35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
1-9

1.

La maravillosa página de hoy es ciertamente un canto a la Misericordia de Dios, y palabra de ánimo al pecador hundido que necesita enterarse de que su vida tiene solución. Todo lo que se anuncie a los "pecadores oficiales" en este sentido, será poco. Pero no podemos marginar el hecho: Jesús dirige la parábola a gente de buenas costumbres y a gente teológicamente instruida, escandalizada porque Jesús alterna con pecadores y come con ellos.

En las calle del pueblo me provocan con frecuencia entre bromas y veras:

-Los que van a la iglesia son los peores. Yo recuerdo a Jesús rodeado de publicanos y pecadores, y comento con cierta nostalgia:

-¿Te parece que sí? ¡Me temo que no! ¡Ojalá fuera verdad! Sospecho que mi Iglesia sigue pareciendo inalcanzable para muchos, porque el mundo no ha conseguido ver en ella el reflejo del Corazón de Dios, el Refugio de los Pecadores, la Casa de la Misericordia.

¿No es el Evangelio de hoy una llamada a la Iglesia como tal a convertirse al Espíritu de Jesús? Nuestras gentes de bien, de élites militantes, de minorías comprometidas, de formados en mil catequesis, ¿son conscientes de cómo añoran y necesitan de Dios los pródigos que un día pegaron la patada a la Fe buscando libertad? ¿No necesitamos un camino por el que los descontentos de su vida sin Dios puedan regresar a una Iglesia que los acoge sin recriminaciones? Es incómodo, y humillante, el trato con pecadores: ¿Qué grupo eclesial, qué parroquia piloto no siente resquebrajarse si acude cualquier Zaqueo chupón del pueblo, la adúltera de la esquina, la pecadora de la plaza,...?

-Este acoge a los pecadores y come con ellos. Sacerdotes y fieles; militantes comprometidos, y señoras del rosario; cristianos orgullosos de vuestra fidelidad al pasado y los orgullosos de vuestro aiornamento conciliar,... No perdáis tiempo en discusiones bizantinas cuando está en juego el hombre de nuestra generación. No es ya un muchacho que escapó de casa; es toda una generación la que usó de su libertad para huir de Dios. Mirad sus sufrimientos y vigilad vuestras reacciones: podéis ser piedra de escándalo para aquellos que empiezan a preguntarse -por puro egoísmo en principio- si una vuelta a Dios no es más rentable para su vida que la miseria de su momento actual, al que les llevó el brillo del dinero, del sexo, del poder, del alcohol, de la violencia,...

-Pero, ¿cómo tiene cara este tío...? Cristiano de toda la vida: ¿No ves que vivir junto a Dios es poder gozar de los dones de la Creación y la Redención? ¿Por qué sientes en tu corazón la amargura del esclavo cuando Dios te quería hijo? ¿Piensas que someterte a Dios es tristeza y esclavitud, y huirle gozo y liberación? ¿Sientes envidia de los ladrones, lujuriosos y vengativos porque ellos disfrutan de bienes que a ti se te prohíben? ¿Por qué ese rencor hacia los pecadores que más vulneran tu particular criterio moral?

-Misericordia quiero, que no sacrificio; no he venido a llamar a justos... Toda la frustración y rabia contenida de los que confundieron al Dios-Padre con el legislador duro y opresor, la expresa Jesús en boca del hijo "bueno".

-"Tantos años que te sirvo sin desobedecerte, y no he podido gozar de tus dones... Y llega el sinvergüenza que tuvo dinero y mujeres, y organizas una fiesta. ¡No lo entiendo! ¡No es justo!".

La Cuaresma está aquí: Buena Noticia y oportunidad, tanto para los pródigos que han de tragar con amargura sus lágrimas, como para quienes son llamados a convertirse de esclavos en hijos:

-"Hijo: tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo...". Dichoso el que testifique la Palabra de hoy: "HOY OS HE LIBRADO DEL OPROBIO". Lee o escucha la carta de Pablo: Convertirse es revivir. Dejen unos la miseria, para encontrarse con Dios-Padre presente en la Iglesia Madre que los invita a la Fiesta. Dejen otros de pensar mal del Padre. Porque los pecados descarados de los pródigos y los más sutiles de los "buenos", fueron expiados por Jesús; para que unos y otros, unidos a El, recibamos la salvación de Dios. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 58


2.

-Una hermosa parábola.

Esta hermosa parábola del hijo pródigo, que acabamos de escuchar, la sabemos casi de memoria. Pero no es una parábola del hijo pródigo, sino una parábola del amor paternal de Dios. Porque, si os fijáis, por encima de la conducta descarriada del hijo menor, y por encima de la actitud cicatera del mayor, lo que realmente sobresale es el inmenso amor del padre, que sabe perdonar los desvaríos del uno y disculpar la mezquindad del otro. Y ésa es precisamente la intención de Jesús, que describe la narración a los pecadores que se le acercaban y a los letrados y fariseos que se alejaban escandalizados. Porque el amor de Dios abarca a todos los seres humanos y supera todas las debilidades y altanerías de los hombres. Y eso debe quedar muy claro para nosotros.

