COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 21, 1-19


1.

El cap. 21 ha sido añadido al Evangelio de Juan probablemente después de una primera redacción de éste. Las dificultades de orden literario y exegético son bastante importantes, pero cabe la posibilidad de no alejarse de la realidad, figurándose que esta capítulo ha sido estructurado después de la muerte de Pedro y antes de la de Juan. En un momento en que el tema de la sucesión ya se ha planteado.

* * *

a) Cada aparición de Cristo resucitado a sus apóstoles se cierra siempre, especialmente en San Juan, en una "transmisión de poderes". Juan coloca intencionadamente esta transmisión después de la resurrección (al contrario de Mt 16, 13-20) para dejar bien claro que los poderes misioneros y sacramentales de la Iglesia no son más que la irradiación de la gloria del Resucitado ("todo poder me ha sido dado... id, pues": Mt 28, 18-19). Cristo no se limita, por tanto, a organizar su Iglesia en el plano jerárquico y administrativo, trata de que esa estructura misma dimane de su resurrección. La experiencia pascual de Cristo no es tan solo un acontecimiento maravilloso; en él todo hombre es llamado a compartir la vida y la gloria de Dios y a contribuir por su parte a la extensión de la soberanía de Cristo sobre el universo. Esta distribución de vida se transmite a través de los poderes apostólicos.

b) En el pasaje de este día, los poderes transmitidos se refieren de manera más especial al primado de Pedro. Esa transmisión no se realiza sin cierto toque de humor. Pedro había negado tres veces a su Maestro (Jn 18, 17-27) y por tres veces le pide Jesús una profesión de amor. Pedro se había colocado por delante de los demás en su celo por el Señor (Mt 26, 33), y ahora Cristo le invita a que se coloque por delante en el orden del amor ("más que estos": v. 15).

Se advertirá que Pedro no se atreve a afirmar abiertamente su adhesión al Señor: acude más humildemente al conocimiento que Cristo puede tener al respecto ("Tú sabes...": vv. 15, 16 y 17).

Por la demás, Pedro no habla del mismo amor que Cristo. Este le pregunta por dos veces si siente hacia Él amor ("agapê"), pero Pedro responde diciendo que siente apego hacia su Maestro ("philein!). Pedro no quiere pronunciarse sobre el amor religioso que Jesús le pide, se limita a manifestar su amistad. Todo el afecto y la adhesión encerradas en la idea de "philein" se encuentran ciertamente en la de "agapein", pero esta última añade además la fidelidad en el servicio exclusivo del Señor Resucitado y la consagración a Dios (cf. Jn 14, 15-24).

Que Cristo pusiera en duda su "agapê" no era para humillar de modo especial a Pedro, que conocía bien sus limitaciones en este punto y se refugiaba al menos en la declaración de su amistad y de su adhesión. Pero Jesús ataca a Pedro incluso en ese terreno, sirviéndose en la tercera pregunta no ya de la palabra "agapein", sino de la que el mismo Pedro había empleado para expresar su adhesión ("philein"): "¿Sientes realmente apego hacia Mí?" Este cambio repentino de tono y de vocabulario desconcierta a Pedro: ¿es que Cristo ponía también en duda su adhesión y su afecto ("philein")? Pedro tiene quizá apego hacia su Maestro y está perfectamente dispuesto a tener el "agapê", una verdadera "caridad". Pero a él le toca probarla con el ejercicio de su primado y la forma en que amará a los corderos y a las ovejas del Señor.

La revelación del amor ("agapê") hecha por Cristo en su muerte (Jn 15, 14) tiene de ahora en adelante su institución propia: la Iglesia conducida por Pedro se convierte en el sacramento visible del "agapê" del Salvador. Que el pastor ame a las ovejas como conviene y entonces se le ofrecerá al mundo el signo del amor de Cristo hacia los hombres. El primado no es, pues, una recompensa concedida al amor eventual de Pedro hacia su Maestro; es una institución que significa el amor de Cristo hacia los hombres.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 81 ss.


2.

Texto. Los versículos últimos del domingo pasado parecían poner fin al Evangelio. El autor ha añadido, sin embargo, un último relato, localizado en el lago Tiberíades, en un tiempo indeterminado después del domingo de resurrección. Este relato tiene en Pedro y en el discípulo amado a sus personajes centrales, como lo pone de manifiesto la continuidad del relato no recogida en el texto litúrgico.

No es la primera vez que Pedro y el discípulo amado aparecen juntos. Desde el cap. 13 es al menos la tercer vez que lo hacen.

En todas ellas el discípulo amado aventaja a Pedro en captar y entender la situación. Hoy es él quien reconoce al misterioso personaje de la orilla y quien se lo comunica a Pedro con una escueta frase: es el Señor. Es así, a instancias del discípulo amado, como Pedro se lanza al encuentro de Jesús.

Este encuentro culmina en un diálogo entre Jesús y Pedro. El autor construye este diálogo como contrarréplica a la triple negativa de Pedro a reconocerse discípulo de Jesús la noche en que Jesús fue arrestado. Si releemos ahora aquella escena caeremos en la cuenta de que el autor la sitúa en el patio interior de la residencia del sumo sacerdote, donde se encuentran justamente Jesús, Pedro y otro discípulo (ver. Jn 18, 15-16).

Este otro discípulo sin nombre, ¿no será el discípulo amado? Particularmente creo que sí. Esta hipótesis confirmaría lo que en otro caso es cierto en el cuarto Evangelio: el discípulo amado es el prototipo de discípulo de Jesús, estando siempre donde debe, por ejemplo, al pie de la cruz; captando y entendiendo las situaciones. Todo esto es la asignatura pendiente de Pedro. Así nos lo ha hecho saber el autor desde el cap. 13, es decir, desde el día de Jueves Santo: Lo que estoy haciendo, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde (Jn 13, 7). Ese más tarde es precisamente el relato de hoy, anunciado ya por el autor desde el cap. 13. De ahí la necesidad de este relato a pesar de que el Evangelio parecía estar ya terminado el domingo pasado. En este relato aprende Pedro la asignatura que tenía pendiente: ser discípulo de Jesús es amar a riesgo de la propia vida. Sígueme.

Resumiendo: el autor del cuarto Evangelio ha elaborado un relato eclesiológico altamente significativo.

