COMENTARIOS AL SALMO 23

1. CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia general del miércoles 20 de junio

El Señor entra en su templo

1. El antiguo canto del pueblo de Dios, que acabamos de escuchar, resonaba ante el templo de Jerusalén. Para poder descubrir con claridad el hilo conductor que atraviesa este himno es necesario tener muy presentes tres presupuestos fundamentales. El primero atañe a la verdad de la creación:  Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas:  debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios:  viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito:  "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios" (G. Ebeling, Sobre los Salmos, Brescia 1973, p. 97).

2. A estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante. La primera es una breve aclamación al Creador, al cual pertenece la tierra, incluidos sus habitantes (vv. 1-2). Es una especie de profesión de fe en el Señor del cosmos y de la historia. En la antigua visión del mundo, la creación se concebía como una obra arquitectónica:  Dios funda la tierra sobre los mares, símbolo de las aguas caóticas y destructoras, signo del límite de las criaturas, condicionadas por la nada y por el mal. La realidad creada está suspendida sobre este abismo, y es la obra creadora y providente de Dios la que la conserva en el ser y en la vida.

3. Desde el horizonte cósmico la perspectiva del salmista se restringe al microcosmos de Sión, "el monte del Señor". Nos encontramos ahora en el segundo cuadro del salmo (vv. 3-6). Estamos ante el templo de Jerusalén. La procesión de los fieles dirige a los custodios de la puerta santa una pregunta de ingreso:  "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?". Los sacerdotes -como acontece también en algunos otros textos bíblicos llamados por los estudiosos "liturgias de ingreso" (cf. Sal 14; Is 33, 14-16; Mi 6, 6-8)- responden enumerando las condiciones para poder acceder a la comunión con el Señor en el culto. No se trata de normas meramente rituales y exteriores, que es preciso observar, sino de compromisos morales y existenciales, que es necesario practicar. Es casi un examen de conciencia o un acto penitencial que precede la celebración litúrgica.

4. Son tres las exigencias planteadas por los sacerdotes. Ante todo, es preciso tener "manos inocentes y corazón puro". "Manos" y "corazón" evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha de orientar radicalmente hacia Dios y su ley. La segunda exigencia es "no mentir", que en el lenguaje bíblico no sólo remite a la sinceridad, sino sobre todo a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Así se reafirma el primer mandamiento del Decálogo, la pureza de la religión y del culto. Por último, se presenta la tercera condición, que atañe a las relaciones con el prójimo:  "No jurar contra el prójimo en falso". Como es sabido, en una civilización oral como la del antiguo Israel, la palabra no podía ser instrumento de engaño; por el contrario, era el símbolo de relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud.

5. Así llegamos al tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes:  "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.

El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 3, 19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf. Hch 1, 9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.

6. El último título:  "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico:  el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee:  "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen:  "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor.


2.

El rey de la gloria deja el puesto al rey de la burla 

Una procesión en tres tiempos

Aire de fiesta en Jerusalén. Probablemente se celebra la vuelta de una expedición militar.  Y la procesión recorre las calles de la ciudad santa. Se lleva un símbolo de la presencia del  Señor, «el rey de la gloria» (puede que se trate del arca de la alianza). 

Nos encontramos, por tanto, ante un experimento litúrgico que no ha salido de la mesa de  un técnico, sino improvisado colectivamente con una vigorosa espontaneidad. 

Es muy fácil distinguir los tres tiempos de esta procesión festiva: v. 1-2, v. 3-6, v. 7-10. 

1. Al principio el cortejo sube por la pendiente del monte Sión. El espectáculo que se  presenta ante los ojos es excepcional: las montañas del desierto de Judá que caen hacia el  mar Muerto. Brota instintivamente un canto al Dios creador de todo el universo: 

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, 
el orbe y todos sus habitantes (v. 1)

La tierra según la concepción bíblica está aposentada sobre la extensión de las aguas.  Está sostenida por robustas columnas, que se apoyen en el abismo inferior. Dios con su  omnipotencia la mantiene en equilibrio sobre un elemento extremadamente inestable como  el agua (no olvidemos que el mar, el abismo, el océano, representan los antiguos enemigos  turbulentos, que Dios ha «domado» en el momento de la creación). 

El la fundó sobre los mares, 
él la afianzó sobre los ríos (v. 2). 

