17 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - CICLO C
1-7

1. J/CENTRO.

Sabemos que el bautismo de Cristo tiene poco que ver con el bautismo cristiano. Son dos cosas muy distintas, unidas poco más que por un paralelismo semántico. Una homilía en verdad respetuosa para con las exigencias de los textos bíblicos propuestos para este domingo, no debe tematizar hoy el sacramento del bautismo cristiano. Este arranca del misterio pascual de Cristo y de la incorporación del creyente al mismo, no del bautismo de Jesús.

Como puede verse palmariamente en el texto evangélico de Lucas, el bautismo de Jesús por parte del Bautista es aludido narrativamente sólo como marco de algo que constituye más hondamente su intención teológica verdadera: la teofanía que tuvo lugar con ocasión del bautismo de Jesús. Al principio de su vida pública, Jesús se hace bautizar por Juan. Se abre el cielo, el Espíritu Santo se manifiesta sobre Jesús y una voz dice: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". Es algo así como la presentación pública de Jesús, su presentación en sociedad por parte de Dios. Dicho con palabras técnicas, es la investidura mesiánica de Jesús. Este hombre, Jesús, que se deja bautizar por Juan mezclado anónimamente entre la masas del pueblo, no es un hombre cualquiera. Dios rompe su silencio, irrumpe públicamente para sacar de su anonimato a Jesús, al comienzo de su vida pública, y presentarlo ante todos como su enviado, como el mesías esperado, como el mesías definitivo, porque Jesús es el "Hijo, el amado, el predilecto".

Oscuramente y de muchos modos había hablado Dios antiguamente (Heb. 1,1), pero, de alguna manera, había también permanecido en silencio, reservándose su Palabra total y definitiva. Al comienzo de la vida pública de Jesús, Dios rompe su silencio ancestral y, dispuesto a pronunciar ya su palabra definitivo (Jesús, el Verbo, la Palabra), la prologa y presenta en una teofanía, como diciendo: estad atentos, abrid bien los oídos y los ojos, porque empieza a pronunciarse y vivir entre vosotros mi palabra, palabra ya clara y definitiva, porque esta palabra es precisamente mi mismo Hijo, el amado y predilecto.

Las otras dos lecturas van a lo mismo. Jesús el Hijo es la realización definitiva en la historia del anuncio del siervo de Yahvéh, que también es presentado y anunciado -a su manera- como una palabra de Dios, provisional: "mi siervo, elegido, preferido, sostenido por mí, luz de las naciones, alianza del pueblo, enviado a abrir los ojos de los ciegos y liberar a los cautivos..." En la segunda lectura, Pedro habla de lo mismo. Dios envió su palabra a los israelitas, anunciando (presentando) a Jesús, Señor para todos. Jesús, que fue ungido (investidura mesiánica) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (paloma)... porque Dios estaba con él (tú eres mi Hijo). ¿No pueden aplicarse todas estas palabras de Pedro al bautismo de Jesús? Y junto a la investidura mesiánica y presentación pública de Jesús por parte de Dios, va unida una misión, presente explícitamente hoy sólo en las dos primeras lecturas: la misión de evangelizar a los pobres, curar a los enfermos, liberar a los cautivos... Será una características de la manera que Dios tiene de pronunciar su palabra.

El sentido teológico y bíblico del bautismo de Jesús está claro, pues. No tiene nada que ver directamente con el bautismo cristiano, Pero ¿qué incidencia significativa tiene para nuestra fe? Muy claro también: por ser la palabra total y definitiva de Dios al hombre, por ser su Hijo, Jesús tiene una función de mediación total y definitiva, esencial en nuestra relación con el Padre. El término final de nuestra fe cristiana es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pero esa relación no puede llevarse plenamente a efecto, sino a través de la mediación de Jesús. Es, de alguna manera, el cristocentrismo del cristianismo.

