COMENTARIOS AL EVANGELIO

Jn 2, 13-25

Paralelos:

Mt 21, 12-13   Mc 11, 15-17   Lc 19, 45-46

 

1. J/TEMPLO  /Ap/21/22: SU INTENCIÓN NO ERA PURIFICAR SINO SUPRIMIR EL TEMPLO SUSTITUYÉNDOLO POR EL TEMPLO DE SU CUERPO. FE/MILAGROS: LA FE EN ÉL DEBE SER ALGO MAS PROFUNDO QUE LA ADMIRACIÓN PRODUCIDA POR LOS SIGNOS: /Jn 2. 23-24.

La lectura evangélica contiene dos referencias a la Pascua: "se acercaba la Pascua de los judíos" (v. 13); "cuando resucitó de entre los muertos" (v. 23). Este último versículo nos da, además, la perspectiva desde la que se interpreta el significado y el alcance del gesto de Jesús.

La denuncia de los abusos que se cometían en el templo y las exigencias del culto verdadero es algo frecuente en los profetas; así Jeremías acusa a los sacerdotes de tratarlo como "una cueva de ladrones" (cf. 7. 11), al tiempo que profetiza su destrucción.

El libro de Zacarías termina anunciando que "el día del Señor" la ciudad entera de Jerusalén será santa y que no se verán mercancías en el templo. Los que presenciaron el gesto de Jesús podían ver en él, por tanto, un signo profético e incluso mesiánico.

Pero debemos afirmar que la intención de Jesús no era simplemente la de purificar el templo (de hecho, los cambistas y los vendedores de animales para los sacrificios eran necesarios), sino que su intención era la de SUPRIMIR EL TEMPLO SUSTITUYÉNDOLO POR EL "TEMPLO DE SU CUERPO". Para la teología de Juan, efectivamente, el templo es Jesús resucitado: "Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero" (cf. Ap 21. 22).

La postura de Jesús ante el templo y cuanto esta institución significaba es una de las causas más importantes -más próxima en los sinópticos, más remota según el evangelio de Juan- que provocan la muerte de Jesús. El propio evangelista lo insinúa al decir que los discípulos se acordaron del salmo 69. 10, cuyo versículo entero reza así: "el celo de tu casa me devora y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí".

TEMPLO/SIGNO: La reacción de los judíos es exigir a Jesús un "signo", es decir, una prueba divina que lo acredite. El templo tenía el sentido de significar la presencia de Dios en medio del pueblo; ahora esta presencia de Dios se manifiesta de un modo mucho más pleno en Jesús. Los judíos lo matarán porque supone un peligro para su templo. Jesús les da el SIGNO DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN, QUE ES LA MÁXIMA MANIFESTACIÓN DE LA GLORIA DE DIOS, de su amor y de su entrega a los hombres. De hecho, la muerte de Jesús no va a significar la destrucción de la presencia de Dios entre los hombres a través de Él, sino la supresión de cualquier otro templo que no sea el cuerpo glorioso del Resucitado, santuario en el que habita la plenitud del Esp. Sto.

Los últimos vv. nos introducen al diálogo con Nicodemo -del que vamos a leer un fragmento el próximo domingo- y nos presentan a este hombre como uno de los que creyeron en Jesús durante su estancia en Jerusalén. A causa de los signos, muchos se adhieren a Jesús o creen en su nombre. Pero Jesús no les corresponde dándoles su confianza, porque la fe en Él debe ser algo más profundo que la admiración producida por los signos.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1982/06


2.

La segunda parte de la Cuaresma del ciclo B está marcada por tres evangelios de Juan que presentan diferentes aspectos del camino muerte-resurrección que celebramos en la Pascua.

La escena de la expulsión de los vendedores que los sinópticos (seguramente con mayor veracidad histórica) colocan en los momentos finales de la vida de JC, desencadenando la definitiva reacción de las autoridades contra él, está colocada aquí al principio del evangelio, pero con las mismas referencias al misterio pascual, y para indicar, ya de entrada, que toda la vida de JC debe entenderse bajo la luz de su hora definitiva, la de su glorificación por medio de su paso por la muerte.

