COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 3, 15-16.21-22
Par.: Mt 3, 13-17  Mc 1, 9-11

 

1. J/ORACION

Jesús es bautizado exactamente lo mismo que lo ha sido el pueblo anteriormente. Jesús participa del gesto del pueblo, aceptando un "bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (v.3).

El gesto de Jesús es sorprendente: le sitúa entre los pecadores.

Semejante gesto, difícil de entender para algunos cristianos, no pudo ser inventado por unos cristianos más propensos a subrayar el carácter único de Jesús que su participación en el común destino de los hombres. Los escritos del Nuevo Testamento se ocuparán de atestiguar la verdad de dos afirmaciones que una mirada demasiado rápida juzgaría contradictorias: Jesús participó totalmente en el destino de la humanidad pecadora, pero Jesús no participó en modo alguno en el pecado humano. Es bien conocida la frase de la carta a lo Hebreos, que expresa categóricamente: "pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb/04/15). En nuestro evangelio, Lucas presenta a Jesús como miembro, por completo, de la humanidad pecadora, inmediatamente antes de hacer oír la "voz del cielo" que afirma el carácter particular de Jesús,"Hijo engendrado hoy".

Lucas es el único en decir que Jesús durante su bautismo está "en oración". Jesús ora antes de que el Espíritu Santo "descienda sobre él" y antes de que le sea claramente dicha la frase que define su misión y, más que su misión, su misterio personal. La intención de Lucas al relacionar oración y don del Espíritu, por una parte, y oración y una mejor comprensión de la vocación cristiana y apostólica, por otra, aparece muy claramente en el libro de los Hechos. Citemos sólo dos pasajes: en el momento en que la comunidad apostólica se encuentra en oración recibe el don del Espíritu: "Mientras oraban... todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (4,31); y es durante una celebración cuando la comunidad de Antioquía comprende su deber de enviar en misión a Bernabé y a Saulo: "Mientras celebraban el culto del Señor... dijo el Espíritu Santo: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado" (13,2).

De hecho, lo divino se comunica a Jesús; primeramente, a través del don del Espíritu. La insistencia de Lucas en el carácter visible -"en forma corporal"- , y sin embargo indefinible -"como una palabra" (ver los tímidos "como" de Ezequiel, cap. 1, queriendo describir una experiencia indescriptible con la ayuda de palabras aproximadas)-, tiende probablemente a afirmar que la presencia del Espíritu de Dios no podía escapar a quienquiera que mirase a Jesús con una mirada libre (ver en 11,14-20 la crítica a quienes no saben ver en Jesús más que el espíritu del mal y explicar sus gestos por tal espíritu).

Así, desde el Bautismo, Jesús recibe el Espíritu con vistas a su entronización real. Los Hechos prefieren reservar la recepción del Espíritu para el momento de la exaltación, el momento en que Jesús fue "constituido Cristo" (2,33.36). Nuestro evangelio hace que esta efusión (que, por otra parte, no es enteramente la misma) y esta entronización mesiánica se remonten al momento del bautismo. A partir de ese momento se realiza la promesa hecha por el ángel a María: "Será llamado Hijo... El Señor le dará el trono". A partir de ese momento es eficaz el Espíritu en Jesús: inmediatamente le penetra, le "llena" y le "conduce" a través del desierto. Jesús, por su parte, no dejará de proclamar muy pronto la presencia eficaz del Espíritu de Dios: "El Espíritu del Señor está sobre mí... Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (4,18.21).

Otra señal de una relación nueva establecida entre Dios y los hombres en tanto "se abre" el cielo, es la frase dirigida a Jesús: "Tú eres...". El solo hecho de que se le diga a un hombre una palabra celeste traduce las buenas relaciones que se instauran entre los dos mundos. Tales palabras son debidas a la mediación de aquel que es llamado "hijo" mesiánico. En el Antiguo Testamento, el Ungido del Señor conversa con Dios de forma privilegiada. Dios habla a Salomón en el Templo (1 Re 3,4-15) y Salomón se dirige a él en un lugar semejante (1 Re 8,22-53), "El me llama y yo le respondo", dice el Señor en un salmo (91,15) en el que algunos encuentran la expresión de la realidad mesiánica.

