30 HOMILÍAS QUE SIRVEN INDISTINTAMENTE PARA LOS TRES CICLOS DEL II DOMINGO DE PASCUA
1-11

1. FE. SEGURIDAD. MIEDO.

Dicen que el miedo es mal consejero, pues atenaza y perturba. El miedo es inseguridad y angustia de riesgo. El miedo trastrueca y deforma la realidad. Los apóstoles tienen miedo a los de fuera. Por eso atrancan las puertas, cierran con llave al atardecer. Es aún la noche oscura de cuantos confiaban en Jesús. Se sienten amargamente burlados y hay que protegerse.

Miedo entonces y miedo ahora. ¿Corren malos tiempos para la Iglesia? En una sociedad de "libertades" sin límite, andan sueltos todos los pareceres y "la libertad de expresión no conoce individuos ni instituciones intocables y cualquier momento es bueno para descalificaciones y escarnios". El evangelio pica más que el sarampión y las actitudes cristianas ante el poder, el dinero, la violencia, la insolidaridad y el sexo resultan hoy insensatas y "violentas". El modelo de sociedad que tenemos delante no puede funcionar a golpe de Sermón de la Montaña.

Molesta el reto a hacer un hombre nuevo en una tierra nueva... cuando la tierra no tiene ganas de renovarse. Aun así, no cedamos a la tentación de retornar al Cenáculo, atrancar las puertas y aislarnos en la noche.

Fueron aquellas noches de espera noche oscura, pero noche de Dios, no para dormirse sino para velar. Tiempo para auscultar el silencio, soportar la noche, aguardar impacientes. Porque quien vela se encuentra con la novedad de la aurora: "La paz con vosotros". "Vamos, amigos, que se os ría el alma". Es él, el Señor.

Abrid de par en par. "No tengáis miedo". "No perdáis la calma", la misión está fuera. Abrid, fuera sistemas de seguridad. No quiero una Iglesia invernadero sino a la intemperie. "Como el Padre me envió, también os envió". El evangelio es libertad radical y el medio a la libertad es grave ofensa a Dios. Inútil intentar poner puertas al campo, grillos a la libertad o diques al vendaval de Dios.

Tomás viene a complicar la situación. El miedo no está sólo en la calle, detrás de las ventanas. El miedo y el recelo mutuo está también dentro, en las distintas tendencias, posturas y convicciones, en las condiciones que pone Tomás para creer. Se resiste a gritar: ¡"Es el Señor!".

Tomás busca experimentos con Dios -meter los dedos, tocar-, y no experiencias de Dios. Se equivoca. Dios no es experimento sino experiencia, y en ésta la iniciativa la lleva El. "Intentar definir a Dios es imposible, es limitarlo; El se deja aprehender pero no comprender, es Alguien accesible pero no dominable...".

Tomás se ganó a pulso el reniego de Jesús: "Dichosos los que tienen fe sin haber visto". Jesús pide disponibilidad y el discípulo sólo entiende el lenguaje de la seguridad

FE/SEGURIDAD FE/DUDAS. El hombre de fe ni ignora lo bastante como para ser un irresponsable ni sabe lo suficiente como para vivir seguro. "La fe no es explicación para suprimir la inseguridad sino, a lo sumo, una fuerza para soportarla." En materia de fe la capacidad del hombre llega apenas a alcanzar la penúltima respuesta; la última es siempre la apelación al misterio.

RUTINA:COSTUMBRE: Tomás no se atreve con una fe desnuda, desprotegida, desinstalada, capaz de soportar dudas. Que nadie pida a la fe lo que no puede dar: seguridad e instalación. Creer es azaroso viaje: "Sal de tu tierra" (/Gn/12/01). Este es el origen de la historia religiosa y la primera definición de fe. Creer es abandonar Egipto sin añoranzas: "Saca a mi pueblo de Egipto" (/Ex/03/10). Egipto es la esclavitud de la religión burguesa, las oraciones rutinarias, la estrechez de la propia instalación; Egipto es el derecho, la certeza de las ollas... La fe es volver la espalda a Egipto, éxodo, perspectiva, espacios nuevos. Tomás pide explicaciones, necesita instrucción. A sus compañeros les ha bastado la experiencia de haber sentido al Señor. Tomás pide laboratorio y libros. Saber y tocar para creer. Al resto de discípulos les atrae más sentir para amar. Instrucción o vida, he ahí el dilema.

¿No será tarea cristiana hoy no olvidar la instrucción pero sí primar la búsqueda de modelos de identificación que hagan creíble, en nuestro tiempo, la nueva vida y el nuevo modelo de hombre que es Jesús de Nazaret?

B. CEBOLLA
DABAR 1988, 24


2.

TOMAS TIENE LOS OJOS ABIERTOS

Siempre abiertos, siempre pidiendo "ver". No se conforma con bellas teorías, con sospechosos testimonios.

La raza de Tomás no se extinguirá nunca, para bien de la Iglesia. No creo en el crepúsculo de las ideologías, pero sí creo en el crepúsculo de las teorías. A la gente más despierta no se le convence con estructuraciones mentales atractivas ni con argumentos de irrefutable historicidad. Sobre todo cuando le va en ello la vida, cuando una doctrina no es mera convicción, sino que afecta de lleno a la vida entera.

Ser cristiano es creer que Jesús es Dios, pero es mucho más. Es convivir en el amor con los demás hombres. Es re-nacer a una vida nueva, distinta, plena.

La fe viene de Dios pero no sabemos qué caminos sigue. El camino más normal, el más accesible a todos, es el del "contagio".

Un niño nace porque un hombre y una mujer se aman tanto como para prolongarse en una vida nueva. Puede haber nacimientos "milagrosos", el de Jesús lo fue.

A-H/TESTIMONIO: Puede haber re-nacimientos a la fe absolutamente fuera de todo cauce acostumbrado: una melodía, una revelación directa, un desbordamiento del amor del Padre. Lo normal es que alguien crea porque otros le han transmitido la fe en su infancia o se la han "contagiado" en su juventud, en su madurez. Jesús "exhala su aliento" y cada creyente es un nuevo Resucitado con poder de transmitir el Mensaje. Y el grupo de los creyentes es, debe ser, el pueblo-imán de los hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. El testimonio vivo del Resucitado. "Mirad como se aman", decían de los primeros cristianos. Y más gente venía a participar del "milagro" del amor. Y creía en Jesús.