Los hombres en el AT se habían relacionado con Dios por medio de unas instituciones cultuales y una Ley que Israel había mantenido. Pero ahora YA NO VALE, todo ese sistema que el Templo representaba y que lo convertía en "la casa del Padre" no tiene ya valor, se ha convertido en un mercado. El hombre, desde ahora, se relacionará con Dios de otra forma: A TRAVÉS DE JC RESUCITADO, que ha inaugurado el acceso de los hombres a Dios porque él, siendo hombre, está ahora glorificado con Dios. Por eso, el único signo que podrá ser convincente para los creyentes será el signo que realice todo esto: CUANDO EL TEMPLO, LA "CASA DE MI PADRE", SERA EL MISMO JC GLORIFICADO (JC glorificado presente, según la misma teología joánica, en la Iglesia y en los sacramentos de la Iglesia).

El párrafo final nos hace comprender, sin embargo, que esto sólo pueden entenderlo los creyentes, los que aceptan la fe, no por "los signos que hacía", sino fiados del único signo verdadero y lleno, el de su vida llevada a la plenitud por la Pascua.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1979/06


3. C/I/TEMPLO: LA IGLESIA MATERIAL NO ES YA PARA LOS CRISTIANOS LA "CASA DE DIOS" SINO LA CASA DEL PUEBLO DE DIOS. ESTE PUEBLO, REUNIDO EN NOMBRE DE CRISTO ES LA VERDADERA CASA DE DIOS.

EV/CRONOLOGIA

Los evangelistas no han pretendido escribir una biografía de Jesús y, en general, no están interesados por la cronología, sino por el mensaje de Jesús. Esto explica las diferencias que observamos incluso entre los evangelios sinópticos y, sobre todo, entre éstos y el evangelio de Juan. Por ejemplo, en este caso, los sinópticos sitúan el relato sobre la expulsión de los mercaderes del templo al final de la vida pública de Jesús; en cambio, Juan al principio. Sabido es que el cuarto evangelio tiene una estructura determinada por razones teológicas; por lo tanto habrá que suponer una intención en el hecho de que Juan nos hable de la purificación del templo ya al principio de su relato. Juan presenta a Jesús enfrentado a la religión oficial y opone constantemente la fe de los discípulos de Jesús a la incredulidad de los judíos. La expulsión de los mercaderes del templo es un ataque profético de Jesús a los señores del templo, es un gesto que preludia una lucha persistente en la que perdería la vida; pero es también el anuncio de la destrucción de ese templo como réplica divina a la incredulidad de los judíos que no conocieron su hora y no recibieron al Mesías que les había sido prometido.

Una vez Jesús resucite de entre los muertos, él mismo será en adelante el verdadero templo de Dios. Teniendo en cuenta esta perspectiva, Juan prefiere situar el suceso al principio de la vida pública.

La multitud de sacrificios que se ofrecían diariamente en el templo y la necesidad de cambiar la moneda corriente, la romana, por otra moneda especial, el siclo, a fin de satisfacer el tributo religioso al que estaban obligados los israelitas mayores de veinte años (Ex 30. 11; Mt 17. 24-27), hace comprensible que vendedores de animales y cambistas se instalaran en el llamado atrio de los gentiles. El permiso requerido para instalarse en el templo proporcionaba a los concesionarios, entre los cuales se contaba la familia del sumo sacerdote Anás, pingües beneficios.

Estos usos y estos abusos habían convertido el templo de Dios en un mercado. Estos judíos que intervienen de pronto y piden explicaciones a Jesús son probablemente los guardianes del templo. Sabemos que existía un cuerpo policial, formado por levitas, que estaban encargados del orden y la custodia del templo. Ellos son, pues, los que interrogan a Jesús.

Llama la atención que estos policías no le acusen de inmediato de alterar el orden y que, en cambio, le pidan un milagro, una señal, que demuestre su autoridad para hacer lo que hace en el templo. Piensan que sólo un milagro puede justificar su acción.

