COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Ap 7. 2-4. 9-14


1.PERSECUCION/AP PACIENCIA/ESPERANZA NU/000012 Y NU/001000

Juan escribe el libro del Ap (que significa "revelación") hacia los años 94-96, en unas circunstancias particularmente adversas para las comunidades cristianas. La persecución de Nerón, iniciada con el incendio de Roma hacia el año 64, se había extendido por todas partes en tiempos de Domiciano. El Apocalipsis es, por la tanto, un libro de la clandestinidad, lo que explica en parte la dificultad de su interpretación. Es también un libro en el que el autor exhorta a los cristianos y levanta el ánimo de las iglesias, un libro de la resistencia cristiana o de la "paciencia", que es algo muy distinto de la simple resignación. La paciencia vive de la esperanza, de una esperanza invencible.

El Vidente de Patmos ve los acontecimientos e interpreta los signos o señales de los tiempos a la luz del Día del Señor, revelando así el verdadero sentido de las persecuciones de la iglesia en el decurso de la historia. De ahí que la exhortación del Apocalipsis tenga todavía para nosotros vigente actualidad.

En el capítulo anterior, después de anunciar las calamidades que se avecinan sobre la tierra, deja abierta una pregunta angustiosa: "Porque ha llegado el Día de su Cólera (de Dios) y ¿quién podrá resistir?" (6.17). La respuesta se halla en las dos visiones de este capítulo séptimo, de donde ha sido tomada la presente lectura.

El autor, que no está interesado en saber qué forma tiene nuestro planeta, sino en descifrar el sentido de la historia, da por buena la visión que tenían sus contemporáneos de la Tierra.

Supone que ésta es como una gran superficie cuadrada, de cuyos ángulos proceden los vientos que pueden dañar la vida de los hombres. Pero, como él cree que Dios es el Señor y Creador de todas las cosas, supone que estos malos vientos no actúan al margen de la voluntad divina y están controlados por cuatro ángeles (v.1). Estos reciben órdenes precisas de un quinto ángel, que surge por el Oriente (de donde viene la luz y se suponía que procede la vida y la salvación de la vida), para que no suelten los malos vientos hasta que sean marcados con un sello todos los siervos de Dios. Sabemos que los hombres, desde antiguo, acostumbran a marcar con su nombre o con una señal personal aquello que es de su pertenencia; así se hacía antes con los esclavos y con los soldados. El sello de Dios en la frente de los que le sirven es como una promesa: Dios protegerá a los suyos en medio de la tribulación. Todo esto lo ha visto el Vidente como si estuviera fuera del mundo y pudiera abarcarlo con una mirada. Desde su punto de vista puede oír también el número de los marcados con el sello del Dios vivo. Desde una situación concreta de opresión y de constante amenaza, este creyente supera la anécdota del momento para abrirse, movido por la esperanza, al profundo misterio de la historia y escuchar la palabra de Dios que lo interpreta. Para ver y oír de esta manera hace falta esperar contra toda esperanza humana, superarlo todo en alas de la esperanza cristiana.

Se trata de un número simbólico. El número 12 significaba tanto como "totalidad", y el número 1.000 "muchedumbre". Israel es el pueblo de Dios. Suponiendo que cada tribu fuera una "muchedumbre" (=1.000), la "totalidad (=12) de cada tribu sería 12.000 miembros y la "totalidad" de Israel (con sus 12 tribus) sería 144.000 miembros. De ahí que este número signifique simplemente la totalidad de los elegidos y no una cantidad numérica bien determinada y conocida por nosotros. El autor quiere decirnos que Dios protege a todos y a cada uno de sus elegidos.

Y ahora el Vidente, situado más allá de la historia, ve lo que será al fin y al cabo. En su visión ha dado un salto, dejando atrás todas las luchas y persecuciones, para mostrarnos el triunfo del pueblo de Dios. Una muchedumbre incontable, de todas las razas, lenguas y naciones, con palmas en las manos celebra la victoria. Esta hermosa utopía nos muestra que el ideal de la humanidad es la superación de todas las fronteras y de todas las discriminaciones, una comunidad festiva en el reino de la paz y de la libertad. En este sentido podemos afirmar que una sociedad sin clases es también el sueño de todos los cristianos auténticos.

