29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE CUARESMA
1-9

 

1. FE/AUTOSUFICIENCIA: SE SIENTEN AUTORIZADOS A ESTABLECER NORMAS Y CONDICIONES PARA LA REVELACIÓN DE DIOS. CREACION/FE.

RV/SB: Dios había previsto primitivamente que el hombre podría conocerle a través de la creación, gracias a su sabiduría. Pero el hombre ha abusado de esta última hasta el punto de desviarla de su objeto. (/Rm/01/18-20: "Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables").

CZ/LOCURA: Entonces no le quedaba ya a Dios más que el recurso de revelarse fuera de toda sabiduría humana: por medio de la cruz, llamada locura precisamente porque se presenta fuera de los marcos impuestos por la sabiduría a la definición de su verdad. Así, en contra de los judíos que quieren encontrar a Dios en los milagros (/Mt/12/38-40: "entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos: Maestro, queremos ver una señal hecha por ti. Mas él respondió: ¡generación malvada y adúltera! Una señal reclama, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás'"); y, en contra de los griegos, que creen conocerlo sirviéndose de la filosofía, Pablo recuerda que Dios no es accesible más que en el evangelio de la cruz. Es decir, a los ojos de los judíos, en un Mesías crucificado o en un Rey que no asciende hasta su trono sino partiendo de la cruz; y a los ojos de los paganos en un fundador de religión confundido en el patíbulo con un vulgar maleante.

En el fondo, los griegos estaban encadenados al mismo modo de pensar que los judíos. Unos y otros buscaban AFIRMARSE A SI MISMOS ante Dios y su revelación. Todos se sentían autorizados a establecer unas normas y unas condiciones para la revelación de Dios.

"Los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría". No es posible expresar de una manera más sintética y acertada la diferencia entre las posiciones fundamentales de estas dos culturas. Estremece pensar que, en ambos casos, es lo mejor lo que cierra el paso a la única fe que hace dichosos. ¿Es que Dios no había acreditado siempre a sus mensajeros con señales? ¿No estaba marcada por señales la historia total de la salvación, el camino salvífico por el que Dios había llevado a su pueblo, la marcha de Egipto al Sinaí, y del Sinaí, a través del desierto, hasta la tierra prometida? ¿No cabía esperar, por tanto, que también anunciara con señales la nueva y definitiva salvación? Pero ya Jesús había salido al paso de los fariseos y de los escribas: "Esta generación perversa y adúltera reclama una señal..." (Mt 12. 39). El hombre está siempre inclinado a aferrarse de tal modo a lo que tiene por seguro que se resiste a los cambios.

FE/RAZON: "Los griegos buscan sabiduría". No esperan intervenciones extraordinarias de lo alto. Se enfrentan con lo perceptible, con lo científico, y esperan poder entender aquellos conceptos en los que están encerradas las cosas divinas. Pero lo que Pablo tiene que decir como mensajero del crucificado equivale a una bofetada en el rostro contra estas pretensiones.

Pero es evidente que semejante actitud no será justificable sin una fe absoluta en la resurrección de Cristo. Conocer a Cristo resucitado, creer en aquel que le ha resucitado es la base sobre la que los evangelios presentan como cargados de vida la vida misma, las obras, los sufrimientos y la muerte de Jesús. Si la crucifixión de Cristo es escándalo, hoy día hay quienes se escandalizan de su resurrección. Tendremos que preguntarnos cuál es la realidad de esta resurrección y si esta realidad condiciona nuestra propia existencia. A condición de que esta resurrección sea una realidad en todos los sentidos posibles y sólo con esta condición, podemos anunciar a Cristo crucificado, sacrificado a la voluntad del Padre para salvarnos.

Esta es la razón de que el evangelio de este tercer domingo proponga un pasaje de san Juan en el que el propio Xto anuncia su resurrección. El punto central que ha ocasionado la elección de este relato es la afirmación de Jesús: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré". Para que se entienda mejor lo que Xto había querido decir, añade Mc: "...este Santuario hecho por hombres y en tres días levantaré otro no hecho por hombres" (14. 58). Los oyentes de Xto no pueden entender y se pasan a la burla: "¿Cómo reconstruir un templo como éste en tres días? Mas Jesús hablaba del templo de su cuerpo".

D/MEDIACION/J: El evangelio muestra que los hombres han buscado relacionarse con el Dios lejano por medio de determinados actos u objetos: las ofrendas, los templos, etc. Pero estas mediaciones dejan siempre una gran distancia y con facilidad pueden conducir a la hipocresía. Jesús proclama hoy que hay ya un camino nuevo, verdadero y pleno: un camino que no es un acto o un objeto, sino una persona, la vida concreta de una persona, una vida que culmina en la muerte y la resurrección.

La vida y la persona de Jesús (su vida entregada definitivamente en la cruz) es el único camino de acercamiento al Padre, y esto significa para el creyente: fe y confianza en JC y esfuerzo por convertir la propia vida en una imagen de la de Jesús.


2. FE/RELIGION. ES MAS FÁCIL SER RELIGIOSO QUE CREYENTE. UTILIZAMOS LA EXCUSA DE SER RELIGIOSOS PARA NO MOLESTARNOS EN SER CREYENTES.

-UN TEXTO ESPECIAL

El Evangelio de hoy tiene tres partes, tres momentos, tres enseñanzas; la parte de la expulsión de los mercaderes es de lo más conocida; no así las otras dos, que resultan de una inusual dureza y quizás por eso han quedado un tanto relegadas al desconocimiento. Pero las tres tenemos que escuchar, y las tres son Palabra de Dios, en las tres nos dice El algo para nuestra vida.

-JESÚS DESALOJA EL TEMPLO

Esta acción de Jesús resulta, a primera vista, conflictiva, extraña, inexplicable en Jesús: un arrebato devorador de celo por la casa del Padre le lleva a desalojar a vergazos a los mercaderes que se ganaban la vida en el Templo.

La razón: el pueblo judío había tergiversado y corrompido el sentido del Templo, en particular, y de la religión en general.

Como siempre, no se trata de una mera crónica, sino de una advertencia: si no se anda con cuidado, pronto se cae en el peligro de tergiversar la religión. Y tergiversarla es:

-vivirla al margen de toda implicación social y política;

-vivirla sólo de vez en cuando;

-acudir a ella sólo en los momentos de necesidad;

-emplearla para (supuestamente) dar culto a Dios y desentendernos del prójimo y sus problemas;

-refugiarnos en ella huyendo del "mundo";

-hacer negocio a costa de ella;

-cambiar el servicio de Jesús lavando los pies en la última cena por el boato, la solemnidad y la parafernalia de ciertas ceremonias;

-emplearla como baremo para dividir y clasificar en "los nuestros" y "los otros" (y mirar como a inferiores a los que no son de los nuestros);

-usarla para controlar y dominar pueblos y/o personas;

-imponerla por la fuerza;

-valernos de ella para sentirnos superiores en lugar de ser más servidores;

-tomarla como un "seguro" en lugar de una apuesta en favor de la vida.

