Mi
resumen de este largo período se basa principalmente en tres libros
importantes, los de Josef Stierli, Jordan Aumann, y Giacometti-Sessa, con
algunas referencias a otras fuentes[8].
No
hubo un descubrimiento repentino del Sagrado Corazón en el medioevo, sino una
transición gradual e inconsciente de la teología principalmente objetiva de
los Padres hacia una devoción calurosa y subjetiva al Corazón herido de Jesús
y a sus disposiciones personales. Lo que resultó fue una fecunda síntesis de
los aspectos objetivos y subjetivos: los tesoros de salvación del traspasado
Corazón del Crucificado se vieron como los regalos del amor personal del
Redentor.
El
primer nombre que es digno de ser mencionado es San Anselmo de Canterbury
(+1109), no como el padre del escolasticismo, sino como el místico, que
sintetizó las dos significaciones bíblicas del Sagrado Corazón:
La
abertura del costado de Cristo nos reveló las riquezas de su bondad, es decir,
la caridad de su Corazón hacia nosotros. (Medit.
PL 68,761)
A
su lado se halla San Bernardo de Claravalle (1090-1153:
El
acero ha
entrado en su alma. Llegó a su Corazón, así que de aquí en adelante puede
llevar nuestra debilidad. Por la herida del cuerpo se descubre el secreto del
Corazón, por ella aparece ese gran sacramento de su bondad, las entrañas de
misericordia de nuestro Dios... ¿Quién puede ver otra cosa en estas heridas?
¿Cómo, oh Señor, podríamos ver más claramente que por tus heridas, estás
lleno de bondad y suavidad, abundante de misericordia? (Sermo
in Canticum Canticorum LXI, 34;
PL 182, 1071-72)
La
influencia de esos dos teólogos se extendió a otros muchos, especialmente a
los Victorinos, como Hugo y Ricardo de San Víctor. A este período pertenece
también el himno
verdaderamente
clásico al Sagrado Corazón, "Summi Regis Cor, aveto," escrito por
San Herman Joseph[9],
Premonstratense de Steinfeld en el Eifel. Este himno no sólo junta la imagen
del Corazón herido de Jesús y su Corazón en el sentido bíblico profundo,
herido por sufrimientos de amor, sino pasa también a menudo del Corazón de Jesús
a nuestros corazones.
Corresponde
a ese himno clásico la primera visión registrada del Sagrado Corazón en el
medioevo, la que fue recibida por Santa Lutgarda de Brabante en Bélgica
(1182-1246). Aunque inculta recibió el regalo de la comprensión de los Salmos
latinos. Pero cuando se preguntó cuál fue la utilidad de ese regalo, nuestro
Señor le preguntó:
-¿Después,
qué quieres? Ella contestó:
-Lo
que quiero es vuestro Corazón. Dijo Jesús:
-Y
yo quiero aún más poseer el tuyo. Y se hizo el cambio de corazones[10].
Cuando
los autores de este período hablan del corazón humano, en general usan el término
en el mismo sentido que los Padres, es decir, en el sentido bíblico profundo.
La vida espiritual en general se hizo más afectiva, y la devoción a la sagrada
humanidad de Cristo se desarrolló. Este es el período en el cual San Francisco
de Asís introdujo el Belén. San Anselmo y San Bernardo hablan de la custodia
del corazón; los Victorinos de la purificación del corazón. Un ejemplo de
Hugo de San Víctor (1100-1141):
Nuestro
corazón carnal... es como madera verde, todavía no secada de la humanidad de
la concupiscencia carnal; cuando recibe una chispa del temor de Dios o del amor
divino, inmediatamente asciende el humo de los deseos malos y de las pasiones
rebeldes. Después, el alma se hace más fuerte, la llama del amor se hace más
ardiente y más clara, y pronto el humo de las pasiones desaparece, y el espíritu
asciende a la contemplación de la verdad con una mente pura. Cuando, finalmente,
por esa contemplación asidua, el corazón se ha llenado de verdad y, con todo
ardor, ha ganado la misma fuente de verdad suprema, se ha inflamado por eso y se
ha transformado en un fuego de amor divino, ya no siente ni disturbio ni agitación.
