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HOMILÍAS PARA EL CICLO A DE LA FIESTA
DE LA ASCENSIÓN
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21. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentario general
Hechos 1. 1-11:
San Lucas nos ha dejado dos relatos de la Ascensión del Señor. Tanto en su
Evangelio como en los Hechos, la Ascensión es la culminación, la meta en la
carrera del Mesías-Salvador. El intermedio de cuarenta días que corren entre la
Resurrección y la Ascensión gloriosa es sumamente provechoso para la Iglesia:
— a) El Resucitado, con reiteradas apariciones, deja a los discípulos
convencidos de que ha vencido a la muerte (3a). b) A la vez completa con sus
instrucciones e instituciones el «Reino» = la Iglesia (3b). c) Les promete el
inmediato Bautismo de Espíritu Santo para el que deben disponerse.
— Todavía los Apóstoles sueñan en su «Reino Mesiánico» terreno y político (6).
Jesús insiste en orientarlos hacia el Espíritu Santo. Van a recibir el
«Bautismo» del Espíritu Santo; y con él: Luz para comprender el sentido
espiritual del «Reino»; humildad para ser instrumentos dóciles al Padre (7);
vigor y audacia para ser los Testigos del Resucitado en Palestina y hasta en los
confines del orbe (8).
— La «Nube» (9) es el signo tradicional en la Escritura que vela y revela la
presencia divina (Ex 33, 20; Núm 9, 15). En adelante le veremos velado: en fe y
en signos sacramentales. Esta partida no deja tristes a los Apóstoles. Saben que
el Resucitado-Glorificado queda con ellos con una presencia invisible pero
íntima, personal, espiritual. La Ascensión más bien los inunda de gozo: «Se
volvieron a Jerusalén con grande gozo» (Lc 24, 52). Con gozo y con esperanza de
su retorno: «Volverá» (11). San Pablo traduce la fe eclesial de esta esperanza,
que será el retorno glorioso del Señor y nuestra «Ascensión» gloriosa a una con
El: «El Señor descenderá del cielo... Y resucitarán los muertos en el Señor... Y
seremos arrebatados sobre las nubes hacia el encuentro del Señor. Y ya por
siempre estaremos con el Señor» (1Tes 4, 17). Pero entre tanto nos toca ser
Testigos del Resucitado y constructores de su «Reino» (11), en una duración y en
unas vicisitudes que son un secreto del Padre. Fiemos del que ha subido al
Padre: Non ut a nostra humilitate discederet, sed ut illuc confideremus, sua
membra, nos subsequi, quo ipso, caput nostrum principiumque, praecessit. (Praef.)
Efesios 1, 17-23:
Sobre la base del hecho histórico de la Ascensión nos da San Pablo una rica
teología del mismo:
— Para entender la Gloria con la que el Padre de la Gloria ha glorificado a
Cristo y de la que vamos a ser partícipes (18b), es necesario tener los ojos del
corazón iluminados por la luz del Espíritu Santo (18 a). Luz que nos hace
conocer al Padre (17) y nos orienta a la Patria (18).
— A esta luz sabemos que Cristo Resucitado está a la diestra del Padre; es
decir, comparte con el Padre honor y gloria, poder y dominio universal (20-23).
Es la plenitud cósmica; premio que el Padre otorga al Hijo que se encarnó y se
humilló hasta la muerte a gloria del Padre (Flp 2, 11).
— Y sobre todo, a esta luz sabemos de otra plenitud y soberanía que ejerce
Cristo a la diestra del Padre: es la Capitalidad de Cristo, su acción salvadora
y santificadora que ejerce sobre todos los redimidos. Cristo, que es la
«Plenitud de Dios (Col l. 19), hinche de su vida divina la Iglesia. Y con ello,
ésta, colmada de vida y de gracia por Cristo, que es su Cabeza, puede ser a su
vez digno Cuerpo y Plenitud de Cristo. Cristo, en quien reside la gracia
salvífica y divinizadora (Plenitud de Dios), la diluvia sobre su Iglesia (su
Cuerpo su Esposa). Y mediante la Iglesia (Sacramento de Cristo), la gracia de
Cristo llega a todas las almas. Con esto la Iglesia se convierte en Plenitud y
Complemento (Pleroma) de Cristo. Cristo es, pues, Plenitud de la Iglesia, es su
Cabeza y Jefe; es su Piedra fundamental, su clave de arco; es su Esposo y
Salvador. Y la Iglesia es Plenitud de Cristo = es su Cuerpo y su Pueblo; su
Edificio y su Templo; es la Esposa que El se elige y hermosea para que sea su
gozo y su gloria. La Eucaristía es el abrazo cada día más íntimo, más vital, más
unificante y santificante del Esposo a la Esposa.
Mateo 28, 16-20:
San Mateo centra la atención en las apariciones del Resucitado en Galilea.
Tienen un valor trascendental por las riquezas eclesiales que entrañan y que
Mateo acentúa:
— A la vez que la escena que narra Mateo es testamento y despedida del Maestro,
es también el acto y certificación de la institución del Nuevo Reino de Dios.
Cesa la vieja Alianza; y el Rey Mesiánico, cuya Resurrección acaba de probar la
plenitud de sus poderes divinos (18), instituye la Alianza Nueva, la Iglesia, y
otorga a sus Apóstoles misión y poderes para llevar la salvación a todos los
confines de la tierra (19).
— Bien que la llamamos «Nueva» Alianza no rompe la continuidad con la Antigua. A
lo largo de todo el Evangelio Mateo ha subrayado cómo en Cristo se cumplían y
llegaban a plenitud todas las profecías, promesas y esperanzas de Israel. Todas
las figuras, sombras y prenuncios adquirirían en Jesús-Mesías realidad, verdad,
plenitud. Hay continuidad en el plan salvífico de Dios. En virtud de esta
continuidad nace la Iglesia. Como toda la Antigua Alianza se orienta a Cristo y
en El converge, toda la Nueva Alianza de El trae su origen y su vigor. No se
puede estudiar la Eclesiología sino en la Cristología.