Tal modo de pensar es característico de la mentalidad judía (cf.3. 2; 4. 48; 6. 14 y 30; 9. 16; 11. 47; Mt 12. 38; 16. 1; Mc 8.11; Lc 11. 6), que Pablo distingue claramente de la mentalidad de los griegos que se atienen a la razón y buscan la sabiduría humana. Jesús replica con unas palabras que evidentemente, en aquella situación podían interpretarse como una amenaza al templo.

Los guardianes del templo tomaron buena nota de las palabras de Jesús y, más tarde, lo acusarían ante los tribunales de lo que para ellos había sido una amenaza sacrílega al templo y a lo que el templo significaba (Mt 26. 61; Mc 14. 58). Jesús fue condenado, entre otras cosas, por su oposición al templo, por su ataque a una religión oficial establecida, sacralizada y mercantilizada.

Cuando Juan escribe su evangelio, lo hace bajo la luz de la experiencia pascual. Y desde su punto de vista, el punto de vista de la fe en la resurrección de Jesús, interpreta las palabras de Jesús refiriéndolas a su cuerpo muerto y resucitado a los tres días. Si Jesús es el verdadero templo, se comprende entonces su oposición a cualquier otro templo, que pretenda situarse como algo sagrado por encima del hombre. Sí, Jesús es el templo, el ámbito del encuentro de los hombres con Dios, culto a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4. 23), pues donde hay dos reunidos en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos (Mt 18. 20). Si Jesús es el templo, los que se incorporan a Jesús por la fe forman con él un mismo templo. La iglesia material no es ya para los cristianos la "casa de Dios" sino la casa del pueblo de Dios.

Este pueblo, reunido en nombre de Cristo, incorporado a la misión de Cristo, es la verdadera casa de Dios. Pensar de otra manera sería volver a una concepción religiosa contra la que Jesús luchó toda su vida.

EUCARISTÍA 1985/11


4.

EL TEMPLO DEFINITIVO

En el episodio de la expulsión de los vendedores del Templo se observan dos centros de interés, aparentemente contrapuestos.

Primero se presenta el celo de Jesús por la dignidad de "la casa de su Padre". Puede verse, por tanto, una valoración positiva de la realidad sagrada del Templo. Pero a continuación se constata una especie de indiferencia de Jesús para con este mismo Templo.

Habla de su destrucción y de su futura sustitución a través de la destrucción y resurrección de su propio cuerpo.

Evidentemente, en plena preparación de la Pascua y de acuerdo con la intención del evangelista Juan, nos interesa más la segunda perspectiva. Con el gesto simbólico de la purificación del Templo de Jerusalén y con palabras lo suficientemente explícitas, Jesús anuncia el cambio radical que introducirá su muerte y su resurrección en el régimen cultual de la humanidad. Más intencionadamente que los demás evangelistas, Juan subraya la alusión a la resurrección al emplear no el término "edificar", sino el término "levantar" (egeirein), directamente relacionado con los términos neotestamentarios que designan la resurrección de Cristo. A partir de la resurrección, ya no existen lugares privilegiados de la presencia de Dios entre los hombres. La Humanidad de Cristo, presente en todas partes mediante el Espíritu, es el nuevo y definitivo Templo. En cualquier lugar donde se anuncie el escándalo de la cruz (cf. 2 lectura) y se acoja en la fe, está el Templo de Dios. Y el verdadera culto no necesita espacios materiales, sino que se da en cualquier parte donde los hombres vivan la fe y la caridad.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973/04


5.

Juan nos proporciona un relato bastante personal de la purificación del Templo, distinto del de los sinópticos, no solo por su orientación doctrinal más fuerte, sino también por el lugar que Juan concede a este incidente situándolo al comienzo de la vida pública de Jesús, lo que, por otra parte, podría corresponder a la realidad histórica.

