35 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DEL
APÓSTOL SANTIAGO
(1-8)

1. 
«Todos somos romeros que caminos andamos» El cristianismo ha sido pródigo en peregrinaciones a lo largo de su historia. Ha cultivado una forma de religiosidad espontánea y popular que ha puesto en marcha a los creyentes para moverse de un lado a otro en un clima de peregrinación. Me atrevo a decir que la mayoría de las celebraciones patronales en el mundo rural de nuestro país incluye siempre, como mínimo, una pequeña peregrinación, un traslado en procesión de la imagen venerada desde la ermita hasta la iglesia parroquial. Puede decirse que la primera peregrinación del cristianismo es la que hicieron los magos de oriente. Es la historia de unos hombres, dedicados probablemente a la astrología, que descubrieron una estrella en el cielo y se pusieron en camino. Es un espléndido símbolo de la búsqueda de sentido que anida en el corazón del ser humano. Porque hay siempre momentos en que necesitamos algo más que explique el sentido de nuestra vida que los cofres en que almacenamos los bienes materiales y buscamos una estrella que marque un rumbo y dé densidad a nuestra existencia.

Diez siglos más tarde arranca uno de los movimientos más sorprendentes de la historia humana. En los ss. Xl a XIV los caminos de Europa se comienzan a llenar de iglesias, ermitas, hospitales, puentes, por los que circulan millones de hombres que se ponen en camino hacia el extremo más occidental del mundo entonces conocido: hacia el Finisterre -el fin de la tierra-, donde se abría el mare ignotum, un mar proceloso y desconocido que no se sabía dónde acababa y hacia dónde conducía.

Todavía no había nacido nuestra lengua castellana. Será sólo en el siglo Xlll cuando un clérigo llamado Gonzalo redactó en verso una serie de milagros obrados por Santa María. Lo hizo desde su monasterio de San Millán de la Cogolla, en un claro cerca del pueblo de Berceo en la Rioja, un territorio disputado por Castilla y Navarra.

Sus versos iban dirigidos a aquellos que hacían el camino que conducía desde los Pirineos al gran santuario de Santiago de Compostela: "Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado/ yendo en romería caecí en un prado,/ verde e bien sencido, de flores bien poblado,/ logar cobdidiabduero pora omne cansado". Y más tarde añade: "Todos quantos vevimos qe en piedes estamos, siquiere en presón o en lecho yagamos,/ todos somos romeos qe camino andamos;/ San Peidro lo diz esto, por él vos lo probamos». Gonzalo habla a esa proporción no despreciable de la población de Europa central y occidental que, desde el s. Xl hasta el XV, peregrinó a Compostela. Porque, siguiendo lo que dijo Gonzalo de Berceo: «Todos somos romeos qe camino andamos».

La historia medieval de Santiago arranca del año 813. Un monje o eremita, Pelayo convence al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, para que examine el lugar conocido como "Arca marmorica". El rey Alfonso II acude a ese lugar y aclama a Santiago como patrono del reino y transmite la noticia del suceso a todo el mundo cristiano. Se crea el primer santuario y comienzan las peregrinaciones.

En 997, Almanzor destruye la ciudad y el santuario, pero el santo obispo Pedro de Mezonzo (el autor de la Salve regina, en el cercano monasterio de Sobrado dos Monxes) huye a tiempo salvando las reliquias. Se reconstruye el templo y arranca el esplendor de Santiago, en el que jugará un papel fundamental otro obispo, Diego Gelmírez, que pone las semillas de la futura Universidad hacia el año 1100, dando paso al mayor esplendor de Santiago en los siglos XII y Xlll.

PEREGRINOS/ST:Para conocer las peregrinaciones, los eruditos acuden al Liber sancti lacobi, una famosa compilación medieval que explica lo que se exige al peregrino, qué era lo que tenía que hacer para beneficiarse de su peregrinación, una especie de primera guía turística. En el libro primero dice: «El camino de Santiago es bueno pero estrecho, tan estrecho como el camino de la salvación. Ese camino es el repudio del vicio, la mortificación de la carne y el incremento de la virtud... El peregrino no puede llevar consigo ningún dinero, excepto, tal vez para distribuirlo entre los pobres a lo largo del camino. Aquellos que vendan sus propiedades antes de partir, deben dar a los pobres hasta la última moneda. En el pasado los fieles tenían un solo corazón y una sola alma, y conservaban toda su propiedad en común, sin poseer nada propio: de la misma manera, los peregrinos de hoy deben tener todo en común y viajar juntos con un solo corazón y una sola alma. Los bienes compartidos valen mucho más que los que son propiedad de los individuos. Santiago era un vagabundo sin dinero y sin zapatos y, sin embargo, subió a los cielos apenas murió; ¿qué les ocurrirá a aquellos que se dirigen con toda su opulencia hacia su santuario, rodeados por todas las muestras de la riqueza?».