Tomás hubiera exigido palpar desde dentro ese pretendido amor comunitario. Tomás, la gente de su raza, eso es lo que pide ahora. Y de verdad podemos invitarle a que venga, a que palpe, a que se convenza por la fuerza de nuestro amor. Siempre ha existido en la Iglesia una limpia corriente de imitación hacia las primeras comunidades creyentes. En estos últimos años se ha fortalecido esa corriente, a medida que se han ido masificando y burocratizando las masas de cristianos. Masas que a nadie convencen, cuya religión es una más.

Sin caer en la tentación de la nostalgia, del perfeccionismo imposible, ni del aristocratismo de las élites -Jesús vino para todos-, se impone una seria reflexión sobre el testimonio que la Iglesia -nosotros, la Iglesia- está dando acerca de la Resurrección de Jesús, del amor del Padre manifestado en el amor a los hermanos. La Iglesia tiene una estructura externa de la que pudo prescindir en los primeros tiempos y que hoy resulta necesaria. Pero siempre que facilite la transmisión de la Verdad, el testimonio de la Resurrección. Necesitamos estar organizados pero no para dar sensación de poderío, sino sensación de fe y caridad. Sensación de esperanza. Las ramas que matan el fruto son ramas malditas. Porque lo importante del árbol es el fruto.

Tomás tiene los ojos abiertos y pide a gritos "ver", "meter su mano en el costado abierto", palpar el amor. Tiene perfecto derecho, aunque dos mil años después no lo tuvieran. Y no se va a conformar con disfrutar cálidos amores familiares, idílicos paisajes de amistad. Exige que ese amor que parece sustancia y razón de nuestra vida, máxima expresión de nuestra fe -creer y amar se confunden- sea ancho como el mundo. No basta que los cristianos nos queramos entre nosotros y demos -que tampoco la damos, ¡ay!- la impresión de una familia unida: hace falta que el cristianismo sea una inmensa casa de recepción para todos los que buscan, para todos los que sufren, para todos los que necesitan ser amados.

He conocido una vez a un hombre que buscaba, buscaba ardientemente. En la amistad, en el arte, en las religiones, en las iglesias... "¿Has probado en la Iglesia Católica?", le pregunté. Y su respuesta me dejó frío, frío de terror. Me dijo: "Sois como todos, como los demás. Palabras, palabras, palabras..." Efectivamente, tenemos un infinito almacén de palabras maravillosas que soltamos en chorro cuando la ocasión se ofrece.

Pero...¿tenemos algo más? Sabemos que tenemos algo más, mucho más. Los demás no lo saben ni tienen por qué saberlo. Mientras pretendamos invadir el mundo de palabras -jerarquía, teólogos, creyentes "rasos", organizaciones...-, Tomás tendrá perfecto derecho a no creer.

Jesús fue mucho más que una palabra: fue y es la Palabra encarnada.

BERNARDINO M. HERNANDO


3. PAS/ALEGRIA  /Jn/16/22  /Rm/10/17  C/SIGNO

Lo que interesa al evangelista es mostrar el miedo de los discípulos. Han cerrado las puertas a fin de que no entre ningún extraño y menos aún ningún enemigo. Es un relato que denota miedo y cerrazón, así como la superación de todo esto por el Resucitado. Aunque el miedo y la cerrazón sean tan grandes, Jesús Resucitado tiene la capacidad de penetrar a través de las puertas cerradas.

El Resucitado puede entrar en un mundo cerrado para convertirlo, con su presencia, en un mundo abierto. Este es el primer mensaje de este domingo II de Pascua, que nos debe llenar de alegría. El pecado es la cerrazón que aísla y separa al hombre tanto de su fundamento existencial como de sus semejantes; nos separa tanto de Dios como de nosotros mismos y de toda la creación. Si aún vives en una complicidad voluntaria con el pecado no puedes alcanzar la gracia de la resurrección. Debes suplicarle al Señor resucitado que se haga presente en tu corazón y te dé la gracia del arrepentimiento y de la conversión. Pero también los que hemos resucitado con Cristo por la gracia, tenemos necesidad de que entre en nuestro corazón y se apodere totalmente de él. Él entra con más facilidad en una habitación con puertas de seguridad que en un corazón centrado en sí mismo y en sus cosas. Porque solamente hay una llave que él no puede abrir: nuestra libertad.

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"Paz a vosotros". La paz es el don del Resucitado. En ella está comprendida la gran reconciliación que abarca al mundo entero y que Jesús ha operado con su muerte para la vida del mundo. La paz del Resucitado es una realización del Crucificado; es decir, que sólo ha sido posible por su Pasión y su Muerte. Es la paz que brota del sacrificio de Jesús.

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También es importante para Juan la identificación: "y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado". El resucitado es el mismo que murió en la cruz. Por eso les muestra las manos y el costado. Las heridas de Jesús se convierten en su tarjeta de identidad. El Cristo resucitado y glorioso no borra de su personalidad la historia terrena de los padecimientos. Está marcado por esa historia dolorosa de una vez para siempre, de tal modo que ya no pueden separarse el resucitado y el crucificado.

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"Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". La tristeza de los discípulos se convierte en alegría. La alegría es el sentimiento fundamental de la fe pascual. "Vosotros estáis tristes ahora -decía Jesús a los discípulos la víspera de su muerte- pero yo volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16. 22). Ahora se cumple esta promesa de Jesús y el corazón de los discípulos se desborda de alegría.

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CREACION/RECREACION PAS/NUEVA-HUMANIDAD /Gn/02/07: "Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". Es un gesto que recuerda el del creador, cuando infunde el espíritu vital en el rostro de Adán. Dice el Gn 2,7 "Sopló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente".

El don del Espíritu Santo, que Jesús concede a sus discípulos, es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora, el día de Pascua, estamos al principio de una nueva humanidad, ante una nueva creación. Nace la Iglesia: comunidad de hermanos y de misioneros.

-Comparten lo que tienen, sin preocuparse mucho por el día de mañana. Surge una comunidad que derriba todo tipo de fronteras porque se funda en la comunión de una misma fe, de un mismo amor y de una misma esperanza. Una comunidad de renacidos y de vencedores. Que en las aguas del bautismo han nacido a una nueva vida y han vencido el poder del pecado y de la muerte.