— Por esto en el desarrollo y contingencias de la Iglesia Cristo no es ajeno ni
ausente. «Estoy con vosotros hasta el final de los tiempos» (20). Presencia
personal de Cristo en la Iglesia y presencia personal en cada cristiano.
Presencia mística y oculta, pero real, gozosa, dinámica. Cristo es Señor: De
cielo y tierra; de los hombres y de la historia.
La Iglesia, continuadora de la Obra de Jesús, recibe de él, los poderes y el
mandato, el derecho y el deber de proclamar el Evangelio al mundo entero; de
«hacer discípulos» y bautizar a todos los hombres que acepten el Evangelio (vv
19.20).
(Tomado de “Ministro de la palabra, ciclo A”, Ed. Herder, Barcelona1979, pags.129-132)
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San León Magno
«El misterio de nuestra salvación, que el Creador del universo estimó en el
precio de su Sangre, se fue realizando, desde el día de su nacimiento hasta el
fin de su Pasión, mediante su humildad. Aunque bajo la forma de siervo, se
manifestaron muchas señales de su divinidad; con todo, su acción durante este
tiempo estuvo encaminada a mostrar la verdad de su naturaleza humana. Pero,
después de la Pasión, libre ya de las ataduras de la muerte, las cuales habían
perdido su fuerza al sujetar a Aquel que estaba exento de todo pecado, la
debilidad se convirtió en valor, la mortalidad en inmortalidad, la ignominia en
gloria. Esta gloria la declaró nuestro Señor Jesucristo, mediante muchas y
manifiestas pruebas (Hch 1,3), en presencia de muchos, hasta que el triunfo de
la victoria conseguida con la muerte fue patente con su Ascensión a los cielos.
Por lo mismo, así como la Resurrección del Señor fue para nosotros causa de
alegría en la solemnidad pascual, así su Ascensión a los cielos es causa del
gozo presente, ya que nosotros recordamos y veneramos debidamente es te día, en
el cual la humildad de nuestra naturaleza, sentándose con Jesucristo en compañía
de Dios Padre, fue elevada sobre los órdenes de los ángeles, sobre toda la
milicia del cielo y la excelsitud de todas las potestades. (Ef 1,21). Gracias a
esta economía de las obras divinas, el edificio de nuestra salvación se levanta
sobre sólidos fundamentos... Lo que fue visible a nuestro Redentor ha pasado a
los sacramentos (a los ritos sagrados) y, a fin de que la fe fuese más excelente
y firme, la visión ha sido sustituida por una enseñanza, cuya autoridad,
iluminada con resplandores celestiales, han aceptado los corazones de los
fieles. (Sermones 73 y 74).
(Tomado de Año litúrgico patrístico, Manuel Garrido Bonaño, o.s.b.)
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P. EMILIO SAURAS O. P.
Inhabitación de la Santísima Trinidad
A) Conceptos
a) INHABITACIÓN
No es lo mismo que presencia. Dios, en virtud de su inmensidad, está presente
con sus tres Personas en todas partes, incluso en las almas de los pecadores (cf.
1 q.43 a.3). Inhabitar quiere decir estar en su propia casa, concepto expuesto
por San Pablo diciendo que Dios está en su templo. Ahora bien, como quiera que
el templo debe ser santo, su inhabitación supone nuestra santidad y, por ende,
la gracia. La inhabitación incluye posesión. Dios toma posesión de nosotros como
de su casa. Pero nosotros somos algo consciente; luego también tomamos posesión
del que habita dentro de nosotros y nos gozamos de su presencia. Para estar
presente no hace falta tanto. Sólo se requiere estar, dominar.
b) MISIÓN
La misión supone tres términos: el que envía, aquel a quien se envía y el lugar
a donde se envía. Los dos primeros son el Padre respecto al Hijo, y ambos con
relación al Espíritu Santo, todo dentro del ámbito de las procesiones divinas,
pues no puede haber otra dependencia entre ellos. Nadie es enviado a donde está,
a no ser para desempeñar allí un nuevo oficio, en cuyo caso la novedad no
estriba en el lugar, sino en el cargo u obra. Todos estos conceptos deben ser
purificados de cualquier imperfección para poder aplicarse a la Santísima
Trinidad. Las procesiones explican la misión, y por ello sólo pueden ser
enviados los que proceden. La nueva presencia se explica por medio de una
relación de la criatura a Dios, del mismo modo que cualquier otra relación, con
tal que se excluya toda mudanza en Dios. La criatura es la que cambia, quedando
unida a Dios (cf. 1 q.43 a.1).
c) DONACIÓN
Las tres Personas inhabitan. Sin embargo, no son enviadas más que dos. El Padre
viene a nosotros a modo de don, dándose El mismo. Donar es ceder una cosa
gratuita y definitivamente, de modo que pase a ser posesión del que la recibe y
comienza a gozarla. Coincide, pues, con la misión, de la que se diferencia sólo
en que, mientras que nadie puede enviarse a sí mismo, en cambio, sí puede
donarse. El Padre no puede ser enviado ni donado, porque no pertenece a nadie,
al ser el primer Principio; pero puede darse a sí mismo, Las otras dos personas
pueden ser enviadas y donadas (o.c., p. 799-803).
B) El hecho de la inhabitación
a) VARIOS MODOS DE INHABITACIÓN
La Santísima. Trinidad habita en el alma que esté en gracia, y en la Iglesia
siempre. Además de esta inhabitación por medio de la gracia habitual, existen
otras menos perfectas, que tienen lugar siempre que Dios opera algo en nosotros,
dándonos. v. gr., las gracias actuales, que nos, prepararan para ser miembros
del Cuerpo místico, etc. Ahora no hablamos de éstas.
b) CALIFICACIÓN DE LA TESIS
Ante la constancia del argumento de los teólogos, Santo Tomás calificaba a la
inhabitación de cierta, siendo su negación un error teológico. Hoy, después de
las encíclicas Divinum illud y Mystici Corporis debe aceptarse como doctrina del
magisterio ordinario de la Iglesia, esto es, como doctrina católica, y, si
atendemos a las fuentes de la revelación, podemos dar un paso más y llamarla de
fe divina.
