29 HOMILÍAS PARA EL VI DOMINGO DE PASCUA
22-29

22. COMENTARIO 1

¿UNA ETICA CRISTIANA?

¿Existe una ética cristiana? ¿Existen unas normas de com­portamiento que se puedan considerar propiamente cristianas?

No. No se trata de ponerlo todo en duda. Hay normas o principios de comportamiento que son aceptados y defendidos por la Iglesia, pero que no le pertenecen en exclusiva, sino que son patrimonio de toda o de gran parte de la humanidad. En­tonces, ¿qué es «lo propio» del comportamiento cristiano?


«SI ME AMAIS. . . »

Además de los buenos sentimientos que de forma natural pueda tener una persona, en el origen del comportamiento cris­tiano hay un hecho fundamental: la relación del creyente con Jesús de Nazaret. Una relación que es, primero, de adhesión a su persona y a su proyecto de hombre y de humanidad; y en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, una rela­ción de amor que conduce a la plena identificación entre Jesús y el creyente.

Según esto, el comportamiento del creyente en Jesús no se rige por unas normas impuestas o por unos principios aceptados sin rechistar, ni de una ley que se le impone desde fuera, sino, muy al contrario, su actuación nace del amor, sus normas de comportamiento se las da él mismo, le salen de dentro como consecuencia de su identificación personal con Jesús: «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama».


«... CUMPLIREIS LOS MANDAMIENTOS MIOS»

Pero ¿cuáles son esos mandamientos?

En el capítulo anterior de su evangelio, Juan nos deja el testimonio del único mandamiento que Jesús ha dejado a los suyos, un mandamiento nuevo que, por serlo, sustituye a los mandamientos viejos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vos­otros amaos unos a otros. En esto conocerán que sois discí­pulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (13,34). Jesús, que acababa de aceptar su muerte como culminación de su entrega en favor de los hombres sus hermanos y que de esa manera llevaba su amor hasta el extremo, se pone como ejem­plo y medida del amor entre sus discípulos. Y hace de ese amor el signo mediante el cual se podrá reconocer en adelante a sus seguidores. Poner en práctica en cada caso y en cada cir­cunstancia este único mandamiento, en eso consisten los man­damientos de Jesús.

En realidad, el mandamiento nuevo no es sino el encargo de Jesús a sus seguidores para que continúen su misión. En efecto, antes de hablar del mandamiento nuevo, Jesús, en el evangelio de Juan, había hablado dos veces de la misión que él tenía que desarrollar diciendo que era un mandamiento, un encargo de su Padre. La primera vez se refiere a lo que tenía que hacer: «Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre» (Jn 10,17-18). Entregar la vida voluntariamente, éste es el mandamiento que Jesús ha recibido de su Padre. La segunda vez se refiere a lo que Jesús tiene que decir, al men­saje que tiene que comunicar: «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que proponer, y sé que su mandamiento significa vida definitiva» (Jn 12, 49-50). El mandamiento del Padre consiste en que comunique un mensaje que es al mismo tiempo una oferta de vida, que si la aceptamos, nos hace hijos y nos compromete a trabajar para convertir este mundo en un mundo de hermanos.

A la luz de estos mandamientos que cumple Jesús debe­mos entender el mandamiento que él nos deja.


UN COMPORTAMIENTO CRISTIANO

En consecuencia, una moral cristiana no se distingue de otras porque, por ejemplo, condena el divorcio o prácticamen­te todo lo relacionado con el sexo. No. La moral, la ética cris­tiana se distingue porque nace de un amor hasta el extremo y tiene como meta practicar un amor de la misma calidad. En todo tipo de relación interpersonal, ésta es la característica que debe distinguir el comportamiento de los cristianos. (De este modo, el matrimonio cristiano, siguiendo con el ejemplo, no se distingue de un matrimonio no cristiano en su indisolu­bilidad, sino en que marido y mujer se quieren tanto que están dispuestos a dar la vida el uno por el otro y, en ese amor, sien­ten la presencia del amor sin límites del mismo Jesús. Y en que ese amor no se encierra ni siquiera en los límites del ma­trimonio mismo, ni en los de la familia, ni dentro de ningún otro límite, sino que se extiende y se comunica a cuantos pue­da alcanzar. De esa manera, la pareja se convierte en una uni­dad de lucha en favor de un mundo de hermanos en el que sea posible la felicidad de todos los seres humanos. La indisolubi­lidad vendrá por añadidura.)


¿SEREMOS CAPACES?

Si quisiéramos hacer un esfuerzo de síntesis de la ética cristiana podríamos proponer esta fórmula: Todo lo que se opone, estorba o ignora cualquier tipo de amor es moralmente malo. Todo lo que es amor es moralmente bueno; todo lo que es amor hasta el extremo y, por tanto, compromiso de realizar el proyecto de un mundo de hermanos, es específicamente cristiano.

Comportarse de esa manera es, sin duda, un proyecto difí­cil. Pero Jesús no nos deja solos: antes de marcharse promete el envío de alguien que nos sirva de apoyo: «Yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad...»; y anuncia su próxima vuelta («No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros») a un mundo que lo ha rechazado, que no lo reconoce, pero en el que ha quedado un grupo de personas que, median­te la práctica del amor, están identificados con él y se han comprometido a hacer posible que en el mundo sea verdade­ramente posible el amor. ¿Seremos capaces?


23. COMENTARIO 2

15-17 «Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; yo, por mi parte, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vos­otros y además estará con vosotros».

Por primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él: la adhesión a su persona y obra se convierte en un impulso de identificación con él. Después de haber expuesto el mandamiento nuevo (13,34), habla Jesús de “sus mandamientos”: El primero expresaba la actitud del discípulo y creaba la solidaridad del amor. “Los mandamientos suyos”, cuyo contenido nunca se explicita, son las exigencias de actuación que las circunstancias presentan al amor de los discípulos. En “el manda­miento” habla Dios en el interior del discípulo; en “los mandamientos” le habla desde la realidad histórica.

Si Jesús conserva el término “mandamiento” para designar esta realidad, es sólo para oponer su norma de vida a los mandamientos de la Ley antigua, que quedan superados.

El amor de identificación con Jesús no absorbe al discípulo, sino que lo abre a los demás. No hay verdadero amor a Jesús que no lleve al amor de los otros.

Por la identificación con Jesús, los mandamientos pierden todo carácter de imposición; son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser como Jesús, y a esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de la obe­diencia de los discípulos a normas externas, sino de la expansión exte­rior de la sintonía con Jesús.

Mientras estaba con ellos, Jesús les ha enseñado y los ha protegido. El Espíritu será “otro valedor”, toma el puesto de Jesús. La comunidad lo recibirá gracias a él.

El término “valedor”, que se aplica al Espíritu, significa el que ayuda a la comunidad en cualquier circunstancia. Es el Espíritu de la verdad, por ser él la verdad y comuni­carla. El término “verdad” significa también “fidelidad / lealtad" (cf. 4,24) y está en conexión con el amor (1,14). El Espíritu de la verdad-amor da libertad al hombre, pues la verdad hace libres (8,31s); él continuará el proceso de liberación.

El mundo, el orden injusto, el sistema de poder, profesa “la mentira”, una ideología que propone como valor lo que es contrario al designio creador, lo que merma la vida del ser humano. El sistema es la mentira institucionalizada, que llega al homicidio, a la supresión de la vida (8,44). No puede percibir el Espíritu de la verdad ni conocerlo, pues la estructura de muerte es incompatible con el principio de vida.

Los discípulos tienen experiencia del Espí­ritu en Jesús; pero esta experiencia será mayor en el futuro, cuando lo reciban ellos mismos y esté en ellos como principio dinámico y vivificante.


18-20 «No os voy a dejar desamparados, volveré con vos­otros. Dentro de poco, el mundo dejará de verme; vos­otros, en cambio, me veréis, porque de la vida que yo tengo viviréis también vosotros. Aquel día experimenta­réis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros».

Jesús sigue preparando a sus discípulos para el momento de su ausencia; les da todas las seguridades para que no estén intranquilos. No los dejará huérfanos, indefensos.

Su ausencia no será definitiva; promete su vuelta dentro de poco. Después de su muerte, no se manifestará al mundo, pero sí a ellos. Al participar de su misma vida, que es su Espíritu, experimentarán su presencia.

“Aquel día” llegará cuando Jesús se haga presente, ya resucitado, a su comunidad. El efecto de la comunicación de la vida-Espíritu será la experiencia de identificación con Jesús y con el Padre. Comunión de vida entre Dios y los hombres: se constituye así un núcleo de donde irradia el amor.


21 «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cum­ple, ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré mani­festándole mi persona».

De su relación y la del Padre con la comunidad pasa Jesús a la que establecen con cada miembro de ella. Su comunidad no es gregaria, ni su Espíritu uniforma; cada uno es responsable de su modo de obrar.

El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. La actividad en favor del hombre (mis mandamientos) es lo único que da realidad al amor a él (cf. 14,15) y, por tanto, el único criterio para verificar su existencia. El amor a Jesús consiste, por tanto, en vivir sus mismos valores y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción.

La semejanza con Jesús, efecto de ese amor, provoca una respuesta de amor de parte del Padre, que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La respuesta de Jesús se traducirá en una manifestación personal suya. El Padre y Jesús, que son uno, responden al unísono. El Padre considera hijo al que ama como Jesús; Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia manifestación, porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21); en él se revela el Padre (14,9).


24. COMENTARIO 3

La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4, 1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10, 5; Lc 9, 51-56; 17,16; Jn 8, 48). Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (Cfr. 2Re 17, 24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garizim. Por todo esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto éxito como testimonia el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, “se llenó de alegría”.

Esta obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.

La 2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que su inauguración. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un “Paráclito”, un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

Los grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.

El mundo no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.

Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas a este evangelio). Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


25.