-"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Nace una comunidad de enviados, de misioneros C/MISION, que debe anunciar a todos los hombres esta buena noticia del amor de Dios. Un amor de Dios a cada uno de los hombres, que no puede fracasar nunca si nos fiamos de Él, a pesar de los sufrimientos incomprensibles y absurdos en que nos encontremos. Un amor de Dios que no puede fracasar, como lo ha demostrado resucitando a Jesús de entre los muertos.

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I/ES

El Santo Padre habló sobre la importancia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Para dar peso a sus palabras, recordó que en sus orígenes, tras la muerte y resurrección de Cristo, la Iglesia no era más que un núcleo cerrado y estático de unas 120 personas. Sin embargo, tras Pentecostés se convirtió en una bomba explosiva de unas 3 mil personas, que irradiarían el mensaje del cristianismo por los cinco continentes, hasta el punto de que la historia ha quedado dividida en dos: antes y después de Cristo.

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-"... a quienes les perdonéis los pecados...". El fruto de la obra redentora de Jesús es, en primer lugar, el perdón de los pecados.

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TOMAS/INCREDULO: En este texto no se trata, en primer término, del "incrédulo Tomás" que, como tal, se ha convertido en un personaje perenne; quienes interesan son los destinatarios del evangelio de Juan, aquellos cristianos que no tuvieron un contacto directo con el Jesús terreno ni tampoco con los primeros discípulos y apóstoles, y a los que tampoco se les apareció el Resucitado.

Pertenecemos a esos destinatarios del evangelio todos los cristianos de hoy. Para todos nosotros vale la bienaventuranza que constituye la cumbre del relato: "Dichosos los que crean sin haber visto".

Para el evangelista la fe pascual en el Señor JC vivo no necesita en absoluto de las apariciones pascuales. El discípulo amado sólo tuvo necesidad de entrar con Pedro en la tumba vacía para llegar a la fe, "vio y creyó". Posiblemente, respecto de la fe, Juan ha considerado las apariciones pascuales de modo parecido a los milagros: "Si no véis señales y milagros, no creéis" (/Jn/04/48). Para él, las "señales y milagros" son, más bien, una concesión a la debilidad humana. Pueden incluso llegar a ser algo peligroso para quienes se detienen en los efectos sensacionalistas de los milagros sin descubrir su carácter de signo, a través del cual el hombre debe llegar en definitiva a la fe en Jesús. Pero, en el fondo, a la fe se llega sólo "por la palabra" de la predicación en la Iglesia.

En el tiempo de la Iglesia en que nosotros vivimos, que no hemos conocido a Jesús según la carne, la fe no se origina en el ver, sino en el oír, como dice san Pablo (/Rm/10/17): FE/ESCUCHA: la fe viene de la predicación. No tenemos otro medio de llegar a la fe que el testimonio apostólico que se transmite en la predicación de la Iglesia. Pero sobre nosotros recae también esta bienaventuranza.

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C/PRESENCIA-J: Tomás no interesa aquí como personaje histórico, sino como tipo de una determinada conducta. La figura de Tomás viene introducida con ocasión de no haber estado presente en la primera aparición pascual de Jesús a los discípulos. La aparición tiene lugar "a los ocho días" de la primera aparición. Esto parece indicar que, para san Juan, Cristo hace de la reunión de los discípulos en nombre del Señor resucitado (nuestra reunión dominical: la Eucaristía) un signo de la presencia de Cristo. Tomás vuelve a ver a Jesús cuando se reúne con los "suyos", con los otros discípulos: cuando acepta humildemente estar con los otros, aunque no los entienda a fondo.

Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.


4 COMUNIDAD FE. INDIVIDUO GRUPO. TRADICIÓN IGLESIA MEDIACIÓN.

La vida, la vida humana, discurre por ese difícil equilibrio entre -dialéctica insoslayable- el individuo y el grupo, la libertad y la norma, la espontaneidad y la tradición. Somos creyentes. Y nuestra fe es ciertamente herencia y tradición, entrega. Y por eso mismo la fe sólo puede ser aceptada, interiorizada, personalizada FE/PERSONAL Nadie puede creer por otro. La fe que nos salva, no es ciertamente la de nuestros mayores, sino la nuestra. La fe, por otra parte, es don de Dios que se nos confiere en el bautismo; pero es, al mismo tiempo, aceptación y respuesta del hombre a la gracia de Dios. Creer no es sólo, ni sobre todo, creer en Dios, sino creer a Dios, abrirle crédito en nuestra vida, para que su palabra resulte eficaz en nuestra biografía.

FE/COMUNIDAD: Pero simultáneamente le fe nos remite constantemente al grupo, a la Iglesia. Porque lo que creemos no lo hemos inventado, sino que lo hemos recibido en cadena. Y el primer eslabón de esa cadena es siempre la fe de los apóstoles, cuya experiencia es irrepetible. Y porque la fe, la fe que recibimos en el bautismo, es una fe respaldada por la comunidad -la fe de la Iglesia- que sale garante del desarrollo de nuestra fe. La fe, como la vida y la enseñanza, no es algo que se recibe de una vez por todas, sino que es susceptible de educación. Nuestra adscripción al grupo de creyentes, al pueblo de Dios, es garantía de fe, indispensable en el niño tanto como en el adulto. La comunidad, la Iglesia, educa, es decir, hace posible el desarrollo de la fe y, al mismo tiempo, la Iglesia se va edificando y construyendo desde la fe del pueblo de Dios.

La pretensión de Tomás de no aceptar el testimonio del grupo tiene el mérito de haber puesto de relieve el carácter personal de la fe. No creemos porque nos lo dicen. Sin embargo, la actitud de Jesús de reducir a Tomás a la comunidad de los once, ejemplariza la necesidad de mediación de la Iglesia. No podemos creer si no nos lo dicen. La fe, sentenciará Pablo, viene por el oído, por la comunicación, por la tradición, por la Iglesia. 

EUCARISTÍA 1975, 24


5. 

