29 HOMILÍAS PARA EL VI DOMINGO DE PASCUA
8-12

 

8. INHABITACIÓN:

-Promesa de enviar el Espíritu

Cristo se dirige a los discípulos y a cuantos celebramos su eucaristía. En su discurso de despedida anuncia el envío del Paráclito y su propia vuelta al fin de los tiempos; se dirige a toda la Iglesia. Ella nos lo transmite hoy. Cristo nos da a conocer su testamento: permanecer fieles a sus mandamientos es la señal de que se ama a Jesús. San Juan permanece atento a transmitir estas palabras a la joven Iglesia cuyas dificultades y luchas ve. El tema de la inhabitación -"Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros"- es un tema querido en el evangelio de Juan. Es esclarecedor sobre el significado profundo de la vida de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Unido a esta observancia de los mandamientos y a este amor, el tema del envío del Espíritu es fundamental. El sostiene la Iglesia. Se tiene la impresión de que el don del Espíritu está condicionado por la observancia de los mandamientos, señal del amor. El que será enviado será "otro Defensor", el Espíritu de la verdad. Estará siempre con vosotros. ¿Cuál será el papel de este Espíritu de la verdad? Dar a conocer cada vez con mayor profundidad los misterios de Cristo el significado de su vida, de sus palabras y acciones; al propio tiempo, dará a los cristianos fuerzas para vivir en un mundo que no les comprende ni ve lo que ven ellos. En efecto, Jesús insiste en ello: este Espíritu sólo puede ser recibido, visto y conocido por los que creen y guardan los mandamientos amando. Con respecto a éstos, el Espíritu está con ellos, vive en ellos. Enviar "otro Defensor" puede parecer una expresión extraña. Sin embargo, las palabras de Jesús se explican fácilmente. En su vida terrena, Jesús estaba presente junto a sus discípulos, ahora otro "Defensor" ocupará el lugar de Jesús y continuará su obra. Así que los discípulos no están huérfanos. Para el mundo, Cristo habrá desaparecido, pero los discípulos le verán; le verán vivo. Se trata del regreso de Jesús, en su resurrección. Se anuncia a los discípulos el regreso de Cristo resucitado, pero se anuncia al mismo tiempo la venida al fin de los tiempos. Sin embargo, no habría que detenerse en el hecho de una visión física de Cristo; porque se trata de una verdadera comprensión de lo que él es: conocerán que él está con el Padre y que los discípulos están en él y él con sus discípulos. Señalemos el modo solemne como anuncia Jesús estos hechos: "Entonces", aquel día; el día de la resurrección gloriosa de la Pascua; pero Cristo piensa también en su Iglesia, con la que seguirá viviendo hasta el día definitivo del reencuentro. Jesús se manifestará, pero sólo a los que le amen, es decir, a los que reciban la palabra y la cumplan.

-La imposición de las manos y el don del Espíritu

La 1ª lectura relata la imposición de las manos por los Apóstoles Pedro y Juan para el don del Espíritu. Es innecesario insistir en la relación entre esta lectura y el evangelio elegido para este día. Se trata de ese Espíritu de la verdad que permanece en nosotros y nos guía. Algunos habitantes de Samaría reciben la predicación de Felipe; Pedro y Juan van a Samaría y continúan la predicación de Felipe. Pero imponen las manos para dar el Espíritu a los que habían sido bautizados. La frase puede ser mal interpretada: podría creerse que el bautismo no confiere el Espíritu, como si no fuera el Espíritu quien hacía renacer del agua para el perdón de los pecados, sino que sólo lo confería la imposición de las manos; no precisan los Hechos de qué don particular se trata. Sin embargo, en Efeso, san Pablo bautiza a los que sólo habían recibido el bautismo de Juan, y luego les impone las manos para que reciban el don del Espíritu (Hech 19, 1-7). En nuestra lectura, esta recepción de la fuerza del Espíritu se traduce en una especie de testimonio. De todos modos, observamos la unión que existe entre bautismo y don del Espíritu, que mucho más tarde denominaremos "confirmación".

