28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO VI DE PASCUA
9-16

 

9. PABLO/CV:

«Ven y ayúdanos»

No resultó nada fácil a los primeros creyentes encontrar su nuevo puesto respecto de la religión judía. Los relatos de los Hechos de los apóstoles, al narrarnos el inicio de la Iglesia, nos muestran cómo los apóstoles seguían acudiendo a orar al templo de Jerusalén, aunque también nos informan de que «partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría». Seguían considerándose miembros de la comunidad judía, sobre la que intentan que incida el mensaje del maestro resucitado.

Un momento muy importante de este proceso de distanciamiento es un episodio que acontece en Jafa, cuando Pedro tiene una visión en la que la voz del Señor le manda comer animales que eran impuros para los judíos: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano». Inmediatamente después Pedro se encuentra con el centurión pagano Cornelio que acude a él. Pedro comprende entonces que «Dios no hace acepción de personas. sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». El muro que separaba al pueblo escogido de los gentiles, comienza a derrumbarse. Pedro comprende que un judío puede entrar en la casa de un extranjero, que «no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre» y que no puede negar el bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo, «aunque no sean judíos».

Este proceso de ruptura con el judaísmo no fue, sin embargo, de ninguna manera fácil. Y, en este proceso, va a jugar un papel fundamental esa nueva figura de la resurrección sobre la que hoy vamos a reflexionar: Pablo.

Precisamente va a ser llamado «el apóstol de los gentiles». Como dice el prefacio de la misa de los dos apóstoles: Pedro fue el que «fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel», mientras que Pablo fue el que «la extendió a todas las gentes». Que este proceso fue difícil lo muestra la primera lectura de hoy, que nos describe el que ha sido llamado «concilio de Jerusalén», el primer concilio de aquella lista de concilios ecuménicos que aprendimos de niños: su tema central fue la necesidad de la circuncisión para que los paganos pudiesen abrazar el mensaje del evangelio. Las sencillas «actas» de este concilio toman la postura de Pablo, contraria a la circuncisión: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables».

Y, sin embargo, el tema va a seguir siendo candente a lo largo de la predicación de Pablo, que va a chocar continuamente con los judaizantes, aquellos cristianos procedentes del judaísmo que mantienen la exigencia de la circuncisión. Incluso Pedro da marcha atrás: la Carta a los gálatas nos informa de cómo aquel, por temor a los judaizantes, comenzó a recatarse de comer con los incircuncisos. La reacción de Pablo contra Pedro va a ser dura: "Me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión». Y, porque no procedía «con rectitud, según la verdad del evangelio», le dirá a Cefas: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar».

La figura de Pablo es central en los relatos de la segunda parte de los Hechos de los apóstoles. De él sabemos que había nacido en Tarso, una ciudad helenista de Asia Menor, con una intensa vida cultural. Sus padres eran judíos y disfrutó desde su nacimiento de la condición de ciudadano romano. Había sido educado como judío, a los pies de un gran rabino, Gamaliel. Quizá el mismo Pablo había sido rabino y, ciertamente, había vivido como fariseo. Los Hechos de los apóstoles nos lo presentan guardando las ropas de aquellos que lapidaban al primer mártir cristiano, el diácono Esteban. Poco después recibe el encargo importante -que refleja su prestigio como fariseo- de apresar a los «seguidores del Camino» en Damasco.

Es precisamente en este camino de Damasco cuando Pablo cae derribado -el texto no dice, en contra de tanta representación pictórica, que cayese de un caballo- y tiene lugar un diálogo que va a cambiar su vida: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? "¿Quién eres tú, Señor?". Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Aquí arranca un hombre nuevo: se retira a Arabia -donde él también tiene una experiencia de desierto- y vuelve a Damasco. El mismo Pablo pone en labios de algunos habitantes de Judea: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de le fe que entonces quería destruir. Y glorificaban a Dios a causa de mí». Había nacido Pablo, «el apóstol de los gentiles». El mismo Pablo se considera a sí mismo testigo de la resurrección y apóstol, «en último término -dice- se me apareció también a mí, como a un aborto».

¿Qué nos puede decir hoy Pablo, este nuevo testigo de la resurrección? Indiscutiblemente muchas cosas, y sus cartas contienen un espléndido mensaje, rebosante de profundidad, entusiasmo y fuerza. Hoy podemos insistir en ese aspecto de Pablo, que aparece especialmente marcado en la primera lectura.

Sin duda el tema de la circuncisión nos suena hoy muy distante de nuestra problemática, sin embargo no podemos olvidar que ese tema era un símbolo de algo central en el mensaje paulino: lo que nos salva, lo que nos pone en paz con Dios, no son las obras de la ley, menos aún las de la ley judía, sino la fe en Jesucristo.

Creo que hay, sin embargo, algo más: Pablo sería el símbolo de la necesidad de actualizar el mensaje perenne del evangelio, de verterlo en odres nuevos, de salir al encuentro de las nuevas culturas y las nuevas generaciones. Hay un episodio de la vida de Pablo que es también muy significativo: en una visión, como la que tuvo Pedro antes de encontrarse con Cornelio, se le apareció un macedonio que le dijo: «Ven a Macedonia y ayúdanos». El relato continúa así: «Inmediatamente decidimos salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el evangelio». Aquella decisión de Pablo iba a tener unas consecuencias históricas impresionantes: la nueva fe saltaba de Asia a la vieja Europa, quizá hasta llegó a nuestra península, hasta lo que era entonces el finis terrae, como el mismo Pablo se proponía.