Y aún hay muchos otras formas de tergiversación. Hoy también hay, pues, mucha corrupción en nuestra forma de vivir la fe, y por eso necesitan de un buen "barrido"; acaso incluso necesiten un "desalojo a latigazos".

-EL ENIGMA DE JESÚS

Tal actuación dejó a los judíos impresionados e irritados; ¡aquello era intolerable! Por eso le piden una explicación, un signo que les haga comprender el por qué de su actuación. En realidad no era la primera vez que le pedían tal signo; aquello les valió de Jesús los calificativos de generación adúltera y perversa. ¿Volverá Jesús al enfrentamiento o dará, al fin, la respuesta pedida? Ni lo uno ni lo otro.

La respuesta de Jesús, en esta ocasión, es un enigma, un misterio; o más exactamente: una frase de doble sentido que, sólo desde el misterio, es posible comprender. Desde la superficialidad se llega a una interpretación errónea tanto de Jesús como de su obra: se le toma por un "albañil loco", o se le toma por un superhombre, o alguien genial, o un loco idealista...

Sólo situándose en la dimensión misterio, desde la fe, es posible entender el verdadero significado de esas extrañas palabras de Jesús: él es el templo que ser reconstruirá a los tres días de ser destruido, él es quien resucitará al tercer día.

Tampoco estamos aquí ante una crónica, sino ante una grave advertencia dirigida a nosotros mismos: a Jesús sólo lo entenderemos bien desde la fe, desde una auténtica experiencia de fe; en esto no vale ni tan siquiera una actitud de una cierta "credulidad". Y entenderlo es comprenderlo (en la medida en que esto nos es posible), y es admitir que en El siempre nos quedará algo por descubrir, y es, sobre todo, SEGUIRLE, ponernos en camino tras él, vivir como él, entregarnos a los demás como él, darles nuestra vida como él.

Al mismo tiempo estas palabras de Jesús son también una grave advertencia contra el desánimo, la desesperanza, la desconfianza con que a veces nos dirigimos a Dios. Quien sabe entenderle, quien le conoce sabe perfectamente que el bien triunfará sobre el mal, la vida sobre la muerte. Pero esto lo descubre, sólo, quien ha conocido a Jesús y ha puesto su confianza en él.

-JESÚS CONOCE A TODOS

Aparentemente se trata de un final pesimista para el Evangelio de hoy: Jesús conoce a todos y desconfía. Y no tenemos necesariamente que excluirnos de ese "todos".

RELIGIOSO/CREYENTE: El temor de Jesús nace de los sucesos acaecidos: en ellos ve que es más fácil ser religioso que creyente y discípulo; más aún: con frecuencia se utiliza la excusa de ser religioso para no molestarse en ser creyente. Este aviso de Jesús es más grave aún, si cabe, que los anteriores. Porque, igual que afirmamos que no hay peor sordo que el que no quiere oir, podemos afirmar que no hay peor creyente que el que más presume de tal.

En el orden de la fe no se puede aplicar el estilo del orden de la sociedad; en el orden de la fe no hay privilegios, no hay derechos adquiridos, no hay prioridades, no hay primeros puestos; de nuevo debemos recordar aquí la parábola del publicano y del fariseo, para entender correctamente lo que Jesús nos quiere enseñar.

Ser creyente no es un privilegio para sentirnos superiores, sino un don para ser más serviciales; pero al hombre le gusta encontrar distintivos que le diferencien de los demás, a ser posible en el terreno de lo religioso: una fuerte tentación a la que, sin embargo, tenemos que saber resistirnos.

-LA CONFIANZA ES MAS FUERTE

Los recelos de Jesús son claros; y están justificados. Pero Jesús no tuvo en el recelo su última palabra sobre el hombre. Porque, a pesar de todo, no dudará en dar su vida por los hombres; que es tanto como expresar su confianza en que, antes o después, el hombre se abrirá a Dios y trabajará por el Reino.

Esta cuaresma no nos prepara, a fin de cuentas, para escuchar los recelos que Jesús pueda tener sobre la actitud de algunos hombres ante un mensaje y su persona; la cuaresma nos prepara para que sepamos que, a pesar de nuestras debilidades, de nuestros fallos, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, Dios está con nosotros, y su Hijo da su vida por nosotros, y Dios Padre lo resucita para que todos sepamos que estamos llamados a la vida.

La cuaresma nos prepara a la Pascua, y no hemos de tener miedo a escuchar por el camino palabras de reproche, palabras que ponen al descubierto las miserias de nuestro corazón, porque lo que Jesús anda buscando no es dejarnos en ridículo, ni destruirnos, sino que reconozcamos nuestro pecado, cambiemos de vida, trabajemos por el Reino y alcancemos la paz que buscamos.

L. GRACIETA
DABAR 1991/16


3. TEMPLO/MERCADO  D/DOMADO

-La ambigüedad del templo: La primera lectura de este domingo nos remite a una época en la que Israel no tenía ningún templo y en la que Yavé (Dios-delante-de-su-pueblo) lo conducía como un libertador: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto". Pero cuando Israel se asentó en tierras de Canaán y se estableció en Jerusalén la monarquía, junto al palacio de los reyes se construyó la "casa de Dios". He aquí un proceso, tal vez inevitable, que no se daría en absoluto sin la oposición y la crítica constante de los profetas, los cuales vieron siempre en el templo por lo menos una realidad ambigua: Si el templo podía ser entendido como símbolo de la presencia salvadora de Yavé en medio de su pueblo (Dios-con-nosotros), existía el serio peligro de que fuera malentendido a su vez como domesticación de Dios o como si Yavé hubiera entrado en reposo y no se manifestara ya más que en "su casa". En cuyo caso los servidores del templo, al controlar el acceso a la presencia de Dios, terminarían siendo los nuevos dominadores del pueblo.

-El negocio del templo: La localización del mercado en las inmediaciones del templo, que es un hecho frecuente en muchas culturas, nos abre una pista para descubrir posibles y oscuras relaciones entre la religión, el abuso de la religión, y el negocio. Por lo que se refiere al templo de Jerusalén y su mercado, hay que tener en cuenta en primer lugar lo que hemos dicho de la domesticación de Dios. Es comprensible que la presencia de Yavé, localizada y significada por el templo, se confundiera con éste, al tomar el continente por el contenido o el símbolo por lo simbolizado. Por otra parte, a esta cosificación de la divina presencia, correspondería la cosificación o extrañamiento de la piedad en los sacrificios de animales. A partir de estas premisas, la religión acabaría siendo una transacción con el templo, un "sacrum commercium", que atraería el mercado a sus puertas con el beneplácito y en provecho de los sacerdotes. Y naturalmente éstos insistirían entonces que es en el templo de Jerusalén, no en cualquier sitio -no en Garizim, como querían los samaritanos-, donde Yavé dispensa sus favores al pueblo y el pueblo debe ofrecerle sacrificios. La cuestión que le plantea a Jesús la samaritana junto al pozo de Jacob no es una cuestión inútil o una discusión sobre el sexo de los ángeles.

