COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 7, 37-39 

1. NU/000050:
"El último día, el más solemne de las fiestas". El Espíritu, anunciado por Jesús en el último día de las fiestas, es celebrado como el don de la cincuentena. No es necesario entrar, si no parece oportuno, en el simbolismo de los números: después del siete por siete, viene el día del más allá: el 50.

Vivir en los "últimos días" significa vivir en la comunión con el Padre, por el Hijo, en el ES, por la fe, la esperanza y el amor.

En el tiempo presente, desde luego, y por ello en tensión, en sacramento, pero sin embargo, en realidad.

PEDRO TENA
MISA DOMINICAL 1974, 3


2. SED/AGUA.SED/PD:CONOCIMIENTO.

Este pasaje plantea serios problemas a los exegetas. Sobre todo, problema de puntuación: si se coloca un punto después de "beba", el seno al que se hace referencia en el v. 38 no es el de Cristo, sino el de los cristianos. Además tenemos un problema de autenticidad, pues el pasaje de la Escritura citado en el v. 38b no existe en la Biblia. En tercer lugar hay un problema de exégesis, pues podemos preguntarnos si el v. 38 pertenece al discurso de Cristo o al comentario de San Juan.

Nos parece preferible atenernos a la interpretación más tradicional. En este caso, la "palabra de la Escritura" sería o bien un texto targúmico, o bien una alusión global al tema de la roca de aguas vivas de Núm 20, que según los profetas reaparecería de nuevo en Sión (Jl 3, 18; Ez 47; Za 14, 8).

* * *

Las palabras de Cristo asocian tres temas: la sed, el agua y la Palabra, que constituyen una tríada muy antigua.

Para un judío esto no es extraño: la sede de la sed no está en el vientre, sino en la lengua, que, además, es también la sede de la Palabra. Sed de agua y sed de Palabra, por consiguiente, se sustituyen con frecuencia mutuamente: el agua designa el don de Dios en su Palabra y la sed de agua designa la fe.

Para Juan, pues, Cristo es el que cumple las promesas de fecundidad escatológica contenidas en la celebración de las fiestas judías. Pero las realiza superando en mucho las espectativas de los más optimistas, no se trata solamente del agua de una bondad física, sino de la de una participación por la fe en la vida divina y en el don del Espíritu.

* * *

En la oración sacerdotal, tal como nos la refiere San Juan, Jesús dice: "La vida eterna es que ellos te reconozcan a Ti, el verdadero Dios, y a tu enviado Jesucristo" (Jn/17/03). Para San Pablo todo se resume en el conocimiento del "amor de Cristo que sobrepasa al conocimiento" (Ef/03/19).

Los sinópticos y, sobre todo, el cuarto Evangelio, insisten en que los discípulos de Jesús no tuvieron un auténtico conocimiento del Padre y de su Enviado hasta después de la resurrección.

Entonces se les concedió el Espíritu Santo y El les hizo descubrir el sentido pleno de las palabras y las obras de Jesús.

La muerte en la cruz, expresión suprema de la obediencia de Jesús a los designios del Padre, completa, en cierto modo, el conocimiento que Jesús tiene de su Padre, lo perfecciona. A partir de ese momento los discípulos pueden conocer al Enviado del Padre y, mediante El, al Padre.

Se da, pues, una estrecha conexión entre el conocimiento de Dios, el conocimiento de Cristo y la acogida al don del Espíritu. Al entrar en la Iglesia por el bautismo, el cristiano es introducido en la gran corriente que brota en el Corazón de Dios y lleva a El todas las cosas por medio de Jesucristo y en el Espíritu Santo.

En esto consiste conocer. Toda la vida del cristiano debe estar polarizada por este conocimiento que le salva y lo hace, con Cristo, salvador de la humanidad. Un conocimiento que no depende del saber humano, sino que es fe en Cristo crucificado y sabiduría de Dios.

CON-D: La celebración eucarística es el lugar privilegiado del conocimiento de Dios, porque introduce a los que ella congrega en la acción de gracias de Cristo, en su sacrificio, su obediencia a los designios divinos, en suma, en su propio conocimiento del Padre. Pero para ser este lugar privilegiado, la celebración eucarística debe conceder a la liturgia de la Palabra el puesto que le corresponde. La proclamación de la Escritura y, unida a ella, la homilía del celebrante deben permitir a cada uno de los participantes apropiarse, para su vida actual y para la vida del mundo, lo que ha sido de una vez para siempre el sacrificio de Cristo y el conocimiento del Padre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 271 ss.


3. SED/MACHADO:

S. Juan nos relata cómo "el último día, el más solemne de las fiestas, Jesús, de pie como estaba, gritó: "el que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva".

El evangelista explica: "decía esto refiriéndose al Espíritu, que habrían de recibir los que creyeran en el; todavía no había Espíritu porque Jesús no había sido glorificado". Entre las fiestas judías, la de las tiendas, es la más espectacular "la muy grande y muy santa" (Flavio Josefo).