HOMILÍA Durante la solemne concelebración eucarística presidida por el Santo Padre en Ischia, domingo 5 de mayo 2002

Escucha, acoge, ama

En la misa concelebraron con Su Santidad numerosos obispos y todos los sacerdotes de la isla

El día 5 de mayo, VI domingo de Pascua, el Santo Padre realizó una visita pastoral a la isla de Ischia, en la que, por la mañana, presidió la celebración eucarística a la orilla del mar y, por la tarde, tuvo un encuentro con los jóvenes.

La Iglesia particular de Ischia, que hunde sus raíces en las comunidades cristianas primitivas y ha sido fecundada con la sangre de numerosos mártires, dispensó al Vicario de Cristo una acogida cordial y festiva. En su itinerario, desde el helipuerto de Casamicciola hasta la plaza Aragonesa de Ischia, las paredes se hallaban adornadas con grandes carteles, que rezaban: "Gracias por haber venido", "Eres un Padre con el corazón de una madre", "Ischia te ama" y, en latín, "Tota tua" (toda la isla es tuya).

En la santa misa, presidida por el Papa, concelebraron el cardenal Michele Giordano, arzobispo de Nápoles; mons. Filippo Strofaldi, obispo de Ischia, quien dirigió al Vicario de Cristo unas palabras de saludo y bienvenida al inicio de la liturgia; mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado; mons. Paolo Romeo, nuncio apostólico en Italia y en la República de San Marino; mons. James Michael Harvey, prefecto de la Casa pontificia; mons. Stanislaw Dziwisz, prefecto adjunto; otros diez arzobispos y doce obispos italianos, y todos los sacerdotes de la isla. Asistieron a la misa numerosas autoridades locales y regionales, así como representantes del Gobierno italiano.

Durante la oración de los fieles, introducida por el Obispo de Roma, se pidió en particular por la Iglesia de Cristo, para que crezca en el amor; por el Santo Padre Juan Pablo II, mensajero de paz y esperanza, para que el Espíritu del Señor lo sostenga en su misión apostólica de confirmar a todos los creyentes en la fe; por la Iglesia peregrina de Ischia; por los que tienen responsabilidades políticas y administrativas; y por todos los hijos de Dios, para que, conscientes de su dignidad profética, sacerdotal y real, lleguen a ser un evangelio vivo.

Entre los dones que ofrecieron los fieles de Ischia al Papa se hallaban: una píxide y flores; un cesto de pescado fresco; cestos con limones de la isla; un cuadro que reproduce las bellezas naturales de Ischia; y un cesto con dos palomas.

Durante la celebración el Santo Padre pronunció la homilía que ofrecemos.

Al final de la ceremonia, Juan Pablo II dirigió la meditación mariana que publicamos en la primera página.

1. "Queridos hermanos, glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 P 3, 15).

Con estas palabras del apóstol san Pedro, deseo saludaros a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de Ischia. ¡Gracias por vuestra cordial acogida!

Saludo en primer lugar, a vuestro amado pastor, monseñor Filippo Strofaldi, al que agradezco las palabras de bienvenida que ha querido dirigirme en vuestro nombre. Extiendo mi saludo cordial al cardenal de Nápoles, a los obispos de Campania y a los demás prelados presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a los diversos componentes de la familia diocesana.

Dirijo un saludo deferente a los representantes del Gobierno italiano, así como a los representantes del ayuntamiento, de la provincia de Nápoles y de la región de Campania. Saludo también a las demás autoridades políticas y militares que con su presencia han querido honrar nuestro encuentro. Doy las gracias, asimismo, a cuantos han prestado su generosa colaboración para preparar mi visita.

Por último, os estrecho en un gran abrazo a todos vosotros, habitantes de la isla, y en especial a los ancianos, a los enfermos, a los niños y a las familias, sin olvidar a los que, por diferentes motivos, no han podido estar con nosotros hoy.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, permitidme que, en el marco de esta solemne y festiva celebración eucarística, dirija a vuestra amada comunidad tres palabras importantes, tomándolas de las lecturas bíblicas recién proclamadas.

La primera es: "¡escucha!". La encontramos en el vivo relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra que "el gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque había oído hablar de los signos que hacía y los estaba viendo" (Hch 8, 6). La escucha del testigo de Jesús, que habla de él con amor y entusiasmo, produce, como fruto inmediato, la alegría. San Lucas observa: "La ciudad se llenó de alegría" (Hch 8, 8).

Comunidad cristiana de Ischia, si quieres experimentar también tú esta alegría, ¡permanece a la escucha de la palabra de Dios! Así cumplirás tu misión, caminando bajo la acción del Espíritu Santo. Difundirás el evangelio de la alegría y de la paz, permaneciendo unida a tu obispo y a los sacerdotes, sus primeros colaboradores.

Como sucedió con la comunidad de Samaría, de la que habla la primera lectura, también descenderá sobre ti la efusión abundante del Consolador, el cual, como recuerda el concilio Vaticano II, "mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad" (Dei Verbum, 5).

3. Amadísimos hermanos y hermanas, hay una segunda palabra que quisiera dirigiros, y es: "¡acoge!". Vuestra espléndida isla, meta de gran número de visitantes y turistas, conoce bien el valor de la acogida. Por tanto, Ischia puede convertirse también en un laboratorio privilegiado de la típica acogida que los discípulos de Cristo están llamados a ofrecer a todos, sea cual sea el país del que procedan y sea cual sea la cultura a la que pertenezcan. Sólo quien ha abierto su corazón a Cristo es capaz de ofrecer  una acogida nunca formal y superficial, sino caracterizada por la "mansedumbre" y el "respeto" (cf. 1 P 3, 15).

La fe acompañada por obras buenas es contagiosa y se irradia, porque hace visible y comunica el amor de Dios. Tended a vivir este estilo de vida, escuchando las palabras del apóstol san Pedro, que acabamos de proclamar en la segunda lectura (cf. 1 P 3, 15).

Exhorta a los creyentes a estar siempre prontos "para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere". Y añade: "Mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal" (1 P 3, 17).

4. ¡Cuánta sabiduría humana y cuánta riqueza espiritual en estos consejos ascéticos y pastorales, sencillos pero fundamentales! Estos consejos nos llevan a la tercera palabra que quisiera dirigiros: "¡ama!". La escucha y la acogida abren el corazón al amor. El pasaje del evangelio de san Juan que acabamos de leer nos ayuda a comprender mejor esta misteriosa realidad. Nos muestra que el amor es la plena realización de la vocación de la persona según el designio de Dios. Este amor es el gran don de Jesús, que nos hace verdadera y plenamente hombres. "El que acepta mis mandamientos y los guarda -dice el Señor-, ese me ama. Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelará a él" (Jn 14, 21).

Cuando nos sentimos amados, nos resulta más fácil amar. Cuando experimentamos el amor de Dios, estamos más dispuestos a seguir a Aquel que amó a sus discípulos "hasta el extremo" (Jn 13, 1), es decir, hasta la entrega total de sí mismo.

La humanidad necesita hoy, tal vez más que nunca, este amor, porque sólo el amor es creíble. La fe inquebrantable en este amor inspira en los discípulos de Jesús de todas las épocas pensamientos de paz, abriendo horizontes de perdón y concordia. Ciertamente, esto es imposible según la lógica del mundo, pero todo resulta posible para quien se deja transformar por la gracia del Espíritu de Cristo, derramada con el bautismo en nuestro corazón (cf. Rm 5, 5).

5. Iglesia que vives en Ischia, sé dócil y obediente a la palabra de Dios y serás laboratorio de paz y de auténtico amor. Así llegarás a ser una Iglesia cada vez más acogedora, donde todos se sientan como en su casa. Los que vengan a visitarte saldrán fortalecidos en el cuerpo, pero aún más robustecidos en el espíritu.

Bajo la guía iluminada y prudente de tu pastor, sé una comunidad que sepa escuchar, una tierra dispuesta a acoger, y una familia que se esfuerce por amar a todos en Cristo.

Te encomiendo a la Virgen María, Madre del Amor hermoso, para que te ayude a hacer que resplandezca tu identidad de Iglesia de Cristo, de Iglesia del amor.

Que te sirvan de ejemplo y te ayuden tus santos patronos, en los que se ha concretado de modo visible y creíble la caridad divina.

Amadísima Iglesia que vives en Ischia, el soplo del Espíritu de Cristo te impulsa hacia los horizontes ilimitados de la santidad. No temas. Al contrario, rema mar adentro con confianza. Avanza siempre con confianza.

¡Alabado sea Jesucristo!


26. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (Cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garizim. Por todo esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto éxito como testimonia el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, "se llenó de alegría".

Esta obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.

La 2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que su inauguración. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un "Paráclito", un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

Los grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.

El “mundo” (en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.

Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico.

Para la revisión de vida

Con frecuencia entendemos el amor que nuestra fe nos pide como una cuestión de sentimientos; pero, de ser así, ¿cómo entender el amor al enemigo, que nos pide Jesús? El amor cristiano no es tanto un sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con sentimentalismos o, como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?; ¿vivo mi fe como un “asunto del corazón” o como un asunto de mi vida entera?; ¿recuerdo y vivo aquello de “obras son amores y no buenas razones”?

Para la reunión de grupo

- En el evangelio de hoy Jesús nos promete la compañía del Espíritu en la comunidad. ÉL nos llevará a la verdad completa, y gracias a Él no estaremos solos. Sin embargo, en la historia de la Iglesia –y probablemente, en nuestra propia infancia- nuestra formación cristiana dejó a un lado al Espíritu. Dios, sin más especificación, era Dios Padre, y Cristo era el protagonista del proyecto del Padre. El Espíritu con frecuencia brillaba por su ausencia. ¿A qué se debe este olvido del Espíritu en nuestra historia cristiana? ¿Qué consecuencias ha podido traer?

- Por otra parte, es verdad que decir de un grupos que es pentecostal, espiritual, pentecostalista o espiritualista, carismático… son calificaciones con frecuencia entendidas como negativas. ¿Por qué? ¿En qué peligros se basa este temor?

- El Espíritu es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que Dios nos asigna a personas y comunidades; sin Espíritu, la religión se queda en magia; con Espíritu se convierte en vida; ¿cómo celebra nuestra Iglesia los sacramentos: como ritos mágicos, como celebraciones folclóricas? ¿En qué sentido?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está en sus normas e instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor.