Comentario. Frente a un modelo de Iglesia basado en la Jerarquía, el autor del cuarto Evangelio propone un modelo de Iglesia basado en la Comunidad creyente. La jerarquía deberá estar siempre a la escucha de la Comunidad creyente, si quiere saber por donde ir y si no quiere errar. Es la comunidad creyente quien capta y entiende las situaciones.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989, 22


3.

Texto. Pertenece al último capítulo del cuarto Evangelio. Mucho se ha escrito y se sigue escribiendo acerca del origen y motivos de este capítulo, que no todos los especialistas atribuyen al autor del Evangelio. Un dato, sin embargo resulta incontrovertible en el conjunto del capítulo: los dos protagonistas del mismo son el discípulo a quien Jesús quería y Pedro (tengamos en cuenta que el texto litúrgico no recoge la parte final, relativa al discípulo amado), los mismos que desde el capítulo 13 han aparecido reiteradamente juntos. No debería, pues, ponerse en duda que en este capítulo final es el propio autor del Evangelio quien vuelve a esta singular bina para esclarecer su sentido y razón de ser. Este capítulo final, a su vez, está anunciado desde el cap. 13, cuando a un Pedro reticente le dice Jesús: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde". El texto de hoy recoge ese "más tarde", poniendo punto final a una historia imperfecta de Pedro. Esta historia guarda relación con el seguimiento. El término aparece explícito en el último versículo en forma de invitación: Sígueme. Jesús había cuestionado el seguimiento de Pedro en un diálogo mantenido con él en Jn. 13, 36-38. Los hechos le iban a dar la razón: Pedro negará tres veces ser discípulo, es decir, seguidor de Jesús (cfr. Jn 18, 15-18. 25-27). El diálogo de hoy entre Jesús y Pedro está montado sobre esta triple negación, pero, ahora, Jesús ya no cuestiona el seguimiento de Pedro. La escena en la barca ha puesto de manifiesto la sinceridad y totalidad de su seguimiento actual. Apenas oye Pedro que el desconocido de la orilla es el Señor, se ciñe y se lanza al agua en pos de él. El término ceñirse (traducción litúrgica, atarse) está intencionadamente usado en la escena de la barca, preparando las palabras finales de Jesús a Pedro sobre el ceñimiento voluntario e impuesto. Como intencionada es la mención de las brasas preparadas por Jesús y que recuerdan, por contraste, las brasas de las negaciones, cuando Pedro se calentaba del frío reinante. Al calor de las brasas de Jesús comprende Pedro su programa de vida. En su último ejemplo de magisterio y señorío, Jesús ha preparado una comida, que él mismo distribuye.

Inevitablemente vienen a la mente las palabras de la última cena: Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis (Jn 13, 15). Pedro, al fin, ha terminado por comprender que amar a Jesús tiene como santo y seña hacer algo por los demás.

El otro protagonista del capítulo final (recuérdese que el texto litúrgico no lo incluye todo) es el discípulo a quien Jesús amaba. Una vez más destaca este discípulo como el que reconoce de inmediato a Jesús, aspecto este en el que supera a Pedro, aquí y en todos los pasajes en los que ambos aparecen juntos, El enigma de este discípulo estriba en que nunca se le menciona por su nombre. La identificación tradicional con Juan resulta francamente frágil y problemática. Indicios internos, sacados del propio Evangelio, favorecen incluso una identificación cambiante, según las escenas en que se le menciona. Ello explicaría la ausencia de nombre propio.

Lo significativo de este discípulo no es la identidad personal, sino su función: sintonizar con Jesús, ahondar en él, conocerle. Esta función no es exclusiva de una persona (de ahí la ausencia de un nombre propio), a diferencia de la de Pedro, que sí lo es. Discípulo preferido de Jesús es todo creyente en él; de ahí su permanencia hasta la vuelta de Jesús (véase Jn 21, 20-23).

Comentario. Como en los relatos pascuales de los dos domingos precedentes, también en éste el interés del autor del cuarto Evangelio es eclesiológico. Contra lo que en alguna ocasión se ha escrito, la concepción eclesiológica del cuarto Evangelio es jerárquica. No se pueden pasar por alto la colación de una autoridad por parte del Señor Jesús ni, por ende, una participación de Pedro en la misión asignada por el Padre a Jesús de guardar y guiar a los creyentes.

Pero tampoco se puede pasar por alto la integración de la estructura jerárquica dentro de un marco y una savia más importantes y fundamentales que la propia jerarquía. En la fe no hay jerarquía. El cuarto Evangelio es rotundo en este punto, precisamente a través del discípulo a quien Jesús amaba. Puede que incluso nos resulte chocante su insistencia en colocar a este discípulo por encima de Pedro en lo tocante a conocer a Jesús. Su mensaje es claro: la necesaria función jerárquica debe estar en sintonía con la fe de los creyentes y no a la inversa.

ALBERTO BENITO
DABAR 1992, 27


4.

¿Cuál es la intención del autor al escribir esta especie de apéndice, cuyo sentido sólo se encuentra en la totalidad del c. 21? Por un lado, hay que decir que, insertado en el cuadro de las apariciones pascuales, no muestra su interés tanto en ellas directamente cuanto en dos testigos de los hechos: Pedro y el discípulo preferido de Jesús. Dentro del c. 21, la aparición de Jesús es el pretexto para hablar de estas dos personas.

Es más, no se muestra el testimonio de esas dos personas en su dimensión individual, sino más bien en una dimensión representativa: Pedro representa la autoridad; el discípulo amado de Jesús, la base comunitaria. Naturalmente, hay que añadir que estas observaciones no se deducen del texto que escuchamos, sino del conjunto de textos en que aparecen ambos personajes.

Según el autor, la base comunitaria es quien descubre antes a Jesús, y la autoridad es la que debe estar a la escucha de la primera. En la intención del autor, los versículos 15-19 remiten a las tres negaciones de Pedro (cf. /Jn/18/15-18. 25-27). Si leemos atentamente el relato de las negaciones según el evangelio de Juan, descubrimos que éstas tienen lugar una vez que el discípulo preferido de Jesús desaparece de la escena tras haber introducido a Pedro en el palacio del sumo sacerdote (cf. Jn 18, 15-16). ¿Qué significa esto? No puede la autoridad actuar al margen de la base comunitaria.

EUCARISTÍA 1989, 17


5.