La victoria y la salvación que se celebra se debe al Cordero (J.C.) y a Dios, a quienes la muchedumbre incontable y los ángeles tributan "todo honor y toda gloria". Es como una gran doxología y una liturgia celestial que la iglesia militante, todavía en la tierra de la historia, anticipa en sus celebraciones eucarísticas.

Aunque todos han sido salvados por Dios y por la sangre del Cordero, Dios no ha ahorrado a ninguno de sus elegidos el pasar por la lucha y las tribulaciones de la historia. Y esto es lo que hace mayor el gozo de la victoria final.

EUCARISTÍA, 1976, nº 59


2. H/IMAGEN-SEMEJANZA:

"...llevando el sello del Dios vivo". Los pastores marcan las cabezas del ganado con la señal del propietario, la moneda del tributo llevaba marcada la imagen y la inscripción del Cesar; todos nosotros que no somos de ninguna autoridad mundana, sino de Dios, llevamos grabada la imagen del Dios vivo. Los santos la han dejado resplandecer en su vida. Nosotros a menudo la empañamos. Y sin embargo, éste es nuestro gran título de gloria y lo que tenemos en nosotros de más hondamente constitutivo: somos hijos de Dios.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987, 20


3. NU/144000.

El leccionario, al saltar los vv. 5-8, nos ahorra la enumeración de los doce mil marcados de cada una de las doce tribus. El hombre moderno ya no percibe el simbolismo de los números: una cultura cuantitativa y el abuso de las estadísticas y presupuestos los han "deshechizado". Pero la cifra de 144000 no es un recuento de feligreses practicantes, sino la combinación de dos números perfectos, el 12 y el 1.000. Indica la salvación universal, como dice la segunda parte del fragmento que leemos: una multitud incontable, de todos los pueblos, razas y lenguas (v. 9) (...).

Los vv. 9-14 se refieren ya a la multitud de los mártires que, vencidos a los ojos de los hombres, son en realidad vencedores. Nótese que, a diferencia de la simbología tradicional, el color de los mártires es el blanco, porque la sangre del Cordero, en la que por su martirio se han lavado, los ha purificado, y que las palmas no aluden primariamente al martirio (como en nuestra iconografía), sino a la fiesta de las Tiendas o Cabañas, celebrada gozosamente en el desierto tras haber salido triunfalmente de Egipto.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1988, 21


4.

Para el autor del Ap, la reunión de los siervos de Dios delante del trono divino (Ap 7.) constituye uno de los preliminares del "Gran Día" o Día del Juicio Final.

a) Una idea muy acariciada en el Ap es el tema de la espera, del aplazamiento (v. 2; cf. Ap 6. 11; 11. 2/3/7; 12. 6/14; 20. 2-3). Juan ve los cuatro vientos dispuestos a lanzarse sobre la humanidad, de modo semejante a como aparece en la descripción de Za 6. 1-7. Pero se produce un hecho nuevo que Zacarías no había previsto: la orden de suspender la tempestad para que los elegidos pudieran reunirse en el lugar fijado. El fin no llegará inmediatamente después, pues habrá que esperar a que la Iglesia pueda cumplir su misión, cual es la de congregar a todos sus miembros. La reunión que, en la representación judía, era simplemente un momento de la escatología, se convierte en la ocupación esencial del "aplazamiento" que constituye el tiempo de la Iglesia.

b) La reunión concierne en primer lugar a las doce tribus (v. 4). Esta presencia de las tribus puede resultar sorprendente en un contexto cristiano. No se trata de los judíos convertidos, sino del todo Israel espiritual que es la Iglesia: los 144.000 son, pues, cristianos sin más, sean o no de origen judío. Los salvados no son una muchedumbre anónima, sino un pueblo organizado y estructurado. Es preciso notar, además, que las doce tribus no existían ya en el pueblo judío en el tiempo de san Juan, aun cuando la esperanza mesiánica preveía su restablecimiento.