«Os conviene que yo me vaya», había dicho Jesús, y el evangelio de hoy añade: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Jesús promete «el Espíritu de la verdad, que os guiará hasta la verdad plena».

Jesús marca un camino con su persona y su mensaje, pero la llamada a sus seguidores no es tanto hacia una imitación literal, hacia un mimetismo, sino hacia un seguimiento en el que los cristianos intenten vivir, bajo la acción del Espíritu y como dirá el mismo Pablo, de acuerdo con los sentimientos y actitudes de Cristo Jesús. Será bajo la acción de este Espíritu como se salta del mundo judío al mundo pagano, de las costas de Asia a las primeras costas de Europa. Será bajo la acción de ese Espíritu como se nos irá recordando todo lo que nos dijo Jesús; será ese mismo Espíritu el que nos vaya llevando a la verdad plena.

Creo que tiene razón Alvin Toffler cuando afirma que se ha abierto una nueva página, que ha irrumpido una tercera ola en la historia de la humanidad. Y los cristianos tenemos el peligro de refugiarnos en las trincheras, encerrarnos en nuestros invernaderos y limitarnos a repetir siempre las mismas respuestas del pasado. ¿No tenemos que reconocer que nos falta inventiva, imaginación, iniciativa, valor? ¿No damos una imagen de exagerada inercia, de excesiva resistencia a los cambios, por dolorosos que puedan ser? En el fondo. ¿no desconfiamos de la presencia del Espíritu que acompaña a la Iglesia, que le va recordando en cada generación lo que Jesús nos ha dicho que nos hace ir avanzando por el camino de la verdad? Ahí estuvo el gran testimonio de Pablo, su gran y valiente aportación: no limitarse a repetir el pasado, sino sacar las consecuencias del mensaje de Jesús para un mundo nuevo.

"Ven a Macedonia y ayúdanos". En un mundo en el que existe tanto desconcierto tanta angustia y tanta falta de oferta de sentido, ¿no tiene el cristianismo una urgente responsabilidad histórica? Creo que ese es el reto que nos ofrece hoy Pablo, esta nueva figura de la resurrección.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 167 ss.


10.

«El que me ama guardará mi palabra».

Es preciso observar que la traducción dice «palabra», en singular. El detalle puede parecer superfluo pero, en realidad, es muy importante para conservar el sentido profundo. El plural se prestaría a ser interpretado como referido a los diversos discursos de Jesús, a mandamientos concretos. El singular impide convertir al evangelio en una serie de preceptos éticos heterónomos» o externos y obliga a referirse a una experiencia personal de Dios que luego se trasluce en "frutos buenos".

Jesús habla de la presencia de su Espíritu en el creyente y, en consecuencia, en la comunidad de sus discípulos. La presencia del Padre se hace perceptible por el Espíritu Santo. Tal vez, de nuestro rito bautismal no se saca con suficiente claridad la idea de que no somos bautizados en agua, sino en Espíritu Santo. La carta a los romanos (Rm 2,29) dice explícitamente que el verdadero bautismo es el del corazón.

Según el libro de los Hechos (Hch 2,42; 4,42) es el Espíritu de Jesús, y no la disciplina interna, lo que mantiene la unión en la comunidad. Lucas nos cuenta que además (Hch 2,4) hace posible el entendimiento del Evangelio por parte de quienes hablan «otras lenguas». El Espíritu produce la unidad de fondo, no una uniformidad superficial. Así es el motor de la actuación de la comunidad. Es la raíz de la esperanza (Rm 15,13).

La Ley mosaica pretendía traducir en normas concretas la voluntad de Dios. Para el cristiano, el Espíritu ocupa el lugar de la Ley en el corazón del hombre. El autor de la carta a los corintios (2 Cor 3,6) escribe una frase tan bella como exacta: «la letra mata, pero el espíritu da vida». Vivamos con Espíritu nuevo, no con letra vieja (Rm 7,6). El «judaizar, el vivir nuestra fe según la letra inflexible, además de duro, está condenado al fracaso. Es como empujar un coche sin motor, es como convivir sin amor. Sin embargo, "mi yugo es suave y mi carga ligera" es una verdad palpable cuando se vive desde la experiencia personal de Dios. Algo nos ocurre si entendemos que ser cristiano es algo más difícil que ser un ateo honesto. En realidad, el creyente tiene más fácil lo difícil porque posee la fuerza interna que da la fe.

Las repercusiones prácticas de la posesión del Espíritu de Jesús son imposibles de enumerar en su totalidad, pero algunos ejemplos nos pueden dar pistas. Su presencia causa en el fiel una inefable sensación de libertad responsable. «No recibisteis un Espíritu de esclavos sino de hijos» (Rm 8,15). El miedo desaparece y explota la creatividad. La imaginación se pone en marcha. El amor es siempre creativo. La mentalidad se renueva (Ef 4,23). El fiel toma conciencia de su dignidad y no se entiende a sí mismo como un súbdito de las autoridades religiosas o como mero "instrumento" de Dios o barro pasivo en sus manos. Ya no os llamo siervos, sino amigos: Dios no nos cosifica ni puede servir de coartada a nuestra pereza. Pídele a Dios que bendiga tu trabajo, pero no le pidas que te lo haga.

Fruto del Espíritu es también el captar la realidad que nos rodea, es decir, los signos de los tiempos. Ya lo repetía el Maestro: el que tenga oídos que los emplee. Hay que estar verdaderamente «al loro». Las normas necesitan periódicas actualizaciones, pero el Espíritu se mantiene continuamente actual.

