REFLEXIONES

 

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente».

Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: Año A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35).  Año B: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C:  «Jesús dice a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13).

Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Ciclo A

La Iglesia en su liturgia nos sigue mostrando su gozo por la resurrección del Señor, como lo tuvo la primitiva comunidad cristiana, que tomó en serio todo el significado de esa resurrección. También nosotros hemos de corresponder con una fe profunda y vivificante.

Hechos 2,14.22-28: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. Pedro fue el primero en proclamar ante el mundo el hecho de la resurrección del Señor. Así lo hace hoy para nosotros en la primera lectura de este Domingo.

–Y lo corrobora con textos del Salmo 15, que utiliza como Salmo responso-rial: «Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has ensanchado el sendero de la Vida. Me saciarás de gozo en tu presencia». San Juan Crisóstomo comenta:

«¡Admirad la armonía que reina entre los Apóstoles! ¡Cómo ceden a Pedro la carga de tomar la palabra en nombre de todos! Pedro eleva su voz y habla a la muchedumbre con intrépida confianza. Tal es el coraje del hombre instrumento del Espíritu Santo... Igual que un carbón encendido, lejos de perder su ardor al caer sobre un montón de paja, encuentra allí la ocasión de sacar su calor, así Pedro, en contacto con el Espíritu Santo que le anima, extiende a su alrededor el fuego que le devora» (Homilía sobre los Hechos 4).

1 Pedro 1,17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto. También es Pedro quien continúa emplazándonos a vivir en serio el Misterio de la Resurrección del Señor, como exigencia de vida nueva en cuantos hemos sido redimidos. Melitón de Sardes adora el Misterio de la Pascua de Cristo:

«Este es el Cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa Cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquél que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro» (Homilía sobre la Pascua 71).

Lucas 24,13-35: Lo reconocieron al partir el pan. Como en Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría santificadora de la resurrección. San León Magno explica el profundo cambio que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones:

«Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada» (Sermón 73).

Nuestro reencuentro con Cristo resucitado debe dar sentido evangélico a toda nuestra vida. En la medida en que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor, estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de los hombres, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida.


 

1. NOVEDAD CÓSMICA. CREACIÓN.RECREACIÓN.

-Dimensión cósmica de la Pascua. Este domingo extiende la Pascua de JC a toda la tierra. La antífona de entrada, tomada del sal 65, 1s canta: "Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre...". La muerte y resurrección del Señor renueva todo el universo. El pecado había afeado la belleza de Dios en las criaturas y la Pascua de Jesús devuelve su belleza a todo lo creado; es como si el mundo fuese creado nuevamente. Dice al respecto San Ambrosio: "en ella (en la Pascua) resucitó el mundo, el cielo y la tierra; en adelante habrá un cielo nuevo y una tierra nueva".

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1987/09


2. AL PARTIR EL PAN

El relato evangélico de hoy dice precisamente que aquellos dos discípulos que, descorazonados y desengañados, caminaban hacia Emaús, conocieron a Jesús al "partir el pan". Conocer a Jesús y cambiar el sentido de su ánimo, fue todo uno. La angustia desapareció y fueron conscientes de que, mientras caminaban con aquel desconocido que les iba explicando las Escrituras, sus corazones ardían. La reacción no se hizo esperar: se levantaron al instante y volvieron hacia Jerusalén, la misma ciudad que habían abandonado tristemente.

Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las Escrituras: es la Misa. EU/CAMINO-EMAUS

Y ¿se han fijado ustedes en los asistentes a las Misas de la mayor parte de nuestras iglesias?

-En gran medida, llegan a la hora justa y se acomodan resignadamente, con mentalidad de acudir puntualmente para cumplir una obligación.

-Escuchan con aire distraído, y mirando sin disimulo el reloj, el sermón que toca y que difícilmente podrían repetir al salir de la iglesia, porque posiblemente han aprovechado ese momento para pensar tranquilamente en algo que les interesaba mucho más que aquello que decía el predicador de turno. En defensa de los asistentes y en honor a la verdad, habría que decir que, en demasiadas ocasiones, esta actitud está plenamente justificada, porque un gran número de sermones no dicen nada a quienes los escuchan y aquéllos que los dicen hacen gala de no poseer la mínima posibilidad de establecer contacto con el auditorio.