La palabra divina dirigida a este miembro del pueblo, que ha venido para hacerse bautizar, es tanto más significativa de las buenas disposiciones de Dios para con los hombres cuanto que deja oír, por una parte, que en Jesús los hombres van a conducirse de manera filial con respecto a Dios, y , por otra, que a causa de Jesús, Dios adoptará una actitud paterna con respecto a los hombres. "Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo", dice Dios del descendiente de David, prototipo de todos los "ungidos del Señor", prototipo de todos los miembros del pueblo de Dios unidos al Señor por su Mesías.

HOY/PRESENTE: Terminemos este comentario evangélico subrayando el "hoy" característico de Lucas, que aparece en la cita sálmica -"Hoy te he engendrado"- y que vuelve a aparecer un poco más adelante en el sermón de Nazaret. Tomando sus distancias frente a una fe evangélica demasiado exclusivamente orientada hacia la salvación futura, Lucas subraya la prioridad del presente. Es "hoy" cuando Jesús es Mesías-Salvador de su pueblo; "hoy" cuando entabla el combate contra los "enemigos"; "hoy" cuando se entrega a Dios...

"Hoy" es también cuando las palabras de la Escritura se cumplen para todos aquellos que participan en la unción regia de Jesús, reciben la efusión del Espíritu y entablan en torno a él el "gran combate". El tema del hoy de la acción divina toca fácilmente el corazón de los cristianos contemporáneos; Lucas nos ofrece la ocasión de subrayar este tema, de impulsar a los cristianos a vivirlo más.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 122


2. UTOPIA/ORACION:

Texto. Empieza recogiendo el impacto producido en la gente por el profeta Juan. Lucas habla de impacto mesiánico, es decir, la posibilidad de hablarnos ante el Mesías, el enviado por Dios para llevar a cabo la restauración de Israel y manifestar el triunfo del poder y de la soberanía de Dios.

El profeta disipa dudas hablando de uno más poderoso que él, ante quien él no tendrá ningún derecho. La imagen empleada para expresar esto, desatar la correa de las sandalias, no está tomada del mundo de los esclavos, sino de la tradición jurídica judía. Desatar a uno la correa del calzado significaba privarle de sus derechos. El poderío del que viene lo formula Juan con las imágenes del Espíritu y del fuego, en clara alusión al capítulo 3 del profeta Joel, fantasía de liberación y de final de desgracias.

Asociado a la gran reacción popular provocada por el profeta Juan, aparece Jesús. Sin embargo, Lucas no carga el acento sobre el bautismo. Este parece ser sólo la ocasión que propicia lo que para Lucas es verdaderamente importante: apertura del cielo, descenso del Espíritu Santo y voz del Padre. Todo esto tienen lugar mientras Jesús oraba, sin especificar el contenido de la oración.

En esta oración se halla probablemente la clave para comprender el significado del texto. Todo judío oraba diariamente a Dios pidiéndole la venida del Mesías. Esta es la petición que parece presuponer también Lucas en la oración de Jesús. No se trata, pues, de una oración particular en beneficio propio, sino de la oración pidiendo a Dios la venida del mesías que lleve a cabo la restauración de Israel y manifieste el triunfo del poder y de la soberanía de Dios en beneficio de todo el Pueblo.

Pues bien, nos dice Lucas, el Mesías está ahí: es Jesús. ¿Cómo nos lo dice? Sirviéndose de la apertura del cielo, la bajada del Espíritu en forma de paloma y la voz del Padre: imágenes que en la literatura profética y apocalíptica guardan relación con el día del Señor y la venida del Mesías. Lo que el profeta Juan decía que él no era, eso es Jesús. Estamos, pues, ante el Mesías, ante quien va a llevar a cabo la restauración del pueblo de Dios y va a manifestar el triunfo del poder y de la soberanía de Dios.

Las palabras finales del Padre, sin embargo, quitan a esta restauración y a este triunfo cualquier resabio triunfalista. En las palabras "mi predilecto" hay que ver probablemente una alusión a Isaías 42, 1, la frase inicial del primer canto del Siervo, con toda su carga evocadora de dificultades y sufrimientos (ver primera lectura).