C) PRUEBA DE LA SAGRADA ESCRITURA
El argumento es abundantísimo, sobre todo en San Juan y San Pablo.
1. Inhabitan
San Juan afirma que, si nos amamos mutuamente. Dios está en nosotros (1 Io.
4,12-16). Y no se refiere simplemente a la presencia entendida en el sentido de
que nos ame, puesto que dice que nos dio su Espíritu. En San Pablo es usual el
llamarnos templos de Dios (2 Cor. 5,16).
Y hablan no sólo de Dios en general, sino de las personas. Conoceréis que yo
estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros, dice Cristo, afirmando su
presencia corporal (Io. 14,19-20). Del Espíritu Santo se habla repetidas veces,
llamándonos templos suyos (cf. 1 Cor. 3,16 y 6,19).
2. Cómo se hacen presentes
El Padre y el Hijo, porque vienen. Si alguno me ama..., vendremos a él y en él
haremos nuestra morada (lo. 14, 20). Pero el Padre viene sin que nadie lo envíe,
o lo que es lo mismo, porque se da; y el Hijo porque es enviado, esto es, por
una donación-misión. Por esto yo doblo mi rodilla ante el Padre, de quien
procede toda familia en los cielos y en la tierra, para que, según los ricos
tesoros de su gloria, os dé... que habite Cristo por la fe en vuestros
corazones, y, arraigados y fundados en la caridad, podáis conocer, en unión de
todos los santos, cuál es la anchura, la longura y la profundidad, y conocer la
caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda
plenitud de Dios (Eph. 3,14-19). "El pasaje es rico en detalles. La segunda
Persona viene a nosotros por donación del Padre; su presencia implica la
posesión de la caridad, y se nos da para que esta caridad llegue a la plenitud.
Es, pues, una presencia de inhabitación o de posesión".
El Espíritu Santo también viene porque es enviado o donado: Yo rogaré al Padre y
os dará otro abogado... (lo. 14,16-17). Y por ser hijos envió Dios a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: Abba! ¡Padre! (o.c., p.803-807).
C) Alcance de la presencia trinitaria
La presencia de la Santísima Trinidad admite preparaciones y grados. El hombre,
al justificarse, recorre un camino que comienza en aquella simple presencia que
Dios tiene, en toda criatura y, pasando por todas las gracias actuales e incluso
hábitos infusos, pero informes, termina en la justificación e inhabitación de
las tres personas (cf. 1 q.8 a.3; (1.43 a.3).
En estas etapas intermedias, el hombre goza de una Presencia de Dios intermedia
también, que no es natural, Pues está ya en el orden de la gracia, pero que
tampoco es de posesión y fruición inhabitante, porque esta gracia todavía no es
santificadora. Existen misiones especiales y presencias especiales distintas de
la simple omnipresencia divina.
Una vez justificado el hombre, también se dan grados distintos, según los de su
posesión y fruición de Dios, conforme ocurre en la visión beatífica, donde,
habiendo un objeto común para todos, puede ser poseído y gozado más intensamente
por unos que por otros. El hombre justo puede, por tanto, aumentar su unión con
las tres divinas personas (o.c., p.807-810).
D) La inhabitación y la gracia
No nos unimos a Dios únicamente porque creamos y le amemos porque también
creemos y amamos a la Santísima Virgen e incluso recibimos la gracia por su
mano, sin que por ello la Santísima Virgen esté presente en nosotros
substancialmente. La presencia de Dios exige algo más. En efecto, Dios nos
infunde la gracia y las virtudes de la fe y caridad, por las que creemos y
amamos no simplemente a Dios, sino a las tres divinas personas.
Al infundirnos estos dones obra en nosotros; pero como quiera que en Dios
operación, poder, virtud y naturaleza se identifican, allí en donde hay una
operación suya, allí está Dios de un modo nuevo. Dios, por lo tanto, está con su
naturaleza en nosotros. Las virtudes teologales, al dirigirse a las tres
personas, "las explicitan", de modo que el que estaba como Dios está también
como trino
(Verbum Vitae, La palabra de Cristo V. BAC, Madrid MCMLV. Págs. 257-260)
Arriba
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Leonardo Castellani
En este Domingo, fiesta dé la Santísima Trinidad, la Iglesia lee las últimas
líneas del Evangelio de San Mateo (XXVIII 18), que contienen la misión dada
solemnemente a los Apóstoles de "enseñar a todos los pueblos", y el sello de la
revelación del misterio de la Trinidad divina; y la promesa de Cristo de estar
con los suyos hasta el Fin del Mundo. Esta aparición de Cristo a los Once tuvo
lugar en una montaña de Galilea, no sabemos cuál; y fue la última de las nueve
apariciones antes de la Ascensión que conocemos; que suman por tanto diez.
Algunos dicen que fueron trece las apariciones de Cristo, contando otras dos que
menciona San Pablo ("A Santiago y a quinientos hermanos juntos") y la del mismo
San Pablo. Pero la aparición a los quinientos discípulos es probablemente la
misma Ascensión; y la aparición a San Pablo fue una visión intelectual y no
corporal, puesto que los que estaban con él "nada vieron". Trece o doce o diez,
lo mismo da. Ya bastan para despertar nuestra fe.
El misterio de la Trinidad divina es una revelación cristiana: en el Antiguo
Testamento no está, a no ser alumbrada en fugaces alusiones, como cuando en el
Génesis Dios dice: "Hagamos al hombre a imagen nuestra"; en los tres Ángeles que
aparecieron a Abraham hablando como uno solo; y en la mención del "Espíritu de
Dios" hecha ocasionalmente. Pero en su predicación, Cristo reveló poco a poco,
como era prudente, la existencia de tres principios personales en el Dios único
del monoteísmo israelita; y en esta sesión solemne, en la cual mostró sus
patentes —por decirlo así— y delegó su misión de Salvador a su Iglesia, Cristo
puso el sello a la revelación cristiana, diciendo: "Id, y enseñad a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo."