-Muchos no participan en la partición del pan.

-Casi todos, con la última bendición en los talones, abandonan la iglesia y cierran tranquilamente esa página dominical, para volverla a abrir el domingo siguiente, sin que, posiblemente, en sus vidas tenga la menor trascendencia.

Creo que no exagero. De esas Misas multitudinarias, que tan orgullosamente apuntamos en las estadísticas, ¿quién sale enardecido?, ¿a quién le arde el corazón?, ¿quién sale con una idea vital para rumiar en el resto de la semana y hacerla vida propia?, ¿qué profundización suponen en la vida cristiana? Y ¿cuántos se encuentran con Cristo en la fracción del pan que supone la Eucaristía? Porque esto es fundamentalmente y nada más la Misa.

Cierto que en las grandes urbes no es fácil conseguir que las Misas multitudinarias tengan sabor de comunidad, de encuentro personal con Cristo y con los hermanos. Nos acomodamos junto a personas que no conocemos y difícilmente establecemos con ellas el menor tipo de relación. Todos tenemos la experiencia de cómo la Misa vivida en comunidad tiene un talante diferente y deja de ser un rito obligado para convertirse en un gratísimo lugar de encuentro con Cristo y con los hermanos, en un sitio donde se escucha la palabra de Dios atentamente y de donde se sale fortalecido para enfrentar la dureza que, en algunos casos, puede suponer vivir en cristiano. Habría, por tanto, que intentar seriamente que el cristiano viviese el encuentro semanal con Cristo como algo trascendente en su vida religiosa, como el momento más importante del día, ese momento que deje en cada uno de nosotros la misma impresión indeleble que el encuentro con Cristo dejó en los discípulos de Emaús y por las mismas causas.

Caer en la indiferencia, y aun en el pesimismo, es algo que está al alcance de la mano. Renovar semanalmente el impulso que nos hace seguir a Jesucristo es algo importantísimo. Eso podría conseguir la Misa si la despojamos de su carácter jurídico para convertirla en un encuentro deseado y vivido que nos haga salir corriendo al mundo para contarle la gran nueva que los de Emaús dieron a los discípulos de Jerusalén: es cierto que Jesucristo ha resucitado. Y si esto es cierto, los cristianos no nos hemos equivocado al elegirlo a El como Señor de nuestra existencia y modelo de nuestra vida. Si es cierto que Jesús ha resucitado, podremos superar el pesimismo y el desaliento y encontrar, cada vez que nos encontremos con Cristo al partir el pan, la respuesta para tantas preguntas que, sin duda, se nos plantearán a nuestro alrededor y la fuerza para hacer realidad el contenido de esas respuestas.

No creo que haya un ejemplo más palpable de lo que debieran ser nuestras Eucaristías que el relato evangélico de hoy. Cualquier parecido de este relato con la realidad que vivimos los domingos la mayor parte de los cristianos es, por desgracia, pura coincidencia.

DABAR 1981/29


3. FE/4-ETAPAS:

El caminar de los discípulos de Emaús constituye una especie de fenomenología precisa del acto de la fe. Al comienzo se les descubre cargados de las creencias de la religión judía: indicio de que la religión judía no coincide necesariamente con la fe. Después se les ve compartiendo con Jesús una vida de hombres: palabra, camino, comida, esperanza y decepción. Esto constituye el segundo tiempo: no se llega hasta la fe si no es perteneciendo realmente a la humanidad y descubriendo a Jesús en esa humanidad.

