39 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
18-33

18.

-En el bautismo recibimos la luz de Jesucristo Hace años -unos más y otros menos, según la edad que tengamos- nuestros padres nos llevaron a la iglesia para ser bautizados. Algunos quizá recibisteis el bautismo de más mayores, con más conciencia, pero la inmensa mayoría de nosotros nacimos como cristianos de muy pequeños, recibimos de muy pequeños la luz de Jesucristo. Aquel fue un momento decisivo para nuestras vidas. Nosotros no aportábamos nada: tan sólo nuestra debilidad de recién nacidos. Todo lo hizo Dios. Todo fue gracia suya. Y desde entonces, a medida que fuimos creciendo, a medida que fuimos avanzando en el camino de la vida, aquella luz que entonces iluminó nuestro interior fue haciéndose mayor, y ha sido una luz capaz de conducirnos, de hacernos descubrir el camino de Jesucristo, de hacernos amar el Evangelio, de enseñarnos a vivir la confianza en el amor del Padre. Ciertamente que la manera como cada uno de nosotros ha vivido todo esto ha sido muy distinta, y nuestras historias cristianas se parecen seguramente muy poco unas a otras, pero en todas hay, en el fondo, una experiencia muy similar a la que acabamos de escuchar en este largo evangelio de hoy, este evangelio del ciego de nacimiento (que, junto con el del domingo pasado -el de la samaritana- y el del domingo próximo -el de la resurrección de Lázaro-, formaba el punto de partida de las últimas catequesis que hace siglos recibían los que se habían de bautizar la noche de Pascua).

-Nuestro encuentro con Jesucristo, nuestro seguimiento La experiencia similar que seguro que hay en el fondo de la historia cristiana de cada uno es la que el ciego del evangelio repetía una y otra vez: Yo, lo único que sé, es que antes era ciego y ahora veo; yo, lo único que sé, es que este hombre, Jesús, me ha abierto los ojos. Si a cada uno de nosotros nos preguntaran ahora por qué somos cristianos, todos, a pesar de nuestras historias diversas, seguro que diríamos algo parecido. Porque ninguno de nosotros es cristiano porque con grandes razonamientos hayamos descubierto que seguir a Jesús es lo mejor que se puede hacer. Ni ninguno de nosotros es cristiano porque alguien nos haya obligado a ello. Ni ninguno de nosotros es cristiano porque tengamos miedo de vete a saber qué males nos caerán encima si no lo somos.

Nosotros somos cristianos porque lo llevamos dentro. Porque hemos encontrado a Jesús y nuestro encuentro con él nos ha abierto los ojos. Porque, aunque quizá no lo sabríamos explicar muy bien, experimentamos que él, y su vida, y el estilo que nos invita a seguir, y la novedad que él ha puesto en el mundo, nos llenan y nos atraen. Nosotros somos cristianos -si queremos llamarlo así- porque Jesús se ha apoderado de nosotros y nos ha fascinado. Como a aquel ciego de nacimiento. A aquel pobre hombre, Jesús se le acercó y le cambió la vida. Y ya podían entonces ir mareándolo y diciéndole que no podía ser. ¡Era tan evidente, que después de haberse encontrado con Jesús todo era distinto para él! ¡Era tan claro que en la vida ya no podía haber nada más importante que aquel profeta que le había abierto los ojos! ¡Era tan claro que, cuando Jesús le pide la fe, la única respuesta posible para él es afirmar sus ganas de creer, de estar a su lado, de seguirlo!

Este tiempo de Cuaresma es para nosotros un tiempo para reafirmar nuestra adhesión a Jesucristo, nuestra unión con él. El nos ha abierto los ojos y nosotros nos hemos hecho seguidores suyos. Pero eso tenemos que vivirlo día a día, debemos reafirmarlo cada día. Tenemos que hacer que cada día la presencia de Jesús sea más fuerte en nuestra vida. Hemos de orar, debemos empaparnos del Evangelio (¿ya leemos el evangelio? ¿o nos contentamos solo con lo que escuchamos aquí en la iglesia?), debemos revisar constantemente si nuestra vida es verdaderamente cristiana.

-La Pascua, la renovación de nuestro bautismo Si hacemos esto, entonces, cuando de aquí a tres semanas, la noche santa de Pascua, encendamos la luz de Jesucristo y de aquella luz encendamos nuestras velas, y cuando después renovemos nuestras promesas bautismales, nuestra celebración, nuestra fiesta, será verdadera y auténtica.

De aquí a tres semanas, en la noche santa de Pascua, en la Vigilia pascual, tanto los que nos encontraremos aquí en esta iglesia como los que estén fuera en otros lugares, viviremos con todo el gozo la presencia salvadora del Señor resucitado. Ahora, en estos días de Cuaresma, lo acompañaremos, viviremos intensamente nuestro camino de conversión, nos uniremos a él en su entrega hasta la muerte en la cruz. Y después, en la Pascua, lo celebraremos y aclamaremos. Porque él es la única luz capaz de iluminar de verdad nuestras vidas.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/04


19.

1. «Para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». La larga historia (narrada en forma de drama en el evangelio) de la curación del ciego de nacimiento termina con esta alternativa: el que reconoce que debe su vista, su fe, a Cristo, llega, por la pura gracia del Señor, definitivamente a la luz; pero el que cree que ve y que es un buen creyente por sí mismo y sin deber nada a la gracia, ése es ya ciego y lo será siempre. Es lo que Jesús dice al final a los fariseos: «Si estuvierais (completamente) ciegos no tendríais pecado; pero como decís que véis, vuestro pecado persiste». El ciego de nacimiento no pide a Jesús que le conceda la vista, tampoco Jesús le pregunta si quiere ver; es simplemente un objeto de demostración en el que la acción de Dios debe hacerse manifiesta. Y después se transforma lentamente en un perfecto creyente. Primero obedece sin comprender: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé. El ciego fue, se lavó y volvió con vista». Después no sabe quién es realmente el que le ha curado. Pero ante los fariseos se muestra más osado y confiesa que el hombre que le ha curado es un profeta, y como sus padres no se atreven (por miedo a los judíos) a reconocer a Jesús como profeta, el ciego tiene el coraje de desafiar a sus adversarios («¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos?») y de dejarse expulsar de la sinagoga. Ahora está ya maduro para encontrarse con Cristo y (cuando Jesús se da a conocer) adorarle como un auténtico creyente. Sale de las tinieblas de la desesperanza para entrar en la más pura luz de la fe; todo ello en virtud de una gracia que él ni siquiera ha pedido, una gracia cuya lógica sigue obedientemente y que crece en él como un grano de mostaza hasta convertirse en el mayor de los árboles.

2. La elección de David (primera lectura) es como una confirmación de que el más pequeño, aquel en el que nadie ha pensado (ni Jesé, ni Samuel), se convierte inopinadamente en el justo, en el elegido de Dios que supera a todos sus hermanos mayores. «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira a las apariencias, pero el Señor mira al corazón», dice el Señor al profeta que busca al rey que ha de ungir. «En aquel momento», no antes, «el Espíritu del Señor invadió a David y estuvo con él en adelante», el mismo Espíritu que le hace crecer hasta convertirle en símbolo y antepasado de Jesús, en el profeta que, en el trágico destino de su vejez, anticipa algo de la pasión de su descendiente, Cristo. Como el ciego de nacimiento que termina siendo expulsado de la sinagoga.

3. La segunda lectura nos exhorta simplemente a comportarnos como «hijos de la luz». Todos nosotros hemos seguido el mismo camino que el ciego de nacimiento: «En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor»; es decir: habéis sido introducidos por el Señor, que es la luz del mundo, en su luz; por eso: «Caminad como hijos de la luz». Y como hijos de la luz debemos, al igual que el ciego de nacimiento, sacar las tinieblas a la luz, transformarlas para que se vea cómo están iluminadas por la luz y, en el caso de que se dejen transformar, ellas mismas se convierten en luz. Aquí, como en el gran relato del evangelio, queda claro que la luz de Jesús no sólo ilumina, sino que transforma todo lo que ilumina en luz que brilla y actúa junto con la de Jesús.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 49 s.


20.

«¡TIENEN OJOS Y NO VEN!»

Hay dos maneras bien distintas de vivir la religión. La de la fe, como confianza plena en Alguien que ha entrado en nuestra vida. Y la de quienes, defensiva y recelosamente, prefieren hacer constataciones y análisis ante los «signos» de ese Alguien. Es decir, la fe como «riesgo» y respuesta personal a «un Dios que llama». Y la fe como «póliza de seguros» que se agarra a lo que siempre se practicó: el ritualismo, el legalismo y la casuística de las tradiciones. La postura, en resumen, del «ciego» del Evangelio de hoy y la de los que rodean al ciego.

Ved al ciego... Jesús, al pasar, hizo barro con su saliva, lo aplicó a los ojos del ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé. " El fue, se lavó, y volvió con vista». Así de sencillo. Se dejó iluminar y guiar. Luego, el pueblo y los fariseos trataron de embarullarle con cuestiones capciosas. Pero, cuando vuelva a encontrarse con Jesús y éste le aclare que «El es el Hijo del Hombre», aquel ciego se postró de rodillas y dijo: «Creo, Señor». Ahí lo tenéis, pues, con su doble visión recién estrenada: la de los ojos y la de la fe. Una fe de entrega plena, de abandono al «Otro».

Ved, por el contrario, al pueblo y a los fariseos. Todo se vuelve indagaciones, suspicacias, intentos de «buscar tres pies al gato»: «¿No es éste el que pedía limosna? ¡Se le parece mucho!» Y arremetían contra el ciego porque lo proclamaba «profeta»: «Empecatado naciste y ¿pretendes darnos lecciones?» Ya véis. Dos posturas bien distintas, síntesis de la variada gama de nuestras actitudes ante lo sobrenatural.

MILAGRO/REACCION: Suelen decir que «los milagros son motivos de credibilidad». Y, sin embargo, ya lo véis: de cuantos presenciaron, e incluso se beneficiaron de los «signos» de Jesús, unos, creyeron y se entregaron. Como este ciego de hoy: «Creo, Señor». Otros se maravillaron, sin más. Por ejemplo, Jairo y su familia, de los que nos dice el Evangelio que «quedaron atónitos». Algunos, aun llevándose en su propia carne el signo de Dios, se quedaron indiferentes. Así, nueve de los diez leprosos, de los que pareció quejarse el mismo Jesús: «¿No eran diez los curados?» Finalmente, algunos se enfriaron y endurecieron más. Recordad lo que contestó Abraham a Epulón: «Si no oyeron a Moisés y a los profetas, aunque resucite un muerto, tampoco creerán».

