COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Ez 37. 12-14

 

1. VIDA/ESPIRITU SANTO

Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. El pueblo de Dios está desterrado en Babilonia, tumba de los pueblos, lejos de la tierra y la relación con Dios que daban sentido a su historia. Es un pueblo sin libertad y sin vida propia: un pueblo muerto y sin destino. En esta circunstancia se hace presente la promesa de Dios: él apartará la losa de esa tumba para que el pueblo se levante, se organice y camine vitalizado por el Espíritu del Señor. Será una nueva liberación histórica, un nuevo éxodo, una nueva elección. Una lectura cristiana del texto insinúa ya la formación de un pueblo totalmente nuevo, unido por el Espíritu de Dios y no por lazos culturales o de sangre: la comunidad del Espíritu Santo. El ser participantes de esta comunión con Dios, manifestada en Jesús, convertirá a los creyentes en portadores de inmortalidad.

EUCARISTÍA 1990/16


2. /Ez/37/01-14. ruah.

Esta visión de los huesos es sin duda la más impresionista de todo el libro de Ezequiel. La construcción es tan sencilla como claramente convincente: una visión que se convierte en parábola para servir de respuesta a las quejas de Israel.

La visión se sitúa en Babilonia, en una llanura, quizás la misma llanura del Tel-Abib, donde tuviera lugar con anterioridad la gran visión de la gloria de Yahveh. Allí es transportado Ezequiel por el Espíritu; en el mismo sentido que otro día había de serlo Jesús al desierto. Ante sus ojos visionarios entran en acción dos realidades fuertemente contrastadas: huesos y más huesos resecos y calcinados, huesos de muchos días, muerte por doquier.

Paralelamente ruah-viento-espíritu, soplo animador por los cuatro costados, vida por doquier. Huesos y espíritu, muerte y vida es el eje central de la visión, de la parábola y de la teología de este pasaje ezequiano.

Ante los huesos-muerte una pregunta de Yahveh: "¿podrán revivir esos huesos?" Cuestión interrogativa equivalente a una enunciación negativa. En la misma línea de convicción y elegancia, que nos recuerda la triple confesión de Pedro, el profeta se limita a responder: "Tú lo sabes, Señor". La imposibilidad por parte del hombres es total. Pero Dios es dueño de la vida y de la muerte y el profeta se refugia en su ignorancia frente al saber y poder de Dios.

Y comienza la acción. Un trueno, un terremoto, una teofanía y en el valle de la muerte se hace presente la vida: Yahveh. Los huesos se ensamblan, les nacen tendones, la carne los cubre, su piel se pone tersa... tenemos ante nosotros aquel primer hombre-robot, aquel muñeco de barro paradisíaco. Y, como entonces, así ahora, falta lo más importante, el soplo de Yahveh, la acción del espíritu-aliento-vida divina. Este viene y aquellos cadáveres "revivieron, se pusieron en pie", se convirtieron en personas, en seres vivos y divinos a la vez.

A la visión sigue la parábola, la interpretación hecha por el mismo Dios a través de su profeta. "Huesos calcinados" es la metáfora desalentadora que cunde por entre los exiliados. Eso son ellos, "esperanzas desvanecidas; estamos perdidos". Y es que la desesperación roe la raíz de la existencia. Son como sepulcros cuatriduanos que ya comienzan a heder.

También en ellos se realizará el milagro. Saldrán de su sepulcro babilónico, del país de la muerte, para establecerse en la tierra de la vida. Todo ello será obra exclusiva de la infusión "de mi espíritu en vosotros". Volverán a existir como seres vivos-divinos, volverán a ser personas libres, libremente relacionadas entre sí y con Dios. Los conceptos de la vida y muerte sobrepasan en mucho nuestro angostos moldes fisiológicos.

Es cierto que toda esta enseñanza de Ezequiel apunta a la liberación del destierro y no a la resurrección de los muertos en el sentido que nosotros entendemos hoy y como lo entendieron gran número de Padres y exegetas con Justino e Ireneo en cabeza. Sin embargo, no es menos evidente que Ezequiel ha creado una imagen de huesos y espíritu, de muerte y vida que ha desbordado la intención primera e inmediata de su propio autor. Al enraizar esta imagen en la creación primera, al descender a la visión biológica de la muerte, al reconocer como Dios vivificante a quien es Señor de vida y muerte, al salvar a un Israel históricamente muerto... Ezequiel ha establecido la victoria de la vida sobre la muerte, que es la esencia del mensaje pascual.

El cristiano puede leer esta página de Ezequiel viendo en ella el símbolo perenne de la resurrección particular y universal.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 777 ss.


3.