-Frente a la locura del hombre.

No hace falta mucha reflexión para reconocernos total o parcialmente en los rasgos con que Jesús define al hijo pródigo. Como él, todos nosotros, sin excepción, hemos aceptado la herencia de Dios y como él todos pretendemos vivir a nuestras anchas. Esa es la imagen del pecador, ésa la caricatura del pecado. Porque en eso consiste el pecado: en usar lo que hemos recibido de Dios sin contar con Dios, peor aún, contando con que Dios no se entere. Porque todo lo que somos y tenemos, todo lo hemos recibido de Dios: la existencia, el cuerpo, la inteligencia, el mundo y sus cosas.. todo. Pero no siempre nos comportamos como administradores de lo que hemos recibido en depósito, sino que pretendemos emanciparnos y disponer a nuestro antojo, es decir, en contra de los planes de Dios. Una desafortunada idea de propiedad privada hace que pretendamos vivir sin contar con nadie, egoístamente, injustamente, como si los demás no fuesen también seres humanos. Si el pecado ofende a Dios, es porque todo pecado es una acción inhumana, en contra del prójimo, en quien Dios nos sale al paso.

-Por encima de la mezquindad humana.

Tampoco hace falta mucho esfuerzo para reconocernos, como en un espejo, en la actitud mezquina y calculada del hermano mayor. Su desprecio frente al hermano descarriado refleja muy bien la nuestra frente a los pecadores, los delincuentes, las prostitutas, los maleantes o de vida dudosa. Nuestra arrogancia en creernos mejores que los demás, por el mero hecho de no ser descubiertos como ellos, nuestra hipocresía al ocultar nuestras faltas y exagerar las del prójimo, nuestro fingido escándalo ante la inmoralidad consentida y nuestra pasividad ante el pecado o el mal, como si no fuera también cosa nuestra, nos hacen acreedores de la amonestación del Padre. Y más que nada nuestra falta de comprensión y tolerancia frente al pecador. Somos demasiado dados a criticar y murmurar de los defectos del prójimo, pero nos resistimos a reconocer nuestras propias faltas y debilidades.

Pero también el hermano mayor, que se creía y se las daba de cumplidor, resultó pecador y necesitado del perdón y de la misericordia del Padre.

-Está el inmenso amor de Dios Padre.

Los hombres somos así: pecadores y a la vez inmisericordes con el pecador. Pero Dios no es como nosotros. Dios es Padre y nos quiere de verdad. Nos quiere, no por lo que hacemos, el bien o el mal, sino porque es nuestro Padre y somos hijos suyos, pecadores o no. Nos quiere, no porque seamos buenos, sino porque él es bueno. Y es este amor de Dios el único que puede hacernos buenos, el que nos puede sacar de la maldad, el que nos puede librar del pecado, el que nos puede alentar en el camino del bien.

Jesús les dice esto a los pecadores, para que no desconfíen, para que no desesperen, para que no se den por vencidos y sigan trabajando y esforzándose en ser mejores. Pero también se lo dice a los fariseos y letrados, para que no se fíen, para que no se engrían, para que pongan su confianza en Dios y sean tolerantes y comprensivos con los más débiles. Porque todos somos pecadores delante de Dios. Y eso tiene que hacernos más humildes y solidarios. Pero el amor de Dios es más fuerte que todos nuestros pecados. Y eso debe servirnos de aliento y de esperanza. Siempre tendremos perdón de Dios, si nos reconocemos pecadores y se lo pedimos.

-Que nos invita y sienta a su mesa. Dios no sólo perdona, también olvida. Su amor deshace el pecado y rehace al pecador, restableciéndolo en su condición de hijo con todos los derechos y prerrogativas. Así lo expresa Jesús, describiendo el gozo y la alegría del padre al recuperar al hijo perdido y recobrar al engreído, sentándolos a la misma mesa, en el mismo banquete de fiesta. Ese banquete, amigos míos, es la eucaristía. Todos los que aquí estamos en torno a la mesa del altar somos pecadores. Así lo hemos reconocido al comenzar. Por eso podemos sentarnos dignamente en la mesa y participar en la comunión. Porque la eucaristía es banquete de reconciliación, de amor y de paz.

EUCARISTÍA 1992, 15


3.

Pero el interés de la historia crece con la presencia malhumorada del hijo mayor. Se trata de un trabajador infatigable, hombre de orden, realista y nada soñador. Tal vez, su seca honradez legalista influyó no poco en que su hermano saltase la tapia. Su actitud destilaba más reproche que cariño. Hay conductas virtuosas frías, amargas y estrechas que hacen odiar la virtud.