¿Por qué ocurre esto? ¿De qué depende este tan distinto resultado? De la disposición de nuestro corazón, amigos. Unos, como el ciego del Evangelio, «se abren» al riesgo y a la sorpresiva propuesta de «ponerse barro en los ojos y lavarse en la piscina de Siloé». Pero otros «cierran» las contraventanas de su alma a la llegada de la luz. «No hay peor sordo que el que no quiere oír», solemos decir. Y es verdad. Conozco yo a una viejecita, cordial, receptiva y buenísima, a la que llevo la comunión cada semana. Está sorda, muy sorda. Pero se siente tan feliz con la llegada del Señor a su casa, que se esfuerza al máximo para escuchar las pobres palabras con que yo trato de exhortarle para comulgar. Y, con su gran sordera, me entiende siempre. Es porque ella no es de aquéllos de quienes dice la Escritura: «Tienen oídos y no oyen; tienen ojos y no ven». Ella se esfuerza por «oír y ver».

ELVIRA-1.Págs. 26 s.


21.

Frase evangélica: «Creo, Señor»

Tema de predicación: EL ITINERARIO DEL CREYENTE

1. El relato del ciego de nacimiento hace ver el itinerario ascendente del ciego (de la ceguera a la visión) en contraste con el de los fariseos (de la visión a la ceguera). Frente al reconocimiento ascendente que hace el ciego de la persona de Jesús («hombre de Dios», «profeta», «señor»), surgen diferentes dudas o rechazos presentados por los interlocutores, a saber, vecinos, familiares y fariseos. El ciego es figura del pueblo reducido a impotencia por la opresión de sus dirigentes; es un subhombre, un pobre marginado que puede liberarse y transformarse. La curación del ciego es como una nueva creación: barro o tierra, saliva o energía vital y lavatorio o integridad humana total, puesto que llega a ver y a conocer. El ciego se libera superando diferentes pruebas.

2. La primera reacción proviene de los «vecinos», los cuales --próximos al ciego mendicante y testigos inmediatos de lo que ocurre-- conocen desde fuera, están mal informados, tienen juicios poco sólidos y están llenos de miedo; no son libres. La segunda reacción proviene de los «padres» del ciego, los cuales creen, pero no se atreven a dar testimonio personal, por «miedo a los dirigentes judíos». La sangre y la raza atenazan con frecuencia. La tercera reacción es la de los «fariseos», guardianes de la ortodoxia y las tradiciones. Se interrogan, pero no creen. Parece que aceptan el hecho de la curación, incluso indagan, pero niegan su adhesión, no tienen interés por la verdad. La cuarta reacción es la del mismo «ciego», que da su plena adhesión a Jesús. Su respuesta a los fariseos es contundente: «Es un profeta». Ha calado en el significado de la palabra y del gesto de Jesús. Este testimonio, firme y personal, representa a los que se interrogan, creen y dan testimonio.

3. No hay conversión cristiana ni auténtica fe sin encuentro personal con el Hijo del hombre. Ser cristiano significa entrar en comunión con Dios a través de la persona de Cristo, luz del mundo. Exige testimoniar las obras del Enviado a partir de una experiencia personal cristiana entroncada con la vida misma. Supone pasar de las tinieblas a la luz, adquirir una nueva lucidez. Para llegar a conocer a Cristo con lucidez se impone un itinerario que entraña dificultades, a causa de diferentes confrontaciones.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué actitud de este evangelio me identifico?

¿Soy capaz de dar testimonio de fe en circunstancias adversas?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 110 s.


22.

1. Abrir los ojos: el proceso de la fe El evangelio de hoy tiene una gran semejanza con el del domingo pasado: así como hay aguas de vida y aguas de muerte, así hay dos clases de ojos: los que ven y los que no ven. Si la vida es agua verdadera, también es luz verdadera. Hoy nos encontramos frente a una página sutil de sabiduría: hay muchas maneras de ver la realidad de la vida. A veces se ve la vida como si fuese muerte; otras, se ve la muerte como si fuese vida. Es la eterna paradoja, bien planteada ya en la primera lectura: cuando Samuel tiene que elegir al futuro rey entre los hijos de Jesé, se fija en el mayor, debido a su gran estatura y vigor. En cambio Dios le obliga a fijarse en el menor y más inexperto. Efectivamente, el Señor le dice al profeta: «No mires las apariencias... La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira lo que aparece, pero el Señor mira el corazón.» Existen, pues, quienes miran la apariencia de las cosas y buscan esa apariencia. Son los ciegos. Pero están también quienes ven la interioridad de las cosas, ese porqué último que mueve el pensar, sentir y obrar: son los sabios, los que saben ver lo que hay que ver. Bien lo expresó aquel gran sabio chino, ·LAOTSE cuando dijo: "La mayor perfección es de apariencia imperfecta, pero su acción es inagotable. La mayor plenitud es de apariencia vacía, pero su acción es inagotable. La mayor rectitud es en apariencia retorcida. La mayor habilidad es en apariencia torpe. La mayor elocuencia es en apariencia incongruente". Es el mismo Lao que también dijo: «El que conoce a los demás es inteligente; el que se conoce a sí mismo es iluminado. El que vence a los demás es fuerte; el que se vence a sí mismo es la fuerza.»

El Evangelio de Juan, en la página de hoy, se mueve sobre esta paradoja. Hay un hombre que es ciego de nacimiento, y están los hombres que se precian de guías del pueblo. Pero el que ve es el ciego; los que creen ver, son los ciegos: «Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero ahora que decís que véis, vuestro pecado está comprobado» (Jn 9,41).

Todo el relato se mueve sobre un trasfondo histórico: hacía pocos años que la Sinagoga había expulsado de su seno a la comunidad cristiana porque creía en Jesús. Juan interpreta aquel gesto como un acto de ceguera espiritual.

Pero también hay un trasfondo de fe aplicable a cada hombre: creer en Jesús es ver la luz que da sentido a la vida. Pero este «ver» con nuevos ojos supone una lucha y una ruptura: el hombre debe cruzar la frontera de las tinieblas y romper con sus esquemas. Las tinieblas, bajo apariencia de religión y de piedad, atrapan al hombre y le impiden ser libre. La iluminación de Jesús, en cambio, nos da la libertad interior. Vayamos, pues, por partes. Hay un ciego de nacimiento, y mendigo por añadidura. Este hombre no puede vivir por sus propios medios, necesita que los demás le den algo de vida por limosna. Es un ser que depende totalmente de los demás; hasta tal punto que, según las creencias populares y de los jefes, es ciego porque ha sido engendrado en el pecado. Es un hombre maldito ante Dios y ante los hombres.

Por eso los apóstoles preguntaron a Jesús: "Maestro, ¿quién pecó para que esté ciego: él o sus padres?" Y Jesús: «Ni él ni sus padres. Su caso servirá para que se conozcan las obras de Dios.» No solamente está ciego y se lo declara culpable por ello, sino que la estructura social y religiosa nada hace por devolverle la vista. La sociedad lo condena a vivir, si eso se puede llamar vivir, en constante dependencia de los demás. Pero la hipocresía humana llega más lejos aún: si se lo cura en sábado, esa curación es un delito. Nadie puede infringir la ley religiosa de los hombres aunque sea para dar la vista y la libertad a un hombre.

Clara visión del evangelista: hay sistemas religiosos que no solamente se declaran incapaces de liberar al hombre de sus ataduras interiores, sino que se oponen, por sistema, a que aparezca la libertad.

Fue entonces cuando actuó Jesús. Sin preguntarle ni exigirle nada, lo untó con barro para que su ceguera fuera más total, y le pidió que él mismo fuese a la piscina y se lavara los ojos con las aguas de Siloé. Así lo hizo aquel hombre a quien todos consideraban incapaz de hacer algo por sí mismo: fue, se lavó y vio. Pero ya Jesús había desaparecido del escenario.

Es otra fina observación del evangelista: Jesús da la luz sin gestos demagógicos y sin crear nuevos lazos de dependencia con el hombre sanado. Sólo le interesó ayudarlo para que él mismo abriera los ojos y «viera» esa realidad corrompida que lo había oprimido. Ahora tenía los ojos abiertos, pero aún no estaba en la luz. La luz estaba detrás de las fronteras de la muerte, y sus guardianes no estaban dispuestos a perder su presa. La lucha era inevitable; mas quien ya ha abierto sus ojos será capaz de enfrentarse como un hombre «mayor de edad», en frase de los padres del ciego. Pero antes de ser testigos de ese combate, saquemos una primera conclusión.

Tanto la luz como las tinieblas son símbolos de una realidad concreta y tangible. Las tinieblas, desde la perspectiva de este evangelio, son ciertas estructuras sociales y religiosas que oprimen al hombre para que no pueda ver por sí mismo el lado claro y el lado oscuro de la vida. Es el sistema que determina lo que tiene que hacer cada hombre y cómo lo tiene que hacer. Sólo el sistema ve y decide. Los demás deben dejarse guiar, aunque eso implique humillación y miseria. Al sistema le importa convencer al hombre de que eso es lo mejor para él; que no piense con su cabeza, que no sienta con su corazón, que no haga nada por libre iniciativa: ya otros lo harán por él y mejor que él. Por lo tanto, que se deje guiar de la mano, pues está ciego. El sistema necesita ciegos para justificarse a sí mismo.

Pocas veces y con trazos tan simples se ha hecho una descripción tan clara de la situación del hombre alienado por un yugo tan sutil que hasta tiene apariencias de humanista y de religioso. La postura de Jesús, que se declara auténtica luz del mundo (Jn 8,12) es radicalmente opuesta: es luz porque da la la posibilidad al hombre de ser verdadero hombre; es decir: de pensar, sentir y hacer por sí mismo. Es él, el hombre, el que tiene que ver la vida como es; más aún: el que tiene que construir su vida, sin que se sienta dependiente o ligado a nadie.

Es la pedagogía liberadora de Jesús, pedagogía que tarda en entrar en nuestros sistemas educativos: el educador no manda con órdenes tajantes ni domina a fuerza de favores. Su papel es tan discreto como importante: le ruega al hombre que abra los ojos y que mire, que decida, que sea hombre maduro. Allí termina la tarea del educador y allí comienza la vida del hombre.

¿Qué pensar, entonces, cuando vemos que los regímenes políticos, religiosos y educativos que se declaran cristianos suelen ser los que menos permiten al hombre crecer y madurar en la conciencia de sí mismo? Y qué triste cuando nos escudamos en motivos religiosos para disfrazar el autoritarismo o nuestros sistemas paternalistas... Este tema constituye la segunda parte del relato evangélico.

