33 HOMILÍAS MÁS PARA LA MISA DE LA NOCHE
(20-29)

20. 2001

ANOTACIONES EN TORNO AL BELEN

Un Belén de ríos de platilla, con reyes magos, camellos y dromedarios, cargados de tesoros; con pastores ingenuos y escenas costumbristas, nieve de algodón y paisajes de serrín, verde musgo y árboles y hogueras y luces interminentes de colores y villancicos y panderetas y su estrella clavada en el cielo, custodiando el portal, con José, María y Jesús, el buey y la mula... Una navidad para todos, sin aguijón ni provoca­ción, sin mensaje; navidad dulce, de turrón y mazapán, de anís y calor de hogar. Un día para unirse al año, un año para seguir como antes. Pienso que este tipo de belenes ni inquietan, ni molestan, ni invitan a la reflexión: presentan una navidad des­cafeinada.

El primer Belén no fue así. Fue un acontecimiento que gritaba - y grita- a los cuatro vientos que no había derecho a que las cosas estuvieran como estaban -estén como están-. Aquel Belén levantó la esperanza de los pobres, la persecución de los poderosos, el olvido y desinterés de los cultos.

Veamos la ganga que se le ha añadido a aquel Belén ori­ginario...

Todo comenzó en Belén (= Bet-lehem: casa del pan o casa de 'Lahmu', divinidad acádica), una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos siete kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas (5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá; de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel... » El evangelista Mateo cita esta profecía con algunas correcciones: «Y tú Belén, tierra de Judá», no «eres» ni mucho menos «la última de las aldeas de Judá». Para él, la aldea se crece por haber nacido en ella Jesús. No se fijó Dios en las murallas y palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido. Lo que allí sucedió fue como un relámpago en la oscuridad de la noche de la historia...

«El niño se llamará Jesús» (Yehoshua: Yahvé salva), nombre bastante común entre los judíos. Así se llamaba el autor del libro del Eclesiástico, y el caudillo (Jesús Josué) que condujo al pueblo de Israel hasta la tierra prometida. Je­sús sería el Mesías, el liberador de Israel que llevaría a los suyos al país de la vida sin semilla de muerte.

«Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» fue la señal dada a los pastores por los ángeles. El nacimiento de Jesús no tuvo nada de extraordinario: «Estando allí, le llegó a María el tiempo del parto, dio a luz a su hijo primo­génito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por­que no encontraron sitio en la posada» (Lc 2,7). Como cual­quier mujer, con dolor y angustia, María dio a luz a su hijo. A la usanza de la época, el cuerpo tierno de aquel niño fue vendado fuertemente con jirones de tela, pues los antiguos creían que, de no hacerse así, el niño crecería deformado y sus huesos no se solidificarían. Jesús nació fuera de la aldea: «No había lugar para él en la posada.» De mayor, tampoco habría lugar para él en la ciudad. La gente dejaría solo a su liberador a la hora de la verdad, colgándolo de un madero extramuros.

Nada dicen los evangelios del día y mes del año de su na­cimiento, ni siquiera del lugar exacto: lo del portal, la cueva o la gruta no aparece en ellos; por supuesto que tampoco el buey y la mula -con función de calefacción natural de otras épocas- pertenecen al relato evangélico. La imaginación de los evangelios apócrifos o falsos adornó con detalles la sobrie­dad del texto evangélico. Desde el siglo IV, los cristianos deci­dieron celebrar el nacimiento de Jesús el día en que los roma­nos celebraban la fiesta del solsticio de invierno (24-25 de diciembre), día en que el sol alcanza, en su movimiento apa­rente, su distancia máxima de la tierra y comienza a acercarse a ella aumentando su intensidad. El dios 'sol invicto' recibía en aquella fecha toda clase de cultos y ofrendas. Los cristianos sustituyeron el 'astro sol' por el 'sol de Justicia-Jesús', que se acerca a los hombres. Nació así nuestra fiesta de Nochebuena y Navidad.

«Hijo de José y María.» De José sabemos que era des­cendiente, venido a menos, de la familia de David. De la fa­milia de María poco dicen los evangelios. De sus padres, Joa­quín y Ana, de su dedicación y vida desde los tres años en el templo, los evangelios apócrifos dan sobradas y fantásticas no­ticias. Estos mismos evangelios tuvieron la indelicadeza de presentar a José, el esposo de María, como hombre de avan­zada edad y barba venerable, para preservar así la virginidad de su esposa, Madre-Virgen... José y María, en todo caso, debieron de ser unos jóvenes esposos de catorce a dieciséis años de edad; unos jóvenes más entre tantas jóvenes parejas, sin especial relieve. Dios «se fija en lo débil del mundo para confundir a los fuertes...

La noticia del nacimiento se divulga. Aquella noche, el cielo se vistió de fiesta. Un ángel -Dios sabe cómo sucedió en realidad- comunicó a los «pastores» la buena noticia, y éstos corrieron al pesebre para comprobar lo anunciado. Des­pués, estando ya el niño Jesús en una casa, fue visitado por «los magos», que llegaron hasta él gracias a una «estrella» que les hizo de guía.

«Los pastores... » eran representantes natos de las clases marginadas del país, equiparados a recaudadores y publicanos, ladrones por obligación y profesión. Por ser considerados como embusteros no podían hacer de testigos en los juicios. No cobraban salario por su trabajo; recibían la manutención a cam­bio y tenían obligación de reponer las pérdidas de ganados a sus amos. El modo concreto de hacerlo era el robo. El naci­miento de Jesús se anuncia a ladrones, en primer lugar, diría­mos hoy, llevándonos las manos a la cabeza. Manías del Altí­simo, alabado sea su santo nombre...

«Unos magos de Oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el rey de los judíos que ha naci­do? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt 2,1-2). Se creía por entonces que el nacimien­to de todo gran personaje en la tierra era acompañado por la aparición de una estrella en el firmamento. A Jesús no le debía faltar la suya... Lo de «la estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿Fue un cometa? ¿La conjun­ción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?), es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe, hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista Mateo la marcha de los paganos hasta la fe. Estos personajes, a más de extranjeros, ejercían una pro­fesión penalizada por la Biblia: la magia. Eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la me­dicina y la astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sm 28,3; Dt 18,9-13; Dn 1,20; 2,2-10).

Los dos primeros y únicos grupos de personajes que desfi­laron ante Jesús, tras su nacimiento, no contaban entre los poderosos de la tierra, pues eran marginados del mismo pue­blo de Israel (pastores) o extranjeros mal vistos por la religión oficial (magos), aunque respetuosamente tratados por Herodes. Dios se fija en los que no cuentan para anunciarles la buena noticia.