Con esta multitud reunida delante del trono de Dios se designa también la totalidad de las naciones (v. 9). No hay que oponer esta muchedumbre innumerable a las doce tribus de los versículos precedentes. De hecho, Juan superpone dos visiones distintas de la misma realidad: la Iglesia, considerada ya como cumplimiento del Israel espiritual, ya representada como el cumplimiento de la salvación del mundo entero. Las dos imágenes se superponen para elaborar una eclesiología completa. El hecho de la multitud innumerable muestra que la Iglesia es verdaderamente universal y no una secta, un grupo, un "ghetto" de separados.

Por el contrario, la nota de unidad se encuentra más bien en la imagen de las doce tribus. La idea de la multitud procede muy probablemente de Dn 3. 4-7; 5. 19. Todos los siervos de Dios presentes en la reunión son marcados en la frente (v. 3) Esta marca (imagen que se halla en /Ez/09/03-06) evoca la protección, la salvación, una protección que viene del mismo Dios. En este sello puede verse el símbolo de la economía sacramental (cf. 2 Co 1. 22; Ef 1, 13; 4. 30).

El v. 14 parece dar una definición precisa de los siervos reunidos ante el trono de Dios: "Estos son los que vienen de la gran tribulación". Juan piensa ciertamente en la persecución de Nerón, que considera como el prototipo de todas las tribulaciones que habrán de afrontar los cristianos. No es preciso, por tanto, reducir la muchedumbre innumerable a los mártires propiamente dichos.

La liturgia de la Iglesia descrita como la celebración de una nueva fiesta de los Tabernáculos (vv. 9-10). Los motivos evocados (vestiduras blancas, palmas, aclamaciones, etc.) recuerdan, en efecto, el ritual de los Tabernáculos. Ahora bien: esta fiesta era la de la recogida de las cosechas, la de la escatología, del fin de los tiempos, del cumplimiento. Ya Za 14. 16-19 anunciaba el fin de los tiempos bajo la forma de una fiesta de los Tabernáculos a la cual todas las naciones serían invitadas (cf. también Za 8. 20 ss.). En cuanto a la gran prosternación (vv. 11-12), es un rito de la antigua liturgia del templo (Si 50. 17-21): la adoración de Dios y del Cordero emparejada con la adoración de la Bestia.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IX
MAROVA MADRID 1969Pág. 80


5. /AP/LIBRO

Sólo el final de la historia (escatología) nos permite comprender el sentido de las precedentes etapas históricas. Y como esta última etapa no puede ser descrita en su realidad histórica por ningún mortal, de ahí que los autores que la describen deban echar mano de las visiones, imágenes simbólicas, etc., (apocalíptica). Esta literatura hará mucho uso de la comparación "como", "similar a"...

MAR/BESTIA: La apocalíptica judía trata de buscar un saber del pasado para interpretar el presente y escrutar el futuro; pero Juan, no. El apocalipsis del Nuevo Testamento describe los avatares de la historia de la salvación desde la primera venida de Cristo hasta la segunda. En la lucha entablada entre Cristo y Satán, Cristo ya ha vencido; pero el poder del adversario sigue desplengándose sobre la Iglesia. La "bestia feroz" que sale del mar (=el Imperio) y la gran "prostituta" (=Roma) son el instrumento de Satán para desplegar su persecución sobre la Iglesia. (Nótese la forma encubierta de narrar acontecimientos coetáneos al autor. También Juan estaba expuesto a la persecución). Es la hora de la prueba. Junto a la amargura del presente, el autor va presentando cuadros apocalípticos del final de los tiempos, que traen paz y serenidad a los atribulados, a la vez que sirven de acicate para continuar luchando en este mundo en la batalla de la fe. Al final, Dios vencerá por medio de Cristo, que debe actualizar el plan de salvación contenido en el libro de los siete sellos (5, 7, 9). La Jerusalén celeste, la nueva sociedad de salvados, inaugura el reinado de Dios. Entre el sello sexto (6, 12-17) y el séptimo (8,1) se inserta la perícopa de esta fiesta, dividida en dos escenas:

1. Vs. 1-8: los elegidos de la tierra. La destrucción y el pánico del sexto sello se detienen. Los vientos que soplan de los cuatro ángulos de la tierra simbolizan las fuerzas destructoras de este mundo y el anuncio del último día. Los cuatro ángeles (seres al servicio de Dios) detienen la destrucción. La salvación viene de Oriente (v. 2). Por Oriente sale el sol y allí está el Paraíso.