2. Cruzar la frontera de las tinieblas opresoras Ya el ciego ve, pero su alegría dura poco. Entre el pueblo su caso originó asombro y estupor, entre los jefes, indignación y miedo. Gran ironía en el relato: lo que debiera ser normal en una sociedad, es causa de asombro: un hombre que ve. ¿Es posible poder eludir al sistema opresor y aparecer como hombre libre? Esa fue la pregunta del pueblo. Ellos también creían que veían, pero sólo veían a través de los ojos de sus dirigentes. De cuando en cuando en las comunidades aparecen estos hombres, estos «iluminados», estos «radares» que, de pronto, descubren la trampa en la que han sido engendrados. Ahora dejan de ver las apariencias y su mirada se dirige al interior de las cosas y al interior del corazón. Se los suele tratar como locos o insensatos, imprudentes o arriesgados, ingenuos o utópicos. Se los llama profetas o carismáticos, genios o sabios; o simplemente: hombres maduros. ¿Qué ven estos hombres que antes no veían? ¿Qué ven que otros no ven? Pues, muy sencillo: ven el anverso de la sociedad en la que viven, su fondo, su porqué. Como el títere que despierta y descubre que hilos invisibles lo manejan a gusto del dueño del circo. Ven lo que hay detrás de tantas bellas palabras y de los grandilocuentes discursos; lo que se oculta en las conferencias de paz o en los programas de promoción democrática. Ven la trampa de la propaganda, el peligro de la sociedad de consumo, el opio oculto en los sistemas educativos o en muchas predicaciones religiosas.

Por esto, estos hombres se transforman en un peligro social: sus ojos, sus terribles ojos, pueden ayudar a otros a ver, a ver y a deshacerse de la opresión que se viste de luz. Y así, de buenas a primeras, el ex ciego se vio ante los jefes y guías del pueblo. Primero lo interrogaron, después lo condenaron. ¿Por qué? Porque es un hombre que ve..., que ve el fondo del corazón de sus propios jefes y jueces. Ahora a cada cosa se le dará su nombre, sin que las viejas leyes o los acostumbrados argumentos puedan hacer nada. La palabra del ex ciego es ingenua, simple, transparente: ¿Cómo condenar a Jesús como pecador, si le ha abierto los ojos? ¿Cómo decir que Dios no le ama si da la luz a los ciegos? ¿Cómo hablar de la ley del sábado, si la ley primera es la vida del hombre? Hasta es capaz de ser irónico: ¿Acaso vosotros queréis haceros sus discípulos, ya que tanto preguntáis por él? Es increíble el cambio que se ha producido en él: ahora no teme a la autoridad, no hay mordaza que le haga callar, no hay amenaza que lo obligue a cambiar de opinión. Poco le importa la ira del sistema o la excomunión religiosa: porque simplemente ve... Ha nacido ciego y sabe lo que es vivir como ciego; ahora que ve, habrá algo que lo haga volver a su estado anterior. ¿Que para ver hay que pagar un duro precio? Pues a pagarlo: ¿acaso hay algo más valioso que su vista? Los jefes, los verdaderos ciegos, no comprenden cómo este hombre ignorante y pobre pueda tener tanta valentía y coraje. Jamás nadie se atrevió a desafiarlos y él lo hace. Los argumentos religiosos caen hechos trizas ante la evidencia. Ahora les queda un solo camino: expulsarlo de la comunidad de los ciegos. Si ve, que se vaya, que se vaya lejos, pero que no viva más con los otros ciegos. Su vista es un peligro; su conciencia de hombre es una seria amenaza. Los ojos de ese hombre pueden transformarse en una chispa revolucionaria; la humanidad puede despertar de su letargo. Y tienen razón; su razonamiento es fríamente lógico: en un mundo de tinieblas, la luz es un serio peligro.

Por eso, semanas más tarde, decidieron dar muerte a Jesús: su sola presencia en la comunidad ponía en peligro al sistema. Jesús tiene conciencia de que es peligroso, por eso ha dicho: «He venido a este mundo para iniciar una crisis: los que no ven, verán, y los que ven, se van a quedar ciegos.» Jesús y el ex ciego ahora pueden caminar juntos. Tienen los mismos ojos, la misma luz, la misma visión de la corrupción que los rodea. Por eso el hombre creyó.

¿Cómo no creer en la luz de Jesús, si él ya participaba de esa luz? Decíamos que el relato tiene un trasfondo histórico: la expulsión de la comunidad cristiana del judaísmo y la condena de Jesús. Pero también tiene un trasfondo actual: la sociedad no ha cambiado mucho en sus esquemas.

A todos nos preocupa la presencia de los hombres iluminados; quizá los admiramos, pero nos alejamos de ellos porque son un peligro, y unirse a ellos es mucho compromiso; es un gran riesgo para nuestra estabilidad. Es más fácil buscar el pretexto para condenarlos o, al menos, para aislarlos. Y que todo siga igual... Y nos seguimos llamando cristianos, como una rutina. Hablamos de la luz, del cirio pascual y de muchas cosas más: pero sólo hablamos. Sin embargo, hay un detalle que hemos olvidado...

3. Somos hijos de la luz CR/LUZ: San Pablo, parafraseando a Jesús, que dijo: «El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12), y también: «Vosotros sois la luz del mundo... Así, pues, que brille vuestra luz ante los hombres» (Mt 5,14-16), hoy nos ha recordado: «En otros tiempos erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia... La luz denuncia a las tinieblas y las pone al descubierto.» No nos queda, pues, otra alternativa que llamarnos cristianos denunciando a las tinieblas encaramadas dentro de nosotros y fuera de nosotros, o renunciar al título de cristianos y a nuestro bautismo. Con orgullo los primeros cristianos llamaban a los recién bautizados "los iluminados", y bien supo el imperio romano que esa palabra no era una simple metáfora. Eran temibles aquellos hombres que caminaban con los ojos bien abiertos. Por eso Pablo nos urge a salir de nuestro estado de inconsciencia: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.» Inútil que sigamos hablando, cuando ya todo se ha dicho. El evangelio de hoy no ha sido anunciado para alentar el antisemitismo ni para buscar culpables en la sociedad de hoy o en nuestra propia comunidad. El ciego que vio y los ciegos que no vieron, aunque creían ver, son las dos caras de este único juego que es nuestra vida.

Hoy hemos visto reflejado en los protagonistas de un relato exterior a nosotros, lo que sucede en este único protagonista que está dentro de cada uno. Es posible que debamos ser prudentes al elaborar nuestro juicio: ni somos tan ciegos, pues ya considerarse ciegos es ver claro, ni vemos tan claro como para seguir creyendo que vemos.

La página de hoy es una llamada a la humildad, a pesar de que la palabra humildad esté un tanto desterrada de nuestro diccionario. No sigamos con la política del avestruz que cierra los ojos para no ver al cazador que se le aproxima. No es un pecado ser ciego, pero sí es un tremendo pecado el no querer abrir los ojos. No desprestigia a una comunidad cristiana el descubrir sus errores y sus pecados, pero es la muerte justificar pecados y errores con bellos argumentos. No humilla a la Iglesia el reconocer que, a menudo, asume en sus actitudes la postura de los fariseos del relato de Juan; pero la destruye e inutiliza el sentirse dueña de los hombres y de las conciencias.

El relato de hoy es crudo y realista: nadie llega a la luz sin romper las murallas que lo aprisionan dura o suavemente... Es la única alternativa que tiene el hombrecito que se halla encerrado en el seno materno: bella es la luz que está afuera; pero doloroso es el parto y trágico el primer llanto. Después sonríe el hijo y goza la madre...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 64 ss.


23. COSAS/D/PRESENCIA 

Nuestra ceguera. Porque no vemos nada. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad, o dicho bíblicamente: "el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón". El corazón de la vida se nos escapa siempre. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos y esta es la peor ceguera; no saber que estamos ciegos. Somos ciegos para ver los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. O quizá nos admiramos o sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna.

¿Quién descubre el sentido de cada hecho, de cada historia? ¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día, sean grandes o pequeños? ¿Qué veo detrás de cada lágrima? ¿Cuántas acciones de gracias pronuncio?

Las cosas. Nos rodean y nos fascinan. Las necesitamos y las adoramos. Nuestros ídolos personales. Somos insaciables. Hacemos un fin de lo que es un medio. No vemos en ellas el secreto que encierran. Porque las cosas no son solamente algo para usar, consumir o almacenar. Las cosas, para el que sabe ver, son una especie de sacramento. "Hay más de Dios que de agua en cada gota de agua" decía ·Pascal-B. Se convierten en memorial y signo de presencia: el regalo de un amigo o la prenda de un ser amado.

Las personas. Las vemos y las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas. Otras veces la persona un número o un voto. Un ser anónimo. Otras veces es un rival a vencer o un enemigo que aplastar.

Hay un ciego de nacimiento. Oscuridad total. Sólo de oídas conoce la luz. Sólo por el tacto conoce las cosas. Sólo por la palabra conoce a las personas. "Al pasar Jesús vio a un hombre ciego". Ese paso no era casual; estaba ya preparado desde toda la eternidad. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. El ciego no podía ver a Jesús. No es el ciego el que pide la luz. Es la luz la que se ofrece al ciego. La luz que se acerca a las tinieblas.

-Le untó en los ojos con barro. Nos pone delante de nosotros nuestros pecados. Extraña medicina. Para curar la ceguera le embarra los ojos; al que está en la tiniebla una nueva dosis de oscuridad.

SV/DESESPERACION Dios actúa salvíficamente en el culmen de la crisis: más dolor al enfermo, más fracaso al humillado, más oscuridad al problematizado. Cuando se llega al limite de la desesperación, ahí actúa Dios: cuando Abrahám lo da todo por perdido, cuando Magdalena llora desesperada ante el "hortelano", cuando Pablo da coces contra el aguijón, cuando Agustín se echa en tierra y se tira impotente y rabioso de los pelos, cuando alguien palpa el límite de la incapacidad, entonces Dios dice su palabra. "Lávate en la piscina de Siloé". No es un agua cualquiera. Es el agua del Enviado. Es el agua que brotará del corazón de Cristo. Es el agua del Espíritu y la piscina es la iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de la comunidad. Lo que llamamos bautismo.

