COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Si 24, 1-4. 12-16

 

1.

Marco del texto litúrgico (todo el cap. 24):-En la primera parte, la sabiduría se alaba a sí misma en forma de himno (vs. 1-22=vg. 1-30). La sabiduría es una manifestación de Dios: es perfume de espliego y aroma exquisito en nuestro fétido mundo 9v.15), es terebinto de ramaje frondoso y acogedor bajo cuya sombra caben todos los hombres sin distinción (vs. 16-17), sus frutos son dulces como la miel, y sus flores, abundantes, dando color y belleza a un mundo ajado y marchito (vs. 19-20). "El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed" (v. 21).

-En la segunda parte (vs. 23-24), el autor, Ben Sirá, da una explicación de esa sabiduría o poder divino que ordena el universo. La sabiduría se encarna en la Alianza del Altísimo, cuyo "pensamiento es mas dilatado que el mar" (v. 290. El que se comporta de acuerdo con la Alianza hace posible el orden en el universo (no confundir nunca la Alianza con nuestra ley. Pocas son las coincidencias).

-La lectura litúrgica sólo se fija en la primera parte: autopresentanción de la sabiduría en el mundo celeste (vs. 1-4) y "acampada" en Israel (vs. 12-14).

Texto:
-Vs. 1-4: la sabiduría hace su presentación en el mundo celeste al que pertenece como si fuera una persona. En los vs. 3-6 de los LXX (orden seguido por la Nueva Biblia Española. En la Vg. y en nuestro texto litúrgico los vs. 3-4 son un duplicado de los vs. 1-2) la sabiduría explica sus relaciones con el Altísimo: "yo salí de la boca del Altísimo...", etc. Es anterior a la creación y se presenta como si fuera una persona (prov. 8, 22-31), pero no es Dios sino viento (espíritu) o palabra de Dios que nace de su boca (1, 4.9; 24, 5.12.14a; Gn. 1). Es la primogénita de la creación, una manifestación de Dios como principio regulador del mundo y de todos sus acontecimientos. Por ella el caos y desorden no imperan en la tierra, sino la belleza y el orden. Y este principio ordenador no es Dios como puede serlo Maat en el mundo egipcio (hija del dios-sol, y encargada del orden en el universo). El Señor la conoce, la mide y la da a los que le temen. En los vs. 3-4 de la Vg., la sabiduría apela al pueblo celeste.

-Vs. 12-16: la sabiduría se presenta a veces como algo inaccesible (Job 28, 1-28), pero en otros relatos se dice que el hombre la puede adquirir (Prov. 3, 13 ss): ella misma sale al encuentro del hombre buscándose un lugar donde morar y echar raíces (Prov. 8).

En la lectura litúrgica de hoy se dice que Dios, su creador, le establece incluso su morada : Israel, fija su tiendas en la comunidad hebrea al igual que Dios mora en medio del pueblo (Ex. 25). Israel, posesión eterna e inalienable de Dios (Nm. 36.9) es también la posesión hereditaria de la sabiduría.

Reflexiones:
Y esta sabiduría no sólo apela al mundo celeste, sino también al terrestre. Al contemplar el orden y la belleza del Universo, manifestación o encarnación de Dios a través de su sabiduría, al estupor se apodera de nosotros. Un cosmos ordenado y bello es perfume de espliego, árbol frondoso acogedor... pero los humanos nos empeñamos en romper esa armonía. Aquí puede hacerse una reflexión teológica de los movimientos ecologistas. Muchas veces esta sabiduría-orden-belleza no somos capaces de descubrirla, ya que se oculta tras el dolor y sufrimiento humano.

Será necesario que la nueva Palabra (Jesús), que proviene del Padre, "acampe" entre los hombres y pase por la etapa del dolor y de la muerte para que nuestros ojos puedan contemplar la Gran Belleza.