A la vista de lo dicho en los textos bíblicos, podríamos examinar hasta qué punto se dan estos efectos en nosotros y en nuestras iglesias. Preocupante sería que en este balance descubriésemos en nuestras comunidades un cristianismo caracterizado por una rutina habitual y un vivir mortecino. Sin ilusión ni apenas esperanza, subrayando siempre «lo malo que es el mundo», incapaces de ver lo mucho positivo que nos rodea alejaremos a una juventud que busca algo más profundo. Pasivamente atentos a ver qué nos dicen «desde arriba», dando precedencia a una disciplina que agosta al espíritu y practicando un tradicionalismo formal empobreceremos la vida de nuestros grupos. Algo no bueno nos está pasando cuando se nos acusa con datos de vivir a la defensiva y en desconexión con el mundo real. Nuestro lenguaje es con frecuencia manido y trasnochado, manifestamos claramente una falta de sensibilidad ante la nueva cultura que emerge, judaizamos con formas culturalmente cristianas. Si sólo fuesen aspectos externos la cosa tendría una importancia relativa, pero si son indicativos de la vivencia de nuestra fe el tema es muy serio. ¿Qué hemos captado del mensaje de Jesús? ¿Realmente el estilo del Maestro coincide con el nuestro?

¡Señor! ayúdanos a serte fieles.

.................

¿Qué conciencia tengo de la presencia del Espíritu en mí? ¿En qué medida la fe me produce sensación de libertad y me da optimismo y constancia?

¿Me ha ocurrido alguna vez que al conservar formas culturales pasadas he creído defender el Evangelio?

EUCARISTÍA 1995, 24


11.

Frase evangélica: «El que me ama guardará mi palabra»

Tema de predicación: LA PRESENCIA DE DIOS

1. El capítulo 14 de san Juan termina con una despedida, después de expresar tres modos de presencia divina: la donación del Espíritu (vv. 16-17), la vuelta invisible de Jesús (vv. 1820) y la venida del Padre y del Hijo (vv. 22-24). Por el contrario, los discípulos, educados en las visiones proféticas del Antiguo Testamento y en descripciones apocalípticas, sueñan con una teofanía fantástica. Sin embargo, la presencia de Dios entre nosotros nunca se realiza con alardes de poder, sino que está en relación directa con la guarda y el cumplimiento, por la caridad, de la palabra de Jesús, que es la Palabra de Dios.

2. Dios hace morada en nosotros en virtud de una doble exigencia: guardar su palabra y amarle de verdad. La venida del Espíritu, de Jesús y del Padre está en función de la práctica del amor. Dios se hace presente en cada uno y en medio de su reino La morada de Dios se da en la persona y en la comunidad, ya que el ser humano es sagrado. Por el contrario, Dios se aleja cuando hay desamor o injusticia. El Dios cristiano es un Dios que está con nosotros de una doble manera: amando a nuestro prójimo desvalido y reuniéndonos en el nombre del Señor. Nosotros, sin embargo, nos empeñamos en encontrar a Dios desde nuestras necesidades; por eso exigimos «milagros».

3. El término «Paráclito», propio de san Juan, equivale a defensor, protector, intercesor; puede traducirse por «abogado». El Paráclito tiene varias funciones: enseñar y recordar todo lo dicho por Jesús, ser testigo de Dios frente al mundo y acusar el sistema diabólico de su pecado. Por último, en varias ocasiones Cristo saluda o se despide con la paz de Dios, no «como la da el mundo». El deseo de paz -don precioso de Dios y logro apreciado del esfuerzo humano- era saludo habitual al llegar y al despedirse. Así lo hace Jesús, que se hace presente en la fe y permanece en la caridad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cuándo le hacemos morada a Dios dentro de nosotros?

¿En qué situaciones nos alejamos de su presencia?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 271 s.


12. «MI PAZ OS DOY...»

De las palabras de despedida de Jesús aparece con toda claridad el concepto de la paz: en esas palabras, consuela el Señor como lo hace una madre. Él consuela a los discípulos en la hora de la despedida y consuela a la iglesia a través de la historia, en la que ella sufre nuevamente la hora de la despedida, la hora de su ausencia. Estas palabras no proporcionan ninguna teoría que explique el enigma del mundo, pero administran una certeza que ayuda a vivir

Pero hay que guardarse de leer mal estas palabras; ellas exigen que se ponga corazón no menos que inteligencia. Sin embargo, si nosotros nos acercamos a tientas pensando en ellas, lo hacemos para penetrar más a fondo en la cercanía de Dios que vive en ellas: «Mi paz os doy...», pero, ¿qué significa eso? Las apariencias parece que contradicen a esas palabras: el mundo está antes y después totalmente falto de paz, y también la iglesia, la cristiandad. Y, asimismo, hay falta de paz en los corazones de los creyentes como individuos. ¿Por consiguiente, qué es lo que se quiere decir con eso? Si el Señor desea a los suyos la paz, esto es simplemente el saludo de despedida del Señor que camina hacia la oscuridad de Gethsemaní. El saludo hebreo suena ni más ni menos que schalom, lo cual nosotros traducimos por «paz», pero también podemos traducirlo por ¡salve! o ¡ave!