-Cristo resucitado, nuestra esperanza

La carta de Pedro alude a unas circunstancias penosas para los cristianos y a la difícil situación de éstos, rodeados de incomprensión, y quiere animar a los así perseguidos a dar razón de su esperanza. Hay que estar dispuestos a sufrir por haber practicado el bien. Y propone el ejemplo de Cristo muerto por los pecados, el justo por los injustos. Pero la elección del texto para la liturgia de este día parece haberse fundado en la acción del Espíritu, tema de las otras dos lecturas. El Espíritu resucita a Cristo en cuerpo glorioso y le da la victoria sobre las potencias del mal. Ese mismo Espíritu es nuestra esperanza, pues por él obtenemos nuestro nuevo nacimiento y nuestra participación en la vida divina, en la vida misma de Cristo. Cristo murió en su carne, participando así en lo que es lote común de la humanidad; pero el Espíritu le da un modo de vida nuevo. Esta es nuestra esperanza. También nosotros seremos transformados en un cuerpo glorioso, y las dificultades de este mundo y las persecuciones no deben asustar a ningún cristiano, pues eso constituye una participación en la victoria de Cristo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 217 ss.


9.

"No os dejaré desamparados"

En este domingo que precede a la Ascensión se recoge parte del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos. ¡Cómo le costaba la despedida! Siendo Dios, ¡qué humano era Jesús!

No hay que extrañarse de que también a nosotros nos cuesten las despedidas; sobre todo, cuando se trata de despedidas tan radicales como las que nos impone la muerte. Nuestra vida está tejida a base de relaciones. Cuando éstas se cortan, se produce inevitablemente una herida, que puede llegar a traumatizar. Para mitigar el dolor de la separación, Jesús dice a sus discípulos palabras de cariño y les hace varias promesas:

-- «Me veréis» Aunque es verdad que dentro de poco seré arrebatado de vuestra vista, pero enseguida me volveréis a ver (cf. Jn 16, 10). Por un momento no me veréis, pero después me volveréis a ver. Es el misterio de la ausencia y de la presencia. Dios a veces se esconde, después se hace presente. Todo tiene su razón de ser. La ausencia estimula la búsqueda y el deseo. La presencia confirma la fe y enciende el amor. La ausencia dura tres días, aunque a veces qué largos se hacen. La presencia será para siempre.

-- «El mundo no me verá» Es un problema. Judas, no el Iscariote, ya le preguntó a Jesús: «¿Qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» (Jn 14, 22). En la respuesta, Jesús le habló del amor y la palabra. Sólo ven a Jesús los que escuchan su palabra y los que le aman. El mundo no verá a Jesús, porque no quiere escuchar y porque no ama a Jesús. Sólo escucha y sólo ama lo que le interesa. El mundo no verá a Jesús, no porque no lo quiera Jesús, sino porque el mismo mundo no quiere.

-- «Y viviréis» Ver a Jesús es vida. No un ver superficial y desde lejos, sino un ver en profundidad y en comunión. Un ver que es conocer, comprender, empatizar, participar. Un ver que es asumir y compenetrarse con Jesús. Si «veo» a Jesús, entonces «ya no soy yo, es Cristo que vive en mí». Ver a Jesús es empezar a mirar como Jesús, a sentir como Jesús, a amar como Jesús. Por eso decía San Ireneo, que si la gloria de Dios es que el hombre viva, la vida del hombre es la visión de Dios. Y viviréis para siempre, «porque yo sigo viviendo».

--"Sabréis" La visión da conocimiento del misterio por participación. "Sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Sabréis este misterio de la interrelación y la comunión, porque participaréis de él. Mi Padre está conmigo y en mí. Yo estaré con vosotros y en vosotros. Todos formaremos una piña, una unidad perfecta. El amor que me tiene el Padre llega hasta vosotros, que estáis unidos a mí. El Padre os ama. Y el amor que vosotros me tenéis llega hasta el Padre, que está unido a mí. ¿Quién saldrá ganando? ¿Quién amó primero? ¿Quién ama más? Sobre el amor que yo os tengo, ya conocéis el modo y la medida.

--"Otro Defensor" Esto sí que no lo esperaban los discípulos. Como regalo supremo se les promete el gran Don del Espíritu. No es algo, sino Alguien, que llenará el vacío de la ausencia. Es el mismo Espíritu de Dios, que será un Consolador, un Defensor, un Maestro y, sobre todo, un Huésped y Amigo. Quien lo recibe no necesita otros apoyos, ni otras recomendaciones, ni otras enseñanzas. Es un Espíritu Santo; por eso, no lo puede recibir cualquiera, sólo el que cree en él y se prepara para recibirlo.

