14 HOMILÍAS MÁS PARA EL CICLO B
(11-14)


11. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

Con nosotros hasta el fin del mundo

Hoy celebramos el misterio conclusivo de la vida de Jesús: su Ascensión al cielo. Como hacemos a menudo, nos preguntamos dos cosas: primera, cuál es el contenido histórico de tal misterio, es decir, qué conmemora; segunda, cuál es su contenido espiritual, es decir, qué significa ese misterio para la Iglesia y para nosotros.

El hecho “histórico” aparece evocado con abundancia de detalles en la primera lectura de los Hechos, en forma indirecta y alusiva por Pablo en la segunda lectura ( Lo hizo sentar a su derecha en los cielos ), y en forma sintética y clara por Marcos en el pasaje evangélico: Después de decirles esto, el señor Jesús, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Hasta hace algún tiempo, esta descripción implicaba ciertamente un acto de fe, pero era comprensible y dejaba a todos tranquilos; el cielo todavía era considerado, como en la época de Jesús, ese espacio misterioso y vacío que está sobre la tierra y en el cual habita Dios. Sin embargo, hoy se hace cada vez más difícil seguir pensando en este esquema del mundo en tres planos: cielo, tierra, espacio subterráneo. Desde que el hombre, con sus máquinas, violó los espacios de este cielo, nos convencemos cada vez más de que no existe un cielo como aquel que imaginamos durante tantos siglos.

¿Qué significa entonces decir que Cristo subió al cielo? La respuesta -incluso si no hemos reparado en ello- está en el mismo Evangelio: Fue llevado al cielo , es decir, se sentó a la derecha de Dios (…) Ir al cielo significa ir a Dios; estar en el cielo significa estar cerca de Dios. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes (Jn. 14, 2-3). El cielo es ese “templo” misterioso del que se habla en el Apocalipsis, que es el Cordero mismo, muerto y de pie (Apoc. 5, 6), el templo destruido y vuelto a construir (cfr. Jn. 2, 19).

Esforcémonos por penetrar en el significado que tiene para nosotros el misterio que celebramos.

¿Qué nos atestigua la fiesta de la Ascensión? Nos atestigua que Jesús fue al Padre . Desde hace algunos domingos, estamos escuchando las palabras de Cristo: Yo voy al Padre; si yo no voy...; he aquí que ahora yo vengo a ti, oh Padre. Ir al Padre no significa tanto dejar esta tierra sino ser glorificado, ir a recibir el trono en la nueva condición adquirida con la Encarnación y la Pascua. Cristo, incluso como hombre, con su cuerpo, resulta glorificado por el Padre con aquella gloria que él, en calidad de Hijo de Dios, tenía antes que existiera el mundo (cfr. Jn. 17, 5). Con él, un fragmento de nuestro universo ha llegado definitivamente a Dios y ha sido recibido por él. Sin embargo, se trata de una “primicia” que exige un séquito, o mejor aún, una Cabeza que pide su cuerpo, que es la Iglesia. Por eso, con él todos nosotros nos hemos elevado en esperanza y en promesa; nos hemos convertido en candidatos a estar un día con nuestro Jefe y Maestro cerca de Dios: “Hoy recordamos y celebramos el día en el cual nuestra pobre naturaleza fue elevada en Cristo hasta el trono de Dios Padre” (san León Magno). Por lo tanto, la Ascensión atestigua que Jesús fue al Padre y que también nosotros iremos al Padre.

La Ascensión atestigua también que él está con nosotros. Él fue al Padre y él volverá (del mismo modo que ha subido, dice el ángel a los apóstoles), pero todavía y ya está con nosotros (“todavía”, con respecto a la primera venida de la Encarnación, “ya”, con respecto a la segunda venida, porque la escatología ya se ha iniciado con la resurrección). Quédate con nosotros , le rogaron los dos discípulos de Emaús, y él se ha quedado de verdad: Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo (Mat. 28, 20).

En el 35, había muerto hacía unos años, y sin embargo podía decirle a Saulo: ¿Por qué me persigues?, signo de que todavía estaba de alguna manera entre los hombres. “Él no abandonó el cielo al bajar hasta nosotros, ni tampoco se alejó de nosotros cuando de nuevo subió al cielo” (san Agustín).

Por cierto, no es la presencia de antes; Cristo murió en la carne, pero vive en el Espíritu (cfr. 1 Ped. 3, 18): la suya no es entonces una presencia según la carne sino según el Espíritu. Desde luego, esta nueva presencia es preferible a la primera, tanto es así que Jesús puede decir: Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes (cfr. Jn. 16, 7). En esta nueva condición, puede hacerse presente a cada hombre, en todos los puntos de la tierra y de la historia, no solamente a sus contemporáneos judíos; es contemporáneo de todo hombre y de toda generación; ¡es nuestro contemporáneo!

La fiesta de la Ascensión nos brinda la oportunidad de volver a iluminar cada año con nueva luz la más grande certeza de nuestra vida: ¡Jesús vive y está con nosotros! Y nuestra esperanza más grande: ¡Iremos a estar con él cerca del Padre! El que tiene esta esperanza en él -escribe el apóstol san Juan- se purifica, así como él es puro (1 Jn. 3, 3). No sólo se purifica a sí mismo; el que tiene esta esperanza no permanece con la vista en el cielo, como hicieron aquel día los apóstoles, vuelca más bien esta experiencia en empeño y testimonio: Entonces ellos partieron - se lee en la conclusión del Evangelio de hoy - y predicaron por todas partes . Vayamos también nosotros con humildad, sabiendo en qué vasos llevamos esta esperanza, y marchemos con coraje.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, Pág. 124-127)

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SAN GREGORIO MAGNO


HOMILIA IX

(Dirigida al pueblo en la basílica de San Pedro en la Ascensión del Señor.)

1. El que los discípulos tardaran en creer la resurrección del Señor, yo diría que se debió no tanto a la flaqueza de ellos cuanto a la futura seguridad nuestra; porque la resurrección se les demostró a los discípulos con muchos argumentos que, cuando nosotros, leyéndolos, los conocemos, ¿qué efecto nos hacen sino dejarnos más convencidos a causa de la duda de ellos? María Magdalena, que en seguida creyó, me ha hecho menos fuerza que Tomás, que dudó por mucho tiempo; pues él, dudando, tocó las cicatrices de llagas y arrancó de nuestro pecho la llaga de la duda.

También debemos notar lo que San Lucas refiere para dar a conocer la verdad de la resurrección, diciendo (Act. 1,4): Comiendo con ellos, les mandó que no partieran de Jerusalén; y poco después (v.9): Se fue elevando, a vista de ellos, por los aires, hasta que una nube le cubrió a sus ojos. Notad las palabras, fijaos en los misterios:

Comiendo con ellos, se fue elevando; comió y se elevó, esto es, para que, por el hecho de comer, se patentizara la realidad de su carne

Pero San Marcos refiere que, antes de que el Señor subiera a los cielos, echó en cara a los discípulos la dureza de su corazón y su incredulidad ¿Qué debemos pensar de esto sino que el Señor reprende a sus discípulos precisamente cuando los va a abandonar corporalmente, a fin de que lo que les dijera al partir quedara más fuertemente grabado en el corazón de los que le oían?