En las antiguas formas de saludo o de despedida, acuñadas por los cristianos que nos precedieron, puede advertirse algo que corresponde a lo que venimos diciendo. Así cuando, con las palabras «con Dios» o «adiós», dejamos a aquél que saludamos o despedimos bajo la protección de Dios. Ese es el último saludo de Jesús antes de emprender el camino de la cruz. Su saludo es algo más que una frase retórica convencional. El que va hacia la cruz no puede desear ningún tipo de comodidad superficial. El que proporcionó, a partir de la cruz, después de haber saboreado el abismo de la necesidad humana, la salvación del mundo, no puede desear la paz del olvido, de la comodidad que cuesta poco. Solamente la salida de la cárcel de las cómodas mentiras, solamente la aceptación de la cruz, conduce a la región de la paz efectiva. La psicoterapia sabe hoy que la represión es el fundamento más profundo de la enfermedad y que la curación consiste en bajar al dolor de la verdad; pero ni ella sabe qué es la verdad y si la verdad es, en último término, un bien.

A partir de ahí, podemos dar el último paso. En la liturgia, con toda razón, ambas fórmulas, el «Dominas vobiscum» y el «Pax vobis», son intercambiables entre sí. El mismo Señor es la paz. En su partida, él no saluda únicamente con palabras. Él, que en la cruz eliminó la mentira de la humanidad, que venció y superó su odio, él es la paz. Esta nos viene por la cruz; en su saludo de paz, no nos desea algo, sino que se nos da a sí mismo. Así precisamente estas palabras son la alusión de Juan a la institución de la eucaristía: el Señor se da a sí mismo a los suyos como paz y así se entrega en sus manos: como el pan vivo, él une a la iglesia y reúne a los hombres en el único cuerpo de su misericordia. Pidámosle que nos enseñe a celebrar verdaderamente la eucaristía: a recibir aquella verdad que es amor y, a partir de ahí, convertirnos en hombres de la paz.

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983..Págs. 86 s.


13.

-La Iglesia que soñamos: "la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo" Las lecturas de hoy nos hacen pensar en la Iglesia, pero de una manera muy especial, diferente a la forma que muchas veces pensamos en ella. Y quizás parecida a la Iglesia que a menudo soñamos. Los apóstoles, en las conclusiones de aquella reunión tan importante de Jerusalén, hablan de la decisión diciendo que la han tomado "el Espíritu Santo y nosotros". Está claro que para ellos que no se han reunido como cualquier otro grupo o asociación, y que no lo han hecho para defender ningún interés particular: se han dejado conducir por el Espíritu Santo para ser fieles al camino de Jesús e intentar mantener la comunión entre todos los que han creído en Jesucristo.

Y la segunda lectura hablaba de la Iglesia del cielo: "la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo". Es conveniente, también, mirar la Iglesia desde esta perspectiva. Darse cuenta de que la Iglesia es también la "del cielo", la que está en "la presencia de Dios", la que se fundamenta sobre los apóstoles, la que tiene el Cordero que la ilumina. Y que "baja", es decir, que la recibimos como don.

Ciertamente, no tenemos que olvidar que la Iglesia la formamos nosotros, gente limitada y débil, y que estamos sometidos a las circunstancias del mundo en el que vivimos. No podemos negar que la Iglesia tiene un componente institucional muy fuerte, precisamente porque vive en este mundo. Pero nos conviene levantar un poco la vista y reconocer que la Iglesia es de Dios. Por tanto, no podemos reducirla a pura sociedad, a una especie de club de socios en cuyas asambleas se ponen en juego intereses particulares de unos contra otros, y se establecen estrategias que pueden conducir a la tentación del poder.

-La acción del Espíritu es la que nos hace ser fieles

Así, no podemos pretender por un lado, invocando la imagen del Apocalipsis, construir una Iglesia que sea una especie de corte celestial en la tierra, una Iglesia triunfante con poder político y económico. Ni tampoco, por otro lado, como reacción, organizar una asociación pretendidamente democrática si no hemos cambiado la mentalidad que nos la hace entender como una sociedad por el estilo de muchas sociedades de este mundo. Porque, si no cambiamos la mentalidad, seguiremos buscando, aunque sea "democráticamente", el mandar unos sobre otros en vez de buscar la corresponsabilidad que viene de la comunión: pretenderemos quitar la responsabilidad a unos para que la ejerzan otros, etc.

No podemos olvidar el Espíritu. Jesús nos ha dicho que "el Espíritu Santo... os irá recordando todo lo que os he dicho". Y añade, "os lo enseñará todo". Nos enseñará que la paz -y los demás valores evangélicos que queremos comunicar- no la tenemos que buscar "como la da el mundo". Olvidando la Iglesia descrita en el Apocalipsis, la del cielo que viene de los apóstoles, perdemos los orígenes y el norte hacia el que vamos, y la reducimos a puro presente. Y el presente nunca es demasiado glorioso.

¿Cómo lo hacen los apóstoles para ser conducidos por el Espíritu y no perder el norte? Reuniéndose, poniendo la realidad sobre la mesa, dialogando, escuchándose, reconociendo la obra de Dios en el pueblo, buscando juntos la comunión de todos. Éste es el servicio de la comunión que ejercen los apóstoles en la Iglesia.

¿Cómo lo tenemos en nuestra comunidad? La vida nueva de la Pascua y, concretamente, la luz que dan estas lecturas de hoy, nos ofrecen la ocasión de avanzar por los caminos "del Espíritu que nos irá recordando todo lo que el Señor nos ha dicho". Quizás tenemos que tomar nota de este estilo de vivir en la Iglesia y proyectar esta luz en nuestro modo de hacer. Tomemos nota todos los que hemos recibido alguna responsabilidad.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 7, 21-22


14.