Esta piscina (el Enviado) contrasta con la de /Jn/05/02-07, la piscina de los cinco pórticos (la ley) donde era muy difícil obtener la curación. En clave simbólica el autor nos dice lo siguiente: Jesús es la luz, la Ley es la oscuridad. El ciego ve porque acude a Jesús. En cambio, 38 años llevaba inválido el que acudía a la ley y además sin esperanza de curación.

La curación del ciego es progresiva. Primero ve a los hombres, después verá a Jesús. Luego reconocerá a Jesús como profeta. A continuación lo verá como Mesías y finalmente dará testimonio de Jesús sufriendo persecución por él.


24.

-La luz de Cristo en nuestras manos En la noche de la Vigilia pascual, en la celebración más importante del año cristiano, entraremos en la iglesia -en la iglesia que estará a oscuras- siguiendo la luz del cirio pascual, símbolo de Jesucristo resucitado. El diácono, o el sacerdote, cantará tres veces: "¡Luz de Cristo!" y responderemos "Demos gracias a Dios", y de la llama del cirio pascual encenderemos nuestras velas, de modo que la luz del cirio que representa a Cristo y las luces que cada uno de nosotros tendremos en la mano, iluminen la oscuridad de la iglesia. Y cuando renovemos aquella noche las promesas de nuestro bautismo, volveremos a tener en la mano el cirio encendido en recuerdo del que se nos entregó el día de nuestro bautismo, aquella vela encendida que significó que al unirnos por el bautismo a Cristo somos iluminados con su luz para que en adelante también nosotros seamos luz que ilumina. Porque la luz de Cristo está en nuestras manos.

-Jesucristo, luz; nosotros, también, luz Hemos escuchado en el evangelio que Jesús decía: "Soy la luz del mundo". Pero también hemos escuchado que san Pablo decía a los cristianos -nos decía a nosotros-: "Ahora sois luz". El pasado domingo -al leer el primero de estos tres evangelios que en la Iglesia antigua servían para preparar a los adultos que se iban a bautizar en la Vigilia pascual- reconocíamos a Jesús como la fuente de agua viva, pero él mismo nos decía que su agua podía convertirse dentro de nosotros en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Es decir, hay siempre una doble afirmación en la fe cristiana. La primera, la fundamental, es que Jesús es fuente, que Jesús es luz. Pero inmediatamente otra afirmación que la sigue: nosotros también podemos ser fuente, nosotros también podemos ser luz. Y diría que si a veces no somos consecuentes con nuestra fe en Jesucristo resucitado como fuente y como luz, muchas más veces nos olvidamos -parece como si no nos atreviéramos a creer- que nosotros somos también fuente y también luz.

Si creemos realmente -a pesar de nuestra debilidad y de nuestro ser pecadores- que Jesús es fuente y es luz, lo seremos también nosotros. Porque la fe cristiana -la fe pascual- no es tanto creer en un Jesucristo resucitado que está allí arriba, sino en un Jesucristo vivo aquí entre nosotros, que derrama en nosotros su Espíritu y por eso -por gracia y voluntad suya, no por mérito nuestro- nos hace fuente de agua que da vida, luz que ilumina para caminar -como nos ha dicho san Pablo- en la "bondad, justicia y verdad".

-Ante los problemas, luz para buscar y avanzar Es posible que a veces pensemos -tengamos la sensación, una sensaci6n pesimista- que nuestra sociedad está muy en tinieblas. O, por lo menos, llena de incertidumbres. Termina el siglo XX y se nos han fundido aquellas luces que prometían la felicidad de un cambio social, la felicidad por la técnica o la ciencia o el progreso económico. Ahora, en el umbral del siglo XXI, sabemos que en todo eso hay aspectos positivos pero también otros de ambiguos y negativos y que -sobre todo- felicidad real, personal, para todos, no la dan. Ante esta situaci6n tampoco los cristianos tenemos ninguna varita mágica que solucione los grandes problemas de la humanidad. A veces ni los mismos problemas más inmediatos, los propios, los de nuestra familia, los de nuestra comunidad. Y, entonces, la pregunta es: ¿qué podemos hacer? ¿no podemos hacer nada?

Tenemos una luz: Jesucristo, su Espíritu, su Evangelio. Una luz que no es una varita mágica que solucione milagrosamente los problemas de la humanidad o nuestros. Pero es una luz, una luz que está en nosotros para buscar, para hacer camino. El ciego del evangelio de hoy encontró la luz pero esto no significó que ya se le resolvieran todos los problemas. Simplemente, halló luz para caminar, para avanzar.

Nos ha dicho san Pablo: "Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor". Sea esta hoy nuestra oración: que confiemos en esta luz de Jesucristo que hay en nosotros, que nos abramos a ella, que creamos que esta luz nos permite avanzar, iluminar nuestros problemas y los de la humanidad. Para así ir construyendo -paso a paso, día a día- soluciones de bondad, justicia y verdad.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1996/04


25. Jesús, la luz que viene a abrir los ojos de los ciegos

-No es de extrañar que a aquellos buenos fariseos les resultara imposible aceptar que aquel predicador galileo que no hacía mucho caso de la Ley de Moisés fuera verdaderamente un enviado de Dios. Ellos, los fariseos, tenían claro dónde había que buscar la verdad: la verdad estaba en el cumplimiento de lo que Dios había ordenado al pueblo de Israel, la Ley revelada a Moisés. Lo tenían claro, y puesto que eran buena gente, cumplían con fidelidad todos aquellos preceptos antiguos. Y no les podía entrar en la cabeza que Jesús, que andaba por el mundo sin respetar excesivamente el descanso del sábado, ni los ayunos que estaban mandados, ni otras normas de ese tipo, pudiera ser un hombre justo, un hombre que mereciera ser escuchado. Y ya digo, no es de extrañar que los fariseos actuasen de este modo: se habían tomado muy en serio la revelaci6n de Dios a Moisés, y Jesús parecía que la echaba por los suelos.

El ciego de nacimiento, sin embargo, por su parte también tenía cosas claras. Y no por la fe en revelaciones antiguas, sino porque había vivido una experiencia de esas que no pueden rebatirse con 38 teorías ni discusiones: simplemente, él que estaba ciego, ahora veía; y veía porque Jesús lo había curado. Y cuando se ha tenido una experiencia como esa, nada ni nadie pueden contradecirte. Y el ciego descubrió así, y defendió, que Jesús era un gran hombre. Y a medida que los demás se lo discutían se iba dando cuenta de la importancia de aquel que le había devuelto la vista, hasta llegarlo a reconocer como profeta de Dios. Y luego, cuando por su testarudez en afirmar que Jesús venía de Dios lo expulsaron de la sinagoga, su reconocimiento llegó a la culminación: Jesús, aquel que da la vista a los ciegos, es el Señor; es alguien capaz de dar una luz que va más allá que la de los ojos, una luz que guía la vida entera, que se lleva dentro y que señala un camino sin pérdida.

Ante una experiencia como esa, ante la experiencia del ciego de nacimiento, no hay razones que valgan. Ni siquiera las razones sagradas de la Ley revelada a Moisés. Porque la experiencia del ciego fue ésta: alguien le dio la vista, y mucho más que la vista del cuerpo. Le dio un camino, un modo de vivir, una luz dentro, que están más allá de cualquier ley. Una luz dentro que es el propio Jesús, que es la gracia y la esperanza y el amor del propio Jesús.

-A nosotros se nos invita también a realizar la experiencia del ciego. A reconocer, en definitiva, que también a nosotros Jesús nos ha puesto una luz dentro. Y que eso no nos lo puede discutir nadie, porque es nuestra vida, porque es lo que realmente vivimos. Una luz que es la fe, una luz que quedó sellada con nuestro bautismo, una luz que aparece viva y presente en tantos momentos de nuestro camino cotidiano, y que todos los domingos en la Eucaristía se alimenta en la comida fraterna.

Todo esto lo olvidamos a menudo, sumergidos en nuestras preocupaciones. Y quizá también, sumergidos en el deseo de renovar nuestra forma de vivir y de encontrar el camino que Dios quiere, olvidamos cuál es el fundamento de toda renovación, de toda vida nueva. Olvidamos que más allá de lo que nosotros podamos hacer o no hacer, en el fondo de todo, está una llama que nunca se apaga, que se mantiene constantemente encendida a nuestra disposición, y que espera que nosotros queramos calentarnos e iluminarnos con ella. Jesús es el que nos da la luz, el fuego, la fuerza para caminar. El ha puesto en nosotros la llama de su Espíritu que nos empuja a querer seguirle, a querer recibir su gracia.

Debemos mirar una y otra vez hacia aquel que está en el fondo de nuestra vida, en el fondo de nuestra historia de cristianos. Aquel que nunca ha dejado de iluminarnos, que nunca ha dejado de aproximarse a nosotros y ofrecernos su mano, como se acercó al ciego cuando lo expulsaron de la sinagoga. Para enseñarnos a andar el camino, para que no podamos perdernos.

Sintámonos llamados a reafirmar nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús. A reconocerlo como luz . A dejar que penetre en nosotros la alegría de su salvación y su gracia. A caminar por el esfuerzo de fidelidad de cada día con la certeza de que él nunca deja de acompañarnos. A aprender, una vez más, a orar y a pedirle que nos dé la mano.

JOSEP LLIGADAS
MEDITACIONES SOBRE JESUS
CENTRO DE P. LITURGICA. BARCELONA 1991
Colección "CELEBRAR" 33.Págs. 38-40


26.

La elección que Dios hace de David, para guiar a su pueblo, nos deja una alegría interior y nos plantea una posición divina frente a las responsabilidades que se necesitan en la comunidad. La alegría nos viene de reconocer en David uno de los nuestros, un ser humano, cargado de posibilidades y limitaciones, que lo colocan a la altura nuestra. En David conviven el bien y el mal, la fidelidad y la promiscuidad, el regateo por lo pequeño y la generosidad, la poesía y la guerra, la muerte y la vida. David es de los nuestros, es ser humano.

La posición divina frente a las responsabilidades la captamos en la elección que Dios hace de David. Hemos creído que para trabajar en los planes de Dios se necesitan seres excepcionales; pero no es así: solamente los seres humanos, en los que se comparten los opuestos, que son capaces de generosidad y egoísmo, de luchas y paz, a ésos los toma Dios para sus planes.

Y Pablo lo viene a plantear nuevamente ya como una experiencia de vida desde Cristo. En la convivencia de esas fuerzas que hacen al ser humano, todos tenemos que entablar una lucha para que prevalezcan las opciones de Dios. Lo que cada vez nos dignifique, plenifique y humanice, es lo que debemos trabajar. No podemos quedarnos simplemente en la aceptación de la convivencia en nosotros del bien y del mal, debemos luchar para que el bien se imponga a fuerza de practicarlo, vivirlo y anunciarlo.

