COMENTARIOS AL SALMO 99


Invitación de Cristo a alabar a su Padre 160 

* "Unidos a aquella intención, Señor Jesucristo, con la que glorificaste a tu Padre durante tu vida terrena,...161 Esta oración, situada al comienzo del Invitatorio en el antiguo Breviario de San Pío V, nos sirve para recitar estos versículos en unión de intenciones con Jesús. De este modo, nuestra celebración conecta con el sentir de los primeros cristianos; ellos, superando la letra, que a sus ojos no era más que un símbolo, buscaban la luz velada anunciadora de Cristo. Y así también nuestra plegaria se reviste de una gran dignidad.

Desde las primicias de esta día, nos sentimos invitados y, a la vez, guiados por el mismo Señor a celebrar a su Padre con vítores de alegría. Pero entonemos este salmo, que es un 'Gloria in excelsis', con las notas de un himno que se canta, mejor que con la lengua, con el corazón.

Servid al Señor con alegría, ya que -en palabras de Eusebio-, "si no le servimos con alegría ni siquiera nos podemos atrever a presentarnos delante de Él."162

** Este salmo acompaña a la celebración litúrgica en cuyo seno se confiere el Sacramento del Orden sagrado.163 Mediante esta expresión -que él nos hizo y somos suyos- quienes un día fuimos llamados a la comunión en el único Sacerdocio de Cristo nos sentimos alentados a acoger con gozo y agradecimiento renovados la gracia de tan sublime vocación.

Sentir la alegría de servir al Señor en el desempeño del ministerio, en la caridad para con nuestros hermanos los hombres, entrar por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre, 'rebosar de consuelo y sobreabundar de alegría en medio de todas las tribulaciones'164 que lleva consigo nuestro ministerio: éste es el indicador que señala la presencia de Dios en nuestra vida y la fidelidad como respuesta generosa a su llamada.

*** El salmo 99, como sucede siempre con el último salmo de Laudes, está revestido de un fuerte tono doxológico. Por eso, en el Oficio matutino de este viernes, la Iglesia nos exhorta a celebrar a Jesús, victorioso y vencedor de la muerte; Él es nuestro pastor y nosotros sus ovejas, que, tras Él y como Él, caminamos hacia la resurrección.

Aclamemos pues, al Señor con alegría, y que en esta hora, en la que Cristo entró en su gloria, aumente nuestra esperanza de que también nosotros, en virtud de sus méritos y con nuestra correspondencia a la gracia, entraremos un día por sus puertas con acción de gracias, bendiciendo su Nombre.165

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160 Este salmo es uno de los previstos para ser empleados precisamente a modo de Invitatorio. (cfr. LITURGIA DE LAS HORAS, Ordinario, Invit).

161 'Domine lesu Christe, in unione illius divinae intentionis qua Ipse in terris laudes Deo persolvisti ... '

162 EUSEBIO, Commentaria in psalmos, 99; PG 23.

163 OLM, Sal resp, Orden Sagr.

164 2 Cor 7: 4.

165 P. FARNÉS, Moniciones y Oraciones sálmicas, Barcelona, 1978, p.99-100.

FELIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD, vol. I
Colección Trípode. Edic. EGA
Bilbao-1995.Págs. 75-76


 

2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL: ALIANZA/UNIVERSAL

* Este salmo 99 se clasifica entre los salmos del ritual de la Alianza. La Biblia nos refiere numerosas circunstancias en que Israel re-celebró la Alianza. Cada vez que un nuevo acontecimiento hacía experimentar la protección de Dios, o cuando se había incurrido en una gran infidelidad, se re-hacía la Alianza. ¡La Alianza! El corazón de la fe de Israel: Dios es nuestro "aliado", El está "con nosotros", "El nos ha desposado", "¡El ha unido su destino con el nuestro!" "¡El nos ama!" Ahora bien, aunque ciertas fórmulas bíblicas podrían dar una impresión contraria, jamás Israel consideró esta dicha, esta admirable convicción, como un "privilegio" exclusivo. Vemos aquí, la invitación explícita a todos los hombres, a toda la tierra, a participar de su alegría y su acción de gracias. Lo que sabemos ya, lo que vivimos ya, la alegría que nos inunda ya, es la prefiguración de aquello destinado a la "tierra entera" a la "¡humanidad entera!", ¡Venid todos y cada uno! La Alianza de Dios está con nosotros, el amor de Dios hacia nosotros... es para ¡todos los hombres!