-- «Guardaréis mis mandamientos» El Señor sólo pide a los discípulos que guarden sus palabras, que acepten y guarden sus mandamientos. Que no se limiten a escuchar ni sean olvidadizos o inconstantes. Su palabra es una semilla que, si se la acoge, puede dar mucho, muchísimo fruto. Cuando Jesús habla de estas cosas, su palabra aún no estaba escrita. Jesús quiere que la escriban en sus entrañas, que la guarden en la mente y en el corazón, que la hagan vida. Vivid lo que os he dicho, lo que os he mandado, lo que os he pedido. Y lo que Jesús ha dicho y ha mandado no es tan difícil de aprender y recordar. Todo lo que Jesús ha dicho se puede resumir en pocas palabras, quizá en una: amad, amaos, como yo; sed testigos del amor, de la misericordia, de la generosidad; sabed que Dios es Padre -Abba-, es Amor; dejaos amar y extended este amor. Como yo, que os he amado hasta el fin.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 257 ss.


10.

El texto trata de una triple "venida": del Defensor o Paráclito, del mismo Jesús y del Padre. Les deja su paz y termina con unas palabras de despedida y de aliento. Esa triple venida y su paz se harán realidad en los que amen a Jesús con sinceridad; amor que deberá manifestarse en la observancia de sus preceptos.

Sin referencia alguna a su unidad indivisible, Padre, Hijo y Espíritu aparecen como realidades distintas. El misterio de la Santísima Trinidad se encuentra ya presente, en sus líneas fundamentales, en este evangelio.

1. El amor a Jesús

Todos los hombres buscamos el amor. Los momentos de amor que nos proporciona la vida son fuente de un gozo difícil de comunicar y describir. También es causa, sobre todo cuando no es correspondido, de un dolor que no podríamos comparar con nada. El amor se nos presenta como una vocación, camino y meta de nuestras vidas. Y, a la vez, como desventura. ¡Qué difícil es amar y que nos amen de verdad! ¿A cuántas personas de las que viven a nuestro alrededor queremos de verdad? ¿Cuántas nos quieren? Desgraciadamente, no es el amor una experiencia ordinaria que acompañe a nuestras relaciones con los demás.

En medio de este sombrío panorama de la humanidad, Jesús nos sigue hablando del amor. Nos insiste en que, a pesar de todas las experiencias en contrario, el amor es posible, que existe y es nuestra única vocación. Sólo en el amor la vida humana puede ser auténtica. Es la tarea de toda la vida, porque el amor, como Dios mismo, no es para nosotros algo conquistado, sino una esperanza, una promesa, la nueva humanidad que confiamos alcanzar en plenitud algún día.

La marcha de Jesús es inminente. ¿Cómo podrán seguir unidos a él después de la separación física? La respuesta es clara: por el amor. En el momento de su partida histórica, en que termina la convivencia terrena con sus discípulos, Jesús nos desvela y funda una nueva forma de comunión. Una comunión que la presencia corporal no había podido dar: sin límites y con alcance universal. Un amor que no será posible expresar con manifestaciones afectivas, sino con la observancia de los mandamientos. La vida cristiana no es cuestión de cumplimientos legales, sino de amor.

"Si me amáis..." Jesús reivindica para sí el amor que la Escritura pedía para Dios (Dt 6,4-9). Al constituirse, en igualdad con el Padre, como objeto del amor de los hombres, Jesús no desdobla el mandamiento del amor a Dios, ya que él está en el Padre, y quien le ama, ama también al Padre.

El amor a Jesús es la condición para cumplir sus mandamientos en libertad, lo mismo que cumplirlos será la prueba del amor que le tengamos a él. Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás; quien no ama a los demás no es posible que ame a Jesús (I Jn 4,20). El que ama lo manifestará en todo lo que haga, ya que el amor posee a la persona. No podemos actuar con amor unas veces y otras no.

Jesús menciona por primera vez el amor de sus discípulos a él. Hasta ahora se había referido al amor de "unos a otros" (Jn 13,34-35). Se trata del mismo amor: amarle a él lo identifica con guardar sus mandamientos, que se reducen a uno: amar a Dios en el prójimo (Mc 12,28-31 y par.). El amor quita a los mandamientos todo carácter de imposición, porque no son otra cosa que exigencias del amor. Cumplirlos significa seguir su mismo camino, al que nos lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de obedecer normas externas, sino de responder con obras a la fe en Jesús.