La tierra conserva el propio equilibrio gracias a la acción constante de Yahvé. Sin su  asidua atención misericordiosa volvería al caos primitivo. 

2. Se llega a las puertas exteriores del templo. Los peregrinos se informan sobre las  condiciones de entrada: 

¿Quién puede subir al monte1 del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro? (v. 3).

La respuesta de los levitas porteros vuelve sobre el tema ya desarrollado en el salmo 15.  Las condiciones de admisión no se refieren tanto a una purificación ritual, como al  comportamiento con el prójimo. Un examen que se refiere al pasado: 

El hombre de manos inocentes, 
y puro corazón, 
que no confía en los ídolos 
ni jura contra el prójimo en falso (v. 4). 

Cuatro condiciones. «Manos inocentes», es decir, usadas para hacer bien al prójimo y no  mal. Manos.libres, que no están atadas por compromisos, por «regalos» de calidad.  «Corazón puro»: ocupado totalmente por un único Señor y por un único amor.  Después la voluntad de dirigirse hacia el Señor, de observar su ley y de no dirigirse hacia  tantos ídolos como existen. 

Finalmente el respeto al nombre del Señor, que no puede tomarse jamás para jurar  contra el hermano y hacerle daño. Con el nombre de Dios sólo se puede bendecir y no  maldecir. Decir la verdad y no engañar. Ayudar y no dañar. Servir y no dominar.  Nadie puede ver el rostro de Dios y vivir. Sin embargo se puede estar en su presencia  con tal de tener relaciones fraternas con el prójimo. «Ese recibirá la bendición del Señor» (v.  5). 

La potencia de Dios que ha sido cantada en la primera parte como dominio cósmico, es  trasferida al plano personal del amor. Dios domina cuando un hombre rompe en pedazos la  costra de su egoísmo, de su comodidad, de sus intereses, para salir fuera de sí mismo, para  abrir su corazón a todos sus hermanos. 

Las puertas exteriores del templo se abren solamente para los «fieles» que han sabido  abrir las de su corazón. A la luz de esto hemos de interpretar el diálogo vivaz que se entabla  entre los dos coros: 

Este es el grupo que busca al Señor, 
que viene a tu presencia, Dios de Jacob (v. 6). 

La capacidad de resistir el esplendor resplandeciente del rostro de Yahvé es proporcional  a la de «soportar» las sombras, las miserias, los aspectos desagradables que presenta el  rostro, tan poco resplandeciente, de nuestro prójimo. 

Antes de entrar en el templo intentemos pesar el amor que tenemos a nuestros  hermanos. También a ese hermano nuestro, que es antipático, petulante, ridículo, vulgar y  arrogante. También al que hace de todo para que no sea «posible» el mandamiento del  amor y del perdón.

La iglesia ortodoxa venera a san Cosme, un mendigo infatigable que recorría a pie o a  lomos de mula todas las regiones de Grecia. Tenía un modo original para pesar el amor de  los cristianos. Cuando llegaba a la plaza de un pueblo, plantaba una gran cruz y allí  entablaba un diálogo con la gente que había acudido a escucharle. 

—Si hay alguien en esta asamblea que ame a sus hermanos, que se levante y me lo diga,  porque quiero darle mi bendición y pedir a todos los cristianos que le absuelvan. 

—Yo, hombre de Dios, amo a Dios y a mis hermanos. 

—Muy bien, hijo mío. Te doy mi bendición. ¿Cómo te llamas? 

— Constantino. 

— ¿Qué oficio tienes? 

—Pastor. 

—Cuando vendes el queso, ¿lo pesas? 

— Claro, lo peso. 

—Pues bien, hijo, tú has aprendido a pesar el queso y yo el amor. Por eso quiero pesar  tu amor... ¿Cómo puedo saber si amas a los hermanos? Recorriendo los pueblos para  predicar yo no ceso de repetir que amo a Constantino como a mis propios ojos. Pero tú para  creerme, exiges pruebas. Fíjate, yo tengo pan y tú no lo tienes. Si lo divido contigo, esto  significa que te amo. Pero si me como todo mi pan, mientras tu pasas hambre, esto quiere  decir que mi amor es falso... Tú, por ejemplo, ¿amas a aquel muchacho pobre? 

—Sí, le amo. 

—Si le amases le habrías comprado una camisa, ya que no tiene ninguna. Tu amor es  falso. Si quieres que tu amor sea auténtico viste a los muchachos pobres... 