La "todah" es la "acción de gracias", palabra que los primeros cristianos tradujeron en griego por "Eucaristía".

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Si hay un salmo que podemos colocar en los labios de Jesús, es éste. Imaginemos a Jesús cantando este salmo en Nazareth... O bien, por la tarde después de una predicación en que había hablado a las muchedumbres, del Padre... "Aclamad al Señor, tierra entera, servidle con alegría, venid a El con cantos de alegría... Realmente el Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"...

"Sois su rebaño, su pueblo"... "Yo soy el Buen Pastor, conozco mi rebaño, cada una de mis ovejas, como mi Padre me conoce y Yo conozco a mi Padre" (Juan 10,1 - 21).

"Eterno es su amor"... He aquí la sangre de la Nueva Alianza, de la Alianza eterna. "El nos ha hecho y le pertenecemos"... No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa... (Mateo 10,29).

¡Sí, escuchemos a Jesús que recita este salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu "ora en nosotros" (Romanos 8,26 - 31). Cuando recitáis este salmo, es siempre Jesús que lo recita, que "da gracias". Cada Misa es la realización de este salmo.

Los pocos cristianos, que entran en la Casa de Dios y celebran la "Eucaristía" cantando, están allí "en nombre de toda la tierra": toda liturgia es una prefiguración del cielo... donde todos los hombres cantarán la alabanza y reconocerán que el "¡Señor es Dios!"

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Alegría. Júbilo. Canto. Toda época ha estado necesitada de alegría. Pero la nuestra más que cualquier otra, la desea; estando como está amenazada por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En otro tiempo, el hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar, las de su familia, de su región, máxime las de la nación... Hoy, por la información que recibimos de todas partes, llevamos el universo entero sobre los hombros. De allí la melancolía y la desesperación, que se apodera de muchos de nuestros contemporáneos.

En este contexto, recibimos los "siete imperativos" de este salmo: "¡Aclamad... Servid a Dios con alegría! Id hacia El con cantos de alegría... Reconoced que El es Dios... Id hacia su casa dando gracias... Entrad en su morada cantando... Bendecid su nombre... Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es eterno!"

Tierra entera. Toda época ha tenido veleidades "de universalismo", experimentando confusamente que "cada" hombre es sagrado, y una especie de realización de "la humanidad". A menudo esta visión universal ha tomado, desgraciadamente, el rostro odioso de la "dominación". Se ha pretendido anexionar a los demás a sí mismo, para explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar. Y el deseo de "convertir" a los otros no estaba siempre exento de este instinto de superioridad, aun hablando de "catolicidad"... Cuando no se hacía otra cosa que imponer a otras culturas nuestra manera de pensar y de orar. Aún hoy día estamos lejos de habernos liberado de este "imperialismo" que unificaría la tierra entera "por la fuerza". No obstante progresa un movimiento que busca la unificación de la humanidad "por unanimidad", en la que cada uno se asocia libremente a un proyecto humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en este sentido en el corazón del mundo? La proclamación del Evangelio no tiene nada de propaganda o de publicidad: es una invitación, una proposición. ¡Venid! ¡Id hacia el Señor! "Todos los hombres, toda la tierra".