Es decir, la formulación perfecta y definitiva de nuestra relación con Dios la encontramos nosotros en Jesús. Por eso optamos por ser cristianos. Y ser cristiano es entonces querer vivir en comunión con la vivencia religiosa de Jesús, con la fe de Jesús, a la que reconocemos como arquetipo y norma común, universal y definitiva de nuestra fe. La fe tiende por su misma esencia a ser respuesta adecuada a una revelación de Dios, a una palabra anunciadora de salvación, de la que nadie más que Jesús ha tenido una experiencia primaria y definitiva. Cualquier intento de profesar la fe cristiana en Dios salvador tiene que pasar por la mediación de este testimonio primordial. No tenemos revelación a domicilio, según nuestro propio capricho o ingenio.

No nos ha sido dado bajo el cielo otro nombre que el de Jesús en el cual podamos encontrar la salvación. Es una especie de carácter absorbente centralista, tozudo o totalitario del cristianismo: este hombre, Jesús, aparentememte pobre, desvalido, desacreditado y ejecutado, ha sido constituido por Dios Señor y Cristo (/Hch/02/36) y no hay para la salvación integral y perfecta otro camino que Jesús. Ninguna religión se ha atrevido a decir otro tanto de ningún hombre. Tampoco ningún hombre en su sano juicio ha dicho de sí mismo lo que Jesús.

Jesús es, pues -así ha sido anunciado y presentado por su Padre- el arquetipo, el tipo, la norma, el camino, la verdad, la vida, la puerta, la luz, el alfa, la omega, el proyecto definitivo, el futuro, la explicación, el sentido, la clave...

La teofanía del bautismo habría que empalmarla con la de la transfiguración (Mc. 9,7): "Este es mi Hijo predilecto, escuchadle", y , posteriormente, con las palabras de Jesús (Lc. 10, 16): "el que os oye a vosotros, me oye a mí; el que os rechaza, a mí me rechaza", y aquellas otras (Mt. 28, 20): "yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo". Lo cual significa que este reconocimiento de Jesús como palabra total y enviado definitivo no es posible en un plano meramente intelectual, sino que comporta un acogimiento ético en nuestra vida (escuchadle), y no puede ser captado y vivido de un modo individualista (por libre, con revelación a domicilio), sino en el seno de la comunidad eclesial, en comunión y en continuidad con la sucesión de creyentes que empalman a través de los apóstoles con Jesús, para vivir su misma experiencia definitiva.

Es el tema de los aspectos eclesiales de la fe, que ya se sale de este tema propuesto. Una conclusión parenética obligada ha de ser la de autoinvitarnos a un examen y análisis serio de la vivencia de nuestra fe cristiana para evaluar nuestro cristocentrismo o la marginación de este hombre, Jesús de Nazaret, en nuestra fe. Analizar hasta qué punto él es muy concreta y realmente en mi fe el Señor personal, reverencial y amorosamente creído y adorado.

DABAR 1977, 11


2.

El hombre vive en el mundo. Esta afirmación no debe entenderse como si el hombre viviera simplemente en un lugar y un tiempo determinado, sino en el sentido de que el hombre vive en el mundo de los hombres y, por lo tanto, en relación con los hombres y ocupado con ellos en los asuntos y problemas de la convivencia humana. Cuando una persona no hace acto de presencia en el mundo así entendido, da la impresión de que su vida se diluye en un mundo de fantasía y que pierde realidad. En este sentido si el Hijo de Dios nacido de la Virgen María no hubiera llegado a una confrontación pública con los hombres, si no se hubiera manifestado en lo que es ante el mundo, su encarnación hubiera quedado incompleta; no podríamos decir que Dios ha venido a nuestro mundo, porque nuestro mundo no es como un bosque de árboles en el que cada uno está simplemente ahí, sin intimidad, o sin intimidad para los otros hombres. El hombre vive siempre en relación con los otros hombres, en una confrontación de su yo con el tú y con el vosotros. Así, pues, la vida pública de Cristo, que comienza en el bautismo y termina en la cruz debe entenderse también como la encarnación llevada a sus últimas consecuencias.