Evidentemente, no todo fue tan altruista en la peregrinación a Santiago: en ellas se fundieron otros muchos factores: el espíritu de aventura, ahora que tocaban a fin las cruzadas, el deseo de expiar los pecados, los milagros maravillosos atribuidos a la intercesión del Apóstol... Pero nadie discute que el camino de Santiago fue extraordinariamente importante en el surgimiento de la conciencia de Europa; que en él se entrecruzaron, en su búsqueda última de Dios, generaciones y generaciones de creyentes, procedentes de los reinos cristianos europeos. Allí comenzó a renacer el espíritu de una Europa que fracasaba en los intentos políticos pero que se hacía realidad desde la base, desde las personas de todas las clases y naciones que se hermanaban en el camino común hacia la tumba del Apóstol.

Santiago está asociado a muchos símbolos: desde la cruz de Santiago hasta los pins, hoy de moda. Sin duda, los más sencillos, los que, sin duda, surgieron de la base, son el bordón, la vieira y la calabaza.

El bordón es símbolo de la dureza de la vida, que experimentaba el hombre medieval y que, hoy también, de forma distinta, seguimos experimentando. La vida sigue siendo un camino, una peregrinación, un valle de lágrimas, aunque también de gozo y «romería», como rezaba aquel santo monje de Sobrado. Y aquí estamos hoy también nosotros pidiendo al Señor que nos ayude en nuestro caminar; que él sea nuestro compañero de camino, como en aquel delicioso pasaje evangélico de Emaús.

La vieira, esa concha sencilla y amplia, es un símbolo del misterio del mar. Hoy sabemos lo que hay detrás de ese mare ignotum, pero hay un mar desconocido que llevamos dentro de cada uno de nosotros y que no sabemos explicar. Porque la condición humana, lo que somos cada uno de nosotros, es un misterio inextricable, abierto a unas últimas preguntas, a un abismo interior que nos desborda y nos trasciende. Y donde podemos encontrar, como los peregrinos medievales, a ese Dios más íntimo que nuestra mayor intimidad, escondido como entre las valvas de la vieira.

Y, finalmente, ese símbolo casero y popular de la calabaza, con un agua que refresca, un alivio que copartían los peregrinos del medievo y que es un símbolo de hermandad, de solidaridad, entre los que compartimos los caminos de la vida, en ese clima fraterno del que hablaba el Liber sancti lacobi.

Los magos de oriente buscaban una estrella; fue también el embrujo de las estrellas sobre un campo -Compostela, «campo de estrellas»- el que llamó la atención de aquel eremita Pelayo. Según la tradición, cuando el apóstol Santiago fue degollado por Herodes, sus discípulos transportaron sus restos en una embarcación hasta Iria Flavia en Galicia. Allí pidieron ayuda a una matrona romana, Lupa, que les prestó un carro tirado por toros para que le llevasen hasta el lugar en que quisieran los animales. Donde estos se detuvieron, fue sepultado Santiago.

Ese sepulcro fue una estrella de fe y solidaridad para millones de cristianos del medievo; ojalá lo sea también para los que buscamos hoy también estrellas y las raíces de nuestra fe. Porque como dijo Gonzalo de Berceo: "Todos somos romeos qe camino andamos". Y, hoy, alegres, muchos siglos más tarde, como romeros a Santiago caminamos.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C. Madrid 1994. Pág. 381 ss.


 

2.
Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria del hecho fundacional de la Iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones ineludibles de nuestra fe cristiana.

En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el N.T. y que acabamos de proclamar en las lecturas de la misa de hoy.

En dos puntos principales os invito a centrar la reflexión: lo que nos ha dicho la primera lectura sobre el testimonio de los apóstoles, y lo que hemos leído en el evangelio referente al espíritu de servicio que debe impregnar el ejercicio de la autoridad en la Iglesia. Los apóstoles son, por antonomasia, los testigos de la resurrección de Xto., es decir, los heraldos y proclamadores del triunfo de Jesús sobre la muerte y, por tanto, los anunciadores primeros de la salvación para todos los hombres. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, el contenido esencial de su mensaje era éste: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Esp. Sto. que Dios da a los que le obedecen".

Tal proclamación, los apóstoles la hacían con valentía, sin miedo, porque era fruto de la convicción profunda que produce la verdadera fe. Tal como nos ha dicho el apóstol Pablo en la segunda lectura, la predicación apostólica brotaba siempre del convencimiento interior: "Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: `Creí, por eso hablé'. La valentía y osadía de los apóstoles no se detenía ni siquiera ante las amenazas de los poderosos, porque estaban persuadidos de que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" Y la mayoría de ellos -y Santiago el primero de todos- pagaron con su propia vida la intrepidez de su testimonio.

La Iglesia -cuantos la formamos- es la encargada de continuar en el mundo ese mismo testimonio de los apóstoles. Deberíamos revisar con seriedad la cualidad de nuestra manera de testificar: si de veras proviene de una convicción interior; si se centra en el núcleo del mensaje, es decir, en el anuncio de la resurrección victoriosa de Cristo como factor de salvación y liberación universales; si está dispuesta a testificar hasta el final, hasta la entrega de la propia vida cuando sea conveniente. Sólo si somos capaces de cumplir todas estas condiciones, somos dignos herederos de los apóstoles.