Si a las puertas del templo hubiese un guardián encargado de «pesar» nuestro amor,  ¿cuántos de nosotros obtendrían el permiso de entrada? 

3. La procesión sigue. Todavía hay que subir muchos escalones. A las puertas del templo  se tiene una liturgia ante las puertas, articulada por un nuevo diálogo. 

Se abren las puertas. Pero no basta. El que tiene que entrar es mucho más grande. Por  eso con un lenguaje majestuoso se invita a alzar los dinteles y compuertas. 

¡Portones!, alzad los dinteles, 
que se alcen las antiguas compuertas: 
va a entrar el rey de la gloria (v. 7). 

Algún espectador distraído, algún forastero, se informa desde los muros: «¿Quién es  este rey de la gloria?» (v. 8). La respuesta brota de la boca de todo el pueblo: 

El Señor, héroe valeroso; 
el Señor. héroe de la guerra (v. 8). 

No olvidemos que probablemente se celebra el retorno de una expedición militar. Por  tanto, la voz más fuerte es la de los soldados y no hemos de maravillarnos de la última  expresión: 

El Señor, Dios de los ejércitos: 
él es el rey de la gloria (v. 10). 

Cuando descienda de la cabalgadura... Hará su entrada triunfal en Jerusalén el rey de la gloria en persona. 

«Los discípulos fueron entonces y lo hicieron como les había mandado Jesús: trajeron la  burra y el pollino, pusieron sobre ellos sus mantos, y Jesús se montó encima. La gran  multitud extendía delante de ellos sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los  árboles y las extendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él, gritaba  diciendo: 

Hosanna al hijo de David, 
bendito sea el que viene en nombre del Señor: 
Hosanna en las alturas.

Y cuando entró en Jerusalén, se alborotó toda la ciudad, diciendo: 

— ¿Quién es éste? 

Y la gente decía: 

—Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea» (Mt 21, 6-11). 

Al poco tiempo el rey de la gloria descendería de la cabalgadura y se encontraría en el  suelo con una toalla, lavando los pies de sus «súbditos». «Ha querido salvarnos desde  abajo. En el último cuadro estará arriba, en la cruz ensangrentada, con los brazos abiertos  ('cuando sea levantado sobre la tierra atraeré todo a mí'). Pero el principio es éste:  encogida como una bestia junto a nuestros pies callosos, nuestras deformes uñas y  nuestros desagradables olores. Se concede la regia alegría de humillarse» (L. Santucci).  Dentro de poco el rey de la gloria será saludado por el grito de la multitud: «¡Crucifícalo!  ¡Crucifícalo!». 

Dentro de poco el «Dios de los ejércitos» será entregado a las burlas de los soldados.  He visto en Jerusalén una piedra sacada en las excavaciones del lithostrotos, el patio  pavimentado del pretorio de Pilato. Me he puesto de rodillas instintivamente en aquella  piedra. En ella el rey de la gloria se convirtió en rey de burla, blanco de los chanzas más  vulgares. 

Todavía se encuentran bien visibles en la piedra las líneas y los signos convencionales.  Una especie de «juego de la oca». En los ángulos aparece la letra beta (inicial del término  griego basileus = rey). Era un juego muy frecuente entre los soldados encargados de  custodiar a los condenados. Se tiraban unos huesecillos que hacían de dados, para que la  suerte designase a cuál de los condenados le tocaba hacer de rey del carnaval. A éste le  obedecían todos, pero al final de su reino efímero tenía que soportar todas las  «penitencias» más humillantes, impuestas por el juego. 

Algunas escenas del escarnio que hicieron a Jesús, como leemos en el relato de la  pasión, se explican perfectamente con este alucinante y vulgar «juego del rey».  No se puede mirar aquella piedra sin pensar, con un nudo en la garganta, en la  desconcertante transformación: el rey de la gloria ha dejado el puesto al rey de burla,  blanco de mofas, de insultos y de befas de los soldados. El «Dios de los ejércitos»  convertido en juguete de los soldados. 

Dentro de poco el rey de la gloria saldrá fuera de los muros de la ciudad santa. No será  necesario gritar: «¡Portones!, alzad los dinteles», porque esta vez el rey de la gloria camina  encorvado hasta mascar el polvo del camino, bajo un pesado arnés. Y puede muy bien  pasar con su cabeza inclinada por cualquier portal de dimensiones reducidas.  Dentro de poco el rey de la gloria será entronizado en su nuevo trono: la cruz. Y llega el  momento del triunfo supremo: 

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, 
el orbe, y todos sus habitantes (v. 1). 

