COMENTARIOS AL EVANGELIO

Lc 1,39-56

 

1. M/VISITACION  M/FE.

-María, portadora del Salvador. María atravesando Palestina de norte a sur con el Hijo de Dios en sus entrañas, y llegando a la casa de Zacarías y provocando allí escenas de entusiasmo es una imagen muy sugestiva. María ha dicho sí, María ha aceptado ser fecundada por el Espíritu, María es portadora de la salvación, María es fuente de alegría. Ello nos lleva a celebrar la obra de Dios y lo que esa obra significa para los hombres, y nos lleva a preguntarnos si nosotros (y nuestra comunidad parroquial y nuestra Iglesia) somos también portadores de la alegría de la salvación. Para serlo, tenemos que decir sí al plan de Dios, al plan del Evangelio. Y dejar que el Espíritu nos fecunde.

-La Mujer creyente Isabel alaba a María porque ha creído, y María responde con una nueva y solemne afirmación de fe, proclamada en forma de himno de alabanza. Podríamos preguntarnos si nuestra fe queda quizá lejos de la de María, en consistencia y en contenido. Isabel alaba a María porque ha creído que Dios es capaz de actuar y salvar siempre, aunque pueda parecer imposible. Y María responde con esta proclama de acciones de Dios que son motivo de alabanza. ¿Tenemos nosotros esa fe que Isabel alaba? ¿Creemos nosotros las mismas cosas que María canta en su himno? (será muy interesante repasar el Magnificat frase por frase...).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990, 16


 

2. MAGNIFICAT/ORIGEN LITERARIO.

Dos mujeres que esperan un niño que se encuentran, ¿de qué van a hablar, sino del futuro? La particularidad de esas dos es que hablan "llenas del Espíritu Santo", y por ello el futuro que contemplan no es el de ellas mismas o de los hijos que van a tener, sino de todo el pueblo, según el plan de Dios, del que ellas y sus hijos son instrumento. Isabel ha recibido el don inesperado de la maternidad, pero se inclina ante una maternidad más grande que la suya, y bendice a María. Esta le responde bendiciendo a Dios, de quien viene toda gracia.

La autenticidad literaria del Magnificat ha sido muy discutida. Tres manuscritos de la "Vetus Latina" lo ponen en boca de Isabel, y otros cuatro de la misma versión omiten el nombre de la persona que entona el cántico. Estas variantes no son razón suficiente para separarse de la gran masa de manuscritos, más numerosos y más fidedignos, que lo ponen en boca de María. Con ello podemos decir que Lc hace que lo diga María, pero no hemos resuelto el problema del origen literario del Magnificat, que evidentemente, no es ninguna improvisación ocasional, sino un texto cuidadosamente elaborado, a base de una serie de fuentes. Podemos resumir el estado de la cuestión literaria con estas palabras, que la última edición de la Biblia de Jerusalén añade a la nota de Lc 1. 46: "Lucas encontró quizás este cántico en el ambiente de los "pobres", en el que probablemente se atribuía a la Hija de Sión; estimó oportuno ponerlo en boca de María, y lo insertó en su relato en prosa". El hecho es, pues, que el evangelista considera que esta oración de alabanza expresa adecuadamente los sentimientos de María ante el misterio de la redención ya en marcha.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 16


 

3. FE/CONFIANZA 

Contexto. A pesar de las evidencias en contra, María se ha fiado de Dios. En Lc. 1, 26-38 el autor nos ha propuesto un modelo de actitud crítica creyente. Texto. El ángel había dado a María una señal de credibilidad (cfr. Lc. 1, 36). María, que había aceptado la señal, va al encuentro de la protagonista de esa señal. Este encuentro es ocasión para que Isabel le haga saber a María que no se ha fiado de Dios en balde (vs. 41-45). Este descubrimiento hace que María prorrumpa en un poema de alabanza al Dios que cumple su palabra y de quien vale la pena fiarse.

Sentido del texto. Gira en torno a dos momentos. El primero lo configuran los versículos narrativos 39-45. Con una delicadeza y maestría difíciles de igualar, el autor pone de manifiesto que el fiarse de Dios no es baldío. Fiarse de Dios, aun cuando las evidencias empíricas parezcan invitar a lo contrario; esto es lo que el autor quiere inculcar con esta joya del arte de narrar.