El piensa que, desde luego, se merece el amor del padre, porque con su disciplinada obediencia se lo ha ganado día a día. Para luego ser todos iguales, no merece la pena trabajar tanto. En el diálogo con el padre recita un "yo pecador" a la inversa: "me debes un cabrito". Había reducido su pertenecer de la familia a cuestión comportamiento, reglamento y ortodoxia. El hermano menor tuvo suerte de no encontrarse primero con él. Es la figura antipática de la parábola.

A-D/GRATUIDAD: El amor ilimitado del padre no se merece o se gana como un jornal, una paga o un derecho. Nadie merece el amor de Dios. Es gratis, es gracia. Pero también para él hay palabras de cariño. Prefiero que te sientas querido y me quieras, a que me obedezcas y te mates a trabajar en mi hacienda. Quiero que actúes así, pero desde dentro de ti. Tenemos mucho de pródigos cuando buscamos llenar nuestras ansias de plenitud y felicidad fuera de la casa del Padre, pero abundamos más todavía en parecidos con el hermano mayor convirtiendo nuestra fe en una amarga y estrecha moral. La fe sin obras huele a insinceridad, pero las obras sin amor carecen del motor que las hace fructuosas. Nuestro pecado es más profundo que nuestras malas obras. Pecamos de moralina. Pecamos de estar en casa sin amor.

Podemos preguntarnos quién estaba, en realidad, más lejos del padre. Retraducido: qué es lo que más nos aleja del padre. Hagamos también un ejercicio: sinceramente, ¿cuál habría sido nuestra actitud (palabras y hechos), si hubiésemos sido nosotros los primeros en encontrarnos con el pródigo? Ensanchando el círculo, ¿qué estilo predomina en la iglesia: el del padre o el del hermano mayor? Perdónanos por buscar la felicidad y la libertad fuera de ti. Perdónanos por haberte sido fieles sin amor. Perdónanos por explicar más la maldad del pecado que la realidad de tu amor. Perdónanos por no ser buenos "con pudor". Perdónanos por confundir "practicantes" con cristianos. Gracias porque no eres justo, sino que superas toda ley. Tenemos suerte. No te merecemos. Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene (1 Jn 4, 16).

EUCARISTÍA 1989, 11


4.

Las profundidades del pecado: la narración del evangelio, en los versículos 11-13, no nos describe faltas contra el padre, puesto que el hijo no se muestra irrespetuoso ni pide lo que no le corresponde; tampoco su desaparición y su conducta lejos de casa es contemplada bajo el punto de vista de pecado: por el contrario, se expresa una mal comprendida falta de independencia.

Y lo que de ahí resulta es un camino hacia la infelicidad que tiene un significado más de vergüenza que de culpa, todo lo cual tiene su fundamento en la separación respecto a la "casa paterna". A esa separación se refieren las palabras de arrepentimiento: "he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo".

Parece, pues, que se trata del alejamiento y el retorno, tanto para el hijo como para el padre. Es algo más allá o más profundo que el fallo moral lo que aquí aparece. La cuestión por tanto se plantea en qué clase de pecado consiste esto que no es fácil de ser medido con la norma de moralidad.

En la misma profundidad de la culpa se sitúa el amor reconciliador del padre. El que se había marchado estaba perdido, y ahora, es de nuevo hallado: estaba ausente como un muerto, y luego, otra vez está ahí vivo.

Que el padre no procede de acuerdo con la "justicia" -precisamente la proposición del hijo ("trátame como al último de tus jornaleros") está de acuerdo con ella-, que el padre revele más bien su amor gratuito olvidándose de la justicia... todo esto también es "evangelio", descubrimiento de Dios, lo mismo que lo es la anterior valoración sobre la separación del hijo respecto del padre.

La parábola pues, habla de pecado y de experiencia de gracia, cosas comprensibles para un piadoso observador de la ley que, como hombre, tiene que contar con ellas. Las palabras de Jesús, consecuentes con su actuación, rompen cualquier sistema de justicia, y por medio de una concepción más profunda de la relación con Dios, instaurar un nuevo espacio para la libertad.

EUCARISTÍA 1986, 12


5.

-Protagonistas

Que cada cual se sirva, pues hay mucho donde elegir: parábola del hijo pródigo, parábola de la alegría, parábola del perdón, parábola del hermano mayor, parábola de la llamada a la conversión de los buenos, parábola del padre; del padre de los padres, porque es el único que ama y sabe de amor en el relato.

Así es de rica y de imaginativa esta parábola. Toda una pieza maestra de Jesús.

-Introducción

Tratado de cómo Dios cuando quiere, escribe derecho con renglones torcidos, o de cómo los "buenos" no logran machacar los planes de Dios:

-Si cuando el hijo pródigo regresaba al hogar se llega a encontrar con su hermano, ¿hubiera realmente llegado a casa o se habría vuelto? Seguro que no llega a casa y nos habríamos quedado sin parábola. Ahora sabríamos menos del amor de Dios y de la intransigencia de los "buenos".