Este último capítulo de Juan es considerado como un apéndice. Podría pensarse en un complemento redactado por sus discípulos. Por lo mismo este relato hay que considerarlo como una elaboración posterior del hecho de la resurreción, y esto por dos razones principales: primeramente por la tendencia a construir largos diálogos con el resucitado, a diferencia de las narraciones primeras sencillas e incisivas (Jn 20, 1-2), y en segundo lugar por echar mano para construir el relato de elementos ya elaborados (Pedro como líder, el mismo alimento que en la multiplicación de los panes, etc). De todos modos, la intención es clara: siete discípulos han hecho una fuerte experiencia del resucitado. Entre ellos, Natanael (prototipo del israelita que quiere acercarse a Dios, cf Jn 1, 44ss) y Tomás el mellizo (prototipo del que tiene dificultades para creer, cf. Jn 20, 24ss). La presencia viva de Jesús ayuda al creyente a vencer las dificultades inherentes a la fe. Jesús sigue presente hoy como ayer al borde del lago. Como en 20, 3-10, el discípulo de verdad es el primero en reconocer al Señor y avisa a Pedro. Si en 20, 3-10 el recurso a la Escritura es signo de elaboración tardía, aquí el querer presentar a Pedro como el que lleva la iniciativa (cuestión amplia en los v. 15-19), sabiendo, como sabemos, las dificultades que hubo en la primitiva comunidad de Jerusalén para aceptar la figura de Pedro, es también signo de elaboración posterior. Aun así seguimos manteniendo, y más aún con el testimonio de Pablo (1 Cor 15, 5), que Pedro fue uno de los primeros en vivir la experiencia pascual. Parece acertado afirmar que Pedro es designado como primero de los Apóstoles desde la Iglesia primera.

La experiencia pascual de los discípulos llega hasta el cristiano de hoy en un contexto de Iglesia. EU/EXP-RS: Aquí hay quizás un alusión a la comida eucarística (cf. 6, 1-13), ya que aquí Jesús no come nada (en Lc 22, 42s come para probar la veracidad de la resurrección), sino que distribuye el pan y el pescado. Los discípulos quedan invitados a participar del alimento que les ofrece el Señor resucitado. La celebración de la comida eucarística, eucaristía de culto y eucaristía de vida, es para el cristiano el lugar cumbre de la vivencia de la resurrección.

Este verso redaccional une este capítulo con el precedente, aunque no tiene en cuenta la aparición a María Magdalena, lo que da otra prueba de su elaboración tardía. Efectivamente la aparición a la Magdalena (cf. Jn 20, 1-2) es probablemente el más antiguo relato de resurrección. Sin embargo, no constituía casi ninguna "prueba" para la iglesia primera, ya que una aparición a una mujer no era cosa de gran valor. Podemos decir que el evangelio manifiesta su sencillez hasta en el hecho de la resurrección. El evangelio, desde el principio hasta el final, sólo lo comprenden los sencillos y los pobres.

EUCARISTÍA 1977, 21


6.

-El capítulo 21 parece que se trata de un suplemento al evangelio, que terminaba en 20,30-31. Ahora bien, su contenido está estrechamente conectado con los temas del evangelio juánico, y debemos atribuirlo a un discípulo del evangelista que quiere completar el evangelio con una referencia a la vida de la Iglesia.

-"Simón Pedro les dice: Me voy a pescar": Pedro está en un primer plano. Podríamos preguntarnos si no estamos ante la narración de la primera aparición de Jesús a Pedro, que nos cuenta san Pablo en 1 Co 15,5. Pedro, después del fracaso de Jerusalén, ha regresado a su antigua vida de pescador junto con los otros discípulos.

-"Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús": Ya que es un capítulo independiente, no nos debe sorprender que los discípulos no le reconocieran, pese a que ya antes se les había aparecido dos veces. En la intención primera de la narración se trata de la primera aparición de Jesús resucitado, pero tal como está en la relación del evangelio y como nos lo clarifica el mismo redactor: "esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos". En estrecha conexión con esta escena, debemos situar las de Mt 14, 28-32 (Jesús caminando sobre el agua), Mt 16, 16b-19 (confesión de Pedro), Lc 5, 1-11 (pesca milagrosa): son narraciones que hallamos en el contexto de la vida pública de Jesús, pero que tienen una fuerte resonancia pascual.

-"Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis": Jesús resucitado tiene un conocimiento nuevo de las realidades y los discípulos deben obedecerle, pues sin él ningún éxito pueden lograr. Después arrastran la red con 153 peces grandes.

Ciertamente hay un elemento simbólico: Jesús resucitado cumple su promesa de atraer a todos los hombres hacia él a través del trabajo apostólico, bajo la dirección de Pedro. El dato concreto de 153 peces puede tratarse de un detalle transmitido por el testimonio del discípulo amado, que está en la base de este evangelio. Pero desde los primeros siglos, se interpretó como una referencia a la reunión de los hombres a través de la proclamación del mensaje.

-"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?": la segunda parte de la lectura contiene las tres cuestiones a Pedro, en contraste con las tres negaciones. Ahora Pedro queda rehabilitado, por el amor logrará la condición de discípulo y de apóstol: "Apacienta mis corderos". La imagen del pastor indica siempre una misión de autoridad y de gobierno. En este caso según el amor. Así como Jesús es el buen pastor y ha sido enviado por el Padre, Jesús envía a los discípulos con una misión parecida. Pedro debe conducir las ovejas del único pastor, Cristo, con el amor. San Agustín comenta: "Cuida mis ovejas, como si fueran mías, no tuyas".

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 8


7.

El cap. 21 de San Juan plantea ciertos problemas de autenticidad y muchos exegetas descubren en él la mano de San Lucas o de un discípulo de Juan. Pero nadie discute su canonicidad, y algunos le atribuyen tanta más importancia cuanto que ven en él las huellas de una de las más antiguas tradiciones sobre las apariciones del Señor.

El relato de esta aparición sigue los procedimientos redaccionales del relato de las demás apariciones: alusión a la incredulidad de los apóstoles (vv. 4-7, 12), pruebas de la resurrección (v. 13), transmisión de los poderes que asegurarán la presencia del Resucitado en la Iglesia (v. 11).

a) La descripción de la incredulidad de los apóstoles tiene como finalidad probar que la resurrección no ha sido el producto de su imaginación ni la construcción de su mente. Por otro lado, Cristo no se aparece a unos discípulos en oración o en espera de un hecho extraordinario, sino a pescadores que han vuelto a sus quehaceres. Y precisamente en medio de ese trabajo cotidiano es donde el hecho de la resurrección se impone a los apóstoles.