El segundo momento gira en torno a los versículos poéticos 46-55. Es la reacción entusiasmada de la persona que ha experimentado cómo Dios cumple su palabra. Y desde su experiencia concreta, María descubre alborozada que el cumplimiento de la palabra por parte de Dios está a la base de la existencia misma del pueblo. María: una persona para quien Dios es alguien con sentido, para quien el ordenamiento de Dios es una realidad. Y rompe en gritos entusiasmados de acción de gracias hacia quien hace posible la maravilla de un mundo diferente.

DABAR 1982, 43


 

4.

Las mujeres de Israel, se sentían honradas y estimadas por los hijos que tenían. Este pueblo, orientado hacia el futuro por las promesas que le habían sido hechas, se gozaba en los descendientes y lo esperaba todo del que tenía que venir. De ahí la dicha y la gloria de todas las madres de Israel y la profunda pena de las mujeres que no podían dar a luz. Si María es la que lleva en sus entrañas al que tenía que venir, al mesías prometido, al Bendito, es por ello mismo la más bendita entre todas las mujeres.

El canto del Magnificat está en la tradición de otros cantos del AT, como el de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10). En realidad se trata de una composición hecha con elementos bíblicos anteriores. De tener alguna originalidad, ésta consiste en engarzar espontáneamente en un solo himno elementos muy dispares de la himnología del AT. Lo que supone que su autor estaba empapado de la palabra de Dios. María devuelve a Dios la alabanza que recibe de Israel. Dios es el que merece todo honor y toda gloria, el poderoso que ha hecho maravillas en su sierva.

Pero en las maravillas que ha realizado el Señor en María, ésta reconoce el estilo o el modo de actuar del Señor en la historia de la salvación de los hombres. Confiesa que Dios se complace en subvertir el orden establecido por la injusticia de los ricos, de los orgullosos, de los dominadores de este mundo, y que esto lo hace enalteciendo a los más humildes. El Señor humilla, desbarata y despoja a los señores de este mundo (cf. Sal 89, 10s; Job 12, 19) y ensalza y colma de bienes a los más pequeños, a los hambrientos, a los pobres y explotados (cf. 6, 20; Mt 5, 3s).

EUCARISTÍA 1989, 38


 

5.

La importancia del Magnificat resulta más evidente si tenemos en cuenta su origen. El poema se atribuye a María, se considera entonado por la Madre del Salvador. En realidad es producción de la Comunidad, que lo destina a su uso litúrgico. Se compuso para que la Comunidad, al repetirlo en sus celebraciones, se acordara de "la humilde esclava del Señor" y contemplase la experiencia de salvación que María vivió. Y más aún, para que al repetir el Magnificat, la Comunidad medite, a la luz de esa experiencia en la realidad de la salvación que ella misma vive y de la que debe dar testimonio, como María. Porque lo que canta la Comunidad cristiana en el Magnificat es a la Iglesia misma, misterio del pueblo de Dios; es su propia experiencia de salvación lo que ella descifra y contempla; y si se refiere a María es porque en la madre de Jesús la experiencia del don de Dios es típica y ejemplar.

De este modo, María aparece como el cantor ideal de un salmo que la Comunidad, por su parte, penetra profundamente y en el que percibe con tanta mayor fuerza el sentido de su propia existencia cuanto que lo canta recordando a la madre de Jesús. La Iglesia contempla entonces, iluminada por las palabras de María, su propia vida y comprende mejor su sentido; aprende a reconocer mejor en sí misma al Dios que "hace maravillas"; se sume, guiada por María en el camino de la alabanza. "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava: Santo es su nombre" dice ella a su vez.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 73


 

6. M/ARCA-ALIANZA 

Los dos primeros capítulos de Lucas se orientan hacia la subida de Jesús al templo de Jerusalén (2, 4 y 42). Hay una alusión a la aparición del Arca en el santuario. Hay también un paralelismo muy significativo con la subida o traslado del Arca a Jerusalén en el A.T. El viaje de María hacia las montañas de Judá recuerda simbólicamente el traslado del Arca, 2S/06/01-23.

El Arca sube a Jerusalén. La estancia en casa de Obed-Edom, como la estancia de la "Madre de mi Señor" en casa de Zacarías, representa una etapa en el curso de la subida a la ciudad santa. En ambos casos, la estancia es de tres meses y es causa de bendición.