1. "CONTINUAR CELEBRANDO CON FERVOR"

Hay que repetirlo un domingo más: la alegría renovadora, entusiasmante de la Pascua, se tiene que mantener. De entrada, nos invita a ello la oración con la que abrimos la Eucaristía. Teniendo siempre bien presente -como nos recuerda la citada oración- que todo no puede quedarse en una simple celebración formal, sino que el misterio de la Pascua que celebramos, pasar de la muerte a la vida, se tiene que manifestar siempre en nuestras obras.

2. LA TRINIDAD EN NOSOTROS

El evangelio que hoy leemos es muy denso, de un contenido doctrinal magnífico. No hay que hacer "florituras teológicas", pero sí ayudar a los fieles a que entiendan el sentido y capten la profundidad del mismo. Ciertamente, se trata de un texto adecuado para una lectio divina reposada y agradecida. Es un buen consejo para quien lo tiene que predicar y para todos los oyentes que sean capaces. De Jn 14, 23-29, se pueden destacar los siguientes puntos:

a) La intimidad con el Padre y el Hijo de los que hacen caso de las palabras de Jesús y lo aman: "vendremos a él y haremos morada en él".

b) El Espíritu Santo, el Defensor, enviado del Padre en nombre de Cristo, hará recordar y entender todo lo que Jesús ha dicho. Recordar y entender lo que Jesús ha dicho es obra permanente de la Iglesia que culmina en la liturgia: ésta, en efecto, es sobre todo memorial agradecido y lúcido de la historia de la salvación que encuentra su cima en la Pascua. De aquí se deduce que la revelación de la Trinidad tiene un carácter eminentemente operativo, que enaltece al hombre creyente; no es el misterio inalcanzable de Dios, que nos deja embelesados, sin posibilidad de entrar en él, sino el misterio del Padre y del Hijo, que vienen a habitar en nosotros, y del Espíritu que asiste, guía, enseña y defiende constantemente a los discípulos. El Evangelio de hoy, que nos presenta la revelación de la Trinidad en un ambiente pascual, puede servirnos para adoctrinar a los fieles tanto en la dimensión trinitaria de toda la vida cristiana como especialmente del culto litúrgico.

c) El don de la paz. Es el don mesiánico por excelencia: el que ya anticipábamos en el tiempo de Navidad. A punto de cumplir su Pascua, en el discurso de la última cena, Jesús lo hace efectivo a sus discípulos. No es una paz cualquiera: es la paz verdadera que el Crucificado y el Resucitado ofrece a los discípulos cuando está a punto de alcanzar la victoria pascual.

d) Me voy al Padre. Es el anuncio del final del camino de Jesús, que ya nos anticipa la celebración del domingo que viene, la Ascensión. No ha de ser motivo de tristeza, sino de alegría. Será una nueva situación en la que los discípulos tendrán que vivir y testimoniar la fe en Jesús, el Señor.

3. LA IGLESIA Y LA JERUSALÉN CELESTIAL

Jesús nos lo ha anunciado: se va al Padre. El Apocalipsis nos muestra la ciudad del cielo donde se va Jesús. Entre las imágenes simbólicas con las que Juan describe la estancia de Dios, hay que destacar las siguientes. La ciudad del cielo reúne al nuevo pueblo de Dios, el Israel definitivo: éste también tiene doce patriarcas, los doce apóstoles. Éstos son los cimientos de la Iglesia, en la que vive en la Tierra el Reino de Dios y que se va construyendo aquí abajo y como reflejo de la ciudad gloriosa del cielo. En la ciudad celestial de Jerusalén no hay templo: el Señor del universo y el Cordero son el santuario, la llenan toda de su luz y su gloria.

Son imágenes en las que se ha de ver reflejada, a pesar de sus carencias y oscuridades, la comunidad cristiana, que se ha de sentir proyectada hacia su ideal definitivo. Ya aquí, en la tierra, la Iglesia se tiene que comprender cimentada en los Apóstoles, inundada de la presencia de Dios, iluminada por el único sol que es la gloria de Dios y la luz del Cordero. La Iglesia, en medio del mundo ha de iluminar a todos los pueblos llamando a todos a la fe en el Dios verdadero y en su Hijo, el Redentor.

4. EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA

Ya he insistido que este domingo nos prepara para celebrar la Ascensión, y también Pentecostés. La primera lectura de hoy, de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra el inicio de un camino "conciliar" de la Iglesia. Las dificultades se han de poner en común, se tienen que debatir, se han de dialogar. Se puede comprobar cómo la narración huye del autoritarismo, las imposiciones. La nuestra no es una religión de mandamientos: las cargas han de ser las indispensables. En las decisiones, los Apóstoles y los otros dirigentes, los que presiden la comunidad de Jerusalén, están convencidos de que el Espíritu los asiste y los guía en sus decisiones, a pesar de que éstas sean circunstanciales, para el buen orden y entendimiento entre los judeocristianos y los que provenían del paganismo. (Será conveniente citar, si se cree oportuno, la provisionalidad que tuvo la decisión de dicho Concilio de Jerusalén, al menos para aclarar un contencioso con los testigos de Jehová).

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 7, 17-18


15.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta hoy la controversia entre algunas personas comunes y corrientes del pueblo con los Apóstoles. Aquellas personas decían que si no se circuncidaban no podían entrar en el Reino de Dios. Los Apóstoles, por su parte, estaban en oposición al planteamiento judío de la circuncisión.

La circuncisión era realizada por los Israelitas a los ocho días del nacimiento del niño varón y sólo así se le aseguraba al recién nacido todas las bendiciones prometidas por ser un miembro en potencia del pueblo y por participar de la Alianza con Dios. Todo varón que no fuera circuncidado según la tradición israelita debía ser expulsado del pueblo, de la tierra, ya que ese miembro entonces no ha sido fiel a la promesa de Dios (Gen 17, 9-12).