Jesús se les aparece primero como un extraño que tiene hambre y pide pescado. Ya en otras ocasiones se había presentado así a sus apóstoles (Jn 4, 8, 31-32) y a una mujer de Samaria (Jn 4, 7-10) para hacerles caminar después hacia la fe. Así, en el momento en que los apóstoles no pueden proporcionarle pescado (v. 5), Jesús les da en plenitud (vv. 6, 11) para convencerlos de que tiene el secreto de un alimento distinto del alimento material. NU/000153-PECES: La cifra de 153 peces podría quizá hacer alusión a la plenitud paradisíaca de la pesca prevista por Ez 47, 10. Se trata, de todas maneras, de una idea de plenitud sobrenatural (153 es la suma de las 17 primeras cifras) que solo un Mesías puede otorgar.

El Señor se presenta, pues, como el que puede llevar hasta la plenitud el esfuerzo y el trabajo del hombre. Consciente de esta función del Mesías, los apóstoles pasan insensiblemente de la incredulidad a la fe. b) Las pruebas corporales de la resurrección se han sacado muchas veces del hecho de que Cristo resucitado ha compartido comidas con los suyos (Lc 24, 41). Cabe presentar que lo mismo iba a suceder aquí en donde Cristo prepara y sirve la comida a los suyos. Pero esta simple prueba física es valorada por el redactor como un signo sacramental. El hecho de tomar el pan y de distribuirlo (v. 13) recuerda demasiado directamente la Eucaristía como para que este banquete no adquiera una significación mucho más profunda que una simple prueba corporal de la resurrección: Cristo está de ahora en adelante entre los suyos a través de la mediación del banquete eucarístico. Esta impresión se ve forzada por el hecho de que el relato no dice que Cristo haya comido: se limita a distribuir el alimento. El hecho de distribuir el pescado tiene pues, una significación sacramental: el judaísmo se imaginaba, por otro lado, el banquete mesiánico como un banquete de victoria en el que los justos comerían los trozos del monstruo marino despiezado. La victoria sobre el mal ha sido definitivamente lograda por Cristo y la comida de pescado hace que los apóstoles se beneficien de ese triunfo.

c) Pero la pesca milagrosa adquiere otros significado más elevado. Mientras que en al versión de Lc 5, 4-7, las redes de pescar iban a romperse, el relato de Jn 21, 11 subraya, por el contrario, que la red fuertemente cargada no se rompió a pesar de todo. Puede verse ahí la imagen de la unidad de la Iglesia, lo mismo que lo era la túnica inconsútil de Jn 19, 23. Serviría de introducción a la inteligencia de la misión jerárquica confiada a Pedro en los versículos siguientes (Jn 21, 15-17).

Las apariciones de Cristo resucitado están atestiguadas con tanta frecuencia y por fuentes distintas como para que puedan ser puestas en duda. Jesús ha demostrado realmente su corporeidad a sus apóstoles durante los días que siguieron a su muerte, y esa revelación es, en gran parte, el origen de la fe de los apóstoles: Cristo está todavía presente en medio de ellos. Pero sigue siendo cierto que esas apariciones solo fueron comprendidas en el seno mismo de la actitud de fe: desembocan en un misterio; no son más que el camino de acceso.

Cuando se pretende comprender el modo de esas apariciones, se encuentra uno, en efecto, llevado a formular interrogantes que no pueden formularse correctamente sino dentro mismo de la actitud de fe.

Jesús aparece en su cuerpo... y se trata justamente de su cuerpo porque una persona humana no puede revestirse de varios cuerpos diferentes... Conciencia y carne son elementos demasiado unidos como para que puedan desinteresarse uno de otro. Ahora bien: la resurrección de Jesús no es una simple reanimación como la de Lázaro: el cuerpo de Jesús resucitado ha entrado en un modo de existencia diferente del modo terrestre: está, para emplear el lenguaje mítico judío, "sentado a la diestra del Padre". Jesús resucitado tiene un cuerpo, pero este cuerpo es completamente diferente del que tenía durante su vida terrestre. No puede decirse nada más... Pero hay que tener en cuenta que algunos relatos de apariciones subrayan esta diferencia: Magdalena toma a Jesús por el jardinero, los pescadores del lago se preguntan sobre la personalidad de quien se les presenta en la orilla.

Cuando Tomás reclama ver y tocar el cuerpo de Jesús marcado por las señales de su pasión, se procede inmediatamente a hacerle comprender que ese afán por encontrar una continuidad absoluta entre la corporeidad antigua de Jesús y la nueva es una vanidad que, en cualquiera de los casos, no conduce a la fe.

J/RSD/CUERPO: La aparición de Jesús en su cuerpo es, pues, la experiencia de su corporeidad por encima de la muerte y la experiencia de otro tipo de corporeidad. Ante unos ojos humanos, esta radical novedad del cuerpo de Jesús no podía ser revelada sino de forma muy modesta.

Jesús no ha podido presentarse sino en una corporeidad todavía terrestre para evidenciar su nueva corporeidad: es decir, que los apóstoles no vieron el cuerpo de Cristo en su situación de resucitado en plenitud; una especie de kenosis condicionó el esplendor de ese cuerpo para reducirlo a un simple signo real, una invitación a penetrar en el misterio.

En este sentido, las apariciones son pruebas, pero unas pruebas que no se agotan en sí mismas, que no cierran la investigación, sino que la proyectan hacia el misterio y hacia la fe.

Las apariciones de Jesús en cuerpo no son, por otro lado, la experiencia de un cuerpo-objeto que puede ser contemplado. El cuerpo es el instrumento por excelencia de la relación, y las apariciones del Resucitado desembocan ante todo en experiencias de relación y diálogo: muchas veces quedan selladas en un banquete, y Jesús hace, mucho más aún que a lo largo de su vida terrestre, que los suyos participen con El de su deseo de relación universal y de su ambición de presencia en todas las cosas y en todos los hombres.

Ver el cuerpo de Cristo resucitado no es para los apóstoles una simple visión pasiva de un objeto, sino que es una misteriosa llamada a una misión: hacer a Jesús efectivamente presente en todos los momentos y en todos los hombres del mundo futuro. Puede, pues, decirse que las apariciones corporales de Jesús han sido reales, pero entonces hay que añadir que esa realidad no se agota sino en la experiencia de fe y en la experiencia mística del misterio de un hombre resucitado.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 19


8.