Entonces es cuando aparece el Señor, no tanto como quien aporta soluciones a los interrogantes formulados, sino como quien también formula interrogantes, aprende a formularlos correctamente y llega hasta el final de la búsqueda que ellos mismos ponen en marcha. Que es, si se quiere, el tercer tiempo en el proceso evolutivo de la fe. Inmediatamente después, los discípulos vuelven a Jerusalén, en donde encuentran a la Iglesia, simbolizada en el grupo de los Once; y encuentran que también ellos viven de la fe en el Señor resucitado y se organizan para vivir cada vez mejor de ella. Los discípulos se incorporan a esa Iglesia, a su mensaje y a sus instituciones esenciales. Esta es la última etapa de su caminar y ha supuesto en ellos una vuelta sobre sí mismos, una conversión. Veamos lo que esto significa para el cristiano moderno que se pregunta si tiene fe. Podría ayudársele a preguntarse en cuál de estas cuatro etapas se sitúa.

FE/RELIGION: Parece, en primer lugar, que no hay que confundir la fe con la religiosidad o con una simple creencia más o menos intelectual en la existencia de Dios. La fe no se tiene porque se tenga "necesidad" de Dios para tranquilizarse y estar seguro o para explicar la creación o la moral. De igual modo, la fe no se tiene realmente porque se atribuya mucha importancia al contenido de la fe, a los diferentes dogmas que encierra o a los sistemas de pensamiento que consagra en su formulación: antes de ser un contenido preciso, la fe es ante todo una actitud. El contenido puede variar en su expresión o en el interés que se atribuye a sus elementos, sin por ello afectar a la actitud fundamental de la fe. Pero ¿cuál es esa actitud? Parece que hay que empezar por ser plenamente hombre para ser plenamente creyente. En otros términos, la fe es la actitud de un hombre que vive al máximo su pertenencia a la humanidad. Ahora bien: por encima de las alegrías y de las desventuras, por encima de los éxitos y de los fracasos, el hombre experimenta la alienación y la pobreza de su condición, se produce en él una sed de absoluto que no llega a satisfacer o que aplaca a base de las absolutizaciones o de las idealizaciones que, finalmente, no valen la pena. Además, la humanidad no consigue desprenderse de ciertas alienaciones: la pobreza, la guerra, la enemistad del hombre hacia su hermano, el repliegue dentro del egoísmo, el sufrimiento y sobre todo la muerte. Viviendo estas condiciones, el hombre, cristiano o no, formula algunas preguntas: ¿cuál es el sentido de todo eso, cuál es el significado de nuestra condición humana? Entonces es cuando aparece Cristo: no como alguien que tiene la contestación a esas preguntas, sino, ante todo, como alguien que, hombre entre nosotros, se ha formulado esas mismas preguntas, que se ha sublevado igualmente contra esa condición impuesta al hombre. Jesús ha soñado como nosotros con una humanidad mejor, y lo dijo y lo hizo todo con la intención de construirla, pero llegó a la muerte sin haberlo conseguido y viendo morir su proyecto al mismo tiempo que Él.

"Nosotros habíamos creído que sería Él..." Y entonces fue cuando se le concedió la nueva humanidad, como un regalo del Padre, en su resurrección y su función de primogénito de una nueva humanidad. Yo puedo decir que tengo la fe en JC cuando descubro en Él un hombre que vive los problemas que la humanidad se plantea en torno al sentido de su condición, pero que aporta un estilo especial, personal, incluso misterioso para vivir esos problemas, el estilo de una absoluta fidelidad a su Padre y a la pobreza y a las lagunas de la condición humana que llega hasta la muerte. Jesús ha vivido abriéndose totalmente al otro, a sus hermanos los hombres y preparándose así a abrirse al Padre y recibir de Él el don de la vida. No se puede decir que Cristo aporte una solución a mis problemas. Lo que realmente aporta Jesús es una manera de vivir esos problemas en la apertura al otro, en el amor al otro. Lo que en Él me satisface, lo que me impulsa a buscar su amistad, a vivir en su presencia, a compartir su Espíritu y su comunión con el Padre es esa estilo de vida de Jesús, esa manera suya de dar un sentido a la condición humana.

La fe es, pues, en primer lugar, una actitud de vida con Jesús. Después y progresivamente es un contenido: me propongo conocer mejor a esa Jesús de quien quiero hacer un amigo; me fijo especialmente en su comunión con el Padre y con el Espíritu y en su comunión con todos los hombres, puesto que esos son los elementos principales de la significación que quiero dar a todas las cosas en la amistad con JC.