Solamente en el nombre de Dios se bautiza; es decir, se limpia del pecado; y Él
puso el nombre de Dios en tres nombres; y no dijo "bautizad en los nombres" sino
«en el nombre», en singular. Tres hipóstasis o principios personales con vida
propia, en un solo Dios. Durante su predicación, Él se había contradistinguido
netamente del Padre; y después había proclamado cada vez más neta y
categóricamente que el Padre era una cosa con El, un mismo ser. Esto produjo
escándalo en los fariseos, vieron allí una blasfemia, y quisieron matarlo por
ella, ya en la Sinagoga de Nazareth, en su segunda predicación galilea, segundo
año de vida pública, al comienzo:
"— ¿Por cuál beneficio que os he hecho me queréis dar la muerte? —Por ningún
beneficio, sino porque ¡siendo Hombre, te haces a ti mismo Dios!"
Sin embargo Cristo no retira su palabra, antes la prosigue más ardidamente,
adagio rinforzando como dicen los músicos, aun ante la amenaza de muerte.
"¡Bienaventurado aquel que de mí no se escandalizare!". Ante Cristo, la reacción
necesaria es, o el escándalo, o el salto osado de la fe. Los fariseos se
escandalizaron: allí delante estaba un hombre de la provincia, vestido con la
túnica blanca, el cinturón y el manto de los rabbíes, sandalias en los pies, y
el turbante blanco ceñido por una vincha roja sobre la cabellera nazarena; el
cual afirmaba que era una misma cosa con el Jehová único e invisible... "¡Hay un
solo Dios!". No lo negaba Cristo, sino que intentaba revelar un misterio más
alto, la vida interna del Dios único. Si Dios no es trino, Cristo no puede haber
sido Dios.
En cuanto a la Tercera Persona, que había aparecido en forma de paloma en su
bautismo, al mismo tiempo que sonaba arriba la voz del Padre, Cristo la
manifestó claramente en su Sermón-Despedida: el Espíritu de Dios es distinto del
Padre y del Hijo, pertenece al Padre y al Hijo, y es Dios: Cristo le atribuye
todas las operaciones propias de Dios; y toda operación racional se atribuye a
la persona, al Yo. Nos guste o no nos guste, según el Evangelio en Dios hay tres
personas en una sola natura: inclínese aquí la presunción del intelecto humano.
¿Y por qué no nos habría de gustar? El alma del hombre, que es imagen de Dios,
es a la vez un Yo, sujeto verbal de todos sus actos; es un Intelecto o Verbo; y
es un Amor o Voluntad; y estos tres son Uno; puesto que mi Intelecto no es una
parte de mi Ser Espiritual, es todo mi Ser Espiritual; y mi Voluntad no es una
parte de mi Yo es mi Yo. A esta comparación, defectuosa y todo, acude
continuamente San Agustín para ilustrar -no para probar- el dogma misterioso de
la Trinidad. Probar no se puede con ningún argumento, fuera de la autoridad
divina revelante. Se puede mostrar que no es un absurdo; es decir, deshacer los
argumentos de los que contienden que es un Absurdo. Nada más
El espíritu moderno resiste a este dogma presuntuosamente; y ha creado para
sustituirlo varias trinidades fútiles o monstruosas; como la Trinidad de Hegel,
basada en el mismo análisis del espíritu humano, y en los recuerdos de la
teología cristiana que estudió en el Seminario de Leipzig. La Idea en sí, la
Idea para sí, y la Idea en-sí-para-sí, que se distinguen entre sí, constituyen
el solo Espíritu Absoluto, y no hay otro Dios ni otra realidad fuera de él; y él
al final se manifiesta en —y no sale fuera de— ¡la Conciencia del hombre! Así
pues el dogma de la Trinidad, envuelto en niebla germánica y en una complicada
terminología, se convierte en un panteísmo sutil que va a desembocar en la
adoración del Hombre; la gran herejía de nuestros tiempos, la última herejía,
que será, según la predicción de San Pablo, el sacrilegio del Anticristo: "el
cual se exaltará y levantará sobre todo lo que es Dios, sentándose en el Templo
de Dios, y haciéndose adorar como Dios" (II Tes II, 4).
El mundo de hoy —dice el poeta Kipling— no cree en más Tres-en-Uno que en El,
Ella y Ello; es decir, la pareja humana y su retoño... único.... Kipling fue un
buen poeta inglés, que como tantos contemporáneos, idolatró: puso su talento a
los pies de un ídolo. Su ídolo fue el Imperialismo Inglés; o, si quieren,
simplemente el Imperio Inglés, divinizado en su ánimo. El ídolo le pagó su
devoción como pagan los ídolos, incensando su nombre de escritor, multiplicando
sus ediciones, imponiéndolas oficialmente: en suma, dándole los bienes terrenos
de que es dueño. Kipling, el bravío poeta de la jungla vuelto el poeta de Su
Graciosa Majestad, llegó a cobrar como royalties una libra esterlina por línea.
Sus últimos años fueron tristes. Su poesía y sus cuentos, que ostentan el brillo
más alto del arte, muestran hoy de más en más sus pies de barro. El imperio que
él adoró estaba ya en su ocaso. Obra mortal de las manos del hombre, no era
imperecedero ni divino.
En una poesía bastante buena, The Married Man (El Hombre Casado), donde compara
la manera de pelear del soltero y del casado en la guerra del 14, dice Kipling:
Porque Él y Ella y Ello
nuestro solo uno en tres
Por él todos nosotros ansiamos concluir nuestra tarea.
Y volver a casa a nuestro té.