Santiago y Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura por parte de Jesús cuando, según el evangelio leído, empujados por la ambición de su madre pidieron a su maestro un trato de favor y privilegio en la organización del Reino de Dios. Ellos pedían honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús les exhortó al servicio humilde de los hermanos.

Es ésta una lección perpetuamente válida en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el ministerio apostólico, tienen cargos de dirección en la comunidad cristiana, sino también para todos los miembros de dicha comunidad, llamados igualmente al servicio recíproco. Jesús es consciente de que el ideal que él propone va contra las tendencias más innatas del espíritu humano, que impulsan a dominar a los demás, a utilizarlos e incluso a abusar de ellos.

Por eso, después de recordar lo que acostumbra a pasar en las sociedades humanas, en las que predomina la prepotencia, la tiranía y el abuso de poder, dice con fuerza: "No será así entre vosotros", y formula un principio que debería guiar todas nuestras relaciones en el interior de la comunidad cristiana: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo".

Santiago y todos los demás apóstoles entendieron perfectamente la lección, e hicieron de sus vidas un servicio -un "ministerio"- para la Iglesia y para toda la humanidad. Su autoridad no fue nunca de dominio sino de disponibilidad y de entrega amorosa, hasta saber dar su propia vida, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo.

En esta eucaristía, en que hacemos memoria del martirio de Santiago el Mayor, seamos conscientes de que su muerte es inseparable de la de Cristo, objeto central de toda celebración eucarística. Que una y otra sean -según la expresión de san Pablo en la segunda lectura de hoy- objeto de un gran "agradecimiento para gloria de Dios".

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1989, 15


 

3.
Uno de los hechos constantes en la Iglesia durante muchos siglos -y que quizá ahora, nosotros, valoramos menos- era la devoción a los apóstoles. Y no tanto por aquello que de cada uno sabemos ni tampoco inicialmente por las vinculaciones de éste o aquel apóstol con un país determinado -vinculaciones a menudo basadas en tradiciones legendarias o por lo menos históricamente no comprobables-, sino por algo más importante.

Durante siglos los cristianos tuvieron una especial devoción, una especial afición a los apóstoles porque veían en ellos un ejemplo de fe, de seguimiento de JC, de entrega sencilla y generosa, que les convertía en los modelos a seguir, en los patronos de las diversas iglesias. Precisamente porque se veía en ellos lo que es fundamental para el cristiano y para la Iglesia: un testimonio de fe, de esperanza, de amor.

Es verdad que a veces -y ello sucedió especialmente con el apóstol Santiago- la imaginación popular la revistió de características que no concuerdan en absoluto con lo que de él nos dice el N.T. Me parece que entre la imaginación legendaria de Santiago convertido en guerrero a caballo y la realidad del Santiago, primer apóstol mártir -como hemos leído en la primera lectura de hoy- hay una larga distancia. Las lecturas bíblicas nos han hablado de un apóstol que dio su vida -no que quitara la vida a nadie guerreando-, que la dio por fidelidad a la fe que proclamaba -no que imponía-, que bebió el cáliz del Señor es decir, el martirio, sin pretender tiranizar ni oprimir.

Él fue un servidor, él dio su vida para dar vida. Y así siguió el camino de JC. Este es su ejemplo hoy vigente, plenamente vigente, para nosotros. Todos aquellos que hoy celebramos su fiesta debemos pedirle que aprendamos a seguir su camino de fe, de servicio, de darse. Y no un camino que no sería el suyo -que no sería el apostólico- de creernos mejores por el hecho de ser cristianos -que es gracia, no mérito-, de pretender imponer en vez de anunciar nuestra fe, de olvidar que esta fe en JC se sigue dando y no exigiendo.

Todo ello, me parece, tiene repercusiones muy concretas en nuestra vida, en la realidad social que vivimos actualmente en nuestro país. El hecho de que la gran mayoría de ciudadanos sigan bautizando a sus hijos, sigan casándose por la Iglesia, sigan declarándose -más o menos teóricamente- católicos, no puede hacernos olvidar que la diferencia entre el número de los bautizados y el de los habitualmente asistentes a la reunión cristiana de los domingos es muy importante, que para muchos niños su primera comunión es prácticamente la última, que bastantes de los que se casan por la Iglesia no comparten la visión cristiana del matrimonio. No se trata en absoluto, de condenar o de criticar o de excluir a nadie. Pero sí de reconocer los hechos tal como son.