Ese deseo de comunión con Jesús y con los demás me impulsa a encontrar a la Iglesia o a descubrirla de nuevo si ya vivo en ella: la Iglesia se me presenta no como una institución encargada de aportar soluciones ya elaboradas a mi problema, sino como un pueblo que trata de vivir los problemas propios de todos los hombres, sin necesariamente resolverlos, sino profundizándolos en su comunión con el Espíritu de Jesús. Este pueblo cuenta ya con una larga tradición, tiene veinte siglos de experiencia en la materia: me apoyo, por consiguiente, en una experiencia y recibo todo lo que ha ido atesorando: experiencia de los doce apóstoles en particular, experiencia de quienes les han sucedido, experiencia de todo el pueblo. Esta adhesión no me impide criticar: cada generación, y la nuestra en particular, busca una adaptación del mensaje que llega incluso a exigir una nueva formulación de las cosas antiguas. Por otro lado, la Iglesia no es aún el Reino; simplemente está en camino hacia él: es decir, que algunas de sus posiciones y de sus instituciones podrán verse posiblemente relativizadas. Además, el pecado existe en la Iglesia lo mismo que en mí, y su constante conversión es solidaria de la mía.

La misión de los miembros del pueblo de la Iglesia consiste, individual y colectivamente, en vivir los problemas del hombre en comunión con Cristo, en sobrellevar realmente la pobreza del mundo, en rebelarse profundamente contra las alienaciones que separan a los hombres, y todo ello "en" JC. La Iglesia tiene así una "misión", es decir, que tiene algo que decir a los hombres inquietos y angustiados respecto a su condición; tiene también una "mediación" que ejercer, es decir, una especie de sacerdocio mediante el cual representa a toda la humanidad ante Dios. Para celebrar esa mediación y hacer efectiva esa misión se conjuga regularmente en la Eucaristía, hasta los tiempos en que el Reino sea una realidad y Cristo esté todo en todos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 11


4. ALIENACION/ESPERANZA  /Rm/04/18.

"Nosotros esperábamos..." Esta frase, de marcado matiz evangélico y de tanta humana amargura, asoma una y otra vez a los labios del hombre que va perdiendo la esperanza. Uno se pregunta: ¿qué puede ocurrirle a un hombre para que pierda la esperanza, qué puede ocurrirle a un cristiano para que desespere? ¿Esperábamos del Concilio? ¿Esperábamos del Papa, del obispo, de...? Uno acaba por convencerse de que quizá en ese lamentable "esperábamos" más que una frustración de la esperanza hay y sigue habiendo una profunda desilusión, una autoconfesión de nuestro propio fracaso, de nuestra evasión.

Porque, vamos a ver: ¿Qué es lo que esperábamos? ¿Acaso esperábamos que nos lo diesen todo hecho? ¿Que el Concilio fuese como un organigrama de acción para la Iglesia, que el Papa o el obispo nos diesen una receta o una fórmula magistral? Entonces estábamos esperando vanamente porque esa falsa esperanza no es sino la tonta pretensión de querer descargar nuestra responsabilidad de cristianos en los hombros de los demás.

No podemos esperar así. Mejor dicho, esas "esperas" no tienen nada que ver con la esperanza cristiana. Para el creyente, esperar es siempre "esperar contra toda esperanza". Es saber que los hombres somos injustos y seguir luchando por la justicia. Es saber que los hombres somos egoístas y seguir luchando por el amor. Es ver que el mundo no tiene arreglo y, por eso, dar la vida para arreglarlo.

EUCARISTÍA 1972/26


5. DESEO/BUSQUEDA  FE/AUTOSUFICIENCIA /Mt/6/33

Si repasamos los personajes que aparecen a lo largo de los cuatro evangelios y que llegan a tener un encuentro auténtico con Jesús, veremos que en todos ellos se repite esta constante: son personas en situación de búsqueda: la curiosidad de Zaqueo, el dolor de Marta y María, el afán de ver de los ciegos, la sed de la samaritana, la esperanza de la hemorroísa... Al contrario, aquellos que estaban convencidos de tener las respuestas, o no se planteaban ninguna cuestión, se cerraban el camino de acceso hasta Jesús: "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron".