-"No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre": Jesús alza su mano y su palabra contra el mercado del templo. Arroja fuera de los atrios a los cambistas y a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios. Pero su gesto y su palabra: "No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre", es algo más que una limpieza o purificación del templo y se dirige en última instancia contra los sumos sacerdotes. Radicalizando la crítica de los profetas, Jesús va a la raíz de todos estos abusos, pues está convencido de que "ha llegado la hora en que ni en Garizim ni en Jerusalén adoraréis al Padre". Porque es preciso adorarlo "en espíritu y en verdad". Porque "Dios es espíritu", porque es más que el templo y no cabe en ningún templo: como no cabe tampoco la auténtica piedad en los sacrificios, ni se mide por el número de sacrificios. Porque Dios se manifiesta dondequiera los hombres se abren infinitamente, sin reservas, a su palabra y la cumplen; o dondequiera dos o más se reúnen en nombre de Jesús, esto es, en la misión de Jesús, que ha venido a cumplir la voluntad del Padre. Lo que Jesús quiere no es sólo la purificación del templo sino la pureza de la religión. Lo que quiere es que los hombres se encuentren con el Padre -"Padre nuestro", nos ha enseñado a decir- sin intermediarios o traficantes de cualquier clase. Eso es lo que quiere, y por eso anuncia la destrucción de un templo hecho por manos de hombres y su sustitución por otro levantado por la fuerza de Dios.

La casa de Dios es la Iglesia: Jesús sustituye el templo de Jerusalén por su cuerpo resucitado, levantado por la fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo. Por tanto, transido por esa fuerza, espiritualizado, no sometido ya a tiempos y lugares. De ese cuerpo todos los que creemos en él somos miembros vivos, unidos a él por la fe, compactados por él como piedras vivas para formar una sola comunidad de creyentes. La casa de Dios, el verdadero templo, es Cristo y los que se incorporan a Cristo por la fe, la iglesia.

Sin embargo el uso impropio de la palabra iglesia cuando la referimos al edificio material que nos cobija señala un punto de peligro que debemos evitar. Los cristianos, lo mismo que Israel, en sus orígenes no tenían templos y eran muy conscientes de que ellos mismos constituían la iglesia y que ésta, la comunidad de creyentes, era la casa de Dios. Hoy los cristianos tenemos demasiados templos, a los que llamamos indebidamente "iglesias" y "casa de Dios", cuando no son más que casas de la iglesia o casas para el pueblo de Dios. Pero lo malo no es esta confusión del lenguaje sino la ceremonia de la confusión a la que seguimos expuestos.

Lo malo es que intentemos de nuevo domesticar a Dios, encerrarlo en fórmulas, ritos, prácticas, instituciones y cánones. Como si pudiéramos empaquetarlo, disponer de El y utilizarlo después en nuestro provecho. Porque Dios no habita en "espacios cerrados", porque es siempre mayor, porque es el que nos saca siempre de casa y no podemos encasillarlo. Porque Dios sólo existe para nosotros cuando nos abrimos a su voluntad y no cuando lo sometemos a nuestro antojo. Porque existe cuando lo amamos por encima de todo, cuando esperamos en El después de todo y a pesar de todo, cuando creemos por encima de nuestros prejuicios e intereses. Porque Dios sólo existe en el mundo cuando nosotros somos verdadera iglesia, esto es, verdadera "casa de Dios". Y por lo tanto, apertura al enteramente otro. Y por tanto, apertura a todos los otros. La iglesia es la casa de Dios cuando no es la iglesia de los curas y cuando reconoce que Dios es más que ella misma.

EUCARISTÍA 1982/13


4.

-La alianza que se demuestra en la vida

La Cuaresma de este año, además de orientarnos claramente hacia la vivencia de la Pascua, lo hace insistiendo en un tema importante: la Alianza. La Alianza que Dios ha realizado en Cristo, y que él quiere que en la Pascua de este año de gracia de 1991, renovemos con todas las consecuencias.

La primera lectura nos ha presentado a otro personaje del Antiguo Testamento, Moisés, de quien se sirvió Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. En este momento tan crucial, Dios, en el monte Sinaí, selló una Alianza muy expresiva con Moisés e Israel. Hemos escuchado su resumen: lo que llamamos "el decálogo", o "los diez mandamientos", de los que se subraya sobre todo el primero, "no tendrás otro Dios más que a mí".

A la acción liberadora de Dios, que ha tomado la iniciativa para salvar a su pueblo y le está conduciendo a la tierra prometida, corresponde ahora, por parte del hombre, un compromiso de vida.

La Alianza, como el amor, es de doble dirección. Y no se tiene que quedar en teorías: se pide a Israel que viva un estilo de vida distinto del de los pueblos paganos. Dios ha sido fiel.

Ahora le toca al hombre mostrar su fidelidad y su aceptación de la Alianza viviendo según la voluntad de Dios.

-Nosotros pertenecemos a una Nueva alianza

Nosotros los cristianos vivimos en el Nuevo Testamento, o sea, en la Nueva Alianza. La que Dios ha sellado definitivamente por medio de uno superior a Moisés: Cristo Jesús, su Hijo.

La primera Alianza, la de Moisés, a la salida de Egipto, la sellaron con un gesto muy expresivo: con la sangre de animales rociaron el altar (símbolo de Dios) y también al pueblo: así quedaba expresada la unión entre Dios y su Pueblo.

Ahora, la Nueva Alianza, queda sellada con la Sangre de Cristo, en la Cruz. Esta es la prueba de la seriedad con que Dios ha tomado la Alianza. De nuevo se ha adelantado para salvar a la humanidad. Ha entregado a su propio HIjo.

Pablo, en la segunda lectura, dice convencido que para nosotros la verdadera sabiduría y la fuerza está en Cristo crucificado. La mirada a la Cruz de Cristo es la que explica nuestra nueva relación con Dios.

Cristo no sólo nos consiguió una nueva alianza en cuanto que nos explicó la doctrina sobre la voluntad salvadora de Dios. Los diez mandamientos del Antiguo Testamento también valen para nosotros, pero han quedado completados y perfeccionados por Cristo, por ejemplo en las bienaventuranzas, mucho más profundas y exigentes que el decálogo de Moisés.

Pero Cristo sobre todo lo que ha hecho es entregarse, por solidaridad con la humanidad, hasta la muerte, sellando así la Nueva Alianza con Dios. El amor de Dios, manifestado en Cristo, ha vencido a nuestro pecado. En la Pascua de Cristo se ha realizado la reconciliación.

También el evangelio de hoy lo podemos considerar como un anuncio simbólico de la muerte de Cristo. Cristo se compara con el Templo de Jerusalén: "Destruid este Templo y en tres días lo reedificaré". Pero, como explica Juan, "él hablaba del Templo de su Cuerpo", entregado a la muerte pero glorificado por el poder de Dios.

-Una comunidad que mira a la Cruz

Esta es la perspectiva de nuestra Cuaresma. Nosotros, en Cuaresma, miramos hacia delante, a la Cruz de Cristo. Miramos a la Pascua. Y vemos en ella la razón de ser de nuestra vida y de nuestra identidad: la Alianza que Dios nos ha ofrecido, en Cristo Jesús, que nosotros hemos aceptado ya desde nuestro bautismo, pero que en esta Pascua somos invitados a renovar con mayor fidelidad.