La marca o sello (v. 3) indica pertenencia, incluso hoy, y protección. A pesar de los vaivenes de la historia que sacuden a la Iglesia, ella será protegida. El número de los marcados (vs.4-8) es simbólico: 12 (=perfección) por 12 (tribus) por 1.000. Equivale a una muchedumbre innumerable. Cada tribu tiene el mismo número de elegidos. Para Dios no hay acepción de personas.

2. Vs 9-17: suerte de los elegidos en el cielo. Ya han alcanzado la gloria y la victoria simbolizadas por la túnica blanca y las palmas. Es una muchedumbre innumerable, sin distinción de razas, que prorrumpe en un himno de agradecimiento. Superadas las dificultades, viven ya sin ansiedad. La salvación o victoria se debe a Dios y al Cordero; pero este don o gracia requiere una respuesta humana (v. 15). Todo esto ocurrirá en un futuro. Esta visión de final debe suscitar interés y entusiasmo para la lucha del presente, donde se fragua la eternidad. La visión de una historia concreta hace que Juan nos presente una clave de interpretación histórica válida para todas las edades.

DABAR 1980, 55


6.

Quizás sea el Apocalipsis el libro del Nuevo Testamento más ajeno a la mentalidad secular moderna (no a los brotes esotéricos, milenaristas y apocalípticos que de vez en cuando aparecen a finales de milenio especialmente). Conviene no dejarse desorientar por la simbología y escenografías barrocas de este género literario e ir al fondo de los temas.

En términos generales esta perícopa habla de la comunidad cristiana en tribulación -tema de todo escrito- protegida por Dios en este mundo y en el otro. Es como un paréntesis en estas primeras partes del libro que hablan más del futuro.

Los vv. 7, 1-8 en conjunto hablan de esa protección divina a su comunidad en un mundo de malvados. Es de notar que la literatura apocalìptica no matiza. Buenos y malos están muy bien divididos. No hay que tomarlo como una descripción de la realidad, sino como una simplificación más aclaratoria que otra cosa. En realidad se trata de una afirmación de fe. Dios protege a su iglesia, a toda ella como muestra el número simbólico de 144.000 (doce veces mil, número perfecto multiplicado por sí mismo para indicar totalidad).

Los vv. 9-14 se refieren a la comunidad celeste, continuación de la actual. Lo principal es la glorificación que esa comunidad hace de Dios y de Cristo, el Cordero en terminología de muchas partes del Apocalipsis. Esta tarea, si así se pude llamar, es la actitud religiosa fundamental, reconocimiento de Dios de forma total. Que hacen no sólo la iglesia, sino todo lo que no es Dios.

Y ello ha de entenderse no como una descripción de algo simplemente para que se sepa, sino para animar a asumir esa actitud que va a ser la eterna de quienes están unidos con Dios.

Todo ello gracias a la propia acción de Cristo, su Muerte (y Resurrección). Blanquear y lavar no van a ser términos exactos, sino metáforas también de los efectos de esa acción de Cristo.

Todos tenemos cabida en esa multitud, no importando nada, ni muerte ni vida, ni condición, ni edad. Todos alabamos y adoramos al Señor por Cristo.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1990, 53


7.

El autor del Apocalipsis escribe en tiempos de persecución de la Iglesia hacia los años 94 y 96. Ve y juzga los acontecimientos situándolos en el horizonte de la historia de la salvación y a la luz del "gran día de la cólera de Dios" (Ap 6, 17). En las tribulaciones de la Iglesia de su tiempo descubre un sentido universal y último que está latente también en todas las persecuciones que habrán de padecer los discípulos de Jesús a lo largo de la historia y hasta que llegue el día del juicio final.

Después de hacer una descripción profética de las calamidades que han de venir sobre los hombres, termina el capítulo sexto con estas palabras: "Porque ha llegado el gran día de su cólera, y ¿quién podrá resistir?" La respuesta a tan angustiosa pregunta se encuentra en las dos visiones que recoge nuestra lectura tomada del capítulo siguiente.