Hubo unos primeros cristianos, unos primeros discípulos de Jesús, que convivieron con él en el espacio y en el tiempo; tuvieron esa especie de "suerte" de haber nacido en los mismos años que él y en el mismo espacio geográfico y cultural que Jesús de Nazaret. Pero esa "suerte" no puede engañarnos:

-ellos, por el simple hecho de convivir con él, no lo tuvieron más fácil; en todo caso, quizá sería más adecuado hablar de que tuvieron "mayor responsabilidad" pero no "mayor facilidad";

-ellos también tuvieron que aprender a confiar; está claro que las cosas no fueron tan fáciles y sencillas como nosotros a veces pensamos (¿quizás interesadamente, para justificar nuestra indecisión?); ahí está el ejemplo de tantos otros que también convivieron con él y, sin embargo, no sólo se negaron a reconocerlo como el Mesías, sino que lo llegaron a identificar con Belcebú;

-por tanto, aquellos primeros discípulos de Jesús también tuvieron que aprender a interpretar los signos que él hacía;

-y el hecho de que pusieran su confianza en él muchas veces les trajo graves y serias complicaciones, no facilidades.

LOS PRIMEROS DISCÍPULOS Y LOS QUE NO CONVIVIERON CON JESÚS. Hubo, pues, unos primeros discípulos que vivieron unas situaciones especiales, diferentes -no más fáciles-; pero esa realidad, una vez muerto y resucitado el Señor, se terminó. Y ahora empieza una nueva época, la época de los que ya no convivieron con el Señor Jesús.

Y, desde el primer momento, esa tentación ya comentada de pensar que los que habían convivido con el Señor lo tuvieron más fácil, se hizo realidad entre los discípulos. Por eso el evangelista sale al paso: los que creen por "haber visto", por haber convivido con Jesús, no son los más afortunados.

Y se proclama una nueva bienaventuranza: "Dichosos los que crean sin haber visto". CREER SIN VER. No se trata de apostar por una fe absolutamente ciega y sin ningún apoyo. Eso sería incluso contrario al propio mecanismo de la fe, que siempre necesita algunos signos que nos indiquen que la fe no es algo absurdo e ilógico, sino aceptable, creíble.

Simplemente se quiere animar al creyente que no vivió en contacto físico con Jesús -los cuales, dicho sea de paso, somos la inmensa mayoría- a no perder el tiempo "envidiando" a los que sí convivieron con él, a no creerse creyentes menos afortunados o de segunda categoría. Es verdad que aquellos tuvieron esa suerte, pero los demás tenemos otra suerte, otra dicha: la de ser creyentes aun sin haber convivido con él.

LOS QUE VIERON Y CREYERON. Los que tuvieron esa suerte de la convivencia física con el Mesías tuvieron una responsabilidad: fueron los primeros que tuvieron que hacer el ejercicio de interpretar correctamente la persona y la actuación de Jesús. Ellos se encontraron ante Jesús, como tantos otros, y tuvieron que dar una respuesta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"; una respuesta que, hasta entonces, nadie la había dado; tuvieron que hacer un gran esfuerzo de confianza para afirmar: "Tú eres el Mesías"; nos consta que no les fue fácil, que no lo consiguieron a la primera, que hubo deserciones

-Judas y otros-, negaciones -Pedro-, confusiones -los hijos del Zebedeo queriendo sentarse a la derecha y a la izquierda-, vueltas atrás cuando parecía que ya habían comprendido -"¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?"-. Al final, lo consiguieron y así ahora nos facilitan a nosotros el camino (y, en esto, ciertamente, somos más afortunados que ellos, lo tenemos más fácil):

-Dándonos, de antemano, la respuesta adecuada, para que nos sirva de orientación, de meta hacia la que debemos caminar.

-Dándonos el ejemplo de sus propias dificultades y de cómo las superaron, de su propio proceso de fe y de cómo llegaron a la meta, a la confesión de que Jesús es el Mesías. Ahora somos nosotros los que, con el camino abierto, tenemos que seguir interpretando los signos que nos hablan del amor y la presencia de Dios entre nosotros.

-Una tarea difícil, ciertamente; a veces nos encontramos con signos muy difíciles de interpretar: la muerte de un niño, el hambre de millones de hombres, las guerras entre hermanos, el dolor de tantos inocentes... Es difícil encontrar ahí a Dios; pero también hay que decir que ahí es donde más fuerte se hace su presencia

-Una tarea comunitaria: muchas veces pretendemos comprenderlo todo por nuestra cuenta y riesgo; olvidamos que mientras Tomás no estuvo reunido con todo el grupo, con toda la comunidad, no fue capaz de comprender y creer lo que había pasado con Jesús. Que es exactamente lo que nos sucede muchas veces a los cristianos, que hemos hecho de la fe una cuestión absolutamente individual, sin apenas contar con la experiencia, el testimonio y la ayuda de los hermanos.

-Una tarea evangélica, la de discernir e interpretar el sentido de los acontecimientos; es el ejercicio práctico de nuestra condición de ser "la luz del mundo y la sal de la tierra"; tarea que muchas veces no somos capaces de realizar simplemente porque nosotros mismos nos movemos en la oscuridad, nos falta esa luz que primero nos ilumine a nosotros y luego nos ayude a iluminar a los demás.

-Una tarea necesaria, para que el género humano no caiga en la desesperanza, no piense que todo está perdido o, a lo sumo, se conforme con un cierto grado de bienestar material como si eso fuese a lo más que el hombre puede aspirar (...).

LUIS GRACIETA
DABAR 1987, 26


6. FE/CRISIS/I  FE/ABANDONO.

Querido Tomás, apodado el gemelo, el mellizo. ¿Por qué huiste de la Comunidad de los Doce que el Señor Jesús formó? ¿Te pareció que no ibas a ninguna parte con el grupo de pobres que el Señor congregó? Impulsivo Tomás. Te creías fuerte y decidido, con impulsos de mártir: "¡Vamos allá y muramos con Él!" habías dicho cuando lo de Lázaro, ¿recuerdas?

Te comías el mundo, joven intrépido, y ahora tienes aire cansino, ojos enrojecidos, espíritu derrotado por una muerte y un fracaso con los que nadie queremos contar. (...). ¡Mi querido hermano, te llames como te llames! Te fuiste de la Iglesia porque su crisis te aplastó. Tuviste una juventud intrépida y ardorosa. Quisiste hacer un mundo según Dios... y todo se acabó. La modernidad, el secularismo, la desmitologización, la "muerte de Dios".