* * * *

a) El relato de los sinópticos presentaba a Cristo como un profeta, preocupado por apoyarse en otros profetas (Mt. 21, 13) para vengar la vocación del Templo. En el relato de Juan (2, 13-17), el alcance del gesto de Cristo es directamente mesiánico; situado inmediatamente después de la alusión a Juan Bautista (Jn.1, 19-34), esta purificación aparece más aún como el cumplimiento de la profecía de Mal. 3, 1-4. Además, Juan no pone en labios de Cristo ninguna cita profética con el fin de subrayar mejor que Cristo actúa por su propia autoridad. Finalmente, Cristo considera el Templo como la "casa de su Padre" (cf. Lc. 2, 49).

b) La segunda parte del relato (Jn. 2, 18-20) no tiene paralelo en la tradición sinóptica. Juan comienza con una cita del Sal. 68/69, salmo que había recibido en la comunidad primitiva una interpretación mesiánica evidente y del que se hacía frecuente uso para meditar en la pasión (Act. 1, 20; Rom. 15, 3; Mt. 27, 48; Jn. 15, 25; 19, 28). Para los cristianos, el "celo" de Cristo será la causa de su muerte (Mt. 26, 61-63). Juan proyecta además sobre el relato la sombra de la pasión del Señor.

Pero todavía hay más: la palabra misma de Cristo se apoya en un antiguo cliché profético: "destruir-reconstruir" (Jer. 1, 10; 18, 7-10; 24, 6; 42, 10; 45, 4), un tema favorito de Jeremías. Cristo quiere afirmar con ello que en cuanto Mesías, enviado por Dios, tiene poder para destruir y para reconstruir el Templo, incluso en tres días, porque su poder es extraordinario.

c) En una tercera parte (1, 21-22). Juan presenta la interpretación cristiana de este episodio. Después de la pasión y resurrección del Señor, no solo queda aclarado el Sal. 68/69, 10, sino que la palabra de Cristo adquiere otro sentido. Jesús no es solo un Mesías capaz de "destruir-reedificar", es Hijo del Padre, y es otro el sentido en que reconstruye el Templo. La mención de los tres días adquiere así un sentido pascual específico, insospechado hasta entonces. Por eso Juan ha añadido, no sin razón doctrinal, que este episodio del Templo tuvo lugar cuando ya estaba próxima la fiesta de Pascua (Jn. 2, 13).

De esa forma, el relato de Juan nos introduce en una significación sacerdotal de la misión de Cristo en la que no reparan los sinópticos. El nuevo Templo es la humanidad de Cristo, nueva casa del Padre, lugar del sacrificio perfecto (Heb.9-10) y fuente abundante de bendiciones (Jn. 7, 37).

* * * *

J/FIESTAS-JUDIAS: A primero vista, Jesús no se sitúa en la línea del ministerio de Jeremías: para él no se trata ya de purificar un sacerdocio y un Templo existentes, sino de reemplazarlos. Hay dos afirmaciones que constituyen el centro de su mensaje: el verdadero santuario es ahora su propia persona y no adquiere esa función sino mediante una destrucción y una reedificación. El plan del cuarto Evangelio está orientado todo él a verificar esa afirmación: Jesús, en efecto, sube al Templo para todas las fiestas, pero siempre se presenta como realizando en su persona el objeto mismo de la fiesta.

Esta sustitución de la persona humana de Jesús en lugar del santuario antiguo queda, por lo demás, perfectamente en la línea apuntada por el profeta Jeremías. En realidad, este último ha afirmado esencialmente que el valor del sacrificio no está ligado a la hermosura y al cumplimiento de los ritos, sino a los sentimientos de la persona que los ofrecía.

Con esa intención efectivamente obedece Jesús cuando ofrece filial y amorosamente la vida de su cuerpo y vuelve a tomarla después, en la plenitud divina, para comunicarla mediante su Espíritu a todos lo hombres. A ese plan obedece el acto filial de Jesús y el amor fiel de los suyos.

Por consiguiente, el relato de la purificación del Templo nos lleva, de la mano de San Juan, a un plano doctrinal mucho más profundo que las versiones sinópticas. Ya no se trata tan solo de purificar el culto reintegrándolo a su razón de ser, ni de abrirlo a las naciones y a la categorías humanas excomulgadas, sino de situar el nuevo culto bajo la acción del Espíritu "que mora" en el hombre de forma absolutamente nueva y cualificando de filialidad divina todas las actitudes y los compromisos de ese hombre en Cristo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 117 s.