El acto ritual de la circuncisión estaba cargado -y aún lo está- de significado cultural y religioso para el pueblo judío. Al mismo tiempo, también está ligado al peso histórico-cultural de exclusión hacia las mujeres, las cuales no participaban de este rito ni de otro similar para iniciarse en la vida del pueblo: a ellas no se les concebía como ciudadanas.

Para los cristianos ya la circuncisión no es ni será importante. Este rito y tradición ha perdido toda vigencia. Ya no es necesario hacer ritos externos alejados de la justicia y el amor misericordioso de Dios. En el cristianismo hombres y mujeres somos iguales y en el Bautismo los dos adquieren su dignidad de hijos de Dios y miembros del cuerpo que es la Iglesia. Dentro del cristianismo creemos que es necesario realizar una constante "circuncisión del corazón" (cf Dt 10, 16) para que tanto hombres como mujeres logremos purificarnos del egoísmo, del odio, de la mentira y de todo aquello que nos degenera.

El libro del Apocalipsis también nos presenta una crítica a la tradición judía que era excluyente. Juan en sus revelaciones vio la nueva Jerusalén que bajaba del cielo y que era engalanada para su esposo, Cristo resucitado. Esta nueva Jerusalén es la Iglesia, triunfante e inmaculada, la Iglesia que le ha sido fiel al cordero, la Iglesia que no se ha dejado llevar por las estructuras que muchas veces generan la muerte. Aquí yace la crítica del cristianismo al judaísmo que se dejó acaparar por el Templo, un Templo en el cual los varones, y entre éstos especialmente los cobijados por la ley, eran los únicos que podían relacionarse con Dios; un Templo que era señal de exclusión para con los sencillos del pueblo y con los no judíos.

La Nueva Jerusalén que Juan describe en su libro, no necesita Templo por que Dios mismo estará allí, manifestando su gloria con poder en medio de los que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero. Ya no habrá exclusión -ni puros ni impuros-, porque Dios lo será todo en todos, sin distinción alguna.

La nueva forma de vida inaugurada por Jesús exige un compromiso radical para ser transformados por la Palabra que es capaz de hacer Personas Nuevas comprometidas con la causa de los pobres.

Amar la Causa de Dios es ser fiel a su proyecto, un proyecto no encasillado en ritos externos como era la circuncisión, ni en estructuras de opresión y de exclusión como era el Templo. Dios es Padre de todos y no exige más allá de nuestras posibilidades. El nos pide que seamos justos y defensores del derecho y de la dignidad igual de hombres y mujeres.

El que ama el proyecto de Dios es digno de vivir en su presencia, ya que sólo se eterniza el que acepta las Palabras de Vida Eterna traídas por Jesús.

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-Los apóstoles, presbíteros y hermanos... hemos decidido por unanimidad...: ¿Qué características revelan estas palabras -y todo el libro de los Hechos de los Apóstoles- acerca del régimen de gobierno que tenía la Iglesia primitiva?

-Hemos decidido no imponeros más cargas que las necesarias...: ¿Qué características revelan estas palabras -y todo el libro de los Hechos de los Apóstoles- acerca de la actitud que tenía la Iglesia primitiva hacia los hermanos procedentes de distintas culturas?

Para la conversión personal

-¿Cuál es la circuncisión del corazón que debo hacer yo?

-La Paz os dejo, la Paz les doy...: ¿Vivo en la Paz?

Para la oración de los fieles

-Por la Iglesia entera, para que distinga siempre lo que es esencial al evangelio y lo que es simplemente cultural, occidental y accidental, roguemos al Señor...

-Para que fomente la participación de todos en las decisiones que afectan a todos, y viva en la práctica el espíritu participativo que el Concilio Vaticano II impulsó en la Iglesia...

-Para que la Iglesia actual, iluminada por el ejemplo de la iglesia primitiva, siga caminando en la marcha incontenible hacia una igualdad de derechos entre el hombre y la mujer...

-Para que los cristianos circuncidemos nuestro corazón de todo egoísmo y de todo pecado...

-Por la paz del mundo, para que sea una paz como la que da Jesús...

-Para que el Espíritu siga conduciendo a la Iglesia y recordándole todo lo que Jesús dijo...

Oración comunitaria

Dios Padre y Madre: envía sobre nosotros tu Espíritu de sabiduría, para que, conforme prometió Jesús, nos vaya recordando todo lo que tu Hijo nos enseñó, y nos vaya haciendo descubrir otras muchas exigencias que aquellas mismas enseñanzas comportan para vivir la fe con fidelidad creativa en este mundo nuevo en que nos ha tocado vivir. Por J.N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


16.

EL ESPÍRITU SANTO CON EL CONCILIO DE JERUSALÉN

1. La Iglesia es divina y es humana. Está integrada por santos y por pecadores, pero sobre todo, está dirigida por el Espíritu Santo. Una noche, el Papa Juan XXIII, desvelado en la cama preocupado por los problemas de la Iglesia, se incorporó, y se hizo a sí mismo esta pregunta: "Angelo, ¿quien guía la Iglesia tú o el Espíritu Santo?. Pues si la guía el Espíritu Santo, no tienes por qué preocuparte". Y así se durmió. 

2. Cierto que los momentos eran cruciales para el crecimiento de la comunidad cristiana. Nadie tiene por qué escandalizarse de que, como integrada por hombres de distintas culturas y con distintos pareceres, sensibilidades y criterios, a la vez que tributarios de las razones del corazón y ante realidades concretas, haya manifestado sus discrepancias, a veces en medio de grandes peleas. 