De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Pero nada de lo que sigue aparece en los evangelios. Desde el siglo II se piensa que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de la muerte); se les bautizó en el siglo VI con el nombre de reyes: Melchor, rey de Persia; Gaspar, rey de Arabia, y Baltasar, rey de la India. Estos tres reyes se habían reunido por orden de Dios en Persia para acudir hasta Belén, guiados por la estrella (datos que ofrece el evangelio armenio de la Infancia, del s. VI). San Beda (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y Africa, los tres continentes conocidos en aquel tiempo; de ahí los distintos colores de su piel. En el siglo XII se traslada­ron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados. Para más datos, el evangelio no dice que fueran reyes ni tampoco fueron recibidos con el cere­monial real por Herodes. Fue Cesáreo de Arlés quien comen­zó a denominarlos así, basado en el salmo 71,10 e Isaías 49, 7ss. Venían de Oriente: para un israelita, Oriente puede ser todo lo que hay al otro lado del Jordán.

«Herodes el Grande.» Los poderosos de la tierra están representados por Herodes, una versión actualizada del faraón de Egipto, que quiso acabar con los primogénitos de los israe­litas cuando el pueblo era esclavo. Moisés antes, y ahora Je­sús, se libraron de la muerte. Dios andaba de por medio. Los poderosos no quieren que el pueblo alcance la libertad y aca­ban con la vida de quienes pueden concienciarlo.

Herodes, el gran rey Herodes, era famoso por su cruel­dad: mandó matar a su yerno, ahogado; mató a sus hijos Aris­tóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer, Mariamme. Cinco días antes de morir mandó que asesinaran a su hijo mayor, Antípatro, y dio orden de hacer perecer, después de su muerte, a todos los 'notables' de Jericó para que hubiera lágrimas en sus funerales. Era consciente de que el pueblo judío no lo es­timaba demasiado como para llorarlo ese día. Lo que el evan­gelio cuenta de él cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites. Que mandó matar a los niños menores de dos años consta por el evangelio. Cuántos niños murieron (en todo caso, no más de quince, según los diferentes cálcu­los de demografía y natalidad) no lo sabemos...

Pero Dios estaba con Jesús. La orden fue burlada y el niño se libró huyendo a Egipto. Algo parecido sucedió con la orden del faraón de Egipto de matar, al nacer, a todo israelita varón (Ex 1,15-22).

«Sacerdotes y letrados.» El ala eclesiástica de la época y la cultura del momento cumplieron su papel. Dieron toda la información a Herodes para llegar a Jesús, pero, acomodados e instalados en su saber y posición social, no sintieron el más mínimo interés por acudir hasta él: tal vez no sentían nece­sidad de libertador alguno. «Herodes... convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: en Belén de Judá, así lo escribió el profeta» (Mt 2,3-4).

Después de esto ya sabemos: «José y María se fueron con el niño a Egipto.» En Egipto había comenzado la historia del pueblo de Israel. Jesús había venido para reiniciar esta his­toria. De allí, como al principio, saldría para conducir al nue­vo pueblo a la tierra prometida.

Pero sólo los pobres siguieron la convocatoria. El poder político y religioso quiso en todo momento acabar con Jesús; les resultaba incómodo y subversivo. Al final de su vida, lo consiguieron colgándolo en un patíbulo.

Veinte siglos después seguimos celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y siembra de ilusión y esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra. Para todos ellos, Feliz Navidad.

Aquel Belén del evangelio, por lo demás, poco tiene que ver con nuestros folklóricos y pintorescos belenes...



21. COMENTARIO 2

SABER PARA SERVIR

Epifanía significa manifestación: Dios se ha manifestado a toda la humanidad en la persona de Jesús. Este es el mensaje central del evangelio de hoy. Y se ha manifestado para que lo que nos dice, para que lo que sabemos, no lo guardemos para nosotros, sino que lo pongamos al servicio de los demás.


ES OTRA HISTORIA
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. En esto unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:

-¿Dónde está el rey de los judios que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje.



Si queremos entender los pasajes del evangelio que se refieren a la infancia de Jesús debemos dejar de considerarlos historia, en el sentido moderno de la palabra. Los evangelistas no pretenden contar, con pelos y señales, unos hechos que sucedieron en un lugar concreto y en una fecha precisa; lo que quieren es comunicar de parte de Dios un mensaje en el que podremos encontrar la felicidad y la salvación. Los evan­gelios son el testimonio que las primeras comunidades cristia­nas nos dejaron acerca de su fe y de lo que, como consecuencia de haber creído, cambió sus vidas. Ahora bien: como su fe no consistía en aceptar una teoría, sino en ponerse del lado del Hombre, en quien Dios quiso compartir la existencia humana, su testimonio arranca de los principales hechos –históricos, sin duda- de la vida de Jesús. Pero los evangelistas, según práctica frecuente en aquella cultura, no sienten ningún reparo en inventarse algunos relatos si les sirven para explicar mejor el mensaje que ha cambiado su propia vida y la de los demás miembros de la comunidad, mensaje que quieren pro­poner a quienes estén interesados en ese nuevo modo de creer y de vivir.

El de la adoración de los Magos -como la mayoría de los que se refieren a la infancia de Jesús- es uno de estos relatos; en él Mateo adelanta una de las enseñanzas centrales de la predicación de Jesús y que, con otro estilo, nos ofrece Pablo en el párrafo de la carta a los Efesios que se lee hoy como segunda lectura: «que los paganos, mediante el Mesías Jesús y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma prome­sa», es decir: que todo hombre, sea cual sea su origen, el color de su piel, la lengua en la que se exprese o el lado de la frontera en el que haya nacido, está llamado a incorporarse al proyecto de convertir este mundo en un mundo de herma­nos, porque Dios se ofrece para ser el Padre de todos los que como tal lo acepten. Eso es lo que nos quiere explicar Mateo con la historia de estos extranjeros -los magos vienen de Oriente- que se acercan a rendir homenaje al recién nacido: que Dios no hace diferencias entre los hombres ni por la raza, ni por la nación, ni por la cultura, ni por la religión...



TODOS ERAN INTELECTUALES, PERO...

Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera; convocaron a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:

-En Belén de Judea, así lo escribió el profeta.

Los magos no eran reyes, ni funcionarios de ningún gobier­no; eran científicos, lo que hoy llamaríamos intelectuales. Se dedicaban a estudiar las estrellas, en donde los hombres siem­pre han intentado leer la historia por adelantado. Mateo dice que en las estrellas descubrieron la noticia del nacimiento de un rey, el rey de los judíos. Aunque el evangelio no lo dice expresamente, debemos suponer que en aquel nacimiento supieron ver la mano de Dios. Y se pusieron en camino -ac­tuaron en consecuencia; su ciencia, la verdad que habían descubierto, les sirvió para su vida- y se fueron a rendir homenaje y a poner al servicio de aquel rey recién nacido.

Cuando llegaron a Jerusalén fueron a preguntar al palacio real. Allí no había ninguna vida nueva -pronto se demostra­ría que aquél era un reino de muerte-. Herodes, rey ilegítimo que reinaba gracias al imperio de Roma, temiendo por su trono, convocó a los mayores expertos en las cuestiones de Dios, a los letrados y a los sumos sacerdotes, para que le aclararan qué estaba pasando.