Ha hallado tranquilidad y paz.
(In
Ecclesiasten Hom. 1,
PL 175, 117-118)
En
el siglo 12, los teólogos transmitieron la tradición de la teología del Corazón
de Cristo; en los siglos 13 y 14, esta planta se volvió un árbol. Ese
desarrollo fue preparado por una grande devoción a la Pasión de Jesús, por un
amor especial de San Juan Apóstol, y por el gran número de comentarios del
Cantar de los Cantares. La fuerza motriz de este desarrollo fueron los
Franciscanos, las religiosas de Helfta, y los Dominicos.
En
el medioevo temprano, los Benedictinos y los Cistercienses desempeñaron el
papel más importante en el desarrollo de la devoción; ahora los frailes se
hacen importantes. En la historia de San Francisco de Asís se relata que recibió
del Crucifijo de San Damiano la comisión de restaurar la casa de Dios; después
el texto continúa: "Desde aquella hora su corazón fue herido y se fundió
en la memoria de la pasión del Señor." La herida del Corazón físico, se
dice a menudo en el medioevo, revela la herida de su amor. La pasión del Corazón
de Jesús en el sentido profundo conmovió el corazón de Francisco, que recibió
las estigmas en 1224. Conforme a la espiritualidad de su fundador, los primeros
Franciscanos tuvieron una gran devoción a las cinco heridas de Cristo, especialmente
a la herida de su Costado.
Eso
es muy claro en San Buenaventura (1217-1274>, que, en su devoción profunda
de la Pasión, se hizo, aún para nuestros días, un heraldo del misterio del
Sagrado Corazón. Su Itinerarium Mentis in Deum, verdaderamente una 'Guía
del corazón del Peregrino en su itinerario hacia Dios', muestra cómo la única
vía al Padre es un amor ardiente del crucificado, y este amor se perfecciona en
una comunión sincera de corazones. Muchos textos de sus obras, especialmente su
librito Lignum Vitae, predican el misterio del Sagrado Corazón. En su Vitis
Mystica se lee:
El
Corazón de nuestro Señor fue traspasado por una lanza para que por la herida
visible veamos la invisible herida
de amor. La herida
exterior del Corazón muestra la herida de amor de su alma.
El
Corazón físico de Jesús y su Corazón en el sentido bíblico profundo se
unen. El corazón herido se hace el símbolo del amor herido de Jesús. Se
vuelve a sentir este espíritu franciscano en la piedad de Santa Ángela de
Foligno (1248-1309> y en el afán de Santa Margarita de Cortona (1247-1297)
de vivir profundamente en el Corazón de Cristo.
Bajo
la dirección de la abadesa Gertrudis de Hackeborn, hermana de Santa Matilde
de Hackeborn,
el monasterio de las Cistercienses de Helfta en Sajonia logró el nivel más
alto de cultura femenina conocida en el medioevo. Se hizo también un centro
de noble aspiración a la santidad y a la oración. Entre las muchas mujeres
notables de este convento, tres merecen mención especial.
Matilde
de Magdeburgo (+1285> entró en el monasterio de Helfta tarde en su vida,
después de haber vivido como Beguina en Magdeburgo. Por mandato de su
confesor, escribió sus revelaciones en un libro La Luz fluida de la
Divinidad en el alma, que relata su intimidad con el Señor en el ministerio
de su Corazón. Una citación:
El
Hijo de Dios
apareció delante de mí, y en sus manos tuve su Corazón. Era más brillante
que el sol, y difundió rayos luminosos de luz por todos lados. Entonces, mi
Maestro amado me hizo comprender que todas las gracias que Dios de continuo
derrama sobre la humanidad, fluyen de este mismo Corazón. (citado en Aumann, Devotion
p. 61)
En
el Sagrado Corazón, Matilde ve sobre todo la vida interior del Señor,
ardiente de amor, al cual los hombres responden con insultos. Entrando en
Helfta en 1270, halló dos monjas jóvenes que llegaron a ser muy importantes
en la historia de la devoción: Santa Matilde de Hackeborn y Santa Gertrudis
la Grande.