2. Oigamos nosotros ahora lo que, aconsejándolos, dice a sus discípulos después de reprender su dureza: Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las criaturas. ¿Qué, hermanos míos, acaso se debe predicar el Evangelio también a las cosas insensibles y aun a los brutos animales, puesto que de él se dice a los discípulos: predicad el Evangelio a todas las criaturas? No, sino que por la denominación todas las criaturas se designa al hombre; porque criaturas son las piedras, que ni viven ni sienten; lo son las hierbas y los árboles, que viven, sí, pero no sienten. Viven, digo, no por el alma, sino por su verdor, pues también San Pablo dice (1 Cor. 15,36): Necio, lo que tú siembras no recibe vida si primero no muere; luego vive lo que muere para ser vivificado; de manera que las piedras tienen ser, pero no viven; las plantas también son, pero no sienten; y los brutos animales son, viven y sienten, pero no discurren; los ángeles son, viven, sienten y discurren; el hombre, pues, tiene algo de todas las criaturas, porque tiene de común con las piedras el ser; con los árboles, el vivir; con los animales, el sentir, y con los ángeles, el entender; luego, teniendo el hombre algo común con todas las criaturas, en algún modo el hombre es todas las criaturas; luego, cuando se predica el Evangelio al hombre, se predica a todas las criaturas, porque en realidad se predica a aquel para quien han sido creadas todas las criaturas y del cual no son extrañas las demás debido a su respectiva semejanza.

También por la denominación todas las criaturas puede significarse todo el mundo gentil, pues antes (Mt. 10,5) se había dicho:

No vayáis a tierra de gentiles; pero ahora se dice: Predicad a todas las criaturas, esto es, para que la predicación de los apóstoles que antes había rechazado la Judea, viniera en ayuda nuestra, cuando aquel pueblo soberbio la había rechazado para testimonio de su reprobación.

Ahora bien, cuando la Verdad envía a sus discípulos a predicar, ¿qué otra cosa hace en el mundo sino como esparcir granos de semilla? Y envía pocos granos a la sementera para recoger abundantes mieses de nuestra fe; mas no surgiría en todo el mundo tanta mies de fieles si la mano del Señor no sembrara sobre la tierra racional aquellos escogidos granos de los predicadores.

3. Prosigue: El que creyere y fuere bautizado, se salvará pero el que no creyere, será condenado. Tal vez diga cada uno en su interior: Yo ya creo, me salvaré. Dice verdad, si tiene la fe con obras, porque es verdadera fe la que no contradice con las obras lo que afirma con las palabras; pues a esto se refiere, lo que San Pablo dice de algunos falsos fieles (Tit. 1,16): Profesan conocer a Dios, mas le niegan con las obras; y por eso San Juan dice (1º, 2,4): Quien dice que conoce a Dios y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

Siendo esto así, debemos, examinando nuestra vida, descubrir si es verdadera nuestra fe; pues somos verdaderamente fieles cuando cumplimos en las obras lo que profesamos con las palabras. En efecto, el día del bautismo prometimos renunciar a todas las obras y pompas del antiguo enemigo; vuelva, pues, cada uno de vos otros hacia sí los ojos de la consideración para examinarse, y si halla que después del bautismo cumple lo que prometió antes del bautismo, alégrese, porque ya está cierto de que es fiel; pero, ¡ah!, que si no ha cumplido lo que prometió, si se ha lanzado a realizar obras malas y a deleitarse en las vanidades del mundo, veamos si ya sabe llorar sus yerros; porque ante el Juez misericordioso no es tenido por mentiroso quien después de haber mentido vuelve a la verdad; que Dios omnipotente, cuando acepta gustoso nuestra penitencia, El mismo oculta de su juicio lo que hubimos errado.

4. Prosigue: A los que creyeren acompañarán estos milagros: en mi nombre lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, manosearán las serpientes; y si algún veneno bebieren no los hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y quedarán éstos curados.

¿Qué, hermanos míos, acaso no creéis, puesto que no obráis estos milagros? Pero estas cosas eran necesarias en los comienzos de la Iglesia , pues para robustecer la fe en la multitud de los creyentes debía nutrirse con milagros; que también nosotros, cuando plantamos los arbustos, los echamos agua con frecuencia hasta que vemos que ya se han adherido a la tierra, y, una vez que ya han fijado sus raíces, cesará el riego; pues por eso dice San Pablo (1 Cor. 14,22): El don de lenguas es una señal, no para los fieles, sino para los infieles.

Acerca de estos milagros y señales tenemos otras cosas que debemos considerar más útilmente. En realidad, la santa Iglesia hace a diario espiritualmente lo que entonces hacían corporalmente los apóstoles; porque sus sacerdotes, cuando por la gracia del exorcismo ponen la mano a los creyentes y se oponen a que los espíritus malignos habiten en sus almas, ¿qué otra cosa hacen sino lanzar los demonios?

Y cualesquiera fieles que ya han abandonado el lenguaje del siglo de su antigua vida y hablan de los santos misterios, cantan las alabanzas de su Creador y en la medida de sus fuerzas publican el gran poder, ¿qué otra cosa hacen sino hablar nuevas lenguas?

Los cuales, cuando con sus exhortaciones quitan de los ajenos corazones la malicia, manosean las serpientes.

Y cuando oyen malsanos consejos, pero, a pesar de ello, no se dejan seducir a obrar el mal, veneno es lo que beben, sí, pero no os hará daño.

Los que, cuantas veces ven a sus prójimos débiles en el bien obrar, se ofrecen a ellos con todo lo que pueden, y con el ejemplo de su buen obrar robustecen la vida de los que vacilan en su proceder, ¿qué otra cosa hacen sino poner sus manos sobre los enfermos para que se curen?

Milagros en verdad tanto mayores por cuanto son espirituales, y por ellos resucitan, no ya los cuerpos, sino las almas.

Así que, hermanos carísimos, si queréis, vosotros mismos podéis hacer estos milagros con la gracia de Dios. Pero de aquellas señales exteriores no pueden obtener vida los que las realizan, porque los milagros corporales alguna vez muestran la santidad de quien los obra, pero no la dan; en cambio, estos milagros espirituales que se obran en el alma, no muestran la santidad de la vida, pero la causan; aquéllos pueden hacerlos los malos y los buenos; de éstos no pueden disfrutar sino los buenos. Por eso la Verdad dice de algunos (Mt. 7,22): Muchos me dirán en aquel día del juicio: ¡Señor, Señor!, ¿pues no hemos nosotros profetizado en tu nombre, y lanzado en tu nombre los demonios, y hecho muchos milagros en tu nombre? Mas entonces yo les protestaré: Jamás os he conocido; apartaos de mí, obradores de la maldad.

No queráis, hermanos carísimos, apetecer las señales que pueden tenerse en común con los malos; antes bien, procurad estas que ahora hemos llamado milagros de la caridad y de la piedad, los cuales son tanto más seguros cuanto más ocultos y por medio de los cuales se obtiene del Señor una recompensa tanto mayor cuanta menor gloria obtiene de los hombres.

5. Prosigue: Así el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue elevándose al cielo y está sentado a la diestra de Dios.

En el Antiguo Testamento hemos, aprendido que Elías fue arrebatado al cielo; pero una cosa es el cielo aéreo y otra el etéreo, pues el cielo aéreo está inmediato a la tierra; por eso decimos las aves del cielo, porque las vemos volar en el aire. De modo que Elías fue elevado al cielo aéreo, siendo llevado rápidamente a determinada región de la tierra, donde viva en la mayor paz del espíritu y del cuerpo, hasta que al fin del mundo vuelva y rinda el tributo a la muerte. El ha diferido la muerte, pero no la ha evadido; mas nuestro Redentor, como no la ha diferido, la venció y la destruyó resucitando, y subiendo a los cielos manifestó la gloria de su resurrección.

Es también de notar que se lee que Elías subió en un carro; y esto para hacer patente que el puro hombre (para subir) necesita auxilio ajeno; por medio, pues, de los ángeles se obraron y se manifestaron aquellos auxilios, puesto que ni al cielo aéreo podía subir por sí aquel a quien se lo impedía su débil naturaleza. Pero de nuestro Redentor se lee que fue elevado, no en carro ni por ministerio de los ángeles, sino que quien había hecho todas las cosas era llevado, sin duda, por su propia virtud sobre todas ellas; y así tornaba a donde estaba y volvía de donde permanecía. porque cuando - por la humanidad subía a los cielos; por su divinidad contenía igualmente el cielo y la tierra.

