamada a la libertad: a dejar servidumbres para ser en mayor plenitud. Servidumbres a menudo lisonjeras y difíciles de desprenderse de ellas.

El pasaje del libro del Éxodo que ha sido proclamado en la primera lectura ha hablado de la celebración de la Pascua. La cena pascual será una respuesta del pueblo de Israel al Señor que está dispuesto a liberarlo de la esclavitud de los egipcios. "Haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor". Dios les hará salir de aquella situación y los conducirá con mano poderosa por el desierto hasta la tierra prometida. Por el camino se toparán con muchos contratiempos. Más de una vez, en el desierto, el pueblo echará de menos las ollas de Egipto, pero ni por eso dejará de avanzar hacia la tierra prometida: el país que Dios tiene preparado para ellos. "Es la salvación que nos libre de nuestros enemigos... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres". Se dirían entre ellos, los israelitas, cuando salían de su casa deprisa y corriendo para reunirse con el grupo, dejando atrás el yugo del Faraón. La noche sería oscura como las demás noches, al otro lado del mar les esperaba el desierto, pero se sabían un pueblo liberado; conducido por Dios, hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva".

Es un episodio de nuestra historia, un momento fuerte, que nos ayuda a descubrir la manera de actuar de Dios.

-Un gesto de Jesús, liberador

Jesús, el Maestro, presencia visible del Dios liberador, celebrando la Pascua con sus discípulos, hace otro signo, esta vez sencillo, al alcance de todos, un signo que hará escuela. "Se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos". Una avenida de savia del amor del Padre que se resuelve en un servicio gratuito a los discípulos que les dispone para el ágape pascual. El gesto gratuito de Jesús deja atrás las servidumbres de prestigio, del comercio de las acciones -hoy todo se vende y todo se compra-. La gratuidad es una novedad. Un gesto que hace crecer a las personas. Una manifestación del Dios que se da gratuitamente. Un gesto que, leído en clave de amor, eleva a los beneficiarios a la categoría de amigos. La donación gratuita de uno mismo para que el otro sea más engendra a la comunidad. "Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros". El servicio gratuito fruto de la fe en el amor gratuito que Dios nos tiene, es significativo en la escuela de Jesús.

-Un amor hasta el final

Jesús siempre está a punto de llegar al término que el Padre le ha mostrado. El gesto de lavar los pies prepara el paso a la cumbre de la Buena Noticia.

Durante la cena, tomó el pan, y dando gracias lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros". Después tomó el cáliz y se lo dio diciendo: "Este cáliz es mi sangre". Se lo había anticipado un año antes, en la sinagoga de Cafarnaún: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna... Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él".

Esta vez la liberación toca en lo más hondo, deshace la raíz de toda servidumbre: el pecado. Por eso la savia de este árbol da vida en plenitud, la vida eterna. El sacerdote que preside la eucaristía, mostrando al pueblo el pan partido, dirá: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor".

El que se da hasta el final impone respeto. Es el secreto de la misa. Quizá la desgana que hoy hay para la misa se deba, en buena parte, a no haber descubierto su secreto. Y, no obstante, este amor hasta el final, este secreto, está en el corazón del seguidor de Jesús. Tanto es así que el cristiano que pierde la misa pierde su identidad.

Después de la misa se reservará el Sacramento de la eucaristía en el sagrario, con mayor solemnidad que de costumbre. Esta noche, la Iglesia nos invita a admirar y adorar el amor de Jesús hasta el final, a penetrar en el secreto del pan y el vino eucarísticos que despiertan nuestra generosidad.

JAUME CAMPRODON
Obispo de Gerona

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