Y qué mejor que para lograr ver claramente tengamos la Luz. La luz de Jesús; ella nos trae la capacidad de distinguir, de clarificar; la luz que no va a permitir dicotomías y que nos mostrará el bien. Esa luz que nos traerá una nueva actitud, diferente a la intolerancia, que no permitirá que seamos juzgados o que juzguemos desde otros criterios diferentes a los humanos, que nos permita ir más allá. Esa luz nos llevará a responder por nosotros, por lo que somos y por lo que hacemos; pero esa luz tambien nos mostrará las limitaciones que tenemos, los egoísmos, la guerra, la infidelidad; pero nos permitirá ir más allá de ellas y con ellas construiremos el plan de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


27.

- AMBIENTACIÓN LITURGICA

Hoy leemos el segundo de los evangelios "bautismales", con los que Juan presenta simbólicamente a Cristo como agua, luz y vida: hoy, en clave de luz, con la curación del ciego de nacimiento. Como decíamos el domingo pasado, será mejor proclamarlo entero y pausadamente, invitando a la comunidad a sentarse. Más vale acortar un par de minutos la homilía -nadie protestará- y potenciar en toda su expresividad la palabra evangélica, que es más importante que nuestras explicaciones.

Este signo, al que Juan da tanta importancia y que le sirve para su gran catequesis -dramática, progresiva, narrada con gran viveza- sobre Cristo como Luz del mundo, hay que relacionarlo, por una parte, con el Bautismo (recordando el Cirio Pascual y los cirios personales, que se encienden como signo de que queremos conservar y acrecentar esa luz en nuestra vida cristiana), y por otra, con la celebración de la Vigilia Pascual, en la que inauguraremos la nueva Luz del Resucitado en un rito sencillo y entrañable, cantando, además, la solemne alabanza del Cirio, símbolo de Cristo.

La primera lectura no sigue la temática del evangelio, sino la dinámica de la Historia de la Salvación en el Antiguo Testamento. Hoy, después de las figuras de Adán, de Abrahán y de Moisés, leemos el gran regalo de Dios a su pueblo: un gran rey, un rey según su corazón, David, que dio a Israel su unidad política y su prestigio, además de su fervor religioso. Dios es el verdadero pastor (salmo) y elige a veces para guiar a su pueblo, no a los más fuertes y poderosos, sino a los más pequeños y sencillos: al hijo más joven de Jesé, que marcaría la línea genealógica del futuro Mesías.

- CRISTO, LUZ PARA NUESTRO MUNDO

Juan nos retrata hoy a Jesús como Luz verdadera, en una revelación progresiva, muy típica de este evangelio, que culmina en el yo soy la Luz del mundo en boca de Cristo. El buen hombre de hoy está falto de luz. El domingo pasado la situación deficitaria de la humanidad se expresaba con el símil de la mujer que tiene sed y va a por agua. Hoy, con el del ciego. Quién más quién menos, todos estamos en situación de penumbra o de tiniebla: dudas, soledad, desorientación, búsqueda, confusión de ideas. Nos podemos sentir bien representados por el ciego de hoy, condenado a la falta de luz y encima zarandeado por sus familiares y conocidos, que le envuelven en discusiones sin fin. Algunos de ellos son más ciegos que él, porque en realidad no quieren ver.

La respuesta de Dios es una Persona, su Hijo, Jesús, la Luz que quiere disipar toda tiniebla y orientarnos en la vida. Eso es lo que celebraremos en la Pascua: en la Vigilia Pascual cantaremos gozosamente, portando el Cirio, "Luz de Cristo: demos gracias a Dios". Y luego encenderemos ese Cirio en las celebraciones de las siete semanas pascuales, como símbolo de que también hoy sigue él siendo la Luz y el "sol que nace de lo alto", y que nosotros de veras le admitimos como Luz en nuestras vidas, en nuestra sociedad. Recordemos que los dones de Dios son a la vez juicio. Cristo es la Luz, pero hay quienes no quieren ser iluminados y cierran los ojos. El ciego, que era tenido por pecador, llegó gradualmente a la luz y creyó en Cristo. Los que se tenían por justos se fueron encerrando en sí mismos y en su oscuridad, y no le aceptaron. "Los suyos no le recibieron". La Pascua próxima nos pondrá a nosotros ante una opción: la luz o la tiniebla.

- HIJOS DE LA LUZ

Pablo, en su lectura, nos facilita una especie de homilía sobre el evangelio de la iluminación. Nos invita a aplicar a nuestras vidas esta Luz de Cristo. "Caminad como hijos de la luz". Y, para que no nos quedemos en generalidades, nos dice que las obras de la luz son "la bondad, la justicia y la verdad".

Si nos dejamos iluminar por Cristo, se tiene que notar en nuestra mentalidad y en nuestro estilo de vida. Viviendo como hijos de la luz. Ya desde el día de nuestro Bautismo. Cada año, la Pascua nos recuerda a los cristianos la gracia de nuestro Bautismo. Aquel día, cada bautizado -o los padres y padrinos, en el caso de párvulos- encendieron del Cirio grande los cirios personales, como compromiso de fidelidad a la Luz, como propósito de luchar contra las tinieblas, que son la falsedad, el odio, la injusticia... En el mundo de hoy tenemos muchas ocasiones de optar por la luz, en contra de las manipulaciones de la verdad o del amor.

Y, además, como cristianos, no sólo tenemos que vivir como hijos de la luz, sino ser iluminadores de los demás: con nuestro ejemplo de vida pascual, podemos y debemos ayudar a otros, empezando por los más cercanos, a descubrir la fuente de la Luz verdadera y el sentido de la vida.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999/04/13-14


28.

-Jesús le cambia la vida al ciego, y el ciego se convierte en una persona agradecida y valiente El domingo pasado veíamos como la samaritana se encontraba con Jesús y este encuentro le cambiaba la vida, daba un sentido nuevo a toda su existencia. Y la samaritana se sentía contenta, feliz. Hoy también, y más todavía. Hoy, el ciego aquel que pedía limosna se encuentra también con Jesús, y este encuentro le cambia también la vida. Le cambia el corazón, como a la samaritana, pero antes de cambiarle el corazón le da algo que él desde luego no esperaba que nadie le pudiera dar, algo que sin duda nunca esperó tener: Jesús le cura la ceguera, le da la luz, hace de él una persona capaz de vivir con normalidad, como todo el mundo. Porque en aquella época ser ciego era una tragedia mucho mayor de lo que lo pueda ser ahora. Ahora, ser ciego es algo doloroso y triste, y hace que la vida resulte más difícil. Pero, afortunadamente, por lo menos en nuestra sociedad hay medios y organizaciones que permiten que los ciegos puedan integrarse socialmente y no queden marginados. Podría haber más medios, si, pero no se puede negar que hay. En aquella época, en cambio, no era así. En aquella época, la única forma de vida que tenían los ciegos era pedir limosna, confiando en la piedad y la compasión de los demás.

Por eso, para aquel ciego, encontrarse con Jesús significó un cambio radical. Significó dejar de ser un desvalido, una persona sin futuro, y comenzar a ser una persona como todas, con capacidad para luchar y salir adelante en la vida. El ciego aquel vio cómo todo le cambiaba, cómo la vida empezaba a tener sentido y color. Y a partir de aquel momento fue capaz de actuar también como una persona libre, decidida, valiente. Fue capaz de decir, a todo el que le preguntaba, que efectivamente Jesús, aquel profeta mal visto por las autoridades, era el que le había dado la vista. Sus conocidos no quieren líos, sus padres le dan la espalda, los fariseos le condenan como pecador, pero él no se arredra y sigue repitiendo lo mismo una y otra vez: que Jesús lo ha curado, que Jesús le ha cambiado la vida, que Jesús le ha dado la felicidad, que Jesús es el enviado de Dios, la presencia del Dios salvador.

-Jesús nos cambia la vida también a nosotros: agradezcámoselo y actuemos en consecuencia A nosotros también nos ha curado Jesús, también nos ha abierto los ojos, también nos ha dado la luz. ¿Qué sería de nosotros, sin Jesús? En nuestra vida tan débil, en nuestro camino a menudo oscuro, Jesús ha salido a nuestro encuentro, y nos ha dado la mano, y camina delante de nosotros iluminando nuestros pasos. ¡Y lo hace de tantas maneras! Por medio de personas cercanas, por medio de los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor y en nuestro mundo, por medio de la comunidad cristiana, de la lectura del evangelio, de la participación en los sacramentos... y en el silencio de nuestro corazón, con su Espíritu, cuando nos acordamos de él e incluso cuando nos olvidamos. Él siempre está con nosotros, él siempre nos da la mano, él siempre nos ilumina. ¿Qué sería de nosotros, sin Jesús?

Este tiempo de Cuaresma nos tiene que servir también para esto: para darnos cuenta de la vida y la luz que hemos recibido, para agradecerle a Jesús su salvación, para desear vivir siempre muy unidos a él. Y, como consecuencia, nos tiene que servir igualmente para actuar como actuó el ciego: comunicando, con nuestra palabra y con nuestra forma de vivir, esa fe y esa esperanza que llevamos dentro. San Pablo, en la segunda lectura, nos invitaba hoy a vivir como personas que han recibido la luz de Jesús. Y decía: "Caminad como hijos de la luz. Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz".

Ese es el mensaje cuaresmal de este domingo. Sigámoslo. Porque así, cuando dentro de tres semanas nos reunamos en la noche santa de Pascua, cuando encendamos nuestro pequeño cirio en el cirio pascual, nuestro gesto será auténtico y verdadero: realmente llevaremos en nuestras manos y en nuestro corazón la luz de Jesucristo resucitado, y él será nuestro camino y nuestra vida.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/04/17-18


29.

1. Lecturas de la Misa del día : Samuel, Lib. I, 16, 1. 6-7. 10-13 : elección y unción de David como rey.

"El Señor dijo a Samuel: llena tu cuerno de aceite y vete... a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí. Samuel se fue. Vio a Eliab, y se dijo:"Sin duda, está ante el Señor su ungido". Pero el Señor le dijo: No mires su apariencia... La mirada de Dios no es como la mirada del hombre..."

Carta de san Pablo a los efesios 5, 8-14 : "Caminad como hijos de la luz , pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz, y buscad lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas... Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz"

Evangelio según san Juan 9, 1-41 : curación del ciego de nacimiento.

