REFLEXIONES

 

1. AÑO/NUEVO

El Año nuevo nos evoca el paso del tiempo, al que estamos sometidos y que nos arrastra  irremediablemente (es aquello de un año más y un año menos); es un año de gracia (el  tiempo es un don que Dios nos hace, totalmente lleno de su bondad, de su proximidad, de  su llamada); nos recuerda el misterio de la encarnación y la historicidad de nuestra fe (fue  en un día de un año determinado cuando nació Jesús; fue en otro día de otro año cuando  murió. Como nuestra vida, también la suya se encuentra sometida al curso del tiempo:  nacer, crecer, morir). Que el año nuevo se celebre en el interior de las fiestas de Navidad  es para los cristianos una invitación a vivir a lo largo de todo este lapso de 365 días que  hoy comienza en compañía del Señor Jesús, en quien se nos manifiesta la benignidad de  Dios.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1983, 1


2. SHALOM/PAZ

Jesús, como buen judío diría "shalom". Todavía hoy, cuando un judío saluda a otro con  "shalom" no le desea sólo que no le hagan la guerra y que no le acosen sus vecinos.  "Shalom" no es sólo bíblicamemte la ausencia de guerra. Es una especie de resumen de  todos los bienes salvíficos. Desear "shalom" es desearle a uno la paz interior y exterior, la  acogida, la fraternidad, el estar a favor del bien del otro, la armonía consigo mismo y con la  naturaleza, la sintonía profunda con la vida y con el cosmos, la inefable paz con Dios.  Podemos tener en cuenta esto hoy en la eucaristía en el rito de la paz. 

DABAR 1979, 8


3.

Comenzamos un año. Un "año nuevo" dice la gente. Nuestros obispos nos lo presentan  como "un año santo". Pero puede ser sólo un año más para la guerra de siempre, un año  más para seguir hablando de reconciliación. Lo cierto es que el año que hoy comenzamos  no es ni más ni menos que un espacio convencional abierto a nuestra responsabilidad. El  tiempo no cambia nada. Es el hombre quien debe cambiar el mundo. Y lo ha de hacer con  el mayor realismo.

Porque, de una parte, sabemos que el mundo del año pasado no ha pasado. Siguen  pendientes los mismos problemas: la guerra, el hambre, la injusticia. Y siguen pesando los  mismos condicionamientos: las ideologías, los prejuicios, los tabúes, los intereses  inconfesables, los egoísmos. Así no ha de resultar fácil ejercer la libertad y cambiar el  mundo para que sea posible la libertad de todos.

Pero, de otra parte, creemos que Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido de mujer y ha crecido  bajo la ley en un contexto sociocultural preciso, para redimirnos: para que tengamos la  posibilidad de ser hijos de Dios y, como tal, soberanamente libres.

Esto es lo que ya somos: hijos de Dios. Pero es imprescindible tomar conciencia de  nuestra nueva situación, para que no claudiquemos nuevamente ante cualquier pretensión  de reducirnos a esclavitud. Porque ya estamos liberados, aunque no se haya manifestado  objetivamente y del todo, podemos vivir en libertad y podemos obrar con libertad. Mejor  dicho, tenemos que comprometernos en crear las condiciones indispensables para que sea  posible la libertad de todos.

Esta es nuestra tarea: liberarnos y liberar a los demás de todos los  condicionamientos biológicos y circunstanciales, para que sea posible la vida de todos. Pan  para todos es primera tarea. Pero hay que crear también unas nuevas condiciones de vida  para la colaboración y el entendimiento mutuo. Paz para todos es el otro aspecto. Porque  sin pan la vida es imposible; pero, sin paz, el pan y la vida son inaguantables.

EUCARISTÍA 1975, 7


4. A/VIOLENCIA

No es de extrañar la violencia de cada día. Si algo de paz disfrutamos se debe al miedo,  al equilibrio del terror. 

"Evangelistas" de la violencia 

También esta "gran causa" ha tenido y tiene sus apóstoles evangelistas. "La absoluta  paz, la armonía de las pasiones es algo destinado a la comunidad de los elegidos, escribe  sarcásticamente Dolf Sternberg, donde las vacas y los osos pacerán juntos, sus cachorros  convivirán y el león comerá paja como el buey... La humanidad ha de existir como  diversidad, en contrastes y conflictos e incluso en confrontaciones, a no ser que los leones  dejaran de serlo". Es decir, que todo el mensaje evangélico de paz y fraternidad no pasa de  ser moralina para criadas.

¿Verborrea sobre amor? 