Hay que notar el clima de alegría, Jesús sube a la casa de su padre. María lo lleva... El canto de María expresa el sentimiento de quien ha comprendido la bondad de Dios hacia los pequeños y su compasión por los pobres. Es un canto de alabanza que los pobres dirigen a Yahvé por la promesa hecha a Abraham y a su descendencia. Hay escasas referencias personales. Parece representar más bien el canto de Israel que el de María como persona particular. Es la plegaria de la Hija de Sión.

Hay que relacionarlo con Habacuc 3, 18 y con el cántico de Ana (1 S 2, 1-10). Se trata de dos maternidades profundamente insertas en la Historia de la Salvación. Las "cosas grandes", las gestas de Yahvé, son el centro de la Historia de la Salvación y hacen de las personas y de la comunidad el sujeto de las bendiciones. El arco de la Historia de la Salvación tiene dos puntos de apoyo: Abraham y María. En ambos, se realiza la obra de Dios por la fe.

M/ABRAHAN. Creyó Abraham (Gn 15,6). Bienaventurada tú porque has creído (Lc 1, 45). Ambos han sido llamados por Dios y participan en el sacrificio de su hijo y son inicio de una humanidad.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

7. La alegría de Isabel por la visita de "la madre de mi Señor" y el gozo desbordante de María por la salvación mesiánica que ella trae, forman la lectura evangélica de hoy.

1. María, llevando en sí la presencia de Dios, como nueva arca de la alianza (cf. 2 S 6), se va corriendo a la montaña de Judá para llevar -como hará la predicación apostólica y toda la Iglesia- la Buena Nueva de la salvación y a comprobar con sus propios ojos el signo que le dio el ángel (cf. Lc 1, 36). El primer fruto de esta presencia de María -y del Señor- en casa de Isabel es la donación del Espíritu a la madre del Bautista, su alegría y la bendición de María porque creyó en la realización de todo lo que el Señor le dio a conocer por medio del ángel, bendición que nos recuerda la de Jesús en Lc 11, 28: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan". Las palabras que Isabel dirige a María, "la madre de mi Señor" (recuérdese que Señor es un título mesiánico) son también un modo de expresar el misterio de la encarnación: Dios se ha hecho hombre en el hijo de María.

2. El cántico de María, como en general todo el capítulo primero y segundo de Lucas, está lleno de imágenes y palabras del AT., aunque no se citen explícitamente. María habla en primer lugar como la verdadera hija de Sion en quien culmina la esperanza de todo el pueblo, siervo del Señor (cf. Sal 105, 6). Su alegría se debe a todo lo que hace el Señor; reconoce que todo lo que ella tiene se lo debe al Poderoso que llena de gracia a los humildes. Como Isabel, María expresa la alegría de ver cumplida la hora de la salvación, de la liberación final para Israel y toda la creación.

A partir del versículo 50 el Magnificat canta cuál ha sido y cuál va a ser el modo de actuar de Dios en la historia de la salvación: se dice de diversos modos que Dios se mantiene fiel a su promesa de amor y fidelidad ("su misericordia llega a sus fieles de generación en generación"; "acordándose de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia para siempre"). Y este amor fiel de Dios toma una forma muy concreta expresada en la contraposición entre los humildes a quienes enaltece y los hambrientos a quienes colma de bienes, por un lado, y los soberbios y poderosos a quienes derriba y los ricos a quienes despide vacíos, por otro: la venida de Cristo en "la humillación de su esclava" comporta este cambio de la condición humana y del orden del mundo que supone la instauración del reino de Dios, en el que sólo pueden entrar los que sientan hambre de salvación. María es la primera en cantar este orden nuevo del Reino.

JOSE ROCA
MISA DOMINICAL 1980, 16


 

8.

El saludo de María a su prima Isabel y su presencia provocan la respuesta entusiasmada de esta última. Isabel se siente inspirada y prorrumpe en alabanzas a María para expresar la acción del espíritu que conmueve sus entrañas. Sólo gracias al Espíritu Santo puede conocer Isabel la dignidad del hijo de María y la gracia de que ha sido objeto quien viene a visitarla.