6. Ahora bien, así como José, vendido por sus hermanos fue figura de la venta de nuestro Redentor, así Enoc, trasladado, y Elías, arrebatado al cielo aéreo, ambos figuraron la ascensión del Señor. Por tanto, el Señor tuvo nuncios y testigos de su ascensión: uno anterior a la Ley y otro durante la Ley , hasta que al cabo llegara el mismo que en verdad pudo penetrar los cielos. De allí que también se diferencia por cierta gradación la elevación de cada uno de ellos; pues se refiere que Enoc fue trasladado y Elías arrebatado al cielo, hasta que, por fin, viniera el que ni trasladado ni arrebatado, sino por su propia virtud, penetrara en el cielo etéreo.

En la traslación de éstos, que, como siervos, significaron la ascensión del Señor, y en sí mismo, que ascendió a los cielos, el Señor nos manifiesta que a los que en El creemos concedería también la pureza de su carne y que, andando el tiempo, crecería bajo su in fluencia la virtud de la castidad; pues, en efecto, Enoc tuvo mujer e hijos, mas no se lee que Elías tuviera mujer ni hijos.

Considerad cómo, a medida que pasa el tiempo, crece la pureza de la santidad; cosa que se muestra patente en los siervos que fue - ron trasladados y en la persona del Señor,' que subió a los cielos. Enoc, que fue engendrado y que engendró por unión carnal, fue trasladado; Elías, que fue engendrado por unión camal, pero que no engendró por unión carnal, fue arrebatado.' Y el Señor, que ni fue engendrado ni engendró por tal modo, ascendió por sí mismo.

7. Pero debemos considerar cómo es que San Marcos dice: Está sentado a la diestra de Dios; y San Esteban dice (Act. 7,55):

Estoy viendo ahora los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios. ¿Cómo es que San Marcos afirma que él le ve sentado, y San Esteban que le ve en pie? Mas vosotros, hermanos, sabéis que el estar sentado es propio del que juzga, y estar en pie es propio del que lucha o ayuda. Según lo cual, como nuestro Redentor subió a los cielos y ahora juzga todas las cosas y al fin vendrá como juez de todos, San Marcos, después de la ascensión, le describe sentado, porque después de la gloria de su ascensión vendrá al fin como juez; pero San Esteban, puesto en trance de lucha, le tuvo por auxiliador suyo, le vio estar en pie, porque, para que éste venciera en la tierra la infidelidad de los perseguidores, desde el cielo peleó con su gracia a favor de él.

8. Prosigue: Y sus discípulos fueron y predicaron en todas partes cooperando el Señor y confirmando su doctrina con los milagros que le acompañaban. En todo esto, ¿qué es lo que debemos considerar y qué es lo que debemos grabar en nuestra memoria sino que la obediencia siguió al precepto y que los milagros siguieron a la obediencia?

Mas, ya que con la ayuda de Dios hemos recorrido la lección angélica, exponiéndola brevemente, resta que reflexionemos algo obre tan grande solemnidad.

Y lo primero que debemos averiguar es por qué, cuando nació el Señor, aparecieron los ángeles, y no se lee que aparecieran con blancas vestiduras, y, en cambio, se lee que, cuando subió a los cielos, aparecieron los ángeles con blancas vestiduras, pues así está escrito (Act. 1,9- 10): “Se fue elevando a vista de ellos por los aires, hasta que una nube le encubrió a sus ojos. Y, estando atentos a mirar cómo iba subiéndose a los cielos, he aquí que aparecieron cerca de ellos dos personajes con vestiduras blancas”. Ahora bien, en las vestiduras blancas se muestra el gozo y la fiesta del alma; ¿cómo es, pues, que, cuando nace el Señor, los ángeles no aparecen con vestiduras blancas, y cuando el Señor asciende aparecen con blancas vestiduras, sino porque, cuando Dios hombre penetró en el cielo , entonces celebraron los ángeles una gran fiesta? Porque al nacer el Señor veíase la divinidad humillada, pero al subir al cielo fue exaltada la humanidad, y las vestiduras blancas son más propias de la exaltación que de la humillación. Por consiguiente, en la ascensión los ángeles debieron aparecer con vestiduras blancas, porque quien en su natividad apareció Dios humilde, en su ascensión se mostró hombre excelso.

Pero lo que más debemos atender en esta solemnidad, hermanos carísimos, es que en este día quedó borrado el decreto de nuestra condenación y cambiada la sentencia de nuestra corrupción; pues aquella naturaleza a la que se dijo (Gen. 3,19) “Polvo eres y a ser polvo tornarás” en el día de hoy subió al cielo.

Por esta elevación de nuestra carne es por lo que el santo Job llamó ave al Señor; pues como el santo Job previó que la Judea no entendió el misterio de su ascensión, pronunció sentencia acerca de su infidelidad por medio de una figura, diciendo (Job 28,7): “No conoció el camino del ave”. Con razón, pues, fue llamado ave el Señor, porque remontó su cuerpo de carne a las regiones etéreas; y no conoció el camino de esta ave quien no creyó que El ascendió a los cielos.

De esta solemnidad dice el Salmista (Ps. 8,2): "Tu majestad se ve ensalzada sobre los cielos; y de ella dice otra vez (Ps. 46,6): “Ascendió Dios entre voces de júbilo, y el Señor al son de clarines; y de la misma dice nuevamente” (Ps. 67,19): “Al subir el Señor a lo alto, llevó consigo a los cautivos; dio dones a los hombres”.

En efecto, cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos, porque con la virtud de su incorrupción destruyó la corrupción nuestra; y dio dones a los hombres, porque, enviando desde el cielo al Espíritu Santo, concedió a unos el don de hablar con sabiduría, a otros el don de hablar con ciencia, a éstos el don de las virtudes, a aquéllos el don de curar, y a esotros el de interpretar las palabras. Dio, pues, dones a los hombres cuando, por la gracia de este Espíritu, la virtud de ellos se extendió por el mundo.

También Habacuc dice acerca de la gloria de su ascensión (3,5 i): “Se elevó el sol, y la luna se paró en su carrera”. Porque ¿a quién se designa con el nombre de sol sino al Señor, y a quién con el de luna sino a la santa Iglesia ?; pues hasta que el Señor subió a los cielos, la santa Iglesia todo lo temía de las adversas potestades del mundo; mas, después que se fortaleció con la ascensión del Señor, predicó en público la fe que guardó secreta. Luego el sol se elevo y la luna se paró en su carrera, porque, cuando el Señor subió al cielo, la santa Iglesia se propagó con la autoridad de la predicación.

Por eso Salomón pone en boca de esta Iglesia (Cant. 2,8): “Vedle que viene saltando por los montes”; porque contempló la excelencia de tan grandes obras, dijo: Vedle que viene saltando por los montes. En efecto, hasta llegar a redimimos dio, por decirlo así, algunos saltos. ¿Queréis, hermanos carísimos, conocer los saltos que El dio? Del cielo vino a la tierra, al seno de su Madre; del seno de su Madre saltó al pesebre; del pesebre saltó a la cruz; de la cruz, al sepulcro. Del sepulcro volvió al cielo.

Saltó como un gigante para recorrer su camino, a fin de que nosotros le dijéramos de corazón (Cant. 1,3): “Llévanos tras de ti, y correremos en pos del perfume de tus ungüentos”.

Por consiguiente, hermanos carísimos, es necesario que nosotros pongamos nuestro corazón adonde creemos que El subió con el cuerpo. Ahuyentemos los deseos terrenales; puesto que tenemos a nuestro Padre en los cielos, nada de aquí abajo nos deleite.