Santa
Matilde de Hackeborn (1241-1298), noble de nacimiento y artística de
temperamento, había recibido una educación esmerada y la encargaron de las
niñas que se educaban en el convento. Nuestro Señor la colmó de sus gracias,
pero por muchos años las tuvo secretas. Sus únicas confidentes eran Santa
Gertrudis y otra hermana. Por mandato de su nueva abadesa, estas dos
escribieron una relación de las experiencias espirituales de Matilde, sin
saberlo ella hasta el final, y así resultó el Liber Specialis Gratiae.
Para
Matilde, Cristo no es tanto el Hombre de Dolores, sino el Señor glorificado,
subido al trono en la gloria del cielo. Aunque sufrió mucho, halló un
refugio y paz en el Corazón del Señor glorificado. Una citación del primer
capítulo del Libro de la Gracia Especial:
El
Señor abrió la herida de
su dulce Corazón y dijo: 'He aquí la grandeza
de mi amor'... Unió su dulce Corazón con el corazón del
alma, y le dio todas las prácticas de contemplación, devoción y amor, y la
hizo rica en todo bien... Después de la Santa Comunión anhelaba sólo la
alabanza de Dios. Entonces el Señor le dio su Corazón divino en la forma de un
ornamento de oro ricamente decorado, y le dijo: 'Por mi Corazón divino
siempre me alabarás.'
En
el período patrístico, pocos textos sobre el corazón humano se relacionan
explícitamente al Corazón de Cristo; pero en el medioevo las dos tradiciones
se unen íntimamente. Los místicos abren su corazón para el Señor como el Señor
abre el suyo para ellos. No he hallado textos de este período que refieren esta
experiencia a la promesa de Jeremías y de Ezequiel acerca del corazón nuevo.
Santa
Matilde legó también una colección de oraciones. En toda su vida, esas fueron
las favoritas de San Pedro Canisio, que copió algunas en un librito que siempre
llevó consigo, hasta en su lecho de muerte.
Santa
Gertrudis la Grande (1256-1302>, que entró en Helfta a los cinco años y allí
creció, primero como estudiante y después como monja, resultó la más grande
de esas mujeres grandes del convento. Su vida interior fue caracterizada por una
abundancia de las gracias más sublimes de oración. Los tratados que escribió
en alemán se han perdido, pero todavía tenemos sus dos obras latinas, El
Heraldo de la Divina Piedad, y Los Ejercicios de Piedad. Más tarde,
esas obras fueron muy divulgadas, y ejercieron una influencia profunda. Su
devoción al Sagrado Corazón está caracterizada por amor, confianza, y santa
alegría, todo ello penetrado del espíritu de la liturgia. El Corazón de Jesús
siempre fue para ella una escuela de virtud y una fuente de gracia. El espíritu
de su devoción difiere mucho del de Santa Margarita María. Una de sus
oraciones nos recuerda San Francisco de Asís:
Oh
amantísimo Jesús, por su Corazón traspasado de oro, hiere mi corazón con esa
flecha de amor, así que nada de esta tierra quede en eso, sino que se llene sólo
con tu amor ardiente por siempre. (citado en Richstätter, o.c. p. 105)
Los
Dominicos hicieron muchísimo para propagar el culto del Sagrado Corazón en
el medioevo, especialmente en Alemania, donde tuvieron 40 monasterios de hombres
y más de 70 conventos de Dominicas. Del misticismo de la Pasión, combinado con
una devoción profunda de la Eucaristía, los Dominicos formaron toda una
doctrina ascética centrada en el misterio del Sagrado Corazón.