Las mujeres de Israel se sentían honradas y estimadas por los hijos que tenían. Este pueblo, orientado hacia el futuro por las promesas que le habían sido hechas, se gozaba en los descendientes y lo esperaba todo del que tenía que venir. De ahí la dicha y la gloria de todas las madres de Israel y la profunda pena de las mujeres que no podían dar a luz. Si María es la que lleva en sus entrañas al que tenía que venir, al Mesías prometido, al Bendito, era por ello mismo la más bendita entre todas las mujeres.

Pero Isabel felicita también a María porque ha creído. Jesús pondrá la verdadera dicha en la fe, que está por encima de los vínculos de la sangre. Recordemos lo que contestó a aquella mujer del pueblo que bendijo a su madre: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc/11/27s). La verdadera afinidad con Jesús es espiritual. Por la fe entramos en comunión de vida con Jesús y con el Padre que nos lo ha enviado.

El canto del Magnificat está en la tradición de otros cantos del A.T., como el de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10). En realidad se trata de una composición hecha con elementos bíblicos anteriores. De tener alguna originalidad, ésta consiste en engarzar espontáneamente en un solo himno elementos muy dispares de la himnología veterotestamentaria. Lo que supone que su autor estaba empapado de la palabra de Dios. María devuelve a Dios la alabanza que recibe de Isabel. Dios es el que merece todo honor y toda gloria, el Poderoso que ha hecho maravillas en su sierva.

Pero en las maravillas que ha actualizado el Señor en María, ésta reconoce el estilo o el modo de actuar el Señor en la historia de la salvación de los hombres. Confiesa que Dios se complace en subvertir el orden establecido por la injusticia de los ricos, de los orgullosos, de los dominadores de este mundo, y que esto lo hace enalteciendo a los más humildes. El Señor humilla, desbarata y despoja a los señores de este mundo (cfr. Sal 89, 10s; Job 12, 19) y ensalza y colma de bienes a los más pequeños, a los hambrientos, a los pobres y explotados (cfr. 6, 20s; Mt 5, 3s).

EUCARISTÍA 1986, 39


 

9.

Lucas sitúa el canto de María en el contexto de la visitación (1, 39-56). Isabel, internamente llena del Espíritu, ha exaltado la grandeza de María declarándola "bendita" y portadora de la bendición definitiva que se concreta en el fruto de su vientre (Jesucristo) (1, 42. Cfr 1, 45). María ha respondido con palabras de sonido antiguo (cfr. 1 Sam 2, 1-10) y contenido absolutamente nuevo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor". Toda su grandeza es don de Dios y debe culminar gozosamente en canto de alabanza.

El canto de María testimonia la certeza de que llega el cambio decisivo de la historia de los hombres: Jesús es portador de aquella plenitud escatológica que el pueblo de Israel buscaba ansiosamente. Con palabras del antiguo testamento y en un contexto de piedad israelita, el canto que Lucas ha puesto en labios de María, expresa la certeza de que estamos ya en el culmen de la historia: Los caminos de los hombres han llegado hasta el final, todas sus leyes han sido ineficaces. Pues bien, es ahora cuando viene a mostrarse el verdadero camino de Dios entre los hombres.

Antes que nada, el canto de María es un testimonio de la manifestación destructora y transformante de Dios sobre la historia. Dios se hallaba velado tras el fondo de injusticia original de nuestro mundo, aparecía como apoyo y garantía de la fuerza de los grandes (los soberbios, poderosos, ricos de la tierra). Ciertamente había una palabra de esperanza contenida en las promesas de Abrahán y de su pueblo; pero el mundo en su conjunto estaba ciego, abandonado de Dios y sometido a los poderes de la tierra, que, de un modo o de otro, acaban divinizándose a sí mismos. Pues bien, sobre ese fondo de "injusticia" (que es la verdadera idolatría de los hombres) se ha venido a manifestar la verdadera intimidad de Dios, por medio de Jesús el Cristo: Dios se desvela como la fuerza de la santidad misericordiosa que "enaltece a los humildes, colma a los hambrientos" y demuestra que la seguridad de los grandes es totalmente vacía.