En la Vigilia Pascual renovaremos comunitariamente nuestro compromiso de fidelidad a Dios, las promesas bautismales. 

Afirmaremos delante de todos que renunciamos a lo que no sea conforme con la Alianza de Cristo. Que creemos en Dios, en Cristo, en su Espíritu, en la Iglesia.

Renuncia y profesión de fe. Estilo de vida que queremos que sea más conforme a la Pascua de Cristo. Pascua es paso a la novedad.

Pascua nos interpela. No deben ser sólo aleluyas y admiración por la poderosa acción de Dios que resucita a Cristo. Pascua es también respuesta nuestra a Dios. Como lo fue el decálogo para los israelitas.

Ya estamos en el tercer domingo de Cuaresma. Pensemos en nuestra renovación pascual. En las direcciones de nuestra conversión.

Pensemos también en el sacramento de la Reconciliación, que tiene particular sentido en la cercanía de la Pascua.

Respondamos a Dios con generosidad. Su fidelidad está pidiendo de nosotros una actitud de mayor coherencia a la Alianza.

En la Eucaristía repetimos cada vez que el Cáliz de la Sangre de Cristo es la "Sangre de la Nueva Alianza": comulgar con el Cristo que se nos entrega en la comunión es aceptar una vez más la Alianza que conquistó en la Cruz. La Eucaristía es, por tanto, la que mejor nos prepara a la Pascua, y la que más impulso nos da para que también en nuestra existencia, en nuestro estilo de vida, sea Pascua.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1991/05


5.

La imagen de un Jesús violento, látigo en mano y volcando las mesas a empujones o patadas, es tan dura que cuesta asimilarla.

Yo invito al lector que tenga de Jesús, por las esculturas que ha visto, una imagen más dulzona que dulce, rostro sonrosado y cejas depiladas, con una suave manecita a la altura del corazón, le invito -digo- a que, cierre los ojos e imagine la escena descrita. Nuestro espíritu sufre un choque.

Esto es para los que confunden el amor con el merengue. Porque hay otros que, de tal manera se aferran a esta página del Evangelio, que olvidan al Siervo Doliente y al Cordero que es llevado sin rechistar hacia el matadero. Se oye demasiadas veces hoy apelar al "Cristo del látigo". La figura impensable de un Jesús Guerrillero, busca aquí su justificación.

Lo del negocio a la sombra del templo, es una vieja y constante costumbre humana. Desde los grandes santuarios mundiales en honor de Cristo o de la Virgen hasta las pequeñas romerías populares, todo tipo de culto provoca rápidamente la aparición del negocio.

La verdad es que la cosa resulta muy natural e incluso necesaria; no somos ángeles espirituales: las peregrinaciones necesitan autobuses, y los peregrinos requieren un hotel donde descansar y buscan unos recuerdos que llevarse. Poner unas velas puede ser expresión de una sana religiosidad popular, pero no hay velas sin fábrica y mercado. Y la tradición religiosa de los roscos de S.Blas, está pidiendo panaderos, reposteros y vendedores. Y sin embargo...

Algo dentro de nosotros se incomoda ante estos mercados. Estoy seguro de que a alguien le asalta la tentación de adosar un puesto de látigos junto a cualquiera de estos tenderetes. ¡Tantos son los que piensan en el látigo del Evangelio en estas ocasiones! Nunca borraremos el mercado junto a la religión. Lo que no obsta para que el Evangelio nos empuje a poner las cosas en su sitio.

Porque pueden desfilar hombres y mujeres por santuarios, romerías, bendiciones y sus correspondientes mercados, e ignorar a Jesucristo, único Santuario en que los hombres pueden encontrar y adorar a Dios.

Pero a este respecto conviene que seamos serios y humildes. No vayamos a ser fariseos que alardean de justos y desprecian a "esos malditos negociantes". No hay nadie que, en su acercamiento a Dios, vaya como espíritu puro. O dicho de mejor manera: Dios se manifiesta con frecuencia a hombres que, en principio, son más religiosos que creyentes. Lo que significa que buscan a Dios para que cumpla sus deseos: al fin y al cabo, mercado y comercio.

¿Dónde encontró Dios a Abraham ¡nuestro padre en la fe! o al Rey David? ¿Dónde encontró Jesús a los doce? En el comercio religioso: Abraham buscaba un hijo y una tierra y David un Reino: Dios fue purificándolos a través de su historia hasta hacerlos creyentes. Los doce de Jesús buscaban primeros puestos en el Reino por ellos imaginado, y Jesús fue haciéndolos Apóstoles.

Francisco de Javier buscaba en la carrera eclesiástica el prestigio familiar. Yo preguntaba a dos sacerdotes, al escribir estas líneas, cuál fue la motivación más destacada de su marcha al Seminario. Uno me dijo que le ilusionaba ir a Pamplona en los días de Sanfermines, y otro, gran aficionado al fútbol, fue convencido de que en el Seminario se jugaba mucho.

Purificar intenciones, vigilar motivaciones, corregir pretensiones... He aquí la tarea del educador cristiano, de quien preside una comunidad cristiana, del formador de seminaristas.

Dios mismo ayuda desde la historia que desmocha falsos ideales y quema ilusiones huecas. ¿No sirve el secularismo ambiente para destruir presuntas búsquedas de prestigio social en el sacerdocio? Y no se olvide otear el horizonte de la historia, porque de cuando en cuando aparecen un Savonarola o un Francisco de Asís, que con el látigo de su palabra o de sus gestos proféticos, intentan purificar el templo:la imagen de Jesús o la Iglesia que lo hace presente. Hombres providenciales para una misión, y que demasiadas veces han sido infravalorados por los hombres de su generación, que se han limitado a llamarlos despectivamente locos, utópicos, fundamentalistas o herejes.

Al fondo del Evangelio de hoy, y al fondo de todo intento de educar al hombre para llevarlo desde una religiosidad elemental a un fe adulta, está, como soporte, el gran Mandamiento:

-No habrá para ti otros dioses delante de mí.

Sólo el encuentro con Jesús crucificado y resucitado lleva al conocimiento y adoración del Dios Padre. Ojo pues con la confianza puesta en las señales, en las que el hombre religioso busca seguridades que Dios puede no dar. O la puesta en los grandes adoctrinamientos que pueden ser "ciencia que infla". La Cruz de Jesús aparece como contraria a todas esas pretensiones: fracaso en lugar de manifestación gloriosa, y necedad en vez de sabiduría. Pero para quien se abre a la fe, la Cruz se convierte en la gran señal, en la sabiduría divina al alcance de los más pobres. La Cruz destruye el templo donde es adorado el YO, y descubre el poder resucitador de Jesús.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 62


6.

-Dimensiones del acontecimiento. El gesto realizado por Jesús quizás haya sido menos espectacular de lo que generalmente se cree.