Es otra imagen de la Trinidad, pero asumida heréticamente; pues en efecto,
también la familia humana, Padre, Madre e Hijo, es otra figura de las relaciones
íntimas que hay en el seno de la Divinidad. La familia de Nazareth, San José,
Nuestra Señora y el Niño, también reflejaron la Trinidad divina, lo mismo que el
alma de cada ser humano: allí sin relación sexual alguna existió la paternidad y
el vínculo conyugal realmente. Y por virtud de la Divinidad que las llenaba,
tres almas fueron como una sola.
Esta imagen no es muy usada por la Iglesia, porque unos herejes antiguos dijeron
que el Espíritu Santo era mujer, y pusieron sexo en Dios, haciéndolo por ende
corporal y material; y fueron condenados. Pero si la división en sexos de los
vivientes tiene una razón ontológica, es decir, es una esencia y no una
casualidad, entonces el principio de lo femenino en lo creado debe existir
también eminenter en el Creador de todo lo que es, si no me equivoco; y esto no
lo ha condenado la Iglesia. De hecho, la palabra con que Cristo nombró al
Espíritu Santo es femenina en arameo; aunque sea masculina en nuestras lenguas
grecolatinas. ¿Y cómo entonces el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo?
¿Por ventura la madre procede del padre y del hijo? Aun eso es susceptible de
explicación; pero no nos metamos en andróminas, no sea que salgan sospechándonos
de kerinthianos, que es lo único que nos faltaba. ¿Por qué mencionar entonces
esa imagen peligrosa? Kipling la ha mencionado antes, no yo; y muchos otros,
incluso algunos doctores católicos contemporáneos, como el abate Joseph Grumel.
Así que Cristo en esta aparición nona terminó su revelación rotundamente y envió
a sus Apóstoles con toda su autoridad a enseñarla. "Toda potestad me ha sido
dada en el cielo y en la tierra; así pues, id y enseñad a todos los pueblos...".
La misión esencial de la Iglesia jerárquica es enseñar. ¿Enseñar Matemáticas y
Filosofía? Enseñar "a guardar todo aquello que yo os he mostrado", la doctrina
de la Fe y de la Caridad. Lo demás no esta mal, pero para lo demás no tienen los
curas autoridad directa de Cristo: si enseñan Matemáticas deben saberlas; y si
no las saben, aprenderlas.
Para esta enseñanza salvífica, Cristo les prometió especial asistencia: "Y he
aquí que yo estoy con vosotros todos los tiempos hasta el fin del mundo"; o como
dice el texto griego "hasta la consumación del siglo". ¿Incluye esta promesa la
consumación del siglo, el período del Anticristo, o la excluye? Yo no lo sé. Lo
que sé es que Cristo no abandonará jamás a los suyos. Y sé también que de este
texto no puede deducirse ni la infalibilidad del Papa —aunque no la excluye— ni
que la Iglesia ha de triunfar siempre en sus empresas temporales -como algunos
presumen- ni que en ella no habrá nunca errores accidentales o focos de
corrupción; ni mucho menos una especie de temeraria infalibilidad personal y
poder de prepotencia en favor de sus ministros más allá los límites claros y
precisos en que su autoridad legítimamente se ejerce. Porque ha habido siempre y
hay por desgracia quienes con decir "jerarquía, Jerarquía!" quieren que uno se
trague todo lo que ellos piensan, creen, dicen o hacen; lo cual es una increíble
y muy dañosa falta de jerarquía, cuando el que no ve quiere guiar al que ve, y
el que no sabe, enseñar al que sabe; como dijo mi tocayo, paisano y patrono San
Jerónimo Dálmata en su Epístola XLVIII, 4.
En el nombre de la Santísima Trinidad, el Misterio Sumo y la Paradoja de las
Paradojas, se hizo esta nación; o por lo menos se hizo su Capital, que
francamente parece querer volverse toda la nación. Nuestro antepasados hicieron
sus testamentos, encabezaron sus leyes y fundaron las ciudades principales de
este país "en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
tres personas distintas en un solo Dios verdadero, e de la gloriosíssima Virgen
su bendita Madre, e del Apóstol Santiago, luz e espejo de las Españas, e de su
Majestad el Señor Rey Felipe el Segundo, como su Capitán e leal criado e vasallo
suyo, yo Joan de Juffré..."..
( Tomado de “El Evangelio de Jesucristo”, Ed. Vórtice, 1997, pág 194-198)
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Dr. Isidro Gomá y Tomás
Aparición a los Discípulos en un monte de Galilea: Mt. 28, 16-20; Mc. 16, 16-18
Explicación. — Ignórase también el día en que tuvieron los Apóstoles esta
aparición del Señor. El mismo día de su resurrección les había dicho que se
trasladaran a la Galilea (Mt. 28, 10; Mc. 16, 7) ; es probable que después de
las apariciones de la Judea volviesen los Apóstoles cada cual a sus quehaceres,
aguardando la fecha para trasladarse al monte que Jesús les había previamente
indicado para tratar con él. Es trascendental esta aparición, porque en ella les
revela Jesús la omnímoda plenitud de sus poderes, y en virtud de ellos les envía
a todo el mundo, a la conquista de su reino. Se completan aquí Mateo y Marcos:
el primero afirma principalmente el hecho de la misión de los Apóstoles; el
segundo describe los carismas que recibirán de Dios los hijos de su reino.
MISIÓN DE LOS APÓSTOLES (Mt. 16-20). — La Galilea había sido el principal teatro
de la vida pública de Jesús; de aquella región eran todos los Apóstoles, excepto
Judas; allí habían sido instruidos en las doctrinas del Señor; y allí les
convocó para comunicarles la plenitud de sus poderes: Y los once discípulos se
fueron a la Galilea, al monte adonde Jesús les había mandado. Muchas conjeturas
se han hecho para identificar este monte: unos están por el monte de la
Transfiguración, otros por el de las Bienaventuranzas; pero es incierto. Creen
también algunos que esta aparición es la misma que refiere San Pablo (1 Cor. 15,
6), en la que fue Jesús visto por más de quinientos discípulos; pero es lo más
probable, toda vez que no se habla aquí más que de los once, que se trata de
otra aparición.