"Mis mandamientos", indica la oposición a los de la ley de Moisés. Nunca los enumera ni formula. Son la respuesta al mandamiento principal -el amor-, que debe concretarse en cada época y circunstancias de acuerdo con las necesidades de los hombres y de los pueblos.

2. Entra en escena el Espíritu Santo ES/DON:

Entra en escena otro protagonista: el Espíritu Santo. Es el mayor don que Jesús resucitado ha hecho a su Iglesia y a cada uno de sus seguidores, el efecto primero y más trascendental de su oración ante el Padre. Recibirlo es mucho más que recibir el sacramento de la confirmación, de la misma forma que ser cristiano es bastante más que estar bautizado. Recibir el Espíritu Santo es lanzarse a vivir la fe con todas las exigencias que nos señala el evangelio, y que no pueden encerrarse o limitarse ni a unos libros o catequesis, ni en unos ritos o tradiciones, ni en un código. Nos anima, desde dentro de nosotros mismos, a caminar siempre más allá. Es la fuerza interior que necesita la Iglesia y cada cristiano para ser testigos de Jesús a pesar de las contrariedades.

Es "otro Defensor" o Abogado de sus discípulos. Continuará de forma misteriosa, la misión del primer Defensor: Jesús de Nazaret. Al ocupar el puesto de Cristo, ser "otro Cristo", se sigue que su origen es también divino.

Este Defensor o Abogado no será sólo una persona encargada de aducir pruebas a favor de sus defendidos, según nuestro concepto de abogado. Siguiendo los procedimientos y costumbres judías, el abogado es una persona de gran categoría y prestigio ante el juez, al que podía influir favorablemente con su sola presencia por tratarse de un hombre que gozaba de la estima de la sociedad. De aquí que, según el contexto, la promesa de Jesús es escatológica, con una referencia inmediata al último juicio de Dios. Los judíos creían que, en aquel momento, tendrían a su disposición, además de sus buenas obras y las de sus antepasados, un abogado de esa naturaleza.

Jesús, en palabras del evangelista Juan, hace uso del futuro para describir el presente. Es decir, promete a sus discípulos un abogado no sólo para el futuro juicio de Dios, sino también para que esté con ellos desde el momento de su partida. La presencia activa del Espíritu será el nuevo modo de estar presente Jesús resucitado en sus discípulos, colmando con creces el vacío que les produzca su ausencia física. Deberán aprender a vivir en su nueva presencia después de su asesinato. Un aprendizaje difícil si tenemos en cuenta que los cristianos, casi en general ignoran que exista esta presencia entre nosotros y el papel que juega en la Iglesia y en los individuos. Se nos hace difícil e incomprensible este tema. ¿Dónde está cuando arrecian los problemas y los conflictos parecen insuperables? ¿Por qué permite tantas desviaciones entre los suyos y tantas injusticias?...

Al permanecer siempre con los discípulos, es dado a toda la Iglesia, no sólo a los once considerados como personas particulares. El Espíritu de Dios está presente en los que siguen el camino de Jesús trabajando para convencer al mundo de su injusticia y liberarlo de su pecado, continuando la presencia iluminadora de Jesús en la tierra. Los cristianos debemos ser conscientes de su actuación en nuestros corazones, en la Iglesia y en "los signos de los tiempos". La Iglesia tiene en él sus verdaderas raíces y es fiel a Jesús cuando sigue sus insinuaciones. Tenemos que estar muy atentos: habla en el silencio, en los acontecimientos cotidianos. Es un "Defensor" que no nos asegura éxitos ni triunfos humanos, como tampoco se los aseguró a Jesús. Es otra la calidad de su defensa... Es "el Espíritu de la verdad", el que nos dará la comprensión sincera y profunda del evangelio. Una verdad que "está siempre con nosotros", "vive con nosotros" y es la actitud básica para comprender el evangelio: sinceridad y disponibilidad totales a una palabra que exige una constante conversión personal y la reforma de las estructuras. Es la verdad sobre Dios, por ser también Dios; y sobre el hombre, al ser el Espíritu de Jesús, Hombre pleno. Por ser el Espíritu de la verdad lo es también de la libertad, pues la verdad hace libres (Jn 8,32). Desarrolla, profundiza y completa la obra de Jesús.