-Piensa Thibon que si el hijo pródigo hubiera depositado su fortuna en valores bancarios, jamás hubiera regresado a su casa. También, en este caso, nos habríamos quedado sin parábola, sin conversión, sin retorno, sin fiesta, sin conocer al padre amorosamente provocador. HIJO-PRODIGO: -Dramatis personae: El hijo pródigo No es una alhaja. Tocado por el veneno de ser él mismo y no aguantar a nadie, exige al padre su parte y deserta del hogar, dejándose llevar lejos, en alas de la libertad. ¡A vivir, a vivir! Derrochador y manirroto, todo se sucede muy deprisa y queda "fuera de juego", marginado, en la cuneta, como un perdido en paro, sin oficio ni beneficio. El estómago y la miseria le obligan: "Me levantaré, volveré junto a mi padre". Vuelve por hambre. Le mueve el deseo de la mesa; así es, por prosaico, orgánico y poco romántico que se nos antoje el razonamiento: "Cuántos jornaleros, en casa de mi padre, tienen pan en abundancia..., y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre". Cuando ya no hay sitio para él en ninguna mesa, a ver si, por lo menos, se le abre la del padre... Y mientras desandaba el camino, le hacía pensar: "volver a casa", "retornar al hogar". Cuando llega a casa todo le sale mucho mejor de lo que había programado. "El padre corrió... Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como heraldo, la alegría" (Cabodevilla). Y piensa este perdido encontrado: "Yo, pecador, aún soy algo: soy capaz de darle al padre una alegría". Lo que siguió fue todo una fiesta.

-El hijo mayor

El hijo mayor aparentemente es buena persona, pero sólo aparentemente. Por dentro ya es otra cosa. Cree que el padre ha perdido la cabeza y "se ha pasado"; también por dentro, se rebela contra la libertad de amar de Dios; le molesta que el padre quiera a todos; no acepta un "Dios compartido y repartido"; padece la pasión inútil de ser excluyente y querer ser siempre el primero. Presenta factura ("en tantos años como te sirvo...., jamás me has dado un cabrito para comérmelo con los amigos") porque no entiende que el amor es gratuidad, y pretende cobrar prima de antigüedad y trienios de fidelidad. Va por la vida cargado de razones y de "dignidad". Y lo peor de todo, reniega de su hermano y de la fraternidad: "...ese hijo tuyo". Total, tantos años junto al padre, a la vera de la fuente, viendo correr y pasar el amor, y no ¡sabe dejarse querer! ¡Una pena!.

El hijo bueno y los "buenos". Frente a ellos -permítaseme la expresión- también la mejor defensa es un buen ataque. Los buenos, ¿son tan buenos, tan decentes e intachables, tan siempre en la casa del padre, sin ni siquiera una esporádica cana al aire? Tan buenos, tan buenos que nunca vivieron la experiencia de sentir la necesidad de ser perdonados. ¿O, quizá, compraron tantos campos, tuvieron que probar tantas yuntas de bueyes, hubieron de casarse tantas veces que se vieron forzados, también tantas veces, a declinar la invitación de Dios a integrarse en la alegría del banquete de la fiesta? Los "buenos" son tan responsablemente solemnes y en su sitio que pocas veces están para fiestas. Por eso, hoy la parábola toca en su puerta y llama a conversión.

-El padre

D/PADRE: El padre es amor. Amor alegre. La alegría por el "perdido" encontrado. Misteriosamente, el padre necesitaba la vuelta del hijo porque no sabía qué hacer con tanto amor. Misteriosamente, el pródigo hace feliz al padre. El padre es un Dios que, misteriosamente, ama más a los pecadores que a los justos, porque los pecadores "se dejan querer" y Dios puede mostrar y expresar la inmensidad desconcertante de su amor. Los pecadores se ven perdidos y endeudados con Dios; los buenos piensan que no deben a Dios nada. Es Dios quien está endeudado con ellos.

Este padre es amor a lo grande, sin normas, cortapisas ni fronteras; amor en el que caben todos: buenos y malos, morales e inmorales. ¡Dios mío, cómo es Dios!

-A modo de epílogo: El tercer hijo de la parábola ¿No se adivina en la parábola un tercer hijo, a medio camino entre el aventurero y el decente, entre el que se va y el que permanece? Ciertamente, en mí están los dos hermanos. Nosotros somos la síntesis del pródigo y del mayor. Visítanos, Señor, con el regalo de necesitarte, y muévenos con la nostalgia de tu hogar.

BENJAMÍN CEBOLLA HERNANDO
DABAR 1992, 21


6.

ANUNCIAR EL MENSAJE DE LA RECONCILIACIÓN

Este es el aspecto fundamental de este domingo. Viene sugerido por la segunda lectura y por el fragmento evangélico donde se trae la parábola del hijo pródigo. Hay que conectarlo, de todos modos, con el tema de la conversión que centró la atención de la asamblea el pasado domingo.

-"El hijo menor emigró a un país lejano".

Estas palabras están tomadas de la parábola evangélica. En ellas se apunta a la entraña misma del concepto de pecado. Este supone siempre un alejamiento de Dios, un distanciamiento y una ruptura de comunión y de amistad. Todo pecador es un hijo pródigo que abandona la casa del Padre.