Muchos filósofos de la sospecha han puesto patas arriba el evangelio del amor. Hablar  de amor es una "verborrea" o "dichos de cura de pueblo". (K. Marx). "Hermanos míos: ¿os  aconsejo yo el amor al prójimo? ¡Prefiero aconsejaros la huida del prójimo y el amor al  lejano... y al venidero!", escribe ·Nietzsche-F. "No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No  os aconsejo la paz, sino la victoria. Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y  la paz corta más que la larga. Sólo se puede estar callado y tranquilo cuando se tiene un  flecha y un arco. ¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra?  Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa. La guerra y el valor han hecho  más cosas grandes que el amor al prójimo". ("Así habló Zaratustra"). 

-"Cultura agresiva" 

No hace falta seguir. Con los frutos de éstos y parecidos "evangelistas" hemos llegado a  fraguar una mentalidad que valora la agresividad, la rivalidad, la competici6n y las  actividades enérgicas. Y. por contra, se reprimen valores como afectividad, compasi6n,  caridad. "La compasión produce efectos depresivos. Uno pierde fuerza cuando compadece"  (Nietzche). Casi sería preferible volver al Dios de las batallas que al Dios del amor, que  sería un Dios araña, Dios de enfermos, bastón para cansados" (id). El Cristo Paz sería un  "ladrón de energías". Hoy pega más el Cristo guerrillero, el "Cristo con pistolas".

Resumiendo y concluyendo, asegura Sanguinetti: "La violencia es la génesis del mundo,  la matriz de las sociedades. Es el pecado original de la condición humana. No hay  bautismo, ni confesión, ni contrición ni conciencia que hayan logrado erradicarla hasta el  día de hoy. ¿Y si la libertad consistiera justamente en la confrontación, la lucha, el  enfrentamiento? No existe una solución que permita conseguir la paz de la especie humana  para siempre jamás".

¿No existe una solución ? La Civilización del amor 

S. Francisco de Asís diría que sí, que Dios es más grande que nuestro corazón, que Dios  puede domesticar al lobo fiero que llevamos dentro.

Pablo Vl nos dirá que sí, que "es hora de que la civilización se inspire en una concepción  distinta a la de lucha, violencia, guerra, explotación, para hacer progresar el mundo hacia  un justicia común auténtica". Y hablará como "idea luminosa de la civilización del amor, de  la civilización de la paz".

Todos los grandes profetas de nuestro tiempo, desde Gandhi a Mons. D. Tutu nos dirán  que sí, que es posible el Reino de Dios; que lo que hay que hacer es empezar a vivirlo y a  sembrarlo.

No hay otra solución 

La solución es un Niño de 8 días que tiene por nombre Jesús, que se ha dado a los  hombres como salvación y como paz. No hay otra solución. (Hch. 4. 12). No esperamos  gran cosa de las conversaciones de los grandes, de los organismos internacionales, de los  progresos de la ciencia y la técnica. Lo esperamos todo del Dios-con-nosotros y de su  Madre y de todos los que se esfuerzan por seguirlos.

Creemos en Jesús, el Príncipe de la paz. Creemos en María, Reina de la paz. Creemos  en la fuerza del amor, más grande que las fuerzas destructivas del odio y la guerra. Por eso  creemos, con Juan Pablo II que "la construcción de una humanidad más justa o de una  comunidad internacional más unida no es un simple sueño o un ideal vacío, es un  imperativo moral, de deber sagrado que el hombre puede afrontar". (En Hiroshima 1981).

Por el compromiso 

No bastará con oraciones, deseos y discursos. Todos comprometidos. Todos llamados a  ser testigos y sembradores de la paz. Si no todos podemos llegar a ser grandes profetas o  premios Nobel de la paz, sí podemos ser pequeños albañiles o peones de la nueva  sociedad. Se impone la política de los pequeños pasos: un aceptarte a ti mismo, una  reconciliación, un perdón, una cercanía cariñosa, una paciencia, una palabra, un diálogo,  una mediación, una denuncia limpia, una lucha valiente. Un pequeño gesto pacificador vale  más que muchos discursos sobre la paz.

Objeción a toda violencia  Tendremos que empezar por desarmarnos y pacificarnos y tendremos que hacer común  con todos los que levantan la bandera de la objeción de conciencia, de la objeción fiscal y  la objeción de todas las violencias. Y tendremos que oponernos a toda carrera de  armamentos y a todo terrorismo y a toda manipulación y a toda injusticia y a toda  deshumanización. Y tendremos que seguir creyendo en el hombre. Y tendremos que seguir  creyendo, por encima de todo, en Jesús de Nazaret. "Procuraremos por tanto lo que  fomente la paz" (Rm 14,19): la paz que Jesús vino a traer a la tierra y que El ofreció a sus  discípulos: Shalom. 