- Por todos los creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido la Buena Noticia y sintamos también el impulso de anunciarla a los demás. Roguemos al Señor.

- Por todos los que ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres, para que nuestro testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al Señor.

- Por los jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen a construir un mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos al Señor.

- Por todos los pobres del mundo, para que los cristianos, con nuestra fraternidad solidaria, seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus limitaciones. Roguemos al Señor.

- Por todos nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la que se alimente nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir nuestro amor a los demás. Roguemos al Señor.

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, has hecho renacer nuestra esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de su Causa, de modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con las obras, las razones de la esperanza que nos sostiene. Por Jesucristo.


27. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentario general

HECHOS 8, 5-8. 14-17:

Es una página hermosa de la expansión del Evangelio más allá de Jerusalén y de Judea:

— Y precisamente la persecución en la que ha perdido la vida Esteban servirá de ocasión providencial para que los mensajeros del Evangelio lleven la luz de la fe a nuevas zonas. Les había dicho el Maestro: «Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las Sinagogas. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra» (Mt 10, 17. 23).

— Fieles a esta norma del Maestro, los perseguidos en Jerusalén «se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria; e iban de un lugar a otro predicando la Palabra» (v 4). El diácono Felipe, el más cercano a Esteban (Act. 6, 5) en ideología y en espíritu, huyendo de la persecución de Jerusalén se encamina a Samaria. Con su predicación y los milagros que la acompañan gana a los samaritanos a la fe en Jesús Mesías (5-8). No será ésta la única vez en la historia de la Iglesia en que un plan de persecución y exterminio proyectado por los hombres queda trocado por la Providencia de Dios en plan de gracia y salvación. El Mensaje del Evangelio toma otros caminos. Los mensajeros se desinstalan porque el ímpetu del Espíritu los impele a nuevas conquistas.

— Aquella vez la persecución no iba directamente contra los Apóstoles (8, 1). Estos, más respetuosos con la Ley Mosaica y las Tradiciones que los helenistas, no son molestados en aquel motín que costó la vida a Esteban. Pedro, en su calidad de Pastor supremo, gobierna e inspecciona los nuevos núcleos o comunidades cristianas que van surgiendo. Conocedor de los éxitos del diácono Filipo en Samaria, se dirige con Juan a la nueva Comunidad para administrar a los neófitos la Confirmación (16), completar la organización y desarrollo de la nueva Comunidad cristiana.

1 PEDRO 3, 15-18:

San Pedro adoctrina a los neófitos y les da normas de conducta para con los perseguidores.

— Bien que la persecución nace de la malicia o de la ignorancia de los perseguidores; mediante ella Dios realiza sus planes salvíficos (17) y trueca en bien lo que los hombres planean para mal. En la persecución se acrisola el cristianismo y brilla con destellos más fúlgidos la fe.

— Cuanto al comportamiento que el cristiano debe tener frente a los enemigos y perseguidores, San Pedro nos proporciona este magnífico programa:

a) Fe consciente, luminosa y radiante: «Siempre dispuestos a dar respuesta a quien os pregunte acerca de la esperanza que profesáis» (15). El cristiano no tiene otras armas que la verdad. El la expone a vista de todos con hidalguía. Sin orgullo y sin complejos. El mensaje del Evangelio presentado con nitidez desarma a quienes por ignorancia o prejuicios persiguen a los cristianos. b) A la vez deben proceder con «suavidad y respeto (16a). La verdad se expone, no se impone. El buen cristiano, teólogo, apologista, misionero, testigo, mártir, a los no cristianos y aun a los que ni aceptan el Evangelio ni respetan a los fieles, él debe siempre amarlos y respetarlos. c) Conducta intachable: «Proceded siempre con buena conciencia» (16 b). Tal debe ser la luz de nuestra vida cristiana, que ella por sí sola disipe la niebla de todas las calumnias. Si nos atenemos a este programa seguro que la persecución no será dañosa a los fieles. La primera persecución, la que causó la muerte de Esteban, produjo al poco como fruto la conversión de Saulo, sin duda el más fiero de cuantos se oponían al Protomártir. El Concilio nos recuerda: «Más aún, la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios (G. S. 44). La Iglesia sabe por fe y por experiencia de siglos: Etian plures efficimur quoties metimur a vobis; semen est sanguis cristianorum. (Ter Apolog 5, 103.)

— Notemos también en la perícopa .que hoy leemos dos testimonios que nos da Pedro de la divinidad de Cristo: a) Aplica a Cristo Jesús lo que Isaías (8, 12) dice de Yahvé (15). b) Distingue en Jesús la doble naturaleza: la mortal de su carne y la Divina de su Espíritu (18).

JUAN 14, 15-21:

En el Discurso de despedida Jesús hace a sus discípulos preciosas promesas:

— Promesa de enviarnos el Espíritu Santo: Reitera Jesús esta promesa y denomina con varios títulos al divino Espíritu que el Padre nos dará y que morará siempre en nosotros (16). Es el Espíritu Paráclito: Consolador-Abogado-Defensor. Es el Espíritu de la Verdad (17). Es el Espíritu Santo (26). En el corazón de la Iglesia de Cristo y en el corazón de cada uno de sus fieles mora este divino Espíritu que es luz y verdad, gozo y vigor, santidad y vida inmaculada. Al impulso de este Espíritu la Iglesia y los fieles buscan y alcanzan metas de santidad y de expansión ilimitadas: Quia Dominus Jesus, peccati triumfater et mortis, ascendit summa coelorum, Mediator Dei et hominum. (Praef.) El Resucitado asiste y está presente a su Iglesia. La victoria del Resucitado garantiza la fe de la Iglesia.

— Promesa de la presencia de Cristo: A la presencia sensible sigue una presencia espiritual y mística, más rica aún que la sensible: «No os dejaré huérfanos; vuelvo a vosotros» (18). Jesús vive glorificado. Y por la fe, el amor y, sobre todo por la Eucaristía, vive en nosotros. Este círculo de amor, de gozo y de vida nunca se interrumpirá: «Yo en el Padre — Vosotros en Mí—Yo en vosotros» (20).

— Promesa del amor del Padre: «El que me ama será amado por mi Padre» (21). El amor del Padre nos llega por Cristo. Un amor tan sincero, seguro y cálido que el Padre hace de nuestras almas su cielo, su más gozosa morada (23).

(José Ma. Solé Roma,O. M. F., Ministro de la palabra, ciclo A, Ed. Herder, Barcelona1979, pags 117-120)


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San Juan Crisóstomo.

Homilía LXIXIV

Dícele Felipe: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta. Le dice Jesús: Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me has conocido? El que me ha visto a Mi también ha visto al Padre (Juan XIV, 8-9).

Decía el profeta a los judíos: Tú tenias rostro de mujer descarada, puesto que tratas con todos en forma imprudente. Por lo visto, tal cosa puede con todo derecho decirse no sólo de aquella ciudad, sino de todos cuantos imprudentemente se oponen a la verdad. Como Felipe dijera: Muéstranos al Padre, Cristo le responde: Felipe: ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? Y a pesar de todo, los hay: que tras de semejantes expresiones todavía separan las substancias de! Padre y del Hijo; y eso que no podrás encontrar vecindad más aceptada. No faltaron herejes que por ellas fueron a dar al error de Sabelio.

Por nuestra parte, dejando a un lado a unos y a otros, como opuestos impíamente a la verdad, examinamos el exacto sentido de las palabras. Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me conoces? Tero qué es esto acaso eres tú el Padre por el cual yo pregunto? Responde Cristo: ¡No! Por eso no dijo: No lo has conocido; sino: :No me has conocido, queriendo declarar tan sólo que no es el Hijo otra cosa sino lo que es el Padre, pero permaneciendo Hijo. ¿Por qué se atrevió Felipe a semejante pregunta? Había dicho Cristo: Si me conocéis a Mí, también habéis; conocido al Padre. Y lo mismo había dicho varias veces a los judíos. Ahora bien, pues así los judíos como Pedro con frecuencia habían preguntado a Jesús quién era el Padre, y lo mismo había hecho Tomas, pero ninguno había recibido una respuesta clara, sino que aún ignoraban quién era, Felipe, para no parecer molesto, ni molestara Jesús tratándolo a la manera de los judíos, en cuanto dijo: Muéstranos al Padre, añadió enseguida: Y eso nos basta. Ya no preguntamos más.

Cristo había dicho: Si me conocéis a Mi también habéis conocido a mi Padre, de modo que El por Sí mismo manifestaba al Padre. Pero Felipe invirtió el orden diciendo: muéstranos al Padre, como si ya conociera a Cristo exactamente. Cristo no accedió, sino que lo volvió al camino, persuadiéndolo a conocer al Padre por el mismo Jesús. Felipe quería verlo con los ojos corporales, tal vez porque sabia que los profetas habían visto a Dios. Pero, oh Felipe, advierte que eso se ha dicho hablando al modo humano y craso. Por eso decía Cristo: a Dios nadie lo vio jamás; y también: Todo el que oye el mensaje des Padre, vosotros jamás habéis oído mi voz, ni jamás habéis visto mi rostro. Y en el Anticuo Testamento Nadie puede ver ml rostro y seguir viviendo. Qué le responde Cristo: Felipe: tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? No le dice: Y no me has visto, sino: No me has conocido. Pero, Señor: ¿ es acaso a Ti a quien quiero conocer? Yo quiero ahora conocer a tu Padre ¿ y Tu me dices: no me has conocido? ¡No hay lógica en esto! U sin embargo la hay y muy exacta. Puesto que el Hijo es una misma cosa con el Padre, aunque permaneciendo Hijo, lógicamente Jesús manifiesta en Sí al Padre. Pero enseguida, distinguiendo las Personas, dice: El que me ha visto a Mi también has visto al Padre, para que nadie diga que una misma Persona es Padre y es Hijo. Si el Hijo fuera al mismo tiempo Padre, no diría: Quien a Mi me ve también a El lo ve.