Por eso los Apóstoles serán testigos de todo lo que Jesús hizo y dijo a partir de su bautismo en el Jordán hasta la resurrección de entre los muertos.

El bautismo de Jesús en el Jordán es la presentación de Cristo como el "Hijo" de Dios y el "Ungido por el Espíritu Santo" ante el pueblo de Israel. Precisamente es San Lucas el que destaca mejor que ningún otro esta dimensión pública del bautismo de Cristo, pues presenta el acontecimiento del bautismo de Cristo en el Jordán como un hecho visible para todos los presentes. Todos según San Lucas, vieron cómo descendía el Espíritu Santo sobre Jesús y escucharon la voz del Padre: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". El que había sido concebido por obra del Espíritu Santo, el que era ya en verdad Hijo de Dios desde su concepción, es ahora proclamado como tal ante el pueblo. Cristo es presentado como el enviado del Padre y el "Ungido por el Espíritu Santo".

A partir de este momento comenzará a proclamar el Reino de Dios, primero en Galilea, y toda su predicación será el anuncio de lo que él mismo es para todos los hombres en el mundo de los hombres. Porque él es la plenitud del Reino de Dios: él es el Hijo de Dios que se somete al Padre y que cumple en su vida toda la voluntad de Dios y todas las promesas. En Él se inaugura el "hoy" de nuestra salvación. El es aquel en quien habita la plenitud del Espíritu Santo. El es el "ungido" por el Espíritu de fortaleza, como había anunciado ya el profeta Isaías.

El camino de Cristo en su vida pública es la manifestación detallada de lo que ya al principio se manifiesta globalmente en su bautismo. El, el "ungido", lleno del Espíritu de Dios, "pasará haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo" con la fuerza del dedo de Dios, del Espíritu. Y movido por ese mismo Espíritu ofrecerá su vida en la cruz para redención de todos los hombres, y por la virtud de ese Espíritu, como dice San Pablo, será resucitado de entre los muertos y, así, en medio de su debilidad se manifestará la fuerza de Dios. El, de quien dice San Pedro, que "Dios estaba con él", el "Ungido" con el espíritu de fortaleza, es también el que pronuciará aquellas palabras en la cruz: "¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" Y, paradójicamente, en el supremo abandono de la cruz comenzará también su exaltación.

El es "el Hijo", el amado, predilecto del Padre, y toda su vida se alimentará de cumplir la voluntad del Padre, porque para eso ha venido a este mundo, para hacer la voluntad del Padre. Pero la voluntad del Padre es nuestra salvación. Cristo es el Siervo de Yavé del que nos habla el profeta Isaías en la primera lectura de hoy. El ha sido llamado "para promover fielmente el derecho, para implantarlo en la tierra, para abrir los ojos a los ciegos y sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas". Hace todo esto no con la ostentación de un poder, sino sin griterío y con la fuerza de su aparente debilidad.

BAU/VCR: También la vida del cristiano comienza en el bautismo. En el bautismo el cristiano es hecho hijo de Dios y recibe ya la comunicación del Espíritu. La confirmación no es otra cosa que la confirmación del bautismo, un rito en el que de una manera más expresa se nos confiere el don del Espíritu. Por el bautismo y la confirmación, el cristiano es invitado por Dios a llevar el testimonio de su vida a la realidad del mundo de los hombres. El cristiano no es para el mundo fuerza de Dios si no promueve la justicia y la liberación de los oprimidos y si no hace todo esto en la debilidad de su servicio, si no se alimenta también como Cristo de la voluntad del Padre y si no ve en la voluntad del Padre el servicio al mundo de los hombres. No es con griterío y con ostentación y poder como el cristiano ha de vivir realmente en el mundo. No es clamando y "voceando por las calles o cascando la caña quebrada y apagando el pábilo vacilante..." El cristiano ha de ser como el siervo de Yavé. Su bautismo le compromete para llevar el evangelio a la realidad de los hombres. En esta confrontación el cristiano no corre otro riesgo que el de Cristo.