¿Para qué seguir en el Seminario? ¿Para qué grupos apostólicos? ¿Qué sentido tiene ser apóstol? J/DERROTADO/RS:Viste a Jesús muerto y derrotado por la eficacia, la técnica, la psicología, la política. Abandonaste el Seminario, el grupo, la parroquia, la Iglesia. (...).

Pues te digo una cosa: "!HEMOS VISTO AL SEÑOR!" Era necesario que sobre la debilidad humana, apareciera resucitado el poder de Jesús. Tomás apodado el mellizo. Cuánto gemelo de Tomás entre los hombres de nuestra generación. ¿Por qué resignarse a perderlos definitivamente para el Anuncio? Ni siquiera es prudente esperar hoy en el Cenáculo a que regresen contando tristezas. Tal vez sea la primera urgencia de quienes reencontraron al Dios de los padres presente en Jesús resucitado, salir al encuentro de los hermanos que se fueron el día de la dispersión. ¿Cómo olvidar que fueron llamados por Jesús para ser testigos de la Resurrección? En la Historia de la Salvación que Dios gusta hacer con los hombres, ellos son tal vez los más indicados para, ya que han hecho tan larga y cruda experiencia de muerte, poder proclamar con humildad y alegría: "¡Señor mío y Dios mío!".

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 73


7. EXP-PASCUAL

La cruz y la muerte habían llevado la tristeza, el desánimo y el miedo a los corazones de los discípulos, como acostumbran hacerlo con el común de los mortales. Estaban allí, agarrotados sus corazones por el miedo, con los cerrojos echados bloqueando salidas e ilusiones.

No resolvía su problema el sepulcro vacío, que pudiera significar tan sólo el rapto de un cadáver; aunque Juan "vio y creyó". Lo que realmente iba a transformar la vida de los discípulos, es lo que ha dado en llamarse "la experiencia pascual": sentirse resucitados con la fuerza del Resucitado.

Jesús aparece con la paz. Nada mejor podían recibir aquellos corazones atribulados y con explicable complejo de culpabilidad.

No viene Jesús a echarles en cara su traición. Un aire nuevo irrumpe en la casa con la presencia de Jesús: el perdón de los pecados y el Espíritu Consolador. ¿No os había dicho que no me enviaba el Padre a condenar sino a salvar? Pues ahí tenéis mi Palabra cumplida: Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo: Recibid mi propio Espíritu y salid al mundo a hacer presente el perdón de los pecados.

El evangelio de hoy habla de dos apariciones de Jesús, la primera tiene todo el perfume de la celebración de un sacramento: el domingo, al atardecer, los discípulos perdonados y llenos del Espíritu Santo, que son enviados a llevar a los hombres el amor y el perdón de que han sido testigos.

Tres años de intimidad con Jesús de Nazaret; catequesis escuchadas y comentadas después en la intimidad; signos y prodigios de Jesús... Todo pudo haberse quedado en la estupenda experiencia de haber conocido de cerca un gran Maestro y Profeta suscitador de esperanzas, que había acabado -como acaba todo- con la muerte. Pero la experiencia pascual, contra lo que no caben argumentos, los hace cristianos: Testigos de la Resurrección, que proclaman que Jesús de Nazaret es el Cristo Señor.

Cristianos nominales, bamboleados por todo viento de doctrina, víctimas de la decepción y la duda, pueblan hoy nuestras asambleas cristianas. Hay un serio esfuerzo por reconvertirlos a una fe adulta y renovada por la doctrina conciliar. Pululan cursos y cursillos, multicopias, folletos y libros, llamadas a la participación eclesial, al compromiso con el mundo y a la oración... Todo puede quedarse en una estupenda pero frustrante anécdota, si no culmina en la experiencia pascual. Ni cursos, ni libros, ni catequesis, ni convivencias, pasan de ser el prólogo que ha de abrir las puertas a esa experiencia. Lo que confirma cristianos-creyentes- enviados, es la celebración festiva del perdón de los pecados y del poder del Espíritu creador de unidad.

No es preciso, para confirmar la fe, tocar físicamente a Jesús. Él ha dejado, al alcance y servicio de todas las generaciones, la experiencia pascual. Tomás, uno de los doce, no estaba con sus hermanos comulgando con su miedo y su decepción. Se había ido a hacer la guerra por su cuenta. Pero ¿qué podría llevar Tomás al mundo sin ser testigo de la Resurrección? ¿Y qué podrá llevar el discípulo de hoy, cargado de ideas, adoctrinado y actualizado, lleno incluso de la mejor voluntad redentora, si no le es dado vivir tal experiencia? Poco más que teorizar sobre idealismo de comunidad cristiana, culturizar, ideologizar, religiosizar y tal vez hacer beneficencia o justicia.

¡Dichoso el que viva hoy la experiencia pascual! No ha visto a JC y lo ama; no lo ve y cree en Él; y se alegra con un gozo indecible, transfigurado, alcanzando así la meta de la fe: la propia salvación; la vida en comunión que nos hace testigos de cómo Dios sigue salvando.

Los sacramentos que Él nos dejó, celebrados con alegría como acontecimiento salvador, ponen al alcance de la mano el poder exclamar hoy como ayer lo hizo Tomás: "JESÚS ES EL SEÑOR".

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989 .Pág. 79


8. PAZ/RS  PAZ/PERDERLA:

Paz es el nombre de la resurrección. Cristo, cuando se aparece a sus discípulos, utiliza la palabra "shâlôm", que era un saludo familiar para todo israelita, una expresión augural. La paz era un don de Yahvé, y más que un vocablo, era un concepto teológico. El estado de paz, en una persona, indicaba una condición de plenitud, de bienestar, realizable solamente por medio de una íntima comunión con Yahvé.

El resucitado, pues, augura la paz. Y se trata, bien entendido, de su paz. Detengámonos a considerar esta paz que hemos de poseer en nosotros mismos, para poderla irradiar a los demás y así llegar a ser -usando el lenguaje de las bienaventuranzas- "constructores de la paz".

Como de la alegría, también de la paz, se puede decir que existen en el comercio dos tipos. La nuestra y la que nos dan los otros. La primera tiene características de inalterabilidad. La otra existe bajo el signo de lo precario y lo provisional. Me explico con un ejemplo. Pablo es un niño simpático. Un día decide construir una cabaña en su propio patio. Convoca a los compañeros de juego y todos se comprometen a colaborar en la empresa. Uno trae los palos, otro una tienda, otro una silla, otro una estera, otro un florero, otro un espejo...