Es el Espíritu lo que distingue a la comunidad cristiana de cualquier otra organización. Nos hace ver lo que otros no vieron, comprender lo que aún no se ha comprendido, descubrir lo que todavía no se ha escrito ni codificado. Si nos abrimos a él con el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos tal cual somos. Esta acción y presencia sólo podrá ser captada por la fe.

3. El orden injusto será su principal enemigo

La palabra "mundo" suele tener en Juan un sentido peyorativo, de "orden injusto". Así considerado, no puede entender esto del Espíritu de Jesús, al haberse colocado a otro nivel. El "mundo" y el "Defensor" son seres de naturaleza opuesta y no pueden coexistir, como el agua y el fuego. El mundo no lo puede recibir, porque culpablemente vive al margen del amor. De ahí tanta desolación: gastos incalculables en armas, torturas del poder, terrorismo, desigualdades económicas irritantes, abortos, explotación de la juventud con las drogas y las modas, las bebidas alcohólicas, las necesidades superfluas que hacen al hombre cada vez más esclavo y autómata, la indiferencia ante el sufrimiento de los otros... La estructura del mundo en que vivimos está poseída por un espíritu de injusticia radical.

La sociedad de consumo siempre estará en contra del Espíritu de Jesús. Y cuando los cristianos la aceptamos y promovemos, dejamos de ser capaces de entender el evangelio. Es posible que recitemos palabras de Jesús, pero las diremos sin entenderlas, de memoria. ¿No debemos reconocer que nos comportamos, con demasiada frecuencia, como "mundo"? Por eso no podemos conocer a aquel que está en nuestro interior: el "gran Desconocido". Tenemos otras aspiraciones, buscamos otras cosas...

Los discípulos sí lo conocerán, experimentarán su acción en sí mismos. Es el conocimiento de la fe, el conocimiento que orienta hacia la verdadera vida humana.

4. Jesús promete su retorno

Jesús "no dejará desamparados" a los suyos: "volverá". Como antes con el Defensor, la promesa rebasa al círculo apostólico: vendrá a todos los que reciban y guarden sus preceptos. No nos dejará huérfanos. Un término que tiene fuertes connotaciones en la Biblia, en la que el huérfano es prototipo del que está a merced de los poderosos, aquel con quien se cometen todas las injusticias. No los dejará indefensos. Su ausencia no será definitiva.

¿A qué se refiere esta vuelta suya después de resucitado? No parece que sea únicamente a las apariciones que hizo a los apóstoles y a otras personas, ni sólo a su parusía -no sería "dentro de poco"-. Parece referirse, principalmente, a su vuelta a través de la experiencia de la fe y del amor. Y así, está presente en la eucaristía, en las necesidades de los demás (Mt 25,31-46), en el corazón de los que le son fieles, como dirá más adelante, y en el amor de la comunidad.

Esa presencia suya por la fe y el amor no podrá verla el "mundo", encerrado en sus egoísmos. Sólo podrá verlo el que tenga como norma de su vida las bienaventuranzas; el que viva abierto, desprendido..., porque sólo éstos viven, y son únicamente los vivos los que pueden conectar con Jesús.

El evangelio de Juan interioriza las llamadas "últimas realidades". La venida de Jesús al final de los tiempos, el juicio..., se realizan ya en este tiempo, no por un proceso espectacular y apocalíptico, sino por el encuentro con Cristo vivo en la comunidad a través del testimonio del amor fraterno. Es lo que significan sus palabras: "Vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo". La calidad de la vida depende de la verdad del amor. La vida-amor de la comunidad hace posible ver y hacer presente a Jesús entre nosotros. "Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Después de su muerte-resurrección, la fe de los discípulos irá descubriendo -fruto de la acción del Espíritu- la unidad existente entre el Padre y el Hijo, que Jesús actuó siempre siguiendo los deseos de Dios y que poseía su mismo Espíritu y plenitud de amor. Jesús vive en el Padre y en nosotros. No son palabras poéticas o místicas, sino expresión de una realidad alcanzada con la resurrección de Jesús. Una vida que se va comunicando exclusivamente a los que consideran secundario todo lo demás, a los que comparten lo que son y lo que tienen.

Los primeros cristianos tenían muy arraigada la presencia en ellos de la Trinidad: el Padre, Jesús y el Espíritu eran realidades casi visibles que orientaban toda su vida. No parece que suceda ahora lo mismo.