La aparición sería asimismo súbita; así que se presentó Jesús, se prosternaron
en actitud de adoración: Y cuando lo vieron le adoraron. Mas extraño es que,
después de tantas apariciones, dudaran aún los Apóstoles: Mas algunos dudaron:
quizá se trataba de otros que no eran los Apóstoles y que aun no habían visto al
Señor; o que la duda fue sólo momentánea, o mejor, dudaron no del hecho de la
resurrección, que tenían ya bastante comprobado, sino de que el aparecido fuese
Jesús: justifica esta interpretación lo ocurrido a los discípulos de Emaús, y a
los que pescaban en Genesaret.
Jesús va en este momento a conferir a sus Apóstoles la misión de bautizar y
predicar, con todas las prerrogativas que en ello se incluyen; pero antes quiere
exhibirles los poderes en virtud de los cuales les envía a la conquista del
mundo: Y llegando Jesús les habló, diciendo: Se me ha dado toda potestad en el
cielo y en la tierra. Las palabras son llenas, asertivas, rotundas: nunca hombre
alguno pudo hablar así. Jesús tiene toda potestad: la tiene como Dios ; pero
aquí se manifiesta investido de la misma como hombre que, después de haber
consumado la obra de la redención y vencido al enemigo del género humano, que es
el demonio, tiene derecho a hacerse un reino del que deberán formar parte todas
las gentes. Es poder que se extiende a cielo y tierra, porque el reino mesiánico
tiene aquí sus comienzos para tener su consumación en la gloria. Es el poder del
Mesías, del Cristo Dios, del que con tanto énfasis hablaron los viejos oráculos
(Cf. Ps. 2, 8; 109, 1; Is. 49, 6.8 sigs.; 53, 12; Dan. 7, 14, etc.).
De esta potestad suprema y radical de Cristo deriva la potestad que a sus
Apóstoles confiere: Id, pues..., es decir, porque yo tengo esta potestad, os la
transfiero para que la ejerzáis; no sólo en territorio de Israel, sino por todo
el mundo, recorriendo toda la sobrehaz de la tierra. La primera función
ministerial es la de la palabra, que engendra la fe : Predicad el Evangelio a
toda criatura, a todo ser humano capaz de ser adoctrinado en las cosas de Dios;
y enseñad a todas las gentes, atrayéndolas y congregándolas a todas en mi
escuela, para que se realicen los antiguos vaticinios, según los que la ciencia
de Dios debía llenar toda la tierra en los tiempos mesiánicos (cf. Ps. 71, 9-11;
Is. 2, 2; 11, 9; 44, 4-5; Ez. 17, 23, etc.): Bautizándolas en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: el Bautismo es el rito sacramental de
introducción al nuevo reino; la circuncisión está ya abolida; el Bautismo debe
administrarse en el nombre, es decir, en virtud, autoridad y eficacia de la
Santísima Trinidad, con la cual importa este Sacramento, por parte de quien lo
recibe, un vínculo especial de orden espiritual, una especie de dedicación o
consagración, según el sentido del texto griego. Las palabras de Jesús, en las
que se nombran clarísimamente las tres personas de la Trinidad augusta, han sido
interpretadas por la tradición cristiana como la fórmula de administración del
Bautismo.
Los adscritos a la escuela de Cristo y bautizados en nombre de la Trinidad
deberán ser enseñados por los Apóstoles y sus sucesores en todas aquellas cosas
que Jesús les manifestó o encomendó, en orden a la creencia dogmática y a la
práctica de la vida : Enseñándolas a observar todas las cosas que os he mandado:
con ello confirma Jesús a los Apóstoles en su autoridad o potestad de magisterio
y régimen, por cuanto Jesús no les dio un cuerpo doctrinal ni legal escrito,
sino una enseñanza oral, que depositada en las iglesias fundadas por los
Apóstoles constituirá la tradición : parte de ella se consignará en los
Evangelios y escritos apostólicos, tomando la tradición en el sentido general
(Cf. tomo I, Pág. 28); no podría conservarse la unidad de doctrina y disciplina
sin la potestad de magisterio y el poder judicial.
Es ardua la empresa confiada a los Apóstoles; pero que no teman: Jesús estará
con ellos, continuamente, para siempre: Y mirad que yo estoy con vosotros, no
sólo para mientras ellos vivan, sino todos los días hasta la consumación de los
siglos: por lo mismo, en los Apóstoles van comprendidos sus sucesores. Estará
Jesús con sus enviados, con toda la plenitud de su poder personal, y por lo
mismo con toda la eficacia que de la suma potestad de Jesús puede esperarse.
Estará a perpetuidad, por lo que la Iglesia tendrá la seguridad de que no errará
jamás en el camino de la verdad; de que vencerá toda suerte de resistencias que
pretendan oponérsela. La historia de dos mil años es prueba y garantía al mismo
tiempo del cumplimiento de la promesa de Jesús. Con estas alentadoras palabras
termina San Mateo su Evangelio.
LA PROMESA DE CARISMAS (Mc. 16-18). — Antes de enumerarlos, Marcos, que, como el
primer Evangelista, ha expresado el poder de enseñar a todo el mundo que los
Apóstoles recibieron, añade las sanciones correspondientes a quienes oyeren esta
predicación y recibieren el bautismo administrado en nombre de la Santísima
Trinidad: El que creyere, no con fe puramente intelectual, sino de obras,
llevando a la práctica aquello que cree, y fuere bautizado, será salvo, entrará
en el reino definitivo de Jesús, que es la gloria: mas el que no creyere, será
condenado, porque sin la fe es imposible agradar a Dios, y el que no cree está
ya juzgado (cf. Hebr. 6, 11; Ioh. 3, 18).