El pacto se mantiene durante algunas semanas. Una tarde los chicos riñen con Pablo. "Si no fuese por mi patio...", se hace el fuerte. "Pero nosotros hemos puesto todo lo demás". Al terminar la acalorada disputa, cada cual retira lo que había ofrecido para la construcción de la cabaña. Cada uno recupera precipitadamente su propiedad y se la lleva a casa. Todo se deshace en un momento.

¡Y Pablo se queda con su patio vacío y una escoba! Aquí está todo el problema. ¿Con qué materiales hemos fabricado nuestra paz? Cuando alguno se queja en el confesonario: -Padre, me han hecho perder la paz... Yo respondo: -Si los otros se han llevado su paz, es porque no era verdaderamente tuya. Los otros se han limitado a recuperar lo que habían prestado... Estaban en su derecho. Demasiadas veces nuestra paz está construida con materiales que no nos pertenecen. Uno nos da una migaja de confianza, otro nos ofrece un poco de comprensión, otro todavía una pizca de estima por nuestro trabajo, una manifestación de consenso con nuestra ideas, una sonrisa, un elogio.

Y nosotros vivimos en paz en nuestra cabaña. Todo marcha a la perfección. No tenemos el valor de reconocer que tal construcción se mantiene en pie con materiales prestados. Que nuestra paz depende, en realidad, de lo que han puesto los otros. Luego, un día hay un grande o pequeño incidente. Alguien retira su parte (un desaire, una incomprensión, una advertencia injusta, una indelicadeza, una malignidad, una interpretación malévola de una acción nuestra). Y nuestra paz se viene abajo. Es natural. No era nuestra. Simplemente hemos perdido lo que no nos pertenecía. La paz que no es nuestra dura mientras todo va bien. La paz nuestra, en cambio, dura también cuando todo fracasa. "No tengo ya paz...". No la has poseído de verdad nunca. La que tenías estaba expuesta a la intemperie, a las variaciones meteorológicas, al capricho de los otros, a los humores cambiantes de las personas que viven a tu lado.

Para que la paz sea nuestra, es necesario recibirla como don de Cristo. El nos da su paz. Y no la vuelve a tomar ya. Nos pertenece. PAZ-CRISTIANA/NOTAS: Pero tengamos presentes, según invitación de un estudioso ·Ricca-P, las características fundamentales de esta paz suya, que puede hacerse también nuestra, si la queremos, si la aceptamos.

Es una paz crítica. Es una espada que corta, divide, parte ciertas ligaduras. Por lo que esa paz representa la crisis, y quizás el fin de nuestra paz.

Es una paz militante. "He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda?" (Lc 12,49). No podemos separar este fuego de su paz. No se trata, pues, de una paz tibia, sino de una paz que quema, que deja la señal en la carne. La paz evangélica lleva al combate más que al reposo. No es un punto de partida sino de llegada.

Es una paz diversa. Excluye el miedo, brota de la lógica del ir más adelante, de la capacidad de andar contra corriente.

Y, finalmente, es una paz crucificada. Aquel que es nuestra paz, es también aquel que ha sido traicionado, arrestado, entregado, juzgado, condenado a muerte, crucificado. O sea, su paz es una paz rechazada. No es la paz triunfante como la "pax romana". Si esta paz todavía hoy se anuncia, se proclama, se vive, es debido al hecho de que Dios ha resucitado al crucificado. Por eso está aún presente y operante en medio de nosotros. La paz que nos da Cristo se sitúa en el centro, en las profundidades de nuestro ser, no se pega a la piel, con peligro de verla desaparecer al más ligero soplo de viento en contra. El es nuestra paz (/Ef/01/14:/Flp/04/07):.

Acoger la paz de Cristo significa acoger su persona, no simplemente un don suyo "separado". La paz es la consecuencia necesaria del don fundamental de su persona, y el signo más evidente de que hemos abierto de par en par las puertas a Cristo. En tal caso, solamente nosotros podemos perder esta paz. Desentendiéndonos del huésped. O también, lo que es igual, obligándole a cohabitaciones desagradables. La paz, más que una conquista, es una elección.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 71


9. C/RS.

Del evangelio de hoy podemos deducir una serie de realidades existentes en nuestra vida de fe que no debemos ignorar y, además, debemos tratar de llevar a la práctica. En primer lugar nos encontramos con que Jesús es el único y verdadero centro de la comunidad de los creyentes. La comunidad no es algo que se constituye "per se", espontáneamente; ni es algo surgido por un capricho de unos hombres empeñados en mantener vivo un sueño, ni una veleidad surgida de una cierta situación psicológica. La comunidad existe, única y exclusivamente, porque Jesucristo ha muerto y ha resucitado. Sin Cristo muerto y resucitado nunca hubiese surgido la comunidad: la única razón de ser del nacimiento y existencia de la comunidad es que Jesucristo ha muerto y ha resucitado. Jesús es, por tanto, el centro vital de la comunidad; y él mismo les da a sus miembros la confianza que necesitan para poder llevar adelante su misión: él, mostrándoles los signos de su triunfo sobre la muerte, les anima a trabajar positivamente en la misión de trabajar en favor de la liberación de los hombres.

(Dos primeras cuestiones prácticas a plantearnos: ¿es Cristo muerto y resucitado el centro de nuestras comunidades? ¿Nos anima su presencia a trabajar por la liberación de los hombres?) De este modo la comunidad se constituye en la alternativa que Jesús ofrece a los hombres para sacarlos de su situación de cerrazón. El fue alternativa de vida en su momento; ahora, que ya no está presente como hombre, brinda a la humanidad la posibilidad de que esa alternativa continúe en pie, presente entre los hombres: él -su alternativa- se mantendrá viva entre los hombres a través de la comunidad: por supuesto, la comunidad que se mantenga fiel a Cristo muerto y resucitado.

(Otra cuestión: ¿son nuestras comunidades alternativa real y válida al mundo de hoy, consumista, materialista, pasota, egocéntrico, insolidario...?) Al mismo tiempo esa comunidad, al igual que continúa la misión de Jesús de ser alternativa al mundo y al hombre, también continúa otra tarea de Jesús: testificar ante el mundo el amor del Padre a los hombres.

