COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 P 2, 4-9

 

1. SCDO-COMUN   J/PIEDRA/ROCA.

Cristo resucitado es, por su resurrección de entre los muertos, la "piedra viva" elegida por Dios para construir sobre ella la Iglesia (cf. /1Co/03/11). Los que construyen en este mundo, desprecian frecuentemente a Cristo; pero lo que vale es el juicio de Dios que le ha resucitado (Mt 21. 42).

C/TEMPLO:También los que se unen por la fe a Cristo, "piedra viva", participan de la nueva vida, son liberados por él de la muerte y merecen llamarse a su vez "piedras vivas" que, trabadas entre sí, sobre el fundamento que es Cristo, forman el verdadero "templo de Dios" que es la comunidad de Jesús (cf. 1 Co 3. 16 s; 2 Co 6. 16; Ef 2. 21 s). Más aún, los creyentes son un "pueblo sacerdotal" participando del mismo sacerdocio de Cristo, el Mediador (Hb 13.15 s). En Cristo y por Cristo, animados por el Espíritu que habita en medio de su comunidad, ofrecen a Dios sacrificios espirituales: el sacrificio de alabanza y de acción de gracias, el sacrificio de amor de su corazón, el sacrificio de sus propias vidas (Rm 12. 1; Flp 4. 18; St 1. 27; Hb 13. 15 s).

Este texto de Isaías (28. 16) significa originariamente que Yahvé, cuya presencia se manifiesta en el Templo, es la roca sobra la que pueden apoyarse confiadamente los habitantes de Jerusalén en tiempos de peligro. Ahora estas palabras se aplican a Cristo, "piedra angular" que sostiene y mantiene unida la verdadera "casa de Dios" que es la Iglesia.

Para los incrédulos, Cristo es un "escándalo", es decir, piedra en la que tropiezan y roca sobre la que se estrellan. Los incrédulos no comprenden que el "ripio" que desprecian los tecnócratas de este mundo puede ser elegido por Dios para ser la "piedra angular", esto es, la mejor piedra, la que se utiliza para los sillares del edificio. Los creyentes, en cambio, encuentran en Cristo y por Cristo crucificado y despreciado por los poderosos de este mundo, la piedra angular sobre la que pueden fundar confiadamente su vida. Los títulos de gloria del viejo Israel pasan ahora a los cristianos, que son "Israel de Dios" (Ga 16.; Flp 3. 3). Nacidos todos ellos, por el bautismo, de un mismo Espíritu, son una misma raza elegida, en la que, sin distinción entre griegos y judíos, hombres y mujeres, todos son hijos de Dios, llamados a reinar con Cristo en la vida eterna (cf Lc 22. 30; Mt 19. 28; Ap 1. 6).

Todos son sacerdotes, participando de un mismo sacerdocio de Cristo y, así, todos tienen acceso a Dios, a quien llaman "Padre". Rescatados por la sangre de Cristo, son ahora pueblo de Dios, a quien pertenecen. Todos los creyentes han sido llamados a proclamar el Evangelio, dando testimonio en el mundo de las hazañas que Dios ha realizado en su favor.

EUCARISTÍA 1981/24


2. COMUNIDAD/CULTO.

La comunidad cristiana no es un grupo dedicado al culto ceremonial. Las palabras de uso religioso tienen, en boca de Jesús, un significado distinto. "Culto" es la obediencia al Padre, "templo" es la comunidad cristiana y "sacerdote" el discípulo que vive su fe en la cotidianidad. Ni los servicios, ni las personas que los ejercen tienen un especial carácter sacral tal como se entiende el término en las ciencias de la religión.