Es posible que su vida termine en la cruz, pero cree firmemente que el que muere con Cristo resucitará con él.

Es una inconsecuencia de nuestra sociedad el que se bautice con "tanta alegría" a los niños y el que después se extrañe si por ventura, y por gracia de Dios, alguno de éstos trata de llevar el Evangelio con todas sus consecuencias a la vida pública.

EUCARISTÍA 1971, 11


3. El bautismo de Jesús, que la liturgia conmemora como un aspecto de la Epifanía del Señor, es un hecho que forma parte de la predicación apostólica primitiva en tanto que elemento integrante del mensaje evangélico. La importancia de este hecho radica en su profunda significación por lo que se refiere a la persona y a la obra de Jesús: representa la toma de conciencia definitiva de su misión mesiánica y la correspondiente ratificación por parte de Dios.

Teniendo en cuenta la orientación específica que Lucas da al bautismo de Jesús -inicio de su misión profética-, podemos orientar la homilía de hoy en el sentido de mostrar las repercusiones de la misión de Jesús en la vocación de todos los cristianos.

1) J/BAU/MISION: EL CRISTIANO PARTICIPA DE LA MISMA MISIÓN DE JESÚS. El bautismo de Jesús es la realización simbólica de su misterio pascual: descenso al agua (muerte victoriosa), subida del agua (vida resucitada), manifestación de la filiación divina (efusión del Espíritu, glorificación de Cristo). Por eso es un signo claro de los aspectos más importantes de su misión salvadora. Los textos bíblicos de la misa de hoy destacan algunos de ellos.

BAU/PRT-SCD-REY:Misión profética: "para que traiga el derecho (=anuncio de la salvación) a las naciones" (1. lectura); el contenido esencial del mensaje evangélico ("la buena nueva feliz") es él mismo: "la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos" (2. lectura).

Misión sacerdotal: la teofanía tiene lugar "mientras oraba" (evangelio); "ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo" (2. lectura).

Misión real: "promoverá fielmente el derecho, pero al mismo tiempo con dulzura, y el objetivo final de su misión es la liberación de todas las esclavitudes (1. lectura); "pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo" (2. lectura). Cristo, en el bautismo, aparece como el profeta, el sacerdote y el rey que ha venido a salvar a los hombres.

CR/MISION:La misión de Cristo es continuada por la Iglesia, formada por los creyentes en Jesús que, como El, han pasado por el bautismo.

Todos los cristianos son profetas, sacerdotes y reyes que proclaman la Buena Nueva ante los hombres, santifican el mundo y lo liberan de sus esclavitudes. La constitución "Lumen Gentium" del Vaticano II (nn. 34-36) recuerda que los laicos deben continuar la misión profética de Jesús, presentando el testimonio de su propia vida; la misión sacerdotal, contribuyendo a la consagración del mundo, y la misión real, saneando las estructuras y colaborando con todos los hombres en la tarea de la liberación progresiva de la humanidad.

2) LA MISIÓN DEL CRISTIANO EXIGE UNA ACTITUD ADULTA. Es significativo que el núcleo más primitivo del mensaje evangélico ignore todo lo que se refiere al nacimiento y niñez de Jesús, y se centre en la actividad del Jesús adulto, "desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión" (Hechos de los Apóstoles, 1, 22).

La conmemoración del bautismo de Jesús -punto inicial de su vida pública- nos ayuda a corregir la perspectiva excesivamente infantilizada de su figura, que pueden habernos dejado las celebraciones navideñas. En efecto, corremos el peligro de limitarnos a contemplar con ternura la manifestación de Dios en el niño de Belén, y de olvidar que la plena epifanía de Dios ha tenido lugar a través de la vida y la muerte de un hombre hecho y derecho, de un hombre que, con toda la seriedad de la edad adulta, supo asumir hasta el fin la responsabilidad de su misión.