Y los hechos, en nuestro país, nos obligan a los cristianos a asumir nuestra responsabilidad de seguir el camino de los apóstoles, el camino de empeñarnos seriamente en dar testimonio de nuestra fe, de anhelar comunicarla. Siempre debería haber sido así, -si a veces nos hemos adormecido como si todo el mundo fuera cristiano por nacimiento o si a veces se ha pretendido imponer la fe por el hecho de ser ciudadano de este país- hoy sería absurdo continuar por este camino. Podríamos decir que los hechos -aunque nos pesen- nos ayudan a volver al ejemplo de los apóstoles, al ejemplo auténtico de Santiago: exigencia personal de fidelidad a nuestra fe, trabajo por construir auténticas comunidades cristianas, intento de comunicar y anunciar el Evangelio. Sin imposiciones, sin buscar la coerción de las leyes, sin emprender ninguna cruzada. Sino avanzando por la senda de la libertad, de la coherencia con nuestra fe, del servicio, del testimonio sencillo pero también serio y convencido. Es decir, avanzando por la senda que siguieron los apóstoles.

Que sea hoy ésta nuestra oración confiada al renovar la Eucaristía del Señor. Pidamos tener la fe firme y esperanzada de los apóstoles; pidamos tener su amor abierto y generoso. Quizá -y con ello termino- podríamos hoy pedir especialmente que todos los cristianos de las diversas diócesis de la Iglesia en España sepamos comprendernos, respetarnos y también ayudarnos para superar cualquier enfrentamiento y saber trabajar todos -en cada diócesis- para conseguir una Iglesia más fiel al ejemplo de los apóstoles.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1980, 15


 

4.
La cosa está decidida. Los dos Zebedeos lo han pensado bien. Hay que desplazar a ese rival molesto e impertinente que es Pedro.

Ellos han hecho méritos para aspirar a las primeras plazas y no tienen por qué dejar que otros les tomen la delantera.

Además, el reinado de Dios es inminente -estamos subiendo a Jerusalén- y sólo el pensar en ejercer el poder es tan dulce...

La imaginación trabaja a los Zebedeos desde hace mucho tiempo: ya se ven como los nuevos amos, como los amigos del nuevo Maestro que inaugura la Era Mesiánica. Ellos harán que todo marche según los deseos de Jesús. Habrá que dar órdenes rápidas, bien pensadas y calculadas; tendrán que ser eficaces con el pueblo, persuasivos con los celotas, magnánimos con los actuales jerarcas, inflexibles con los romanos... Sutiles negociaciones con todos los grupos harán patente su valía... En fin, para que todos sepan que los nuevos tiempos han llegado; quien tenga ojos podrá ver la actuación y los móviles de los nuevos señores: "el bien del pueblo, la honra de Dios, las consignas de su Enviado".

En esa dura realidad del poder -siempre habrá dirigentes, siempre existirán los siervos- brotará lo nuevo: "unos amos que se matan por el bien del pueblo. Unos hombres felices que harán felices a los demás".

A nuestros protagonistas sólo les falta un dato: la oportunidad de contarle todos los proyectos al Maestro y recibir -con su aprobación- la promesa de los primeros puestos.

Hoy, por fin, ha llegado el momento. El evangelio de Mateo resulta extraordinariamente sobrio al presentarnos la reacción de Jesús a la petición de la familia Zebedea.

El aterrizaje que Jesús les obliga a dar -pasar del mundo de los sueños y del corazón ambicioso a la realidad- es un revolcón de primera. Jerusalén no es una fiesta. Precisamente lo pronosticable es una lucha en la que los detentores del poder muestren toda la capacidad de muerte que su ejercicio lleva en sí. ¡Pedir el poder cuando va a haber un enfrentamiento mortal con él! Para una lucha tan desigual no suele haber voluntarios ni hay peleas por los primeros puestos.

"¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo?" Sólo la ingenuidad y el ansia de poder pueden hacer brotar ese "sí, podemos", tan tajante y positivo de Santiago y Juan. Y precisamente por eso Jesús tendrá que emplearse más a fondo y hacerles ver que no han entendido nada. Que en el seguimiento de Jesús no se trata de un nuevo modo de mandar por bienintencionado y filantrópico que sea. Que en el Reino, todo cambia.

Primero, el corazón del discípulo que no busca la investidura de la autoridad; ni el poder es un podium para auparse y parecer que uno ha crecido o vale más. No, en el Reino no hay autoridad que haga mediar y engordar el importante ego del que tiene alguna responsabilidad. Para eso que no se le siga a Jesús, que es todo lo contrario.

Sólo es objetivamente apto para ser alguien en el Reino quien esté libre de toda ambición -y eso es una muerte sicológica para nuestra innata voluntad de poder- sólo es objetivamente apto para ser alguien en el Reino quien libre y voluntariamente se colocó en el puesto ínfimo: en el del esclavo que tiene como tarea el servir. Ese ha entendido a Jesús y la subversión de valores que trae. Y ahí no están precisamente Juan y Santiago.

Sí, sólo el que se pone a servir, sólo el que hace de su vida una donación para el crecimiento adulto y para la liberación de los demás, está en la actitud de lo que El concibe como tener autoridad. Y, precisamente, se tiene para eso: para que los demás sean de tal modo libres que puedan prescindir de esa autoridad.

En fin, hay que tener la misma actitud que el Maestro: "Igual que este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en rescate de todos".