El hombre sujeto a aquel leño se hundía bajo el «peso» de todos nosotros. 

El la fundó sobre los mares, 
él la afianzó sobre los ríos (v. 2). 

En el mar de nuestras maldades, de nuestras vilezas, de nuestras culpas, echa sus raíces  la cruz, una robusta columna que sostiene en equilibrio esta «bola de andrajos y pecados»  que es la tierra. 

Hay una escena en Diálogo de carmelitas de Bernanos que puede servir de conclusión a  este salmo. La protagonista en una procesión lleva la cruz que es llamada «el pequeño rey  de la gloria». Desde lejos oye las notas de la carmañola. Tiene un momento de confusión, y  aterrorizada deja caer la estatua del «pequeño rey de la gloria», que se hace pedazos;  Entonces una religiosa exclama: 

— ¡Qué débil y qué pequeño! 

Pero otra replica: 

— ¡No, no... qué grande y qué fuerte! 

Una tercera añade:  —Ahora ya no tenemos «rey de la gloria», sólo nos queda el cordero de Dios. 

Esto es ser cristianos. Aceptar a este rey de la gloria que desaparece, que se hace  pequeño, que se convierte en rey de burla para diversión de los soldados, que se deja  crucificar como un delincuente. 

Y para aceptarlo no nos queda otro remedio que inclinarnos también bajo aquel arnés  que Jesús ha llevado hasta el calvario. 

Desde entonces la fuerza se manifiesta en la debilidad, el prestigio en la humillación, la  gloria en la abyección. 

Sin duda es mucho más fácil alzar los dinteles de las puertas. 

Pero no será poniéndonos de puntillas como veremos a Dios, sino abajándonos.  La grandeza para un cristiano se mide precisamente en su capacidad de hacerse  pequeño.

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1980.Págs. 267-271

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1. Es la colina oriental de Jerusalén que limitaba el templo. 


3.

Celebración de la entrada de Cristo en el mundo y después en el Cielo, en el momento de  su Ascensión 

* La Liturgia percibe en este salmo un anuncio profético del misterio de la Encarnación y  se sirve de sus estrofas para celebrar el ingreso de Cristo en este mundo.114 En particular,  el salmo 23 tiene un puesto significativo en la Fiesta de la Presentación del Señor.115 Jesús  "va al Templo, llevado como un Niño en brazos de María y de José, a los cuarenta días de  su nacimiento. Y, aunque ninguno de los presentes -excepto Simeón y la profetisa Ana- lo  sepa y dé testimonio de Él, en el momento de su llegada debería resonar el salmo 23.  Debería resonar este salmo. Precisamente fue escrito para este momento. Para esta venida.  El Templo de Jerusalén debería saberlo. En cambio, el Templo calla y el salmo no  suena.''116 

En la Liturgia de las Horas se aplica también el salmo 23 a la Santísima Virgen. Ella  recibió la bendición del Señor y la misericordia de Dios, su Salvador.117 Ella es la Puerta  a través de la cual el Rey de la gloria hizo su entrada en el mundo. Nunca en la historia del  hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de la criatura humana.118 Por  eso, su Hijo la quiso asociada a su propio triunfo de modo que, en la Asunción de María, se  ha renovado el misterio de la Ascensión del Señor.

Ninguna criatura humana podía, como Ella, poseer la pureza necesaria para subir al  monte del Señor y estar en el recinto sacro 119 pues, como dice Orígenes,120 las  manos inocentes significan la vida activa de la Virgen y el corazón puro su vida  contemplativa.

** La tradición patrística121 interpretó también este salmo como una profecía del misterio  de la Ascensión de Cristo a los cielos.