COSMOLOGIA/JUDIA: El autor no muestra ningún interés en enseñarnos qué forma tiene la tierra y se conforma con la visión popular de su tiempo. Los antiguos pensaban que la Tierra era una gran superficie cuadrada de cuyos ángulos procedían los cuatro vientos que dañaban a los hombres. Pero el Vidente cree que Dios es el Señor del Universo y que nada sucede sin su voluntad, por eso coloca un ángel en cada esquina de la tierra para controlar los vientos maléficos según su voluntad (7, 1). Y así, cuando todo está a punto para soltar los malos vientos sobre la faz de la tierra, otro ángel viene de Oriente (de donde nace el Sol, de donde se suponía que viene para siempre la salvación y la vida) y trae órdenes precisas para no desatarlos mientras no sean sellados los elegidos de Dios. El sello o marca sobre la frente de los elegidos los distinguirá como propiedad del Señor y será garantía de salvación para cuantos la lleven.

El Vidente se imagina estar fuera de la Tierra y abarcarla globalmente con una sola mirada. Desde su punto de vista no es posible ver los detalles, mucho menos contar con exactitud el número de los sellados. En cambio sí puede recibir información sobre este extremo. Por eso dice el autor que "oye el número de los marcados con el sello".

Este número es, sin embargo, un número simbólico: 12 significa totalidad del "Israel de Dios" (las 12 tribus sin faltar una) y la totalidad (12) de cada muchedumbre o tribu (1000), esto es, todos y cada uno de los miembros del Pueblo de Dios.

Más allá de este mundo, esto es, de la historia, el Vidente ve ahora en el cielo a los que ya han salido triunfantes de la gran tribulación. Es una muchedumbre innumerable y heterogénea, de todas las razas, pueblos y lenguas, es la comunidad futura con toda la riqueza de su pluralismo y toda la unidad en la participación gozosa de una misma victoria.

Todos los que la componen van vestidos de blanco, porque son los invitados a las bodas eternas del Cordero, y llevan palmas en las manos, porque han salido victoriosos de la gran tribulación. Esta muchedumbre se encuentra ante el trono de Dios, esto es, en el cielo. No debe confundirse con la otra multitud de los señalados que aún militan en este mundo que pasa.

La salvación se debe al Cordero, que es Jesucristo, y a Dios. Por eso los santos, juntamente con los ángeles, tributan a Dios "todo honor y toda gloria" en una solemne liturgia celestial que los cristianos, señalados por el bautismo, anticipan sacramentalmente en la liturgia de la Iglesia.

El vidente es de nuevo informado sobre el significado de cuanto está viendo. La información le viene dada por uno de aquellos misteriosos "ancianos" que asisten al trono de Dios. Todos los santos han sido salvados por la sangre de Cristo, sin que esto suponga que Dios ahorre a nadie la gran tribulación. Los santos vienen de la gran tribulación, por eso su victoria es aún más gozosa.

EUCARISTÍA 1986, 51


8.

Este capitulo, entre dos series de juicios y castigos, es un mensaje de consuelo y esperanza. Quiere infundir confianza ante la catástrofe anunciada. Dios no abandonará a los suyos cuando llegue la hora de la prueba. Es un mensaje de esperanza y seguridad. El ángel pone a cada uno un distintivo.

En el anuncio del castigo el autor supone que la tierra es cuadrada. Por eso presenta a los ángeles encargados de las fuerzas destructoras colocados en los cuatro ángulos que equivalen a nuestros cuatro puntos cardinales. Símbolos de salvación:

a) El ángel que sube de oriente. El oriente es el lado de donde proviene la luz. Corresponde al ángel portador de la salvación.

b)SELLO/BAU. El sello del Dios vivo. El sello indicaba pro- piedad. Por eso los preservados por el sello son considerados como patrimonio especial de Dios. En la antigüedad se marcaba no sólo a los animales, sino a los esclavos y a los soldados. Así llevaban en su carne la señal de pertenencia a su dueño. Esta señal era al mismo tiempo signo de pertenencia y garantía de protección. Parece natural ver en el sello una alusión al bautismo. Los bautizados se llamaban "sellados". Pablo habla del sello del Espíritu (cfr. 2 Co 1,22; Ef 1, 13; 4, 30). El número de los salvados es un número simbólico. Indica la totalidad de los salvados, es toda la Iglesia. Está compuesta por gente de toda nación, razas, pueblos y lenguas.