Resulta impresionante descubrir la hondura de contenido social de esta alabanza de María. La presencia de Dios sobre la tierra se traduce (o tiene que traducirse) en una transformación que cambia todos los fundamentos de la historia. La grandeza de los hombres que han buscado (y buscan) su provecho mientras sufren los humildes de la tierra se ha venido a mostrar antidivina, por mucho que vistan su poder con frases aparentemente religiosas. Dios se ha definido por Jesús como el amor que auxilia y enriquece a los pequeños. El intento de aplicación concreta de esta certeza radical del cristianismo, contenida en el canto de María, significaría la más profunda de todas las revoluciones sociales de la historia.

Pero este canto es algo más que una "proclama social" y nos descubre que solamente Dios es la riqueza verdadera; por eso, el que se encuentra lleno de sí mismo y de sus cosas, en realidad está vacío. Solo abriéndose a la hondura de Dios y de su amor, al recibir la gracia del perdón y al extenderla hacia los otros, el hombre llega a convertirse verdaderamente en rico. El ejemplo máximo es la figura de María.

Por eso, este canto es finalmente el himno de la gloria a María. Se le glorifica porque ha creído en Dios y ha permitido que Dios realice obras grandes por medio de ella. Por eso "la proclamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1, 48). Aquí, en el principio del evangelio de Lucas, encontramos el principio del culto cristiano a María y la certeza de su valor y pervivencia. Por eso, como cristianos del siglo XX, apoyados en toda la historia de la iglesia, seguimos cantando la grandeza de María, procurando hacer presente su mensaje, tal como ha sido formulado en nuestro texto por san Lucas.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1231 ss.


 

10. Lc/01/46-56

Lucas sitúa al canto de María en el contexto de la visitación. Isabel, internamente llena del Espíritu, ha exaltado la grandeza de María declarándola "bendita" y portadora de la bendición definitiva que se concreta en el fruto de su vientre. María ha respondido con palabras de sonido antiguo y contenido absolutamente nuevo. "Proclama mi alma la grandeza del Señor". Toda su grandeza es don de Dios y debe culminar gozosamente en canto de alabanza.

El canto de María manifiesta la certeza de que llega el cambio decisivo de la historia de los hombres. Con palabras del A.T. el canto que Lc ha puesto en labios de María expresa la certeza de que estamos ya en el culmen de la historia. Los caminos de los hombres han llegado hasta el final, todas sus leyes han sido ineficaces. Pues bien, es ahora cuando viene a mostrarse el verdadero camino de Dios entre los hombres.

Antes que nada, el canto de María es un testimonio de la manifestación destructora y transformante de Dios sobre la historia. Dios se encontraba como oculto tras el fondo de injusticia original de nuestro mundo; aparecía como apoyo y garantía de la fuerza de la grandes de la tierra. El mundo, en su conjunto, estaba ciego, abandonado de Dios y sometido a los poderes de la tierra, que siempre acababan divinizándose a sí mismos. Pues bien, sobre este fondo de injusticia de nuestro mundo se ha venido a manifestar la verdadera intimidad de Dios por medio de Jesús: Dios se revela como la fuerza misericordiosa que "dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos las colma de bienes y a los ricos los despide vacíos".

Con este canto, María nos descubre que solamente Dios es la riqueza verdadera; por eso, el que se encuentre lleno de sí mismo y de sus cosas, en realidad está vacío. Sólo abriéndose a la hondura de Dios y de su amor, al recibir la gracia del perdón y al extenderla hacia los otros, el hombre llega a ser verdaderamente rico. El ejemplo máximo de esta riqueza es la figura de María.

Por eso, este canto es, generalmente, el himno de la gloria a María. Se la glorifica porque ha creído en Dios y ha permitido que Dios realice obras grandes por medio de ella. Por eso "la proclamarán bienaventurada todas las generaciones".


 

11. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes

Los exegetas descubren en los relatos lucanos de la Anunciación y de la Visitación una intención de establecer un paralelismo entre la figura del arca de la alianza en los textos del Antiguo Testamento y la figura de María. Ex 40,35 presenta la nube que cubre con su sombra el tabernáculo con el arca. En Lc 1,35 'el ángel anuncia a María que el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra. Por otra parte 2Sam 6 nos habla del traslado del arca a Jerusalén, por parte de David, al lugar en donde más tarde construirá Salomón el templo. Invitamos a leer y a comparar 2Sam 6,1.9.11 con Lc 1,39.43.56 en donde los elementos paralelos establecen afinidades: levantarse y partir, la ciudad de Judá, la región de la montaña, la exclamación (¿quién soy yo para que el arca me visite?), la estancia de tres meses...