"Un día, al pasar, vio Jesús a un ciego de nacimiento ...., escupió en tierra , hizo barro con la saliva, le untó los ojos al ciego, y le dijo: ve a lavarte a la piscina de Siloé... El fue, se lavó, y volvió con vista... Algunos fariseos comentaban: este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado... Y expulsaron al ciego. Oyó Jesús que le habían expulsado, le encontró y le dijo: ¿Crees tú en el hijo del hombre?... ¿Y quién es para que crea en él?.. Lo estás viendo: el que te está hablando.. ¡Creo, Señor!

2. Mensaje y liturgia de "luz"

2.1. La fuerza y el simbolismo de la "luz" envuelven toda la escena que contemplamos. En efecto, si repasamos los textos:

Dios ve las cosas al resplandor de su luz divina, que no coincide con la humana.

Los hijos de Dios vivimos en la claridad de la luz de Cristo.

Los frutos de la luz de Cristo en las almas son bondad, justicia, verdad, fidelidad...

La gracia de la fe es luz de Dios entre nieblas de razones y pasiones ...

La presencia de un ciego es el mejor estímulo para apreciar el don de la luz. Y en el mismo ciego físico, la luz de su conciencia y bondad son como una luminaria entre nieblas...

2.2. La aplicación más importante que debemos hacer en Cuaresma de la fuerza de la luz es tomarla como "gracia-amistad-encuentro con Dios" , por contraposición a la noche del espíritu malo que es "ceguera-enemistad-odio-huida de Dios-pecado.." Y también, tomarla como sentido luminoso de "saber por dónde y cómo andamos responsablemente", por contraposición a la "pérdida de sentido-irresponsabilidad-fracaso-inmersión en el mal"

2.3. La liturgia sagrada, el evangelio de Juan, el Catecismo católico..., la dirección y formación moral, en toda su amplitud, juegan gozosamente con la luz, al tiempo que disipan la tristeza de las tinieblas. Y la misma convocatoria a la "conversión" es una invitación a dejar las tinieblas para seguir la vía de la luz en Cristo.

3. La luz de Dios que nos ilumina y que no captamos

3.1. En el pasaje del libro de Samuel , conviene detenerse a meditar las palabras con que Dios marca la diferencia respecto de nosotros: los planes de Dios no son los nuestros, la mirada de Él no es como la nuestra, la visión que Él tiene de las cosas no coincide con la nuestra... Siempre nos excede en proporciones fantásticas. Querer ver las cosas y hacerse "como Dios" es grave error. El misterio de sus designios se alumbra con otra luz

3.2. Por otra parte, la peculiaridad del texto, al poner de relieve que la elección que Dios hace de David, contra todo pronóstico humano, es sólo suya, fundada en motivaciones religiosas (no en intereses o previsiones de los hombres, como sería lo natural) , confiere a la historia de David un carácter providencialista y de predestinación. Con él empieza una etapa nueva en el Israel de Dios ...

3.3. Si alguien se revela contra esos misteriosos caminos de Dios, que abren surco en la historia humana junto a debilidades, aparentes marginaciones y otros males, será prudente recordar la amonestación de un santo Padre de la Iglesia: No quieras ser juez de la voluntad divina, si no quieres caer en un precipicio..... Cree en la bondad de Dios y confía en él.

4. Vivir en la luz y en sus frutos

4.1. La narración, en forma dialogada y polémica, de cómo Jesús cura al ciego es una página ejemplar en la literatura, en la pedagogía, en la psicología religiosa. Sin duda, el evangelista ha programado muy bien tanto los contenidos como la graduación en el modo de exponerlos.

4.2. Veámoslo por partes:

Objetivo general del relato milagroso: Jesús quiere autorrevelarse como quien es.

Actores en escena: el ciego y los fariseos (en diálogo); los fariseos que atosigan a los parientes del ciego; el ciego ya sanado y los judíos recalcitrantes; Jesús y los fariseos; el ciego/sanado y Jesús.

Actitudes:

a. Fariseos que se resisten a la verdad, a la luz, y que quieren apagar la voz autorizada y taumatúrgica del Maestro, tratando incluso de negar la evidencia.

b. Parientes que se escabullen del asunto, por miedo a los fariseos y sacerdotes. c. El ciego que pasa por momentos de confusión, admiración, fascinación, y encuentro de fe.

d. Jesús que, de la forma más sencilla, acoge, cura, espera.., y se presenta al alma agradecida del ciego sanado invitándole a que crea en él.

- Símbolos más representativos: las tinieblas que ceden a la luz; la mirada triste en la oscuridad que se ilumina con la fe-confianza; el silencio que se hace voz de confesión .

- Gradualidad en la manifestación de sí mismo, por parte de Jesús, y progresión en el reconocimiento de Jesús por parte del ciego sanado: el hombre Jesús me curó; acaso sea un profeta, o tal vez incluso el Mesías o un enviado de Dios ...

- Al final: ¿crees en el Hijo del hombre? .. Y ¿quién es él..? .. El que habla contigo... ¡Creo, Señor!

5. Interrogante : ¿Cómo nos habla Dios a ti y a mí? Tomar la narración del proceso hacia la fe en el "ciego de nacimiento" como único modelo de llamamiento de Dios a la fe sería un error, y lo sería también leer esa página del Evangelio como única forma de autorrevelarse Jesús a las almas.

Cada cual tenemos nuestra peculiar experiencia de cómo llegamos al encuentro con Dios en fe: en la infancia, juventud, madurez; por vías fáciles o costosas; con rupturas íntimas o sencillamente ...

Lo único importante es esto: que todos nos dejemos guiar y llevar por el Espíritu, permitiéndole trabajar desde su amor. Él hará todo lo demás.

·DOMINICOS
Convento de San Gregorio
Valladolid


30.

1. Nexo entre las lecturas

El hermoso pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema unificador para las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma: "la experiencia de Cristo ilumina la vida de los hombres" (EV). El ciego de nacimiento pasa de la obscuridad a la luz por obra del poder y del amor de Cristo. Esta misma verdad la repite san Pablo en la carta a los efesios (2L): "antes eran tinieblas, ahora sois luz".Cuando Dios interviene en la vida del hombre, cuando se manifiesta co su amor y con su poder, y cuando el hombre acoge esta revelación en el fondo de su corazón, allí tiene lugar una nueva realidad, una nueva experiencia de Dios. Entonces, la persona humana que yacía en tinieblas se reviste de una fortaleza y una luminosidad hasta entonces desconocidas. Es muy instructiva, en este sentido, la elección del David como guía de su pueblo (1L): era el más pequeño de la casa de Jessé, era pastor, era un muchacho, sin embargo, Dios lo elige para regir los destinos de Israel y para ser figura del Mesías que vendrá. La experiencia de Dios transforma la vida.


2. Mensaje doctrinal

1. La fidelidad de Dios a su amor. El muchacho David, el más pequeño de su casa y pastor, es elegido Rey que conducirá a la unificación de Israel y a la conquista de grandes victorias. David dejará de ser pastor de ovejas para hacerse pastor de Israel. En realidad él es figura precursora de otro Rey que será el Mesías que salvará a su pueblo. A partir de David la alianza con el pueblo se hace a través del rey. Las victorias de David anuncian las victorias que el Mesías alcanzará sobre el mal y la injusticia. El Mesías que ha de venir es el verdadero pastor de su pueblo que canta el salmo 22. Es el pastor que ha querido caminar al lado del hombre para rescatarlo de donde se había perdido y desbarrancado. Es el pastor que no lo abandona por cañadas obscuras, lo conduce a fuentes tranquilas, es un pastor que hace presente la bondad y la misericordia de Dios. Se expresa aquí elocuentemente la fidelidad de Dios a su amor. Fidelidad que se extiende de generación en generación y que han cantado de modo claro y vigoroso los profetas, especialmente Isaías y Jeremías, pero que es una constante de la página bíblica. Dios es fiel a su amor.

Esta fidelidad adquiere en la página del evangelio de este día una elocuencia particular. Cristo, Hijo de David, Pastor de su pueblo, es la luz que ilumina a todo hombre. Es el amor divino que se revela en rostro humano y que, al mismo tiempo, invita al hombre a "tomar parte" en la revelación del amor. Cristo ilumina al ciego de nacimiento, le concede el don de la vista, pero aún más lo ilumina interiormente. Ya no es sólo la luz interior que llega a sus ojos y es descifrada como figuras e imágenes. Es la luz interior que nace del corazón que ha hecho la experiencia de Cristo. El ciego de nacimiento hace experiencia de la fidelidad y del amor de Cristo. A este hombre ya no hay que hablarle de un profeta que ha venido, "él mismo ha hecho experiencia del poder del redentor" y, en consecuencia, él mismo se convierte en luz no obstante su aparente ignorancia y debilidad.

2. Buscad agradar al Señor. Esta pequeña afirmación de san Pablo en la carta a los Efesios expone en síntesis la actitud del cristiano en relación al Señor. El criterio de una vida cristiana no puede ser otro que el tratar de agradar a Dios. Se trata de una consecuencia lógica del amor. El amor llama amor. El ciego de nacimiento experimenta el amor que Cristo le ha tenido, lo busca, lo defiende, lo proclama, se hace pequeño a sus pies, lo reconoce como Mesías. Ante los fariseos que los acosan, el que era ciego atestigua: "si es pecador o no, no lo sé, yo sólo sé que antes era ciego y que ahora veo". A partir del bien recibido, él se convierte no sólo en un fiel admirador de Jesucristo, sino que es un fiel "seguidor", comparte con él su suerte, su experiencia de vida, sus persecuciones, sus amores, sus temores e íntimas alegrías.


3. Sugerencias Pastorales

1. Parece evidente que el mundo entero atraviesa por un período de crisis. El Papa Juan Pablo II de modo profético al inicio de su pontificado decía: "El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una autodestrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer. Debe nacer pues un interrogante: ¿por qué razón este poder, dado al hombre desde el principio __poder por medio del cual debía él dominar la tierra__ se dirige contra sí mismo, provocando un comprensible estado de inquietud, de miedo consciente o inconsciente, de amenaza que de varios modos se comunica a toda la familia humana contemporánea y se manifiesta bajo diversos aspectos?." A este interrogante el Papa respondía que al avance técnico y científico de nuestros días no ha ido acompañado de un avance correspondiente en la ética y en la moral. El hombre ha crecido en la capacidad técnica, pero quizá no se ha hecho más hombre en el sentido integral de la palabra. Por eso tiene miedo que sus realizaciones se vuelvan contra él, como lamentablemente hemos observado. Es como si la humanidad, olvidando la luz de la fe, del amor de Dios, de la ley moral, caminara en las tinieblas tropezando por doquier.