Más ¿ por qué no le dijo: Pides un imposible para quien es puro hombre? ¡Eso sólo a Mí me es posible! Como Felipe había dicho: Eso nos basta, como si ya lo viera, Cristo le declara que ni a El mismo lo ha conocido; pues si hubiera podido conocer a Cristo habría conocido al Padre ya. De otro modo: Ni a Mi ni al Padre puede alguno conocernos. Felipe buscaba el conocimiento mediante la vista; y como pensaba. que ya conocía a Cristo, quería ver del mismo modo al Padre. Cristo le declara que ni a El mismo lo conoce.

Si alguien en estas palabras quiere entender por conocimiento la visión, no lo contradiré. Pues dice Cristo: El que me conoce, conoce también al Padre. Pero no es eco lo que quiere significar Cristo, sino demostrar su consubstancialidad con el Padre. Como si dijera: El que conozca la sustancia mía, conoce por lo mismo al Padre. Instarás: pero ¿qué solución es ésa? También el que ve las creaturas conoce a Dios. Sin embargo, todos ven las creaturas y las conocen, pero a Dios no. Investiguemos qué es lo que Felipe anhela ver. ¿Es acaso la sabiduría del Padre o su bondad? ¡De ninguna manera! Sino qué cosa es Dios en su misma sustancia. A esto responde Cristo: El que me ve a Mi. Quien ve las creaturas no ve la sustancia de Dios. Cristo dice: El que me ve ha visto al Padre. Si El fuera de otra sustancia no lo habría aseverado.

Para usar de un lenguaje más craso, nadie que no conozca el oro puede ver en la plata la sustancia del oro, puesto que es imposible conocer una naturaleza en otra distinta. De modo que con razón Cristo increpó a Felipe y le dijo: Tanto tiempo he estado con vosotros. Como si le dijera: Tantas enseñanzas has recibido, tantos milagros has visto realizados por mi autoridad propia, cosas todas privativas de la divinidad y que solamente el Padre hace, como la remisión de los pecados, la revelación de lo íntimo y secreto, las resurrecciones, la creación de los miembros hecha mediante un poco de lodo ¿y no me has conocido? Como estaba Cristo vestido de nuestra carne, dice: No me ayas conocido. ¿Has visto al Padre? No busques más. En Mí lo has visto. Si me has visto ya no investigues más con vana curiosidad: en Mi mismo lo has visto. ¿No crees que yo estoy con el Padre. Es decir: ¿que yo me presento en su misma sustancia? Las cosas que Yo os manifiesto no son invención mía. ¿Adviertes la suma vecindad y cómo son una misma y única sustancia? El Padre que mora en mi El mismo realiza las obras. Mira cómo pasa a las obras habiendo comenzado por las palabras. Lógicamente debió decir: El es quien pronuncia las palabras; pero es que toca aquí dos cosas: la doctrina y los milagros; o también quiere decir que las palabras mismas ya son obras.

Mas ¿cómo hace el Padre esas obras? Porque en otro lugar dice Cristo: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. ¿Por qué aquí dice que es el Padre quien las hace? Es para indicar con esto que no hay intermedio entre el Padre y el Hijo. Es decir: No procede el Padre de un modo y Yo de otro; puesto que en otra parte asegura: Mi Padre en todo momento trabaja y Yo también trabajo. En ese pasaje indica no haber ninguna diferencia, y aquí declara de nuevo lo mismo.

No te extrañes de que las palabras a primera vista parezcan algo rudas. Pues las dijo después de haber dicho a Felipe: ¿No crees? dando a entender que en tal forma atemperaba sus expresiones que arrastraran a Felipe a la fe. Conocía los corazones de sus discípulos. ¿Creéis que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mi? Convenía que vosotros, en oyendo Padre e Hijo, no preguntarais más, para confesar enseguida ser ambos una sola y la misma sustancia. Pero si eso no os basta para demostrar la igualdad de honor y la consubstancialidad, aprendedlo recurriendo a las obras. Aquello de: quien me ha visto también ha visto a mi Padre, si se hubiera referido a las obras, no habría añadido ahora: A lo menos por las obras creedme.

Luego, declarando que puede no únicamente éstas, obras, sino otras mucho mayores que éstas, lo hace mediante una hipérbole. Porque no dice: Puedo hacer obras mayores que éstas, sino lo que es mucho más admirable: Puedo comunicar a otros E1 poder de hacer obras superiores a éstas: En verdad, en verdad os digo: El que cree en Mi hará también las obras que Yo hago; y aun mayores que éstas, porque Yo voy al Padre. Quiere decir: En vuestras manos estará en adelante hacer milagro, por que yo ya me voy.

Una vez que hubo conseguido con su discurso lo que intensa, dice: Y todo cuando pidiereis en mi nombre lo haré, para que sea glorificado el Padre en el Hijo. ¿Adviertes cómo de nuevo El es el que obra? Pues dice: Lo haré. Y no dijo: Rogaré a mi Padre, sino: Para que sea glorificado el Padre en Mi. En otra parte decía: Dios lo glorificará en Si mismo. En cambio aquí dice: El glorificará al Padre. Porque así, cuando se vea que el Hijo puede grandes obras, el Engendrador será glorificado.

¿Qué Significa: En mi nombre? Lo que luego los apóstoles decían: En nombre de Jesucristo, levántate y camina. Pues todos los milagros que ellos obraban era El quien los hacía; y la mano del Señor estaba con ellos. Porque dice: Lo haré. ¿Adviertes cl poder absoluto? Los milagros que mediante otros se verifican, El los hace; ¿y no podrá hacer los que El mismo obra si no es dándole poder el Padre? ¿Quién podría afirma tal cosa? Mas, ¿por qué añade esto? Para confirmar sus palabras y manifestar que las anteriores las dijo atemperándose.

Lo que sigue: voy al Padre, significa: No perezco, en mi propia dignidad permanezco; estoy en los Cielos. Todo esto lo decía para consolarlos. Como era verosímil que sintieran en su animo alguna tristeza, pues no tenían aún una noción justa de la resurrección, con variadas palabras les promete que ellos comunicarán a otros esas mismas cosas y continuamente cuida de ellos y les declara que El permanecerá siempre; y no sólo que permanecerá, sino que incluso demostrará un poder aún mayor.

En consecuencia, vayamos en pos de El y tomemos nuestra cruz. Pues aun cuando ahora no amenaza ninguna persecución: pero es tiempo de otro género de muerte. Porque dice Pablo: Mortificad vuestros miembros, que son vuestra porción terrena. Apaguemos la concupiscencia, reprimamos la ira, quitemos la envidia. Este es un sacrificio en víctima viva; sacrificio que no acaba en ceniza, ni se expande como el humo, ni necesita leña ni fuego ni espada. Porque tiene en sí el fuego y la espada, que es el Espíritu Santo. Usa de este cuchillo y circuncida todo lo inútil, todo lo extraño de tu corazón. Abre tus oídos que estaban cerrados. Porque las enfermedades espirituales y las perversas pasiones suelen cerrar las puertas de los oídos.

El ansia de riquezas no permite oír las palabras de la limosna. La envidia, si se echa encima, aparta las enseñanzas acerca de la caridad; y cualquier otra enfermedad de ésas torna al alma perezosa para todo. Quitemos, pues, esas malas pasiones. Basta con querello y todas se apagan. No nos fijemos, os ruego, en que el anhelo de riquezas es una tiranía. La tiranía verdadera la constituye nuestra apatía y pereza. Muchos hay que aseveran no saber qué cosa es la plata, puesto que semejante codicia no es innata y connatural. Las inclinaciones naturales se nos infunden desde el principio. En cambio, durante mucho tiempo se ignoró lo que fueran el oro y la plata.

Entonces ¿de dónde vino semejante codicia? De la vanagloria y de la extrema indolencia. Porque de las pasiones, hay unas que son necesarias, otras connaturales, otras que no son ni lo uno ni lo otro. Por ejemplo: las que si no se satisfacen perece la vida, son necesarias y connaturales, como la del alimento la bebida y el sueño. En cambio, el amor sensual de los cuerpos se dice connatural, pero no es necesario, puesto que muchos lo han superado ž no han perecido. Por lo que mira a la codicia del dinero, ni es connatural ni necesaria, sino adventicia y superflua.

Si queremos no nos dominará. Hablando Cristo acerca de la virginidad, dice: El que pueda entender que entienda. Pero acerca de las riquezas no se expresa lo mismo, sino que dice: El que no renunciare a todo lo que posee no es digno de mí. Cristo exhorta a lo que es fácil; pero en lo que supera las fuerzas de muchos lo deja a nuestro arbitrio. Entonces ¿por qué nos privamos de toda defensa? El esclavo de pasiones vehementes no sufrirá tan graves castigos; pero el que se hace esclavo de pasiones más débiles, queda sin posible defensa.

¿qué responderemos al Juez cuando nos diga: Me viste hambriento y no me diste de comer? ¿Qué excusa tendremos? ¡Objetaremos nuestra pobreza’ Pero no somos más pobres que la viuda aquella que venció en generosidad a todos con los dos óbolos que dio de limosna. Dios no exige en los dones la magnitud, sino el fervor de la voluntad; lo cual forma parte de su providencia. Admiremos su bondad y ofrezcamos, en consecuencia, lo que nos sea posible. Así, tras de alcanzar grande clemencia de parte de Dios, así en esta vida como en la futura, podemos disfrutar de los bienes prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


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R.P. Reginald Garrigou-Lagrange

¿Continúa el Salvador orando en el cielo por nosotros?

San Pablo escribe: Cristo Jesús... el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿de Aquel que tiene por nosotros y que suscita en nosotros un amor recíproco?

El gran Apóstol dice también: Jesús, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos.

El mismo Jesús nos aseguró, antes de dejarnos, que oraría por nosotros, cuando dijo: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre.

Ciertos teólogos han dicho que Jesús, en el cielo, propiamente hablando, ya no reza por nosotros, sino que sólo muestra a su Padre su humanidad y sus llagas gloriosas, signos de sus méritos pasados.