En resumen: el texto disipa toda posible duda sobre quién es el Mesías, identificando a éste con Jesús, pues entramos en los nuevos tiempos, que paradójicamente se anuncian arriesgados.

Comentario. Poco tiene que ver el texto con una temática bautismal. Si, no obstante, se considera oportuno hablar del bautismo, hágase saber que ello no obedece a razones textuales.

Más en consonancia con estas razones es la línea litúrgica oriental que habla de Epifanía de Jesús.

Decir que Jesús es el Mesías significa relacionar a Jesús con la utopía. Parece que no corren buenos tiempos para esta temática y para esta realidad. Tendremos, pues, que hacer un sobreesfuerzo para recuperarlas. De lo contrario renunciamos a algo esencial, pues renunciamos a lo que el Padre quiere enviando a su Hijo.

Rasgo característico de Lucas es su insistencia en la oración. La comunicación con Dios como clima en el que desarrollar la vida.

La búsqueda de la utopía contando con Dios. El texto de hoy es una primera invitación a cambiar una práctica de la comunicación con Dios basada en la búsqueda del beneficio propio, sea éste espiritual o material. Lucas nos invita a concebir y practicar la oración como búsqueda de la utopía, es decir, del beneficio y de la prosperidad de todos.

ALBERTO  BENITO
DABAR 1989, 8


3. ES/JUICIO 

Lucas, a diferencia de Mateo y Marcos, toca el tema del bautismo sólo de paso y para poner de relieve la teofanía. Los rasgos peculiares de Lucas son: -la oración de Jesús, un tema característico de Lucas (cfr. 5,16; 6,12; 9,18.28-29; 11,1); -la forma corpórea de la paloma. El evangelista quiere, con esta forma de representar la manifestación de Dios, dar una respuesta perceptible a la oración de Jesús.

El Bautista rechaza toda dignidad mesiánica, pero deja muy clara su relación personal con el Mesías. Su persona, actividad, su vida, sólo se comprenden a la luz de Jesús. ¿Cuál es la relación entre el bautismo de agua y bautizar con Espíritu? Bautizar con Espíritu es una forma figurada de proclamar que la efusión del Espíritu Santo por medio del Mesías es el primer don de la época de la salvación y del reino. El Espíritu es el don por excelencia del Mesías.

Pero la presencia del Espíritu, como don de salvación, opera siempre un juicio. Aquí el fuego no es símbolo de la acción purificadora del Espíritu, sino del juicio, como muestra claramente el versículo siguiente. La actitud con que cada uno se prepara para recibir al que viene y la actitud que toma frente a él, hace que el bautismo sea con Espíritu o con fuego.

Lucas se esfuerza por clarificar el mensaje de Jesús. El descenso, el aletear, del Espíritu en forma de paloma parece aludir al inicio del mundo (Gn/01/02). Allí el espíritu aleteaba sobre las aguas para iniciar el orden cósmico. Con su descenso sobre Jesús el Espíritu inicia una nueva creación.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 2


4.

"El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego". Los sacramentos de la Iglesia (el sacramento del bautismo, la eucaristía), no son sólo unos ritos externos, con su simbolismo más o menos rico, acompañados de nuestra plegaria personal y comunitaria, de nuestros deseos, propósitos o compromisos. Con el agua, el celebrante, la comunidad reunida y nosotros mismos, hay siempre -¡y sobre todo!- "el que puede más que yo". Aquel sobre el cual bajó el Espíritu Santo nos bautiza a nosotros "con el Espíritu Santo y con fuego". La acción de los sacramentos penetra hasta el fondo de nuestro ser como un fuego purificador, transforma íntimamente como sólo el Espíritu de Dios puede hacerlo. También nosotros, pues, según nuestra capacidad, tenemos el cielo abierto, también sobre nosotros desciende el Espíritu Santo, también escuchamos la voz del Padre que nos dice: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1986, 2


5.