"El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él". Pasa Jesús al singular, a la relación que el Padre y él establecen con cada miembro de la comunidad. Cada uno debe aceptar y vivir los mandamientos de Jesús, cada uno es responsable de su propia vida. No quiere una comunidad de gregarios. El amor, fundamento de su comunidad, consiste en vivir los mismos valores que Jesús y comportarse como él. El verdadero amor no es sólo interior; es también visible. La respuesta del Padre será de amor, y la de Jesús se traducirá en una mayor revelación. El Padre y Jesús, que son uno (Jn 17,11), responden al unísono. El Padre considera como hijo al que ama igual que Jesús; Jesús lo ve como hermano.

5. Tercera venida: la del Padre

"Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?" Aparece de nuevo la incomprensión y la decepción de los discípulos. Esta vez es Judas Tadeo el que hace la pregunta. Juan establece una especie de turno de preguntas para que Jesús pueda aclararles las muchas cosas que no entienden. Judas no comprende el modo de la manifestación de Jesús. Su pregunta presupone, conforme a la esperanza judía, que el Mesías, cuando aparezca, se manifestará a todo el mundo, aparecerá como un triunfador terreno. Aunque con dificultad, los discípulos podían entender que Jesús hasta ahora hubiese tomado una apariencia externa humilde y que, como consecuencia, su persona hubiese provocado la indiferencia o el rechazo. Pero esta fase ya había terminado. Jesús mismo ha hablado de su "glorificación". ¿Cómo entender ésta sin una manifestación sensacional al mundo? Siguen sin renunciar a su concepción mesiánica triunfalista. La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas es sólo indirecta. Las cosas no sucederán como ellos piensan. El Mesías nacionalista, triunfal, que aclare todas las dudas y ambigüedades de la fe y se manifieste a los hombres con todos los títulos atribuidos al poder divino, no es el de Dios. La fe seguirá siendo invisible, no se presentará rodeada de sensacionalismos y milagros. Las cosas en el mundo seguirán igual que antes. ¿No les ha dicho que "el mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce"? Sin embargo, nada será igual... para el que ama.

Su retorno no será un alarde de poder ni una reivindicación de la injusticia cometida con él. La transformación de la sociedad que les ha propuesto no se hará por la fuerza. Su comunidad la formarán exclusivamente los que estén dispuestos al ofrecimiento de sus vidas por la nueva humanidad, a ejemplo suyo. Por eso, en respuesta a Judas, repite lo dicho antes, con palabras muy parecidas.

El amor a Jesús está formado de trato personal, de intimidad... Pero no se queda ahí. La frase "el que me ama", entendida a la luz de todo el mensaje evangélico, equivale a "el que ama", aunque nunca haya oído hablar de él. Abarca toda la vida, toda la realidad y a todos los hombres. Jesús quiere hechos, y no palabras. No obliga a optar por él. Pero al que opta le exige un amor de obras: "guardar su palabra". En esta palabra ocupa el puesto principal su mandamiento del amor, hasta el punto que el único criterio que tenemos para saber si amamos es el amor que en la práctica profesemos a los hermanos. Los que no conocen sus verdaderos planteamientos optan por él cuando trabajan por la fraternidad universal. "Haremos morada en él". Incluye la tercera venida: la del Padre. El amor a Jesús y su venida junto con el Padre a vivir con el discípulo son dos descripciones de una misma realidad. Una desde cada extremo. Amar a Jesús es acercarse a él, lo que puede describirse como un movimiento del discípulo hacia Jesús. Venir a habitar en el hombre implica un movimiento de Dios al interior de sus hijos. El fruto será vivir juntos, ya en esta vida, en la intimidad de la nueva familia. Cada miembro de la comunidad será morada de Dios. Se promete una presencia de Jesús y del Padre semejante en todo a la que tenía Jesús con los suyos, pero interiorizada. Todo será efecto del don del Espíritu. Esta presencia del Padre y del Hijo no es transitoria, sino permanente, pues en el que ama establecen su "morada". Y es una presencia distinta de la que tiene Dios en todas las cosas como Creador, al limitarse a los que le aman.

La presencia de Dios en la comunidad cristiana y en cada miembro que vive en el amor, tal como se nos describe en este pasaje de la última cena, cambia por completo el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con él. Se concebía a Dios como una realidad exterior y lejana al hombre. La relación con la divinidad se establecía a través de mediaciones, de las que era la ley la principal. De su observancia dependía su favor. Con Jesús, cada comunidad y cada miembro se convierten en morada de Dios. Dios "sacraliza" al hombre y, en él, a toda la creación. Nuestro Dios es un Dios cercano: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28).