Nosotros como pastores y como fieles vivimos esta crisis del mundo y de la fe. El hombre de la calle, la persona sencilla que tiene su puesto de trabajo, aquellos que cruzamos cada día en la tienda, en el trabajo, en la ciudad... se sienten impotentes para cambiar este estado de cosas y sienten la tentación de la derrota, del miedo. Experimentan que su aportación es insignificante en un mundo transido de múltiples confusiones y del poder del mal. Sin embargo, la liturgia de hoy nos invita a cambiar nuestro punto de vista, porque la mirada de Dios no es la mirada de los hombres y el Señor confía a los cristianos una tarea de grande trascendencia en el quehacer humano. Ellos pueden ser pequeños y débiles ante las grandes fuerzas del mal, pero cuentan con la promesa de Dios de que el bien triunfará sobre el mal, de que Él estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Cuentan con la certeza de que el pecado y la muerte han sido ya destruidos. A los cristianos les corresponde la hermosa misión de ser esperanza para un mundo que necesita urgentemente de ella. Cada cristiano es como una luz que irradia luz y calor. Cada hogar cristiano debe ser un foco de esperanza que anime, que invite, que convoque a la experiencia de Dios. Cuanto más obscuras puedan ser las sombras que caen sobre el mundo, tanto más luminoso debe ser el testimonio de los cristianos en el mundo. Ellos son la luz del mundo. La constitución pastoral "Gaudium et spes" tiene una página admirable que conviene aquí reproducir: "Mas la realidad es que, ante la actual evolución del mundo, cada día son más numerosos los que se plantean cuestiones sumamente fundamentales o las sienten cada día más agudizadas: ¿Qué es el hombre? ¿Cómo explicar el dolor, el mal, la muerte, que, a pesar de progreso tan grande, continúan todavía subsistiendo? ¿De qué sirven las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede el hombre aportar a la sociedad, o qué puede él esperar de ésta? ¿Qué hay después de esta vida terrenal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre, por medio de su Espíritu, la luz y fuerza necesarias para responder a su vocación suprema; y que no ha sido dado, bajo el cielo, otro nombre a la humanidad, en el que pueda salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma, además, la Iglesia que bajo todas las cosas mudables hay muchas cosas permanentes que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo ayer, hoy y para siempre. Iluminado, pues, por Cristo, Imagen del Dios invisible, Primogénito entre todas las criaturas, el Concilio se propone dirigirse a todos para aclararles el misterio del hombre, a la vez que cooperar para que se halle solución a las principales cuestiones de nuestro tiempo."

P. Antonio Izquierdo


31. 2002 COMENTARIO 1

Y LA VISTA A LOS CIEGOS

El Espíritu del Señor está sobre mi,
porque él me ha ungido
para que dé la buena noticia a los pobres.
Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos,
para proclamar el año de gracia del Señor.

(Is 61,1-2; Lc 4,18-19)



CIEGOS DE NACIMIENTO

«Al pasar vio Jesús un hombre, ciego de nacimiento».



Hay en nuestro mundo muchos que nunca, desde que na­cieron, han podido experimentar lo que significa ser persona; muchos a los que jamás les ha sido permitido que conozcan su dignidad de seres humanos. Ellos - ciegos de nacimiento, que malviven al margen de la sociedad, mendigando, sentados al borde del camino- están representados por el personaje del ciego de nacimiento que protagoniza el relato del evangelio de este domingo.

Lo que nos cuenta este evangelio no es un milagro aislado de Jesús, sino una lección que él da a sus seguidores para ense­ñarles en qué consiste su actividad, la que ya está desarrollan­do Jesús y que habrán de continuar sus discípulos: «Mientras es de día, nosotros debemos trabajar realizando las obras del que me mandó». Esa tarea consiste en ofrecer al hombre la po­sibilidad de tomar conciencia de cuál es su auténtica condición y, por tanto, de saber cuáles son sus verdaderas posibilidades.

Toda la narración es simbólica, y así hay que interpretar los gestos que en ella se describen.



CONCIENCIACION

Un hombre ciego de nacimiento, al borde del camino. Un marginado. Y la pregunta de los discípulos, que da por descon­tado que la ceguera es un castigo de Dios por los pecados de alguien: «Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego? » Era la ideología dominante. Los males de la sociedad no se podían achacar directamente a Dios, pero se le atribuían indirectamente: alguien que había pecado indivi­dualmente había provocado contra sí mismo o contra sus des­cendientes la ira divina. Así no había que preocuparse dema­siado por los sufrimientos de los demás: siempre se debía a algún oscuro pecado. No, las cosas no son así. Aquel hombre debía su ceguera no a Dios, sino a una sociedad que, diciendo que hablaba en nombre de Dios, le había impedido conocer a Dios y conocer su proyecto sobre el hombre.



«[Jesús] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo:

Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa 'Enviado')».



Hecha de su propio barro, Jesús pone en los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo. Y lo manda a lavarse en la pis­cina del Enviado. Esto es, le ofrece un proyecto de hombre, el hombre que vive preocupándose, por amor, de la felicidad de los demás; ese proyecto es Jesús mismo -su saliva, su ba­rro-, que es la luz del mundo. Se lo pone en los ojos y lo invita a descubrirlo y a aceptarlo libremente. Sin adoctrinarlo, sino facilitándole una experiencia.

Y el que había sido ciego percibe la luz por primera vez y ve, se ve a sí mismo, se conoce: «Fue, se lavó, y volvió con vista. Los vecinos... preguntaban: ¿No es ése el que estaba sentado y mendigaba?... El afirmaba: Soy yo». Ya no va a dejar que la tiniebla le venza de nuevo, aunque la tiniebla lo va a intentar.



CONFLICTO

La tiniebla, que se había disfrazado de luz, no tardó en atacar.

Los fariseos, los ideólogos religiosos de aquel tiempo, los que se sentían responsables de conservar la fe y las tradicio­nes recibidas, empezaron a cavilar: ¿Cómo es posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de Dios? ¿Cómo es posible que un hombre que hace barro en día de sábado (día en el que estaba expresamente prohibido hacer barro y cualquier otro trabajo) dé vista a los ciegos, tarea que los profetas habían anunciado que realizaría el Mesías?

El problema era la idea de Dios que tenían estos fariseos: un Dios que exige sometimiento y obediencia sin que le impor­ten la libertad y la felicidad del ser humano. A pesar de que los hechos de su propia historia de pueblo lo demostraban, no les cabía en la cabeza un Dios liberador del hombre.

Por eso atacan. Y el ataque es violento: primero intentan negar el hecho, a pesar de estar clarísimo: «Los dirigentes ju­díos no creyeron que aquél había sido ciego y había llegado a ver...»; después pretenden que aquel hombre afirme, también en contra de la evidencia de los hechos, que el que lo había cu­rado era un pecador y, por tanto, no actuaba en nombre de Dios: «Llamaron entonces por segunda vez al hombre que ha­bía sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nos­otros nos consta que ese hombre es un pecador». Y como el hombre se resiste, lo excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios: «Empecatado naciste tú de arriba abajo... Y lo echa­ron fuera». Al no someterse, lo marginan.



COMPROMISO

Cuando el hombre aquel ha asumido su nueva realidad con firmeza, después de haber sido expulsado de su religión y ha­berse mantenido firme, Jesús sale a su encuentro y se da a co­nocer. Sólo entonces le propone que le dé su adhesión, que acepte su fe: «Se enteró Jesús de que lo habían echado fuera, fue a buscarlo, y le dijo: ¿Das tu adhesión al Hombre? » Fe que le exigiría ponerse, manos a la obra, a devolver la vista a todos los ciegos de nacimiento que encuentre en su camino. Y el que había sido ciego, ahora que ve claro, acepta: «Te doy mi adhesión, Señor».



HOY

Hoy se vuelve a repetir este conflicto dentro de las Igle­sias cristianas. También hoy resulta difícil a muchos aceptar que Dios, el Dios de Jesús, el Dios de los cristianos, es un Dios liberador. Y les resulta peligroso que se afirme que creer en Dios exige trabajar por la igualdad, la justicia y la liberación del pueblo. Y se vuelve a utilizar la coacción moral y la ame­naza de expulsión contra los que afirman que la ciencia de Dios tiene que ser ciencia de la liberación.

Bien. No se trata de juzgar a nadie. Pidamos al Dios de Jesús que nos abra definitivamente los ojos.


32. COMENTARIO 2

vv. 1-12. Jesús explica su declaración anterior: Yo soy la luz del mundo (8,12), dando vista a un ciego de nacimiento. El ciego, que no conoce la luz (1,4), es figura de los que nunca han podido saber lo que puede y debe ser el hombre. En paralelo con los enfermos de la piscina (5,3), representa a un sector del pueblo oprimido.

Fuera del templo (1: Al pasar). Pregunta de los discípulos (2): en el judaísmo se pensaba que la desgracia era efecto del pecado, que Dios castigaba en proporción a la gravedad de la culpa; los defectos corpo­rales congénitos se atribuían a las faltas de los padres. Jesús rechaza esa concepción (3). Sentido simbólico de la ceguera (cf. 9,40s; Is 6,95): este hombre representa a los que desde siempre (ni él ni sus padres) han vi­vido sometidos a tal opresión, que nunca han siquiera vislumbrado lo que significa ser hombre ni, por tanto, lo han deseado. Son otros los culpables de su ceguera. No es un castigo ni Dios es indiferente ante el mal (se manifestarán en él las obras de Dios).

Los discípulos han de asociarse a la actividad de Jesús (tenemos que trabajar), librando al hombre de su impotencia y dándole capacidad de acción. Las situaciones de injusticia son una llamada a colaborar con la acción de Dios. Urgencia (4: mientras es de día): aprovechar la oportu­nidad. Luz del mundo (cf. 8,12): misión liberadora (Is 42,6ss; 49,6ss).

Jesús pasa a la acción (6). Va a ponerle ante los ojos el proyecto de Dios sobre el hombre. La decisión de obtener la vista quedará en sus manos. El barro alude a la creación del hombre (Gn 2,7; Job 10,9; Is 64,7); se pensaba que la saliva transmitía la propia fuerza o energía vi­tal; Jesús crea el hombre nuevo, compuesto de tierra/carne y sa­liva/Espíritu de Jesús; le untó su barro en los ojos, le pone ante los ojos su propia humanidad, la del Hombre-Dios, proyecto divino realizado; untar/ungir, en relación con Mesías (Ungido); lo invita a ser hombre acabado, ungido e hijo de Dios por el Espíritu.