Y esto por dos motivos. En primer lugar, el mercado era de proporciones tan vastas que se habría necesitado mucho tiempo y sobre todo se habría necesitado un "comando" formado por muchas personas para provocar destrozos de cierta consideración. Bastará un dato significativo. Un negociante que se llamaba Raba ben Buba, contemporáneo de Herodes el Grande, una vez presentó sobre la explanada del templo algo así como tres mil cabezas de ganado menor, poniéndolos a disposición para los sacrificios.

Además el comisario del templo -que en la escala jerárquica seguía inmediatamente al sumo sacerdote- no habría tardado en dar la orden de intervención al cuerpo de guardia que tenía en las propias dependencias, si la acción de Jesús hubiera asumido proporciones tales que disturbasen el desarrollo... de los negocios.

Por si fuera poco, desde lo alto de la fortaleza Antonia, vigilaban los centinelas romanos. En el caso de una escaramuza de tumulto que amenazase el orden público, se habría recurrido a la fuerza para sofocarla de raíz.

Parece que nadie se ha movido. Ni hay rastros del incidente en el proceso. Evidentemente Jesús más que otra cosa ha hecho un acto demostrativo, pero limitado en las proporciones externas. En definitiva, una acción simbólica. Sin duda un hecho histórico, pero mucho más importante por el significado que por las dimensiones. De tal modo que inquietase a las autoridades religiosas sobre todo por sus consecuencias.

Los daños en sí son limitados (un pequeño foco de protesta, algún puesto tirado, algunos vendedores mal tratados, unos pocos animales asustados). Pero la operación es considerada inquietante por las consecuencias que podría acarrear.

-Lectura del acontecimiento. El punto de vista peor en la escena de la expulsión de los mercaderes del templo es, sin duda, el del espectador que "no tiene que ver" con cuanto sucede.

Instintivamente se pone a un lado, sobre una grada, aparte. Ve a Jesús, con una mal disimulada complacencia, dejando la plaza limpia...

Sí. La cosa se refiere siempre a los otros. Quizás a los curas con sus aranceles por bodas y funerales; o a los que venden medallas en los comercios cercanos a los santuarios...

Nosotros estamos allí de paso. Y comentamos "bien hecho les está", "ya lo había yo dicho siempre, que era una vergüenza, algo intolerable".

Con una actitud de este tipo no captamos el significado del episodio. Somos como los centinelas romanos de la torre Antonia, que no miden la importancia del acontecimiento. Nadie puede creerse dispensado de aquella limpieza.

¿Quién de nosotros está seguro de no ser un frecuentador "abusivo" del templo? ¿Quién puede sostener que no ha ido alguna vez a comerciar con Dios? ¿Quién no se ha dirigido de vez en cuando a la iglesia sólo para sentirse bien, tranquilo? El gesto de Jesús se comprende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.

El templo está "purificado" -ahora que han sido echados los mercaderes- sólo a condición de que no entren los que se consideran "puros".

Aún más. Lo que impresiona en las palabras de Jesús es la alternativa inexorable entre "casa de mi Padre" (o "casa de oración" según Marcos) y "mercado" (o "cueva de bandidos" según el texto de Marcos).

No hay posición intermedia.

El templo que no es "casa de oración" se convierte inevitablemente en "mercado". Si no se celebra la liturgia de la gratuidad de Dios, se celebra el mercado. O los ritos de Dios o los del dinero.

En el fondo, el mercado consiste en utilizar el nombre de Dios para operaciones en las que interviene el dinero. Una especie de etiqueta sagrada que debería esconder los productos de la actividad humana. Una cobertura divina sobre tratos e intereses mezquinos.

Mercader no es sólo el que saca ganancias del templo, sino también quien saca honores, carrera, títulos, privilegios.

Pero volvamos al significado central del episodio.

La frase se nos ofrece por la amarga constatación referida por Marcos (/Mc/11/17): "Mi casa será casa de oración para todos los pueblos, pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos". La expresión "cueva de bandidos" (mejor que ladrones) no se refiere necesariamente al mercado y al tráfico que se desarrolla a la sombra del templo. Se refiere, más bien, a un cierto tipo de religiosidad.

La actitud que Jesús condena se puede entresacar del párrafo de Jeremías del que está tomada la cita y que sería oportuno leer íntegro (/Jr/07/02-11).

El pueblo ofrece sacrificios, participa en grandiosas ceremonias y se siente tranquilo: "Estamos salvados". Es decir: "El señor está con nosotros". Jeremías replica sin vacilar: "No. El señor está con vosotros sólo cuando estáis con él, es decir, cuando vuestra conducta es conforme a su voluntad". No se va al templo para obtener una especie de impunidad, para comprar un buen puesto de seguridad. Hay que convertirse. Con Dios no se comercia, como se hace con los vendedores para el sacrificio. No se enderezan las cosas torcidas con cualquier salmo. Las cosas torcidas sólo se enderezan... mejorándolas.

No se puede ir en peregrinación al templo y después continuar robando, explotando, calumniando al prójimo.

No se puede ser sinceros con Dios, cuando se engaña a los propios semejantes. Dios no acepta las genuflexiones de quien pisotea la justicia.

No consiente que se sustituya con un "homenaje religioso" lo que es debido al prójimo. "Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones...".

No se va a la iglesia para huir de las exigencias éticas más comprometidas, sino precisamente para tomar conciencia de las propias responsabilidades.

En otras palabras, lo que se condena es el templo como refugio (esta es la cueva, la caverna que oculta a los delincuentes de un justo castigo).

Lo que se desautoriza es el aspecto tranquilizador de las prácticas religiosas.

Lo que se denuncia es la piedad como coartada. Por lo que uno puede ilusionarse de ir a la casa del Señor a revalidar -con alguna oración u ofrenda- una conducta fundamentalmente mala y contraria a las exigencias de justicia, de honradez y caridad hacia el prójimo.

Un culto de este género es un culto mentiroso y la seguridad que proporcionase una falsa seguridad.

En este sentido la purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de las personas religiosas que creen "poner en regla" sus acciones poco limpias con el Señor, obteniendo, por el pago de alguna "práctica", un certificado de buena conciencia.

Jesús deja intuir, refiriéndose a Jeremías, que el problema es el modificar la conducta, no el multiplicar las invocaciones o aumentar las ofrendas.

La alternativa al templo "cueva de bandidos" es el templo abierto, no ciertamente a las personas perfectas, sino a las personas que quieren vivir en la fidelidad, en la claridad y sinceridad y que buscan en Dios no un "cómplice" dispuesto a cerrar los ojos ante ciertos hechos, sino alguien que guía por el camino de rectitud.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 61


7.

Dios no cabe entre cuatro paredes por mucho que en el transcurso de los siglos lo hayan intentado encerrar los manipula- dores de la fe de los pueblos. Dios sólo cabe en el Hombre; en el hombre que, por amor, entrega y gasta la vida por la libertad de sus semejantes. Y en los grupos de hombres en los que ese amor es la característica que los identifica.