Por supuesto que supieron darle respuesta; no eran igno­rantes, conocían al dedillo la palabra de Dios y todos los anuncios de los profetas y respondieron adecuadamente: «En Belén de Judea, así lo escribió el profeta». Lo sabían todo, pero ¿para qué les servía su ciencia?

Para ponerla al servicio de un poder tiránico y opresor al que ofrecen los datos que le permitirán atacar con todos los medios la esperanza que acaba de hacerse carne en medio de la humanidad, y como se irá viendo en el evangelio, también les servirá para conseguir y mantener sus privilegios, para engañar y explotar al pueblo al que trataban de ocultar la verdad que tan bien conocían y que tan poco les interesaba que se conociera.

Estas son dos de las principales enseñanzas del evangelio de hoy: Dios no hace distinciones entre los hombres; aunque prefiere a los pobres, todos están invitados, en Jesús, a ser sus hijos. Hay que empezar, eso sí, por ser honrados y por poner lo que sabemos al servicio no del poder o de nuestros privilegios, sino de todos los que necesitan y buscan libera­ción.



22. COMENTARIO 3

vv. 1-3 2 1Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey He­rodes. En esto, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén 2preguntando:

-¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje.

3Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y con él Je­rusalén entera;

Lugar donde nació Jesús (Belén de Judea) y datación aproximada, en tiempo del rey Herodes el Grande (c. 734 a. C.), conocido por su habilidad política, su crueldad y su despotismo; muy abierto a la cultura griega, construyó varias ciudades de tipo hele­nístico, entre ellas Sebaste y Cesarea, y además reconstruyó el templo de Jerusalén (acabado el 63/64 d. C.). Fue nombrado por Roma rey de Judea el año 40 a. C. y conquistó Jerusalén el año 37. No era judío de raza, sino de padre idumeo y, por tanto, no podía ser considerado rey legítimo de Israel. «Magos», es decir, astró­logos orientales, que mezclaban su ciencia astronómica con la pre­dicción del destino, anunciado, según ellos, en los astros. Llegan a Jerusalén, pero no preguntan por un personaje religioso, sino por «el rey de los judíos», para rendirle homenaje: rey universal.

«Preguntando»: lit. «diciendo». Así en el AT como en el NT se usa el verbo genérico « decir» para indicar tanto una afirmación como una negación o una pregunta. En las lenguas modernas se utiliza un verbo especifico, en este caso «preguntar», pues lo que los magos proponen es una pregunta.

«Hemos visto salir su estrella»: lit. «hemos visto su estrella en la salida». La palabra griega anatolê significa, sin artículo, el punto cardinal, el oriente (por donde sale el sol); con artículo, la salida misma de un astro.

Este rey que ha nacido se contrapone al reinante, Herodes. Los judíos no se han percatado del nacimiento del nuevo rey, pero sí los paganos; son éstos los que anuncian su nacimiento al pueblo de Dios. Agitación de Herodes, siempre sospechoso de posibles pre­tendientes al trono, y de la ciudad entera, al unísono con el tirano que la domina. Ante la noticia, Jerusalén tiene la misma reacción que el rey, no ve en el que ha nacido un posible liberador. De hecho, el pueblo no hará esfuerzo alguno por encontrarlo.



vv. 4-6 4convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo, y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías.

5Ellos le contestaron:

-En Belén de Judea, así lo escribió el profeta:


6Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las ciudades de Judá:
pues de ti saldrá un jefe
que será pastor de mi pueblo, Israel (Miq 5,1).

Herodes convoca a los miembros del Consejo, excepto a los «senadores», cuyo papel era meramente político. El tema que se propone tratar es religioso. «Letrados», gr. grammateus, derivado de gramma, letra, escrito, libro y, en plural, «letras», ciencia. De­signa a los «hombres de letras» o «de ciencia», a los expertos en la Ley, teólogos y, sobre todo, juristas. Constituían una alta clase social de reciente aparición, que intentaba arrebatar la hegemonía a la aristocracia sacerdotal. Después de varios años de estudio re­cibían una ordenación. Sus decisiones en materia de legislación religiosa o ritual eran decisivas. Herodes identifica al «rey de los judíos» por el que preguntan los magos con el Mesías esperado, el salvador prometido. Los entendidos contestan a su pregunta dándole la referencia exacta: en Belén de Judea.

El texto profético citado por Mt combina Miq 5,2 con 2 Sm 5,2; este último pasaje es estrictamente mesiánico, pues trata de la unción de David como rey de Israel (2 Sm 5,4). El niño es, por tanto, el Mesías de la casa de David. Resalta en primer lugar la importancia de Belén, patria de David, lugar del nacimiento del nuevo rey, frente a Jerusalén, donde reina Herodes. El caudillo que va a nacer será pastor del pueblo de Dios, Israel. La función de «pastor» se aplicaba a David (Sal 78,70s) o al nuevo David (Jr 23,5; 30,9; Ez 34,23s). El pueblo de Dios, del que será pastor el rey nacido, incluye a los magos que han venido a rendirle homenaje como a su propio rey: el pueblo del Mesías incluirá a los paganos. «Rendir homenaje» es el significado del gr. proskuneô referido a un rey o a Dios como soberano. Se expresaba en forma de inclinación o de postración.

vv. 7-8 7Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran cuándo había aparecido la estrella; 8luego los mandó a Belén encargándoles:

-Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a ren­dirle homenaje.

Herodes convoca a los magos en secreto, no quiere que sus planes sean conocidos. Mt lo caracteriza por su hipocresía: pretende tener el propósito de prestar homenaje al nuevo rey, cuando en realidad se propone matarlo. Los jefes del pueblo, en cambio, no manifiestan reacción alguna.

vv. 9-12 9Con este encargó del rey, se pusieron en camino; de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta pararse encima de donde estaba el niño.

10Ver la estrella les dio muchísima alegría.

11Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su ma­dre, y cayendo de rodillas le rindieron homenaje; luego abrieron sus cofres y como regalos le ofrecieron oro, in­cienso y mirra.

12Avisados en sueños de que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

La «estrella» alude a Nm 24,17: «surgirá un astro de Ja­cob y se levantará un hombre de Israel» (LXX). La estrella es figura de la persona misma del rey nacido y los guía al lugar donde éste se encuentra. En Jerusalén, donde ni el pueblo ni los di­rigentes esperan al liberador, no es visible. Vuelve a aparecer a los magos cuando se alejan de la capital. «En la casa» ven al niño con su madre. Ausencia de José. En Israel, el rey y su madre constituían la pareja real (cf. 1 Re 2,19; 15,2; 2 Re 10,13; 12,2; 23,31.36; 24,18). La escena subraya la realeza del niño. El homenaje se manifiesta con una postración y dones que expresan sumisión y alianza (mirra e incienso, Cant 3,6; incienso, Lv 2,1-16; Jr 6,20; 17,26; 48,5; Is 60,6; Eclo 39,14; 50,9; mirra, Eclo 24,15). Dios vela por su Mesías, im­pidiendo que Herodes sepa dónde está el niño.