Según una interpretación moralizante y legalista, el bautismo de Jesús sería sólo un ejemplo de humildad, o de sumisión a los ritos eclesiales. La importancia que los cuatro evangelios le atribuyen (el bautismo en sí, o a lo que tuvo lugar en aquella ocasión) significa que es bastante más. Los episodios evangélicos que ofrecen alguna dificultad teológica son precisamente los que mayores garantías tienen de autenticidad: éste es el caso del bautismo de Jesús por Juan. Mateo obvia la dificultad que este hecho implicaba para la dignidad mesiánica mediante un diálogo entre el Mesías y su precursor, en el que este último reconoce su inferioridad. Lucas pasa rápidamente por encima del hecho concreto del bautismo de Jesús, sin mencionar quien lo bautizó y, por lo que dice en los dos versículos anteriores (19-20), el lector desprevenido pensaría que el Bautista ya está en prisión.

Como nuestro leccionario se salta estos versículos, pasamos del anuncio que hace el Bautista del que ha de venir a bautizar con Espíritu Santo y fuego (vv. 15-16) a la teofanía del Jordán.

Es característico de Lc, que siempre insiste en la oración, indicar que la manifestación divina tiene lugar mientras Jesús oraba (v. 21): hay que pedir insistentemente el Espíritu (cf. 11. 13: "...cuanto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan"). La oración de Jesús en el Jordán es una epíclesis, como la que los apóstoles deberán pronunciar para pedir que el Espíritu descienda sobre los creyentes, los cuales, también, será necesario que lo pidan y crean que el Padre se lo concederá por medio de Jesucristo. Es la antigua plegaria del final del libro de Isaías: "¿Donde está el que hizo salir del agua al pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso en medio de ellos a su Espíritu Santo? ... ¡Ojalá rompieras los cielos y bajases!" (Is 63, 9-12).

La voz del Padre y una visión sensible del Espíritu dan testimonio de que Jesús de Nazaret es el Hijo amado, objeto de la predilección del Padre (cf. la 1. lectura). Lucas lo subraya con una adición propia: la cita del salmo 2, 7, "tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy". La traducción oficial castellana sigue un texto ligeramente distinto, en el que, a pesar de que la referencia al salmo 2 es evidente, no es tan literal: no aparece el hoy del salmo, que algunos autores, siguiendo otros manuscritos, creen que debe retenerse en el texto de Lucas. Este evangelista insiste repetidas veces en el hoy (2, 11; 3, 22; 4, 21; 19, 5.9; 23, 43) como un modo de actualizar el acontecimiento salvífico para el lector u oyente de su evangelio.

En este pasaje, queda fuera de dudas que Lucas piensa en el bautismo de los cristianos, el hoy en el que cada uno de ellos, tras haber creído y haber orado, se ha sumergido o bautizado en el agua, ha salido de ella y ha recibido la unción sacramental, para, incorporado al Hijo único, tener también a Dios como Padre.

El, el Padre, tiene, en el bautismo de Jesús y en el nuestro, el principal papel.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977


6. JBTA/BAUTISMO:

El texto que comentamos está formado por dos relatos diferentes: a) el primero (3, 15-16) precisa la diferencia que existe entre el bautismo de Juan (con agua) y el de Cristo ( en el espíritu). b) El segundo (3, 21-22) desvela toda la profundidad del bautismo de Jesús tal como se vive dentro de la iglesia.

El bautismo de Juan se mueve en la línea de los ritos de purificación del judaísmo de aquel tiempo: invita a los hombres a la renovación total de su existencia y les mantiene en la esperanza del juicio, representado en la irrupción recreadora del Espíritu. La iglesia sabe que la verdad de esa esperanza se ha cumplido ya en Jesús: por eso bautiza a los hombres con Espíritu Santo y con fuego, es decir, les introduce en ámbito del juicio destructor (fuego) y transformante (Espíritu).