Pero, ¿qué se pregunta el hombre de nuestros días?, ¿qué busca?, ¿qué afanes tiene? Para muchos, la capacidad de buscar se agota en cómo pasarlo bien, cómo tener más dinero, cómo vivir más cómodos, cómo alcanzar más fama, poder, prestigio... Y a esos interrogantes Jesús no tiene más que una respuesta: "todo eso es añadidura; vosotros buscad el Reino de Dios".

LUIS GRACIETA
DABAR 1990/26


6. POLITICA/FE 

"No podía vivir una vida religiosa sin identificarme con el conjunto de la humanidad. Y no podía hacer esto sin mezclarme en la política. Si me ocupo de política, simplemente es porque, hoy día, la política se enrosca en torno a nosotros como los pliegues de una serpiente de la que no puede uno librarse, aunque se luche contra ella".

GANDHI


7. GOZO PASCUAL

1.-El gozo desbordante de la Pascua. A lo largo de toda la Cincuentena el gozo es tema constante. Todos los prefacios de este tiempo cantan unánimes: "Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría"... Pero este gozo se explicita de modo peculiar en los textos propios de este domingo. La antífona de entrada desborda de júbilo empleando tres verbos significativos: "aclamad", "tocad" y "cantad himnos". La oración colecta pide "exultar siempre" y que "la alegría... afiance su esperanza"... La oración sobre las ofrendas contempla a la "Iglesia exultante de gozo", porque en Cristo resucitado "nos diste motivo para tanta alegría"...

Sería significativo destacar, en la Eucaristía de hoy, este gozo concretándolo en algún detalle. Podría ser el mismo canto de entrada seleccionado en sintonía con la antífona, participando toda la comunidad entusiasmada y con acompañamiento de instrumentos musicales, expresivos del gozo. Podría ser también algún gesto de despedida que suscitase en los fieles el deseo de testimoniar esta alegría.

2.-Los motivos de este gozo. El mejor modo de que este gozo no se convierta en vano o puramente externo, es ahondar en las motivaciones que la liturgia señala como justificantes del mismo.

Los prefacios (PAS/PREFACIOS) del tiempo pascual exponen sintéticamente tales motivaciones:

-Porque el mundo ha sido liberado del pecado por Cristo; "muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida" (I).

-"Porque en la muerte de Cristo y en su resurrección hemos resucitado todos" (II).

-"Porque él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre" (III).

-"Porque en él fue demolida nuestra antigua miseria, reconstruido cuanto estaba derrumbado y renovada en plenitud la salvación" (IV).

-"Porque él... ofreciéndose a sí mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar" (V).

De un modo más concreto los textos de este domingo ofrecen los motivos siguientes:

-La renovación y rejuvenecimiento en el espíritu (Oración colecta)

-La adopción filial recobrada (Ibid.)

-La resurrección de Cristo (Oración sobre las ofrendas).

-La esperanza de la resurrección final (Oración poscomunión).

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1987/09


8.

-PASCUA EN TRES DIMENSIONES

En este ciclo A las lecturas nos ayudan a vivir la Pascua en tres grandes líneas: a) la persona de Cristo Resucitado, b) la comunidad eclesial que da testimonio de él, y c) la vida pascual de cada creyente.

Habrá que pensar en cada caso si es posible seguir con los tres filones o es mejor concentrarse en uno o dos, y cómo aplicarlos a la existencia de cada comunidad.

-CRISTO HA RESUCITADO

El anuncio primario sigue siendo el de los domingos anteriores: «Vosotros le matasteis, pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte» ( 1ª lectura), «Dios le resucitó y le dio gloria» (segunda), «es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido» (tercera).

Esta es la Buena Noticia, el Evangelio central que da sentido a todo en nuestra vida: «En la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría...» (oración sobre las ofrendas). Esto es lo que nos convoca a la Eucaristía, nos mueve a cantar alabanzas a Dios, y nos compromete a sacar consecuencias para la vida: «Me enseñarás el sendero de la vida» (salmo).