Tres observaciones previas de carácter literario: primera, estos versículos son un apéndice a la obra. Esta termina en 20, 30-31; segunda, este apéndice ha sido escrito por el propio autor de la obra; tercera, los versículos de hoy sólo adquieren sentido en la totalidad del capítulo 21. ¿Qué le ha podido mover al autor a añadir este capítulo? Formalmente, el capítulo se inserta en el cuadro de las apariciones pascuales (cfr. v. 14). Pero si nos fijamos atentamente descubrimos que el centro de interés del autor no gira tanto en torno a la aparición de Jesús cuanto a dos de los testigos del hecho, Pedro y el discípulo preferido de Jesús. En el conjunto del cap. 21, la aparición de Jesús es el pretexto para hablar de estas dos personas.

Estas dos personas no funcionan a título individual, sino a título representativo: Pedro representa a la autoridad; el discípulo preferido, a la base comunitaria. (Evidentemente esto no se deduce de este texto, sino del conjunto de textos en que aparecen Pedro y el discípulo preferido de Jesús).

Según el autor del cap. 21, es la base comunitaria quien descubre antes a Jesús (v. 7; cfr. Jn. 20, 1-10). La autoridad debe estar a la escucha de la base comunitaria. En la intención del autor, los versículos 15-19 remiten a las tres negaciones de Pedro (cfr. Jn. 18, 15-18. 25-27). Si leemos atentamente el relato de las negaciones según el cuarto evangelio, descubrimos que éstas tienen lugar una vez que el discípulo preferido de Jesús desaparece de las escenas tras haber introducido a Pedro en el palacio del sumo sacerdote (cfr. Jn. 18, 15-16). ¿Qué significa esto? Cuando la autoridad actúa al margen de la base comunitaria, desbarra.

DABAR 1977, 30


9. GALILEA/JUDEA

En la Sagrada Escritura nos es dado encontrar la significación mística de muchos nombres geográficos, que la divina sabiduría ha puesto allí adrede. Todas las tierras y mares, ciudades y campos, ríos y montes a que estuvo ineludiblemente unida la acción salvadora de Dios al tener ésta lugar en el espacio y tiempo terrenal, reciben un nuevo sentido místico en la celebración litúrgica de estos mismos acontecimientos redentores. No hacen sino transparentar el mundo divino del más allá, en el que no existen espacio ni tiempo. Al igual que todo el resto de las cosas creadas, las que nos ocupan nos ponen en la mano el medio de poder expresar la obra maravillosa de Dios, de decir lo indecible con palabras humanas. Todas las estaciones de la vida de Cristo, todo el camino temporal de la Iglesia, así como el curso anual de su liturgia, se designan por medio de nombres tan populares en la geografía bíblica y tan señalados en el mapa místico, que resultan para los fieles un seguro indicador en su ascensión hacia el monte de Dios.

¿Quién de entre nosotros ignora haber sido sacado del "Egipto", del país en que se sirve al "yo" divinizado; haber atravesado el "mar" del Bautismo y estar ahora caminando a través del "desierto" de la vida temporal, camino de Canaán, la "tierra prometida" de la eternidad? Y ¿quién no sabe también que con Cristo, nuestra cabeza, hemos penetrado ya en esta tierra de promisión? Lo que resulta imposible en el dominio natural es aquí un hecho. Fijémonos ahora en dos puntos de este mapa místico. Nuestra trabajosa vida mortal ha de transcurrir, para nosotros, en el "desierto"; pero en la sagrada liturgia y por medio de nuestro morir con Cristo traspasamos constantemente los límites de la muerte, que son los que nos separan de la "Tierra de Promisión" del cielo.

Por eso, la liturgia de esta semana canta la felicidad pascual de los recién bautizados y de todos los regenerados en Cristo, comparándola a la entrada "en la tierra que mana leche y miel" y al bendito gustar su sobreabundante fruto (/Ex/13/05/09; introito del lunes de Pascua).

Pero la Iglesia sabe aún otro nombre que conviene muy bien al paisaje de Pascua por el que el Resucitado camina con los suyos.

"Después de resucitado os precederá a Galilea", había prometido Jesús a sus discípulos la tarde anterior a su pasión. Después de su resurrección hace que el Ángel encargue a las mujeres recordarles lo que El había predicho: "Id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá a Galilea". ¿Se refiere Jesús a la Galilea terrestre? No lo parece. Algunos evangelistas no nos refieren ningún hecho especial que tuviese lugar en un encuentro del Resucitado con sus discípulos en Galilea; sólo hablan de Jerusalén; entre ellos Marcos, quien, por otra parte, es el que repite varias veces la promesa del Señor: "Os precederá a Galilea". Esto resulta un tanto extraño y ha de servirnos de aviso para no querer interpretar al pie de la letra las descripciones de lugar, sino más bien buscarles su sentido místico. Es evidente lo que Galilea significaba para la vida terrena de Jesús. Era allí donde había transcurrido toda su infancia y juventud; fue el escenario de su primer milagro y donde entabló familiares relaciones con sus primeros discípulos. En Galilea se encontraba Caná, con la casa de aquellas bodas de un tan grande significado místico, y Cafarnaún, su ciudad. Galilea había sido el escenario de su vida de peregrino, llena de privaciones, pero también de alegrías. Allí susurraba el lago de Genezaret las palabras de su Buena Nueva; estaban allí los montes donde, por la noche, se recogía para orar; allí, con humilde fe, se acercaron a El los primeros gentiles. Cierto que también en Galilea tuvo fracasos y encontró enemistades; la misma Nazaret quiso apedrear al Señor. Asimismo hubo de lamentarse respecto a Betsaida y Corozaín. Pero, a pesar de todo, Galilea era para El patria y asilo.

Judea, por el contrario, era el escenario de sus acaloradas discusiones con los fariseos. Allí le perseguían el odio y la envidia; allí, por doquier le rodeaba la muerte. Se encontraba allí Jerusalén, la ciudad de sus sufrimientos, y el Gólgota, el lugar de su crucifixión. Por esto en la hora de la despedida, al enfrentarse con la muerte, el nombre de "Galilea" había de servir de consuelo para los discípulos.

Cuando me veáis después de mi resurrección, quiere significar Jesús, será en una tierra que se parezca mucho a Galilea terrenal.