Según otros muchos teólogos, seguidores de San Agustín y de Santo Tomás, este modo de ver atenúa sin motivo las inspiradas palabras que acabamos de referir. Cuando San Pablo dice que Cristo Jesús... el que resucitó... es quien intercede por nosotros, no hay ninguna razón para decir que esto no es una oración propiamente dicha. Si Nuestro Señor continúa pidiendo que se apliquen sus méritos pasados a tales y cuales almas, no hay en ello ninguna imperfección para Él; por el contrario, es una nueva expresión de su amor por nosotros.

Es cierto que la Virgen y los santos en el cielo ruegan por nosotros; al recitar las letanías les pedimos que intercedan en nuestro favor. Y a este propósito Santo Tomás señala: Como la oración por los demás proviene de la caridad, cuanto más perfecta es la caridad de los santos que están en la patria, más oran por nosotros, para ayudarnos en nuestro viaje; y cuanto más unidos están a Dios más eficaz es su oración... Por esto se dice de Cristo: el que resucitó... es quien intercede por nosotros.

San Ambrosio dice también: Semper causas nostras agit apud Patrem, cuius postulatio contemni non potest: siempre defiende nuestra causa delante de su Padre y su ruego no puede ser despreciado.

Y San Agustín: Et modo orat pro nobis; ut Sacerdos noster, orat pro nobis; ut caput nostrum, orat pro nobis; ut Deus noster, oratur pro nobis: aún ahora ruega por nosotros; como nuestro Sacerdote, ruega por nosotros; como nuestra cabeza, ruega por nosotros; como nuestro Dios, nosotros le rezamos.

San Gregorio el Grande se expresa del mismo modo: quotidie orat Christus pro Ecclesia. Permanece siempre siendo nuestro abogado y nuestro mediador.

Sin duda, en el cielo, Jesús ya no reza como lo hizo en el huerto de los Olivos, prosternado y anonadado por la tristeza; el holocausto perfecto fue ofrecido. Pero continúa pidiendo que sus frutos nos sean aplicados en el momento oportuno, sobre todo a la hora de la muerte.

Si en las letanías no decimos : Christe, ora pro nobis, sino : Christe, miserere nobis; Christe, exaudi nos; es para recordar que Jesús no es solamente hombre, sino que es Dios, y al dirigirnos a su divina persona, es al mismo Dios a quien nos dirigimos, rogándole que nos escuche.

Además, es absolutamente cierto que siempre vive en el Corazón de Cristo glorioso la oración de adoración y de acción de gracias, es como el alma del santo sacrificio de la Misa. Aún más, la oración de adoración y de acción de gracias durará eternamente, incluso cuando se haya dicho la última Misa. Es esto lo que se dice todos los días en el Prefacio: Vere dignum et justum est... Nos tibi semper et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus, per Christum Dominum nostrum: Verdaderamente es digno y justo... darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo Nuestro Señor. A quien alaban los ángeles... que no cesan de aclamarte.

Este culto de adoración y de acción de gracias durará toda la eternidad, aun cuando la oración de petición habrá cesado con la última Misa en el fin del mundo.

¡Qué consuelo pensar que Cristo, siempre vivo, no cesa de interceder por nosotros, que esta oración y esta oblación es como el alma del santo sacrificio de la Misa, y que a ella podemos siempre unir la nuestra! A menudo, a nuestra oración le falta la humildad, la confianza, la perseverancia que le serían necesarias; apoyémosla en la de Cristo; pidámosle que nos inspire orar como conviene, según las intenciones divinas, que haga brotar la oración de nuestros corazones y la presente a su Padre, para que seamos uno con Él por toda la eternidad. Pidámosle, así, para nosotros y para los moribundos, la gracia de las gracias: la de una buena muerte o de la perseverancia final, que es el preludio de la vida del cielo.

(Tomado de “El Salvador y su amor por nosotros”, Ed. Rialp, madrid. Págs. 347-351)


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SAN BERNARDO

Quienes hallan consolación en la memoria de Dios se muestran más idóneos para amarle

Pero interesa saber quiénes hallan consuelo en la recordación de Dios. Pues no son de la generación perversa, que irrita al Señor y a la que se dice: ¡Ay de vosotros, ricos, que ya tenéis vuestra consolación!, sino la que puede con verdad decir: Rehusó mi alma ser consolada. A ésta sí que la creemos si añade lo siguiente: Me acordé de Dios y me deleité. Justo es que, no gozando aún de la presencia, tengan siquiera la memoria; y que, pues desdeñan los consuelos que pueden conseguir del torrente de estas cosas perecederas, se consuelen recordando las eternas. Esta es la generación de los que buscan al Señor, que buscan la faz del Dios de Jacob y no su propio interés. Pues a estos que buscan la presencia del Señor y suspiran por ella, presto les acude su memoria con suavidades de consuelo, no ya dándoles plena satisfacción, sino enamorándolos más y más, acuciándolos con más vivos deseos y encendiéndolos en más voraces hambres, para verse luego saciados del todo. Esto mismo atestigua de sí el que se da a sí mismo por manjar: Quien me come, todavía sentirá hambre. Y así, uno que ya se alimentó comiéndole, exclama: Me saciaré cuando se me apareciere tu gloria. Pero bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque día vendrá en que ellos, y no otros, se verán hartos y colmados. Y, en cambio, ¡ay de ti, generación depravada y perversa! ¡Ay de ti, pueblo insensato y necio, que hallas fastidio en la memoria de Dios y temes que un día te sea presente! Razón tienes para temer, pues ya que no quieres salir ahora de los lazos de los cazadores, pues los que quieren hacerse ricos en este siglo caen en los lazos del diablo, tampoco podréis evitar después aquella voz áspera. ¡Oh palabra áspera, oh frase dura!: Id, malditos, al fuego eterno. Más áspera ciertamente y más dura que aquella otra que se oye a diario en la Iglesia, recordando la pasión: Quien come mi carne y bebe mi sangre vivirá eternamente. O sea, el que trae de continuo en su memoria mi muerte y como yo mortifica sus miembros aquí en la tierra, alcanzará vida eterna; .o sea: si padecéis conmigo, reinaréis conmigo.

Y, con todo, muchos son en nuestros días los que, oyendo esta voz, la rechazan y dejan de practicar lo que les aconseja, y responden, si no de palabra, con los hechos, que todavía valen más: Duro es este hablar, y ¿quién podrá oírlo? Así, los hombres que no conservan su corazón recto y puro ni son fieles a Dios, antes cifran todas sus esperanzas en lo incierto de las riquezas, enójanse oyendo hablar de la cruz y tienen por pesado el recuerdo de la pasión. Pero ¿cómo podrán sostener el peso de estas terribles palabras que habrán de oír: Id, malditos, al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles? Aplastará esta roca a aquel sobre quien cayere. Y, en cambio, la generación de los justos será bendita, pues ellos, con el Apóstol, tanto en la ausencia como en la presencia, no buscan sino agradar a Dios. Por eso oirán en su boca: Venid, benditos de mi Padre... Entonces será cuando los impíos, que pertenecen a la generación aquella que no llevó su corazón por recto camino, verán, aunque, desgraciadamente, ya tarde, cuán dulce era el yugo de Cristo y cuán liviana su carga, comparada con el presente dolor, y cuán desastradamente la rechazaron ellos como si se tratara de pesadísimo fardo y de yugo insoportable, oponiéndole con soberbia su rebelde cerviz. No podéis, no, míseros esclavos del oro, gloriaron con la cruz de nuestro Señor Jesucristo y cifrar toda vuestra esperanza en las riquezas; no podéis correr desalados tras el dinero y gustar a la vez cuán suave es el Señor. Por eso, ya que no le sentís amoroso y dulce en el recuerdo, le hallaréis sin duda áspero cuando sintáis su presencia.

Por lo demás, el alma del justo suspira con grandes ansias por la presencia, y suavemente descansa con la memoria; y hasta que se le conceda contemplarle cara a cara, se gloría con las ignominias de la cruz. Así, así es como la Esposa, la Paloma de Cristo, descansa entre tanto y reposa en medio de los bienes que le han tocado por herencia, y goza ya en el tiempo presente de la memoria de tu abundante suavidad, Señor Jesús, habiendo alcanzado por esta memoria conservar sus alas como de plata, o sea blancas por el candor de la inocencia y la pureza. Amén de lo cual espera ser colmada de alegría al ver tu cara, cuando también se tiñan de palidez de oro sus espaldas, cuando, introducida en los resplandores de tu templo con júbilo, fuere ilustrada más plenamente con fulgores de sabiduría. Por eso con razón se gloría ya ahora y dice: Pondrá su mano izquierda debajo de mi cabeza, y con su derecha me abrazará. Por la mano izquierda puédese entender el recuerdo de este amor del Esposo, en cuya comparación ningún otro amor representa nada, pues él le hizo dar la vida por sus amigos; por la derecha, empero, se puede figurar la visión beatífica que prometió a sus mismos amigos y la alegría con que se embriagarán cuando gocen de esta deifica visión, y aquel sumo e inenarrable deleite de que se verán inundados con la divina presencia, pues de ella se canta también deleitablemente : En tu diestra goces hasta el fin. Con razón se coloca en la siniestra aquella memorable y recordada dilección, para que siempre sobre él descanse y repose la Esposa mientras pasa la iniquidad.