-"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti".

Son las palabras que pronuncia en su interior el hijo pródigo cuando recapacita y se convierte; cuando decide reemprender el camino de vuelta a la casa paterna. Al mismo tiempo, esas palabras expresan su dolor y su arrepentimiento. De ellas se servirá el hijo para hacer su confesión ante el padre.

-"Se puso en camino".

La actitud del hijo no se reduce simplemente a un buen deseo de reconciliación. Pone manos a la obra y emprende el camino de vuelta. Eso significa, en realidad, convertirse. Es el momento de hacer realidad lo que era solamente un deseo, un proyecto.

-"Su padre lo vio y se conmovió".

Hasta aquí sólo hemos observado la actitud y el comportamiento del hijo. Ahora se hace alusión a la actitud del padre. Este manifiesta su amor inconmovible al hijo y sus entrañas de misericordia. Todo esto queda sellado con un abrazo de reconciliación, descrito con extrema viveza en la parábola. Esto es exactamente lo que pasa cuando el pecador acude al sacramento de la penitencia. Más que de un juicio, en el que hay juez y reo, castigo o absolución, habría que hablar de un encuentro sacramental en el que Cristo se hace presente y envuelve al pecador en un abrazo entrañable y misericordioso.

-"Celebremos un banquete".

Toda reconciliación es un acontecimiento gozoso. Por eso, en la parábola, el abrazo entre el padre y el hijo se corona con un banquete festivo. Al leer este pasaje de la parábola todos estamos pensando en la Eucaristía. Porque, efectivamente, ésta, entre otras cosas, es un banquete de reconciliación. Cuando el Señor nos admite a su mesa y nos hace sentar entre sus comensales para compartir el banquete del Reino, está poniendo de manifiesto la amistad recuperada y el amor rejuvenecido. Todo ello quiere poner de relieve que el gesto reconciliador de la penitencia culmina en el banquete eucarístico. La admisión al banquete es un signo eficaz del perdón que Dios otorga al hijo arrepentido.

JOSÉ MANUEL BERNAL
MISA DOMINICAL 1986, 6


7. D/PADRE.

-El padre que tenía dos hijos

Las cosas grandes no caben en las palabras y conceptos del hombre. Así, por ejemplo, el amor a Dios. Lo religioso no es hablar mucho de Dios, que lo puede hacer un ateo o increyente, sino hablar a Dios, invocarlo. La verdad es que Dios está en todas las páginas de la Biblia y en todos los pasos de la vida de Jesús, algo así como el aire necesario que se respira, pero no encontramos un pasaje que se detenga expresamente a definirlo, aunque aquí y allí encontramos rasgos de su rostro. Si me preguntáis por un texto concreto, que yo pueda preferir para describir el rostro de Dios, del Dios de la Biblia y de Jesús, os señalaría la figura del padre de la parábola del hijo pródigo, que los escrituristas de hoy nos dicen que no debe llamarse así, sino parábola del padre que tenía dos hijos. La figura central de esta parábola, en efecto, es el padre. Aquí Jesús nos retrata la figura de Dios, que bien conocía, y en última instancia, es él mismo. Dios nos dice cómo es Dios. No cabía un expositor mejor.

Nuestro Dios es un padre bueno, misericordioso y comprensivo. Es el padre del hijo pródigo. Es el Padre de Jesús, el abba, padre querido, el papá. Abba es el término familiar entre los judíos para designar al padre. Este Dios es el trasfondo de la vida de Jesús, lo que está debajo y la sostiene, aunque no se nombre. Jesús es la parábola de Dios. Más aún: Jesús es el mismo Dios, su palabra y su vida son el rostro de Dios. Para un creyente dice más la respuesta del niño del catecismo que a la pregunta de "¿Quién es Dios?" contesta: Jesús, que la definición del sabio diciendo que es acto puro, ser subsistente, eterno e infinito. Dios es el padre bueno que hace salir el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y llover sobre el campo del justo y del pecador. Es este padre bueno de la parábola que doliéndole en el corazón respeta la libertad del hijo rebelde y lo deja ir, y que después lo sigue esperando, día tras día, y sin cansancio, con los brazos abiertos, para, al final, acoger al hijo con una inmensa alegría. Porque a este hijo, dice, lo habíamos perdido y lo hemos encontrado y porque, en el cielo, hay más alegría por un pecador que se convierte que por cien justos. Es un padre que llena el hueco de la madre, y por eso no se habla de ésta aquí. Padre y madre. Si en una palabra imposible, como quien intenta meter en una vasija el agua del mar, quisiéramos expresar el rostro de Dios, ésta sería ACOGEDOR.

-Los dos hijos

Los primeros versículos del capítulo 15 de San Lucas son como una introducción a las tres parábolas (oveja perdida, dracma perdido e hijo pródigo) llamadas de la misericordia. Las dos primeras destacan la búsqueda del pecador por el Padre y la posterior alegría del encuentro, y la última, la acogida y la alegría.