Aunque no se diga aquí explícitamente que también venga a morar en el discípulo el Espíritu Santo, es lo que está suponiendo todo el contexto. Padre, Hijo y Espíritu constituyen una unidad de tal manera indivisible, que no es posible tener a una de las tres personas sin las otras dos. Es lo que la teología llama "inhabitación de la Trinidad", tomando como base los escritos joánicos y paulinos. Inhabitación que nos muestra como ninguna otra realidad la profundidad de la vocación cristiana.

6. La tarea del Espíritu

Al que no ha optado por Jesús, al que no ama, le resbalará su mensaje, se le caerá de las manos. ¡Cuánta apatía en los cristianos por conocer los verdaderos planteamientos de Jesús!

Jesús identifica sus palabras con las del Padre. Se trata del mensaje de Dios, presente ya inicialmente en el Antiguo Testamento, el de su amor por el hombre. Un amor que mostró a lo largo de la historia de Israel, poniéndose siempre de parte del oprimido e injustamente tratado. Fue su amor el que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto; un amor que ofrece al oprimido el medio de salir de su opresión.

El tiempo de Jesús para enseñar a sus discípulos se está acabando. Vuelve a repetirles quién será en adelante su guía y luz: "Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho".

Cuando Juan escribió estas palabras -unos setenta años después de la muerte de Jesús- ya había vivido la Iglesia la amargura de duras crisis internas. Saberlo puede ayudarnos a comprender el trasfondo de estas palabras.

Jesús había enseñado a sus discípulos todo lo necesario mientras estuvo con ellos. Pero no fue mucho lo que entendieron, empeñados en mantener sus esquemas religiosos y su mesías nacionalista. Será el Espíritu el que les vaya haciendo comprender el verdadero sentido de sus palabras. Su acción no se limitará a una mera repetición interior de las palabras y hechos de Jesús, sino a profundizarlos e interpretarlos en todo su alcance para la vida de la Iglesia, partiendo de la luz que sobre ellos proyectó la resurrección. Profundización que no será posible mientras no exista una ruptura con lo mundano. Nos irá enseñando el mensaje de Jesús en la medida en que lo vayamos viviendo. No hay otro modo de conocer a Dios y a su Cristo. Por eso pasa tan desapercibida su acción. ¿Cómo actuar con personas e instituciones que se mueven por otros intereses? Es en la experiencia cotidiana del que ama donde tiene lugar la enseñanza íntima, nunca espectacular, del Espíritu. No agrega nada a lo enseñado por Jesús, pero hace actuales sus palabras, de forma que cada comunidad y cada cristiano tenga en esas palabras actualizadas el criterio para resolver sus problemas y conflictos. Quiere que evitemos querer resolver los problemas solos, o que los resolvamos por simple referencia a antiguas enseñanzas que hayamos recibido.

No es suficiente conservar, es necesario innovar, caminar constantemente. Es decir, buscar nuevas soluciones a los nuevos problemas, a la realidad actual, sin miedo hacia el futuro. A Jesús no lo podemos recordar como un simple personaje del pasado ni sus palabras se han quedado petrificadas en las páginas evangélicas. Cristo resucitado está vivo en la comunidad; y sus palabras tienen valor, si son algo vivo para cada época, lugar y circunstancia. ¿Cómo hacerlo? La promesa de Jesús nos asegura el camino: confiar en el Espíritu.

Jesús no habló concretamente más que de los problemas de su época, pero planteó un cierto esquema fundamental según el cual los cristianos de todos los tiempos debíamos orientar nuestras vidas. Es normal encontrarnos con interrogantes cuya respuesta directa e inmediata no está en el evangelio ni en toda la Escritura tomada en su conjunto: problema social, sexualidad, relaciones Iglesia-Estado.. Es la tarea del Espíritu Santo; un Espíritu que no actúa mágicamente resolviendo nuestros problemas desde el cielo, sino que obra dentro de la misma comunidad pluralista y compleja que, afortunadamente, pretende ser hoy la Iglesia.

La comunidad cristiana debe vivir en permanente alerta y en constante escucha del Espíritu, con un corazón pobre, desprendido, abierto y disponible para que todas las palabras de Jesús sean reflexionadas y vividas, evitando recordar únicamente las que nos favorezcan y olvidando las que nos resulten molestas.