"Los mismos Ángeles -dice ·Ambrosio-san, el hombres de las expresiones más  nervudas-122 se maravillaron de este misterio. Cristo Hombre, al que vieron poco antes  retenido en una estrecha tumba, ascendía, desde la morada de los muertos, hasta lo más  alto del Cielo. El Señor regresaba vencedor. Entraba en su templo, cargado de una presa  desconocida. Ángeles y Arcángeles le precedían, admirando el botín conquistado a la  muerte. Y, aunque sabedores de que nada corpóreo puede acceder a Dios, contemplaban,  sin embargo, a sus espaldas, el trofeo de la Cruz: era como si las puertas del Cielo, que le  habían visto salir, no fueran lo suficientemente anchas para acogerlo de nuevo. Jamás  habían estado a la altura de su nobleza, pero, después de su entrada triunfal, se precisaba  un acceso todavía más grandioso. Ciertamente, a pesar de su anonadamiento, nada había  perdido. No es un hombre el que entra, sino el mundo entero, en la Persona del Redentor  de todos." 

*** "Y puesto que sube al Cielo, sube tú también con Él, uniéndote a los Ángeles que le  acompañan y le acogen. Y a aquellos Espíritus que dudan porque aprecian en su Cuerpo  los estigmas de la Pasión -de los que carecía cuando salió del Cielo- y preguntan: «¿Quién  es este Rey de la gloria?», tú les responderás: Es el Señor, héroe valeroso, héroe de la  guerra (v. 8). Y si te preguntan, como en el diálogo del Profeta Isaías: «¿Quién es éste que  viene de Edom, es decir, de la tierra?, ¿cómo es que está rojo su vestido y sus ropas como  las del que pisa un lagar?» entonces tú les mostrarás la veste de su Cuerpo, embellecida  por los ornamentos de su Pasión y de su Divinidad, como nunca brillaron de tanto amor y de  tanta belleza.''123 

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114 MISAL ROMANO, int 22.XII; OLM, Sal resp Dom 4 Adv A y 20 diciembre.

115 OLM, Sal resp Presentación del Señor.

116 JUAN PABLO II. Hom en la Misa 2.11.1983.

117 LITURGIA DE LAS HORAS, Of de lect, Com BMV, ant 1. 'María ha recibido la bendición del Señor, le ha  hecho justicia el Dios de salvación."

118 S BERNARDO, In laudibus Virginis Matris, 4 8; Opera omnia, Ed. Cisterciense, 4 (1966) 53-54 

119 LITURGIA DE LAS HORAS, I.I, Of de lect, ant 1. "Que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el  rey de la gloria." 

120 ORIGENES, Ex Commentariis in psalmos, 23; PG 12.

121 P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins, París, 1959, Serie III  (Pseudo-Jerónimo), 23 p 101: 'Propheta ... de Ascensione Christi ex persona calestium nuntiorum' .

122 S. AMBROSIO, De vera fide 4 1; PG. 16.

123 S. GREGORIO NACIANCENO, Or 45, 25; PG 36 658.

FELIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD, vol. I
Colección Trípode. Edic. EGA
Bilbao-1995.Págs. 54-55


4.

CANTO PARA UNA PROCESIÓN En honor del Dios Creador 

AL LLEGAR ANTE LAS PUERTAS DEL TEMPLO, 

Uno se pregunta: 

¿Quién puede entrar? 

-Corazón puro...
-Manos inocentes...
-Lealtad..: justicia...
-Búsqueda de Dios...
-Libertad ante los ídolos...

ENTRADA TRIUNFAL EN EL LUGAR SANTO 

El cortejo en un entusiasmo lírico, invita a las puertas a ensancharse. 

¡Quien entra es el Rey, es Dios! El Dios de todo el universo. 

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Este "salmo del Reino" describe la entrada de una procesión en el Templo... Es Yahveh,  el Dios creador del Universo, nuestro Rey Yahveh, que viene a tomar posesión de su palacio  y de su ciudad. Al aclamarlo Israel lo hacía reinar efectivamente y le profesaba sumisión.  Pero ¿cómo reina Dios? A las puertas del templo se respondía mediante una catequesis:  son los comportamientos morales del hombre los que hacen reinar a Dios. ¡Tener un  corazón puro, las manos no manchadas de intrigas, el corazón libre de todo ídolo, liberado  de todo aquello que no es Dios, leal al prójimo, sediento de justicia, ávido de Dios.. . !Este  es el hombre que construye el Reino de Dios en sí mismo y en la sociedad. 

