COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 15, 9-17

 

1.

Juan, en las dos lecturas de este último domingo de Pascua, destaca lo que es el toque definitivo de la vivencia de la fe: el amor, el ágape. Interesa subrayar y meditar las notas más características, según Juan, de este amor.

1. El amor cristiano nace y empieza en Dios. Originariamente es cosa de Dios y no nuestra, la iniciativa es suya. Dios es amor, origen y motor del amor. El Hijo, Jesús, se origina del Padre en un proceso de Amor, que es el Espíritu. Este amor en Dios es comunidad, trinidad. Y este amor se va manifestando en la creación, en la encarnación, en filiación, en la amistad, en la alegría definitiva del encuentro final. Pero siempre el origen y el término es Dios.

2. El signo más claro, la encarnación de ese amor, es Jesús. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo. Tanto nos amó Jesús que se entregó a la muerte por nosotros. Jesús es la medida del amor de Dios y el ejemplo a seguir. Todas las palabras de Jesús, todos los hechos de su vida tienen este sentido. Jesús es el amor de Dios hecho rostro humano.

3. Este amor que nace en el Padre y pasa por Jesús termina necesariamente en los hermanos. Esto, para Juan, está bien claro y lo repite mil veces en su Evangelio y en sus cartas. El amor cristiano es ambivalente, tiene dos polos: Dios y los hermanos (el hombre). Quien no ama al hermano no conoce a Dios, no conoce a Jesús, no ha entendido lo que es la fe cristiana. Sin amor a Dios y a los hermanos no hay fe cristiana. Y un amor que tiene que concretarse en frutos, en obras.

4. Juan nos indica, también, algunos de los frutos del amor, como son la amistad, la gracia, la oración, las obras y la alegría. En el ambiente pascual en que estamos habría que destacar la alegría. "Que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud" (Jn 15, 13).

Con frecuencia apelamos a ciertas razones para no seguir este camino del amor. "Si tratamos, decimos, con amor a los demás, si dialogamos con todos, si nos abrimos sin prejuicios, los demás se aprovecharán y sacarán ventaja, o serán unos desagradecidos, o nos harán perder inútilmente el tiempo... Por eso, se sigue razonando, es mucho más práctico una buena disciplina, una mano dura, una cierta dosis de castigos, una prudente distancia, un cubrirse las espaldas, etc." (Santos Benetti). Estos criterios los puede dictar la prudencia humana, pero no el amor cristiano.

DABAR 1979 nº 32


 

2.

-"Esto os mando: que os améis". Con estas precisas y preciosas palabras termina el evangelio de este domingo. Con esas mismas palabras se despidió Jesús de sus discípulos durante la última cena, momentos antes de subir a la cruz para resucitar. La solemnidad del momento en que nos dio Jesús su mandamiento de amarnos, demuestra bien a las claras que es su última voluntad, la misión que nos encomienda con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste una y otra vez, como para que no pase inadvertido ni sea relegado a segundo plano.

Para mayor abundamiento, el mismo evangelista, que nos ha transmitido ese mandamiento de Jesús, hace suya la orden del Maestro y nos insta a que nos amemos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios.

-"Que os améis unos a otros como yo os he amado". El amor que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de simpatía. No se trata sólo ni precisamente de mirar a todo el mundo con una sonrisa en la boca o prodigando buenas palabras a diestro y siniestro.

Tampoco se trata de la caridad, con minúscula y caricaturesca, a que frecuentemente reducimos el mandamiento de Jesús. El evangelio no da pie para que evaluemos el amor en donativos de caridad, en limosnas, en desprendimiento de lo que nos sobra y vamos a tirar.

El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor. Un amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal. Pero un amor también efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Que cómo nos ha amado Jesús?

-"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores de Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a punto de hacer lo que nos mandaba hacer.

Al día siguiente de darnos el mandamiento del amor, moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado en su Hijo. Así quedaba meridianamente claro el modo del amor cristiano.