23. COMENTARIO 4

La 1ª lectura, tomada del profeta Isaías es un oráculo de consuelo para Jerusalén, la ciudad tatas veces asediada, tomada y destruida. Aquí, y en otros lugares del mismo libro, aparece representada como una mujer, madre y esposa, a quien se anuncia el regreso de sus hijos dispersos, el homenaje de los pueblos extranjeros. La imagen de las tinieblas sobre el mundo que son barridas por el sol divino, por la luz de una nueva aurora, es una imagen recurrente a todo lo largo de la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

En la lectura tomada de la carta a los Efesios también se habla de Epifanía, de manifestación y revelación de cosas ocultas. No para desconcertarnos o sumirnos en el temor, sino todo lo contrario: para llenarnos de alegría al conocer el plan misterioso de Dios. "Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio". Es el fin ideal de todo particularismo y discriminación, de toda exclusión o segregación. "Gentiles" somos todos los pueblos de la tierra que no estamos étnicamente vinculados con el judaísmo.

El evangelio de Mateo fue escrito para cristianos que habían sido judíos, que podían seguir creyendo que sus privilegios de pueblo elegido seguían vigentes. San Mateo les enseña que ya no es así, que ya no hay privilegios, o que a todos los seres humanos alcanza lo que era exclusivo para ellos. Y se los enseña por medio de la escena que acabamos de leer: unos magos venidos de Oriente preguntan por el recién nacido rey de los judíos, cuya estrella han visto en el cielo. Cualquier pueblo, cualquier hombre o mujer de buena voluntad, que busque sinceramente el bien, la justicia y la paz, puede verse representado en esos magos orientales que nuestra imaginación cristiana ha dibujado con trazos tan amables. No son las simpáticas figuras del pesebre con sus camellos y dromedarios, con sus nombres exóticos, con el lujo de sus vestiduras y su séquito como de cuentos de hadas. Somos todos los que buscamos la verdad y el amor, los que guiados por ese anhelo, como si fuera una estrella, encontraremos a Jesús, y le podremos ofrecer lo mejor de nosotros mismos, porque reconocemos en Él al mismo Dios hecho humano.

Esto es la Epifanía: la manifestación de Dios, del verdadero y único Dios, a todos los pueblos, a todos los seres humanos; no en la potencia de su soberanía, ni de sus exigencias, sino en la debilidad de un niño humilde en brazos de su madre, apenas protegidos los dos por un humilde carpintero. Claro que se puede asumir otra actitud: la del rey Herodes y la de los grandes sacerdotes y sabios de Jerusalén. El primero teme por su reino de codicia y crueldad, tan bien atestiguado por los historiadores. Los segundos temen por las migajas de privilegios religiosos y políticos que les ha dejado el tirano. En todo caso no están dispuestos a adorar como los magos sino a matar, y algún día lo lograrán. Ante nosotros está la escena de la adoración de los magos venidos de Oriente, guiados por una estrella, escena de luces y de sombras, como acabamos de decir. Nos toca asumir una actitud: la de acogernos al amor indiscriminado de Dios, o la de alzar nuestras ambiciones contra la Epifanía de ese amor.

COMENTARIOS

  1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba
  2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  3. J. Mateos-F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Ediciones Cristiandad. Madrid
  4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica). 
     

24.

Isaías nos propone comprender la creación a partir de la historia. En el primer capítulo del Génesis, la creación comienza con la separación radical entre la luz y la tiniebla. El caos informe sobre el que se cernía el Espíritu de Dios queda transformado en un escenario que se prepara para la irrupción de la vida. En el himno de Isaías, la luz desplaza las sombras de muerte y da fisonomía a una nueva tierra. El gozo desplaza al afán belicoso y el vestido de fiesta hace olvidar el uniforme manchado por la violencia. La esperanza toma el lugar de la interminable agonía y los ojos cansados por el llanto se renuevan a la luz de una nueva existencia. De este modo, el país se prepara para la irrupción de la paz perpetua.

En el himno de Isaías, la luz desplaza las sombras de muerte y da nueva fisonomía a una tierra devastada. El gozo desplaza al afán belicoso y el vestido de fiesta hace olvidar el uniforme manchado por la violencia. La esperanza toma el lugar de la interminable agonía y los ojos cansados por el llanto se renuevan a la luz de una nueva existencia. De este modo, el país se prepara para la irrupción de la paz perpetua.

En el Antiguo Testamento se repite constantemente una temática esencial: Dios le sale al paso a un pueblo caminante. El pueblo de Dios no es una entidad inmóvil que se instala en medio de la historia a ver pasar las tragedias cotidianas que cada época depara. Todo lo contrario. El pueblo de Dios es un pueblo esperanzado que aún en medio de la incertidumbre y la oscuridad se aventura a buscar nuevos rumbos. Un pueblo que aprende por medio del error a no ceder a las tentaciones del desierto: el cansancio de la lucha, el hambre y la limitación de medios. Es también un pueblo que construye su identidad a partir de la propuesta de Dios: el reino de Dios configura el talante y la capacidad de una comunidad que aprende a resistir y a crear. Un pueblo que aprende a releer su propia historia y no se deja imponer los absurdos criterios de quienes reducen la existencia humana a una feroz lucha por la subsistencia. Y es precisamente este pueblo, encarnado en María y José, el que presencia la manifestación inequívoca de Dios en Jesús de Nazaret.

Jesús hace realidad las promesas que los profetas apenas pudieron vislumbrar. La existencia del nazareno llena de luz las tinieblas de la existencia humana y nos permite vislumbrar un horizonte en el que Dios sale a nuestro encuentro. Jesús nos motiva para que comprendamos que desde la insignificancia y anonimato de nuestra existencia Dios nos convoca para proclamar un reino en el que es posible alcanzar la plenitud humana. Un reino que no cierra los ojos ante la injusticia, el oportunismo y la violencia del sistema vigente; un reino que no renuncia al diálogo y a la solidaridad para lanzar su propuesta; un reino que no cede ante la tentación de poseer el poder absoluto para trasformar el mundo a la fuerza; un reino que se sabe débil para las imposiciones arbitrarias pero que se fortalece con las propuestas solidarias; un reino que busca la palabra oportuna para animar al desconsolado y para invitar al indiferente; un reino que no se rinde ante los discursos que anuncian el fin de la historia y el ocaso de la esperanza. Un reino que sólo puede encarnar Jesús de Nazaret y que se convierte en el faro que guía al pueblo de Dios en medio de la borrasca desencadenada por las nuevas formas de explotación planetaria.Nunca antes como ahora se hace perentorio proclamar nuestra fe en Jesús y en el reino que él nos anuncia.