Esta fe se manifestará en el mundo de manera extraordinaria. Porque Jesús no
sólo estará con los Apóstoles con su asistencia hasta el fin del mundo, sino que
no faltará jamás en la comunidad de los fieles la gracia de sus poderes
extraordinarios en el orden taumatúrgico para mayor prestigio de la fe y mayor
facilidad de su difusión: Y estas señales seguirán a los que creyeren, es decir,
serán consecutivas a la fe, como argumento de su divinidad y de su fuerza:
Lanzarán demonios en mi nombre, como los lanzaba Jesús, y con igual poder que el
concedido a los Apóstoles (Mc. 3, 15): Hablarán nuevas lenguas, que no habrán
aprendido: Quitarán serpientes, no exterminándolas, sino que podrán tenerlas en
sus manos sin que les dañen, aun siendo venenosas (cf. 28, 3-6): Y si bebieren
alguna cosa mortífera, no les dañará: Dios les protegerá hasta contra las
asechanzas ocultas de quienes atenten contra ellos: Pondrán las manos sobre los
enfermos, y sanarán. El libro de los Hechos Apostólicos refiere numerosos hechos
que son la más espléndida confirmación de estas promesas del Señor (cf. Act. 3,
1 sigs.); 6, 8; 10, 46; 14, 7 sigs.; 19, 6, etc.). Ni faltaron jamás, a través
de todos los siglos, milagros de todo género, como lo prueba la historia de los
Santos que demuestra la continua asistencia del poder de Dios a su Iglesia, como
no le ha faltado jamás la asistencia divina en orden a la conservación de la
verdad.
Lecciones morales. — A) MT. V. 18. —Se me ha dado toda potestad en el cielo y en
la tierra. — El poder que Cristo tenía como Dios, se ha transferido al
Hombre-Dios, porque ha ganado con su esfuerzo a los hombres para Dios. Poder que
deriva de la unión hipostática, porque es el Hijo de Dios a quien ha dicho el
Padre: «Pídeme, y te daré en posesión hasta los confines de la tierra» (Ps. 2,
8); pero que arranca también del esfuerzo personal del Hombre-Dios, con el que
nos conquistó, nos compró, nos arrancó del poder del demonio. Y como la
conquista fue completa y universal, el poder logrado es también universal y
absoluto. Por ello es que el Apóstol dice que ante el nombre de Jesús todo dobla
la rodilla: los cielos, la tierra y los abismos (Phil. 2, 10). Gloriémonos de
tener un Hermano, de nuestra misma naturaleza, que tenga un poder que no se ha
concedido al más encumbrado de los ángeles; confiemos en un poder que triunfará
de todos nuestros enemigos si lo tenemos en nuestro favor; admiremos un poder,
el más glorioso y avasallador de la historia; pero temamos un poder que, usando
la misma frase de Jesús, puede echar cuerpo y alma, de los que no le temen, al
infierno (Mt. 10, 28).
n) v. 19.—Enseñad a todas las gentes... — ¿Qué enseñarán los Apóstoles a todas
las gentes? Lo que Jesús les enseñó a ellos. Y ¿qué enseñó Jesús a los
Apóstoles? Las cosas que el Padre le confió para que las enseñara, porque Jesús,
lo decía El mismo, no hablaba de por sí, sino lo que había oído del Padre (Ioh.
8, 26). Y aquí tenemos este misterio de la verdad cristiana, que brota de los
mismos senos de Dios, y pasando por los labios de Jesús Hombre-Dios, entra por
el oído en las almas y en el corazón de los discípulos de Jesús. Nosotros, si
nos precisamos de serlo, deberemos guardar, como el mejor de los tesoros, el
tesoro de la fe en nuestras almas: fe pura, como lo es la palabra de Dios; fe
recia, que dé consistencia a toda nuestra vida; fe clara y luminosa, que se
manifieste con nuestras obras; fe expansiva, que vaya a la conquista del
pensamiento de nuestros hermanos.
c) v. 20.— Estoy con vosotros... hasta la consumación de los siglos. — ¡Promesa
consoladora la de Jesús! Pasarán los hombres y los siglos, y Jesús no pasará,
porque permanecerá en su Iglesia y con su Iglesia. Pasarán los sistemas, los
errores, las herejías, la falsa ciencia, y Jesús, verdad esencial, no pasará.
Pasarán los tiranos, los enemigos personales de Cristo, y Cristo no pasará: es
el de ayer, el de hoy, el de todos los siglos (Hebr. 13, 8). No sólo no pasará,
sino que permanecerá siempre el mismo, presidiendo los humanos cambios, las
transformaciones de las sociedades, quedando él siempre con este sentido de
eternidad y de inmutabilidad que participa de su divinidad. Todo lo que no sea
de él o le sea contrario, sucumbirá sin remedio; todo lo que sea y se diga de
él, llevará su marca, el sello de su Espíritu (Eph. 1, 13), en frase de San
Pablo, que le comunicará cuanto cabe su misma perennidad. Y se acabaran los
siglos, y todo quedará consumido, menos lo que sea de Cristo, su santa Iglesia,
que vivirá y reinará con él por los siglos de los siglos.
D) Mc. V. 16. — El que creyere, y fuere bautizado, será salvo...— Tal vez alguno
diga en su interior: Yo ya creo; me salvaré. Dice bien, si no contradice su fe
con las obras; porque la verdadera fe está en que lo que se dice por la
confesión oral de los artículos de la fe, no se contradiga con las obras, dice
San Gregorio. Es decir, que las condiciones esenciales para la salvación son:
primera, unión intelectual con Dios por medio de la fe, creyendo lo que El ha
revelado y aceptándolo como regla de vida; segunda, incorporación a la Iglesia,
fuera de la cual no hay salvación, por medio del bautismo; tercera, amoldar la
vida a la fe que se profesa, de lo contrario la fe queda muerta y no es apta
para dar la vida eterna. Es punto esencial éste, que separa a los católicos de
los protestantes.