EL TEMPLO DE JERUSALÉN

Desde muchos siglos antes de Jesús, en Palestina sólo había un templo. En una sociedad tan religiosa, si sólo se podía encontrar a Dios en un lugar, los intermediarios de ese encuentro, los que controlaban el acceso a ese lugar adquirían, por ese hecho, el mayor poder que un hombre puede pretender: la capacidad para facilitar o impedir la relación de los hombres con Dios. Los sumos sacerdotes, que se atribuyeron en exclusiva ese poder, muy pronto lo aprovecharon en beneficio propio. En tiempos de Jesús, controlaban directa o indirectamente la venta de animales -corderos, bueyes y palomas- para los sacrificios (las ceremonias de aquella religión incluían casi siempre el sacrificio de un animal; véase Lv 1,1-17; 3,1-4,35; 5,14-19.25; 12,6; 14,4-6.10.21-22; 16,1-15), el impuesto religioso y el cambio de moneda (sólo se podía pagar ese impuesto en moneda oficial del templo; Mt 21,12; Jn 2,15). El tesoro del templo funcionaba también como banco en el que se depositaban las grandes fortunas y, además, el templo poseía grandes extensiones de tierra; era la primera empresa de Palestina. Y todo porque aquélla, decían, era la causa de Dios; y ellos tenían la llave. Jesús va a acabar con esta situación.

SE ACABO EL TEMPLO

"Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados, y haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas, y a los que vendían palomas les dijo:

-Quitad eso de ahí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios".

Los antiguos profetas habían denunciado repetidamente que los dirigentes de la nación explotaban al pueblo en beneficio propio y habían anunciado que Dios estaba dispuesto a intervenir para poner las cosas en su sitio (véanse, por ejemplo, Is 56,9-12;Jr 2,26; 23,1-8; 25,34-38; Ez 8; 34; Os 4,4-6). La purificación del templo era una función que se atribuía al Mesías, a quien se imaginaba, según las tradiciones judías, con un azote en la mano para castigar a los responsables del desorden establecido. Según esas mismas tradiciones, el templo y las demás instituciones resultarían fortalecidos tras esta purificación. Pero el plan de Jesús -el plan de Dios- no coincide con estas esperanzas; según él, el templo no es una casa, el Hombre es el templo.

Jesús se presenta con un azote en la mano (el evangelio no dice que lo utilice contra nadie): él es el Mesías, y como tal se muestra. Pero lo que hace y lo que dice va mucho más allá de lo que todos esperaban.

En primer lugar, Jesús desbarata todo aquel montaje. No puede conseguir que lo que debería haber sido un lugar de encuentro con el Dios liberador se haya convertido en un negocio para explotar a los pobres. Su gesto es una acusación contra los dirigentes religiosos de Israel que manejan la fe del pueblo para enriquecerse; pero, al mismo tiempo, echando fuera a los animales, está indicando que ya no van a hacer falta para dar culto a Dios. Dios, ya se había dicho muchos siglos antes, no necesitaba para nada la sangre de los animales; lo que él quería era que los hombres practicaran la justicia y el derecho; ésas eran las ceremonias religiosas que Dios agradecía (Is 1,10-20; 58, 66,1-4; Jr 7,21-28; Am 5, 18-27).

La expulsión de las ovejas tiene un simbolismo aún más profundo (el evangelio de Juan, al que pertenece este pasaje, utiliza en varios lugares la imagen de las ovejas para referirse al pueblo; véase, por ejemplo, el capítulo 10, el pasaje más conocido): Jesús está anunciando con este gesto que su tarea es liberar al pueblo de toda opresión, sobre todo cuando ésta se justifica en nombre de Dios. El va a empezar un nuevo éxodo (con este nombre se conoce la salida de los israelitas de la esclavitud de Egipto y el libro en que se cuenta), un nuevo proceso de liberación que comienza precisamente por sacar al pueblo de la institución religiosa.

A los dirigentes, representados por los vendedores de palomas (la ofrenda de los pobres; Lv 5,7), los denuncia por su actuación: "quitad eso de ahí"; pero no les cierra la puerta: "no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios". En las palabras de Jesús se contiene una invitación para que se liberen de su injusticia también ellos.

EL NUEVO TEMPLO

"-Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré.

Respondieron los dirigentes:

-Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero él se refería al santuario de su cuerpo".

La reacción de los dirigentes es lamentable: ni se enmiendan ni se explican; exigen a Jesús que demuestre su autoridad para hacer aquello: "¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?" Ese es todo su problema: no la vida, no el bien, no la verdad; sólo la Ley.

La respuesta de Jesús, explicada por el evangelista, revoluciona toda su mentalidad: "Suprimid este santuario... Pero él se refería al santuario de su cuerpo." Dios ya no habita en el templo. Dios está presente en un cuerpo, el del Hombre que da su vida (suprimid este santuario) por amor a sus semejantes. Dios revela su gloria en el amor leal que se manifiesta en la entrega de ese Hombre en la cruz y en la vida que, por la fuerza del amor de Dios, acabará venciendo la muerte, y seguirá manifestando su gloria y haciéndose presente en cada hombre y en cada grupo que intenten amar con la misma lealtad.

La religión, ¿un negocio? Esta ha sido una acusación que se ha hecho repetidamente contra las instituciones religiosas. Lo terrible del caso sería que esa acusación hubiera podido hacerse alguna vez, con razón, contra la comunidad cristiana. Que cada cual saque sus consecuencias.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 60ss.


8.

El libro del Éxodo va recalcando que es Dios quien tiene la iniciativa de liberar de Egipto a su pueblo y de hacer con él una Alianza. Se trata de formar un pueblo de hombres libres que sirva y reconozca a Dios como Señor absoluto. "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud". No se trata del Dios de los filósofos: la causa primera que mueve el mundo, ni como dicen los masones del "gran arquitecto del universo".

Es un Dios liberador personal. Dios se presenta a su pueblo como el Señor que libera y, por tanto, esa Ley, que es como la constitución que Dios propone a su pueblo, no es una Ley para esclavizar, sino una Ley para liberar. El camino cristiano es siempre un camino hacia la libertad.

La Ley, algo teórico -ciencia abstracta, en lenguaje de hoy- ha pasado a ser realidad tangible en un trozo de nuestro mundo, que es el Cuerpo de Cristo.

Jesús es, precisamente, el único que ha vivido plenamente según el criterio básico de la Ley: considerando a Dios, al Dios liberador, como único absoluto. Y por haber vivido así, fundamentando su vida solamente en Dios y no en exhibiciones de poder o en complacencia con los ídolos de este mundo, ha chocado con este mundo, que se fundamenta en otro tipo de valores, y ha sido liquidado. Pero Dios, resucitándolo, ha mostrado que el camino de Jesús es el único camino válido.

Los judíos localizaban a Dios en lugares y cosas. Primero, en lo alto de los montes; después en el Arca de la Alianza; por último, en el Templo de Jerusalén. Localizar a Dios en un sitio determinado es siempre encerrarlo y reservarse una zona de señorío frente a Dios. Es lógico, si Dios no está aquí, el Señor soy yo.