I/SACRAMENTO C/SACRAMENTO: (¿Nuestras comunidades son muestra clara y palpable del amor de Dios Padre a los hombres? ¿Cómo? ¿En qué?) Tan cierto es que la comunidad se constituye exclusivamente por la vida de Cristo; tan cierto es que la comunidad se convierte en la prolongación de la doble misión de Jesús de mostrar el amor del Padre y ser alternativa a la humanidad que, en el fondo, la fe se caracterizará por ser la capacidad de reconocer esa presencia de Jesús en la comunidad puesto que, por otra parte, la comunidad no es sino el lugar lógico y natural en el que se hace presente el amor de Dios y a través de la cual él mismo se hace presente en el mundo (o como suele formular tradicionalmente: la Iglesia es el sacramento del encuentro con Dios).

(¿Se reconoce la presencia de Cristo en nuestras comunidades?, ¿son éstas lo suficientemente claras y transparentes como para que cualquiera descubra, a su través, el amor de Dios?) El caso de Tomás (que ocupa medio Evangelio de hoy) merece su consideración especial. No se trata de relatar un hecho aislado que pudo suceder para informarnos de la cuestión. Si algo es proverbial en el Evangelio de Juan es su intencionalidad en todo lo que relata. ¿Cuál tiene en esta ocasión? Tomás es, ante todo, una figura-tipo que representa a todo aquél que desoye la voz de la comunidad, a todo aquél que no es capaz -por las razones que sean- de percibir los signos de esa vida nueva que, con Jesús y a partir de él, ha comenzado para todos los hombres. Tomás es la figura de todo aquél que en lugar de integrarse y participar de la experiencia colectiva de la comunidad (experiencia de vida, experiencia transformadora, experiencia salvífica, experiencia de que el crucificado está vivo) busca una demostración (una demostración de algo que pertenece a un plano bien distinto de lo empírico pero, no por eso menos real); Tomás es la figura del que en lugar de buscar al Resucitado, fuente de vida, trata de encontrarse con una reliquia del pasado; una reliquia que, por otra parte, no va a encontrar.

Nuestras comunidades deben revisarse, por tanto, a la luz del evangelio y tratar de descubrir si realmente son lo que deben ser; las comunidades aparecen, sobre todo, como la única salida viable a la experiencia de fe; la fe se recibe de la comunidad eclesial (como don de Dios) y en ella debe vivirse. Y comunidad que no es centro irradiante del amor de Dios deberá cuestionarse seriamente, si, por muy dentro de la ortodoxia dogmática que esté, es comunidad eclesial que vive gracias a la vida del resucitado.

DABAR 1981, 28


10.

Todos los evangelistas nos hablan de la poca fe que dieron los discípulos de Jesús a las primeras noticias y rumores sobre el hecho de la resurrección del Maestro, en especial cuando estas noticias venían del círculo de las piadosas mujeres; pero solamente Juan nos ofrece un caso concreto en el que ejemplariza esa actitud escéptica y desconfiada. Ahora bien, en el contexto del cuarto evangelio el comportamiento de Tomás respecto al grupo apostólico y su confesión final significa un punto culminante en el que se cierra toda la narración evangélica y se entrega a la responsabilidad de los lectores y de cuantos con el tiempo se vean confrontados con el testimonio de Juan. Pues todo cuanto ha sido escrito, lo ha escrito el evangelista para que creamos y, creyendo, tengamos vida en el nombre de Jesús. Por eso, al escuchar hoy este evangelio proclamado por la iglesia, nos encontramos en una situación semejante a la de Tomás respecto a los otros apóstoles que vieron al Señor. Para Tomás no fue suficiente el testimonio de sus compañeros y exigió verlo todo con sus propios ojos y aun tocar con sus manos el cuerpo de Jesús resucitado. Para nosotros, el testimonio apostólico que nos llega en la predicación de la iglesia deberá ser suficiente. Jesús tuvo para Tomás un reproche, y para cuantos creyeran aun sin haber visto pronunció una bienaventuranza. Sin embargo, la bienaventuranza de Jesús no debemos entenderla como la simple aprobación de una fe convencional que se desarrolle en creencias y rutinas y vacía de toda experiencia pascual y de todo compromiso.

Tomás era uno de los doce. Y como los doce, Tomás había sido testigo privilegiado de cuanto hizo el maestro y de cuanto dijo a partir del bautismo en el Jordán. Le había seguido a todas partes, le había acompañado en su último viaje a Jerusalén, donde le había visto morir entre dos ladrones y fuera de los muros de la ciudad Santa, como si fuera un excomulgado. Más aún, Tomás había pronunciado en un momento de duda y desconcierto estas palabras hermosas: "subamos, y muramos con El", pero la muerte de Jesús en el calvario había sido también para Tomás la muerte de todas sus ilusiones y de todos sus ánimos. Aunque Jesús había anunciado repetidamente a los suyos que sería entregado a los sacerdotes y a los jefes de Israel para que le dieran muerte y que resucitaría al tercer día, es claro que Tomás lo mismo que los doce no comprendió nada de esto. Tomás no esperaba en absoluto la resurrección de Jesús. Sin embargo aquella tarde del domingo, a los tres días de la crucifixión, Jesús se presentó a sus discípulos, que se habían encerrado por miedo a los judíos, y les dio la paz y les devolvió la alegría, y les enseñó las llagas de sus manos y el costado abierto para que fueran testigos de su identidad y creyeran que el que había sido crucificado es ahora el que vive para siempre. Jesús los envió al mundo como El mismo había sido enviado por el Padre, y les dio poder para perdonar los pecados y, exhalando su aliento sobre ellos, les dijo: "recibid el Espíritu Santo". Esta venida de Jesús cambiaba por completo la situación de sus discípulos y enriquecía la vida del grupo con la inapreciable experiencia de la verdadera vida. Sólo Tomás seguía con su pena y su recuerdo sin esperar nada, porque "Tomás uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús". Y aunque sus compañeros le decían: "hemos visto al Señor",

Tomás no se dejaba sorprender por esta noticia, y no les hacía ningún caso. Frente al testimonio unánime de todo el grupo, Tomás se encuentra solo. Jesús reprochará a Tomás su conducta disidente, y el evangelista san Juan tomará buena nota de las palabras de Jesús para hacernos ver que no es así, a la manera de Tomás, como nosotros podemos y debemos llegar a la fe.