La excesiva insistencia en las narraciones maravillosas de la infancia de Jesús puede causar la impresión de que el cristianismo es, al fin y al cabo, una cosa apta sólo para niños, y, en realidad, la fe cristiana supone una actitud cada vez más madura en la persona que la acepta. Si tenemos en cuenta todas las dimensiones que hemos señalado en la misión del cristiano, tendremos que convenir en que todo esto exige una actitud responsablemente adulta ante Dios, ante sí mismo y ante los demás.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1980, 2


4. MISION/UNCION:

Los judíos, cuando querían decir a una persona que Dios le había designado para una función, le ungían la cabeza. En un país cálido como aquel, suavizar el cabello con un perfume oleoso, se agradecía. Era una manera de decirle que Dios le escogía y le infundía el Espíritu para cumplir la misión encomendada.

Jesús también vivió esta elección. Cuando Dios le quiere dar a entender que debe tomar conciencia de su misión en el mundo, en la edad adulta, le derrama, no aceite, sino el mismo Espíritu.

He aquí el significado del Bautismo de Jesús. Toma conciencia de que el Espíritu ha sido derramado sobre él y que le encarga una misión a cumplir.

-Ser para los demás

Antes del Bautismo, se podría decir que Jesús aparecía hombre como los demás. Después se reconoce como un hombre para los demás, se lanza públicamente a su misión, a la tarea de preocuparse por los demás, de salvar.

Esta tarea no la hacía por gusto personal, sino por encargo del Padre. Por eso le es dado el Espíritu, y el Padre le dice: Estamos de acuerdo, estamos contigo.... y El se lanza a esta misión anunciada por Isaías en la primera lectura: llevar el consuelo y la esperanza al pueblo, abrir un camino al Dios liberador, anunciar la gran noticia del mundo renovado, velar por los débiles, defender a los pequeños.

-"El os bautizará con Espíritu Santo"

Después de que Jesucristo actuó así, a todos sus seguidores nos han quedado también ganas de hacer lo mismo: luchar por la justicia, defender los derechos humanos, trabajar por una vida digna para todos, anunciar la novedad salvadora de Dios, luchar decididamente por los más débiles... Pero nos asusta lanzarnos a esa tarea.

Por eso, no tendríamos que olvidar el anuncio que nos hacía Juan Bautista: Jesús, lleno del Espíritu de Dios, nos da ese mismo Espíritu a nosotros. Jesús, dice Juan, nos bautiza con el Espíritu, nos llena del Espíritu.

El trabajo en favor de los marginado, la opción preferencial por los pobres, la lucha por la paz y por un mundo más digno... no puede posponerse. Pero, hoy, preguntémonos: para hacer esa tarea bien hecha, ¿vivimos de verdad llenos de Dios? ¿Estamos abiertos a la acción del Espíritu en nosotros? ¿Nuestra vida es una vida en el Espíritu y según el Espíritu? ¡Cuántos buenos propósitos hacemos, nosotros o en comunidad! ¡Pero cuántos abortan porque los hacemos al margen del Espíritu de Dios! El cambio del que hablamos hoy (no quedarse en ser como los demás, sino ser para los demás) sólo lo podemos hacer si nos mantenemos completamente abiertos al Espíritu.

En la plegaria eucarística invocaremos al Espíritu, para que baje sobre la Iglesia y sobre todos nosotros, para que participemos en la misión de Jesús. Misión que hemos de cumplir en la vida de cada día: compartiendo lo que somos y lo que tenemos con los más pobres y dando a conocer que tenemos un Padre del Cielo que nos ama.

LLUIS SUÑER
MISA DOMINICAL 1992, 1


5.

-EL RETRATO DEL ENVIADO.

Hoy es el último día del tiempo de Navidad. La "manifestación" de Dios y su acercamiento a nuestra historia han tenido etapas sucesivas: la espera del Adviento, el gozo del Nacimiento, la fiesta de la Madre, la invitación a los pueblos paganos en los Magos... Ahora, con el Bautismo de Jesús en el Jordán, se completa esta manifestación y se proclama su misión de Mesías ante todo el pueblo.