Y si el récord del amor cristiano está en dar la vida, parece claro que no será mucho exigirnos el dar todo lo que vale mucho menos que la vida, como es nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra dedicación, nuestras cosas, nuestro dinero.

-"Si guardáis mi mandamiento, permaneceréis en mi amor". Somos cristianos, amamos a Cristo, si y sólo si amamos al prójimo como Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Ahí podría estar, si la hay, la diferencia entre el amor cristiano y todas las formas del altruismo, en ese "como Dios nos ama". Esa medida, única capaz de acreditar nuestra fe, ha sido frecuentemente rebajada por los seguidores de Jesús. La historia de la Iglesia está salpicada de luces y sombras en este sentido. Pero hay luces suficientes para que pueda ser tenida como maestra. Durante toda su larga historia ha estado siempre pendiente de las necesidades y de los sufrimientos de los hombres: los pobres, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los abandonados, los moribundos, los perseguidos han sido acogidos en la iglesia. El calendario de los santos es un inmenso listado de hermosas obras del amor cristiano. Y ese listado aún no se ha cerrado. Muchas de las miserias del hombre se van resolviendo en la creciente acción social de los Estados. Pero ninguna política social puede alcanzar todas las miserias de todos los hombres ni podrá dar respuesta a todos los sufrimientos humanos. Por eso queda siempre un espacio abierto al amor de los creyentes y a la solidaridad de todos.

-"Permaneced en mi amor". Permanecer en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad. "Si las comunidades cristianas quieren ser fieles a la persona y al mensaje de Jesús, han de atender a los enfermos más desasistidos y necesitados con la misma solicitud con que él lo hizo... Jesús no pasó de largo ante los enfermos, el sector más desamparado y despreciado en la sociedad de su tiempo. Se acercó a ellos, se conmovió ante su situación, les dedicó una atención preferente, buscó el contacto humano con ellos, por encima, de las normas que lo prohibían, y les libró de la soledad y abandono en que se encontraban, reintegrándolos a la comunidad".

Así como Jesús amó a los hombres, a los enfermos y necesitados, así es como debemos amar. Recordemos su mandamiento. Practiquémoslo.

EUCARISTÍA 1988 nº 23


3. ACI DIGITAL 2003

9. No se puede pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable, y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por El. Sabíamos que nadie ama más que el que da su vida (v. 13), y que El la dio por nosotros (10, 11), y nos amó hasta el fin (13, 1), y la dio libremente (10, 18), y que el Padre lo amó especialmente por haberla dado (10, 17); y he aquí que ahora nos dice que el amor que El nos tiene es como el que el Padre le tiene a El, o sea que El, el Verbo eterno, nos ama con todo su Ser divino, infinito, sin límites, cuya esencia es el mismo amor (cf. 6, 57; 10, 14 s.). No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta "buena nueva", ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable del amor que pretendemos tenerle a El (véase como ejemplo 13, 36 - 38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él. Cf. I Juan 4, 16 y nota.

11. Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. En 16, 24; 17, 13; I Juan 1, 4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor.

14. Si hacéis esto que os mando, es decir, si os amáis mutuamente como acaba de decir en el v. 12 y repite en el v. 17, porque el mandamiento del amor es el fundamento de todos los demás (Mat. 7, 12; 22, 40; Rom. 13, 10; Col. 3, 14).

15. Notemos esta preciosa revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y El mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo.

16. Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos, no solamente que de El parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él. Infinita suavidad de un Maestro que no repara en humillaciones porque es "manso y humilde de corazón" (Mat. 11, 29). Infinita fuerza de un amor que no repara en ingratitudes, porque no busca su propia conveniencia (I Cor. 13, 5). Vuestro fruto permanezca: Es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mat. 12, 19 y nota: "), pero sí la transformación interior de las almas. De igual modo a los falsos profetas, dice Jesús, se les conoce por sus frutos (Mat. 7, 16), que consisten, según S. Agustín, en la adhesión de las gentes a ellos mismos y no a Jesucristo. Cf. 5, 43; 7, 18; 21, 15; Mat. 26, 56.

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