Empezaremos
con San Alberto Magno (1193-1280). En sus escritos encontramos a San Juan Apóstol
que había bebido los tesoros de sabiduría divina del Corazón de nuestro Señor.
Alberto vuelve muchas veces sobre la idea patrística del nacimiento de la
Iglesia del Corazón abierto.
Importantes
también fueron los místicos renanos, especialmente Maestro Eckhart, Juan
Tauler y Enrique Suso. Maestro Eckhart <+1372) es el primer autor que habla
del Sagrado Corazón presente en la Eucaristía. En sus instrucciones sobre la
Santa Comunión dice:
Tenemos
que transformarnos en Jesús y completamente unirnos con El, así que todo lo
suyo sea nuestro, y todo lo nuestro sea suyo, nuestro corazón y el suyo, un
solo corazón.
Eckhart
usó el símbolo del fuego para describir el amor de Jesús para con los
hombres, lo que nos recuerda las visiones de Santa Margarita María:
En
la cruz, su
Corazón fue como fuego y un horno de donde surgen llamas por todos lados. Fue
completamente consumido por el fuego de su amor para todo el mundo. Por eso
atrajo a sí mismo todo el mundo por el calor de su amor. (Rchstátter
o.c. p. 123)
Juan
Tauler (+1361) fue un discípulo de Eckhart y fue uno de los más grandes místicos
del mundo. Sobrepasa a su maestro en referencias al Sagrado Corazón, y tuvo
gran influencia. Una sola citación:
¿Qué
más pudo hacer para nosotros que no ha hecho? Abrió su mismo Corazón para
nosotros, como el cuarto más secreto donde conduce nuestra alma, su novia
elegida. Porque es su gozo estar con nosotros en silencio y paz, para reposarse
allí con nosotros... Nos dio su Corazón herido para que residiéramos allí,
completamente purificados y sin mancha, hasta que seamos semejantes a su Corazón,
hechos capaces y dignos para ser conducidos con El en el Corazón divino de su
Padre... Nos da su Corazón completamente, para que sea nuestra habitación. Por
eso desea nuestro corazón en cambio, para que sea su habitación. (Richstäter,
o.c. p. 131-132>
El
beato Enrique Suso (+1366) también fue un discípulo de Eckhart. Su
espiritualidad se concentra en la Pasión de Cristo en la cual participó por
austeridades nada comunes. Pero, su amor del Señor, inflamado por su Sagrado
Corazón, fue tierno:
Ah,
Sabiduría eterna,
mi corazón te recuerda cómo, después de la última cena, fuiste al monte y
fuiste cubierto de sudor sangriento a causa de la ansiedad de tu amantísimo
Corazón... Oh Señor, tu Corazón soportó todo con amor tierno. Oh Señor, tu
Corazón, ardiente de amor, debe inflamar el mío con amor. (citado en Aumann, Devotion
p. 82>
Después,
deberíamos hablar de Santa Catalina de Siena <+1380), doctor de la Iglesia,
eminente por su devoción al Sagrado Corazón. Fue terciaria dominica. Cuando
meditaba sobre las palabras: "Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un
espíritu firme dentro de mí renueva" (Sal. 51,12), el Señor respondió
apareciendo a ella y, abriendo su lado izquierdo, le tomó su corazón. Unos días
más tarde, le dio un nuevo corazón diciendo:
Ves,
querida hija, hace unos días tomé tu corazón; ahora, de la misma manera, te
doy mi propio corazón. En el futuro, es por éste que debes vivir[11].
Esto,
ciertamente, fue una manera privilegiada de experimentar el cumplimiento de la
promesa del nuevo corazón. Lo que los místicos han experimentado de una manera
mística, Dios lo quiere hacer gradualmente con nosotros todos. Nuestros
corazones tienen que renovarse por el Corazón de Cristo. En este periodo se
hallan pocas referencias al Espíritu Santo; el Sagrado Corazón se ve como la
fuente 'de gracia'. Cuando comprendemos que el regalo del Corazón de Cristo es
el Espíritu Santo, resulta más claro que el Sagrado Corazón es la fuente de
la renovación de toda la humanidad y del mundo.