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD
1985/85-2.Pág. 107 ss.


 

5. 

Portada

No hay paz sin perdón

En medio de estas fiestas de Navidad, la Iglesia viene dedicando desde hace un cuarto  de siglo el primer día del año, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, a pedir por la  paz en todo el mundo. El viejo canto de los ángeles en Belén entonando el "Gloria a Dios  en los cielos y en la tierra paz a los hombresŠ", sigue siendo un anhelo incumplido, ya que  son muchas las guerra y conflictos que todavía ensombrecen nuestro planeta, empezando  por la propia Tierra Santa y siguiendo por Chechenia, Zaire, RuandaŠ sin olvidar la  inestabilidad existente en la zona de la antigua Yugoslavia o en algunos países de  Hispanoamérica.

Juan Pablo II nos ofrece en su mensaje para el día 1 de enero las pautas para conseguir  una paz duradera, aquella que está por encima de los simples pactos basados en el miedo  o en las armas. El Santo Padre señala que "no podrá emprenderse nunca un proceso de  paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero". Perdón que, aunque  difícil, es posible y ha de basarse en la verdad y la justicia.

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Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz

Juan Pablo II: "El perdón es indispensable para caminar hacia una paz auténtica y  estable"

"No podrá emprenderse nunca un proceso de paz si no madura en los hombres una  actitud de perdón sincero", afirma el Papa Juan Pablo II en su Mensaje para la Jornada  Mundial de la Paz, a celebrar el 1 de enero, que se ha hecho público en Roma bajo el título  "Ofrece el perdón, recibe la paz".

El Papa afirma que "sin el perdón las heridas continuarán sangrando, alimentando en las  generaciones futuras un hastío sin fin, que es fuente de venganza y causa de nuevas  ruinas. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz  auténtica y estable".

En este sentido, Juan Pablo II pide encarecidamente que "se busque la paz por los  caminos del perdón". "Soy plenamente consciente ­añade­ de que el perdón puede parecer  contrario a la lógica humana, que obedece con frecuencia a la dinámica de la contestación  y de la revancha. Sin embargo, el perdón se inspira en la lógica del amor, del amor que  Dios tiene a cada hombre y mujer, a cada pueblo y nación, así como a toda la familia  humana. El perdón de Dios se convierte en fuente inagotable de perdón en las relaciones  entre nosotros, ayudándonos a vivirlas bajo el signo de una verdadera fraternidad".

Superar la cultura de la muerte

El Santo Padre indica que el mundo moderno, a pesar de las numerosas metas  alcanzadas, continúa estando marcado por no pocas contradicciones. Constata que el  materialismo y el creciente desprecio de la vida humana están asumiendo dimensiones  preocupantes. "Son muchos los que se plantean su vida siguiendo como únicas leyes el  provecho, el prestigio y el poder".

El resultado de estos fenómenos es que "numerosas personas se encuentran encerradas  en su soledad interior; otras su raza, nacionalidad o sexo, mientras la pobreza arrastra a  masas enormes al margen de la sociedad o, incluso, hacia el aniquilamiento. Para muchos,  además la guerra se ha convertido en la dura realidad de la vida cotidiana. Una sociedad  que busca sólo bienes materiales o efímeros tiende a marginar a quien no sirve para tal  objetivo". "¡El sufrimiento de tantos hermanos y hermanas no nos puede dejar indiferentes!",  exclama el Papa. Por tanto, "todos debemos estar dispuestos a perdonar y a pedir  perdón".

Es difícil pedir perdón

Juan Pablo II habla también de la dificultad de pedir perdón ante el peso de la historia,  que lleva consigo una gran carga de violencias y de conflictos, de los cuáles no es fácil  desentenderse. Manifiesta que el dolor por la pérdida de un familiar a causa del terrorismo  o acciones criminales llevan a la tentación del odio y que, de igual manera, perdonar  sinceramente puede resultar heróico.

Señala el Papa que, sin embargo, "no se puede permanecer prisioneros del pasado: es  necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de 'purificación de la memoria', a  fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más".

Para ello es indispensable, afirma el Papa, aprender a leer la historia de los otros pueblos  evitando juicios sumarios y parciales, haciendo un esfuerzo para comprender el punto de  vista de quienes pertenecen a aquellos pueblos. Apunta que la aceptación y aprecio de las  diferencias es el primer paso para la reconciliación. Asimismo, Juan Pablo II insiste en la  urgencia de desarrollar una sólida "cultura de la paz".