Desde el punto de vista literario, notemos el lirismo y el carácter vivencial de este poema.  Cuando la procesión llega al atrio del templo, se entabla un diálogo entre la muchedumbre  que entra y los guardianes del templo que velan por el carácter sagrado de este lugar  Santo. La muchedumbre, personificando las puertas, se dirige a ellas y grita: "¡puertas,  abríos!" Ahora bien, lo que es más admirable, no sólo se pide a las puertas que se abran de  par en par, sino que se levanten: "¡levantad los dinteles!" Se trata de un gesto de  "homenaje" simbólico, que se pide a las puertas para relievar el esplendor de Aquel que las  va a franquear. 

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

** Un día, un día muy próximo a su Pasión, Jesús aceptó desempeñar el papel del Rey  descrito en este salmo. Partió de Betfagé a varios kilómetros de Jerusalén, aclamado por la  muchedumbre, avanzó hacia la ciudad y entró hasta el gran recinto del Templo. Entrada  real, entrada Mesiánica del "Hijo de David, Rey de Israel" (Juan 12,13). San Juan que asistió  a este triunfo pasajero relievó este tema de la realeza de Jesús. Delante de Pilato, Jesús  reivindica este título: "Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo, pues vine a este  mundo para dar testimonio de la verdad". (Juan 18,33-37) Y la inscripción clavada en la  cruz, "Jesús Nazareno Rey de los Judíos" (Juan 19,19) reafirma que su verdadero trono real,  la verdadera grandeza de este "Rey de la gloria", es precisamente la cruz, es decir su amor  infinito, su amor sacrificado. 

Una vez más, podemos recitar este salmo "con Jesús", pues nadie mejor que El lo vivió  verdaderamente. Parece que esta página del Antiguo Testamento hubiera sido escrita para  El. "¿Quién puede subir al monte del Señor?" "El, Jesús, el hombre de corazón puro, de  manos inocentes, que jamás entregó su alma a los ídolos de este mundo, que dijo "sí",  cuando era "sí" sin recurrir a juramentos inútiles (Mateo 5,33-37), Jesús, bendición y justicia  de Dios, Salvador por excelencia, que buscó el rostro del Padre en esas noches de  oración..." Es El, el "Señor de la Gloria", en frase de San Pablo (I Corintios 2,8). 

Estos "dinteles" que se levantan, contrariando las leyes de la naturaleza, sugieren el  carácter misterioso y sagrado de su Resurrección, de su "entrada" triunfal y definitiva en la  Gloria. Sí, es El,... "el fuerte, el valiente en los combates", porque "El debe reinar, hasta que  haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies... hasta que el último de sus enemigos sea  destruido, la muerte". (I Corintios 15,25). 

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** Cada uno de nosotros debe aplicar este salmo a su propia situación. 

La libertad del cristiano ante las "cosas" de la naturaleza. San Pablo aplicó este  salmo, explícitamente, a un problema de su tiempo: ¿se pueden comer los alimentos  ofrecidos a los ídolos? Responde: "coman sin hacer problema de conciencia, todo lo que les  venden en el mercado, porque la tierra y todo lo que hay en ella es del Señor". ( I Corintios  10,25 - 26; Salmo 23,1). Considerar la fe en Dios como liberadora, es una esperanza del  mundo actual. Sólo Dios es Dios. Sólo Dios merece sumisión. Hay, como se dice a menudo,  una cierta "desacralización" del universo, que corresponde perfectamente a la verdad de  Dios. Existe siempre el peligro de sacralizar abusivamente las realidades terrestres: las  costumbres tradicionales, los tabúes ancestrales, los usos considerados como definitivos y  sagrados cuando son apenas residuos de civilizaciones locales ya superadas. Pero el gran  peligro actual, es la sacralización de las ideologías y de la política. Digámoslo claramente, ni  los partidos de derecha, ni los de izquierda, son "sagrados"; son simples opciones humanas,  respetables claro está, pero que desmerecen grandemente al proyectarse sobre ellas un  "absoluto" que sólo a Dios debe darse: el único Rey es El. Bajo esta expresión  aparentemente pasada de moda, hay una reivindicación de libertad, de total independencia. 