EUCARISTÍA 1987/24


3. /1P/HO-BAU:

Una parte, al menos, de la primera carta de Pedro, parece ser una especie de cuaderno-guía para la celebración de la liturgia cristiana de Pascua o, más bien, quizá, un esquema de homilía que debía pronunciarse tras la lectura del Ex 12, 21-28. Constaría esta homilía de tres partes: la primera propone una interpretación cristiana y espiritual del Ex 12, 21-28 (1 Pe 1, 13-21); la segunda es un canto en honor del mensaje totalmente nuevo de la vida pascual (1Pe 1, 22-2, 2) y la tercera, incluida en la lectura de este día (1 Pe 2, 3-10), estudia la vida concreta de los cristianos a la luz del misterio pascual.

a) El v. 9 contiene la idea esencial del pasaje. Los cristianos constituyen el nuevo Israel, pues poseen las prerrogativas contenidas en el título que Dios concedió al pueblo elegido durante su peregrinación por el desierto (Ex 19, 5-6, del que se vale Pedro en este pasaje para aclarar el de Is 43, 20-21).

Disponen, también, de todos los títulos reservados a Israel: raza elegida por haber sido escogida entre las naciones (Ex 19, 5; Dt 7, 6; 14, 2), reino de sacerdotes (cf. Ex 19, 6) capaces de ofrecer, en lugar de las inmolaciones del Sinaí (Ex 24, 5-8), el sacrificio espiritual de la nueva alianza (cf. v. 5 y Ap 1, 6), nación santa por haber sido separada del mundo, no ya mediante un rito exterior, sino por la acción interior del Espíritu Santo (versículos 1-2), pueblo del que Dios ha tomado posesión no solo por una intervención milagrosa de Yahvé, como aparece en el Éxodo, sino por la propia sangre de su Hijo (Act 20, 28; 1 Pe 1, 19); pueblo de Dios, finalmente, que reúne las doce tribus de Israel e incluso a todas las naciones de la tierra, hasta entonces sumidas en las tinieblas (v. 10; cf. Is 9, 1).

b) Sin embargo, debe darse una justificación previa a esta transferencia de títulos de manos de Israel a la Iglesia, y el autor se vale, para este fin, del tema bíblico de la piedra (versículos 4-8). La antigua alianza ha sido elaborada en las faldas del Sinaí, monte al que el pueblo no podía acercarse bajo pena de muerte (Ex 19, 23); la nueva alianza se tramita y queda establecida para siempre en torno a una "nueva roca", una "piedra" viva que es Cristo resucitado; una piedra a la que, en oposición a lo que sucede con el monte Sinaí, todos pueden acercarse (v. 4).

El nuevo pueblo acude a reunirse bajo la protección de una persona que dio muestras de su divinidad sobre todo en su muerte y resurrección ("rechazado..., pero escogido", v. 4), y revela a cada uno su personalidad religiosa. Reunidos en torno a Cristo, los cristianos constituyen de este modo un templo espiritual, pues su ofrenda no consiste ya en simples ritos, sino en actitudes personales (v. 5; cf. Rom 12, 1; Heb 13, 16) y su adhesión a Cristo deja de ser una cuestión de ablución, para convertirse en fe y compromiso (v. 6-8).

Esta es la razón por la que los dos primeros versículos de la perícopa litúrgica subrayan que el sacrificio espiritual de los cristianos es de orden moral y se apoya en la conversión incesante y el caminar permanente hacia la meta que Cristo nos ha trazado en nuestras propias vidas. La leche espiritual a que aluden estos versículos no es otra que la Palabra de Dios, ofrecida en el momento de la conversión bautismal y proclamada incesantemente para alimentar el crecimiento espiritual y la constante renovación de los fieles (1, Pe 1, 22-25).

Los discípulos de Jesús están seguros de ser el verdadero Israel, pero ¿no creían de igual manera los fariseos, los zelotes, los esenios y los saduceos? En realidad, la primera carta de Pedro revela perspectivas muy diferentes: los cristianos no se consideran solamente el verdadero Israel, sino el nuevo Israel. Precisamente el conocimiento personal y experimental del Resucitado (la "piedra" del nuevo pueblo) es lo que permite devenir en nuevo pueblo al que en principio no era más que un simple partido judío. Que los cristianos de Jerusalén hayan observado durante largo tiempo las instituciones judaicas no reviste gravedad alguna: su fe en la "piedra" tenía que hacer volar por los aires, tarde o temprano, aquellas instituciones.