El bautismo de Jesús es una escena importante en el evangelio: en él se nos anuncia claramente que Jesús es el predilecto de Dios, su Mesías y Enviado, lleno de su Espíritu, dispuesto a iniciar su misión de Maestro y Salvador.

Isaías ha hecho como un retrato profético en el "canto del Siervo" que hemos leído: "mirad a mi Siervo, mi Elegido, a quien prefiero: sobre él he puesto mi Espíritu, para que traiga el derecho a las naciones....".

Lucas en el evangelio nos ha dicho cómo se cumple este retrato de Jesús de Nazaret. Se abre el cielo (¿no ha sido todo el tiempo de Navidad la celebración de cómo se ha abierto el cielo y cómo Dios ha querido hacerse de nuestra historia?), se oye la voz de Dios: "tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto" (la misma descripción de Isaías) y baja el Espíritu sobre él (también el profeta decía que sobre el Siervo descendía el Espíritu de Dios).

El que es llamado por Dios y enviado a una misión recibe, en la Biblia, para que pueda cumplir bien esta misión, la fuerza y el Espíritu de Dios. Aquí, Jesús inaugura el ejercicio oficial de su vocación mesiánica: su Bautismo es una verdadera teofanía y epifanía de Jesús como Mesías, Profeta y Salvador.

-PASO HACIENDO EL BIEN.

Después del tiempo de Navidad, la fiesta del Bautismo de Jesús es como un puente de unión, como el programa para todos los domingos del nuevo año. Escucharemos la voz del Enviado de Dios, no de un profeta cualquiera. El Jesús que se nos ha manifestado en la Navidad o en Epifanía, va a ser nuestro Maestro, de parte de Dios. Hoy comienza su misión.

Isaías describe el estilo de actuación del futuro Siervo: "no gritará, no voceará por las calles...." El elegido de Dios trabajará a favor de la justicia y el derecho. Pero lo hará con un estilo propio: no con la violencia, no a gritos, sino con suavidad. La caña que está a punto de romperse, no la acabará de quebrar. Al contrario, la ayudará a mantenerse. Abrirá los ojos de los ciegos, libertará a los cautivos...

Es exactamente el retrato que nos hace Pedro en la segunda lectura y el que aparece a lo largo del evangelio: Jesús "pasó haciendo el bien". Siempre comprensivo y servicial, cercano a los débiles y los marginados. La misión mesiánica, de parte de Dios, y lleno de su Espíritu, la cumple Jesús curando a los enfermos, consolando a los atribulados, perdonando a los pecadores, resucitando a los muertos, enseñando y proclamando a todos la buena noticia de la salvación.

En el evangelio de hoy, Lucas nos dice cómo Jesús, aun sin tener pecado, se pone en fila con los que acuden a recibir el Bautismo de la conversión en el Jordán: es la solidaridad con los pecadores y con toda la humanidad que empezó ya en su Nacimiento, que sigue en esta escena, y que culminará con su Muerte en la Cruz.

-LINEAS DE APLICACIÓN E INTERPELACIÓN.

En la homilía (y en los cantos y mociones, además de las oraciones que ya nos ofrece el Misal), un primer aspecto es la presentación cristológica: concluimos la Navidad mirando a ese Jesús que a lo largo del año va a ser nuestro Maestro, nuestro Salvador. El Mesías que Dios nos ha enviado, lleno de su fuerza y su Espíritu.