Esta misma urgencia la experimentaron las primeras comunidades cristianas. La carta a Tito enfatiza precisamente en asumir un talante de vida que sea acorde con el acontecimiento salvífico. Pues para Pablo y todos los apóstoles, el seguimiento de Cristo no se reduce a la ejecución de ciertos preceptos religiosos, sino que se expresa básicamente en un estilo de vida. La irrupción de Jesús en nuestra existencia no se reduce a una mera comprensión de sus palabras, sino que comporta una crítica contra la mentalidad vigente (deseo mundano). Una crítica que intenta que cada persona y cada comunidad asuma el acontecimiento de la irrupción de Dios en la historia como un acontecimiento decisivo. Un acontecimiento que nos induce a madurar nuestras conciencias y a aprender a vivir autónomamente, con sabiduría, justicia y buen juicio, el momento presente. Pablo reconocía en la cultura griega muchos valores, pero también se daba cuenta de sus tremendas limitaciones. Percibía claramente como las modas o estilos de vida arrastraban a la gente a vivir bajo unos principios sin que la persona realmente tomara una decisión. Simplemente se dejaba llevar por un modo de ser que era aceptable para otros. Por esto invita a Tito y a toda la comunidad a llevar una vida 'sobria', auténtica y creativa. Pues, sólo si se supera la alienación y el conformismo se puede abrir los ojos hacia los nuevos horizontes que brotan en este momento de la historia.

Lucas se preocupa siempre de proporcionarnos las coordenadas históricas en las que ubicar la acción de Jesús de Nazaret. Por esta razón, nos dice con toda claridad cuál era el ambiente social y religioso en el momento de su nacimiento. Pero no contento con esto, también nos da el significado de este nacimiento: anuncia la gran reconciliación de Dios con la Humanidad, la participación de el pueblo marginado (pastores) en el anuncio del Evangelio. De este modo nos invita a comprender las manifestaciones de Dios y a interpretar las grandes urgencias históricas del momento presente: a partir de acontecimientos sencillos y cotidianos, como el nacimiento de un niño, se puede interpretar la historia desde la perspectiva de Dios. El anuncio del ángel y la alegría de los pastores serán el altoparlante desde el cual Dios nos anuncia que la Humanidad está llamada a crear un mundo nuevo.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


25. DOMINICOS 2003

Solemnidad de la Natividad del Señor
(Misa de media noche)

 En esta noche santa, sólo una imagen y una estampa en el centro de nuestra celebración y de nuestra liturgia. La imagen y la estampa de un pesebre y de un niño. Si, como los pastores, nos dejamos sorprender por esta imagen y esta estampa, con seguridad que ellos coordinarán nuestros cantos, alegrarán nuestros corazones e inspirarán nuestra celebración.

Porque esta noche estamos invitados al cumpleaños de Jesús de Nazaret. Al principio no fue así; los primeros cumpleaños de Jesús fueron, por necesidad, fiestas sencillas, de familia. José y María lo festejaban como mejor podían, pero en definitiva solos y, a veces, en el destierro. El “Dios con nosotros” todavía no era tan de todos como de ellos dos. Más tarde todo fue cambiando y fueron paulatinamente incorporándose a estas celebraciones parientes, discípulos y admiradores. Y, después de la Resurrección, casi de inmediato, Navidad comenzó a ser una fiesta para todos, haciéndose realidad el título de “Dios con nosotros”.

Dos mil tres navidades han pasado. Setecientos años antes, Isaías había profetizado que una virgen daría a luz un niño que se llamaría Emmanuel, un “Dios con nosotros” que, desde entonces, desde siempre, anda queriendo ser un Dios con todos.

Dos mil tres años, dos mil tres navidades, y el Niño como si tuviera la ilusión del primer día. Como si, en todo este tiempo, sólo hubiera habido fidelidad, fraternidad y la paz que él nos vino a traer. Como si no tuviera motivos para la desilusión por la respuesta de aquellos por los que nació. Se sigue poniendo en nuestras manos, confiado, como si nos dijera: “¡Ánimo! No temas. Sólo soy el ‘Dios con vosotros’, el Dios contigo”.

Nochebuena de recuerdos, de nostalgia de los seres queridos que ya no están con nosotros, de los amigos ausentes... Que eso y todo en esta noche santa gire en torno al recuerdo de Belén, la casa del pan, del “pan de vida” que hace dos mil tres años nos regaló el Padre, del “pan nuestro de cada día” que nos da esta noche, del pan que, dentro de la eucaristía, se nos ofrecerá como banquete; del pan que esta noche nos hace a todos un poco más hermanos, un poco más amigos, un poco más niños, un poco mejores.

Comentario Bíblico

Navidad se escribe con la mano de Dios
(Misa de media noche)

Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación  y, por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.

 

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

 

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
(Misa de media noche)

Al proclamar esta noche el evangelio, acallados de momento villancicos y panderetas, asistiremos a una frenética actividad de la Santísima Trinidad. Mientras el Espíritu Santo se encarga de la Encarnación en el interior de María, pura disponibilidad en sus manos, El Padre –representado en el “ángel de Dios”- hace todos los arreglos exteriores con san José, que, aunque no entiende, es sólo obediencia a las insinuaciones divinas. Todos preparando al Niño, el Hijo del Padre, el ungido por el Espíritu Santo, el Niño que celebramos en esta Nochebuena.

Tres planos, tres momentos, de este misterio.

 

El evangelio según san Lucas nos narra el nacimiento de Jesús como la crónica escueta de un acto administrativo en la jurisdicción del Imperio Romano. Pero, los nombres de personas y de lugares son sumamente sugestivos.

Se nos habla de cuatro lugares:

-Se ordena hacer un censo del mundo entero

-El censo se hace por vez primera en la provincia senatorial de Siria

-Todos iban a inscribirse en su ciudad de origen. Se nos habla de Belén de Judea, porque algunos eran de la estirpe de David

-Allí sobresalen una posada y un pesebre

A cada lugar corresponden personajes distintos:

-El decreto para hacer un censo en el mundo entero sólo podía firmarlo el emperador del mundo, Augusto

-El gobernador de la provincia senatorial de Siria es Quirino

-José y María son los que, en nuestro caso, tienen que subir a Belén por ser de la estirpe de David

-Quien nace en el pesebre, porque no hay sitio en la posada, es Jesús, ahora de Belén, luego de Nazaret

Pura crónica. Pero, ¡qué precisión de detalles! Como en toda crónica, las palabras imprescindibles, pero ¡qué aleccionadoras! Primero, el mundo entero y el emperador Augusto. Después, la provincia senatorial de Siria y el gobernador Quirino. Después Nazaret, Belén de Judea, José y María. Por último, la posada llena, el pesebre y Jesús.

Como un astronauta que comienza describiendo la inmensidad del universo para acabar fijándose en un lugar diminuto, minúsculo, en la grandiosidad del globo terráqueo. O como el escritor avezado que, queriendo marcar diferencias, describe intencionadamente el contraste entre la máxima autoridad en la tierra y un niño recién nacido, nada, nadie, puede que ni siquiera un número en los registros del censo imperial.