Lo que, sobre todo, debemos reflexionar es que este que plácidamente subió a los cielos volverá terrible y que nos pedirá severa cuenta de lo que ahora mansamente nos ha mandado. Nadie, por lo tanto, malgaste el tiempo que se nos ha concedido para hacer penitencia; nadie, mientras pueda obrar, descuide el mirar por sí, porque nuestro Redentor vendrá luego al juicio con tanto más rigor cuanto mayor ha sido la paciencia que nos ha dispensado antes del juicio.

Meditad, pues, estas cosas dentro de vosotros, hermanos; repasadlas con frecuencia en vuestros pensamientos. Aunque el ánimo vaya fluctuando todavía entre las tempestades de esta vida, fijad, no obstante, el áncora de vuestra esperanza en la patria eterna; asegurad los propósitos del alma a la luz verdadera.

Vedlo: ya hemos oído que el Señor ha subido a los cielos; conservemos, pues, mediante la meditación, lo que creemos; y, si toda vía estamos aquí sujetos a la flaqueza del cuerpo, sigámosle, no obstante, con pasos de amor; que no desdeña nuestros buenos deseos el mismo Jesucristo, nuestro Señor, que nos los ha dado y que vive y reina con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.

San Gregorio Magno, obras de San Gregorio Magno B.A.C., Madrid, 1958, Pags 677-683

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SAN ISIDORO DE SEVILLA


Ascendió a los cielos

Ahora bien, porque después de su resurrección Cristo bajó de la forma de hombre subió a los cielos, Daniel dice: “Yo estaba, pues, observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo uno que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el anciano de días”, y esto es el Padre, “y le presentaron ante Él. Y dióle Éste la potestad, el honor, el reino, y todos los pueblos, tribus y lenguas, le servirán a Él; la potestad suya, es potestad eterna que no le será quitada, y su reino es indestructible” (Daniel 8,13-14)

Esta su ascensión a los cielos nuevamente así la indica el profeta: “Y a manera de un esposo que cela de su tálamo, salta como gigante a correr su carrera; sale de una extremidad del cielo y corre hasta la otra extremidad del mismo” (Ps. 18,6-7) Viniendo del cielo, descendió hasta los infiernos, y regresando volvió a su mansión, al ascender y volver a la diestra del Padre, de que antes solamente salió.

Esta su ascensión o entrada a los cielos, con qué gozos fue acompañada, el salmista lo indica. Viendo las potestades etéreas del cuerpo de Cristo que ascendía rodeado de nubes, y que así entraba en las mansiones celestiales, prorrumpieron: “Levantad, oh Príncipe, vuestras puertas, y elevaos vosotras, oh puertas de la eternidad, y entrará el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor fuerte y poderoso; el Señor poderoso en la batallas” (Ps.23, 7-8).

Conmemorando esta su ascensión, David dice: “Montó sobre querubines; y tomó el vuelo, voló llevado en alas de los vientos”. (Ps. 17, 11). Lo mismo: “Ascendiste, Señor, a lo alto, llevaste contigo a los cautivos: diste dones para los hombres.” (Ps. 67, 19.) De cual ciertamente, si no hubiese estado en la tierra, no se diría que asciende. Pero, ¿qué se dice que es llevar “cautiva a la cautividad”, sino porque venciera la muerte y a la misma carne que había tomado de la tierra la llevaba como cautiva al cielo?

Después de esto, exhorta el profeta a tosas las gentes invitándolas a alabar a Dios, y de nuevo casi con las mismas palabras anuncia la ascensión de Cristo: “Cantad pues a Dios alabanzas, reinos de la tierra; tañed salmos, digo, a la gloria de aquel Dios que se elevó sobre los más encumbrado de todos los cielos por parte del oriente” (Ps. 67, 35.) Y bien añade, “por la parte del oriente”, porque el lugar está por la parte del oriente en donde Cristo resucitó, y de allí mismo ascendió a los cielos, añadiendo el salmista inmediatamente después de esto: “Vieron vuestra entrada, la entrada triunfante de mi Dios y de mi Rey”, viéndolo todos los apóstoles y más de quinientos hombres, así ascendió a los cielos.

Esta su ascensión también la celebra Salomón en el cantar de los Cantares: “Paréceme que oigo la voz de mi amado: vedle cómo viene saltando por los montes, y brincando por los collados” (Cantar de los Cantares 2,8.). Y Amós dice: “El se ha construido su solio en el cielo, y ha establecido, sobre las tierra, el conjunto de tantas criaturas” (Amós 9,6.). También ha de tenerse en cuenta aquello que dijo el Señor por Isaías: “Mas ahora me levantaré yo, dice el Señor, ahora seré ensalzado, ahora seré glorificado” (Is. 33,10). Este es un testimonio de su resurrección y de su ascensión, como si abiertamente dijera: “Ahora me levantaré de entre los muertos, ahora seré ensalzado en los cielos, ahora seré glorificado en mi reino. Que es la idea que expresa el mismo Isaías en el capítulo cincuenta y dos: “Sabed que mi siervo estará lleno de inteligencia y sabiduría, será ensalzado y engrandecido, y llegará a la cumbre misma de la gloria” (Is. 52,13). Lo cual ciertamente se refiere a su ascensión a los cielos y a la gloria de su reino.

(San Isidoro de Sevilla, Obras Escogidas , Ed. Poblet 1947, Pág. 74-75)

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SANTO TOMÁS DE AQUINO

SUBIÓ A LOS CIELOS Y ESTÁ SENTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE TODOPODEROSO

No sólo hay que creer en la resurrección de Cristo sino también en su ascensión, gracias a la cual subió al cielo a los cuarenta días. Y por eso se dice en el Credo: “Subió a los cielos”.

En lo que toca a este misterio, hay que tener en cuenta TRES aspectos: su sublimidad, su conveniencia racional, su utilidad.

A) La ascensión fue de veras, SUBLIME , porque Cristo ascendió a los cielos Y ello se entiende en un TRIPLE sentido.

PRIMERO , subió por encima de todos los cielos materiales. En efecto, dice el Apóstol a los Efesios: Subió más allá de todos los cielos (4, 10). Cristo fue el primero en realizar tal cosa. Porque antes el cuerpo terreno no existía sino en la tierra, tanto que incluso Adán estuvo en un paraíso terrenal.

SEGUNDO , subió por encima de todos los cielos espirituales, es decir, por sobre todas las naturalezas espirituales, como escribe S. Pablo a los Efesios: El Padre hizo que Jesús se sentara a su diestra en los cielos, por sobre todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación, y por sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el futuro; y puso todas las cosas bajo sus pies (1, 20).

TERCERO , subió hasta el trono del Padre. En efecto, de Él dice Daniel: He aquí que sobre las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de días (Dan. 7, 13). Y en S. Marcos leemos: El Señor Jesús, después de haberles hablado, fue elevado al cielo y está sentado a la diestra de Dios (16, 19).

Cuando se habla de la diestra de Dios esta expresión no debe entenderse de una manera corporal, sino en un sentido metafórico. Porque si la expresión “está sentado a la diestra del Padre”se entiende de Cristo en cuanto que es Dios, lo que, se quiere afirmar es su igualdad con el Padre; si, en cambio, se entiende de Él en cuanto hombre, se quiere decir que goza de los bienes más eximios. Tal es la excelencia que ambicionó el diablo: Escalaré el cielo, sobre los astros de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el monte de la alianza, hacia el septentrión; sobrepujaré la altura de las nubes, semejante seré al Altísimo (Is. 14,13). Vano intento que sólo alcanzó Cristo, por lo cual se dice en el Credo: “Subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre”. Leemos en el Salterio: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra (Ps. 109, 1).