6. /Jn/02/25:

La afirmación final "porque él sabía lo que hay en el interior de cada uno" (v. 25b) abre un amplio campo a la imaginación. Se trata de algún modo de la problemática del hombre, que Jesús conoce perfectamente y que, en razón del contexto, hay que entender aquí como el problema de la capacidad creyente del hombre. Creer y confiar exigen una cierta decisión y firmeza, sin que sean posibles el ánimo veleidoso, la pusilanimidad ni el miedo, la falta de confianza ni la lealtad a medias. Lo que Jesús conoce a las claras es precisamente que el hombre es un ser eminentemente inseguro, problemático y mutable, que depende de múltiples influencias internas y exteriores, todo lo cual se deja sentir justo sobre su capacidad para creer. No se trata, pues, de una omnisciencia divina de Jesús, sino de su mirada penetrante con la que abarca la problemática de la fe como el problema central del hombre.

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANG. SEGUN S. JUAN/04-1A
HERDER BARCELONA 1983.Pág. 231


7. ACI DIGITAL 2003

14. Estos mercaderes que profanaban la santidad del Templo, tenían sus puestos en el atrio de los gentiles. Los cambistas trocaban las monedas corrientes por la moneda sagrada, con la que se pagaba el tributo del Templo. Cf. Mat. 21, 12 s.; Marc. 11, 15 ss.; Luc. 19, 45 ss. 16. El Evangelio es eterno, y no menos para nosotros que para aquel tiempo. Cuidemos, pues, de no repetir hoy este mercado, cambiando simplemente las palomas por velas o imágenes. 17. Cf. S. 68, 10; Mal. 3, 1 - 3. 18. A los ojos de los sacerdotes y jefes del Templo, Jesús carecía de autoridad para obrar como lo hizo. Sin embargo, con un ademán se impuso a ellos, y esto mismo fue una muestra de su divino poder, como observa S. Jerónimo. 19. Véase Mat. 26, 61: El ha dicho: "Yo puedo demoler el templo de Dios, y en el espacio de tres días reedificarlo". 24. Lección fundamental de doctrina y de vida. Cuando aun no estamos familiarizados con el lenguaje del divino Maestro y de la Biblia en general, sorprende hallar constantemente cierto pesimismo, que parece excesivo, sobre la maldad del hombre. Porque pensamos que han de ser muy raras las personas que obran por amor al mal. Nuestra sorpresa viene de ignorar el inmenso alcance que tiene el primero de los dogmas bíblicos: el pecado original. La Iglesia lo ha definido en términos clarísimos (Denz. 174 - 200). Nuestra formación, con mezcla de humanismo orgulloso y de sentimentalismo materialista, nos lleva a confundir el orden natural con el sobrenatural, y a pensar que es caritativo creer en la bondad del hombre, siendo así que en tal creencia consiste la herejía pelagiana, que es la misma de Jean Jacques Rousseau, origen de tantos males contemporáneos. No es que el hombre se levante cada día pensando en hacer el mal por puro gusto. Es que el hombre, no sólo está naturalmente entregado a su propia inclinación depravada (que no se borró con el Bautismo), sino que está rodeado por el mundo enemigo del Evangelio, y expuesto además a la influencia del Maligno, que lo engaña y le mueve al mal con apariencia de bien. Es el "misterio de la iniquidad", que S. Pablo explica en II Tes. 2, 6. De ahí que todos necesitemos nacer de nuevo (3, 3 ss.) y renovarnos constantemente en el espíritu por el contacto con la divina Persona del único Salvador, Jesús, mediante el don que El nos hace de su Palabra y de su Cuerpo y su Sangre redentora. De ahí la necesidad constante de vigilar y orar para no entrar en tentación, pues apenas entrados, somos vencidos. Jesús nos da así una lección de inmenso valor para el saludable conocimiento y desconfianza de nosotros mismos y de los demás, y muestra los abismos de la humana ceguera e iniquidad, que son enigmas impenetrables para pensadores y sociólogos de nuestros días y que en el Evangelio están explicados con claridad transparente. Al que ha entendido esto, la humildad se le hace luminosa, deseable y fácil. Véase el Magnificat (Luc. 1, 46 ss.) y el S. 50 y notas.