En la introducción se habla de dos clases de personas: de los publicanos y pecadores y de los fariseos y maestros de la ley. Este es un punto clave para la interpretación inmediata y literal del texto. El hijo mayor, el bueno, son los fariseos y maestros de la ley, y el hijo menor son los publicanos y pecadores. Este es, diríamos, el análisis sociológico de que se parte, aunque, al final, y no sin cierta ironía. se produce una inversión respecto a buenos y malos. Porque, en última instancia, el hijo rebelde y pródigo es el que se acoge al perdón del Padre, y el hijo cumplidor y justo se encierra en sí mismo, rechazando la invitación a la alegría por el hermano recuperado. Es el bueno el que más necesita la conversión.

A la luz de todo el Evangelio está bien clara esta interpretación. Pero el texto de esta parábola que tiene este arranque tan concreto y particular se hace de pronto universal y válido para el hombre de todos los tiempos. El hijo menor es el hombre inquieto y rebelde que llevado por el ansia de libertad no puede soportar la presencia vigilante del padre y se marcha de casa pensando en otros paraísos. La libertad y el placer son su horizonte. La experiencia será dura, pero positiva. Un corazón bueno y sensible le vuelve a los brazos del padre. Conversión, recuperación, acogida, alegría. Es la trayectoria tantas veces descrita con emoción. Es el final bueno de la historia. El camino abierto para todos nosotros.

Muy triste es, en cambio, el final del hijo mayor. No quiere saber nada de fiestas y alegría. Se le ha secado el corazón de tanta justicia y cumplimiento, un caso perdido. Qué pena tiene que sentir el padre de este hijo que con su conducta demuestra no haber catado ni desde lejos lo que es el amor del padre, la libertad del hijo, la alegría sana y la madurez humana. Este hijo mayor no ha pisado los umbrales de la historia de la salvación, a pesar de frecuentar la sinagoga y el templo, de escuchar tantas veces la Palabra de Dios y oír muchas misas. De verdad, una pena.

¡Tan cerca del Padre y tan lejos de su corazón! En esta parábola está todo el Evangelio de Jesús, toda la historia de la salvación: la llamada de Dios y la respuesta del hombre.

MARCOS M. DE VADILLO
DABAR 1992, 21


8.

-UN PADRE Y SUS DOS HIJOS

La parábola está protagonizada por un padre que experimenta una inmensa alegría con sus dos hijos. No porque los dos sean muy buenos. Ni porque uno sea bueno y otro malo. Sino porque son sus hijos y comparte con ellos su vida. ¿Cómo no acoger una vida que ha nacido de la suya? ¿Cómo no celebrar el banquete de esa vida que es la principal herencia común? Es verdad que el padre observa cómo sus hijos y herederos toman sus propios rumbos. Cómo a veces aciertan, a veces se equivocan.

Cómo su libertad es a la vez posibilidad y tentación. Pero no le cuesta el perdón, porque ellos son su mayor alegría. Una cosa sí le duele. Que sus hijos no aprendan su talante y compartan la alegría de ser hermanos. Y no sólo porque es injusto que quien recibe la vida gratuitamente no caiga en la cuenta de ello. Al padre no le afecta tanto esta "injusticia". Sino porque se hacen sufrir mutuamente, y en lugar de hacer de su hogar en este mundo un banquete lo conviertan en un mercado de egoísmos, resentimientos y exigencia de cuentas, en el que si quizá existe el perdón lo es más por imperativos morales que por el gozo espontáneo del abrazo fraternal.

En la exégesis se explica maravillosamente cómo Jesús necesita desahogarse con esta parábola ante el resentimiento de fariseos y letrados. Jesús "acogía" a los pecadores y "comía" con ellos. Los reconocía como hermanos y lo celebraba, en un gesto que evidentemente cubría con el perdón errores y pecados. Y esta fiesta de la vida compartida irritaba a los sacerdotes y juristas de la ley. Quien quiera puede comprender la parábola en su contexto original y seguro que lo hará con fruto. Pero se me ocurre también útil sacarla un poco de contexto en una aplicación no literal a nuestra cultura.

UN PADRE TENIA UN HIJO MODERNO Y OTRO POSTMODERNO En la familia humana actual conviven dos tipos de existencia. Todos han recibido la vida como gozo de un padre -algunos quizá no son conscientes de ello- para que compartan esta alegría.

-El hermano mayor es moderno. Lleva ya bastantes siglos en el hogar humano con fuerte sentido de responsabilidad y del deber ético. Ha concebido proyectos para que la herencia del padre se mantenga y acreciente. Trabaja sin descanso en la ciencia y en la técnica, pero también por la justicia, la paz, la libertad. Apenas se concede tregua porque lleva sobre sus hombros el futuro de la casa. Sus esquemas mentales han variado (ilustración, liberalismo, marxismo, cristianismo comprometido...).