 

  • Liturgia del cielo

Siendo cierta la crónica, según las pautas marcadas por san Lucas, hay algo más que crónica. O si queremos, hay también una luz especial que ilumina el misterio de esos acontecimientos para transformarlos en misterio del cielo.

Para eso, en un segundo momento, entran en escena los ángeles que anuncian una gran alegría para todo el pueblo: la alegría del nacimiento del Salvador, del Mesías prometido. “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra a los hombres paz”. Paz para todos. Pero no una paz humana e imperfecta, sino la paz de Dios.

¿Cómo reconocerla? Los signos han sido dados: “Ahí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Como veis, poca cosa. Los signos de Dios no suelen ser apabullantes. Suelen llevar el sello de la sencillez y del desprendimiento.

 

  • Liturgia de la tierra

Y desaparecen los ángeles y entran los pastores que estaban junto al ganado en las colinas de Belén. Ha concluido la liturgia del cielo y comienza la de la tierra. Ahora son los pastores los que van a Belén, van hasta el pesebre, y anuncian a María y a José lo que han visto y oído. Y el evangelista apostilla que María conservaba todas estas cosas en su corazón. No las cosas de los exégetas y de los teólogos, las cosas de los pastores, creyentes, sencillos y auténticos adoradores de Jesús. Y, luego, a dar testimonio. “Y cuantos los oían se maravillaban –dice el Evangelio- de lo que les decían los pastores”.

 “Si, como los pastores, habéis visto y oído... como los pastores, id y contad”

Hermelindo Fernández, op
hfernandez@dominicos.org


26.

Hermanos, en esta noche santa nos hemos reunido gozosos y alegres, en familia. Hemos dejado nuestras casas chicas y pequeñas para venir a esta casa grande, casa de todos, para decirnos los unos a los otros, para gritar todos juntos al mundo: "Hermanos en esta noche santa nos ha nacido la esperanza".

Ya no estamos a obscuras! Nuestros pasos ya no son vacilantes en la noche. Todo se ha hecho luz. Ahora empezamos a ver claro: "El pueblo", nos ha dicho el profeta Isaías, "que caminaba en tinieblas, vio una luz grande. Habitaba en tierras de sombras y una luz les brilló".

Verdaderamente, hermanos, hoy nos ha nacido la esperanza. ¿Sabéis por qué? Nada más tenemos que asomarnos a este gran ventanal del mundo y veréis por qué Él, este Niño, que nos ha nacido, es nuestra única esperanza, porque es nuestra total "salvación".

Si nos asomamos a este ventanal del mundo, ¿qué vemos? La antigua Yugoslavia envuelta en luchas étnicas, interminables y sin una esperanza clara de que acaben. Ruanda-Congo envueltas en un genocidio. ¿Cuántos muertos? Cerca de cuatro millones. Ya da lo mismo. No vale la pena contarlos... En la India hay más de seis millones de esclavos por deudas. En muchos países de Asia, guerras interminables y crueles, clandestinas, larvadas o patentes y manifiestas, que da igual. En el Sudán, masacre de niños y mercado de esclavos. Chiapas, en Méjico, es un botón de muestra de las injusticias incrustadas en la América Latina, sin olvidar la barbarie de los siete millones de los "ninos de la rua" de Brasil, que los pistoleros a sueldo, para guardar tiendas o almacenes, matan por decenas todos los días como si fueran ratas. El terrorismo internacional o nacional de narcos y mafias dominando la situación con muertes, secuestros o impuestos revolucionarios. Para el Gobierno de Colombia es una pesadilla los grupos revolucionarios que invaden el país, llámense como se llamen. Por el mundo entero rodando la rueda de la maldita fortuna de continuos atentados, bombardeos sorpresa, camiones suicidas, "kamizaques", amasado todo en rencor, odio y venganza por un palmo más de tierra, un poco más de poder o por la "mamona", becerro de oro o "ramera universal", como la denominó Shakespeare: EL DINERO. Y no quiero recordar Irak, Irán, Chechenia y la maldita guerra interminable en Israel y Palestina. No quiero seguir con más desastres de hoy, de ahora

Verdaderamente el mundo "camina en tinieblas y habita en sombras de muerte". ¿Quién podría solucionar todos estos problemas de injusticia, de guerra y de odio, trayéndonos la paz, la justicia y el amor?... Porque los Organismos Internacionales hablan, pero no les hacen caso, no tienen poder. En cambio, el poder de las armas mortíferas a escala planetaria supera la capacidad de diálogo, de acuerdo y de entendimiento y se rompen todas las Conferencias por muy internacionales que sean, quedándonos todos "en el miedo de la noche y de las sombras de muerte". Las armas hablan con crueldad, pero los problemas permanecen y frecuentemente, se agravan.

Si hubiera ALGUIEN que..., no sé, ... si viniera ALGUIEN para arreglar estos graves y horribles problemas del mundo...

"Habitamos en tierras de sombras y de muerte", cuando la mirada la dirigimos también a nosotros mismos, a nuestra propia persona: faltas de comprensión y de tolerancia en la convivencia familiar, comunitaria, laboral, social y nacional. Antipatías fomentadas y consentidas en nuestro corazón, entre los que nos llamamos y decimos hermanos. Peleas, envidias, palabrotas soeces o blasfemas. Juramentos, murmuraciones y calumnias. Falta de respeto, de obediencia y de servicio a mis padres. Resistencia a la autoridad o superiores por serlo. Irresponsabilidad y dejadez en el trabajo y en el estudio, con pérdida lamentable del tiempo. Apropiación de lo que no me pertenece, o con más claridad: robos, hurtos y "pelotazos" al día. Lascivia e inmodestia en mi comportamiento y en mi mirar y sin dominio, ni señorío en mi sexualidad. "Somos tierra de sombras, de oscuridad y de muerte" ... y ahí vivimos.

Realmente, si hubiera ALGUIEN... si viniera ALGUIEN a ayudarnos, a solucionar problemas, insatisfacciones y tensiones... "Ven, ven Señor, no tardes. Ven, ven, que te esperamos", dice la letra de uno de los cantos del adviento.

Y HOY, hermanos, una vez más, si de verdad creemos, si nuestra fe es fe: compromiso esperanzado y no simple conocimiento o cultura, se nos anuncia: QUE SÍ, QUE VIENE AL- GUIEN, QUE YA HA VENIDO, que: "Hoy ha nacido la esperanza", hecha ya realidad, "que se llama Príncipe de la Paz". "Que Hoy ha aparecido la gracia", o poder de Dios, "que un Niño nos trae la salvación", que Él es Jesús, "que es Salvador", QUE ÉL ES LA SOLUCIÓN.

No renuncies nunca a Él. "Renuncia", en cambio, "a los deseos mundanos. Y lleva una vida sobria, sin excesos de comidas o bebidas", que un cierto ascetismo es marchamo del hombre cristiano. "Lleva una vida honrada y religiosa".