El tema del poder en la comunidad cristiana está, pues, esbozado y resuelto así en el evangelio de Mateo. El señorío y el poder de los poderosos de este mundo esclaviza y mata. Se muestra coactivo y vigilante en su ejercicio. Entre los creyentes no puede ser así. El poder y el señorío que se inaugura con Jesús en un humilde servicio para liberar la libertad, para hacer que quien está ya en un camino de libertad, sea, a su vez, servidor de la liberación de quienes puedan estar sometidos en la ambición o al fatalismo de la sumisión.

¿Qué ocurre en la Iglesia? ¿Cómo andan nuestras autoridades? ¿Cómo viven quienes aspiran a ejercer las responsabilidades? ¿Qué tal le va al Pueblo de Dios con sus pastores? En esa difícil tarea que todos tenemos para liberarnos del ansia de dominio y de poder, hoy se nos da un modelo. Apliquémoslo a nuestro mundo familiar, a las relaciones en la empresa.

Veamos también como lo presentan y ejercen los líderes políticos y los cargos sindicales; qué hacen las autoridades académicas y científicas. Reflexionemos sobre el proceder de las altas instancias del dinero. ¡Qué ejercicio más sano el comparar la realidad que nos rodea -y a nosotros mismos- y el modelo presentado por Jesús de Nazaret! ¿No creéis que la revolución de Jesús está todavía pendiente?

DABAR 1978, 42


 

5.
Las tres lecturas de la liturgia de la Palabra que hoy se reúnen tienen mucho contenido y se conjuntan perfectamente, lo cual no siempre ocurre. Pienso que esta circunstancia impele a no centrar hoy la homilía en ningún detalle de los textos. Más bien se puede hacer hoy un comentario o paráfrasis de los mismos, escalonadamente, invitando a los fieles a una meditación posterior más detenida. Así enfocamos hoy estas notas para la homilía.

-Apostolado desde el testimonio.

-La primera lectura es un pasaje muy hermoso de los Hechos de los Apóstoles. Los apóstoles dan testimonio de la resurrección del Señor. Esto es su apostolado. No se trata de la explicación de una doctrina, no se trata de la exposición de una teoría. Se trata de la comunicación de una experiencia. Se trata de la comunicación de un mensaje. Los sistemas de doctrina tienen su expositor en el doctrinero o el profesor que explica la teoría. El mensaje tiene su expositor en el testigo, el que tiene algo que decir porque ha experimentado y vivido lo que transmite. El sistema de doctrina explica e interpreta la realidad. El mensaje invita a transformar esa realidad. El sistema es pasivo, el mensaje es dinámico, arranca de una vida y comunica vitalidad. El apostolado es la transmisión de un mensaje y la comunicación de una experiencia vital que pugna por extenderse y transformar. Esta fuerza dinámica de transformación de la realidad es la que rechazan las autoridades constituidas que prohíben a los apóstoles "enseñar en ese nombre".

Buena lección para los apóstoles por vocación y para todos los cristianos de hoy. Si nuestro cristianismo no está arraigado por dentro en una experiencia vital que nos impele a comunicar un mensaje transformador de la realidad, si no tenemos una experiencia interior de la que ser testigos gozosos, muy lejos estamos de los apóstoles y de aquellos primeros cristianos. Si nuestro apostolado y nuestra evangelización, si nuestro impregnar las estructuras de espíritu evangélico no suscita el rechazo y la persecución de los poderes de este mundo afincados en la explotación o en cualquier tipo de opresión del hombre, será que hemos aguado demasiado el mensaje y ya, domesticado, se ha convertido en un mero sentimiento neutral o en una ideología en connivencia. El último versículo de la lectura de hoy introduce precisamente la muerte de Santiago a manos de las autoridades. El impulso interior que sentían dentro ("hay que obedecer a Dios antes que a los hombres") les llevó a afrontar el conflicto.

-Apostolado en la pobreza.

Es la segunda lectura, que se enfila en la misma línea y continúa el tema. Llevamos este tesoro -esta experiencia vital de la resurrección de Jesús cuya fuerza comunicamos- en vasos de barro (2Co/04/07). Es decir, no la llevamos envuelta y adobada en ricas doctrinas, en atractivos envoltorios culturales, en eficientes medios propagandísticos, en omnipotentes medios de poder. Más bien llevamos este tesoro del evangelio envuelto en debilidad, porque es un mensaje de amor ("Dios nos ama") y para el amor ("amaos los unos a los otros"). Y el amor siempre es débil, no se defiende, no organiza la ira, no devuelve mal por mal, pone la otra mejilla, no avasalla, todo lo comprende, todo lo perdona, respeta siempre, ama la libertad del otro... Todo esto es debilidad. Es, de alguna manera, muerte. Es la causa de la muerte de Jesús, y de su resurrección. Y, por eso, nosotros, que llevamos esa muerte de Jesús siempre y por todas partes en nuestro cuerpo, esperamos que también su vida se manifiesta en nosotros.