Toda la realidad del bautismo que Jesús ofrece a los hombres se encuentra contenida de un modo ejemplar y supremo en su propio bautismo. La antigua tradición refiere que Jesús recibió el bautismo que impartía Juan (cfr Mc 1,9) y añade que en este momento se vino a desvelar su cometido de enviado apocalíptico de Dios: el cielo se abrió, vino el Espíritu y Dios le proclamó su siervo, hijo o enviado ( cfr Mc 1, 10-11). El evangelio de Lucas (3, 21-22) remodela el sentido de esos datos. Ya no le importa Juan y puede prescindir de su figura. La abertura del cielo no es signo del final del tiempo, sino un medio necesario para que el Espíritu descienda. Todo se ha centrado en ese Espíritu y en la voz del cielo (Padre) que proclama a Jesús como su hijo. Aquí se centra la base y el sentido del bautismo de la iglesia.

El bautismo constituye antes que nada una revelación o epifanía de Dios en Jesucristo. Jesús se manifiesta desde entonces como el "Hijo". Esto no quiere decir que antes no lo fuera; simplemente afirma que en el fondo de la vida de Jesús hay un misterio que sólo se comprende a través de Dios y de su Espíritu.

Dios es desde ahora aquel que se ha venido a manifestar en Jesús como su "hijo". Dios adopta a Jesús, como adoptaba a los reyes de Israel en el momento de su coronación, constituyéndoles representantes suyos ante el mundo. Los reyes recibían su función al ser ungidos con aceite. Jesús, al recibir toda la fuerza de Dios, que es el Espíritu; por eso se le llama ungido (mesías).

Pero Jesús no es un ungido más entre los otros. Jesús ha recibido toda la presencia del Espíritu y, por eso, es de verdad "el Hijo", es decir, aquél a quien Dios escoge de una forma definitiva, aquél a quien Dios escoge de una forma definitiva, aquél en quien Dios se ha hecho presente de manera insuperable. Por eso, Jesús no es simplemente un hijo de los hombres al que Dios por su bondad acoge y ama. Jesús proviene desde el fondo del misterio de Dios como su "Hijo": su expresión y su presencia, su enviado.

El misterio de Jesús implica según eso dos vertientes: a)por un lado es el Mesías (el ungido), porque tiene la fuerza del Espíritu y realiza su obra entre los hombres (les introduce en la urgencia escatológica del juicio); b) por otro es Hijo, porque se halla cerca de su Padre, ha recibido su palabra creadora (tú eres mi Hijo) y le hace presente sobre el mundo.

De todo esto debemos sacar dos conclusiones: a)la primera pertenece al campo de la fe: somos cristianos los que en el fondo de Jesús descubrimos el amor del Padre que le envía y la fuerza del Espíritu que actúa por medio de su obra; b)la segunda nos introduce en la práctica: aceptar el bautismo de Jesús (3,16) significa recibir su "Espíritu" (de gracia y exigencia) como la verdad definitiva, el juicio de Dios sobre la historia. Y no olvidemos que a esto se llega a través del bautismo de conversión que Juan ha proclamado un día en medio de su pueblo.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1251 ss.


7.

Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo

Después de la preparación que Juan ha llevado a cabo (cf. domingos 2 y 3 de Adviento), Jesús aparece en público y tiene lugar la manifestación divina que marca el inicio de su misión.

La primera parte del evangelio de hoy presenta el contraste entre Juan y Jesús, que Lucas quiere resaltar especialmente por las confusiones que seguramente se daban en su ambiente.

Juan, con su bautismo de agua, hace solamente un acto simbólico de voluntad de purificación. Jesús, en cambio, aparece con las características del enviado de Dios para los últimos tiempos: es "poderoso" y realizará la transformación definitiva esperada, la irrupción de Dios "con Espíritu Santo y fuego".

La segunda parte presenta a Jesús en el Jordán, el lugar adonde se dirige el pueblo deseoso de purificación. Lucas dice casi de pasada que Jesús es bautizado, y se centra en la teofanía que tiene lugar a continuación. La escena ocurre en la oración, es una experiencia de relación intensa con Dios, como a Lucas le gusta subrayar a menudo. Y la experiencia es explicada recurriendo a referencias del AT: el cielo se abre para que Dios baje y dé cumplimiento al anhelo manifestado en Is 45,8 y 63,19; el Espíritu baja sobre Jesús evocando a Is 61,1 y también las promesas del fin de los tiempos; y lo hace en forma de paloma, revoloteando sobre las aguas del mismo modo que en la creación, para señalar que se inicia una nueva creación. Finalmente, las palabras que se oyen son el inicio del primer cántico del siervo de Yahvé (Is 42,1-7): Jesús es este siervo, y a él se aplica con propiedad el nombre de Hijo amado; él, como dice el cántico, será alianza del pueblo, luz de las naciones, para devolver la vista a los ojos que han quedado ciegos...