Cuando la Iglesia y las comunidades cristianas se cierran al Espíritu y se instalan en una posición fija y cómoda; cuando los intereses creados nos hacen olvidar ciertas páginas del evangelio; cuando el mensaje de Jesús se transforma en un frío catecismo para aprender de memoria como una receta..., es inevitable que dejen de ser fermento de verdad en el mundo. ¿Tenemos conciencia de que nos mueve el Espíritu? ¿Le dejamos?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 187-196


11.

EL ARTE DE VIVIR

El Espíritu de la verdad.

Nunca los cristianos se han sentido huérfanos. El vacío dejado por la muerte de Jesús ha sido llenado por la presencia viva del Espíritu del resucitado. Este Espíritu del Señor llena la vida del creyente. El Espíritu de la verdad que vive con nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en la verdad. Lo que configura la vida de un verdadero creyente no es el ansia de placer ni la lucha por el éxito ni siquiera la obediencia estricta a una ley, sino la búsqueda gozosa de la verdad de Dios bajo el impulso del Espíritu.

El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu.

Cuando vive esta experiencia del Espíritu, el creyente descubre que ser cristiano no es un peso que oprime y atormenta la conciencia, sino que es dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y nos hace vivir con una espontaneidad que nace no de nuestro egoísmo sino del amor.

Una espontaneidad en la que uno renuncia a sus intereses egoístas y se confía al gozo del Espíritu. Una espontaneidad que exige regeneración, renacimiento y reorientación continua hacia la verdad de Dios.

Esta vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración. Es la verdad de Dios que genera en nosotros un estilo de vida nuevo enfrentado al estilo de vida que surge de la mentira y el egoísmo.

Vivimos en una sociedad donde a la mentira se la llama diplomacia, a la explotación negocio, a la irresponsabilidad tolerancia, a la injusticia orden establecido, a la sensualidad amor, a la arbitrariedad libertad, a la falta de respeto sinceridad.

Esta sociedad difícilmente puede entender o aceptar una vida acuñada por el Espíritu. Pero es este Espíritu el que defiende al creyente y le hace caminar hacia la verdad, liberándose de la mentira social, la farsa de nuestra convivencia y la intolerancia de nuestros egoísmos diarios.

Se ha dicho que el cristiano es un soldado sometido a la ley cristiana. Es más exacto decir que el cristiano es un «artista». Un hombre que bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu aprende el arte de vivir con Dios y para Dios.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 57 s.


12.

Frase evangélica: «Le pediré al Padre que os dé otro defensor»

Tema de predicación: EL ESPÍRITU DEFENSOR

1. Según el evangelio de Juan, «Paráclito» significa defensor, protector o intercesor. En un contexto jurídico, significa abogado que defiende o ayuda a un acusado. El Espíritu es el abogado defensor de Jesús: da testimonio, reconoce su palabra y lo glorifica. También es el abogado de sus discípulos: les recuerda las palabras de Jesús, hace presente en ellos al Señor, les hace valientes en el mundo y los defiende en la persecución. Tiene, pues, una doble función de defensa: por Cristo ante el Padre y por Cristo ante los discípulos. Sin Defensor nos quedamos huérfanos o desamparados, a merced de los poderosos. Con la ayuda del Defensor se mantiene vivo el mensaje de Jesús y se edifica la comunidad en el mundo.

2. Jesús anuncia en la última cena la venida del Defensor. Cuando él haya partido, volverá en las apariciones pascuales (en las eucaristías) y en los últimos tiempos (en la Parusía). Estará presente en los discípulos, pero será opaco al sistema de «este mundo», incompatible con el Espíritu.

3. Las funciones del Defensor son varias: la primera es la de «enseñar» todo lo que ha dicho Jesús: es «Espíritu de la verdad». Por consiguiente, recordará la verdad. En segundo lugar, el Defensor será testigo de Jesús frente al mundo; este testimonio se manifestará en la predicación apostólica y en los signos cristianos. En tercer lugar, el Defensor será el «acusador del mundo» en materia de pecado, de justicia y de juicio. El mundo será convencido de pecado; se hará justicia a Cristo, y será condenado el Príncipe de este mundo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos experiencia del Espíritu de Dios?

¿Cuándo nos dirigimos a Él?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 123 s.