Y espera, porque: "Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor". "Te lo encontrarás envuelto en pañales y acostado en un pesebre".

Los pastores le dieron un establo. El buey le dio el pesebre. La tierra, las entrañas de la cueva. Dale tú tu corazón entero para que nazca en tu vida: "Corazones partidos, yo no los quiero. Y si le doy el mío, lo doy entero", que dice la copla. Dale tu corazón entero. Sé valiente, que María se lo dio todo. Para que lleves en tu corazón nuevo: amor y no odio. Lleva la unión a tu familia, entre tus amigos, entre tus compañeros de trabajo, en tu comunidad. No lleves discordia y peleas. Lleva la verdad. Cierra las puertas a la mentira, al engaño y corrige el error. Lleva seguridad y fe. No siembres duda. Siembra esperanza. Arranca la desesperación y angustia.

Que donde haya tinieblas, tu pongas luz. Done tristeza, tú lo inundes de alegría... Y así ya no será Navidad. TÚ SERÁS NAVIDAD: ese alguien, que viene a dar sentido nuevo y esperanzador a las tensiones del mundo y de la vida. Ese alguien que viene a traer la paz, la justicia y el amor. Porque, entonces, te repito, tú serás Navidad. : Dios encarnado en ti.

Conmemorar el nacimiento de Jesús es sólo historia y tiene poco sentido, porque celebrando su nacimiento anulamos el misterio de la Encarnación. Porque por mucho belén que instalemos, por muchos besos que demos a esos niños de pasta o escayola, por mucho villancico que cantemos y mucha pandereta que toquemos, no habrá Navidad, si tú no eres Navidad, es decir, si en tu vida no has dejado aún que Jesucristo se Encarne. Nació en Belén y su Encarnación se va realizando poco a poco en la Humanidad, para transformarla, para salvarla, para divinizarla: "hijos de Dios", y esto comenzó en tu bautismo.

Si Dios no nace Hoy en ti, no habrá, pues, Navidad en tu hogar, en tu parroquia, en tu barrio, ni en tu ciudad, aunque la hayamos llenado de luces y guirnaldas.

QUE TÚ SEAS NAVIDAD para que todos podamos felicitarnos sinceramente en esta Eucaristía, diciéndonos: "FELIZ, FELIZ NAVIDAD".

AMEN.

P. Edu.MTNZ.Abad, escolapio
edumartabad@escolapios.es


27. Un regalo para el Recién Nacido

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova
 

¡24 de diciembre, qué bien, qué bien! Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Nochebuena y de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.

¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.

Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.

Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.

Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.

De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.

Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.

Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.

Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.

Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.

Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.

Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios esta noche?


28.MISA DE MEDIA NOCHE.
LECTURAS: IS 9, 1-3. 5-6; SAL 95; TI 2, 11-14; LC 2, 1-14

Is. 9, 1-3. 5-6. Dios viene como salvador de todos los que vivían en tierra de sombras. Dios, en Cristo, se ha hecho Dios-con-nosotros. Dios ha venido a destruir el poder del mal y el yugo que oprimía nuestros hombros. Él ha cargado sobre sus propios hombros el pecado de la humanidad para redimirnos y darnos su paz. Dios no se ha olvidado de nosotros. Dios ha fundado un Reino eterno de justicia y de paz entre nosotros. Quienes pertenecemos a Él no podemos continuar esclavos del pecado, ni podemos continuar siendo un signo de maldad, de tinieblas, de injusticias, de división entre nosotros. Hemos de procurar vivir comprometidos en la construcción de un mundo nuevo que manifieste que en verdad Dios está entre nosotros. Dios ha venido revestido de nuestra carne mortal como Consejero admirable, Dios poderoso, Padre sempiterno, príncipe de la paz. Quienes vivimos unidos a Él y somos sus hijos debemos esforzarnos para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros y gocemos tanto del amor paterno de Dios, como de su justicia y de su paz.

Sal. 95. Ante el Señor que se ha hecho presente entre nosotros los cánticos antiguos poco sirven para alabar el Nombre de Dios. Es necesario entonarle un cántico nuevo pronunciado por un corazón y unos labios renovados por el Espíritu de Dios. Toda la vida del hombre debe convertirse en una continua alabanza del Nombre del Señor. Así, desde nuestro propio interior, convertido en un templo espiritual donde Dios habita y es adorado en espíritu y en verdad, podremos proclamar el amor de Dios día tras día a través de nuestras obras, que manifiesten la bondad que nos viene de Dios. Que la justicia y la rectitud de Dios sean patentes desde nosotros a favor de todos los pueblos; que nuestros actos, venidos de Dios, sirvan de alegría para quienes nos traten y para aquellos a quienes proclamemos el Evangelio de salvación.

Ti. 2, 11-14. La Gracia de Dios se ha manifestado para salvarnos a todos los hombres. No podemos dedicarnos a anunciar el Evangelio sólo a aquellos que, conforme a nuestros criterios humanos, hayamos elegido. Por eso la proclamación del Evangelio no puede hacerse con motivos irreligiosos o deseos mundanos. El Señor nos pide vivir de una manera sobria, justa y fiel a Dios. Nuestra esperanza de paz, de felicidad, de plenitud no mira a la posesión de lo pasajero, sino de los bienes definitivos cuando sea la venida del gran Dios y Salvador, Cristo Jesús, nuestra única esperanza. ¿Hasta dónde somos capaces, incluso, de entregar nuestra vida para que la redención llegue a todos; para que así como llega a todos el perdón de los pecados también llegue a ellos una vida más digna, más llena de justicia social? Tratemos de amarnos y formar un sólo pueblo, guiado por el Espíritu Santo, en el cual no haya odios, ni divisiones, ni rivalidades, sino alegría, gozo y paz en un sólo Espíritu. Que el vivir esforzadamente entregados en este trabajo por el Reino de Dios sea lo mejor que iniciemos con ocasión del nacimiento de Cristo en nuestros corazones.

Lc. 2, 1-14. Las promesas que Dios hizo a nuestros antiguos padres han llegado a su cumplimiento en Jesús. Dios se ha hecho uno de nosotros. Él ha venido como salvación de todos los pueblos, trayendo la paz interior a todos los hombres de buena voluntad. El Señor ha venido en la sencillez de nuestra carne mortal. A Él se le encuentra envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Los primeros beneficiados de esta Buena Nueva son los pastores, los que viven sin techo y despreciados de todo. A ellos se les trae una Buena Noticia (Evangelio): Hoy les ha nacido, en la ciudad de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. El Salvador, esperado por todos, está entre nosotros. Los Judíos lo esperaban como Mesías, ungido de Dios. Los griegos, símbolo de los paganos, le llamarán Señor. Dios ha venido a iluminar a la humanidad cuando ésta vivía hundida en las tinieblas del error y del pecado. Dios quiere que abramos nuestro corazón a su Iglesia, convertida en mensajera del Evangelio, que nos anuncia que entre nosotros está Dios como salvador; más aún: que vive en nuestros corazones, tal vez convertidos en un pesebre, pero que con su acción salvadora, nos renovará en una digna morada suya. Abrámosle las puertas de nuestra vida al Redentor.