Esto exige una gran calidad de vida para ser llevado adelante.

Hace falta vivirlo muy por dentro para atreverse a ser consecuente por fuera. Nadie hace propaganda de joyas o tesoros presentándolos en vasos de barro. Sólo quien de verdad está íntimamente convencido de la valía de lo que lleva, porque lo vive, es capaz de no tener miedo a la debilidad. "Nosotros creemos, y por eso hablamos", a pesar de estar perplejos, atribulados, perseguidos...

-Apostolado en el servicio.

"Todo esto lo hacemos por vuestro bien", concluía la segunda lectura. Y la tercera empalma con el tema del apostolado y del servicio. La madre de los hijos de Zebedeo no había entendido nada. Creía también que el mesianismo de Jesús iba por el camino de los honores y de la autoridad.

Tampoco habían entendido los demás discípulos, que se indignaron contra los dos hermanos porque les iban a quitar dos buenas "colocaciones". "No sabéis lo que pedís". "Sabéis que los que son jefes en este mundo gobiernan como dictadores y opresores, pero no ha de ser así entre vosotros, sino al revés". Todavía entonces los apóstoles no lo habían entendido. Todavía hay nosotros quizá no lo hayamos entendido.

Ser cristiano es amar. Y amar es servir. Y la autoridad en la Iglesia es para servir. Y cualquier otra autoridad no tiene la misión sino de servir. Pero es más fácil servirse, servirnos a nosotros mismos, poner a los demás a nuestro servicio. El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir. ¿Será tan difícil seguirle?

DABAR 1977, 45


 

6.
-La religión cambia: Año tras año, desde hace mucho tiempo, celebramos los españoles la fiesta de nuestro Patrón Santiago.

Pero el tiempo no pasa en balde y, con el tiempo, cambia el significado de las fiestas que celebramos. Lo que no es, o no tiene por qué ser, un abandono de lo más auténtico de las fiestas cristianas que, para los creyentes, es en última instancia su valor evangélico. El cambio es uno de los rasgos más sobresalientes de la situación en la que vivimos. A diferencia de otras épocas de crisis, el cambio de la nuestra es mucho más profundo y acelerado. (...).

Los que habían nacido y crecido en ambientes tradicionalmente católicos, se ven ahora arrojados en una sociedad secularizada. Y en esta nueva situación es comprensible la crisis de identidad, la duda, la reacción inmovilista y el desmadre de los más "progres". ¿Ha llegado el fin del cristianismo convencional? ¿Ha llegado incluso el fin de la iglesia? ¿Viene la noche o amanece el día? Porque ésta es la cuestión: el crepúsculo se parece mucho a la aurora, y bien pudiera amanecer la vida de la fe, cuando llega la muerte de las costumbres.

-El evangelio permanece: permanece el evangelio de la muerte y resurrección de Jesús, que ha sido constituido en Señor. Permanece su mandamiento: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". Permanece la misión de la Iglesia de anunciar al mundo este evangelio; obedeciendo a Dios antes que a los hombres. Y continúan también las persecuciones y los peligros, pues "este tesoro lo llevamos en vasijas de barro". Y la esperanza, "sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará".

Lo que no permanece es la pretensión de establecer una Iglesia como si fuera ya en la tierra el mismo reino de Dios, y la ambición de ocupar los primeros puestos. Pasó la leyenda de Santiago, pasaron las cruzadas, pasó la cristiandad... Santiago y su leyenda han sido desmontados. Vuelve Santiago, pie a tierra, el discípulo de Jesús, el apóstol decapitado, el que bebió el cáliz de la pasión, el testigo de la fe y el padre de nuestra fe. Vuelve Santiago según los evangelios, no según nuestras figuraciones.

-Una oportunidad para la fe: En un mundo que ha dejado de ser convencionalmente cristiano, no podemos vivir la fe de un modo convencional, con el apoyo y la protección del ambiente, de las instituciones y de las leyes, de las costumbres y de una realidad social conformada de acuerdo con nuestras creencias. Pero la fe, al verse libre de toda posible mixtificación, se purifica y adquiere la verdadera posibilidad para su realización. Hoy tenemos que elegir ser cristianos, hoy podemos elegir ser cristianos. Hoy podemos y debemos conservar la memoria de Jesús, pero esa memoria deberá funcionar más como fermento y acicate para la vida, que como tranquilizante. Hoy, nuestra fe en Dios, que no es nada de este mundo, sino el "enteramente otro", puede actuar como revulsivo contra todos los ídolos y como una fuerza de liberación contra todos los endiosamientos y totalitarismos. Y la esperanza, que supera todas las expectativas, y el amor al prójimo que apunta hacia la fraternidad universal, no tienen por qué confundirse con tendencias reaccionarias de ningún tipo.