Con razón la mano izquierda del Esposo sostiene la cabeza de la Esposa para que ella se confíe y descanse en él, lo cual es propio de la cabeza, o sea, para que la atención de su alma no se incline hacia los deseos carnales del siglo, porque el cuerpo corruptible que la envuelve pesa sobre ella y hácela decaer de los altos pensamientos a que no puede menos de elevarse en considerando, no sólo la gran e inmerecida misericordia que se le hace, sino también amor tan probado y gratuito, dignación tan inesperada, mansedumbre tan invicta, dulcedumbre tan estupenda. Todo esto diligentemente considerado, ¿cómo no conmoverá al alma y la librará de cualquier perversa afición, y la arrebatará por maravilloso modo, y la encenderá vivamente, y la hará despreciar todo aquello que no se puede apetecer sin menosprecio de estas cosas? Por eso, tras el buen olor de estos ungüentos corre la Esposa contenta, ama con ardor; y viéndose amada con tal fineza de amor, piensa que nunca ama bastante, aun consumiéndose toda en amor. Y no sin motivo; porque ¿cuándo y de qué manera ese polvillo podrá pagar bastantemente amor tan inmenso y venido de tan alto, aun cuando se dé toda al amor? ¿No se le anticipó la Majestad, y no la ve del todo dedicada a la obra de su salvación? En fin, de tal modo amó Dios al mundo, que le dió a su Unigénito. Esto dícese, sin duda, del Padre. Y sin duda que dice del Hijo: Entregó su alma a la muerte. Y dice también del Espíritu Santo: El Paráclito, que os enviará mi Padre, en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os sugerirá cuanto yo os dije. Amanos, pues, Dios, y nos ama con todo su ser, pues nos ama toda la Trinidad, si todo cabe decirlo del Ser infinito e incomprensible, aunque ciertamente simple.

(Tomado de Obras de San Bernardo, BAC, pag 1381- 1384).


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Dr. Isidro Gomá y Tomás

Otras tres grandes promesas (Jn. 14, 12-24)

Explicación. Jesús ha consolado a sus Apóstoles con la promesa magnífica del cielo, desde donde vendrá a buscarlos, después de haberles dispuesto el sitio. Pero, entretanto, los discípulos no pueden ir adonde va Jesús, deberán permanecer en el mundo hasta que él venga otra vez. Para este espacio de tiempo intermedio, les hace tres otras espléndidas promesas: un poder extraordinario (12-14); la venida del Espíritu Santo (15-17); su asistencia perpetua (18-24).

PROMESA DE UN PODER EXTRAORDINARIO (12-14). — Jesús ha declarado su divinidad con palabras de altísimo sentido y de valor demostrativo irrefutable; antes de hacerles a sus discípulos nuevas promesas, les presenta sus propias obras como motivo de credibilidad: Y si no, creedlo por las mismas obras, los milagros multiplicados y estupendos, que nadie puede hacer si no está Dios con él.

Pues bien: continuadores de su obra de evangelización como deberán ser por la fe que a El les unirá, lograrán mayores éxitos que el Maestro mismo que los envía: En verdad, en verdad os digo: El que en mí cree, él también hará las obras que yo hago, y mayores que éstas hará. La promesa se refiere no sólo al poder de obrar milagros, sino a la misma evangelización. De hecho, ha sido más clamorosa la predicación de los Apóstoles y sus sucesores que la de Jesús: El se circunscribió a la Palestina, y los Apóstoles conquistaron el mundo; los Hechos apostólicos están ya llenos de las conquistas y de los milagros de los discípulos del Señor. La causa no es otra que la glorificación de Jesús: Porque yo voy al Padre: al ser glorificado, conviene que haga yo cosas mayores y que os conceda a vosotros potestad de hacerlas.

Otro género de poder les promete Jesús para consolarles: la eficacia de su oración: Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, yo lo haré. Pedir en el nombre de Jesús es hacerlo en íntima unión con él, y apoyándose en sus méritos y en sus promesas, oran-do con su mismo espíritu. Hecha así la oración, goza de una especie de omnipotencia. El fin de este poder de la plegaria no es otro que la gloria del Padre, objetivo 'de toda la vida de Jesús: Para que sea el Padre glorificado, en el Hijo. Y para demostrar su igualdad de poder y de naturaleza con el Padre, añade: Si algo me pidiereis en mi nombre, lo haré.

PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO (15-17). — Quiere Jesús en su ausencia temporal que los Apóstoles le den pruebas de amor, no manifestándolo con signos de dolor por su separación, sino observando fielmente sus mandamientos: Si me amáis, guardad mis mandamientos. Esta observancia es condición preparatoria al nuevo beneficio que para su consuelo va a concederles el Señor, a saber, la misión del Espíritu Santo: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador. Ruega Jesús como hombre, aunque como Dios El mismo envía el Espíritu Santo junto con el Padre. En méritos de esta oración, el Padre enviará otro Consolador, el otro Paráclito, abogado, defensor, patrono, que les asista y consuele. Jesús ha sido el primer abogado de sus discípulos (cf. vv. 6.13.14, etc.); ahora les promete un Consolador distinto de sí mismo, Dios como él, pero persona distinta de él, para que permanezca perpetuamente con ellos: Para que more eternamente con vosotros.

Describe luego Jesús la naturaleza de este segundo Consolador: es el Espíritu de verdad: Espíritu, y por lo mismo su asistencia a los Apóstoles y a su Iglesia será invisible; lo es de verdad, porque es autor y maestro de toda verdad, que de la Verdad procede y la verdad dice. El mundo, es decir, los seguidores del mundo, opuestos al reino de Cristo, que aman más las tinieblas que la luz, por-que son secuaces del error y la mentira, no puede recibir este Espíritu divino, mientras no abdique el espíritu de maldad y de mentira: A quien no puede recibir el mundo porque, ni lo ve, ni lo conoce. En cambio, los discípulos adversarios del espíritu del mundo (Cf. 17, 14), lo conocerán y recibirán: Mas vosotros lo conoceréis: porque morará con vosotros, y estará con vosotros, no sólo con su protección y con sus dones, sino con su inhabitación personal en ellos (Cf. Mt. 10, 20; Lc. 12, 12; Ioh. 14, 23).

PROMESA DE PERPETUA ASISTENCIA (18-24). — Jesús les ha llamado a sus Apóstoles «hijitos» (13, 33): sigue ahora tratándoles como padre. Aunque les haya prometido otro Paráclito, no quiere ello decir que él les deje: No os dejaré huérfanos. Su ausencia no es definitiva, como la de un padre que muere, sino por breve tiempo: Vendré a vosotros: vendrá por la resurrección, dentro de tres días; vendrá especialmente en el último adviento, sea particular, en la muerte de cada uno; sea general, el día del juicio; hasta durante su ausencia estará con ellos en forma visible (Cf. Mt. 28, 20), hasta la consumación de los siglos.

Mas su presencia visible en carne mortal se acabará pronto: Todavía un poquito: cuando vuelva, el mundo, que no ve más que las cosas sensibles, ya no le verá: Y el mundo ya no me ve: de hecho, Jesús, después de su resurrección no se manifestó a los malos, sino sólo a los suyos; ni le ve por la fe, porque el espíritu del mundo es de tinieblas. Los discípulos sí que le verán: con los ojos del cuerpo cuando resucite, y con los de la fe aun después de su ascensión: Mas vosotros me veis. Le verán, porque El será vivo y les comunicará la vida, en el tiempo y en la eternidad: Porque yo vivo, y vosotros viviréis.

Cuando vean los discípulos a Jesús según esta visión de que les ha hablado, en su cuerpo resucitado y después por la fe, le conocerán de una manera más perfecta que ahora: En aquel día, después de la resurrección, y especialmente después que hayan recibido el Espíritu Santo, vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, por la unidad de una idéntica naturaleza: y vosotros en mí, injertados en mí por la gracia santificante y recibiendo de mí continuo y vital influjo (Cf. 15, 5; Rom. 6, 5): y yo en vosotros, inhabitando en vosotros por mi divinidad, y formando un cuerpo místico con vosotros, del cual soy Cabeza (Rom. 12, 5; 1 Cor. 12, 12; Eph. 1, 23; 4, 15.16).

Jesús extiende a todos los fieles lo que ha dicho a los Apóstoles, y al mismo tiempo señala una condición para las manifestaciones íntimas de que acaba de hablar: la observancia de sus mandamientos, que es la gran prueba del amor: Quien tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama. De aquí dos grandes bienes: el amor del Padre y del Hijo, y las especiales manifestaciones .del mismo en el orden espiritual: Y el que me ama, será amado de mi Padre, como hijo gozará del favor de Dios: y yo le amaré y me manifestaré yo mismo a él, infundiendo cada día mayor conocimiento de mí mientras viva, y dándome a gozar cara a cara en el cielo.

En este punto de la peroración de Jesús, le interrumpe Judas Tadeo, o Lebeo, hermano de Santiago el Menor y pariente del Señor: Le dice entonces Judas, no aquel Iscariote... Nótese lo minucioso y preciso de las referencias del Evangelista, prueba de la absoluta verdad histórica del relato. La cuestión que propone Judas es hija de los prejuicios de que adolecían los mismos Apóstoles, como todo judío: según los profetas, el Mesías debía manifestarse clamorosamente a todas las naciones (Cf. Is. 2, 2; 11, 10; 42, 4); en cambio, Jesús dice que no se manifestará al mundo, sino a ellos solos: esta idea contradice la de la universalidad y esplendor del reino mesiánico. Es por ello que le pregunta Judas: Señor, ¿cuál es la causa, qué ha sucedido, por qué has de manifestarte a nosotros, y no al mundo? Jesús respondió a Judas indirectamente, dándole a entender que la manifestación prometida es espiritual e individual, reservada a aquellos que demuestren amarle cumpliendo su voluntad: Y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. He aquí la plenitud del reino mesiánico en el orden personal: toda la Santísima Trinidad (Cf. v. 17) visitará a cada uno de los discípulos de Jesús, como el amigo visita al amigo, y hará su estancia en ellos. Así consuela Jesús a los suyos: no sólo no los deja, sino que vuelve a ellos con las otras personas de la Trinidad augusta. Sobre esta inhabitación, Cf. Rom. 8, 9; 1 Cor. 3, 16; Gal. 4, 6; 2 Tim. 1, 14.

Lo contrario sucede a los del mundo: El que no me ama, no guarda mis palabras: con ello se infiere injuria al Padre, porque la palabra de Jesús no es suya, sino del Padre: Y la palabra que habéis oído, no es mía: sino del Padre, que me envió. Por ello no se manifestará Jesús al mundo.