E) v. 17. — Y estas señales seguirán... — El milagro es algo inmortal y perpetuo
en la Iglesia; no sólo en la historia, sino en el hecho vivo de la vida de la
Iglesia. Jamás faltaron milagros. Cada nueva canonización de un santo es la
proclamación de esta fuerza viva taumatúrgica que Jesús ha escondido en el seno
de su Iglesia. Si fueron más frecuentes en los comienzos del Cristianismo,
debióse ello, dice San Gregorio, a que eran más necesarios para que echara la
nueva planta su raigambre en el mundo, como necesita más agua el tierno arbusto
cuando es plantado que cuando ya vive por sí. Debe sernos de gran consuelo el
pensamiento que Dios tiene siempre a disposición de su Iglesia, que es nuestra
Iglesia, la fuerza de su poder para arraigar, defender, propagar y glorificar
nuestra santísima fe.
(Tomado de “El Evangelio Explicado”vol. II, ed. Acervo 1967, Pág.736-741)
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Juan Pablo II
El Espíritu Santo protagonista de la misión
El envío «hasta los confines de la tierra » (Act1, 8)
22. Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los
Apóstoles, concluyen con el mandato misional: «Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que
yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 18-20; cf.
Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).
Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de san
Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre le ha enviado a
él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el
testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu,
que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.
23. Las diversas formas del « mandato misionero » tienen puntos comunes y
también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en
todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a
los Apóstoles: « A todas las gentes » (Mt 28, 19); « por todo el mundo... a toda
la creación » (Mc 16, 15); « a todas las naciones » (Act 1, 8). En segundo
lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos,
sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto
está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: « Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos » (Mc 16,
20).
En cuanto a las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la
misión como proclamación o Kerigma: « Proclaman la Buena Nueva » (Mc 16, 15).
Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de
Pedro: « Tú eres el Cristo » (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión romano
delante de Jesús muerto en la cruz: « Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios » (Mc 15, 39). En Mateo el acento misional está puesto en la fundación de
la Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este
mandato pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser completada
por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la
misión se presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Act 1, 8), cuyo objeto ante
todo es la resurrección (cf. Act 1, 22). El misionero es invitado a creer en la
fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas,
a saber, la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de
una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado.
Juan es el único que habla explícitamente de « mandato » —palabra que equivale a
« misión »— relacionando directamente la misión que Jesús confía a sus
discípulos con la que él mismo ha recibido del Padre: « Como el Padre me envió,
también yo os envío » (Jn 20, 21). Jesús dice, dirigiéndose al Padre: « Como tú
me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo » (Jn 17, 18). Todo
el sentido misionero del Evangelio de Juan está expresado en la « oración
sacerdotal »: « Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tu has enviado Jesucristo » (Jn 17, 3). Fin último de la
misión es hacer participes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo:
los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el
Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17, 21-23). Es éste un
significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante
todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el
amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace.
Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión,
testimonian un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas
de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del
empuje dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos
carismas misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. Sin
embargo, todos los evangelistas subrayan que la misión de los discípulos es
colaboración con la de Cristo: « Sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20) La misión, por consiguiente, no se basa en
las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.
(Tomado de la encíclica “Redemptoris Missio” Juan Pablo II (07- 12 -1990)
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Catecismo de la Iglesia Católica
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación,
en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es
Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de
todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies
sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4,
10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e
incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su
cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf.
Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión,
permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad
que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4,
11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye
el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de
manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en
este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo
manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que
acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento
del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del
mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz
por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28),
y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia,
la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a
este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las
criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos
piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno
de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16,
22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres
el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente,
según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero
es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba
del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura
los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de
espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf
Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este
advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44:
1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder
estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se
vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39)
del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a
Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de
Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al
Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta
el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus
profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre
los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12)
en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm
11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo"
(Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
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EJEMPLOS PREDICABLES
Conversión de San Ginés.
Celebrábanse grandes fiestas en Roma, y el emperador Diocleciano se había
trasladado a aquella ciudad. El cómico Ginés creyó que de ninguna manera podía
divertir mejor a aquella corte impía que remediando por irrisión las ceremonias
del Bautismo. Apareció en el teatro acostado como si se hallase enfermo y
solicitó ser bautizado para morir tranquilo. Aparecieron también otros dos
cómicos disfrazados, uno de sacerdote y otro de exorcista. Acercáronse a la cama
y dijeron a Ginés: Hijo mío, ¿para qué nos has llamado? En ese momento la gracia
de Dios iluminó fuertemente la inteligencia y movió la voluntad de Ginés, el
cual súbitamente trocado en otro hombre, respondió con toda seriedad y firme
convencimiento: "Os he llamado porque quiero recibir la gracia de Jesucristo y
por su santo Bautismo alcanzar el perdón de mis pecados”. Los espectadores
creían que Ginés seguía desempeñando su papel de cómico por lo cual reían muy
sabrosamente. Se practicaron las ceremonias del sacramento y cuando se le hubo
puesto el traje blanco, se apoderaron de él algunos soldados, que también
tomaban parte en la representación de la comedia, y lo presentaron al emperador
como a los mártires.
Entonces Ginés con semblante y tono inspirados pronunció un hermoso discurso en
el cual se declaraba públicamente cristiano de verdad y diciendo también el
motivo de su repentina conversión. “Vi, dijo, una mano extendida sobre mí desde
lo alto de los cielos y muchos ángeles radiantes de luz que se cernían sobre mi
cabeza. Leyeron en un libro terrible todos los pecados que había cometido desde
mi infancia, los borraron inmediatamente después y me mostraron el libro más
blanco que la nieve. Ahora, pues, oh gran emperador, y vosotros espectadores a
quienes nuestras representaciones sacrílegas han hecho reír de todos estos
misterios, creed conmigo que Jesucristo es el Señor, digno objeto de nuestras
adoraciones, y tratad de alcanzar también su misericordia”.
Irritado el emperador mandó azotar al valiente confesor de la fe, el cual
persistiendo en su firme propósito, fue decapitado, recibiendo el bautismo de su
propia sangre.
(Tomado de “La religión explicada", parte 2ª: Los sacramentos; P. Ardizzone S.S.
Ed. ACA, Buenos Aires, Pág. 78)