A. GIL MODREGO
DABAR, 1987 nº 8


 

2. J/SABIDURIA-DE-D:

Estas palabras pertenecen a un canto en el que la Sabiduría hace su propio elogio. Constituyen la parte central del libro del Eclesiástico, conocido también con el nombre de "Sabiduría de Jesús Ben-Sirac". La Sabiduría de Dios se introduce aquí en primera persona, se trata de una personificación poética semejante a la usual en nuestros autos sacramentales. Sin embargo, esta función literaria ha dado pie para interpretar el texto refiriéndolo al Verbo o Sabiduría del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La sabiduría de Dios estuvo presente en la obra de la creación: en lo alto del cielo y en el abismo del mar, y anduvo dispersa entre todos los pueblos de la tierra (vv. 7-11 de la Vulgata).

Salió de la boca del Altísimo (v. 5 de la Vulgata); se manifestó en el principio de todas las cosas cuando el Espíritu de Dios "cubría las aguas" y daba orden, hermosura y concierto al caos; se manifestó también al principio de la historia de la salvación cuando Israel echó a caminar por el desierto y hacia el futuro de Dios ("mi trono -dice la Sabiduría- era una columna de nube", v.7 de la Vulgata, cfr. Ex 13, 21 ss), y, por fin, plantó su tienda en medio de Jacob. Este descenso y corrección de la Sabiduría de Dios hasta plantar su tienda en medio del pueblo elegido es ciertamente como un preludio de la encarnación del Verbo.

Para el autor, el culto en el Templo de Jerusalén es obra de la Sabiduría porque es, al igual que el orden en el cosmos, la manifestación de Dios sapientísimo. Además, el culto se hallaba codificado en la Ley, que en 24, 23 s., se identifica con la Sabiduría.

Con la venida de Cristo al mundo, que es toda la Sabiduría de Dios en persona y hecha carne, la Sabiduría está plantada en medio de la Iglesia entendida como comunidad de creyentes y nuevo Israel.

EUCARISTÍA 1987/02


3.

Este es el capítulo culminante del libro de la Sabiduría, donde se la presenta como una síntesis de su papel en la creación. En Ben Sirá se personifica poéticamente un atributo divino, que se manifiesta, sobre todo, en la ley. Son formas que el hombre emplea a la hora de expresarse para manifestar su experiencia religiosa: ciertamente Dios se ha hecho presente entre su pueblo.

Cuando la persona de Jesús aparezca entre los hombres, la certeza de la presencia de lo divino entre nosotros será absoluta. Esta certeza supera incluso el orden de lo moral para dar también valor a lo personal, a la propia sabiduría ante Dios. Este es un paso dentro de la línea sapiencial del A.T.: identificar la sabiduría con la ley. Además el contexto en que esta identificación se realiza no es ya a nivel personal sino especialmente a nivel de "asamblea del Señor" (cf. Eclo 15, 5).

Esta permanencia de la sabiduría, según el pensar unánime de la tradición, empalma con la realidad de Jesús, con su misión para siempre. Así como la ley es alabada y honrada, recibe los elogios y la admiración de sus seguidores; así Jesús: por la identificación entre la predicación de su reino y su propia persona, por la fidelidad y la autenticidad de su vida y mensaje, merecerá el elogio de la perpetuidad.

La sabiduría se atribuye funciones sacerdotales, primero en el santuario del desierto (Ex 25-28), después en el templo de Jerusalén. Ben Sirá está muy unido al sacerdocio (45, 6-25) y al culto, que presenta como sabiduría divina, porque este culto está codificado por la ley. Además el lugar único e ideal del culto es Jerusalén, lugar donde se manifestará la gloria de la ley, y posteriormente la gloria de Jesús.

El pueblo, como elemento que corrobora la ley, es imprescindible en el A.T.: en último término, es Israel quien está dentro de la ley. El pueblo es el que va a aceptar la nueva configuración de la sabiduría. Israel tiene conciencia de su elección colectiva, de su personalidad como pueblo. El pueblo, como tal, acepta o rechaza la ley; el pueblo, como tal, se aparta o se acerca a la ley. En Jesús, sin olvidar este aspecto comunitario, entrará a contar también el aspecto de lucha personal.

EUCARISTÍA 1986/02


4.

El evangelio de hoy es el mismo de la misa del día de Navidad. Como entonces ya lo comentamos, hoy lo vamos a presentar en paralelo con la primera lectura. Parece, en efecto, que el prólogo de Juan ha tenido muy en cuenta el discurso de la sabiduría que con toda razón ha sido escogido como primera lectura de este domingo.