Hemos venido a esta Eucaristía, convocados por el Señor, para descubrirlo envuelto en los signos sacramentales del pan y del vino, que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. Dios está con nosotros como Salvador y como Aquel que nos da su paz. Ojalá y no estemos ante Él sólo como espectadores, sino como quienes le contemplan con gran amor para recibir de Él el don de la Redención que nos ofrece; para experimentar a Dios en nuestra vida y para convertirnos en mensajeros de su Buena Noticia para todo los hombres. Que Él nos conceda ser esos hombres de buena voluntad que se dejan amar por Dios y guiar por su Espíritu Santo.

Quienes creemos en Jesús: ¿Lo reconocemos en los sencillos, en los que nada tienen? ¿O hemos hecho de la Iglesia de Cristo una iglesia de élites, de grupos, de gente dividida por su cultura o por su poder político o económico? Si hemos destruido así a la Iglesia del Señor no podemos estar propiciando la eficacia de la Buena Nueva traída por el Dios Encarnado para iluminar los ojos de todos los hombres, para hacerse cercanía al hombre pecador o azotado por la miseria, para salvarlo. Quien queda esclavo de lo pasajero, a lo mucho llenará las manos de los predicadores con riquezas, pero quedará al margen de la salvación. El Señor nos ha enviado a ser testigos de la verdad; a salvar todo lo que se había perdido. Y en el cumplimiento de nuestra misión no podemos ir cargados de lo pasajero, sino sólo confiados en el Señor y en la fuerza salvadora de su Palabra y de su Espíritu. Cristo, desposeído de todo; clavado desnudo en una cruz nos pide ser más congruentes con la fe que profesamos, sobre todo cuando proclamamos su Evangelio, de tal forma que en verdad colaboremos para que el amor de Dios llegue a todos los hombres de buena voluntad, especialmente a aquellos lugares que son considerados los últimos rincones de la tierra, y no sólo a los palacios de los poderosos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber acercarnos a Cristo para reconocerlo como nuestro Dios y Señor, de tal forma que, por la Fuerza del Espíritu Santo en nosotros, podamos ser fieles en escuchar su Palabra y en ponerla en práctica. Amén.


29. HA LLEGADO NUESTRA LIBERACIÓN
Por Jesús Martí Ballester.

1.- A los pastores que velaban por la noche sus rebaños, se les presentó un ángel del Señor, y «les anunció la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor» Apareció enseguida una legión de ángeles que alababa a Dios: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres a quienes Dios ama» (Lucas 2,1. Cantan los ángeles porque hoy es día de gloria en el cielo y el día grande para los hombres, porque hoy Dios se ha desposado con la humanidad en un niño recién nacido a quien su madre contempla y abraza, canta, ríe, llora, adora. Anonadada por ver a su hijo en sus brazos, le rodea con el amor más puro, encendido y tierno que cabe en este mundo con los ojos arrasados en lágrimas de dicha.

2.- Ahora sí que «ha aparecido con claridad la bondad de Dios y su amor al hombre que trae la salvación a todos los hombres» (Tito 2,11). Dios es amor y el amor desea, quiere, busca y consigue el bien del que ama. Dios nos manifiesta su amor infinito en un niño chiquito. «Dios ha derramado copiosamente el Espíritu Santo sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit 3,6). Ha sido una lluvia torrencial de amor y de misericordia para limpiarnos de nuestros pecados. «Ya somos herederos de la vida eterna en esperanza» (Tit 3,7). «Él nos pastoreará con el poder de Yavé». Ya no somos «ciudad abandonada». Hemos sido buscados por Dios por medio de un Niño, que es su Hijo muy amado, a quien hoy ha engendrado (Isaías 62,11).

3. - «Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Ha amanecido la luz y la alegría para los rectos de corazón» (Salmo 96). Salieron corriendo los pastores después de oír al ángel, que les había anunciado la gran alegría, que sería también para todo el pueblo: «Encontraréis un niño envuelto en pañales reclinado en un pesebre» (Lucas 2,11 ). Corrían los pastores transfigurados, «envueltos en la claridad de la gloria del Señor», con una felicidad y alegría interior que nunca habían experimentado. «Y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre» (Lucas 2,16). En la gruta oscura ha nacido Dios. En su ciudad él es el Cordero que la ilumina. En la cueva de Belén sólo unas luces rústicas y primitivas apenas consiguen dejar la estancia en penumbra. Pero allí está Dios. Dios que se ha abajado hasta el polvo y el estiércol. Siendo el Camino, no puede andar. Siendo la Verdad, no puede hablar. Siendo la Vida, tiene que recibirla de los pechos de una mujer, María, la bienamada, la llena de gracia, sumergida en el misterio viendo cómo chupa a sus pechos dulces, su leche materna.

5. - Los pastores traen sus regalos y miran absortos. No habían sentido nunca un gozo tan interior y profundo. Nunca han estado tan cerca de Dios, aunque no lo saben, y no quieren perderse la contemplación de aquella maravilla, María les deja que acaricien aquella carita capullo de rosa. Jamás podrán olvidar lo que tienen la suerte de estar viendo. Quedarán marcados toda la vida. Contaban a María y a José lo que los ángeles les habían dicho del Niño, y María se llenaba de asombro y de alegría, y sonreía escuchándoles. «Y María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lucas 2,19).

6.- Dios nos ha amado tanto que se ha hecho tan pequeño. Dios se ha eclipsado en un bebé. Ya no es la zarza que arde..., ni el Sinaí llameante entre el resonar de truenos. Es como si el sol entero se hubiera encerrado en una bombillita. El amor de Dios se ha manifestado más en Belén que en la cruz, porque hay mayor distancia de Dios a hombre, que de hombre a muerto. «Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es lo más importante que se puede ser» (Ortega). Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre ha sido incrementado. «Cuando Cristo apareció en brazos de su madre revolucionó al mundo» (Teilhard de Chardin).

Hagamos posible que cuantos celebran la Navidad la comprendan. Para ello, en vez de hacer ternurismo, hagamos teología navideña. No hagamos tópicos más o menos fervorosos. Ni consideremos al hombre como un «superman» casi Dios. Sino consideremos su creaturidad y precariedad, elevada por el amor divino a su propio nivel.

7. - «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído». Como ellos, nosotros bendigamos y glorifiquemos a la santa Trinidad que ha querido enviarnos a Jesús, Verbo divino encarnado, para hacer su morada entre los hombres, para salvarlos. La salvación ya está en marcha. Abramos nuestro corazón para que la Navidad se prolongue durante toda nuestra peregrinación por esta tierra. Jesús, en seguida, vivo sobre el altar. Venid, adoremos.