-EL QUE LE NEGÓ, DA AHORA TESTIMONIO

Este año, dentro de la comunidad apostólica que creyó en Cristo y dio testimonio de él, destaca la figura de Pedro, que se convierte en el principal predicador de Cristo, según los Hechos en sus primeros capítulos, y también en la carta que leemos y que lleva su nombre.

Como durante la vida de Jesús él fue como el portavoz de los demás, Pedro, el que por cobardía negó a Cristo, ahora, cambiado por la gran experiencia de la Pascua y la venida del Espíritu en Pentecostés, se muestra el más decidido en la confesión de su fe ante el pueblo y las autoridades, aunque tenga que ir una y otra vez a la cárcel. El discurso del día de Pentecostés (1ª lectura) es un magnífico ejemplo del anuncio evangelizador de Cristo a la sociedad. Un ejemplo para la Iglesia de ahora, que de modos variados (la catequesis humilde y constante de los grupos o el impacto evangelizador del nuevo Catecismo), y con protagonistas múltiples (desde el Papa en sus viajes y documentos hasta el testimonio sencillo pero eficaz en el ámbito familiar, parroquial o social), está intentando lo mismo que Pedro y la primera comunidad: anunciar a nuestra generación que la salvación está en Cristo: «habéis sido rescatados a precio de la sangre de Cristo», y por eso «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza» (segunda).

Todos somos débiles, como Pedro, pero la Pascua nos invita a reaccionar y a dar un claro testimonio de nuestra fe en Cristo.

-LA PRESENCIA DE CRISTO JESÚS EN NUESTRA VIDA

El evangelio, con el episodio de Emaús, magnífico ejemplo también de catequesis cristocéntrica, nos ayuda a entender dónde y cómo podemos experimentar nosotros, después de dos mil años, la presencia misteriosa pero real de Cristo en nuestra vida. Lucas organiza la respuesta, en clave histórico-catequética, en tres direcciones. Los que no le hemos conocido en persona, podemos descubrir a Cristo presente: a) en la Palabra. «Les explicó las Escrituras... ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? b) en la Eucaristía: «Se les abrieron los ojos y lo reconocieron... y contaron cómo le habían reconocido al partir el pan», c) en la comunidad: «Y se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: es verdad, ha resucitado el Señor».

Ante todo está la persona de Jesús Resucitado, que sigue siendo Buen Pastor y sale al encuentro de los dos discípulos desanimados y despistados, que han huido de la comunidad y han perdido la esperanza. Y les «recupera».

Luego está la experiencia de esos discípulos, que se nos presenta como un modelo de lo que tendría que ser la Eucaristía dominical para nosotros, que también en determinados momentos podemos estar desesperanzados y desorientados. a) La Palabra que se nos proclama, siempre Palabra viva de Dios para nosotros hoy y aquí, Palabra salvadora, llena de esperanza; b) la Eucaristía: Cristo mismo, Glorioso, que se hace alimento para nosotros, porque ya sabe que somos débiles y el camino es duro; c) y la comunidad, los hermanos, que nos ayudan con su cercanía y su testimonio a no perder el ánimo y a seguir perseverantes en el camino de la fe.

Esa es la mejor dinámica del domingo y de su Eucaristía: un encuentro reanimador, cada semana, con el «desconocido», presente pero invisible Resucitado, que no se nos aparece milagrosamente, sino en esos tres modos admirables: Palabra, Eucaristía y Fraternidad.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993 25


9.

Introducción

Hermanos: durante este tiempo pascual repetimos hasta la saciedad que Jesús ha resucitado y que está en medio de nosotros. Efectivamente, esta afirmación es el centro de nuestra fe, tal como se predicó desde un comienzo.

Sin embargo, hoy nos seguimos preguntando: ¿Cómo ver a Jesús? ¿Dónde verlo? La liturgia de este domingo gira sobre esta gran preocupación de todos los creyentes: encontrarse con Jesús y comprenderlo.