Contexto: La liturgia de este domingo quiere empalmar la lectura de Ezequiel con el relato de la resurrección de Lázaro y, en honor a la verdad, el empalme es muy desafortunado. En la lectura del Antiguo Testamento los que salen del sepulcro no son seres muertos sino vivos: la comunidad israelita desterrada.

Dos periodos bien diversos, podemos distinguir en la actividad profética de Ezequiel. En el primero de ellos (cap. 1-24), el profeta es el "acusador" del pueblo (3, 26). Los deportados a Babilonia por Nabucodonosor (a. 597 a.C.), entre los que se encuentra Ezequiel, sienten nostalgia de su tierra, la añoran y sueñan con una próxima vuelta. La misión del profeta en este momento, al igual que la de Jeremías, será destruir esa falsa esperanza. La historia del pueblo ha sido la de una continua rebeldía, la de un amor ingrato como tan bellamente es descrita en los caps. 16 y 20; por eso el juicio de Dios se ha cebado sobre la ciudad de Jerusalén, sobre su templo y sobre sus habitantes.

Texto: Para captar el significado de esta lectura es forzoso leer íntegros los vs. 1-14 de este capítulo. Con gran fantasía el autor nos describe la dramática visión de los huesos calcinados y desparramados por el valle que, gracias al conjunto del aliento o espíritu divino, van adquiriendo vida (vs. 1-10). Los vs 11-14 constituyen la interpretación de esta visión.

El desánimo cunde entre los desterrados: "...nuestros crímenes y nuestros pecados cargan sobre nosotros y por ellos nos consumimos, ¿podremos seguir con vida?..." (33, 10); "nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos" (37, 11). El destierro es el campo de batalla en el que la esperanza (=huesos calcinados) yace por tierra, es la tumba en la que se sepultaban todas las esperanzas. Sin embargo, Dios quiere la vida, la esperanza del pueblo. Así el profeta es designado, en este segundo período de su actividad profética, para un nuevo oficio, el de "atalaya" (33, 7) o vigilante que, subido a lo alto de la torre, espía el mensaje de Dios que trae palabras de aliento (cap. 33-48). En todos estos capítulos, Ezequiel nos presenta una serie de imágenes para hacernos ver cómo Israel, que se creía y lo creían muerto, resurge a una nueva vida. En 37, 1-14 dos palabras se repiten con insistencia: huesos y espíritu o viento (=desesperación y esperanzas, respectivamente). En este momento difícil Dios va a liberarlos de la desesperación obrando una nueva creación: de los cuatro vientos sale el aliento divino que da vida a los huesos calcinados, los saca del sepulcro (fin de toda esperanza humana) y los traslada a la tierra de la gran esperanza, Israel.

Reflexiones: También nuestra sociedad española, civil y religiosa, está perdiendo su esperanza: el paro aumenta cada día, el hambre se ceba en muchas familias, el malestar social brota en las huelgas estudiantiles y puede brotar, en un futuro no lejano en el mundo obrero: el malestar religioso lleva, de hecho, a algunos a la desilusión... La ilusión de hace unos años yace en el sepulcro como huesos desparramados y descalificados. ¿Quién será capaz de vivificar estos huesos, de obrar una nueva creación? Necesitamos, urgentemente, palabras de consuelo que nos animen a salir de esta grave crisis. Todos, sin excepción, debemos meditar detenidamente esta lectura que nos habla del triunfo de la vida sobre la muerte, de la alegría sobre la tristeza, de la esperanza contra la desesperación... y de actuar en consecuencia.

A. GIL MODREGO
DABAR 1990/21


4.

Ezequiel, desterrado con los desterrados, ve con sus propios ojos la situación lamentable de su pueblo que yace en las tinieblas de la muerte como un montón de huesos, sin esperanza. Babilonia es la tumba de los pueblos, allí se consume poco a poco el pueblo de Israel. Pero Dios sacará a su pueblo elegido de esa tumba y lo conducirá a la tierra de los vivos, a la patria lejana y deseada de la que había sido deportado.

Es decir, echará la puerta que impide la libertad y la vida de su pueblo. Y el pueblo se alzará, y saldrá, y caminará sin que nadie pueda detenerlo. Porque Dios mismo será su guía en un segundo éxodo. Será su guía y su fortaleza, porque infundirá en él su mismo espíritu vivificante.

Esta obra salvadora supondrá para Israel un progreso en el conocimiento de Dios. Y la confianza del Pueblo en el Señor se robustecerá al comprobar que el Señor hace lo que dice. Los lazos de la alianza, la unión del pueblo con su Dios serán más íntimas y más fuertes. Y vencerá la vida sobre la muerte, pues la vida verdadera consiste en la comunión con Dios.