Bajo la pluma del autor de la primera carta de Pedro, la Iglesia se reconoce ahora como el nuevo pueblo escatológico, en el que encuentran su definitivo cumplimiento todas las potencialidades contenidas en el antiguo.

El acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo tiene, pues, para la Iglesia, la misma relevancia que para Israel la manifestación de Yahvé en el monte Sinaí. Tal acontecimiento es el núcleo de la constitución del nuevo pueblo y fundamento de su sacerdocio real. Pero hay una diferencia esencial que distingue ambos acontecimientos: las tablas de la ley son sustituidas por una persona que se ofrece como sacrificio, un "ser vivo" y su amor a todos los hombres, para ofrecer a la humanidad un tipo de alianza basada en un corazón nuevo, capaz de entregarse totalmente a la voluntad del Padre y de edificar, de este modo, el templo espiritual donde se ofrece el único culto agradable a Dios.

¿Por qué, entonces, la Iglesia sigue empeñada, por todos los medios, en definirse a partir de nociones tomadas del judaísmo, tales como: pueblo santo, asamblea sacerdotal, etc., todas ellas caducas y más que pasadas de moda? La razón de ello parece ser que, mediante estas denominaciones, se trata de evitar toda clericalización de la Iglesia: el pueblo de Dios no existe sino todo entero. Cualquiera que sea la misión que desempeñemos en la Iglesia, lo que importa, sobre todo, es saber si somos verdaderos creyentes capaces de ofrecer el sacrificio espiritual. La noción de pueblo evita, por consiguiente, toda concepción individualista del encuentro con el Resucitado. La iglesia no es una confederación de pueblos que piensan lo mismo. La voluntad de Dios de constituir un pueblo en torno a la nueva "piedra" es anterior a la fe de cada uno.

Finalmente, las nociones tan concretas de pueblo y asamblea impiden idealizar a la Iglesia. Esta es, ciertamente, una institución divina, pero no existe sin los hombres concretos e independientemente de la búsqueda religiosa de estos. Sin los hombres, la Iglesia no tiene consistencia alguna. Es, por consiguiente, normal que la Iglesia esté condicionada a su entidad terrena y pecadora y que admita una reforma y purificación perpetuas.

La celebración eucarística reúne todas estas características: es pueblo de Dios en acto de sacrificio espiritual, cuando actúa todo él en respuesta al llamamiento de Dios, y cuando ofrece, como sacrificio, su fe en Cristo resucitado y su adhesión a la nueva ley que Cristo promulga.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 151


4.

En este pasaje se trata de los creyentes y de su comunidad, que como en otros libros del NT aparece con la imagen del templo y de la construcción.

Es interesante que los templos de los cristianos sean las personas y no los edificios, aunque esto ha sido bastante olvidado en la conciencia posterior, volviendo a una idea veterotestamentaria o de religión en general, en la cual el templo físico tiene una gran importancia.

Asentado ese punto se fundamenta la comunidad con Cristo como cimiento total y absoluto. Lo importante es entender bien la imagen de Cristo como fundamento. Lo más claro es poner la Resurrección de Cristo, o Cristo Resucitado que es lo mismo, como tal fundamento. No es, pues, un recuerdo del Cristo histórico, y ni siquiera son los propios actos del Jesús terrestre, por importantes que sean. De Cristo glorioso brota la vida de los hombres.

Para ello es necesaria una opción personal hacia El (vs. 7-8) de toda seriedad. La responsabilidad personal no es pequeña.

Por último, de una comunidad de creyentes, no tanto de una institución oficial que es mera mediación y no es identificable sin más con la comunidad total, se dicen los títulos del v. 9. El peligro aquí radica de predicarlos de la Iglesia oficial sin más, y entonces es necesario ser muy torpe para ver que esta comunidad no merece esos títulos sin más ni más. Aunque sean inseparables la Iglesia visible y la invisible, tampoco se pueden identificar simplemente. Lo esencial es la comunidad de creyentes, unida en fe y adhesión a Cristo. De ella sí se dicen esas cosas.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1990/28


5.