La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Y quienes ya lo han "reconocido", ¡están invitados a dar gracias, a estar felices, a gritarlo, para que se oiga! Nietzche reprochaba a los cristianos la "cara triste" cuando el domingo salían de las iglesias. ¿Tienen nuestras liturgias un rostro de júbilo, de alegría? ¿Dan, nuestras vidas de cristianos, la imagen de hombres y mujeres felices de su Dios?

¡Dios, plenitud del "ser", y de la "alegría". La única razón que nos dan de esta inmensa "todah", es que Dios es Dios, y que El nos ha hecho! ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera gracia, primera Alianza... universal!

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 196-199


 

3. 

Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra. No soy un individuo aislado, no tengo derecho a reclamar atención personal, no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del grupo que has formado, del pueblo que has escogido. Te gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebaño. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.

Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Haz que me sienta responsable, sociable, amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia tierra...

Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.

Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado.

«Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae.Pág. 191
Santander-1989.


4.

CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre 2001

La alegría de los que entran en el templo

1. La tradición de Israel ha atribuido al himno de alabanza que se acaba de proclamar el título de "Salmo para la todáh", es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo cual se adapta bien para entonarlo en las Laudes de la mañana. En los pocos versículos de este himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos, que su uso por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente provechoso.

2. Está, ante todo, la exhortación apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del Salmo y a los que se unen indicaciones de orden cultual:  "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre" (vv. 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar en el área sagrada del templo a través de puertas y atrios (cf. Sal 14, 1; 23, 3. 7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría.

Es una especie de hilo constante de alabanza que no se rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene el ánimo del creyente.

3. Quisiera reservar una segunda y breve nota al comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a toda la tierra a aclamar al Señor (cf. v. 1). Ciertamente, el Salmo fijará luego su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la alabanza es universal, como sucede a menudo en el Salterio, en particular en los así llamados "himnos al Señor, rey" (cf. Sal 95-98). El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas:  él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad" (Sal 95, 10. 13).

4. Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En efecto, en el centro de la alabanza que el salmista pone en nuestros labios hay una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones:  el Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es  bueno, su misericordia es eterna  y  su fidelidad no tiene fin (cf. vv. 3-5).

5. Tenemos, ante todo, una renovada confesión de fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del Decálogo:  "Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Ex 20, 2. 3). Y como se repite a menudo en la Biblia:  "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro" (Dt 4, 39). Se proclama después la fe en el Dios creador, fuente del ser y de la vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así llamada "fórmula del pacto", de la certeza que Israel tiene de la elección divina:  "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (v. 3). Es una certeza que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas conduce a las praderas eternas del cielo (cf. 1 P 2, 25).

6. Después de la proclamación de Dios uno, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por nuestro Salmo prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas con frecuencia en el Salterio:  la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo que no se romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río fangoso de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias.

Y esta confianza se transforma en canto, al que a veces las palabras ya no bastan, como observa san Agustín:  "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el Salmo:  "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor" (Exposiciones sobre los Salmos III, 1, Roma 1993, p. 459).


5. Catequesis del Papa en la audiencia del miércoles, 8-I-2003

Alegría de los que entran en el templo

 1. En el clima de alegría y de fiesta que se prolonga durante esta última semana del tiempo navideño, queremos reanudar nuestra meditación sobre la liturgia de las Laudes. Hoy reflexionamos sobre el salmo 99, que se acaba de proclamar y que constituye una jubilosa invitación a alabar al Señor, pastor de su pueblo.

Siete imperativos marcan toda la composición e impulsan a la comunidad fiel a celebrar, en el culto, al Dios del amor y de la alianza:  aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se puede pensar en una procesión litúrgica, que está a punto de entrar en el templo de Sión para realizar un rito en honor del Señor (cf. Sal 14; 23; 94).