B) En segundo lugar, la ascensión de Cristo a los cielos fue CONFORME A LA RAZÓN , y ello por TRES motivos.

PRIMERO , porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su naturaleza. En efecto, lo natural es que cada ser retorne al lugar de su origen. Ahora bien, el principio original de Cristo es Dios, que está por encima de todo. Jesús mismo lo dijo a sus discípulos: Salí del Padre y vine al mundo: ahora dejo el mundo, y voy al Padre (Jo. 16, 28). Y a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo (Jo. 3, 13). Y aunque es cierto que los santos suben al cielo, sin embargo no lo hacen de la misma manera que Cristo; porque Cristo subió allí por su propio poder, en cambio los santos suben atraídos por Cristo, como se lee en el Cantar: Llévame en pos de ti (1, 3). Puede incluso decir se que nadie asciende propiamente al cielo sino Cristo, ya que los santos no ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo, que es la cabeza de la Iglesia. Cristo dijo : Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt. 24, 28).

SEGUNDO , porque el cielo se le debía a Cristo por razón de su victoria. En efecto, Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el demonio, y de hecho lo venció, por lo que mereció ser exaltado sobre todas las cosas. Yo vencí -dice el Señor- y me senté con mi Padre en su trono (Ap. 3, 21).

TERCERO , porque el cielo se le debía a causa de su humildad. En efecto, ninguna humildad es tan grande como la humildad de Cristo, que siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso tomar la condición de siervo, hecho obediente hasta la muerte (cf. Filip. 2, 7), y descendió hasta los infiernos, por todo lo cual mereció ser exaltado hasta el cielo, al trono de Dos. Porque la humildad es el camino que conduce a la exaltación, según aquello que dijo el Señor: El que se humilla será exaltado (Le. 14, 11). En el mismo sentido escribía S. Pablo a los Efesios: El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos (4, 10).

C) En tercer lugar, la ascensión de Cristo fue útil por TRES motivos.

PRIMERO , por razón de conducción, porque subió al cielo para llevarnos a nosotros allí. Ignorábamos nosotros el camino, pero Él mismo nos lo mostró: Ascendió -dice Miqueas-, abriendo un camino delante de ellos (2, 13). Y también para garantizarnos la posesión del reino celestial, según dijo a los Apóstoles: Voy a prepararos un lugar (Jo. 14, 2).

SEGUNDO , por razón de la seguridad que nos ofrece. Pues subió al cielo para interceder por nosotros. Dice la Escritura: Se acercó a Dios, y está siempre vivo para interceder por nosotros (Hebr. 7, 25). Por lo cual escribe S. Juan: Tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo (1 Jo. 2, 1).

TERCERO , para atraer hacia Él nuestros corazones. Donde está tu tesoro -dice el Señor-, allí está también tu corazón (Mt. 6, 21); y para que menospreciemos las cosas temporales, como exhorta el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de lo alto, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas de lo alto y no las de la tierra (Col. 3, 1).

Santo Tomás de Aquino, Credo Comentado , Cruz y Fierro Editores, 1978, Pág. 111-117)

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ROMANO GUARDINI


EL CIELO

Dejo el mundo y voy al Padre (Jn 16,28)

El Señor había muerto y resucitado a una vida nueva, de naturaleza absolutamente divina. A aquella vida que un día, de pronto, resplandeció misteriosamente sobre el monte Tabor. Entonces, cuando iba de camino hacia Jerusalén, donde tenía que padecer, estalló como un incendio desde profundidad escondida. A la verdad, sólo por breves momentos. Pronto volvió a hundirse otra vez... Pero ahora, pasada la muerte, irrumpió omnipotente. El Señor vivía. Era nuevamente viviente. Desde dentro, desde la gloria divina que le penetraba cuerpo y alma. Luego vino un período extraño. Estaba todavía en la tierra y, sin embargo, ya no estaba sobre ella. Aparece ora aquí, ora allá, surgiendo misteriosamente de otra parte al espacio concreto y desapareciendo luego. Las barreras de la existencia terrena estaban rotas. La gravedad no lo retenía ya. El espacio de la resistencia de la materia no era obstáculo para él. Sin embargo, vivía aún sobre la tierra.

Luego, en fin, desapareció enteramente: Subió al cielo.

Y, efectivamente, ¿puede darse mejor y más verdadera respuesta a la pregunta sobre dónde está el cielo que decir que el cielo está donde está Dios? ¿No dijo Jesús al hablar de su vuelta: «Dejo el mundo y voy al Padre»?

Pero si el cielo está donde está Dios y Dios está en todas partes, ¿estará entonces el cielo en todas partes?

Así es, ciertamente. El cielo está en todas partes, en todo lugar y también aquí. Esta es la primera y gran respuesta: El cielo está aquí.

También dijo Jesús: «El reino de los cielos está en vosotros».

Pero ¿cómo? También se dice que Dios habita en una luz inaccesible. ¿Estaría, pues, el cielo en todas partes, pero sería inaccesible para nosotros? Así es. Nosotros no podemos entrar en él. Está cerrado. El cielo está en torno de nosotros, pero está cerrado.

En torno a Jesús estaba abierto. En el cielo abierto entró cuando se fue de entre nosotros, y entonces desapareció a nuestra vista.

El cielo está donde está Dios. Es una cercanía de Dios. Pero una cercanía abierta.

¿Hay también una cercanía cerrada?

La hay. Si quiero acercarme a un hombre, puedo ir a la ciudad donde vive, a la casa en que habita, sentarme a su lado. Entonces estoy junto a él. Pero si él está con su atención en otra parte o no tiene confianza en mí, en ese caso, a pesar de toda la cercanía en el espacio, está tan lejos que yo no puedo siquiera llegar «a él». Es una cercanía cerrada. Sería abierta si se fijara en mí, si se dirigiera a mí, si sintiera por mí simpatía, confianza, amor... En ese caso la cercanía sería abierta. Y sólo él puede crear esta cercanía abierta. Sólo puede partir de él. Y todavía es menester que yo la sienta. Que me dé cuenta de que se dirige a mí, que me mira con simpatía y confianza. Que yo le pueda contestar. Entonces, cuando se abre uno a otro íntimamente y cuando por el movimiento del corazón se halla uno en otro, entonces hay cercanía efectiva.

Pero ¿dónde está el cielo?

Si se lo preguntamos a un niño, señala con el dedo hacia arriba. Y no es lícito sonreírse demasiado aprisa. Con ello quiere decir más de lo que ha sido superado por el cambio de la visión científica, aquel «arriba» que no existe, porque en el fondo no existe arriba ni abajo absolutamente. Si se le preguntara más exactamente, respondería que «el cielo está donde está Dios».

Dios está siempre y dondequiera cerca del hombre. Pero su cercanía está cerrada e inaccesible. Sólo él podía abrirla. Y nosotros creemos que así lo hizo. En derredor de Jesús, el Padre estaba cerca. Para él, el Padre estaba abierto enteramente, en infinito amor, uno enteramente con él. Y hemos percibido las palabras de infinita intimidad, en las que habla esa cercanía. Así, en torno a Jesús estaba el cielo, la cercanía abierta del Padre. Y él nos ha traído esa cercanía. Sabemos que en Jesús nos ama el Padre. Creemos en la gracia de su amor para con nosotros: que sus ojos nos miran, que su corazón se inclina a nosotros, que su mano nos guía. Creemos que el cielo está en derredor de nosotros...

Pero falta una cosa: no sentimos la cercanía de Dios. Está aún cerrada, pero por parte de nosotros. Por lo que nosotros somos, por la gravedad o pesadez de nuestro ser irredento, por la pereza e inercia de nuestro corazón, por lo malo en nosotros.