Jesús resucitado de entre los muertos es "la piedra viva". Desechado por los hombres, excomulgado por los jefes de Israel y eliminado por los romanos de la comunidad de los vivos, es ahora la base y el fundamento de la nueva convivencia de los hijos de Dios. Sobre él se edifica la iglesia.

Por la fe, todos tenemos acceso a Cristo y a la nueva vida, participamos en su resurrección y somos también nosotros "piedras vivas". Sobre el fundamento que es Cristo, construimos "el templo del espíritu", que es la iglesia (cf. 1 Cor 3, 16; 2 Cor 6, 16; Ef 2, 21s). De ahí se sigue que nadie debe considerarse en la iglesia como un peso muerto, pues todos son piedras vivas que contribuyen a su construcción; de ahí, también, que el verdadero lugar de encuentro con el Padre sea la comunidad en donde habita el espíritu y no un templo material.

El es el único mediador (Hebr 13, 15s). Por él, en él y con él, todos los fieles constituyen un solo sacerdocio. Si la comunidad es templo y sacerdocio, esto acaba con todo clericalismo: no es posible domesticar a Dios y encerrarlo en un templo custodiado por los sacerdotes, ni es licito que una casta sacerdotal domine sobre el pueblo de Dios. El ministerio sacerdotal dentro de la iglesia está al servicio del sacerdocio de toda la iglesia, pues todos los fieles tienen acceso por Jesucristo a un mismo Padre.

Este texto de Isaías (28, 16) significa originariamente que Yavé, cuya presencia se manifiesta simbólicamente en el templo de Jerusalén, es el único fundamento sólido para la confianza del pueblo. Nuestro autor lo dice ahora de Cristo, principio y fundamento de la iglesia.

Cristo sigue siendo para los incrédulos como el ripio que desechan los albañiles, los tecnócratas de nuestra sociedad. Pero Dios lo ha convertido en su tropiezo, en escándalo para ellos, y en roca en la que se han de estrellar.

El nuevo Israel, la comunidad de Jesús, hereda los títulos de gloria y las promesas del viejo Israel. Todos en la iglesia tienen la misma dignidad y constituye un solo "sacerdocio real".

Todos son reyes y sacerdotes, pues todos tienen acceso a la misma gloria. La misión del nuevo Israel de Dios es proclamar en el mundo el evangelio de la liberación y salir de las tinieblas.

EUCARISTÍA 1975/27


6. C/TEMPLO:

La nueva creación que llega a ser el cristiano por su incorporación a Cristo realizada en el bautismo alcanza hoy su dimensión comunitaria o de pueblo de Dios. Todo esto se describe con una terminología sacada del A.T. y aplicando a los creyentes en particular y en cuanto son comunidad -en cuanto nuevo y definitivo pueblo de Dios- lo que Israel estaba destinado a ser en virtud de su elección.

Se describe la comunidad cristiana con la imagen de una casa o templo que se va edificando por la incorporación a Cristo -piedra fundamental- de cada uno de los miembros y por la fuerza del Espíritu Santo que habita en ellos: de ahí que se trate de un "templo del Espíritu"; todos los que lo forman son llamados "un sacerdocio sagrado, una raza elegida, un sacerdocio real, una nación sagrada, un pueblo adquirido por Dios".

Todas estas imágenes, traspasadas del pueblo de la Antigua Alianza al de la Nueva (al que Dios ha llamado, como en un nuevo éxodo, "a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa"), indican la misión de todos los creyentes no como miembros individuales, sino como pueblo. Por medio del bautismo se forma parte de este pueblo escogido que debe hacer de su vida entera un culto y una donación a Dios. En medio de la diversidad de personas que forman este pueblo, su vocación es común y puede realizarse por la fuerza de la Palabra (cfr. 2, 2) y del Espíritu.