María es la nueva arca de la alianza, la portadora de la Palabra encarnada, "porque has creído" el anuncio del Señor. Partiendo de su fe, proclama María la obra salvadora de Dios en la historia del pueblo. Desde Abraham el gesto paradigmático de Dios es el de la predilección por los humildes y la elección de los pobres (cf.1C 1,27ss). María, como el arca, "visibiliza " la presencia de Dios entre los suyos.

Ambos temas-el arca portadora de la Palabra, y el destino de gloria que Cristo ha inaugurado para todos- se enlazan para presentarnos la vocación cristiana que ha llegado a cumplimiento en María, la madre de Jesús y la primera cristiana: ofrecer al mundo a Cristo-Palabra, haciendo así presente y efectiva la acción salvífica de Dios, en un impulso que alcanzará la plenitud cuando participemos de la vida resucitada en el Reino del Padre.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 10, 44


12. ACI DIGITAL 2003

39. Una ciudad de Judá: Según unos Ain Carim, a una legua y media al oeste de Jerusalén; según otros, una ciudad en la comarca de Hebrón, lo que es más probable.

46. Este himno, el Magnificat, está empapado de textos de la Sagrada Escritura, especialmente del cántico de Ana (I Rey. 2, 1 - 10) y de los Salmos, lo que nos enseña hasta qué punto la Virgen se había familiarizado con los Sagrados Libros que meditaba desde su infancia. El Magnificat es el canto lírico por excelencia, y más que nada en su comienzo. Toda su segunda parte lo es también, porque canta la alabanza del Dios asombrosamente paradojal que prefiere a los pequeños y a los vacíos. De ahí que esa segunda parte esté llena de doctrina al mismo tiempo que de poesía. Y otro tanto puede decirse de la tercera o final, donde "aquella niña hebrea" (como la llama el Dante), que había empezado un cántico individual, lo extiende (como el Salmista en el S. 101), a todo su pueblo, que Ella esperaba recibiría entonces las bendiciones prometidas por los profetas, porque Ella ignoraba aún el misterio del rechazo de Cristo por Israel. Pero el lirismo del Magnificat desborda sobre todo en sus primeras líneas, no sólo porque empieza cantando y alabando, que es lo propio de la lira y el arpa, como hizo el Rey David poeta y profeta, sino también y esencialmente porque es Ella misma la que se pone en juego toda entera como heroína del poema. Es decir que, además de expresar los sentimientos más íntimos de su ser, se apresura a revelarnos, con el alborozo de la enamorada feliz de sentirse amada, que ese gran Dios puso los ojos en Ella, y que, por esa grandeza que El hizo en Ella, la felicitarán todas las generaciones. Una mirada superficial podría sorprenderse de este "egoísmo" con que María, la incomparablemente humilde y silenciosa, empieza así hablando de sí misma, cuando pareciera que pudo ser más generoso y más perfecto hablar de los demás, o limitarse a glorificar al Padre como lo hace en la segunda parte. Pero si lo miramos a la luz del amor, comprendemos que nada pudo ser más grato al divino Amante, ni más comprensivo de parte de la que se sabe amada, que pregonar así el éxtasis de la felicidad que siente al verse elegida, porque esa confesión ingenua de su gozo es lo que más puede agradar y recompensar al magnánimo Corazón de Dios. A nadie se le ocurriría que una novia, al recibir la declaración de amor, debiese pedir que esa elección no recayese en ella sino en otra. Porque esto, so capa de humildad, le sabría muy mal al enamorado, y no podría concebirse sinceramente sino como indiferencia por parte de ella. Porque el amor es un bien incomparable - como que es Dios mismo (I Juan 4, 16) - y no podría, por tanto, concebirse ningún bien mayor que justificase la renuncia al amor. De ahí que ese "egoísmo" lírico de María sea la lección más alta que un alma puede recibir sobre el modo de corresponder al amor de Dios. Y no es otro el sentido del Salmo que nos dice: "Deléitate en el Señor y te dará cuanto desee tu corazón" (S. 36, 4). Ojalá tuviésemos un poco de este egoísmo que nos hiciese desear con gula el amor que El nos prodiga, en vez de volverle la espalda con indiferencia, como solemos hacer a fuerza de mirarlo, con ojos carnales, como a un gendarme con el cual no es posible deleitarse en esta vida.