J/UNGIDO: Pero todos participamos de su misión mesiánica de alguna manera: por los sacramentos de iniciación hemos renacido como hijos de Dios y hemos sido incorporados a Cristo como pueblo sacerdotal (bautismo), hemos recibido el don y la fuerza del Espíritu para cumplir nuestra misión en el mundo (confirmación) y nos hemos incorporado a la comunidad eucarística (primera comunión). Si El era el Ungido (Cristo y Mesías significan lo mismo: el Ungido, o sea, el que ha sido lleno del Espíritu de Dios), nosotros también somos ungidos, "cristianos", y Dios nos ha encomendado una misión. La iglesia en Pentecostés, y nosotros en la Confirmación, hemos recibido el Espíritu de Dios para esa misión. Como Cristo la cumplió radicalmente, nosotros también somos invitados a ser consecuentes con nuestro Bautismo y Confirmación, testigos de Dios y su Buena Noticia en el mundo de hoy. La Eucaristía dominical (o la diaria, para algunos) son nuestro alimento y nuestra continua reorientación a la escuela y a la mesa de Cristo.

Es bueno que nos miremos también al espejo de Cristo en el estilo de vida con que El cumplió su vocación. También nosotros, en medio de este mundo, somos ungidos a trabajar por la justicia y la verdad, para hacer triunfar los valores de Dios: pero no con la violencia o la impaciencia, sino con la comprensión, la servicialidad, y con la entrega total de nosotros mismos. De modo que se pueda decir también del seguidor del Mesías: "pasó haciendo el bien, curando, enseñando... porque Dios estaba con él".

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 1


6.

Este acontecimiento del Bautismo del Señor, como es sabido, es muy celebrado en las iglesias de Oriente. Y no es porque sí. Hoy celebramos -diríamos- la proclamación pública de lo que significa Jesús. El Padre y el Espíritu se hacen presentes en el Jordán y dicen al hombre Jesús -y nos hacen saber a todos nosotros- que en él está toda la presencia de Dios, la palabra que Dios tiene que decir a los hombres. Lo dicen acentuando unos intensísimos lazos personales: "amado", "predilecto". Y lo dicen subrayando la grandeza de una novedad radical: como en el inicio de todo, cuando el Espíritu de Dios aletea sobre las aguas del Jordán y comienza la nueva creación, la que se realizará por medio de las palabras, los hechos, la persona, la muerte y la resurrección de Jesús.

Hoy es un día, pues, para centrar toda la atención en Jesús. Y para reafirmar nuestra adhesión a él, a su camino. Esta adhesión pondrá de relieve de una manera especial el momento en que fuimos incorporados a él, no sólo como seguidores que intentan seguirlo como un modelo de conducta, sino como una gente que lleva en su interior lo mismo que llevaba Jesús, su Espíritu: este momento es el de nuestro bautismo. Por eso, para subrayar este aspecto, hoy proponemos iniciar la Eucaristía con la aspersión del agua.

-Los acontecimientos del Jordán. Allá en el Jordán se constata de una manera especialmente clara que este Jesús que reconocemos como Hijo de Dios y a quien seguimos no es ningún ser catapultado desde el cielo y sin relación con los hombres, sino un hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. No estará de más recordar hoy el camino concreto que lleva a Jesús al Jordán: quiere estar allí donde se ha producido el mayor movimiento de renovación de Israel por aquellos tiempos, el movimiento que aglutina Juan. Quiere estar allí donde están todos los que tienen ganas de cambiar personalmente y de cambiar las cosas. Jesús no actúa desde fuera de la realidad, sino que se apunta a aquello que es valioso, y allá es precisamente donde se revela públicamente su misión: él, un hombre entre los muchos que hay en la fila de los que se quieren convertir, es el ungido de Dios.

-"El os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Contemplar hoy el inicio de la misión de Jesús es contemplarnos también a nosotros. El bautismo en el Jordán era más bien un acto de buena voluntad, de ganas de transformación; Jesús, en cambio, a aquellos que quieren ir con él les derrama en su interior su mismo Espíritu, su fuego: no lo deja todo en manos de su esfuerzo personal y de su buena voluntad, sino que les infunde una nueva manera de ser, la manera de ser del mismo Jesús: la manera de ser de los hijos de Dios. El bautismo es el momento en que eso se visibiliza y realiza. Hoy es un día muy apropiado para recordar nuestro propio bautismo, agradecerlo, y renovar las ganas de vivir de acuerdo con el compromiso que significa.