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1981/10


7. SACERDOCIO-COMUN

v. 5. Y unos vv. más adelante, el 9, dice... En estas palabras claramente se afirma que todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Por eso también dice san Pablo: "Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3, 17).

Por eso en el Canon se dice de todos los fieles que "ellos mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza", es decir, los "sacrificios espirituales" a los que se refiere san Pablo y la "Acción de Gracias" de la que habla san Pablo. El Pueblo de Dios no sólo ha sido elegido para ejercer un "sacerdocio real", para "celebrar constantemente la Acción de Gracias al Padre, por todos" los hombres, sino también para anunciar el Evangelio, las "alabanzas de Aquel que os ha llamado", a todas las naciones. Este sacerdocio general de todos los bautizados no invalida el sacerdocio ministerial de los sacerdotes, pero este último no puede acentuarse hasta tal punto que se desconozca el primero y fundamental.

Cuando una comunidad se reúne, lo hace en representación de todos los hombres, para celebrar, por todos, la Acción de Gracias. Y cuando esta comunidad sale al mundo, toda ella y cada uno de sus miembros se compromete en una misión evangelizadora. Este es el sentido de la despedida: "Podéis ir en paz".


8. CR/SACERDOTE/TESTIGO:

Teniendo como punto de partida la eucaristía, se le llama ahora al cristiano a dar su testimonio. En efecto, al celebrarla el cristiano con la Iglesia, da el testimonio más vigoroso que se puede dar, testimonio que no es sólo el de un hombre, sino que va revestido de la eficacia sacramental. Porque "cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26). Así pues, partiendo de esta participación activa en el sacramento de la eucaristía, el cristiano anuncia y da testimonio. Al hacerlo, realiza un acto sacerdotal. No hay confusión posible entre su sacerdocio y el del sacerdote. Sin duda hay que afirmar que el sacrificio del fiel no es un sacerdocio meramente analógico; es un verdadero sacerdocio. Pero mientras el del sacerdote es ministerial, y por medio de él la realidad del misterio pascual puede hacerse presente en la presencia real de la eucaristía, el sacerdocio del fiel consiste en su facultad de participar plena y activamente y de pleno derecho en el sacrificio de Cristo hecho presente por el ministerio del sacerdote. Así pues, ser un cristiano perfecto significa en primer lugar desempeñar su papel sacerdotal y, a partir de esto, su papel de testigo. Para este papel, por otra parte, el cristiano es incorporado seguidamente a la Iglesia, reunida por el Espíritu de Pentecostés que estructuró el Cuerpo de Cristo y le confirió su misión de apostolado.

A esta cumbre, pues, ha llegado el catecúmeno aceptado como tal al principio de la Cuaresma. Ahora está ya incorporado a la Iglesia para vivir el misterio pascual e irradiarlo en torno suyo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 150


9.

He aquí una visión radicalmente revolucionaria sobre el culto, el templo y el sacerdocio. El templo se construye ya con piedras vivas. Cristo es la primera, «piedra angular, escogida, preciosa». Pero todos estamos llamados a entrar «en la construcción del templo del Espíritu»; todos podemos llegar a ser una piedrecita o un ladrillo de este nuevo templo; todo él vivo y resplandeciente.

El sacerdocio ya no se reserva a una casta, sino que está abierto a todas las familias, a toda clase de hombres. Todos llamados a formar «un sacerdocio sagrado y real», un pueblo consagrado. El sacerdocio de Cristo, que nada tiene que ver con el antiguo, se abre y comunica a toda la comunidad. El sacerdocio ministerial, que no es lo más importante del sacerdocio de Cristo, tampoco es ningún privilegio.

El culto que ahora Dios acepta no es el de los antiguos sacrificios, más o menos cruentos, sino «sacrificios espirituales», los sacrificios de la vida, los sacrificios del amor.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 240 s.