TABERNACULOS/FT:Constituyen una asamblea litúrgica. En pie, vestidos de largas túnicas, con palmas en las manos. La descripción del Apocalipsis corresponde a la celebración del triunfo imperial, pero parece más obvio interpretar el capítulo siete en relación con la fiesta de los Tabernáculos en uso en la liturgia judía. Esta fiesta era como una promesa y una anticipación del Israel ideal que debía ser restaurado por Dios. Así se prepara la gloria futura del pueblo de Dios. Es la visión de Israel que se reúne, el Israel perfecto extendido por todo el universo. Juan ha superado la situación de Pablo. Ya no hay dialéctica judío-gentiles. Para Juan no hay dos pueblos. Es la Iglesia compuesta por hombres que vienen de todas las naciones.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 20


9. /Ap/07/01-17

La inclusión de este fragmento, antes de la apertura del séptimo sello, produce literariamente un efecto de suspense en el conjunto del relato. Además, en su desarrollo hay una antítesis entre el grito desesperado de los «habitantes de la tierra» (final del capítulo anterior) y la respuesta del enviado de Dios. Este, el ángel que sube del Oriente, marca la frente de los elegidos antes de las calamidades a fin de preservarlos de ellas. Los sellados con el sello del «Dios vivo» serán liberados de los males que azotarán toda la tierra. (En relación con el sello en la frente se podría recordar que los beduinos suelen llevar una señal para indicar a qué tribu pertenecen).

El texto incluye dos visiones paralelas. Los vv 1-8 presentan la Iglesia de la tierra, y los vv 9-17 aluden a la gran fiesta de la Iglesia celestial, en una descripción majestuosa que evoca las visiones de la corte divina y del Cordero y anticipa la de la nueva Jerusalén.

La enumeración de las doce tribus -comenzando por la de Judá, de la que nació el Mesías- evoca la idea de la Iglesia como el Israel ideal, que está fundado sobre los doce apóstoles y acoge en su seno a una muchedumbre venida de todos los puntos de la tierra (el número doce significa totalidad). Hay que desechar, pues, la interpretación rígida de algunos que toman al pie de la letra el número de ciento cuarenta y cuatro mil salvados. ¡Como si fuera posible reducir de antemano la misericordia de Dios a una cifra! El texto mismo, al hablarnos de «una muchedumbre innumerable» (v 9), nos muestra claramente qué valor hay que dar a esa cifra.

La segunda visión describe la apoteósica liturgia celestial (bien plasmada por los hermanos Van Eyck en La Adoración del Cordero Místico). La celebración recoge elementos de la fiesta judía de las Tiendas: las palmas, la gran reunión... al amparo de la única tienda del «que está sentado en el trono». A través de la explicación final del anciano, Juan presenta lo que podríamos llamar «el estatuto del mártir». El mártir es aquel que, por haber dado testimonio de su fe durante la persecución, vive ahora junto a Dios, alabándolo por siempre, liberado de cualquier angustia y consolado de toda tribulación. El parlamento del anciano, emocionante y bellísimo, contiene unos contrastes maravillosos: los que han dado testimonio del Señor Jesús blanquearán sus vestiduras con la sangre del Cordero; éste será su pastor y los conducirá a fuentes de agua viva.

Todo cristiano es mártir, testigo del Señor. Por eso, la cruz no está reservada a los héroes. Seguir a Jesús quiere decir mantenerse fiel a él hasta donde sea preciso. Porque la muerte es siempre el camino de la vida.

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 592 s.