La moral y la fe. Existe una tendencia reciente, que opone estas dos realidades. Este  salmo trae a cuento una verdad esencial que Jesús repitió frecuentemente. Dios más que  aclamaciones rituales, más que recitación de "credos", más que gestos cultuales...: espera  de nosotros rectitud de vida. La conciencia moral es lo primero. Seremos juzgados sobre el  amor. (Mateo 25,31 - 46). No llegarán a la "montaña de Dios" aquellos que se contenten con  decir: "Señor, Señor" (Mateo 7,21), sino aquellos "que tengan el corazón puro y las manos  inocentes", que cumplan los deberes que les impone la condición de ser hombres dignos de  tal nombre. La reforma conciliar revalorizó la "liturgia penitencial" al principio de cada Misa.  ¿Quién puede acercarse a Dios? Quien esté libre de toda mancha consciente o  inconsciente, que esté dispuesto a luchar contra su egoísmo, y toda forma de idolatría. Sólo  así Dios se hace fiador de la dignidad humana y de la conciencia. Decir: "Venga tu Reino",  es comprometerse a hacer cualquier cosa para vivir según sus exigencias. 

Todos los Santos. Este salmo se canta en la Fiesta de todos los Santos. ¿Quién puede  entrar en el lugar santo de Dios, el cielo? Respuesta: Todos aquellos que han vivido bajo el  signo de la conciencia, del amor verdadero. ¡Señor, haznos dignos de tu Santidad, Tú que  eres el amor! 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 46-53


5.

«Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?».

La visión de tu majestad me llena el alma de reverencia, Señor, y cuando pienso en tu grandeza me abruma el sentido de mi pequeñez y el peso de mi indignidad. ¿Quién soy yo para aparecer ante tu presencia, reclamar tu atención, ser objeto de tu amor? Más me vale guardar distancias y quedarme en mi puesto. Lejos de mí queda tu sagrada montaña, tu intimidad secreta. Me basta contemplar de lejos la cumbre entre las nubes, como tu Pueblo en el desierto contemplaba el Sinaí sin atreverse a acercarse.

Pero, al pensar en tu Pueblo del Antiguo Testamento, pienso también en tu Pueblo del Nuevo. El recuerdo del Sinaí me atrae a la memoria la cercanía de Belén. Los que temían acercarse a Dios se encuentran con que Dios se ha acercado a ellos. Se acabaron las cumbres y las montañas. Ahora es una gruta en los campos, y un pesebre y un niño. Y la sonrisa de su madre al acunarlo entre sus brazos. Dios ha llegado hasta su pueblo.

Te has llegado hasta mí. El don supremo de la intimidad. Andas a mi lado, me tomas de la mano, me permites reclinar la cabeza sobre tu pecho. El milagro de la cercanía, la emoción de la amistad, el triunfo de la unidad. Ya no puedo dejar que mi timidez, mi indignidad o mi pereza nos separen. Ahora he de aprender el arte bello y delicado de vivir junto a ti.

Por eso necesito fe, ánimo y magnanimidad. Necesito la admonición de tu Salmo: «¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria!». Quiero abrir de par en par las puertas de mi corazón para que puedas entrar con la plenitud de tu presencia. Nada ya de falsa humildad, de miedos ocultos, de corteses retrasos. El Rey de la Gloria está a la puerta y pide amistad. Dios llama a mi casa. Mi respuesta ha de ser la alegría, la generosidad, la entrega. Que se me abran las puertas del alma para recibir al huésped de los cielos.

Enséñame a tratar contigo, Señor. Enséñame a combinar la intimidad y el respeto, la amistad y la adoración, la cercanía y el misterio. Enséñame a levantar mis dinteles y abrir mi corazón al mismo tiempo que me arrodillo y me inclino en tu presencia. Ensé-

ñame a no perder de vista nunca a tu majestad ni olvidarme nunca de tu cariño. En una palabra, enséñame la lección de tu Encarnación. Dios y hombre; Señor y amigo; Príncipe y compañero.

¡Bienvenido sea el Rey de la Gloria!

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae.Santander-1989


6.

Las tres condiciones para encontrar a Dios, según el Papa

Meditación del pontífice sobre el Salmo 23

CIUDAD DEL VATICANO, 20 junio 2001 (ZENIT.org).- ¿Cuáles son las condiciones para que el hombre pueda encontrar a Dios? Esta es la pregunta a la que Juan Pablo II dedicó la audiencia general de este miércoles.

El pontífice respondió planteando tres exigencias: pureza de vida y de corazón; pureza de religión y culto; justicia y rectitud.

Al intervenir ante más de diez mil fieles en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa formuló la pregunta que plantea todo hombre que busca a Dios evocando las palabras de la Biblia: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?".