En adelante, el lugar auténtico de la presencia de Dios es JC, levantado del sepulcro por la fuerza del Espíritu de Dios y constituido Señor del universo. No está sometido a tiempos y lugares.

Nosotros sabemos que el templo (es decir, el lugar para encontrar a Dios), que la ley (es decir, la voluntad de Dios), no son un edificio ni una palabra escrita, sino Jesucristo. En Jesucristo, mucho más que en un edificio, encontramos la presencia de Dios. En Jesucristo, mucho más que en una lista de mandamientos, encontramos la voluntad de Dios.

Jesús fue encarnando en su vida toda la sabiduría de la Ley de Dios, hasta que en la Cruz exclamó: "Todo está cumplido".


9.

1. Reino de sacerdotes y nación santa

A lo largo de estas semanas de Cuaresma, la IgIesia nos invita a reflexionar sobre la alianza de Dios con los hombres. Esta alianza tuvo varias etapas o estadios: ya hemos reflexionado sobre la realizada con Noé y con toda la humanidad; después, con Abraham y con el pueblo semita; hoy nos encontramos con la tercera etapa: la alianza del Sinaí con Moisés y con las tribus hebreas.

Detrás de estas alianzas encontramos siempre la figura de Jesucristo, a quien nuestra fe considera como la culminación de una alianza eterna.

Las lecturas bíblicas de este domingo nos exigen un mayor esfuerzo de reflexión para que purifiquemos al máximo nuestro concepto de alianza, nuestra imagen de Dios y el alcance de nuestro compromiso religioso.

Procuremos, pues, andar a paso lento para no perdernos entre textos que, a primera vista, poco tienen de común entre sí. En efecto, ¿cuál es el mensaje subyacente a la lectura del decálogo, al texto de Pablo y al capítulo segundo del Evangelio de Juan? Antes de responder a esta pregunta, tratemos de desentrañar el sentido de cada pasaje bíblico. Para comprender la primera lectura -que es la proclamación de las obligaciones del pueblo elegido en la alianza realizada en el Sinaí- es bueno tener en cuenta que los llamados Diez Mandamientos o La Ley forman parte de la alianza pactada por Dios con su pueblo, al que ha liberado de la opresión egipcia. Nuevamente es una montaña el punto de encuentro entre Dios y los hombres...

El capitulo 19 del Éxodo nos muestra al pueblo hebreo a los tres meses de su liberación. Al acampar a los pies del Sinaí, la montaña sagrada, Dios llama a Moisés desde la montaña, y después de recordarle que El es el salvador del pueblo, le dice: "Así, pues, si de veras escucháis mi palabra y cumplís mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos y seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (19,3-6). Sólo a partir de esta palabra divina podemos comprender la rica liturgia de hoy. La verdadera alianza que Dios desea establecer con su pueblo es la de hacerlo todo suyo, morada suya, de tal forma que todo el pueblo sea nación santa y reino de sacerdotes. En otras palabras: no harán falta templos ni sacerdotes privilegiados, porque en todo el pueblo ha de morar Dios -será nación santa- y todos se unirán a Dios por la alianza -será un reino de sacerdotes.

Sabemos por la historia sagrada que tal deseo de Dios no podrá llevarse a cabo en forma inmediata por la dureza e infidelidad del pueblo, por lo que los profetas (como veremos el último domingo de Cuaresma) anunciarán una nueva y definitiva alianza.

Pero no nos adelantemos por ahora. La alianza se pacta en el Sinaí en un marco imponente donde lo divino se reviste de poder majestuoso y casi terrorífico.

El pueblo apenas puede acercarse a la montaña sin poder tocarla ni subirla, mientras que en el Sinaí Dios se manifiesta entre rayos, truenos y densa nube (19,18 s).

Al tercer día, Dios promulga el texto de la alianza que hoy hemos escuchado en la primera lectura. Quizá nos llamaron la atención las amenazas de Dios para quien no cumpla la ley o no le rinda culto o pronuncie su nombre en vano. Estas frases, propias de todo pacto antiguo, que siempre contenía severas penas para quien era infiel, nos dan una idea de la visión aún imperfecta que los hebreos tenían de Dios. Pasarán varios siglos hasta que, por los profetas, este Dios se transforme en pastor y esposa amante de su pueblo, o como dirá Jesús: «Mi Padre y vuestro Padre.» La alianza sinaítica es aún una alianza precaria e imperfecta, como también lo será su culto, sus sacerdotes y sus leyes.

Por otra parte -como sucede con casi todas las religiones y como lo experimentamos en el mismo cristianismo-, los hebreos no llegarán a percibir lo esencial de la alianza, que es la relación íntima del pueblo con Dios a través de su propia vida, y harán del culto y de la ley el elemento esencial de su religión. Contra esta actitud lucharán los profetas (puede verse, por ejemplo, Amós 5,21-24 y Malaquías 2,3-9 ), cuya denuncia será recogida y llevada hasta sus consecuencias últimas por Jesucristo.

Transformar la religión (la alianza con Dios) en ley v culto constituye un estadio inmaduro de fe. Y en qué medida esta fe inmadura es también nuestra fe, es algo digno de que lo reflexionemos. Es la religión fundada en el Dios soberano y terrible, en el temor a sus castigos o en la búsqueda de sus premios, en la ley taxativa y cortante, en un culto formalista y carente de participación popular.

Si el cristianismo no fuera más que esto -y desgraciadamente es ésta la imagen que suele dar-, bien podríamos decir que Cristo vino en vano y que nosotros aún pertenecemos al antiguo testamento pre-profético.

Felizmente hoy, Pablo y Juan nos invitan a depurar esta imagen de fe para que avancemos un paso más en la comprensión íntima de la alianza.

Encarado el problema desde otro ángulo: no es la ley lo que nos hace auténticos creyentes, sino el sentido que le damos, no sólo a la ley, sino a toda nuestra vida. Jesús no anula la ley del Sinaí, pero nos previene de que no es su frío cumplimiento lo que nos acerca a Dios, sino el amor con que lo hacemos. Por otra parte, la gran polémica del cristianismo primitivo no fue otra sino ésta: ¿Qué salva al hombre, la fe en Cristo o el cumplimiento de la ley? Las cartas a los gálatas y a los romanos dieron la respuesta de Pablo, fiel testigo del Señor.

Pero es probable que el pensamiento de Pablo, como el del Evangelio de Juan, hayan permanecido al margen de nuestra praxis cristiana. Motivo más para que le dediquemos parte de esta reflexión.

2. Dos formas de concebir la religión

Volvamos ahora al texto evangélico de Juan que hoy se nos ha anunciado.

Cuando Jesús llegó al templo en aquella fiesta de Pascua (la Pascua conmemoraba precisamente la liberación de Egipto y la alianza sinaítica), se encontró con un pueblo que no había entendido ni quería entender el sentido de la alianza.

Esta es la clave para comprender el texto de Juan.

Jesús se encontró con un pueblo que había hecho del templo material -orgullo de la nación por su majestuosidad- el centro de su fe, y que a la sombra de ese templo y de ese culto, prostituía la alianza, convertida ahora en un simple negocio...