El cielo se daría enteramente si Dios, por amor, nos abriera su cercanía e hiciera al mismo tiempo al hombre tan abierto que pudiera sentirla.

Mas acaso sea lícito decir que el cielo está de camino hacia nosotros si nosotros mismos no lo alejamos.

Yo creo que no es ninguna fantasía pensar así. Pensar que toda nuestra vida cristiana consiste en que el cielo venga a nosotros, continuamente... Todo obrar cristiano, toda fe, todo amor, todo sacrificio y lucha, toda perseverancia y progreso valeroso, todo nos acerca más al que ha de llegar. Toda frialdad, empero, e indiferencia, toda pereza y debilidad, toda soberbia y concupiscencia todo lo que se llama pecado, lo repele, le cierra el camino; Y el cielo lucha. Quiere venir a nosotros. Como que es el amor de Dios que llega.

Grande es la idea de que Dios, el cielo, está de camino hacia mí... Que se apresura hacia mí... Que entro en una voluntad, y ¡qué voluntad! En un anhelo, y ¡qué anhelo! ¡Qué profunda resulta ahora la petición: «Venga a nos tu reino»…, el reino de los cielos!

Ahora bien, ¿cuándo llegará total y realmente el cielo? Cuando toda pesadez haya pasado..., -cuando toda pereza haya sido superada, y toda maldad, frialdad, soberbia, toda rebeldía, toda desobediencia, toda concupiscencia... Cuando no haya más peligro de caer... Cuando el ser entero se haya abierto por la gracia, cuerpo y alma, hasta lo más profundo... Cuando no corra ya peligro alguno de volverse a cerrar y a empedernirse en el mar..., cuando toda obra terrena está cumplida y toda culpa expiada. Ahora bien, esto quiere decir: después de la muerte.

Después de la muerte, cuando el tiempo haya pasado, cuando todo esté en un eterno ahora, cuando no pueda darse cambio alguno; cuando, en la eterna luz, esté la criatura totalmente clara y con su esencia ante Dios, entonces estará todo abierto y lo seguirá estando. Entonces será el cielo.

El día de su partida de este mundo Jesús subió (hay que mantener la imagen tradicional) en cuerpo y alma al cielo. Entonces desapareció toda gravedad de la tierra. Cayeron las barreras de tiempo y espacio. Se acabó todo peso de necesidad terrena. Nada estaba ya cerrado, ni siquiera para el cuerpo. Todo estaba abierto. Todo en él entraba en la cercanía del Padre que lo penetra. Pero, y aquí está el misterio, en el mismo momento en que se va de entre nosotros, viene a nosotros. «Yo me voy para volver» (Jn 14,28). No pueden decirse más inmediatamente una y otra cosa. Y en el momento en que efectivamente remonta su vuelo al Padre: «Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el final del tiempo» (Mt 28,20). Y lo uno es verdad por lo otro. El se fue de entre nosotros, aun corporalmente, al cielo, a la cercanía abierta del Padre, que él había dirigido hacia nosotros. Él, mediador entre nosotros y el Padre, camino, verdad y vida, entró enteramente en el amor del Padre, y así está junto a nosotros. Se fue del tiempo y del espacio terreno y visible que separan; pero desde allí, y justamente por ello, pudo estar junto a cada uno y en cada uno por el amor del Padre. Acercándose a nosotros... Penetrando en nosotros... Trayéndonos la cercanía del Padre.

«Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré con él y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Ahora bien, la cena es Dios, que se nos abre generosamente, que nos hace felices, que nos sacia, que nos embriaga con toda borrachera del amor.

Así entendemos, sin duda, bien el cielo: El cielo es la cercanía del Padre en Cristo Jesús.

Y nuestro cielo será la participación en esta cercanía de amor.

El cielo comienza ya ahora y se acerca más, y está en peligro, y es combatido, se pierde y se recupera, según la marcha que sigue nuestra vida cristiana.

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EJEMPLOS PREDICABLES


El que crea se salvará

El emperador Aureliano - 213-275 -, favorecía por sus méritos al oficial Mario. Era insigne ya, y de alta graduación. Pensaba ascenderle aún; pero uno de los émulos de Mario, reveló al emperador que Mario, era un cristiano acérrimo

Aureliano llamó al oficial, poniéndole esta disyuntiva: “O renuncias a tu cristianismo para ascenderte; o en caso contrario, morirás. Tienes dos días para elegir”. Mario quedó entre la espada y la pared.

Se presentó más que de prisa al obispo a pedir consejo; fue introducido en el templo. Arrodillado ante el ara. En el altar estaba el Evangelio y la espada del militar. Allí Mario había jurado fidelidad eterna a Dios, el día de su Bautismo.

El obispo le dijo: “Mario, eliges tú”. Sin titubear eligió el Evangelio, prefiriéndolo a la espada. Desde el templo se presentó al emperador; de este a la cárcel; y de aquí al glorioso martirio. Muchos recuerdan y honran a San Mario; al contrincante nadie le recuerda en el mundo

Cuántas veces nos pone la vida en la disyuntiva de Dios o el pecado. Nuestro proceder y obras dan testimonio de lo que somos: si cristianos o todo lo contrario.

(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones , Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, n° 69)


12. SERVICIO BÍBLICO LATINO AMERICANO 2006

Y añadió:
-Id por el mundo entero proclamando la buena noticia a toda la humanidad. 16El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. 17A los que crean, los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18cogerán serpientes en la mano y, si beben algún veneno, no les hará daño; aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
19Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20Ellos se fueron a proclamar el mensaje por todas partes, y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que los acompañaban.

Jesús se despide de los discípulos definitivamente con un encargo: «Id por el mundo entero a proclamar el mensaje por todas partes». De ahora en adelante no deberán limitarse al pueblo judío, pues el mensaje de Jesús es universalista y mira a la humanidad entera. Ya no hay un pueblo elegido, sino que es toda la humanidad la elegida y destinada a experimentar la salvación de Dios. Además no habrá lugar donde no se deba anunciar este mensaje de resurrección y vida de Jesús: hay que proclamarlo «por todas partes». Ningún rincón de la tierra, ningún país, ningún grupo de personas estará excluido en principio del reino, pues Jesús ha venido para que no haya excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.

Pero la tarea iniciada por Jesús de hacer del mundo una fraternidad que confiese a un solo Dios como Padre y considere que todos somos hermanos queda aún por completar.
Seremos sus discípulos quienes anunciemos que hay que cambiar de mente -convertirse- y sumergir en las aguas de la muerte nuestra vida de pecado -bautizarse- para llegar a la orilla de una comunidad donde todos entienden a Dios como Padre y se consideran hermanos unos de otros, o lo que es igual, libres para amar, iguales sin perder la propia identidad, siempre abiertos y dispuestos a acoger al otro, aunque no sea de los nuestros, y solidarios.

Para ello contamos con la ayuda de Jesús, cuyos signos de poder nos acompañarán: podremos arrojar los demonios de las falsas ideologías que no conducen a la felicidad, seremos capaces de comunicar el mensaje de amor a todos, hablando lenguas nuevas, el maligno no tendrá poder sobre nosotros -ni las serpientes ni el veneno nos harán daño- y pasaremos por la vida remediando tanto dolor humano.

Este es el legado que nos dejó Jesús antes de irse con Dios, con un Dios que, desde que Jesús se bautizó en el Jordán, no habita ya en lo alto del cielo sino que anida en lo profundo del ser humano, convertido desde el bautismo de Jesús en el nido y templo de un Dios, antes llamado «altísimo», pero a quien Jesús nos enseñó a llamar «Padre» con lo que evoca esta palabra de entrega, amor y comunicación de vida.