-Una nueva situación para la Iglesia: En este mundo secularizado y en esta sociedad pluralista, la Iglesia se halla en una situación de diáspora: los cristianos están en todos los rincones del mundo, pero en casi todas partes son una minoría. La cristiandad es imposible como modelo político, sociológico y cultural. Si en otro tiempo fue posible se debió a una serie de circunstancias y posibilidades objetivas que han sido superadas. Todos los pueblos han conocido su "Edad Media", en la que una religión (el Islam, el Sintoísmo, etc.) ha configurado globalmente la sociedad. Pero hoy todos los pueblos viven en la Edad Moderna. Por otra parte, el ideal de la cristiandad ni siquiera es deseable desde el punto de vista del evangelio.

Con todo, la fe sólo podemos vivirla en comunidad, y sólo así podemos transmitirla a otros pueblos y generaciones. De ahí la necesidad de la Iglesia, de ahí su posibilidad y la confianza que tiene en la promesa de Jesús. La Iglesia sobrevivirá. Pero tendrá que hacerse cargo de la nueva situación y escuchar desde esta situación, es decir, desde la realidad, el evangelio que debe realizarse. Sobrevivirá como fermento, como un poco de sal, como una luz que ilumina también a los que no levantan la antorcha. Y dejará de ser un fenómeno cultural, un cristianismo masivo y popular. De modo que los cristianos no lo serán ya por herencia, sino por convicción.

Ante la urgencia y la universalidad de los problemas en los que se debate, la Iglesia deberá ser mucho más audaz y no andarse con remilgos. Porque lo más seguro en la actual situación es el riesgo, o, como dice Jesús: "Quien quiera salvar su vida la perderá, y quien pierda la vida por mí y el evangelio, ese la salvará".(Mc 8, 35).

EUCARISTÍA 1978, 34


 

7.
Celebramos hoy la fiesta de Santiago. Y es posible que lo primero que nos venga a la memoria sea el caballo de Santiago, Santiago el de Clavijo (el "Matamoros"), Santiago el Patrón de España, ¡Santiago y cierra España! pero ¿qué tiene que ver todo esto con el evangelio? Santiago, el hijo del Zebedeo, fue un hombre apasionado hasta el fanatismo, ambicioso hasta apetecer para sí y para su hermano los primeros puestos, violento hasta desear que cayera fuego del cielo y arrasara una aldea en Samaria... Jesús, que lo conocía bien, le puso por nombre "Hijo del Trueno". De esa madera hizo Jesús un santo, de esa madera hemos hecho nosotros un héroe nacional, pero el verdadero Santiago es el que hizo Jesús: el apóstol cuya fiesta celebramos los cristianos.

Jesús eligió al hijo del Zebedeo, a Santiago, para hacer de él un apóstol y un testigo; esto es, un hombre capaz de obedecer a Dios antes que a los hombres, capaz de predicar el evangelio en todas partes con oportunidad y sin ella, capaz de beber el cáliz que bebió su Maestro y dejarse matar por la verdad, pero, sobre todo, un mensajero humilde, consciente, como Pablo, de que "llevamos el evangelio en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros".

A nosotros nos ha sido relativamente fácil montar a caballo al "HIjo del Trueno", y hacerlo cabalgar sobre nuestros enemigos.

Nosotros hemos hecho de Santiago un símbolo nacional, y hemos exaltado en él todas nuestras virtudes y también todos nuestros defectos. Hemos canonizado, de esta suerte, nuestro orgullo nacional, nuestras intransigencias e intolerancias, nuestro celo y nuestros celos. Y hemos creído que el señor Santiago y hasta el mismo Dios estaban con nosotros en todas nuestras batallas y contra todos nuestros enemigos; pero este Santiago, que nos hemos inventado, el Santiago de la leyenda, el de Clavijo, no es más que el centauro ideológico de nuestro nacionalcatolicismo.

El nacional-catolicismo es un contubernio de la religión y la política, un intento de la religión de utilizar para sus fines el poder político, y un intento del poder político de manejar la religión en provecho propio. En cualquier caso siempre es el intento de la religión y del poder para imponerse sobre un pueblo.

Podemos celebrar la fiesta de Santiago para consolidar nuestros prejuicios nacional-catolicistas, o para desmontar a Santiago de su caballo y descubrirlo de nuevo pie a tierra en la realidad del evangelio. El apóstol Santiago, que predicó el evangelio con humildad, el testigo que fue decapitado por Herodes Agripa, nos invita a renunciar a cualquier fuerza que no sea la fuerza de la palabra de Dios. Porque ésta es la única espada que necesitamos para extender la buena noticia en el mundo.

El camino de Santiago, el que recorrió Santiago sin otro equipo que un bastón y unas sandalias, no puede recorrerlo la iglesia si no se desprende de toda pompa y de todo apoyo en los poderes de este mundo. Lejos, pues, de triunfalismos, lejos del poder y la riqueza, no son medios aptos para el evangelio, Santiago nos llama hoy a seguir, como él, a Jesucristo, el cual vino para servir y no para ser servido; para morir en el despojo de la cruz y no para despojar a nadie. No es éste un camino de placer para turistas, sino un camino difícil y necesario para todos los creyentes.