Toca al ciego aceptar la luz y optar libremente por ella (7). Segunda piscina, ésta fuera de la ciudad (5,2: dentro de la ciudad), la del agua mansa (cf. Is 8,6s; cf. Jn 5,7: agitación del agua). El ciego ha alcanzado su integridad humana (volvió con vista); ha visto la luz, no a través de una enseñanza, sino gracias a su opción. Ha percibido lo que es el Hombre; la vista adquirida le permitirá distinguir los verdaderos valores de los falsos. Dar vista a los ciegos, símbolo de la liberación de la opresión (Is 29,18ss; 35,5.10; 42,6s).

Perplejidad en la gente (8). Era un mendigo: inmóvil (sentado), im­potente, dependiente de los demás. Jesús le ha dado la movilidad y la independencia. La duda sobre la identidad del ciego refleja la novedad que produce el Espíritu; siendo el mismo, es otro (9). Soy yo, palabras que usa Jesús para identificarse él mismo (4,25s; 6,20; 8,24.28.58): nueva identidad del hombre acabado por el Espíritu. Interés por el he­cho (10). Se repite el relato de la curación, mostrando su importancia (11); un hombre como él (cf. 9,1). Interés por la persona de Jesús (12): se ha suscitado una esperanza.



vv. 13-34. Los fariseos, enemigos de Jesús (7,47; 8,13) (13). Para Jesús no cuentan los preceptos de la Ley (14). Interrogatorio (15): a los fari­seos no les interesa el hecho ni se alegran por él, quieren saber el cómo, para ver si ha habido infracción de la Ley. División de opiniones (16): un grupo toma como criterio de juicio la observancia de la Ley (no guarda el precepto); otro parte de los hechos y descubre en ellos el po­der de Dios (señales). Opinión del hombre (es un profeta) (17): no ha descubierto toda la realidad de Jesús, pero afirma que su actividad es de Dios (cf. 4,19).

Ahora los dirigentes, que incluyen a los fariseos (18). Ante el insolu­ble problema se refugian en la incredulidad. No quieren ver el hecho, que derriba los fundamentos de su sistema teológico. Doble pregunta a los padres (19): si su hijo nació ciego y, en caso afirmativo, cómo ha re­cobrado la vista; oculta esperanza de que el hecho sea falso. Los padres afirman el hecho que saben (20); los padres tienen miedo, el hijo no va a tenerlo (21); mayor de edad (21.23), capaz de hablar con libertad: la madurez dada por el Espíritu (cf. 6,10: “hombres adultos”). Presión de los dirigentes sobre el pueblo para evitar la adhesión a Jesús (22-23).

Ante la imposibilidad de negar el hecho, recurren a su autoridad doctrinal (24) y definen que la acción de Jesús es contraria a Dios (pe­cador). Quieren evitar el testimonio del hombre en favor de Jesús, que desprestigiaría a su institución. Intentan que reniegue de Jesús, pero él, con la nueva vida que experimenta, se niega a someterse. El hombre no se mete en cuestiones teológicas; opone el hecho a la teoría (25). Intran­quilidad de los dirigentes (26). Réplica (cf. Is 42,8: “Sordos, escuchad y oid”). Pregunta irónica (¿queréis haceros discípulos suyos?).

La violenta reacción (28) muestra que la pregunta ha tocado en lo vivo. Están intentando rechazar la evidencia. Se refugian en el pasado (Moisés); optan por la Ley sin amor y en contra del amor fiel (1,17). No quieren leer directamente la realidad, donde se manifiesta el amor de Dios; la miran a través de una ideología rígida que la deforma. Quieren denigrar la persona de Jesús (no sabemos de dónde procede) (29). Los que exaltan la liberación antigua (Moisés) se oponen a la nueva. El hombre ridiculiza el argumento de los dirigentes (30-33). Su dicho es irrebatible; los dirigentes, acorralados, pasan al insulto (cf. 7,52) (34); soberbia (a nosotros). El hombre debería cegarse de nuevo para darles la razón. Sigue la violencia (y lo echaron fuera); el hombre que ha tenido la experiencia de vida es un obstáculo para su dominio.



vv. 35-38. Jesús no abandona al que ha sido fiel a la nueva visión de sí mismo y del mundo (35). Con su pregunta va a acabar la labor de iluminación que había comenzado. El hombre se identifica con el modelo de hombre que Jesús le puso ante los ojos con su barro, la imagen de su misma persona, que descubría al ciego una nueva condición humana que antes desconocía. Jesús le pregunta si mantiene su adhesión al ideal que ha visto. El hombre no sabía que ese ideal estuviera realizado (36) y desea identificar al que lo realiza. Jesús se revela a él (37). Adhesión personal (38); se postró: expulsado de la institución judía, encuentra en Jesús el nuevo santuario, donde brilla la gloria/amor del Padre; es un adorador de los que el Padre busca.



vv. 39-41. No es misión de Jesús juzgar a la humanidad (3,17; 12,47), pero su presencia y actividad denuncian el modo de obrar del orden opresor (7,7; 8,23) y abren un proceso contra él (39): quienes es­tén por la liberación y la vida se pondrán de parte de Jesús. Se van a trastornar las situaciones establecidas (los que no ven, verán, etc.): los que nunca han podido conocer, como el ciego, experimentarán la ac­ción/amor de Dios, y conocerán. Los que podían conocer, pero engaña­ban con una falsa doctrina, al consumar su rechazo de Jesús perderán para siempre la luz de la vida.

Los fariseos (40), jueces del ciego (9,13); pregunta irónica, con in­credulidad y autosuficiencia: los que poseen el conocimiento basado en la Ley tienen la luz y nunca podrán perderla. Jesús los coge con su misma afirmación (41): no es pecado ser ciego (cf. 9,3), sino serlo vo­luntariamente, rechazar la evidencia, como han hecho ellos (9,16.24). Además, imponen su mentira como verdad (cf. Is 5,20). Doble mala fe. Ejercen la opresión con plena conciencia de lo que hacen. Se obstinan en su mentira (vuestro pecado persiste; cf. 8,23).



33. COMENTARIO 3

En la 1ª lectura, tomada del 2º libro de Samuel, escuchamos una de las tradiciones acerca del ascenso de David, un jovencito de familia de pastores oriunda de Belén, que llegará a ser el 2º rey de las 12 tribus de Israel, reemplazando a Saúl, caído en desgracia ante Dios. El profeta Samuel es el mediador de esta elec­ción divina cuyo signo visible nos es familiar a los cristianos: la unción con aceite derramado sobre la cabeza, unción que consagra a la persona para un ministerio o una vocación especiales. Lo curioso de la lectura es que nos revela algo del mirar de Dios: Él no se fija en las apariencias, dice el texto, como noso­tros los seres humanos. Dios ve hasta lo profundo del corazón, conoce las intenciones secretas, no lo enga­ñan los signos externos de grandeza, el solo aspecto físico, la manera de vestir, ni las prerrogativas socia­les. En este caso no elige Dios al mayor de los hijos de Jesé, ni a ningún otro de los 7 hermanos. Dios se fija en el menor, el más pequeño, el que ni siquiera había sido llamado a la reunión y estaba cuidando el rebaño; siendo tan joven no sería el elegido por Dios, pen­saba su padre.

Así nos ha pasado a cada uno de nosotros los cris­tianos: Dios nos ha elegido para ser sus hijos por amor, sin mérito alguno de nuestra parte, sin que le importaran nuestra apariencia física o nuestras cualidades de cualquier tipo. Incluso conociendo nuestras debilidades y pecados Dios se ha dignado llamarnos a la comunidad cristiana, a la Iglesia, y a través de los sacramentos nos ha dado su gracia y su amor.

Ahora podemos preguntarnos cómo juzgamos no­sotros a las demás personas. Seguramente que nos dejamos llevar por las apariencias, que somos como ciegos al verdadero valor de las personas. Preferimos a los que van elegantes y bien vestidos, limpios y perfumados, a los que hablan bien y aparentan saber muchas cosas y tener mucha fuerza e influencia. Y olvidamos que Dios siempre prefiere a los humildes, se complace en los pobres, acoge a los pecadores.



La 2ª lectura, tomada de la carta a los Efesios, viene como a completar el mensaje de la 1a y a anti­cipar el del Evangelio: se trata de la conocida imagen bipolar de la luz y las tinieblas. Eramos tinieblas an­tes de que nos llamara el Señor, antes de que Cristo nos saliera al encuentro y nos llamara en su seguimiento, ahora somos luz y debemos actuar como quie­nes tienen la luz, como quienes son luz.



Ya sabemos que este tiempo de Cuaresma es pre­paración para celebrar dignamente la Pascua, la con­memoración anual de la muerte y resurrección del Se­ñor, conmemoración anual también de nuestro bau­tismo, por el cual quedamos incorporados a Cristo. Ser bautizado es como pasar de las tinieblas a la luz, de la ceguera a la visión. Por eso hoy se nos propone el episodio de la curación del ciego de nacimiento.

Un simple hombre como Jesús no les parece, a las autoridades judías, digno de ser capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas realizado en sába­do, el día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera tan escrupulosa. Y menos aún, también, tratándose de un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciu­dad. Al pobre ciego que ahora ve, todos lo interrogan: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Hasta Jesús lo interroga al enterarse de que el pobre hom­bre ha sido expulsado de la sinagoga judía. Y ante la pregunta de Jesús el ciego llega a ver plenamente, a reconocer en Jesús al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado.

La composición literaria del texto, bellísima (que recomendamos lea el lector en toda su extensión en el Evangelio) muestra con evidencia aquello que el refrán castellano después acuñó: «no hay peor ciego que el que no quiere ver». Muchas cegueras o «puntos ciegos» en nuestros ojos, no son simplemente limitaciones nuestras, sino fruto de nuestras decisiones cons­cientes o inconscientes. Examinémonos con toda sin­ceridad.

Las palabras finales de Jesús nos ponen también a nosotros ante la necesidad de hacer una opción. Si vemos en Él al Hijo de Dios, enviado para revelarnos la voluntad amorosa y salvadora del Padre. Si estamos dispuestos a adorarle, es decir, a seguirle, a vivir con­forme a su evangelio. Si estamos dispuestos a recono­cer en Él a quien tiene poder de revelarnos con su luz el verdadero valor de las personas y de las cosas; de hacernos pasar de las tinieblas del egoísmo, la sober­bia y la corrupción, a ver la luz hermosa del amor de Dios que Jesús nos manifiesta.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas a este evangelio). Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

 HOMILÍAS 15-20