3. El judaísmo tenía raices profundas. En él había dogmas y también problemas pastorales, hijos de las situaciones diversas. Después de la Resurrección y Ascensión de Jesús, algunos, sobre todo los fariseos conversos, querían mantener a ultranza toda y completa la ley y las costumbres, tradiciones y ritos, incluso en principios que no eran objeto de fe. Los innovadores sagaces veían en ciertas prácticas judías una barrera para la conversión de los paganos y, acertadamente pensaban que la mayoría no aceptaría el evangelio por causa de ellas.

4. Pablo vivía el problema en Antioquía, en Asia meridional. Unos judios conservadores que fueron allí, inquietaron a los gentiles-cristianos, que siguiendo el criterio de Pablo y Bernabé, no habían sido circuncidados. Y les atemorizaron: "Si no os circuncidáis, no podéis salvaros". Se produjo un altercado fuerte. Hay que acudir a la Iglesia de Jerusalén. Está ya actuando el Espíritu, porque en vez de enconar el pleito, tuvieron sabiduría para someterlo al juicio de la Iglesia Madre. El problema era de envergadura y de consecuencias trascendentales para el porvenir del evangelio. Y se celebró el primer Concilio. El Concilio de Jerusalén. En él hubo una gran confrontación de pareceres. Para unos, la fe en Cristo no es suficiente para la salvación, es necesaria la circuncisión. Para otros, la ley había encaminado como pedagoga a los creyentes a Cristo. Llegado Cristo, él solo basta. Y el Concilio dijo: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables". Es una fórmula repleta de fe y de sensatez, que a mí siempre me ha conmovido Hechos 15,1.

5. El conflicto en la Iglesia entre distintas apreciaciones, tiene solución en la unidad de la doctrina del magisterio, infalible en lo tocante a la fe y costumbres, aunque discutible en lo pastoral y cambiante. Hace falta fe, humildad, sensatez y discernimiento.

6. Lo importante y fundamental es que "todos los pueblos alaben al Señor" Salmo 66. Esa es la misión esencial y universal de la Iglesia, a la que habrá que sacrificar muchos prejuicios, sentimientos y rudeza y cerrazón de criterio para integrar en la diversidad culturas, razas, tradiciones, que no sólo no restan, sino que enriquecen. 

7. Jesús nos recuerda en el evangelio que "el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo". El secreto de toda fecundidad apostólica consiste en abrirse a la acción del Espíritu Santo y que ésta hace intervenir la maternidad de gracias de María y nuestra unión a ella. Lo que constituye su alma y su unidad es el afán de poner en marcha, de una manera práctica y concreta, nuestra fe en el Espí-ritu Santo como inspirador de la Nueva Evangelización que se impone a nosotros y que tiene su punto de partida en el misterio de Pentecostés, vivido en unión con María, Madre de la Iglesia naciente" (Cardenal Suenens). 

Para el primer concilio y para todas las decisiones importantes, el Espíritu iluminará a su Iglesia, la familia de Dios en la tierra, construída con una muralla grande, custodiada por doce puertas, que son los Apóstoles del Cordero, iluminada por Dios, cuya lámpara es el Cordero Apocalipsis 21,10. Así la vio Juan hiperbólica y metafóricamente. Con un lenguaje lleno de poesía san Juan intenta describir la morada de los bienaventurados. 

8. La entera Historia de la Salvación es un lento caminar hacia la nueva Jerusalén, que san Juan imagina edificada como una Acrópolis “sobre un monte alto y elevado”. Como un bloque de oro puro, adornado con toda clase de piedras preciosas: topacios, rubíes, esmeraldas, zafiros, amatistas, brillantes, lapizlázulis..., reflejo de la gracia y la santidad del pueblo de Dios. Pero ni todo el oro ni todas las piedras preciosas son capaces de darnos una pálida idea de la gloria del cielo teológico, pues “ni ojo vio -dice san Pablo-, ni oído oyó, ni a la mente del hombre llegó lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (l Co 2,9). No podemos imaginarnos el cielo, porque el cielo es el océano de amor del corazón de Dios. 

9. La Ciudad de Dios tiene “doce puertas”, siempre abiertas, tres en dirección a cada uno de los cuatro puntos cardinales, como invitando a entrar a todos los pueblos y culturas. Ciudad capaz de albergar a la muche-dumbre incontable del pueblo de Dios (Ap 7,9). “Su longitud, anchura y altura son iguales”, lo que es signo de perfección y estabilidad. San Juan se ha inspirado en la forma cúbica del Sancta Sanctorum o lugar Santísimo del templo de Jerusalén (1 Re 6,20), pero con la diferencia de que el lugar Santísimo era totalmente oscuro, mientras que la Ciudad de Dios esta iluminada con la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero; y que mientras en aquella sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año, en el Yom Kippur, o Día de la Expiación, la Ciudad de Dios está abierta a todo el pueblo de Dios por ser un “Reino sacerdotal” (Ap 1,6). 

10. La Ciudad de Dios tiene grabados en sus doce puertas los nombres de las 12 tribus de Israel, y en los fundamentos de sus murallas los nombres de los doce apóstoles. Se sugieren así dos ideas básicas. Que el Antiguo y Nuevo Testamento son dos etapas de un solo plan de salvación que culmina en la Jerusalén del cielo. Y que la Iglesia es apostólica, es decir, edificada sobre el fundamento de la autoridad y la doctrina de los apóstoles de Cristo. 