El cap. 24 del libro del Eclesiástico constituye el núcleo doctrinalmente más importante de la obra. Precedido y seguido de proverbios de estilo tradicional, nos ofrece, en el centro del libro, un discurso de gran belleza literaria y de excepcional importancia teológica. Parecería que su lugar propio sería más bien el principio, como prólogo, o el final, como conclusión. El cuarto evangelio, efectivamente, aprovecha este tema para su prólogo.

Después de Eclo 24, 1-2, que es una especie de rúbrica que nos avisa de que la Sabiduría personificada va a hablar, los vv. 4-6 (que no leemos) nos hablan de la Sabiduría en sus orígenes, salida de la boca del Altísimo, es decir, como una Palabra que Dios pronuncia desde la eternidad, antes de empezar a pronunciar las demás palabras, creadoras de todo el universo. Mejor dicho: cuando Dios "decía" que existiera la luz, y los astros, y el resto de la creación, lo "decía" mediante la Palabra. Por ello la Palabra o Sabiduría se gloría de tener como lugar de estancia el cielo (v. 4), pero también de tener como obra y posesión el mar, la tierra y todos los pueblos (vv. 5-6). El prólogo del cuarto evangelio lo resume, sin imágenes poéticas, diciendo que la Palabra "en el principio estaba junto a Dios", y que por medio de ella "se hizo todo". Esta teología de la Palabra no se separa en ningún momento del monoteísmo radical que caracteriza a la fe yahvista. No se trata de una divinidad o semi-divinidad intermediaria entre Dios y todo lo demás. En los círculos piadosos, en los últimos tiempos del Antiguo Testamento, por respeto al Nombre de Dios y al misterio de su condición inaccesible (cf. 1 Tm 6,16), se le mencionaba indirectamente.

Cuando los libros sagrados hablaban de las intervenciones de Dios, tales como la creación, las apariciones de los patriarcas o las revelaciones hechas a Moisés o a los profetas, las traducciones a la lengua popular y los comentarios de los rabinos, en lugar de poner a Dios como sujeto, lo atribuían a su Palabra, a la Sabiduría, a su Espíritu o a su Gloria.

Dios había establecido con Israel una relación más íntima que con el resto de la creación. El autor del Eclesiástico lo expresa diciendo que el Creador ordenó a su Palabra que plantase su tienda en Israel (v.8). La Tienda, y la columna de nube que más arriba también ha citado (v.4) eran como sacramentos de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo, cuando después de sacarlo con mano poderosa de Egipto lo acompañó durante cuarenta años por el desierto, hasta introducirlo en la tierra prometida.

Entonces la antigua Tienda del desierto desapareció, siendo reemplazada por el Templo Santo (v.10). La Palabra está al propio tiempo íntimamente unida a Dios y distinta de él: le da culto desde el Templo, en Sión (v.10). Por esta presencia y esta liturgia Israel se convierte en "un pueblo glorioso", "la porción del Señor, su heredad" (v. 12). Todo ello, evidentemente, no son abstracciones metafísicas, sino teología de la historia, historia de la salvación: éxodo, la marcha por el desierto, la Ley dada en el Sinaí, la conquista de la tierra, la elección de David (implícita en la mención de Sión y Jerusalén, vv. 10-11) y el Templo de Salomón. No nos debe extrañar, pues, que para el evangelista, que veía en el misterio de Cristo la culminación de toda la historia salvífica, estos versículos se convirtieran en "...la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria" (Jn 1,14), y que, anticipándose al orden de los sinópticos, tenga prisa para contarnos la subida de Jesús al Templo para purificarlo (Jn 2,13-22).

Concluido el discursos de la Sabiduría de Eclo 22, el autor nos advierte que todo lo que lleva dicho se encuentra en el libro de la Ley de Moisés (Eclo 24,23). Análogamente, el autor del cuarto evangelio, al terminar su prólogo proclama que si Dios dio la Ley por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (v.17). "Gracia y verdad" citadas ya en el v.14, el de la encarnación, y de nuevo ahora, en el v.17, eran atributos con que se había revelado Dios a Moisés en el Sinaí, como un Dios fiel en el amor. La Ley quería solo custodiar ese amor, esperando la venida del Hijo único (v.18).