Pero en algo sigue firme: en su fidelidad al esfuerzo, al trabajo, a la responsabilidad del proyecto que se ha trazado para el futuro. Quizá por esa tensión le falta tiempo, le falta ternura, le falta imaginación, le falta autocrítica; hasta quizá ha olvidado que la herencia la ha recibido del padre y que ese padre le acompaña siempre en su esfuerzo, porque le sabe cansado y un poco aviejado en su relativa juventud. A veces el padre teme que la ley del trabajo y del saber que se ha impuesto el hijo, le haga olvidar que lo importante es vivir con gozo y que se ha hecho bastante duro y rígido con quienes buscan felicidad. Si todos compartiéramos -piensa el hijo moderno- la tensión de la responsabilidad en el trabajo, el futuro de la familia estaría asegurado. Y hay quienes juegan con su deber bagatelizándolo, como si el mundo fuere un festival pop.

-El hermano menor es postmoderno. De repente ha sentido que se asfixiaba en su casa ordenada y programada, responsable y tensa. Que no era feliz. Que total, lo que había conseguido su hermano con tanto sacrificio, era un hogar enfermo por las crisis económicas, sociales y amenazado de muerte nuclear. Y de repente ha tenido un ansia incontenible de buscar su felicidad, prescindiendo de deberes y proyectos, pero también en solitario, desvinculándose de los demás, incluso de las personas más allegadas. Tengo que ser feliz a cualquier precio, tengo que saborear la vida, que apurar los mil placeres posibles. Pero para eso he de salir de esta casa de la modernidad que se ha hecho irrespirable. Y allá va el hermano menor postmoderno buscando, tanteando, dilapidando la herencia de la modernidad, intentando ser feliz por cuenta propia, agarrando fugaces momentos y olvidando fidelidades.

La historia esta vez no ha terminado. Pero el padre quiere por igual a sus dos hijos, el moderno y el postmoderno, no porque sean buenos o malos, sino porque son sus hijos. Siente una inmensa ternura por ellos y respeta su libertad. Y el Padre espera que venga a casa el hijo menor con toda su experiencia de narcisismo, de placer a cualquier precio, de olvido de su familia humana con todos sus problemas y de la necesidad de brazos en la herencia del padre. Y lo espera, porque sabe que nadie encuentra su fidelidad en solitario, porque la existencia humana es gozosa sólo en el encuentro con los demás, en la acogida y en la donación, y eso lleva a trabajar para que esa felicidad alcance a todos. Pero el Padre hará una gran fiesta.

Entonces el hermano mayor moderno quizá se irrite de que su hermano menor narcisista, derrochador, infiel a la familia, haya sido acogido con tanta alegría en el hogar. Y el Padre con cariño le tendrá que decir algunas verdades. "Tú siempre me has tenido contigo y todo lo mío es tuyo. Pero trabajando te has olvidado de mí y de tu hermano. En el fondo, en vez de servirte de tu trabajo para nosotros, nos has olvidado a nosotros y te has quedado con tu trabajo. Y has ido creciendo, creciendo como protagonista... del trabajo. Pero no de la vida. Y así has creado un ambiente tenso, intransigente, duro, asfixiante. Has olvidado que la vida es un don que compartimos tú, tu hermano y yo, cuando nos encontramos, nos acogemos, nos gozamos y lo celebramos.

Trabajaste por nosotros. Pero ni has sido feliz ni has dejado a tu hermano serlo. El se ha equivocado buscando su felicidad en solitario y lejos de los otros. Pero ha acertado en una cosa: yo no sólo quiero compartir mi trabajo -el que comencé cuando erais menores de edad- con vosotros, sino sobre todo mi alegría y mi fidelidad. Ahora, ni a ti ni a él quiero exigiros cuentas. Los dos os habéis equivocado. Pero lo importante es que ya estamos otra vez juntos y podemos celebrar el banquete de la fraternidad".

Apuesto a que en ese banquete brindarán juntos el Padre, el hijo mayor moderno y el hijo menor postmoderno.

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1989


9.

* SENTÉMONOS A LA MESA DEL PADRE.
ACTUALIZACIÓN DEL RELATO EVANGÉLICO

Los relatos evangélicos, escritos en una determinada fecha, trascienden tiempo y espacio, para ser eternos, actuales. Vamos a captar cómo se reitera hoy en la vida actual, en nuestra Iglesia: Jerarquía y fieles, lo que Cristo nos ha descrito en el evangelio narrado por Lucas y que acabamos de proclamar. Si la parábola del hijo pródigo o del Padre misericordioso se la puede calificar de síntesis del evangelio, también se la puede considerar como una explicación de nuestra vida, de nuestra historia. Es posible que sea demasiado simplista dividir a los creyentes en dos grupos: los imitadores del hijo menor y los del hijo mayor. Pero lo que no se puede negar es que encontramos en la Iglesia actual las dos tipologías, los dos comportamientos, como también, es verdad, hay que afirmar que se encuentran quienes se proponen llegar a tener los mismos sentimientos del Padre celestial.