10. /1P/01/22-25  /1P/02/01-10

El cristiano, que ha sido regenerado y vive una nueva vida, debe formar una comunidad: «Amaos unos a otros de corazón» (v 22). No basta saberse salvado; es necesario crecer mediante el alimento de la palabra para formar un edificio nuevo fundamentado en Cristo (2,1). De esta manera se irá cumpliendo la profecía centrada en la alianza: «Los que antes no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios» (2,10).

PD/EFICAZ: Es notable la importancia que el tema de la palabra tiene en toda esta exhortación: la palabra es la que nos regenera, nos alimenta y nos constituye como pueblo. El tema, por otra parte, es muy conocido y antiguo, con fuertes resonancias bíblicas que van del Génesis al NT: Dios habla y dice: que haya... y hay; manda y se realiza, la palabra, dirá Yahvé, «no vuelve a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (/Is/55/11). El Nuevo Testamento se hace eco de eso cuando habla de la acción creadora de la Palabra (Jn 1) y de su acción vivificadora (Heb 4,12). Por eso la denomina palabra de la vida (Flp 2,16), de la gracia (Hch 14,3), de la salvación (Hch 13,26).

Pero todo esto puede resultar muy teórico para nosotros. A fin de cuentas, no podemos reducir la «palabra de Dios» a la Escritura ni identificarla con ella. Deberíamos preguntarnos cuáles son verdaderamente las «palabras» que nos renuevan y rehacen. Dónde están para nosotros las palabras vivas, que resuenan fuertemente en nuestro interior y que nos llegan muy adentro, hasta tocarnos el corazón, y hacen de nuestro pobre corazón un corazón de carne para amar. ¿No nos hablan de Dios muchas veces los hombres sencillos, los niños, los enfermos, los oprimidos, los que sufren? ¿No son éstas las palabras de Dios que nos llegan al interior y nos transforman?

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 580


11. /1P/02/01-17

En las cartas de NT estamos acostumbrados a encontrar con frecuencia este esquema que ofrece el fragmento que hoy leemos: una primera parte más teológica, que pone los cimientos y motivos de otra segunda, más exhortativa, y que, sin la base anterior, sería como un imperativo categórico, como una praxis desarrollada que se nos pidiera sin razón ni motivo. El texto de hoy nos ofrece, en su primera parte, un hilvanado de citas del AT, pero dentro de lo que podríamos llamar lectura cristológica, que de este modo adquiere una nueva luz y un sentido cristiano más profundo. Sólo a través de Jesús alcanzan las figuras del AT (el templo, la piedra, el pueblo) su sentido definitivo; todo apuntaba a Jesús, se nos dice. Por eso Jesús lo es todo: el templo, la piedra y el pueblo.

Y el modelo de Jesús nos muestra cómo ha de ser el creyente: Jesús, nos dice el texto de hoy, es la piedra escogida que constituye el punto de apoyo fundamental del nuevo edificio, del nuevo pueblo y nuevo culto. Por ello el cristiano es asimismo una piedra viva que, con Cristo y los demás cristianos constituye un nuevo templo donde habita el Espíritu. El cuerpo de Cristo ha sido designado como lugar del culto cristiano (Jn 2,21-22). Por lo cual los cristianos, miembros de este cuerpo, han de colaborar al crecimiento del templo mediante las buenas obras (11-17).

Nunca hemos acabado de creer los cristianos todo esto. Tal vez porque, de hecho, el concepto de cuerpo de Cristo nos resulta demasiado misterioso. Sin embargo, en realidad, las consecuencias sacadas por el NT son bien claras y comprensibles: conviene obrar el bien, hay que honrar a todos, se debe amar la fraternidad. Muchas veces las reflexiones cristológicas aparecen más claras al intentar poner en práctica las consecuencias que de ellas saca el NT. Obrando el bien, honrando a todos y amando la fraternidad entenderemos mejor el culto cristiano y construiremos el nuevo templo, que no será levantado por mano de hombres, sino con la fuerza de Dios.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 849