En el libro de los Hechos se nos invita en el mismo momento de la ascensión a mirar al suelo y no al cielo: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Y no sólo eso. Se invita a dejar de soñar en la restauración de Israel, como pueblo elegido de Dios y en la imagen de un Dios que está a favor de Israel y en contra de los demás pueblos. La misión del discípulo y de la comunidad cristiana es universal y centrífuga: va de Jerusalén a Judea y Samaría y debe llegar hasta los confines del mundo. Ningún país, ninguna lengua, ninguna raza o cultura debe quedar sin que se le anuncie la buena noticia. Con la ascensión de Jesús el centro del mundo no es ya Israel, sino el ser humano.


Para la revisión de vida
¿Estoy asumiendo la misión propia de mi identidad como bautizado/a en Cristo Jesús? ¿En qué doy verdadero «testimonio» de Jesús y de su Causa, y en qué no lo doy aún?
- ¿Qué me falta para madurar más en la fe? ¿Conozco suficientemente el Proyecto de Jesús? ¿Busco vivir por su Causa con la fuerza de su Espíritu y su experiencia de Dios Padre-Madre?
- ¿Qué señales doy de interés por los demás y por su liberación de esclavitudes o angustias, de sufrimientos, marginación, opresión o depresión?

Para la reunión de grupo
- La ascensión del Señor, ¿fue un hecho histórico, físico, espiritual, teológico...?
- Cuál es el mensaje fundamental del «misterio» de la ascensión?
- La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo... Comentar esta famosa sentencia del famoso misionólogo P. Charles.
- Dice Lucas en Hch 1,3, que Jesús, después de resucitar, se dedicó con insistencia a hablar a sus discípulos acerca «del Reino de Dios»: ¿qué creemos que significaba eso para Jesús entonces, y para aquellos primeros discípulos; y qué significa para nosotros hoy? Compartamos nuestra opinión personal sobre ello.
- En Mc 16,15-18 aparece esta promesa de Jesús: quienes crean el anuncio del Evangelio y se bauticen, ejercerán «poderes mesiánicos» liberadores, para destruir lo que amenaza y mata la vida. El texto simboliza esos poderes en estas «señales»: «expulsarán demonios, hablarán lenguas, agarrarán serpientes y, aunque beban veneno no les hará daño; curarán enfermos». ¿Qué pueden significar hoy los «demonios», las «lenguas», las «serpientes», los «venenos» y también la «imposición de manos»? ¿Cuáles deben o pueden ser las «señales» que hemos de dar hoy?

Para la oración de los fieles
- Por las Iglesias, por el Papa, obispos, presbíteros, religiosas y religiosos y laicos y laicas, para que todos los bautizados en Jesucristo seamos fieles testigos suyos y de su Causa del Reino con la fuerza de su Espíritu: Oremos
- Por todos los miembros de las comunidades cristianas, para que busquemos la madurez en la fe y en la gracia, a la medida de Jesús crucificado y resucitado, constituido Cabeza de la Iglesia: Oremos
- Por los que viven y anuncian el Evangelio del Reino en las fronteras del dolor de los pueblos y de los sectores humanos más sufridos y excluidos de la vida, para que les apliquen el poder de Cristo, Mesías sufriente y resucitado, en signos de liberación e inclusión en la vida digna, justa y solidaria propia del Reino de Dios: Oremos
- Por los más sufridos, olvidados y excluidos en nuestro país y en todo el mundo, para que la fuerza del amor del Espíritu de Jesús nos lleve a vivir una solidaridad que les abra caminos de esperanza real: Oremos
- Por nuestro pueblo, para que todo él supere las injustas desigualdades y los odios, y crezcamos en paz verdadera, en puestos de trabajo y en vida justa y solidaria según el Proyecto del Dios de Jesús: Oremos
- Por todas las personas que participamos en esta celebración, para que la ascensión del Señor sea nuestra victoria y todos vivamos la experiencia del poder transformante de Cristo resucitado: Oremos

Oración comunitaria
Dios Padre nuestro, al celebrar con gozosa esperanza la exaltación de tu amado Hijo Jesús, que fue crucificado por ser fiel a tu voluntad de vida digna para todos y todas, te pedimos que, con la fuerza del amor del Espíritu, le sigamos al servicio de tu Reino de justicia, de amor y de paz. Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús de Nazaret, hijo tuyo y hermano nuestro.


13. FLUVIUM

Lo que corre de nuestra cuenta

Nuestro Señor asciende a los cielos, entre la admiración y la perplejidad de sus discípulos. Y nosotros, que también somos sus discípulos y queremos cada día desempeñar mejor esta misión, para la que el mismo Cristo cuenta con cada uno, nos ponemos hoy en el lugar de aquellos apóstoles..., junto a ellos. Queremos dar a nuestro Dios, con esta vida que llevamos, la misma respuesta generosa, positiva, que ellos le dieron.

Dice san Marcos que la doctrina que enseñaban los apóstoles quedaba confirmada con los milagros que la acompañaban. Era, indudablemente, como para sentirse felices y llenos de entusiasmo, comprobar que, en efecto, había valido la pena la entrega generosa que hacía ya tres años hicieron de su vida y las incomprensiones que apenas comenzaban a padecer. San Lucas, por su parte, manifiesta en su evangelio que mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría. Nada más lógico que esa alegría, aunque fuera acompañada de otros sentimientos, incluso de cierto temor, razonable, al sentirse por primera vez separados físicamente del Maestro.

Es preciso que los discípulos del Señor, en nuestro siglo, nos tomemos como aquellos primeros el compromiso cristiano. Predicaron por todas partes, afirma el evangelista. Es lo primero –y lo único– que nos dice san Marcos tras la ascensión del Señor a los cielos, y con lo que concluye su Evangelio. Nos da así a entender que, en adelante, la vida de quienes fueron leales a Cristo consistiría en eso: anunciar por todas partes lo que de Jesús habían aprendido. Pero no estaban solos: el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban. Era la promesa de Jesús. Se marchaba a los cielos, pero a la vez se quedaba con ellos para siempre: presente en la Eucaristía de modo muy singular; y presente, de modo especialísimo, por la acción del Espíritu Santo, que dentro de pocos días iban a recibir, como Jesús les había anunciado. El Paráclito inundaría de luz las inteligencias de cuantos fueran fieles y de fuerza sus corazones.

Con la misma confianza con que le habían seguido hasta entonces, estaban dispuestos ahora a continuar la misión encomendada. Ya no le verían a su lado, pero no les faltaría su fuerza ni su consuelo ningún día, según recoge san Mateo finalizando su evangelio:

—Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Si se refiere el Señor a una presencia suya para siempre, hasta el fin del mundo, quiere decir, por consiguiente, que entonces pensaba ya en nosotros. Ese poder en favor de sus discípulos sigue siendo actual y eficaz hoy para que, en medio de las dificultades de nuestro tiempo, extendamos nosotros su doctrina salvadora, contagiando a muchos más esa alegría de vivir con Dios, que es propia de quienes nos sabemos hijos suyos.

No existe tiempo, ni lugar, ni circunstancias imposibles para la Gracia de Dios. Marcharon por todas partes, nos advierte el evangelista; y esa presencia de Jesús sobrenatural, abundante en el cielo y en la tierra en favor nuestro para la tarea que nos pide, es una realidad cada día de nuestra vida y siempre. En verdad no hay ocasión apostólica en la que podamos echar de menos el auxilio divino. Tal vez debamos pedir perdón por nuestra falta de fe, por nuestra debilidad, porque no supimos corresponder a la Gracia que, con la luz del Espíritu Santo, nos hacía notar la ausencia de Dios y nos impulsaba a inculcar el sentido cristiano de la vida en ese ambiente..., en esa persona... Quizás luego, en el silencio sincero de nuestra oración, en un examen de conciencia franco, hemos reconocido humildemente la debilidad nuestra de carácter; que nos pudieron los respetos humanos: el qué dirán o el qué pensarán; que tal vez nos faltó fe en la promesa divina; o que, fiados sólo en las fuerzas humanas y contemplando el estado general de las cosas, nos parecía imposible que algo se pudiera hacer por ese profundo cambio necesario para reconducir a Dios determinada situación.