Lecciones morales. — A) v. 12. —El que en mí cree, él también hará las obras que yo hago... — Así, por ejemplo, dice San Agustín, por la predicación apostólica se ha logrado mucho más de lo que Cristo personalmente logró: pues el joven rico que le consultó (Mt. 19, 16 sigs.) salió de su presencia triste, no queriendo renunciar a sus riquezas; mas por la predicación de sus discípulos han sido después millares los que han dejado alegres sus posesiones. Pero, ¿cómo diremos que hace mayores cosas que Jesús quien no hace milagros ni obra grandes conversiones? Diremos, dice el mismo Santo, que hacemos obras mayores que las que Cristo hizo cooperando en nosotros mismos a la obra de Cristo: porque el mismo creer en El y por El ser justificado es obra de Cristo, pero es asimismo obra nuestra. Cierto que es obra mayor ésta que crear el cielo y la tierra: porque el cielo y la tierra pasarán; pero la salvación y la justificación de los predestinados perdurará eterna-mente.

B) v. 14. —Si algo me pidiereis en mi nombre, lo haré. — En el nombre de Jesucristo, que quiere decir Salvador y Rey, dice San Agustín. Cuando pedimos alguna cosa contra la salvación, o de la que debemos usar mal, no nos la da Jesús, porque no la pedimos en su nombre, y en ello se manifiesta nuestro Salvador; porque bien sabe el médico lo que le pide el enfermo por su salud o contra ella. Otras veces no deja de darnos lo que pedimos; pero no nos lo da cuando pedimos; porque El solo sabe la oportunidad de lo que le pedimos. En estos principios tenemos la llave para explicar la infecundidad de muchas de nuestras plegarias, hasta hechas en el nombre de Jesucristo.

c) v. 16.— Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador...—Luego, dice San Agustín, también es Jesús Consolador o Paráclito ; porque «paráclito» equivale a «abogado», y de Jesús ha dicho el Apóstol: «Tenemos a Jesucristo por abogado ante el Padre» (1 Ioh. 2, 1). Pero, aunque ambos Paráclitos tienen idéntica naturaleza, se les atribuyen distintas operaciones para con los hombres: porque mientras el Salvador hizo para con nosotros de mediador y legado, por lo cual oró como Sumo Pontífice por nuestros pecados, el Espíritu Santo se ha llamado Paráclito en cuanto es el consolador de los que están tristes: «Consolador óptimo, dulce huésped del alma, dulce refrigerio», le llama la Iglesia: «Descanso en los trabajos, sedante en los ardores, consuelo en el llanto.»

D) v. 18. — No os dejaré huérfanos. — Huérfano es quien carece de padres, y a nosotros no nos ha faltado la paternidad dulcísima de nuestro Señor Jesucristo, quien, en la vida de cada uno de nosotros y en la historia de la Iglesia, se ha demostrado verdadero «Padre del siglo futuro», como le predijo Isaías (9, 6). Padre que, aun después de irse al cielo, quiso estar en nuestra compañía por la santísima Eucaristía, para recibir nuestras oraciones, para dar-nos sus gracias, para reconciliarnos con Dios, para alimentarnos con carne y sangre de Dios. Padre que nos ha dejado una jerarquía en la que ha vaciado todos los oficios de la paternidad, desde el «Padre Santo», su Vicario en la tierra, hasta el último clérigo que administra los ricos dones de su paternidad. Padre y Señor del gran poder, que sostiene la Iglesia, casa de sus hijos, a través de todas las vicisitudes de todos los siglos. Padre que nos dejó una Madre, la suya propia, dulcísima y poderosísima, que trabajara con él en esta grande obra de su paternidad, que es hacernos hijos de Dios, hijos adoptivos, como El es Hijo natural. ¿Quién más padre y mejor padre que nuestro padre Jesús?

E) v. 19. — Porque yo vivo, y vosotros viviréis. — Jesús va a morir, y para que no se desalienten sus discípulos, les ofrece la perspectiva de la vida de todos juntos, de una misma vida. Jesús vive por la resurrección, vida ya gloriosa; dentro de tres días vivirá ya esta vida; por esto habla en presente: Yo vivo: yo resucito. Y esta resurrección es gaje de la futura resurrección de todos y de la vida gloriosa de todos. Ha resucitado la cabeza; resucitarán los miembros. Se ha hecho la experiencia en el grano principal, dice San Agustín. Esta verdad, artículo de nuestra fe, debe llenarnos de aliento en las tribulaciones y en la pérdida de los seres queridos: «Sé que mi Redentor vive, y el último día ha de resucitar...» (Ioh. 19, 25).

F) v. 22. — ¿Cuál es la causa por que has de manifestarte a nosotros, y no al mundo? — Pueden los mundanos, es decir, los seguidores del mundo, por contraposición a los seguidores de Cristo, tener alguna manifestación del mismo Jesucristo, pero en el orden externo y como accidentalmente; pero hay una manifestación del Señor, dice San Agustín, que es totalmente interior y que procede del amor y de la conmoración de las divinas personas en el alma del justo; y esta manifestación no la tienen los mundanos. Esta es para regalo de los amigos de Dios; aquélla es muchas veces para juicio y condenación de los que, recibiendo la manifestación de Jesús, no quieren seguirle.

G) v. 23. —Vendremos a él, y haremos morada en él. — Es el misterio inefable de la misericordia del Señor para con el hombre: la inhabitación de la Trinidad en' el alma de los justos. Vienen a nosotros Padre, Hijo y Espíritu Santo, dice San Agustín, cuan-do nosotros vamos a ellos: vienen ayudando, venimos obedeciendo; vienen iluminando, venimos viendo; vienen llenando, venimos recibiendo: para que no sea en nosotros externa la visión, sino interna; y no sea fugaz su estancia en nosotros, sino eterna. Pero en las almas de algunos no hacen mansión las divinas personas, dice San Gregorio, porque aunque sienten el respeto a Dios, pero en el tiempo de la tentación se olvidan de Dios y vuelven a sus pecados, como si no los hubiesen llorado. El que ama de veras a Dios, tiene siempre a Dios en su corazón; porque, penetrado como está del amor de la divinidad, no se aparta de Dios en el tiempo de la tentación.

(Dr. Isidoro Goma y Tomas, El Evangelio explicado VOL. II, Ediciones Acervo, Barcelona, 1967, Págs. 509- 514).


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Juan Pablo II

El Espíritu del Padre y del Hijo, dado a la Iglesia

6. Cristo resucitado dice: « Recibid el Espíritu Santo »

22. Gracias a su narración Lucas nos acerca a la verdad contenida en el discurso del Cenáculo. Jesús de Nazaret, « elevado » por el Espíritu Santo, durante este discurso-coloquio, se manifiesta como el que « trae » el Espíritu, como el que debe llevarlo y «darlo» a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su « partida » a través de la cruz.

El verbo « traer » aquí quiere decir, ante todo, « revelar ». En el Antiguo Testamento, desde el Libro del Génesis, el espíritu de Dios fue de alguna manera dado a conocer primero como « soplo » de Dios que da vida, como « soplo vital » sobrenatural. En el libro de Isaías es presentado como un « don » para la persona del Mesías, como el que se posa sobre él, para guiar interiormente toda su actividad salvífica. Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una forma concreta: Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae como don propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad: « El os bautizará en Espíritu Santo ».76 En el Evangelio de Lucas se encuentra confirmada y enriquecida esta revelación del Espíritu Santo, como fuente íntima de la vida y acción mesiánica de Jesucristo.

A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del Cenáculo, el Espíritu Santo es revelado de una manera nueva y más plena. Es no sólo el don a la persona (a la persona del Mesías), sino que es una Persona-don. Jesús anuncia su venida como la de « otro Paráclito », el cual, siendo el Espíritu de la verdad, guiará a los apóstoles y a la Iglesia

« hacia la verdad completa ».77 Esto se realizará en virtud de la especial comunión entre el Espíritu Santo y Cristo: « Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ».78 Esta comunión tiene su fuente primaria en el Padre: « Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: que recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ».79 Procediendo del Padre, el Espíritu Santo es enviado por el Padre.80 El Espíritu Santo ha sido enviado antes como don para el Hijo que se ha hecho hombre, para cumplir las profecías mesiánicas. Según el texto joánico, después de la « partida » de Cristo-Hijo, el Espíritu Santo « vendrá » directamente —es su nueva misión— a completar la obra del Hijo. Así llevará a término la nueva era de la historia de la salvación.

23. Nos encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales. La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo como Persona, que es el don, se realiza precisamente en este momento Los acontecimientos pascuales —pasión, muerte y resurrección de Cristo— son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del « nuevo inicio » de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo, por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: « Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único ».81 Ya en el « dar » el Hijo, en este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo se completan la revelación y la dádiva del amor eterno: el Espíritu Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad es una Persona-don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero.

24. La expresión definitiva de este misterio tiene lugar el día de la Resurrección. Este día, Jesús de Nazaret, « nacido del linaje de David », como escribe el apóstol Pablo, es « constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos ».82 Puede decirse, por consiguiente, que la « elevación » mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo alcanza su culmen en la Resurrección, en la cual se revela también como Hijo de Dios, « lleno de poder ». Y este poder, cuyas fuentes brotan de la inescrutable comunión trinitaria, se manifiesta ante todo en el hecho de que Cristo resucitado, si por una parte realiza la promesa de Dios expresada ya por boca del Profeta: « Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, ... mi espíritu »,83 por otra cumple su misma promesa hecha a los apóstoles con las palabras: a Si me voy, os lo enviaré ».84 Es él: el Espíritu de la verdad, el Paráclito enviado por Cristo resucitado para transformarnos en su misma imagen de resucitado.85

« Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" ».86

Todos los detalles de este texto-clave del Evangelio de Juan tienen su elocuencia, especialmente si los releemos con referencia a las palabras pronunciadas en el mismo Cenáculo al comienzo de los acontecimientos pascuales. Tales acontecimientos —el triduo sacro de Jesús, que el Padre ha consagrado con la unción y enviado al mundo— alcanzan ya su cumplimiento. Cristo, que « había entregado el espíritu en la cruz »87 como Hijo del hombre y Cordero de Dios, una vez resucitado va donde los apóstoles para « soplar sobre ellos » con el poder del que habla la Carta a los Romanos.88 La venida del Señor llena de gozo a los presentes: « Su tristeza se convierte en gozo »,89 como ya había prometido antes de su pasión. Y sobre todo se verifica el principal anuncio del discurso de despedida: Cristo resucitado, como si preparara una nueva creación, « trae » el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo trae a costa de su « partida »; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: « les mostró las manos y el costado ». En virtud de esta crucifixión les dice: « Recibid el Espíritu Santo ».