11. Juan ve en el centro de la Ciudad el trono de Dios y del Cordero, a los que los bienaventurados contemplan cara a cara, y les rinden adoración y acción de gracias. Y reinan por los siglos de los siglos. Dios y el Cordero son la fuente de la vida eterna que colma la hondura del corazón humano. Por eso dice que del trono brota “un río de aguas vivas”, el cual riega, no un árbol de la vida como en el paraíso terrenal (Gn 2,9), sino toda una avenida bordeada de “árboles de la vida”. 

12. El Libro Sagrado comienza en el Génesis con un paraíso, perdido por el pecado del primer Adán, cuando Adán y Eva dejaron de vivir bajo el mismo techo de Dios, y termina en el Apocalipsis con el árbol del paraíso recuperado por la gracia del segundo Adán, Jesucristo. Cuando Dios se revela en el Sinaí, el pueblo permanece apartado: "Que nadie se acerque al monte" (Ex 24,2). Lo mismo ocurre con el "Sancta Sanctorum" del Templo. La Revelación nos dice que Dios poco a poco va acercándose a los hombres. Así intuyen los profetas que un día se reencotrarán: "No temas, el Señor tu Dios está en medio de tí", profetiza Sofonías. "Mi casa estará en medio de ellos", tercia Ezequiel. "Vengo a morar en tí" añade Zacarías. Juan afirma que Dios nunca será el acusador del hombre, sino su Defensor, su Consolador. Pero los dos últimos capítulos del Apocalipsis describen la felicidad del cielo con imágenes tomadas de los dos primeros capítulos del Génesis, contraponiendo aquella lejanía con esta intimidad con Dios, aquella desolación con los ríos de vida, árboles de vida y vida desbordante por todos lados. La puerta del paraiso perdido y cerrado, custodiada por los ángeles, ha sido abierta de nuevo. 

13. La Sagrada Escritura es el Libro de la Vida, es una invitación a la vida, a creer en la vida, a comer del árbol de la vida, a beber del río de la vida, para la que ha sido creado el hombre: vida plena, dichosa, indestructible. La vida de Jesucristo en plenitud, tal como la ha recibido del Padre y El nos participa: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Esta vida es un don presente y futuro: es un “ya” pero “todavía no”. Es la vida de la gracia que ya hemos recibido por la fe y el bautismo, pero que todavía no ha estallado en la vida de la gloria. Es como un capullo que florecerá en el Reino del cielo, cuando la vida redundará en el cuerpo resucitado y glorioso. Entonces podremos decir con san Ignacio de Antioquía: “Llegado allá, seré hombre” (Rm 6,2), seré hombre definitivamente realizado al compartir plenamente la vida de Dios.

14. Caminamos hacia ella, en medio de problemas y dificultades, sustentados también por los consuelos de Dios. Si guardamos la palabra de Jesús, que se resume en el amor, seremos amados por el Padre, que quiere hacer su morada en nosotros. Santa Teresa decía expresivamente: "No estamos huecas por dentro". En su libro "Las moradas del castillo interior", describe minuciosamente y con inmensa sabiduría, las siete moradas donde el rey habita. Estamos inhabitados por la Trinidad Santa. Dios termina así su larga búsqueda del hombre. 

15. El Apocalipsis anuncia el retorno de la paz cuando arroje fuera al diablo: "El dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero y sus ángeles fueron precipitados con él" (Ap 12,9). En adelante, la humanidad puede reintegrarse en la Trinidad, con un Hombre: Jesús. Ya puede reiniciarse la vida en común: "Vendremos a él y haremos morada en él". La Trinidad es la causa de la paz admirable que Cristo nos ofrece, diferente de la paz del mundo. Esta sólo pretende acallar las armas y las bombas y las intrigas de la guerra fría y el terrorismo en todos los grados. La de Jesús, sólo la comprende quien la vive. La paz que da Jesús es inalterable, no depende ni de las circunstancias, ni de los sucesos alegres ni de los tristes y pesarosos. Hoy estoy enfermo, mañana sano. Hoy estoy de buen humor, mañana de mal humor. Hoy luce el sol, mañana hay borrasca. Esto todo es en la superficie, como el mar, marejada, marejadilla, olas de cinco metros, mar en calma. En la superficie. En las profundidades siempre está quieto y en calma. Esa es la diferencia de la paz de Cristo de la que da el mundo. Si los hombres están alborotados es imposible la paz social, la paz mundial, la paz de las religiones. Es la paz que supera toda inteligencia como dice San Pablo en la carta a los Filipenses 4, 7. Porque no sólo es lo que Dios da, sino lo que Dios es. Nuestro Dios es dios de paz, decía santa Teresita. La paz de la conciencia, la paz con Dios, es la que Agustín buscaba en el amor humano de novio, de esposo, de padre, de amigo, en la ciencia, en la elocuencia, en la filosofía, en la fama. Sólo en Dios la encontró: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón no tiene paz hasta que descansa en ti, Hermosura tan Antigua y tan Nueva. Tarde te encontré. Pero llamaste, gritaste y rompiste mi sordera; brillaste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y estoy anhelándote”. La paz que da Jesús es ciencia incomunicable, aunque sus efectos son constatables. Apresurémonos a decir, que también esa paz tiene grados, como las moradas, y equivalentes a ellas Juan 14,23.

16. Paz que encontramos en los sacramentos pascuales, por los que ofrecemos al Padre la obra de su amor como culto vivo, propiciatorio y expiatorio, fuente de confianza en la resurrección de Cristo. 

J. MARTI-BALLESTER

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