En el Salmo se utilizan algunas palabras características para exaltar el vínculo de alianza que existe entre Dios e Israel. Destaca ante todo la afirmación de una plena pertenencia a Dios:  "somos suyos, su pueblo" (Sal 99, 3), una afirmación impregnada de orgullo y a la vez de humildad, ya que Israel se presenta como "ovejas de su rebaño" (ib.). En otros textos encontramos la expresión de la relación correspondiente:  "El Señor es nuestro Dios" (cf. Sal 94, 7). Luego vienen  las  palabras que expresan la relación de amor, la "misericordia" y "fidelidad", unidas a la "bondad" (cf. Sal 99, 5), que en el original hebreo se formulan precisamente con los términos típicos del pacto que une a Israel con su Dios.

2. Aparecen también las coordenadas del espacio y del tiempo. En efecto, por una parte, se presenta ante nosotros la tierra entera, con sus habitantes, alabando a Dios (cf. v. 2); luego, el horizonte se reduce al área sagrada del templo de Jerusalén con sus atrios y sus puertas (cf. v. 4), donde se congrega la comunidad orante. Por otra parte, se hace referencia al tiempo en sus tres dimensiones fundamentales:  el pasado de la creación ("él nos hizo", v. 3), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño", v. 3) y, por último, el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna" (v. 5).

3. Consideremos ahora brevemente los siete imperativos que constituyen la larga invitación a alabar al Señor y ocupan casi todo el Salmo (cf. vv. 2-4), antes de encontrar, en el último versículo, su motivación en la exaltación de Dios, contemplado en su identidad íntima y profunda.

La primera invitación es a la aclamación jubilosa, que implica a la tierra entera en el canto de alabanza al Creador. Cuando oramos, debemos sentirnos en sintonía con todos los orantes que, en lenguas y formas diversas, ensalzan al único Señor. "Pues -como dice el profeta Malaquías- desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos" (Ml 1, 11).

4. Luego vienen algunas invitaciones de índole litúrgica y ritual:  "servir", "entrar en su presencia", "entrar por las puertas" del templo. Son verbos que, aludiendo también a las audiencias reales, describen los diversos gestos que los fieles realizan cuando entran en el santuario de Sión para participar en la oración comunitaria. Después del canto cósmico, el pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos" (Ex 19, 5), celebra la liturgia.

La invitación a "entrar por sus puertas con acción de gracias", "por sus atrios con himnos", nos recuerda un pasaje del libro Los misterios, de san Ambrosio, donde se describe a los bautizados que se acercan al altar:  "El pueblo purificado se acerca al altar de Cristo, diciendo:  "Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud" (Sal 42, 4). En efecto, abandonando los despojos del error inveterado, el pueblo, renovado en su juventud como águila, se apresura a participar en este banquete celestial. Por ello, viene y, al ver el altar sacrosanto preparado convenientemente, exclama:  "El Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas" (Sal 22, 1-2)" (Opere dogmatiche III, SAEMO 17, pp. 158-159).

5. Los otros imperativos contenidos en el salmo proponen actitudes religiosas fundamentales del orante:  reconocer, dar gracias, bendecir. El verbo reconocer expresa el contenido de la profesión de fe en el único Dios. En efecto, debemos proclamar que sólo "el Señor es Dios" (Sal 99, 3), luchando contra toda idolatría y contra toda soberbia y poder humanos opuestos a él.
El término de los otros verbos, es decir, dar gracias y bendecir, es también "el nombre" del Señor (cf. v. 4), o sea, su persona, su presencia eficaz y salvadora.

A esta luz, el Salmo concluye con una solemne exaltación de Dios, que es una especie de profesión de fe:  el Señor es bueno y su fidelidad no nos abandona nunca, porque él está siempre dispuesto a sostenernos con su amor misericordioso. Con esta confianza el orante se abandona al abrazo de su Dios:  "Gustad y ved qué bueno es el Señor -dice en otro lugar el salmista-; dichoso el que se acoge a él" (Sal 33, 9; cf. 1 P 2, 3).


6. El corazón de la genuina adoración - Dr. Serafín Contreras Galeano