-"Mientras oraba". La vivencia de la misión de Jesús tiene lugar en la oración: Lucas, siguiendo su costumbre, lo destaca. Y este hecho constituye para nosotros una llamada. Como Jesús, también nosotros descubriremos nuestro camino y nuestra misión, y encontraremos el Espíritu de Dios guiando lo que hacemos y nos sabremos verdaderamente hijos, y nos configuraremos verdaderamente a Jesús, si tenemos espíritu de plegaria constante, y si buscamos medios (momentos breves y momentos más largos, situaciones que ayuden, instrumentos y maestros que nos enseñen) para intensificar este espíritu.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 1


7. SV/LIBERACIÓN

"No gritará, no clamará. Promoverá fielmente el derecho". La revelación de Dios en Jesucristo es discreta: no se hace a base de gritos ni de golpe de bastón o de lanza. En estos días de navidad hemos contemplado la discreción con que Dios entra en esta tierra como un niño cualquiera de una familia sencilla. Con todo, Jesús "promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra": lleva adelante la obra de la salvación siguiendo con fidelidad y constancia el camino del Padre en medio de las contradicciones y las reticencias de aquellos que gritan porque creen ser importantes y poseedores de la verdad de Dios. Como él, los cristianos de hoy -superados los espejismos de una iglesia triunfante, vistosa, llamativa y falsamente "populista"- debemos hacer nuestro camino todos los días respetando toda caña cascada y todo pábilo vacilante, pero sin desfallecer jamás en la obra de la construcción del Reino.

"Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión". La obra salvadora es una obra liberadora: romper ataduras y retornar al hombre -es decir, a los hombres concretos- a su condición original, a la plenitud de su vida y sus posibilidades. Sabemos perfectamente que nuestra condición histórica es inseparable de debilidades y ataduras opresoras.

Pero sabemos también que Dios nos hizo para la vida y no para la muerte y que esta vida plena será realidad. Que entretanto, todo lo que hay de disminución y de opresión, es contrario al profundo querer de Dios. Que en la lucha hacia la plenitud humana desde abajo -es decir, compartiendo la condición sencilla y pobre de los pequeños- se va haciendo realidad la construcción del reino.

"Dios no hace distinciones". Precisamente por ello, el Hijo amado, que ha recibido el Espíritu, se relacionó con todos sin aquellas barreras que nosotros establecemos para protegernos y encerrarnos en nuestro redil. Precisamente por esto, Pedro anuncia la Buena Noticia a aquellos paganos de Cesarea, empezando por el centurión Cornelio, y Pablo luchó para abrir a los paganos las puertas de la comunidad cristiana. También nosotros tenemos que abrir nuestras comunidades de manera que no se conviertan en círculos cerrados y monocordes. Y debemos anunciar a todos la Buena Noticia.

"Se abrió el cielo, y bajó el Espíritu Santo sobre él". He aquí al Hijo amado. A partir de este momento, Jesús inicia su vida pública. Cuando lo escuchamos cada domingo, cuando lo vemos actuar con unos y otros, siempre reconocemos en él al Hijo amado, lleno del Espíritu, que habla y se comporta siempre como Hijo y con plena docilidad al Espíritu. Por eso su palabra y su comportamiento son para nosotros criterio y norma.

"El os bautizará con Espíritu Santo y fuego". También nosotros hemos sido bautizados. Contemplando el bautismo de Jesús, recordamos también el nuestro. Viéndole a él lleno del Espíritu Santo y proclamado Hijo amado, nos reconocemos también nosotros en su cortejo. Porque él es el Hijo, nosotros también somos hijos; porque el Espíritu desciende sobre él, también nosotros hemos recibido el Espíritu.

(JOSEP M. ·TOTOSAUS-J._MI-DO/83/01)

HOMILÍAS 8-14