Aunque este pasaje de Ezequiel no habla directamente de la resurrección de los muertos, sino la liberación del pueblo elegido, se insinúa ya un éxodo más radical y universal en el que la muerte y todo lo que mortifica a los hombres ha de ser vencido por la resurrección de Cristo. Es en la Pascua de Cristo donde se abre el acceso a la verdadera vida y los hombres entran en comunión con Dios definitivamente.

EUCARISTÍA 1981/17


5.

Ezequiel nos describe a Dios abriendo sepulcros de hombres y de pueblos, infundiendo espíritu de vida, liberando de mortificantes destierros. Hay muchas clases de sepulcros y muchas clases de muerte. Babilonia, por ejemplo, era tumba de pueblos. Y el destierro era una muerte para Israel. Pero toda muerte y todo sepulcro es superado por el Dios vivo. Aunque hay también muchas resurrecciones parciales, "el profeta ha dado expresión a las ansias más radicales del hombre y del mensaje más gozoso de la revelación. La victoria de la vida sobre la muerte es el mensaje de la Pascua"

L. A. Schökel


6.

Impresionan estas palabras, por la ternura en que se expresan y por la audacia de la promesa. La promesa es la de abrir los sepulcros, de remover las losas, de reavivar los cadáveres, de inundarlo todo de espíritu de vida. Vida para ese pueblo que muere en la tumba babilónica; vida para esos hombres que sufren la esclavitud y el destierro; vida para cuantos han perdido la esperanza y tal vez la fe.

La ternura se manifiesta con palabras íntimas y personales: «Pueblo mío», dice el Señor, como la madre que llama al hijo de sus entrañas. «Pueblo mío, yo mismo...»; no mandaré a un ángel para sacaros de las tumbas, «yo mismo abriré vuestros sepulcros» y os llenaré de mi espíritu de vida. Es cosa personal. Estas palabras y estas promesas siguen siendo hoy necesarias. ¡Cuántos sepulcros y cuánta muerte! ¡Cómo se necesita un fuerte soplo de espíritu de vida!

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 99


7. /EzEQ/37/01-14

Encontramos textos que hay que leer dejándonos llevar por el texto mismo, dejándonos impresionar por el dramatismo inherente a la acción que se desarrolla. El de hoy es uno de ellos: sólo si lo leemos con esa actitud podremos captar plenamente su belleza y significado. La visión es clara y dramática: un campo lleno de huesos que poco a poco (en diversos pasos) van tomando vida hasta llegar a ser un gran ejército, gracias al espíritu de vida que reciben.

Como el mismo oráculo nos dice, los huesos son la casa de Israel: eso nos da idea del abatimiento y desaliento total de los exiliados. Son como personas que hace mucho tiempo que han perdido la vida, una vida que incluso han dudado que puedan recuperar (vv 3-11). Son un pueblo muerto. Y es entonces cuando el profeta, cumpliendo su misión (la vuelta a la vida se produce por medio de él: 7ss), nos hace comprender que está en medio de los desterrados con este oráculo de vida y resurrección (no se trata aquí de una resurrección individual y personal, sino de la liberación y restauración del pueblo en su conjunto). Si parece imposible dar vida a unos huesos, también lo parecía poder dominar a Nabucodonosor con su gran imperio: pero Dios no encuentra nada imposible. Es un motivo de consuelo y esperanza para los desterrados.

Aunque en el oráculo se pasa de la comparación de los huesos a la del sepulcro, el sentido es el mismo: «Sabréis que yo soy el Señor cuando abra vuestros sepulcros, cuando os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío» (14). Pero siempre es y ha de ser Yahvé el autor de la restauración: si primero se habla de un espíritu (v 5: espíritu, que es también soplo y viento, según el significado del término), después descubrimos que este espíritu es el Espíritu del propio Yahvé.

El mensaje de Ezequiel es, sobre todo, un mensaje de esperanza individual y colectiva: cuando en la vida de una persona o de una comunidad o grupo parece que todo está perdido, que todo son huesos sin vida, el profeta ha de animar, ha de infundir la esperanza de la vida: porque Dios no quiere la muerte, sino la vida, y él enviará su Espíritu para vivificarlo todo, para hacer que todo vuelva a caminar; por encima de todo, Dios está empeñado (v 14) en dar vida y resurrección: éste es el fundamento indestructible de nuestra esperanza, una esperanza que se basa en la firmeza indestructible de Dios mismo. Y todo eso se convierte en realidad plena en la resurrección de Cristo, que es nuestra vida (Col 3,4) y nuestra resurrección. Por eso, la Iglesia lee este fragmento de Ezequiel al llegar la Pascua.

J. PEDROS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 820 s.