Evocaba la fuente manada de la roca y anticipaba la alegría de los días del Mesías en que Dios hará brotar la misma fuente (Is 43, 50); en que el agua correrá por debajo de la puerta del Templo (Ez 47, 1); en que el Espíritu se derramará sobre todo el pueblo (Ez 36, 25-27).

Y he aquí que un hombre proclama que ha llegado la hora, que de su propio seno van a brotar los ríos del Espíritu.

Jesús hizo esta promesa del agua viva a la muchedumbre de "pobres", y pecadores que le seguían. Ya antes había prometido lo mismo a una pobre pecadora, la samaritana: "el que beba del agua que yo le daré, no tendrá jamás sed, pues se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna" (Jn 4, 14).

No se trata, por tanto, de una promesa sólo para "selectos". Esta "agua" es el Espíritu que Jesús daría como fruto de su muerte y resurrección.

Los santos fueron hombres "pobres" que conscientes de su propia limitación y pecado, comenzaron seriamente un proceso de fidelidad al Espíritu Santo. San Ignacio de Antioquía iba feliz hacia el martirio pronunciando estas palabras: "Hay en mí un agua viva que me dice interiormente: ven al Padre".

Todos podemos llegar a sentir el burbujear de este agua que recibimos el día del bautismo... Es cuestión de un poco más de sensibilidad.

Jesús prometió el agua viva a los pobres, es decir, a los que no han atrofiado todavía la sed de Dios que hay en el fondo del corazón del hombre.

"La sed que tengo no me la calma el beber" escribía Machado.


4.

-De sus entrañas manarán torrentes de agua viva

El evangelio nos sitúa en el día solemne en que termina la fiesta de las Tiendas. Sobre esta fiesta nos informa el Levítico (Lev 23, 33-43). Sabemos que su celebración duraba una semana. Incluía un descanso, como el sábado, y una asamblea de culto. Se construían cabañas de ramaje que recordaban la permanencia en el desierto. Se celebraba una procesión en la que los participantes llevaban en las manos palmas y frutos. Posteriormente se introdujo una libación matinal cada día, iluminándose el templo el mismo día, por la noche.

Esta mención de la iluminación del templo y de la libación matutina es importante, si se quiere entender el texto del evangelio de este día, en el que Jesús habla de los torrentes de agua viva.

Se nos recuerda el episodio de la samaritana (Jn 4, 10-14). Por otra parte, en el mismo evangelio de Juan decía Jesús: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed" (Jn 6, 35). Oímos a Cristo decirnos: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba". También recordamos a Isaías (55, 1.3) y a Juan citado ya arriba a propósito de la samaritana (Jn 4, 1 ss.). Así pues, al que tenga sed se le invita a beber. La dificultad está en saber cómo se puede conciliar el final de la frase: "El que cree en mi". En efecto, este final de frase podría ser lo mismo el comienzo de la siguiente frase: "El que cree en mí, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva". En este caso, estaríamos en el contexto exacto de las palabras de Jesús a la samaritana. El texto latino lleva efectivamente esta puntuación; de esta manera lo entendieron los autores de la Vulgata. Sin embargo, la exégesis actual prefiere unir "el que cree en mi", a la frase precedente. Así lo estima la traducción oficial española. Así pues, la frase ha de entenderse de la siguiente manera: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba". Venir a mí y creer se entienden como dos términos equivalentes. En realidad, en Juan 6, 35 leemos: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed". Paralelamente a esta frase de Juan 6, los exegetas prefieren puntuar a Juan 7, 37b-38, en la forma que acabamos de decir.

El evangelista alude aquí a la Escritura: "Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de agua viva". Al investigar en la Escritura el tema del agua, no se encuentra ningún texto verdaderamente paralelo. Tenemos que recurrir, por lo tanto, a hipótesis. Se puede pensar en Ezequiel: el agua que sale del Templo y que, en su curso hacia el Mar Muerto, se convierte en un torrente en cuyas orillas crecen árboles perennes (Ez 47, 1-12), o también en la Roca del Desierto (Sal 78, 16 y 105, 41). En realidad, ambas hipótesis son sostenibles sin ser decisivas, y pueden muy bien ser aceptadas las dos sin oponer la una a la otra, ya que sus componentes no se contradicen. Se ha considerado a Cristo como la Roca espiritual (1 Co 10, 4), y él es también el templo de los últimos días (Jn 2, 20-22).

El mismo san Juan hace el comentario de las palabras de Jesús. Los torrentes de agua significan el Espíritu Santo que se dará a los que crean en Jesús. El agua, símbolo del Espíritu, no es una representación original ni propia de san Juan, sino que en la tradición judía se encuentran ya ejemplos. En efecto, en Isaías 44, 9 leemos: "Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje". Sin embargo, para san Juan no se trata únicamente de un símbolo de fuerza, sino de una persona: del Espíritu enviado por el Padre: "Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado".

Así, la muerte de Jesús, su resurrección y su ascensión preparan una nueva etapa de la historia de la salvación: el envío del Espíritu que debe quitar la sed a los que creen.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 240-246