49. Véase S. 110, 9; 102, 13 y 17; 88, 11; II Rey. 22, 28. A la confesión de la humildad, sucede la grandiosa alabanza de Dios. Es muy de admirar y de meditar, el hecho de que toda esta serie de alabanzas, que podrían haber celebrado tantas otras de las divinas grandezas, se refieran insistentemente a un solo punto: la exaltación de los pequeños y la confusión de los grandes, como para mostrarnos que esta paradoja, sobre la cual tanto había de insistir el mismo Jesús, es el más importante de los misterios que el plan divino presenta a nuestra consideración. En efecto, la síntesis del espíritu evangélico se encuentra en esa pequeñez o infancia espiritual que es la gran bienaventuranza de los pobres en espíritu, y según la cual los que se hacen como niños, no sólo son los grandes en el Reino, sino también los únicos que entran en él (Mat. 3, 2 y nota).

51. Véase S. 146, 6; 33, 11; 106, 9; 97, 3; Job 12, 19.

53. Cf. S. 11, 6; 80, 11.

54. Acogió a Israel su siervo: otros traducen "su hijo". El griego "paidós" y el latín "puerum", admiten ambas traducciones. ¿Alude aquí la Virgen al Mesías, Hijo de Dios, a quien le llegaban los tiempos de su Encarnación, o al pueblo de Israel, a quien Dios acogía enviándole al Mesías prometido? Fillion expone como evidente esta última solución, señalando además el sentido de protección que tiene el término griego "antelábeto" (acogió). Algunos - como Zorell - se inclinan a la primera solución, señalando como fuente de este texto el de Is. 42, 1 ss., en el cual se alude indiscutiblemente al Mesías como lo atestigua S. Mateo (12, 18 ss.). Pero no parece ser ésa la fuente; la Biblia de Gramática ni siquiera la cita entre los lugares paralelos de nuestro texto. En realidad caben ambas interpretaciones del nombre de Israel. Vemos, por ejemplo, que el texto de Is. 41, 8 se refiere evidentemente a Israel y no a Jesús, pues en el v. 16 le anuncia que se glorificará en el Santo de Israel o sea en el Mesías. En el mismo Isaías Dios vuelve a referirse a Israel como siervo, llamándole sordo, con relación a su rechazo del Mesías (42, 19), y también en 44, 21 ss., donde le dice que vuelva a Él porque ha borrado sus iniquidades. En cambio, en la gran profecía del Redentor humillado y glorioso (Is. 49, 3 ss.), el Padre habla al "Siervo de Yahvé" y le llama "Israel" (si no es interpolación) dirigiéndose claramente al Mesías, pues le dice que será su servidor para conducir hacia Él las tribus de Jacob, y no sólo para esto, sino también para ser luz de las naciones, tal como la profecía de Simeón llama a Cristo en Luc. 2, 32.

55. En favor de Abrahán, etc. Como se ve, este texto, no sólo en el griego sino también en la Vulgata, según lo hace notar Fillion, no dice que Dios se acordó de su misericordia, como lo hubiese anunciado a los patriarcas incluso Abrahán y su descendencia hasta ese momento, sino que Dios, según lo había anunciado a los patriarcas, recordó la misericordia prometida a Abrahán, a quien había dicho que su descendencia duraría para siempre. Lo cual concordaría también con el hecho de que la Virgen ignoraba el misterio del rechazo del Mesías en su primera venida, por parte del pueblo escogido, y creía, como los Reyes Magos (Mat. 2, 2 - 6). Zacarías (v. 69 ss.), Simeón (2, 32), los apóstoles (Hech. 1, 6) y todos los piadosos israelitas que aclamaron a Jesús el Domingo de Ramos, que el Mesías - Rey sería reconocido por su pueblo, según la promesa que María había recibido del ángel con respecto a su Hijo en el v. 32: "el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará en la casa de Jacob para siempre, y su reinado no tendrá fin". Véase 2, 35; 2, 50; Miq. 7, 20.