Allí estaremos reunidos como en aquellos primeros días felices de vuestra vocación, y disfrutando de una alegría aún mayor; lejos de toda disputa y de toda contienda, apartados de la muerte y el sufrimiento. Allá celebraremos un banquete como en Caná, y entonces será el momento de la verdadera boda. Estaréis unidos y compenetrados conmigo de una manera que ahora no podéis imaginaros.

El relato del evangelio de hoy, que se desarrolla en Galilea, en el lago de Genesaret, confirma esta interpretación. Los discípulos están pescando en el mar, lo mismo que en los antiguos días. Y otra vez, como entonces, han estado trabajando durante largas horas por la noche sin haber conseguido pescar nada. En esto es donde se descubre, precisamente, el simbolismo del suceso. Los discípulos se esfuerzan vanamente, sumidos todavía en la noche temporal y en un cierto oscurecimiento del espíritu, que la luz de la resurrección no ha conseguido disipar por completo.

Están aún envueltos en el mar vacilante del tiempo y de la duda de su corazón. Pero va a amanecer, y Jesús aparece en la orilla con el sol que sale de Oriente. Los llama, los ayuda y consuela en sus necesidades temporales y les aclara las dudas de su corazón. A su palabra se repite el milagro anterior de la pesca milagrosa, y en esto lo reconocen. Y ahora es cuando acontece lo nuevo: no es El quien va a ellos, sino que es Pedro quien se arroja al mar y se lanza hacia el Señor. Esto es altamente simbólico y cambia por completo la relación entre el Resucitado y sus discípulos. En otra ocasión se había acercado a ellos sobre las olas inseguras de la vida temporal; ahora ya los espera en la orilla de la eternidad y ellos se esfuerzan para dejar el mar del tiempo.

PEZ/Ichthys: Pasando por el mar del sufrimiento y del bautismo de muerte, los discípulos seguirán a su Maestro por la tierra firme de la resurrección. Y allí, lo mismo que ahora en la paz matutina del lago de Tiberíades, se reunirán para el banquete celestial. Se sentará con ellos en la mesa y comerán del "pez de los vivos", que se entregó por ellos al fuego de la muerte terrena, para convertirse en el alimento de su inmortalidad. El sol de la divina presencia iluminará su banquete y se escuchará el murmullo del amor divino. El lo será todo, como en esa mañana primaveral de la Galilea terrestre. Estarán tan seguros de que es el Señor, que no necesitarán hacerle ninguna pregunta más, y, lo mismo que hoy, El les llamará "muchachos". Entonces habrá alcanzado la perfección su nueva infancia, que ahora acaba de comenzar, y entrarán en El, como perfectos hijos de Dios, a tomar posesión de la herencia del Padre. (...) El Señor que ahora les invita a comer, es el mismo que ha de llamarles, en el día de mañana, a participar de su reino celestial. "Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".

Este es el profundo y misterioso sentido de este suceso del lago de Tiberíades. San Agustín interpreta "Galilea" como "revelatio", es decir, "revelación", y equipara la Galilea de la resurrección con la vida futura en el otro mundo (San Agustín:: De consensu Evang. 3, 86). Pero es más: la liturgia del tiempo de Pascua abarca todo ese futuro como cosa ya presente. No es tan sólo como una representación, sino como realidad y verdad. En la solemnidad pascual hemos muerto y resucitado con Cristo, hemos subido a lo "alto", a la "Galilea" celestial. Hemos pasado por las mismas experiencias del Señor. Pero, también como ellos, estamos débiles en la fe, no acabamos de estar convencidos del "paso" redentor y de la completa transformación.

Nuestras raíces no están bien fijas aún en la orilla de la resurrección; aún nos dejamos impulsar por las preocupaciones diarias y las ansias de este mundo y nos ahogamos en el mar de las dudas y en la noche de la angustia infructuosa. Pero también, es cierto que sin cesar viene la mañana: la hora del milagro y de la nueva creación, la hora del sacrificio y del banquete. El sol de la presencia de Dios aparece cuando penetramos en el santuario: volvemos a ver la costa, de la que, en realidad, es imposible que nos apartemos por más que intenten forzarnos a ello las angustias y trabajos de la vida temporal. Y Jesús está en la orilla y nos llama.

No debería tener necesidad de llamarnos. ¡Por nosotros mismos deberíamos dirigir hacia allí nuestra débil barquilla, sacándola de los peligros de la noche de este mundo! Pero tiene piedad de nuestra debilidad y nos llama. Nos llama "muchachos", como para advertirnos que, una vez en el Bautismo y después repetidas veces en la santa celebración pascual, volvimos a nacer de su sepultura como hijos de Dios; estamos ya purificados de "todo antiguo resabio" de pecado y "transformados en una nueva criatura" (Poscomunión) inmortal como El, que "resucitado de entre los muertos ya no muere". "Muchachos", pregunta, "¿no tenéis a mano nada que comer?".

¿Para qué hacer esta pregunta si no es para que caigamos en la cuenta de nuestra miseria e impotencia para procurarnos el alimento de la inmortalidad, que precisamos para que pueda crecer en nosotros la vida espiritual que ahora acaba de nacer? ¿Para qué preguntar si no es para dársenos El mismo como alimento en el banquete de la Eucaristía, simbolizado por la comida matinal de los discípulos en el mar de Galilea, y también para significar el banquete de la gloria en la Galilea celestial? Fijaos: tiene preparado el pez que también allí, en la gloria, ha de ser nuestro alimento. Es El quien por nosotros sale del océano inmenso del amor divino y se deja prender y matar de los hombres para así convertirse en nuestra comida matinal de la resurrección (1).

Para saciarnos nos da "Pan del cielo", el alimento de los ángeles; divina presencia que, para ellos, está al descubierto, pero que no por eso deja de estar para nosotros bajo el velo de la figura simbólica. Desde la orilla eterna, desde el altar del sacrificio nos llama la voz del glorificado: "¡Venid y comed!"; y tanto para nosotros como para los discípulos no quiere decir esto sino: "Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". Pues "comer" con Cristo resucitado es participar del manjar sacrificial de su santa carne y sangre; "reinar" con El "ya en vida". Es no permanecer en el mar del error, sino estar con El en la orilla de la Galilea de Dios. Galilea es el lugar de la revelación, la tierra de la resurrección e inmortalidad; en este país es donde nos introduce Cristo. País a un mismo tiempo presente y futuro. Galilea es donde los discípulos se reunieron después de la resurrección del Señor y donde lo reconocieron al compartir con El la comida.