Se trata de dos interrogantes que presenta el Salmo 23 del Antiguo Testamento, sugerente pasaje poético que forma parte de la Liturgia de las Horas, y que el obispo de Roma ofreció como ayuda para la oración de los creyentes.

El Salmo responde haciendo "la lista de condiciones para poder acceder a la comunión con el Señor en el culto", explicó el Papa. "No se trata de normas meramente rituales y exteriores que hay que observar, sino más bien de compromisos morales y existenciales que hay que practicar".

Tres exigencias Ante todo hay que tener "manos inocentes y puro corazón". "Manos" y "corazón", explicó el pontífice, "evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre que debe ser radicalmente orientado hacia Dios y su ley".

"La segunda exigencia --siguió diciendo-- es la de "no decir mentiras", que en el lenguaje bíblico no sólo hace referencia a la sinceridad, sino también a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Se confirma así el mandamiento del Decálogo: la pureza de la religión y del culto".

Por último, para encontrar a Dios, el Salmo exige "no jurar contra el prójimo en falso". El Papa explicó así este requerimiento: "La palabra, como es sabido, en una civilización oral, como la del antiguo Israel, no podía ser instrumento de engaño, sino que más bien era símbolo de las relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud".

Con estas condiciones, el corazón del hombre se prepara para el encuentro con Dios, quien como muestra el Salmo 23, siendo "infinito, omnipotente y eterno", "se adapta a la criatura humana, se acerca a ella para salirle al encuentro, para escucharla y entrar en comunión con ella".

"Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor", concluyó Juan Pablo II.


7. VALLES QUE DAN FRUTO
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo” (Salmo 23:4)

Durante nuestra vida cristiana enfrentamos muchos momentos de dificultad, situaciones inesperadas que se presentan, las cuales nos afectan y nos tratan de robar la paz. También hay momentos grandiosos, momentos de victoria, los cuales nos hacen sentir en la cima de la montaña, pero en los momentos de dificultad, nos sentimos en un valle profundo. Lo importante es reconocer que nuestro Señor, es Dios de los montes y también es Dios de los valles. Veamos esta historia del pueblo de Israel...

Los israelitas acababan de vencer al ejército sirio en los montes, una gran victoria, (1 Reyes 20: 19-21). Entonces se acercaron los sacerdotes sirios a su rey y le dijeron que los dioses de los israelitas eran dioses de los montes y que por esto habían sido vencidos, (1 Reyes 20:23). Y convencieron al rey sirio para que formase otro ejército similar y peleara contra Israel en el valle, porque de esta manera serían vencidos. A lo que Dios respondió en 1 Reyes 20:28: Por cuanto los sirios han dicho: Jehová es Dios de los montes, y no es Dios de los valles, yo entregaré toda esta gran multitud en tu mano, para que conozcáis que yo soy Jehová. El resultado fue, otra gran victoria del pueblo de Israel, sobre el gran ejército sirio.

No importa lo que el enemigo quiera decirte, Dios es Dios de los montes y Dios de los valles. El no ha dejado de ser Dios porque tú te encuentres en una situación difícil en este momento. Él sigue siendo el Dios de gloria, de poder y de milagros. Y en los valles, es donde El muestra su fidelidad y lealtad hacia sus escogidos.

Cuando nos encontramos en la montaña de nuestra experiencia cristiana, podemos ver nuestro futuro claro, nuestra visión se expande, tenemos confianza y paz; sin embargo, cuando nos encontramos en uno de los valles de nuestra vida, nuestra visión se limita, nuestro futuro no se ve claramente, y nuestros sueños sufren. Pero debemos saber que los valles son los lugares más fructíferos de la tierra. “Los valles producen frutos”. Puedes esperar una cosecha valiosa en el valle donde te encuentres, porque Dios te acompaña. Y si Dios está contigo, Dios te sacará de allí con una gran victoria.

Si el enemigo te ha atacado y estas dudando del amor libertador de Dios, recuerda, que aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros, y también sabemos, que "a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados". (Romanos 8:28)

Pasaremos por la dificultad, pero no nos quedaremos en ella, porque sabemos que Dios es Dios en todas partes, y Él nos levantará para ir, de monte en monte y de victoria en victoria, alimentados por los frutos adquiridos en el valle de la aflicción. Olvidaremos las dificultades pasadas y recordaremos la fidelidad y la lealtad de Dios, la cual nos ha libertado.


8. Orar con el Salmo 23, por el P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd

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