El
período de oro del misticismo medieval fue seguido por un tiempo de decadencia,
el siglo 14. Pero, gradualmente, el movimiento recibió nueva vida, estimulado
esta vez por los cartujos. Ludolfo de Sajonia (1300-1378), dominico hasta 1330,
año en que entró en la cartuja de Estrasburgo, escribió la famosísima Vita
Christi, que resume toda la espiritualidad de la Edad Media, y que fue uno
de los dos libros que contribuyeron a la conversión de San Ignacio en su
lecho de enfermo. Dionisio Rijckel ('el Cartujo', 1402-1472), fue inferior sólo
a San Alberto Magno entre los teólogos alemanes. Como maestro de novicios les
mostró continuamente el camino hacia el Corazón de Jesús. Una citación
característica de este período:
Con
humildad y fervor pido, ábreme la puerta de tu misericordia, y déjame
penetrar en la abertura larga de tu costado adorable y sacro, aún hasta el
interior de tu Corazón infinitamente amante, de modo que mi corazón se una
con tu Corazón por un vínculo indisoluble de amor. (de un libro por un Cartujo
ignoto, impreso en Nüremberg en 1480>.
En
el siglo 16, Colonia se hizo el centro de la vida devocional en Alemania. Fue
allí donde Justo Landsberger <'Lansperjio', 1489-1539> escribió el libro
Pharetra Divini Amoris, en el cual trata ampliamente de la devoción del
Sagrado Corazón. Gracias a él, que las editó, las revelaciones de Santa
Gertrudis fueron conocidas y se extendieron por toda Europa. Por los Cartujos
de Colonia fue como San Pedro Canisio, doctor de la Iglesia, se inició en la
devoción.
Sigue
el tiempo de San Francisco de Sales y de Santa Juana Francisca de Chantal
<1572-1641>, fundadores de la Visitación; y otros muchos. Ha de notarse
que, aún antes del tiempo de Santa Margarita María, la reciente Sociedad de Jesús
contribuyó mucho a la extensión de esta devoción. El más importante entre
ellos fue San Pedro Canisio, pero hay otros muchos, por ejemplo Diego Álvarez
de Paz S. J., que llegó a Lima en 1585. Después de cuatro años fue a Quito en
el Ecuador, donde quedó doce años y escribió su obra monumental La Vida
Espiritual y su Perfección. Se publicó en tres tomos en París el año
1608. Se trata del primer gran tratado teológico escrito en las Américas,
donde ya constan preciosas reflexiones sobre el Corazón de Jesús. En Quito,
Padre Diego empezó un movimiento de espiritualidad caracterizado por una
vigorosa devoción del Sagrado Corazón, y ese movimiento se volvió una
verdadera escuela, con muchos ilustres representantes. Padre Juan Díaz Camacho
de Sierra, que llegó a Quito el año 1623; el padre José María Maugeri, el
primer gran apóstol de esa devoción en América latina, y Santa Mariana de
Jesús Paredes y Flores, nacida en Quito en 1618, y canonizada en 1950, son unos
ejemplos[12].
El
misticismo medieval del Sagrado Corazón se expresó en oraciones, poesía,
himnos y autos sacramentales. Con esa creciente publicidad están relacionados
también los orígenes de un culto litúrgico: la fiesta de la Sagrada Lanza,
instituida por el Papa Inocencio VI en 1353; la fiesta de las cinco Llagas,
celebrada en los monasterios de los dominicos en Alemania, ya en el medioevo. La
escena estaba preparada para la santa de Paray-le-Monial, que tuvo que promover
el movimiento para la celebración litúrgica de este misterio en la Iglesia universal.