Fe/personal: Con todo, la fe de Tomás es ejemplar en cuanto en ella se expresa una respuesta personal que no se disuelve en las creencias del grupo. Es él mismo, Tomás el Mellizo, el que se encuentra inmediatamente con Jesús y confiesa: "Señor mío y Dios mío". Una fe así, ardorosamente vivida como penosa fue la duda que la precedió, con su propia biografía, es la que nos da la vida y da vida a la comunidad de los creyentes. Por eso Juan presenta la confesión de Tomás como punto final de su evangelio y en el que éste alcanza su objetivo.

FE/EXPERIENCIA  I/MEDIACION: Hay algo en la historia de la iglesia que es irrepetible: La experiencia apostólica de la resurrección y el testimonio de los Doce. Nadie puede llegar ya a la fe en Jesucristo tal y como llegaron los apóstoles, los testigos que vieron y oyeron al Señor. Por lo tanto, la mediación de la iglesia resulta absolutamente necesaria para la fe. Ahora bien, esta mediación está al servicio de la vida y, consiguientemente, al servicio de un encuentro personal con Cristo. Esto implica que la tradición no es simplemente una transmisión de verdades sobre Cristo, sino un proceso en el que se expande la nueva vida y enrola a todos cuantos entran por la fe en comunión con Cristo, el Señor, que es la Vida de nuestras vidas.

EUCA 1975, 24


11.

-LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCIÓN RS/EXPERIENCIA
La resurrección, tal como la describe el Evangelio, es una experiencia antes que un acontecimiento y una verdad. Porque el acontecimiento histórico nadie lo vio en directo y la resurrección como verdad a creer necesitará tiempo para poder ser formulada. Entre tanto, nos encontramos con un puñado de hombres sometidos a una experiencia inaudita. Estos hombres reaccionan de manera distinta. Ahí tenemos el ejemplo tan diverso de Pedro, Juan, la Magdalena y Tomás.

Pedro, ante la alarma del sepulcro vacío y posible robo, va rápidamente a comprobar la situación, entra el primero en el sepulcro, ve las vendas y el sudario, que sería la prueba de no haber sido robado, y "regresó a casa admirado de lo sucedido" (Lc. 24, 12). En cambio, "el otro discípulo", según la tradición "entró.., vio y creyó" (Jn 20, 8). ¿Discípulo ejemplar? María Magdalena, según el Evangelio de Juan, es la primera que ve al Señor resucitado.

Tomás se pone terco con sus compañeros y para creer tiene que palpar y ver, para terminar haciendo una confesión de fe admirable. Y luego, como dirigiéndose a los discípulos de todos los tiempos, está la sentencia final: "Dichosos los que creen sin haber visto" (Jn. 20, 29). Parece que lo primero fue el sepulcro vacío, después las apariciones y la comprobación admirada de la presencia de Jesús, de que el mismo que había muerto en la cruz, con las señales recientes de sus heridas y llagas, estaba en medio de ellos y hasta compartía su mesa. RS/PASOS:Y así es como van pasando del asombro y sorpresa a la alegría de la experiencia de la resurrección. Al final, todos tienen esta misma experiencia, pero parece que llegan a ella por diversos caminos. Recordemos también a los de Emaús. Como toda experiencia, es algo muy personal y que requiere sus pasos de maduración, aunque al final se termine en una explosión de fe comunitaria: "es verdad, el Señor ha resucitado" (Lc 24, 34).

-LA IGLESIAS EN PERSPECTIVA

Jesús prepara a sus discípulos, durante el tiempo pascual, para cuando él falte, dándoles instrucciones, según Lucas. El Evangelio de Juan nos recuerda cuatro cosas que el discípulo debe tener en cuenta o cuatro pasos por los que debe pasar. Lo primero que tiene que hacer el discípulo es reanudar la relación con el Maestro. En muchos sabemos que quedó cortada o muy disminuida con los acontecimientos de la pasión y muerte. El discípulo tiene que estar plenamente convencido de que ese Jesús que se le aparece ahora es el mismo que predicó el Reino de Dios y murió en la cruz. Esa identificación es primordial en la fe pascual. Una fe que aparece ahora prodigiosamente fortalecida y gozosa. Es el mismo Jesús, ahora el Señor.

Restablecidas las relaciones entre el Maestro y los discípulos viene el segundo paso, que es el envío. Jesús trajo del Padre una misión que ha cumplido. Esta misión ha de ser continuada ahora por los discípulos, por todos los discípulos, y no sólo por los doce. El tiempo de Pascua es un tiempo de preparación para el envío a la misión de evangelizar todo el mundo. La misión es elemento integrante de la fe, y es el segundo punto a tener en cuenta que aquí se nos recuerda, una vez que ya tenemos muy claro el primero, que consiste, como ya dijimos, en la identificación con el Maestro muerto y resucitado. El tercer paso es la donación del Espíritu. La vida del discípulo, como la de Jesús, no se entiende sin la presencia del Espíritu. Por eso les dice: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn. 20,22). Lucas nos narrará cómo va a ser esa irrupción y presencia del Espíritu en la Iglesia. Aquí lo único que podemos hacer es tomar conciencia de la necesidad del Espíritu para cualquier tarea relacionada con la edificación de la Iglesia.

Y, por último, se señala como punto clave de esta misión el perdón de los pecados. No hace falta encarecer la importancia de esta enseñanza para los discípulos de todos los tiempos. Sin duda estaba en la intención del evangelista en relación con su Iglesia al escribir el Evangelio. Y es algo de lo que nos conviene tomar buena nota a los discípulos de hoy.

-UN MENSAJE DE VIDA, PAZ Y ALEGRÍA

La palabra vida se repite con frecuencia en el Evangelio de Juan y es como su meta: que tengan vida, vida abundante, vida eterna. Al finalizar el cuarto Evangelio se repite la idea. Paz es el saludo de Jesús resucitado. Se repite dos veces en tres versículos seguidos: "La paz esté con vosotros" (Jn. 20, 19-21). "Los discípulos, al verle, se llenaron de alegría" (Jn 20, 20). No era para menos. Y ésta es como una constante, a pesar de las grandes pruebas, en las primeras comunidades cristianas. Y es que se sentían salvados en la fe del Señor Jesús.

MARCOS M. DE ·VADILLO
DABAR 1992/26