* REPRODUCIMOS LA CONDUCTA DEL HIJO MAYOR -Los que siempre obedecemos..., pero pedimos preferencias... -Los que cumplimos bien todo lo programado..., pero pretendemos recibir recompensas, privilegios y celebrar la fiesta cristiana solos, con nuestros amigos... -Los que estamos satisfechos porque "no nos vamos de casa"..., pero no queremos recibir a los que se han marchado... -Los que todo lo hacemos bien..., pero no sabemos acoger a los que se han equivocado... -Los que proclamamos la justicia, la ley, la equidad, el derecho..., pero nos falta generosidad, capacidad de perdonar, de preferir la persona a las frías e inertes estructuras... -Los que nos proclamamos firmes, seguros, constantes..., pero no nos dejamos aconsejar, ni admitimos habernos equivocado, ni aceptamos los consejos del Padre celestial... -Los "fariseos" y los "letrados" que lo sabemos todo y lo cumplimos todo..., pero nos sentimos ofendidos al ser invitados a compartir con los "pecadores"... -Los que, por ser prudentes, nos convertimos en calculadores, incrédulos, que no se fían de los demás..., pero nos falta espontaneidad, naturalidad, sencillez, ingenuidad evangélica... -Los que, por sentirnos buenos, somos capaces de reprochar a nuestro Padre Dios el comportamiento comprensivo y misericordioso con nuestro hermano, echándole en cara no habernos dado... ni un cabrito... para...

* REPRODUCIMOS LA CONDUCTA DEL HIJO MENOR

-Los que, con un corazón exigente, pedimos talentos, dones, bienes, sin la mínima consideración y educación para con Dios y nos vamos a derrochar: viajes, lujos, placeres, satisfacciones, consumir y consumir, cantidades y cantidades, como norma de vida, como una gotera que nunca se repara...

-Los que exigimos a los otros y nos olvidamos de las modalidades, educación, delicadeza de trato...

-Los que gastan la vida en lo que sea, sin criterios, sin metas, sin discernimiento, a lo loco, como indigestiones de vivir... -Los que planificamos la existencia desde el goce materialista, hedonista, sibarita... -Los que nos metemos en el "mundo" sin principios, ni criterios y nos dejamos despersonalizar míseramente... -Los que nos dejamos robar nuestros valores personales y cristianos por los que nos ofrecen apariencias, espejismos y falacias, aprovechándose, sacándonos lo que es nuestro... -Los que nos desentendemos de Dios, lo marginamos, lo olvidamos, lo desconsideramos, hablamos mal de él, nos reímos de él como si fuera menos que cualquiera, no le concedemos ni la dignidad que pedimos para una persona humana...

-Los que nos degradamos a perder la dignidad humana, hipotecando la libertad, contratándonos por lo que sea... -Los que no somos capaces de arrepentirnos, reconsiderar la vida, volver a comenzar de nuevo...

* SENTÉMONOS A LA MESA DEL PADRE

-Seamos capaces de dar un abrazo, lleno de misericordia a todo el mundo y de recibirlo, por descontado. -Que nuestro amor nos haga mirar fuera como quien espera a los que podrían volver y se desea. -Que sepamos vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, hospedaje al que no tiene techo, hacer que todo lo nuestro sea para los demás y esté a su disposición. -Que sepamos hacer fiesta, gozar con el que se siente recuperado. -Que sepamos dar la fraternidad a quien sólo nos pide ser jornalero. -Que olvidemos lo pasado y creamos en las ilusiones y proyectos de los otros. -Hagamos fácil el arrepentimiento y confesión de los pecados de los demás. -Que nos conmovamos de verdad y dejemos todo por ir en ayuda de quien viene a nosotros, cuenta con nosotros... -Sintamos que nuestra vida aumenta cada vez que alguno se hace un poco mejor.

* CRISTO ES HERMANO DEL MAYOR Y DEL MENOR Cristo, como buen hijo del Padre, es hermano del mayor y del menor: -Del que se queda y del que se marcha. -Del que persevera y del que abandona. -Del que tiene mentalidad diferente, esquemas diferentes, modelos de vida cristiana diversos, interpretaciones del evangelio diversas. -Del que reconoce que no se equivoca y del que admite haberse engañado. -Del que se atreve a decir "...ese hijo tuyo..." "y del que insinúa: "...como a uno de los jornaleros". -Del que está en la abundancia y del que sufre necesidad. -Del que se ha anquilosado y del que reconoce que debe volver a comenzar de nuevo. -Del que se ha estancado y del que se decide a ser sincero, auténtico y confesar su culpa. -Del que no sabe tratar a su Padre celestial y del que vuelve a El confiado, pobre, convertido. Es hermano del mayor y del menor. Por eso se dejó crucificar y murió en la Cruz: Para conseguir que los dos hermanos se sienten a la mesa y tomen parte en el mismo banquete de fiesta preparado por el Padre.

DABAR1983, 19