Galilea es la Iglesia; allí, en el sacrificio y en los Sacramentos, en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, resplandece el "añorado rostro" de Cristo en su glorificación pascual. Galilea es la Eternidad, donde nosotros podremos contemplar gloriosamente a Aquel que ahora vemos encubierto en el santo sacrificio eucarístico; pero de quien tenemos una certeza tal, que nadie se atreve a preguntar: "¿Tú, quién eres?", ya que todos sabemos muy bien "que es el Señor".

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(1) Los antiguos cristianos consideraban el pez como símbolo de Cristo, ya que el nombre griego de "pez", Ichthys, tenía las letras iniciales griegas de "Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 109 ss.


10. /Jn/21/01-14

Los discípulos están juntos. Forman comunidad. Se nombra, en primer lugar, a Simón Pedro, que será figura central en este episodio y en la continuación del relato. Se nombra también a Tomás, que había pasado de la incredulidad a la adhesión incondicional a Jesús y se vuelve a traducir su nombre: el Mellizo. El significado se deduce de la frase de Tomás, que está dispuesto a morir con Jesús (no como Pedro que quería morir por Jesús 13, 37). Este discípulo, dispuesto a seguir a Jesús hasta la muerte representa ese aspecto de la comunidad unida a Jesús y dispuesta a correr su misma suerte: es el doble (mellizo) de Jesús. El que estaba dispuesto a morir con Jesús (11, 16), sabe ahora adónde conduce esa muerte (14,5: Tomás le dijo: No sabemos adónde te marchas ¿cómo podemos saber el camino?.- 20, 28: ¡Señor mío y Dios mío!

El tercer discípulo nombrado es Natanael. No había aparecido en el evangelio desde la escena de su llamada. Es la figura de Israel fiel a las promesas que esperaba el Mesías. Son siete los discípulos presentes. No se hace alusión a los doce. Doce es el número que señala a la comunidad en cuanto heredera de las promesas de Israel. (Ver la oposición entre las cifras 12 y 7: para designar al pueblo judío -12 tribus- y a los pueblos paganos -70 pueblos-,Mateos-Barreto, El Evangelio de Juan, Cristiandad, Madrid 1982, nota de la pág. 894). Ahora la comunidad está representada por otro número: el siete, el de la totalidad, que, referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y hace, por tanto, referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de Jesús en cuanto abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su mensaje. La nueva comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel de las promesas, renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.

"Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestan: vamos también nosotros contigo". Bajo la imagen de la pesca se representa la misión de la comunidad. La figura de Pedro en posición sobresaliente es una indicación sobre la importancia de Pedro para la vida de la comunidad. La figura de Pedro resulta particularmente determinante para que en la comunidad madure la disponibilidad a la colaboración. "Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada". Esta precisión temporal "aquella noche", es de gran importancia para comprender la escena. Esta mención de la noche, en relación con el trabajo de los discípulos, está en relación con estas palabras de Jesús: "tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9, 4-5). La noche significa, por tanto, la ausencia de Jesús, luz del mundo, que hace infecundo todo trabajo. 

"Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús". La llegada de la mañana coincide con la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje comenzado con la mención de la noche; Jesús es luz del mundo, su presencia es el día que permite trabajar realizando las obras del Padre (9, 4).

"Jesús les dice: Muchachos ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: no". La mala traducción litúrgica no ayuda a descubrir el sentido profundo del texto. La traducción literal es: ¿tenéis algo para acompañar el pan? Lo que nosotros llamamos el companage, que ordinariamente era pescado, pero este matiz de "añadido al pan" es importante en el desarrollo de la escena.

"El les dice: echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarlas, por la multitud de peces".

La obediencia a la palabra de Jesús, la fidelidad a su mensaje, es la condición necesaria para que el trabajo apostólico tenga fruto. "Y aquel discípulo a quien Jesús quería le dice a Pedro: Es el Señor". Es el discípulo que sigue a Jesús y vive con él. Es su confidente en la cena, el que lo acompaña hasta la muerte, da testimonio de su gloria, reconoce su resurrección y percibe su presencia en la comunidad. Entra con Pedro en el sepulcro y ante las mismas señales, sólo este discípulo creyó que Jesús vivía. Ante la misma pesca, él descubre la presencia del Señor y Pedro no. Solamente el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. Este discípulo sabe que la fecundidad de la misión es señal de que Jesús está presente.

"Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba dormido, se ató la túnica y se echó al agua". Pedro no había descubierto que la causa de la fecundidad apostólica era la obediencia a la palabra de Jesús, pero al oír lo que le dice el otro discípulo, comprende. Para indicar el cambio de actitud de Pedro, el autor utiliza un lenguaje simbólico sumamente denso.

En primer lugar, hay un juego de vestido-desnudez; en segundo lugar, la acción de tirarse el agua. La desnudez de Pedro indica que carece del vestido propio del discípulo. "Se ciñó la túnica". Juan emplea la misma expresión de la cena, cuando Jesús se ató el paño que significaba su servicio hasta la muerte. Pedro va desnudo porque no ha adoptado la actitud de Jesús, por eso no ha producido fruto alguno la misión. Esta era la desnudez de Pedro: no haber aceptado la muerte de Jesús como expresión suprema del amor y haberla tomado por norma.

Ahora, finalmente, comprende. Se ata aquella prenda como Jesús se había atado el paño para servir. Y para expresar su disposición a dar la vida, se tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la muerte. Pedro es el único que se tira al mar, por ser el único que ha de rectificar su conducta anterior; los demás no habían resistido como él el amor de Jesús ni lo habían negado.

"Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan". En la tierra, lo primero que ven es la comida que Jesús ha preparado, expresión de su amor a ellos. Jesús sigue siendo el amigo que se pone al servicio de los suyos. La eucaristía es el don de Jesús a sus amigos. El pan de vida es su carne, dada para que el mundo viva. Ese es el alimento que ahora ofrece. Después de haber dado su vida, puede dar su pan, que es él mismo.

"Jesús les dice: traed de los peces que acabáis de coger". El alimento que ven y que Jesús ha preparado es distinto del que ellos han obtenido por indicación suya. Este último es fruto de su trabajo, el que encuentran preparado es don gratuito. Existen, por tanto, dos alimentos: el que da directamente Jesús, y el que se obtiene respondiendo a su mensaje. El alimento que Jesús ofrece y el que presentan los discípulos se convierte en "nuestro" alimento; el alimento de la comunidad con Jesús. "Bendito seas, Señor, Dios del universo por este pan -fruto de la tierra y del trabajo del hombre-, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida".