EUCARISTÍA 1976, 44


 

8.
La solemnidad del apóstol Santiago ha perdido en la actualidad en muchos lugares su carácter festivo. En otros, en cambio, aún se mantiene. Como fuere, la fiesta es importante, en tanto que recuerda el carácter apostólico de la fe cristiana y permite arraigar este carácter en la popularidad que este santo ha conseguido entre nosotros: por todas partes encontramos, efectivamente, en nombres de lugar y en tradiciones locales, la huella de aquel apóstol que fue el protomártir y que la tradición venera en su sepulcro en la capital de Galicia.

-LA FE APOSTÓLICA

Hablar de "la fe apostólica" puede sonar a algo muy abstracto o, aún peor, a una especie de reivindicación jerárquica. Y no es eso.

Hablar de fe apostólica quiere decir recordar que nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra vida de comunidad, arrancan de la historia y la experiencia concretas de unos hombres que, hace dos mil años, estuvieron cerca de Jesús, le acompañaron, se sintieron fascinados por él, fueron también desgraciadamente capaces de abandonarle en los momentos decisivos, fueron recuperados por el mismo Jesús, se sintieron enviados y portadores de un gran tesoro, y dedicaron después toda su vida a dar conocer la gran alegría que ellos habían vivido.

Hablar de fe apostólica quiere decir, también, sentirse formando parte de una larga cadena de hombres y mujeres que, en muchos lugares y de muchas maneras distintas, se han sentido atraídos por ese Jesús que conocieron los apóstoles, y han querido vivir la misma experiencia que ellos vivieron, y la han vivido, y la han transmitido a los demás. Y quiere decir, pues, tener ganas, como toda esa gente, de vivir muy a fondo esa experiencia, y tener ganas que otros -los conocemos- la pueden vivir también.

Hablar de fe apostólica quiere decir, también, por así decirlo, "saber que vamos sobre seguro", que todo lo que creemos y vivimos no es algo que se han inventado unos cuantos o que no se sabe de donde viene. Los apóstoles y la Iglesia que en ellos se fundamenta son como la garantía de solidez de lo que creemos: que Jesús muriendo por amor ha vencido la muerte; que si nos unimos a él tendremos vida; que vale la pena -y mucho- actuar como él actuó.

Las lecturas de hoy nos pueden ayudar a reflexionar sobre todos estos aspectos. Sobre todo, nos pueden ayudar a acercarnos a los sentimientos, las experiencias, los desconciertos, las esperanzas, la fe que los apóstoles vivieron.

-"HAY QUE OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES"

Santiago es el primero de los apóstoles que murió violentamente por el hecho de haber actuado con el convencimiento, como dice la primera lectura, de que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". ¿Por qué murieron mártires, los apóstoles? ¿Qué quería decir para ellos "obedecer a Dios" enfrentado con el "obedecer a los hombres"? ¿Qué hacían los apóstoles? Los apóstoles anunciaban que Jesús de Nazaret pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal, que murió porque esta era la única ley que admitía, y que Dios ha garantizado con la resurrección que lo que hacía Jesús es lo único que vale. Los apóstoles reunían gente en nombre de este camino. Y así, de esta manera, los apóstoles, ponían radicalmente en cuestión el "sistema" montado alrededor de la religión de Israel, pero no para crear un nuevo "sistema" (eso habría sido, de hecho, "obedecer a los hombres", seguir el estilo del mundo), sino para decir que el fundamento de todo era una Buena Nueva, una fe, un amor que nada podía controlar. Es, en definitiva, lo que Jesús quiere explicar también a la madre de Santiago y Juan en el evangelio de hoy: la madre piensa según el sistema de este mundo, Jesús dice que se trata simplemente de "beber el cáliz", de servir hasta dar la vida. Eso, eso es obedecer a Dios.

Hay lugares del mundo en que este "obedecer a Dios" (el anuncio libre de la fe, la lucha por la dignidad y la justicia) comporta muy claramente sufrimiento y muerte. Entre nosotros no es así. Y entonces nos sucede que -con demasiada facilidad- nos doblegamos a "obedecer a los hombres". Nuestro estilo de vida, ¿no es a menudo "obedecer a los hombres", obedecer el estilo del mundo?. En nuestros países ricos y satisfechos, la fuerza transformadora de Jesús, su Buena Nueva dirigida en primer lugar a los pobres, ¡parece tan apagada!

-LA EUCARISTÍA DE LOS APÓSTOLES

Punto de referencia básico de la fe apostólica es las Eucaristía. Ellos -los Apóstoles- la recibieron del Señor, ellos la transmitieron, nosotros la continuamos. No estará de más evocar lo que debía ser la celebración eucarística de la época apostólica y sentirnos herederos suyos... Y tampoco no estará de más recordar que la Eucaristía hace presente la entrega de Jesús hasta la muerte, la entrega misma que Santiago y los demás apóstoles también siguieron. Una entrega que abre el camino de la vida: celebrar el martirio de los apóstoles es celebrar su entrada en la vida de la resurrección.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 11

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