Pero, ¿nos sentimos positivamente interpelados por quienes no aman a Cristo? ¿Son, esas situaciones o actitudes tan lamentables, y a veces tan próximas, estímulo de nuestra oración, de nuestra mortificación, de nuestra acción, porque deseamos que nuestro Dios sea más amado? ¿Me importa si las personas disfrutan de la amistad divina, o casi sólo me preocupa su salud, su bienestar material, sus relaciones humanas, que son necesidades importantes pero meramente terrenas y transitorias?

La fiesta de hoy nos anima a mirar al Cielo. Jesús asciende a la derecha del Padre, pero nos deja como herencia, para compartir con Él todos los días, la fascinante tarea de la santificación del mundo: su misma tarea. Pidamos a Santa María, Reina de los Apóstoles, entusiasmo sobrenatural y humano para acometer la empresa: nuestro Padre Dios confía hoy como ayer en sus apóstoles.


14. Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.

Como parte de su naturaleza animal, el ser humano se ha unido al mundo de la competencia. Ser competente es no solamente un elogio, sino un requisito para “sobrevivir” en nuestro mundo. Alcanzar el éxito se ha convertido para muchos en su sueño número uno. Y no podemos decir que esa sea una actitud negativa, ¡todo lo contrario! Necesitamos en nuestros pueblos, tanto en la parte pública como en la privada, personas competentes y de éxito que lideren procesos eficaces, y con sentido social. Personas seguras, valientes, eficientes y, en lo posible, con calidad total.

El problema se crea cuando se trata de un éxito individualista, puesto como valor supremo por encima de valores humanos como la honestidad, la solidaridad y la justicia. Cuando se entrega todo, inclusive la integridad la persona humana; cuando se utilizan las personas como medios para alcanzar el éxito, llámese económico, intelectual, deportivo, laboral, de farándula o de cualquier otro tipo. Cuando sobresalir se convierte en una obsesión que obliga a la persona a sacrificarlo todo: los amigos, la familia, la vida: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si se pierde así mismo?” (Mt 16,26). Ese éxito genera caos y es una corona lograda con el dolor ajeno que se alimenta con la sangre y el sudor de los inocentes, o a costa del sacrificio humano de la misma persona “de éxito”.

Encontramos personas “de éxito” que aunque estén rodeadas de gente, se sienten solas y amargadas y necesitan una inyección de heroína, una aspiración de cocaína, un cachito de marihuana, o cualquier otro distractor, para ocultar su profundo vacío existencial y para ponerle color a su eterno blanco y negro. De ésto no se han escapado ni los mismos personajes que han querido alcanzar el “éxito espiritual”. Cuántos santos y santas hubo que, por alcanzar el modelo de santidad que presentaban en el momento, dejaron de disfrutar la vida, negándose a ser plenamente humanos (eso no es cristiano).

¡Qué paradojas las de nosotros los discípulos de Jesús! Hoy celebramos el ascenso, el éxito, la coronación gloriosa de un “hombre fracasado”. ¡Sí! Porque a juzgar por la historia, Jesús fue un “hombre fracasado”: dedicó toda su vida a luchar por la utopía de un reino que “no logró”. Organizó su movimiento con un grupo de amigos (de lo más bajo que había) para vivir unos valores distintos a los de la sociedad esclavista reinante en su tiempo. A cambio de los valores esclavistas propuso el amor, la justicia, la fraternidad, la acogida, el trabajo comunitario, libre y liberador, para formar un nuevo pueblo. Sanó los corazones heridos, curó a los enfermos, para todos tuvo una palabra de aliento y de comprensión. A nadie rechazó, a nadie juzgó ni condenó; a todos amó y ayudó, con todos se mostró misericordioso.

¿Pero dónde quedó todo eso? Ante la persecución, uno que compartía su pan lo traicionó, otro lo negó y los demás huyeron. La multitud que lo aclamó como rey después de la multiplicación de los panes y los incontables enfermos que curó no aparecieron en ese momento. Las personas de todas las edades que escucharon sus parábolas, las que se rieron con sus cuentos y admiraron sus enseñanzas, brillaron por su ausencia. La turbamulta que lo aclamó a la entrada de Jerusalén se volvió contra él y pidió su muerte. Finalmente las fuerzas oscuras[1] triunfaron y terminaron derrotándolo: lo apresaron, lo procesaron, lo condenaron a muerte y lo asesinaron en la cruz; sufrió el peor de los castigos de la época, la irrisión más grande. Sólo su mamá y otras mujeres (que no contaban para la época) lo acompañaron hasta el último momento[2].

Si medimos su vida con la vara efectista que pide resultados cuantificables, sobre todo en términos monetarios, tendremos que aceptar que Jesús fracasó. Pero si vamos un poco más allá y miramos las cosas desde los valores que engrandecen nuestra humanidad, desde lo que nos hace más humanos y dignos, descubriremos con gozo que ese “fracasado” nos mostró cómo ser plenamente humanos, verdaderamente libres y auténticamente felices. Que por medio de ese “fracasado” Dios le habló a la humanidad, y que tal como él asumió la vida de principio a fin, debemos asumirla todos para salvarnos. Que Dios se puso de parte de ese “fracasado”, lo resucitó y avaló su obra. Que “fracasar” con ese “fracasado” es triunfar de verdad, porque quien pierde la vida por él y por su evangelio la gana (Mt 16,25), porque la “necedad” de ese “fracasado” es verdadera sabiduría y la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios (1Cor 3,19).

Celebrar la ascensión del “fracasado” Jesús, constituido Señor y Mesías, implica negarse a pensar que el egoísmo, la mentira, las esclavitudes y todos los males que nos vejan, tienen la última palabra. Celebrar la ascensión implica comprender que el verdadero éxito, el verdadero triunfo, la verdadera felicidad la encontramos cuando vivimos como Él, porque es una felicidad que no excluye que no maltrata, que integra y genera vida a su alrededor. Celebrar la ascensión de Jesús implica a su vez, comprometerse a continuar su obra y asumir el envío misionero de anunciar la Buena Noticia a toda la humanidad. Sin que haya personas excluidas dentro del pueblo, ni pueblos excluidos, porque la Buena Nueva es para todos.

Sintámonos enviados todos los que tratamos de seguir su camino. ¡No estamos solos! Aquel que nos envía no nos encomienda una labor para luego abandonarnos. No será fácil, porque al que se atreve a cuestionar este mundo y a pensar diferente, al que se atreve a rebelarse contra la muerte y sus representantes en este mundo, esta lo buscará para acabar con él. Pero estemos seguros de que todo el poder que desplegó Dios al resucitar a Cristo de entre los muertos y darle asiento a su derecha, lo desplegará en favor nuestro, si seguimos sus pasos (2da lect.). Nos corresponde mirar al cielo para no perder de vista la utopía, pero sin dejar de mirar al suelo porque aquí y ahora debemos hacerla realidad.

Con el poder de Dios seremos capaces de continuar la obra de Jesús, aún por realizar. Con su fuerza podremos arrojar los “démones” (demonios – fuerzas de la naturaleza) que desintegran la vida, y mantenernos siempre firmes a pesar de las serpientes venenosas que no faltan en todo camino. Con el poder de Dios seremos capaces de anunciar un mensaje cuestionador y una propuesta de amor incluyente. Con el poder de Dios seremos capaces de pasar toda nuestra vida haciendo el bien y curando tantas enfermedades que maltratan nuestra humanidad.