153-PECES: número de especies distintas de peces conocidas por ellos, expertos pescadores, dice ·Jerónimo-SAN. Todos los hombres de la tierra están llamados a entrar en esa red, sin que se rompa, porque la Iglesia de Cristo ha de conservar su unidad.

Jesús les dice: venid, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos. La definitiva, la que va a durar para siempre. Por eso, esta manifestación es modelo para la vida de la comunidad. Esta tercera vez es todo un programa para la vida de la comunidad en su misión en el mundo y en la eucaristía.


11. /Jn/21/15-19

Este pasaje es el argumento bíblico más importante y decisivo sobre el primado de Pedro en la Iglesia universal. El diálogo se sitúa en lo que más interesa: el amor. Sólo el que ama con humildad puede enseñar a amar, puede enseñar a ser cristiano. Después de la comida se habían puesto los dos a caminar. Hace tiempo que no se encontraban juntos. Habían pasado muchas cosas desde que sus dos miradas se cruzaron en el palacio de Caifás (Lc 22, 61), después de su triple negación. Jesús se lo había dicho, pero Pedro no quiso creerlo. Estaba completamente seguro de sí mismo, seguro de la amistad que le unía a Jesús.

Jesús había tenido amigos que le habían abandonado. Había sido muy duro... Pedro se había quedado. Sentía en torno a Jesús una gran hostilidad, y eso aumentaba su coraje, su fuerza, su amistad. Cuando a Jesús se le miraba con buenos ojos, cuando era bien recibido por la muchedumbre, era fácil decir: "Yo daré la vida por ti". Pero después se había convertido en un prisionero, en un hombre del que todos se burlaban y al que iban a condenar a muerte. Y Pedro tuvo miedo de ser detenido, temió por su vida. Y le negó las tres veces que Jesús la había anunciado.

Ahora están allí las dos, Jesús y Pedro, con la experiencia de tres años de amistad, con sus momentos buenos y malos. Teniendo detrás de sí ese acontecimiento inesperado: la muerte de Jesús en la cruz; y ese otro suceso aún más insospechado: su presencia de resucitado al lado de Pedro. "Al tercer día resucitaré". Pedro lo recuerda. Se lo había anunciado a todos. Pero ninguno había hecho caso: ninguno había creído tal cosa. Sin embargo, todo había sucedido como él les había profetizado.

Y Jesús pregunta a Pedro: "¿Me ama? Es el amigo que quiere saber, quiere estar seguro, como si tuviese necesidad de su apoyo, de su amistad, de su fidelidad; como si quisiera asegurarse de poder contar con él para siempre. Y Pedro responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero", conoce su debilidad y no se enorgullece ahora de su amor ni de su lealtad hacia Jesús. El, que conoce su corazón, sabe que lo ama de verdad.

Tres veces la pregunta de Jesús, como tres veces le había negado. Pedro no puede afirmar nada después de lo que ha sucedido, aunque ahora declare ser su amigo, quizá vuelva a negarle otra vez. Y Pedro mide su debilidad, se da cuenta de sus limitaciones, de su pobreza radical. A pesar de todo, quiere a Jesús, porque es su amigo, porque es todo para él. No puede explicarlo, pero es así. Y se remite al conocimiento que Jesús tiene de él; el puede juzgar de la veracidad de sus palabras.

A este hombre que conoce ahora su valía -es decir, lo poco que vale para ser fiel a ese amor de Jesús- Jesús le va a confiar la dirección de su propia misión: extender el amor por el mundo.

"Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas". Jesús le confía lo que más quiere en el mundo, porque Pedro ha hablado esta vez no únicamente por sí mismo, sino por el Espíritu que está en él. Jesús le pide que el amor que le tiene a el lo demuestre en la entrega sin límites a los demás. El Pedro de la espada y de la violencia, el Pedro de las disputas y de las ambiciones por el primer puesto, tenía que morir para convertirse en el Pedro del amor, de la renuncia y de la entrega a los hermanos.


12. /Jn/21/01-14

El último capítulo del cuarto Evangelio se considera hoy como un apéndice, es decir, añadido posteriormente a la obra por un discípulo del autor. Pero, de hecho, se encuentra en todos los manuscritos más antiguos, excepto en uno siríaco. En cualquier caso, se trata de un fragmento en sintonía con la temática fundamental del evangelio, aunque resulta difícil de entenderlo plenamente sin recurrir a otros escritos del Nuevo Testamento. El texto de hoy reproduce dos escenas entrelazadas: una pesca milagrosa y una comida después de recoger los peces. El paralelo de la primera escena con el gesto milagroso de Jesús en Lc 5,1-11 hace pensar que se trata de la misma tradición fundamental, que luego se ha diversificado; esto permite al autor presentarla como una aparición de Jesús después de la resurrección (v 15). Por otra parte, el gesto de Jesús de tomar el pan y el pez y repartirlos ya lo conocemos por el capítulo 6 (la multiplicación de los panes y peces). De hecho, a la luz de este capítulo, la escena de hoy tiene necesariamente resonancias eucarísticas, aunque no sea ésta la finalidad del fragmento.

TRABAJO/PRESENCIA-J: Se ha visto en Jn 21,1-14 una presentación alegórica de la Iglesia: la barca, Pedro, los discípulos, el trabajo en equipo, los peces numerosos... Todos estos motivos presentan claras referencias a diversos lugares del NT en que se habla del trabajo de los misioneros y de la guía de Pedro. Por otra parte, el simbolismo no resulta extraño a este Evangelio. Ahora bien: suponiendo que se trata de un apéndice, ¿qué sentido tendría este fragmento en el conjunto de la obra joánica? ¿En qué pensaría el lector, de entrada, si leyera este fragmento a la luz de todo el Evangelio? Indudablemente, la presencia central de Jesús y su nueva forma de presencia (Jn 20) nos llevarían a definir esta escena como una escena de reconocimiento: «¡Es el Señor!» (7). La nueva forma de la presencia de Jesús no va por caminos de brillo y poder. Ni siquiera por caminos de situaciones extraordinarias. Más bien en el trabajo duro e infructuoso de cada día; en la tarea oscura y monótona también es posible encontrar al Señor. De esta forma, el apéndice da también respuesta a la pregunta central del evangelio: Y tú, ¿quién eres?

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 890 s.