En este sentido, propone acciones concretas, como impedir el crecimiento de la industria  y del comercio de armas; pero, aún antes, es preciso un esfuerzo de las diversas religiones  en favor de la paz, levantando su propia voz contra la guerra y afrontando con valor los  riesgos consiguientes. En todo caso, señala que es esencial en esta materia la tarea de los  gobiernos y de la comunidad internacional "a los que corresponde contribuir en la  construcción de la paz mediante la creación de estructuras sólidas capaces de resistir los  vaivenes de la política. Algunas de estas estructuras existen ya, pero necesitan ser  reforzadas". 

En cuanto al papel de la Organización de las Naciones Unidas, indica que es "de desear  una conveniente adaptación de los medios a su disposición, para que pueda afrontar con  eficacia los nuevos desafíos de nuestro tiempo" aunque el Papa nos recuerda que la paz  duradera no es sólo una cuestión de estructuras y procedimientos, sino que se apoya, ante  todo, en la adopción de un estilo de convivencia humana capaz de un perdón cordial. 

Pedir y ofrecer perdón ­subraya el Sumo Pontífice­ es una vía profundamente digna del  hombre y, a veces, la única para salir de situaciones marcadas por odios antiguos y  violentos. El perdón no surge del hombre de manera espontánea y natural. El perdón, en su  forma más alta y verdadera, es un acto de amor gratuito".

Verdad y justicia

Finalmente, el Santo Padre explica que el perdón tiene también sus propias exigencias: la  primera, el respeto a la verdad. "donde se siembra la mentira y la falsedad florecen la  sospecha y las divisiones, la corrupción y la manipulación política o ideológica y se atacan  los fundamentos mismos de la convivencia civil y socavan las posibilidades de relaciones  sociales pacíficas".

Otro presupuesto esencial del perdón y la reconciliación, según Juan Pablo II, es la  justicia, "que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor sobre la  humanidad. Por tanto, señala que "no hay contradicción alguna entre perdón y justicia: el  perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia,  sino que trata de reintegrar tanto a las personas y a los grupos en la sociedad, como a los  Estados en la comunidad de las Naciones". El Papa concluye: "La puerta hacia el  arrepentimiento y la rehabilitación debe quedar abierta". (SIC)

Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
29 de diciembre de 1996


6. 

Año nuevo, hombre viejo

Los historiadores de la segunda República española suelen decir que el 14 de abril de  1931 España se acostó monárquica y se levantó republicana. No suele ser esto lo que  acontece de ordinario en nuestras vidas personales, ni tan siquiera en la Nochevieja del 31  de diciembre que enlaza el año que se despide con el que nos da la mano en el frío  amanecer del 1 de enero.

Ojalá que así lo fuera, no en el sentido de cambiarnos la camisa por la de otro color  político, sino en lo que representa, por muy gastada que esté la expresión, lo del Año  nuevo, vida nueva. Se trata de un santo y seña magnífico, siempre que el cambio de vida lo  sea bajo el signo del crecimiento auténtico y de la mejora moral. No esta mal, sino todo lo  contrario, eso de desearnos mutuamente un próspero año nuevo, con tal de que no  agotemos ni acotemos en el campo de lo económico esos buenos deseos, como parece  insinuar, con cierto tufillo, el calificativo en cuestión.

Vale aquí, como nunca, aquello de anteponer los valores del ser a los del tener.  ¿Recuerdan aquella ley sobre las fincas rústicas manifiestamente mejorables? Alguien les  dijo a varios de sus dueños: Aquí los primeros manifiestamente mejorables son ustedes.  Pues, ¡a aplicarse el cuento! Lo que ha de renovarse en el año nuevo es nuestra vida  personal, de dentro a fuera y no al revés. Entendiendo por calidad de vida no sólo el viejo  tríptico de salud, cariño y dinero, sino también, y ante todo, la dignidad moral, el espíritu de  servicio y el empeño constante por hacer el bien a manos llenas.

La ley establece fechas determinadas para la caducidad de los alimentos y medicinas y  fija también los periodos en los que los coches han de pasar al taller para su necesaria  revisión. Y nosotros, ¿qué? ¡Ay, si caducaran el 31 de diciembre tantos malos hábitos,  tantas inercias, tantas rutinas! Y, ¡qué bien nos vendría a muchos, ya que se va acercando  la Cuaresma, entrar en el taller de un Retiro espiritual, de unos Ejercicios anuales, para  revisar los mecanismos interiores, para renovar algunas piezas inservibles de nuestros  programas ya agotados! San Pablo hablaba de revestirnos del hombre nuevo, a imagen de  Cristo resucitado. ¡Ahí es nada! 

Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
11 de enero de 1998


7. H/INSATISFECHO

Somos seres especiales nosotros, los que perseguimos la tranquilidad, la seguridad, el  creciente desarrollo..., pero sin embargo siempre nos encontramos insatisfechos. Cuando  hemos alcanzado algo, enseguida se nos convierte en rutinario, repetido, aburrido: "¡todo es  siempre igual!". Tal vez esta nuestra manera de ser tenga su motivo y fundamento. Porque  hemos sido hechos para una palabra que tiene permanencia y siempre validez; para una  palabra que, por otra parte, siempre es nueva. 

EUCARISTÍA 1988, 1



8. ORACIONES/PAZ

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Allí donde hay odio, que yo ponga amor,
allí donde hay ofensa, que yo ponga perdón,
allí donde hay discordia, que yo ponga unión,
allí donde hay error, que yo ponga fe,
allí donde hay desesperación, que yo ponga esperanza,
allí donde hay tinieblas, que yo ponga luz,
allí donde hay tristeza, que yo ponga alegría.
Oh, Maestro, que yo no busque tanto 
ser consolado..., como consolar,
ser comprendido..., como comprender,
ser amado..., como amar.
Porque es olvidándose..., como uno se encuentra,
es perdonando..., como uno es perdonado,
es dando..., como uno recibe,
es muriendo..., como uno resucita a la vida.

(Atribuida falsamente a S. Francisco de Asís, pues es del siglo XIX)


9.DOMINICOS 2003

Abrimos una vez más el calendario de nuestras celebraciones religiosas confesando una verdad que nos sobrecoge, la maternidad de la Virgen María, Madre de Dios encarnado. Y lo hacemos con sencillez, aunque al proclamar tanta grandeza en una mujer es introducirnos en el fondo de los misterios de Dios misericordioso.

Este es uno de los frutos de nuestra fe: creer en Dios Padre que envía a su Hijo para tomar carne en el seno virginal de María, y hacer de ello motivo de inmensa alegría, pues tenemos de verdad a Dios con nosotros.

Y abrimos también el mismo calendario reconociendo las divisiones, intrigas, persecuciones, odios, terrorismo entre los hombres, entre los hijos de Dios y de la Virgen María. Tanto es el dolor y tanta la sangre que se derrama año tras año sobre la tierra, que hemos de clamar por la paz, por la fraternidad, por la solidaridad entre nosotros. ¡Ayúdanos, María, Madre!


10.

Elredo de Rielvaux (1110-1167) monje cisterciense
Sermones de Navidad 2; PL 195, 226-227

El Salvador de mundo, acostado en un pesebre

“Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador , que es el Mesías, el Señor.” (Lc 2,11) Corramos, pues, como los pastores cuando escucharon la buena noticia.... “Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.” (Lc 2,12) Así que os digo: ¡tenéis que amar! Teméis al Señor de los ángeles, pero amad al niño; teméis el Señor en su majestad, pero amad al pequeño envuelto en pañales; teméis al rey de los cielos, pero amad al niño acostado en un pesebre!

¿Qué hay de especial en este niño en pañales y acostado en un pesebre? Todos los niños recién nacidos son envueltos en pañales. ¿Dónde está pues la señal? Se podrían decir muchas cosas sobre este signo...Pero, digamos en breve: Belén, “la casa del pan”, es la Santa Iglesia donde es distribuido el pan del cuerpo de Cristo, el verdadero pan de vida. El pesebre de Belén es el altar en la Iglesia. Aquí se alimentan los miembros de la familia de Cristo. Los pañales significan el aspecto exterior de los sacramentos. En este pesebre, bajo la apariencia de pan y de vino, está el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo. Aquí vemos que está Cristo en persona, pero envuelto en pañales, es decir, presente de forma invisible bajo los signos sacramentales. No hay signos más grandes y más evidentes del nacimiento de Cristo que el hecho de acercarnos diariamente a su cuerpo y su sangre en el altar santo, y el hecho que vemos diariamente inmolarse por nosotros a Aquel que nació una sola vez de la Virgen.

Así, pues, hermanos, apresurémonos para llegar al pesebre del Señor. En cuanto podamos preparémonos a este encuentro con su gracia, asociados a los ángeles, “con un corazón puro y buena conciencia y una fe sincera” (2Cor 6,6) Entonces cantaremos al Señor con toda nuestra vida y nuestro comportamiento: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor.” (Lc 2,14)