Lucas empezará su segundo libro, los Hechos de los apóstoles, con otra escena como ésta, pero que tiene como destinatarios a todos los creyentes: Pentecostés.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1995, 1


8.

Un padre debe decir a su hijo que le quiere, sugiere el predicador del Papa
Comenta el Evangelio de la fiesta del Bautismo del Señor

ROMA, viernes, 7 enero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al Evangelio de la liturgia del próximo domingo, 9 de enero (Mt 3,13-17), fiesta del Bautismo del Señor.

Cuando se escribe la vida de los grandes artistas y poetas, siempre se intenta descubrir la persona (en general la mujer) que ha sido, para el genio, la fuente de inspiración, la musa frecuentemente escondida. También en la vida de Cristo hallamos un amor secreto que ha sido el motivo inspirador de todo lo que hizo: su amor por el Padre celestial. Ahora, con ocasión del Bautismo en el Jordán, descubrimos que este amor es recíproco. El Padre proclama a Jesús su «Hijo predilecto» y le manifiesta toda su complacencia enviando sobre él el Espíritu Santo, que es su mismo amor personificado.

Según la Escritura, como la relación hombre-mujer tiene su modelo en la relación Cristo-Iglesia, así la relación padre-hijo tiene su modelo en la relación entre Dios Padre y su Hijo Jesús. De Dios padre «toda paternidad en los cielos y en la tierra toma nombre» (Ef 3,15), esto es, saca existencia, sentido y valor. Es una ocasión para reflexionar sobre este delicado tema. Quién sabe por qué la literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad explotan una sola relación humana: la de fondo sexual entre el hombre y la mujer, entre el marido y la esposa. Dejamos en cambio casi del todo inexplorada otra relación humana igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de gozo de la vida: la relación padres-hijos, la alegría de la paternidad.

Igual que el cáncer ataca habitualmente los órganos más delicados en el hombre y en la mujer, así el poder destructor del pecado y del mal ataca los ganglios más vitales de la existencia humana. No hay nada que sea sometido al abuso, a la explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo, paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación... El sufrimiento es recíproco. Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o directamente despreciados por los hijos, por los cuales han hecho cuanto han podido. Y hay hijos cuyo más profundo y no confesado sufrimiento es sentirse incomprendidos o rechazados por el padre, y que en un momento de irritación, tal vez han oído decir del propio padre: «¡Tú no eres mi hijo!». ¿Qué hacer? Ante todo creer. Reencontrar la confianza en la paternidad. Pedir a Dios el don de saber ser padre. Después esforzarse también en imitar al Padre celeste.

San Pablo traza así la relación padres-hijos: «Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se desanimen» (Col 3,20-21). A los hijos recomienda la obediencia, pero una obediencia filial, no de esclavos o de militares; a los padres que «no exasperen» a los hijos; esto es, en sentido positivo, tener paciencia, comprensión, no exigir todo inmediatamente, saber esperar a que los hijos maduren, saber disculpar sus errores. Se trata de no desalentar con continuos reproches y observaciones negativas, sino más bien animar cada pequeño esfuerzo. Comunicar sentido de libertad, de protección, de confianza en sí mismos, de seguridad.

Como hace Dios, que dice querer ser siempre para nosotros una «roca de defensa» y una «ayuda siempre cercada en las angustias» (Sal 46). No tengáis miedo de imitar alguna vez, a la letra, a Dios Padre y de decir al propio hijo o hija: «¡Tú eres mi hijo amado! ¡Tú eres mi hija amada! ¡Estoy orgulloso de ti, de ser tu padre!». Si sale del corazón en el momento adecuado, esta palabra hace milagros, da alas al corazón del chaval o de la joven. Y para el padre es como generar una segunda vez, más conscientemente, al propio hijo.