Y Jesús -cual nuevo Moisés- asume, por propio mandato, la misión de restaurar la alianza según el designio primigenio de Dios y en consonancia con la más pura tradición profética. En vano los jerarcas del templo le piden un milagro que acredite la autenticidad de lo que está haciendo. No hacía falta. El mismo, al morir en la cruz en acto supremo de amor, mostrará de una vez y para siempre cuál es la esencia del compromiso de un aliado con Dios: la donación de la propia vida día a día, minuto a minuto. Jesús es el nuevo sacerdote que se ofrece a sí mismo en un culto espiritual y es el templo viviente en el que habita Dios por el amor.

Dicho esto mismo en forma más ordenada, en este evangelio observamos dos momentos:

-En el primero, Jesús se encuentra con un estilo o tipo de religión que tiene estas características: es una religión que, contentándose con el cumplimiento exterior y literal de la ley, da pie a todos los abusos, especialmente en la expoliación del prójimo y en el desprecio de la persona humana; es una ley que no se encarna ni se interioriza en la vida profunda y sincera del hombre.

Una religión a la pesca del prodigio y de la palabra elocuente; religión conformista que cree rendir culto a Dios dentro de un recinto y por determinados minutos, olvidando el resto de la vida en el que debe manifestarse la auténtica esencia de la alianza: el amor al prójimo.

Es así como Jesús se arma del celo y de la ira de Dios y con un látigo pone fin al triste espectáculo presente ante sus ojos.

En esa ira justiciera hay algo de la ira del Sinaí: la ira contra la hipocresía y la superficialidad religiosa. No hay, en efecto, peor lacra social que el encubrimiento de sí mismo bajo el manto religioso.

--En el segundo momento se anuncia la nueva etapa de la alianza, la forma auténtica de adorar a Dios.

El cuerpo viviente del hombre-Cristo es el nuevo templo; templo y ofrenda, pues será ofrecido al Padre por amor a los hombres para ser después reconstruido en la resurrección.

Dios es lo absoluto, pero no lo lejano al hombre.

Dios quiere vivir en el hombre y con el hombre; quiere un pueblo-templo, casa y propiedad suya.

En ese pueblo-templo todos son sacerdotes, ya que todos han de ofrecerse a sí mismos a Dios sobre el altar del amor; y, por lo tanto, todos son la ofrenda.

Jesús, como recuerda la Carta a los hebreos (cap. 9), fue el primero que, como Sumo Sacerdote, «de una vez y para siempre se ofreció a sí mismo a Dios para purificarnos de las obras muertas y rendir así culto al Dios de la vida».

Queda así aclarado en qué consiste esta perfecta alianza de Dios con el hombre, cuál es la ley suprema de la misma y cuál su culto.

Como es sabido, todo el Evangelio de Juan no es más que el volver permanentemente sobre estas ideas centrales que por algo fueron escritas cuando ya el cristianismo corría el peligro de transformarse en una religión más...

Cómo hemos podido los cristianos apartarnos de este ideario y transformar el cristianismo en un confuso conjunto de dogmas, leyes, preceptos y culto..., es algo digno de ser estudiado. Cómo nuestro laicado dejó de tener conciencia de su ser sacerdotal y profético para que hayamos caído en un sacerdocio exclusivamente jerárquico y sin casi la menor participación del pueblo en los problemas de la comunidad-iglesia, también es algo digno de ser pensado en esta Cuaresma que por todos los medios nos urge a profundizar en el sentido de nuestra alianza.

Puede ser que alguno se alarme por estas ideas o las considere propias de los protestantes o de cierto grupo herético... Esto sería lo más triste de todo: que no sólo no hayamos comprendido la novedad del mensaje de Jesús sino que lleguemos a negarle entrada dentro de nuestro cristianismo.

Desgraciadamente vivimos en nuestro catolicismo europeo un tipo de cristianismo en el que casi no tiene cabida el pueblo de sacerdotes y la nación santa... El pueblo se ha marginado de una Iglesia considerada casi exclusivamente como «los obispos, los sacerdotes y el Vaticano». Ya es un lugar común tanto en la prensa como entre nosotros mismos que cuando hablamos de «la Iglesia» no nos referimos a los millones de fieles cristianos del mundo, el laicado concretamente, sino a las cumbres jerárquicas. Y lo más triste de todo es que a esta Iglesia no se la considera la aliada con Dios, sino la aliada de los ricos, de los poderosos y de los privilegiados. No en balde fue escrito el Evangelio de Juan: hay en sus páginas una admonición -no tanto contra el judaísmo, que para esa época estaba prácticamente destruido por los romanos- sino contra la propia Iglesia, que podía no llegar a comprender por qué fue necesario que Jesús viniera al mundo.

Después que Jesús hubo expulsado a los mercaderes del templo, algunos presentes, movidos por una conversión rápida y superficial, creyeron «al ver los signos que Jesús realizaba». Pero Jesús desconfía de ellos, dice Juan, «porque él sabía lo que hay en el interior del hombre».

Es un aviso importante: si nuestra fe, si nuestro culto, si nuestra ley y nuestra alianza no nacen del interior del corazón, Jesús, que ve lo íntimo, desconfiará de nosotros y de nuestro cristianismo...

Como cierre de la página de Juan, podemos ahora volver al texto de Pablo (segunda lectura). La fuerza y la sabiduría de Dios establecen una alianza con los hombres que no podrá ser comprendida por quienes rehuyen el propio sacrificio o sólo buscan un culto exterior, milagrero y saturado de bellas palabras y estilo grandilocuente.

Cuando Pablo escribe su Carta a los corintios, los judíos aún poseían su templo y los paganos los tenían innumerables a lo largo de todo el imperio romano.

El sencillo culto de los cristianos en casas de familia, sin altar ni ornamentos preciosos, sin incienso ni estatuas, pero amasado de amor fraterno, de alegría simple y de verdadera fraternidad, tenía para los judíos y paganos toda la apariencia de algo ridículo e insignificante.

Mas ésta es la paradoja de la fe y de la nueva alianza: en lo ridículo de un Cristo colgado de la cruz y de un pan compartido con amor, está la esencia de la nueva relación del hombre con Dios, cuya "locura es más sabia que la sabiduría de los hombres y cuya debilidad es más fuerte que la fortaleza de los hombres".

Concluyendo...

Si algo nos queda en limpio después de todo lo reflexionado, que al menos sea esto: lo esencial de nuestra fe, de nuestro culto y de nuestra alianza en Cristo, es nuestra entrega incondicional a Dios que vive en quien lo ama y en quien ama a su prójimo como a sí mismo; o, como decía Pablo a los corintios: «¿No sabéis que vosotros sois el templo vivo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en vosotros?» (1 Cor 3,16).

No creamos que para vivir el cristianismo se necesita mucha teología y largos estudios... La alianza fue proclamada a los pobres y a los humildes; tampoco fueron los doctos los que abrazaron la fe y los que cimentaron la historia del cristianismo. La verdadera sabiduría o ciencia del cristiano está en un corazón limpio que da todo de sí. Lo demás es hojarasca.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 39 ss.