10. /Ap/07/09-17:/AP/LIBRO-2

Pocos libros de la Biblia han sido tan citados, tan leídos y tan mal interpretados a lo largo de los siglos como el Apocalipsis. Es una obra presentada como visión, profecía y testimonio. Como todos los apocalipsis, es un libro de visiones del juicio de Dios sobre el mundo. Una parte de esas visiones muestra las realidades que se manifestarán más tarde y que en el futuro también entrarán en el destino de los hombres; algunas otras describen una escatología ya cumplida, es decir, muestra el aspecto invisible, misterioso, pero real, del hecho salvífico: la Iglesia, el Mesías, el Espíritu, como realidades ya presentes.

Sin embargo, el Apocalipsis es principalmente testimonio. Cuando empieza la persecución, los cristianos pueden ser tentados a replegarse en sí mismos, a sufrir si convenía, a aguardar el fin de la tempestad. Mas esta actitud significaría no entender nada de lo que exige seguir a Cristo. La persecución no es como una tempestad; es una lucha entre Dios y las fuerzas del mal en el terreno de la humanidad. En esta contienda no debe ocultarse el cristiano, sino que ha de dar testimonio de que sólo Dios rige la historia por medio de Jesucristo; con este testimonio los cristianos han de demostrar que las divinidades introducidas por la idolatría humana no son sino simulacros impotentes.

Este es el sentido que parece dar el autor a esta visión que tiene por escenario la Jerusalén celestial, en que los testigos toman parte en la liturgia que celebra la victoria del Cordero sobre las potencias hostiles. La Iglesia reemprende y repite el misterio del Siervo de Dios. La Iglesia, como el Siervo, renueva, siguiendo a Jesús, las actas del misterio: da testimonio y profetiza, muere y resucita. En este punto se realiza en ella el misterio de Cristo. La Jerusalén celestial está ya presente entre los testigos que luchan aquí abajo el combate de su fe testimonial. Este pueblo testigo celebra una liturgia, unida a la celeste, en la cual Jesucristo es celebrado como inmolado, salvador y pastor del nuevo Israel.

En la gloria de Cristo no se puede participar de otro modo que cargando la cruz aquí en la tierra. Solamente bajo la cruz crece la existencia cristiana. Dios y los hombres piden que bajo la cruz de Jesús y en fuerza del primer mandamiento tengan aquellos dolores que acompañan el parto de la libertad plena y conducen a la Jerusalén celestial, madre de los seres libres, según Gál 4,26: «La Jerusalén de arriba es libre, y ésa es nuestra madre».

F. RAURELL
-LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 858 s.


11.

El capítulo 6 se cierra con la apertura del séptimo sello que inaugurará una serie de cataclismos sobre la historia de los hombres. Antes de los cataclismos, el capítulo 7 nos ofrece una especie de intermedio que con sus compases anticipa el final de la sinfonía divina: la victoria de Dios sobre las fuerzas destructivas del pecado y de la muerte.

Dios se dispone a marcar, por medio de su ángel, a todos los que se han mantenido fieles a la Palabra de Dios. En el s. I los siervos estaban marcados con el distintivo de su señor, al igual que determinadas cofradías religiosas marcaban a sus adeptos como signo de pertenencia y fraternidad. Los cristianos llevan el sello de Dios, que es el Espíritu recibido en el bautismo (cfr. Ef 1,13; 4,3O).

NU/001000-2:Los marcados forman una muchedumbre inmensa que reúne el entero pueblo de Dios del AT y NT (12x12x1000=144.000; siendo el 12 el número simbólico del pueblo, y el 1000 el número de la divinidad). La mención de "toda nación, raza, pueblo y lengua" nos recuerda la fraseología recargada del libro de Daniel (p. ejemplo Dan 6,26), típica de la corte persa.

Los elegidos llevan vestiduras talares blancas, llevan palmas en las manos, y cantan ante el trono y el cordero; elementos todos ellos que nos introducen en un clima sacerdotal. Una de las misiones de los levitas era la de cantar salmos ante el santuario durante la ofrenda de sacrificios, su vestido era blanco y en algunas fiestas -como la de los Tabernáculos- portaban ramos en las manos.

Con el bautismo los cristianos han quedado marcados por el Espíritu y han sido constituidos pueblo sacerdotal. En la historia padecen la gran tribulación de las fuerzas antievangélicas, pero ellos, en realidad, saben que tienen asegurada la victoria en la de Cristo, el Cordero degollado y resucitado.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 15

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