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977/01


5.

El c. 24, por la riqueza de contenido y por la belleza de forma, es el más importante de todo el libro y constituye una de las cimas de toda la literatura sapiencial. Se desarrolla en dos partes: la primera es un discurso a la sabiduría (vv. 1-30); la segunda son reflexiones personales del autor (vv. 32-47).

La sabiduría en persona canta a sus propias excelencias. De alcance cósmico y transcendente, la sabiduría ha venido a habitar en Israel y ha plantado sus reales en Jerusalén. De ahí que a Israel, es decir a la asamblea del Altísimo, dirige su discurso en presencia de Dios todopoderoso.

La sabiduría se identifica por una parte con la palabra de Dios, presentada en forma de persona, y por otra como una niebla que cubre la tierra, a la manera del espíritu que cubría la superficie del caos al comienzo de la creación (Gén 1, 2).

Antes de manifestarse a los hombres, la sabiduría preexistía ya junto a Dios, es decir tenía su morada en las alturas, en una especie de trono sostenido por las nubes a modo de columnas.

La sabiduría ha recorrido el mundo entero como si anduviera buscando un lugar de reposo entre los mortales. Entonces recibió de Dios orden de establecerse en Jacob para convertirse en la posesión o en la herencia de Israel. Esta encarnación en medio de los hombres no afecta para nada la transcendencia de la sabiduría, creada antes de todos los siglos, desde el principio, y destinada a subsistir por toda la eternidad. Dentro de Israel, la sabiduría ejerce su ministerio en la santa morada, en Sión. Ha sido ella la que ha inspirado al pueblo elegido una liturgia digna de la santidad de Dios. Esta elección divina y esta presencia de la sabiduría han hecho de Jerusalén la ciudad escogida.

Las expresiones e imágenes utilizadas aquí por el Eclesiástico implican evidentemente la identificación de la sabiduría con la Ley mosaica. Este hecho ha convertido a Israel en un pueblo glorioso, en la porción y heredad del Señor.

La sabiduría concluye su discurso invitando a los judíos a saciarse de sus frutos (cf Mt 11, 28). Si la sola consideración de la sabiduría hace felices a los hombres, cuanto más la posesión de sus bienes, que son más dulces que la miel. Nunca llegan a cansar; cuanto más se comen, más aumentan el apetito.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 578 s.


6. /Si/24/01-22

El texto de hoy podría titularse «Poema en honor de la sabiduría». El Eclesiástico canta con gozo la elección de Israel entre todos los pueblos como sede de la sabiduría. Al mismo tiempo, el torrente de imágenes poéticas va trazando con pinceladas luminosas el cuadro glorioso de los bienes que la sabiduría trajo al pueblo elegido. No podía ser de otro modo, ya que su presencia es un regalo del Señor: "El creador del universo me ordenó...: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad» (v 8). Ha paseado por todas partes como «soberana» (6); pero sólo en la heredad de Israel se va a establecer de forma permanente. Bajo esta imaginación torrencial del poema se sienten los latidos de un corazón a punto de estallar, cautivado por el esplendor de la sabiduría en medio de su pueblo. Ella ha configurado su historia gloriosa. El poema canta la propia patria, que ve surgir no del brillo de las espadas ni del estallido sangriento de batallas, sino como esplendor de la fuerza fecundante del espíritu. Se trata de una apología de la inteligencia frente a quienes creen que un pueblo se levanta sobre todo a fuerza de brazos y de músculos. Es de notar que la sabiduría se presenta como una palabra divina que, salida de la boca del Altísimo, recorre majestuosamente el mundo, y todos los que la ven pasar la aclaman como reina. Al mismo tiempo percibimos en el poema una nota sombría y trágica: el destino incomprensible de la inteligencia, la cual, aunque se impone en todos los lugares que recorre, no encuentra reposo en ningún sitio ni nadie que la invite a morar en él para siempre. Ni siquiera en el pueblo escogido desean todos su compañía. De ahí la invitación final a que se acerquen a ella todos los que la desean. Y una advertencia a quienes crean que la búsqueda de la sabiduría termina en el reposo de la saciedad: «El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed» (21). Pero sí se promete la liberación del espíritu: «El que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará» (22).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 390