Se establece así una relación profunda entre el envío del Hijo y el del Espíritu Santo. No se da el envío del Espíritu Santo (después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: « Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito ».90 Se establece también una relación íntima entre la misión del Espíritu Santo y la del Hijo en la Redención. La misión del Hijo, en cierto modo, encuentra su « cumplimiento » en la Redención: « Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ».91 La Redención es realizada totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del Espíritu Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la Cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente en los corazones y en las conciencias humanas —en la historia del mundo— por el Espíritu Santo, que es el « otro Paráclito ».

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76 Mt 3, 11; Lc 3, 16.

77 Jn 16, 13.

78 Jn 16, 14.

79 Jn 16, 15.

80 Cf. Jn 14, 26; 15, 26.

81 Jn 3, 16.

82 Rm 1, 3 s.

83 Ez 36, 26 s.; cf. Jn 7, 37-39; 19, 34

84 Jn 16, 7.

85 Cf. S. Cirilo de Alejandría, In Johannis Evangelium, lib. V, cap. II: PG 73, 755.

86 Jn 20, 19-22.

87 Cf. Jn 19, 30

88 Cf. Rom 1, 4.

89 Cf. Jn 16, 20.

90 Jn 16, 7.

91 Jn 16, 15.

(Tomado de la encíclica “Dominum et vivificantem “,18-05-1986)


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Catecismo de la Iglesia Católica

Los diez mandamientos

“Maestro, ¿qué he de hacer...?”

2052 ‘Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’ Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como ‘el único Bueno’, como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: ‘Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre’. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt 19, 16-19).

2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: ‘Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme’ (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.

2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la ‘justicia que sobre pasa la de los escribas y fariseos’ (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: ‘habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás... Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal’ (Mt 5, 21-22).

2055 Cuando le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22, 36), Jesús responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:

En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13, 9-10).


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EJEMPLOS PREDICABLES

Pasaba un día Pío XI a lo largo de las filas de peregrinos durante una audiencia, cuando sus ojos se fijaron en un muchacho ciego. El Papa se detuvo y alzo su anillo hasta los labios del chico, el cual empezó a temblar de emoción mientras saltaban lágrimas de sus ojos vacíos.

- Querido – díjole el papa con tono consolador-, todos estamos ciegos hasta que Dios nos ilumina. No podemos ver lo que significan los grandes hechos de nuestra fe hasta que el Espíritu Santo nos lo muestra en nuestro interior con el don del entendimiento.

Tomado de” Vademécum de ejemplos predicables”, Mauricio Rufino, ed. Herder 1962. Pág. 362


28. Fray Nelson  Domingo 1 de Mayo de 2005

Temas de las lecturas: Les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo * Murió en su cuerpo y resucitó glorificado * Yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador.

1. El Anuncio del Paráclito
1.1 A medida que el tiempo pascual va llegando a su consumación los textos bíblicos que la Iglesia nos ofrece nos acercan más y más al misterio insondable y bello del Espíritu Santo. Es el tema central de la primera lectura y el evangelio.

1.2 Entre tanto, la segunda lectura, del apóstol Pedro, continúa mostrándonos facetas de lo que significa tener "vida nueva" y nos da pistas sobre cómo llevar a la práctica la riqueza que hemos recibido con la fe y el bautismo. Cosa que es como otro modo de hablar del Espíritu Santo, si lo pensamos bien, porque todo lo que se diga de la vida cristiana es letra muerta o exigencia imposible, si no está Aquel que es "vida de nuestra vida" y "alma del alma," es decir, el Espíritu de Dios.

1.3 En el caso de hoy, Pedro nos exhorta a defender lo que creemos, pero más que con razones, las cuales son necesarias, con la mansedumbre, el respeto, incluso diríamos, el amor hacia aquel que nos interpela. Cosa que tiene mucho sentido: no se puede "defender" que uno es seguidor del Crucificado si no se tiene la disposición de participar en algo de su dolor y humillación. Por eso leímos hoy: "es mejor padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal."

2. "Recibieron el Espíritu Santo"
2.1 Volvamos a la primera lectura. Su punto central es la frase del final: "Pedro y Juan les impusieron sus manos a los samaritanos, y ellos recibieron el Espíritu Santo." Este gesto lo repite la Iglesia de manera formal, solemne y eficaz en el sacramento de la confirmación. Como sucesor de los apóstoles, el obispo implora sobre los ya bautizados la acción del Espíritu Santo, les impone las manos y ora sobre ellos.

2.2 Es interesante destacar que los que recibieron la imposición de manos eran ya creyentes, que habían recibido predicación y de los cuales incluso habían sido expulsados demonios. Una vez bautizados, los apóstoles vienen como a confirmar y llevar a plenitud la obra de la gracia a través de su ministerio particular. Esto también se aplica al sacramento de la confirmación, al cual quizá no prestamos usualmente la atención que merece.

2.3 Y también subrayemos adónde se dirigen los apóstoles: se trataba de "un pueblo de Samaría." Por el relato bien conocido de la mujer samaritana sabemos que había grande y mutua aversión entre judíos y samaritanos (véase Jn 4,9). Todas esas barreras, que eran culturales y religiosas, quedan pronto superadas cuando el amor divino toma posesión de los corazones. Inundados por la gracia que viene de lo alto, ya poco interesan los egoísmos de corto vuelo que tantas veces nos separan a los humanos. Así viene el Espíritu a reparar las brechas y sanar las heridas de división entre los hombres.

3. "No los dejaré huérfanos..."
3.1 La compasión de Cristo no tiene límites. Lo demuestra una vez más el pasaje evangélico que hemos escuchado hoy. A las puertas mismas de su dolorosísima pasión, Nuestro Señor parece desatender su propia angustia, sólo preocupado por lo que puedan vivir y tener que afrontar los suyos. Es admirable en grado sumo esta capacidad suya para posponerse, para darse, para amar "hasta el extremo" (Juan 13,1). Por eso les anima con palabras blandas y da el remedio antes de que llegue la herida: "No los dejaré huérfanos," les dice.

3.2 Y a manera de reparar esa orfandad es doble: primero, que se amen unos a otros; segundo, que reciban al "otro Paráclito." El primer Paráclito era Cristo mismo que, puesto en medio de ellos, hacía lo que hace un asistente, ayudante, abogado, apoyo, soporte, pues todas estas palabras ayudan a describir lo que significa el término griego correspondiente. Ahora que Cristo se va, les enviará "otro" Paráclito, a saber, el Espíritu Santo, que los preservará en el amor y hará posible que el mismo Cristo se siga manifestando a ellos.


29.El Espíritu Santo, en cierto sentido, nos necesita, según el predicador del Papa
El padre Raniero Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, viernes, 29 abril 2005 (ZENIT.org).- ¿Podemos –o debemos— ser instrumentos del Espíritu Santo? A dos semanas de la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, el padre Raniero Cantalamessa --predicador de la Casa Pontificia-- aborda esta cuestión en su comentario al Evangelio de la liturgia del próximo domingo (Jn 14,15-21).


* * *


Juan (14,15-21)

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros».

En el Evangelio Jesús habla del Espíritu Santo a los discípulos con el término «Paráclito», que significa consolador, o defensor, o las dos cosas a la vez. En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de su pueblo. Este «Dios de la consolación» (Rm 15,4) se ha «encarnado» en Jesucristo, quien se define de hecho como el primer consolador o Paráclito (Jn 14,15).

El Espíritu Santo, siendo aquel que continúa la obra de Cristo y que lleva a cumplimento las obras comunes de la Trinidad, no podía no definirse, también él, consolador, «que estará con vosotros para siempre», como le define Jesús. La Iglesia entera, tras la Pascua, ha hecho experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en la vida de cada día. En los Hechos de los Apóstoles leemos: «La Iglesia se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación (paráclesis) del Espíritu Santo» (9,31).

Debemos ahora sacar de esto una consecuencia práctica para la vida. ¡Tenemos que convertirnos nosotros mismos en paráclitos! Si es verdad que el cristiano debe ser «otro Cristo», es igualmente cierto que debe ser «otro paráclito». El Espíritu Santo no sólo nos consuela, sino que nos hace capaces de consolar a nuestra vez a los demás. La consolación verdadera viene de Dios, que es el «Padre de toda consolación».

Viene sobre quien está en la aflicción; pero no se detiene en él; su objetivo último se alcanza cuando quien ha experimentado la consolación se sirve de ella para consolar a su vez al prójimo, con la consolación misma con la que él ha sido consolado por Dios. No contentándose así con repetir palabras de circunstancia que dejan las cosas igual («¡Ánimo, no te desalientes; verás que todo sale bien!»), sino transmitiendo el auténtico «consuelo que dan las Escrituras», capaz de «mantener viva nuestra esperanza» (Rm 15,4). Así se explican los milagros que una sencilla palabra o un gesto, en clima de oración, son capaces de obrar a la cabecera de un enfermo. ¡Es Dios quien está consolando a esa persona a través de ti!

En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos para «dar cuerpo» a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. Cuando el Apóstol exhorta a los cristianos de Tesalónica diciendo: «Confortaos mutuamente» (1Ts 5,11), es como si dijera: «haceos paráclitos» los unos de los otros. Si la consolación que recibimos del Espíritu no pasa de nosotros a los demás, si queremos retenerla egoístamente para nosotros, aquella pronto se corrompe.

De ahí el porqué de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: «Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar...».

A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son los que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa.

Terminamos esta reflexión con los primeros versos de la secuencia de Pentecostés, donde el Espíritu Santo es invocado como el «consolador perfecto»: «Ven, Padre de los pobres; ven, Dador de gracias, ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto».

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]