El evangelio de este tercer domingo de Pascua nos muestra a dos discípulos que, bajo el signo de la derrota, vuelven a su antigua vida sin descubrir a Cristo que camina con ellos... Hoy nosotros nos preguntaremos si esta comunidad avanza con aquellos dos discípulos de Emaús, o si vivimos con la convicción de que, aunque invisible, se ha hecho visible en la misma realidad de nuestra vida.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 219 ss.


10. HIMNOS DE VÍSPERAS PASCUALES

Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?

Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

...............................

Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.


11.

-Jesús está presente en la fracción del pan

«Pues bien, hermanos, ¿cuándo se dejó reconocer el Señor? En la fracción del pan. En nosotros no hay ninguna sorpresa: partimos el pan y reconocemos al Señor. (...) Tú, que crees en El, que no llevas en vano el nombre de cristiano; tú, que no entras en la Iglesia por azar; tú, que escuchas la palabra de Dios con temor y esperanza, hallas consuelo en la fracción del pan. La ausencia de Dios no es una ausencia. Ten fe, y El estará contigo, aunque no lo veas. Estos discípulos durante su conversación con el Señor no tenían fe. No creían que hubiese resucitado y no sabían que podía resucitar. Caminaban, muertos, junto a un viviente; caminaban, muertos, junto a la vida. Junto a ellos caminaba la vida. Pero en sus corazones no había renacido vida alguna.

Si tú quieres la vida, imita a los discípulos y reconocerás al Señor. Le ofrecieron su hospitalidad. El Señor parecía decidido a seguir camino, pero lo retuvieron. Cuando llegaron al término de su viaje, le dijeron: «Quédate con nosotros, porque es tarde y el día se acaba» Retened con vosotros al extranjero, si queréis reconocer al Señor. La hospitalidad les devolvió lo que la duda les había quitado. El Señor se manifestó en la fracción del pan. Aprended a buscar al Señor, a poseerlo, a reconocerlo cuando coméis. Instruidos en esta verdad, los fieles entienden el sentido de este texto mejor que aquéllos que no son iniciados.

San Agustín
Creer y tocar


12. RECONOCER A CRISTO EN LA ALEGRÍA DE LA FE

El evangelista San Lucas habla de dos discípulos de Emaús, comentarista solitarios de los hechos acaecidos en Jerusalén. Pero cuántos discípulos de Emaús han existido a lo largo de la historia: los caminantes en soledad por las múltiples calzadas de la vida, los pensadores aislados que rumian ilusiones perdidas. Los pesimistas miopes ante los acontecimientos que configuran el misterio de la existencia. Los discípulos de Emaús de quienes habla el evangelio de este tercer domingo de Pascua, estaban tristes porque creían muerto a Cristo; muchos cristianos de hoy están tristes a pesar de creerle vivo y haber proclamado su resurrección en la Noche Santa.

Es un misterio que Dios camine al lado del hombre, sin darse a conocer de entrada. No deja de ser sorprendente que Cristo esté cerca de cada uno en el mismo momento en que se deplora su ausencia. Jesús va de camino con todos.

Es verdad que el creyente necesita la explicación de las Escrituras para poder creer lo anunciado, es decir, ver la historia del pasado cumplida en el presente. Cuando se recibe limpiamente la iluminación de la Palabra de Dios se supera la radical necedad y torpeza humana.

La conversación del camino a Emaús se concluye con una invitación a compartir la mesa del atardecer. El compañero todavía desconocido, que había impresionado a los dos discípulos por la autoridad y conocimiento con que hablaba de las Escrituras, bendijo, partió y dio el pan. La Palabra se hizo comida, sacramento, y el amigo hasta entonces visible se hace invisible desde este momento. Los que habían visto sin conocer, ahora conocen sin ver. No son los ojos de la cara, sino los de la fe los que permiten ver resucitado a Cristo.

Se levantaron y desandaron el camino para ir al encuentro de los demás y comunicarles que habían reconocido a Jesús en el gozo de la fracción del pan. Solamente desde la experiencia pascual se puede entender la Palabra que se cumple en la Eucaristía.

Andrés Pardo


13. Para orar con la liturgia

Te glorificamos, Padre santo,
porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida;
sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega
para el banquete pascual de su amor.

Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús,
él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.

Plegaria Eucarística V