COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Dt 24, 4-10

 

1.

La fórmula no es de oración, sino de proclamación. Es el "credo" o profesión de fe que el pueblo hacía desde la misma época de los Jueces. Amplía el credo primitivo que tenía un solo artículo: "Dios sacó a su pueblo de Egipto", con la aseveración de que ya antes Dios guió a los patriarcas y después llevó a sus descendientes a la tierra prometida. Las tres etapas, patriarcas, éxodo, entrada en la tierra, condensan todos los recuerdos que el pueblo guarda de su pasado. Puestas en esa secuencia, como camino andado por los mismos protagonistas, permiten descubrir la historia humana -o al menos la del pueblo aquí envuelto- como un proceso lineal consciente y deliberado, que va desde un principio hacia un destino, y en el cual el pueblo se realiza en el mundo.

La continuidad del proceso radica en que el mismo Dios está en él y lo guía desde su principio hacia su término, y en que el cambiante pueblo tiene una idea lúcida de su identidad. Eso es el descubrimiento de la historia como historia de salvación. Lo que el "credo" proclama en estas fórmulas sintéticas es lo que orienta y estimula luego la historiografía; el Exateuco o los seis primeros libros de la Biblia no será sino el relato por extenso de lo que está condensado y proclamado en esos tres artículos del "credo".

D/HT/RV: Una particularidad de este credo, peculiar de la fe bíblica, es su referencia a la historia. Sus artículos no afirman doctrina ni ofrecen teoría sobre Dios o sobre la salvación. Afirman la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia. En ella destacan como paradigmaticos momentos privilegiados; pero el nexo que hay entre ellos implica que los momentos intermedios menos densos tienen también el carácter y la cualidad de aquéllos. Eso quiere decir que Dios está con el hombre en el terreno de éste, en su vida y en su historia: éste es el lugar de su acción. El credo habla de esta acción que acompaña la acción misma del hombre; lo que sabe de Dios está ahí; su esencia queda oculta en su insondable transcendencia. La acción salvadora percibida en los acontecimientos en los que el hombre es protagonista es proclamada por esos mismos acontecimientos en donde se manifiesta y así aparece Dios como el supremo protagonista de la historia. Con ello ésta se revela historia de salvación.

Los que recitan la fórmula del credo no estuvieron históricamente presentes en las etapas de historias a que aluden, y , sin embargo, proclaman: "nosotros fuimos guiados, librados de servidumbre, conducidos por nuestro Dios a esta tierra". Es la afirmación de una identidad, que tiene su fundamento en la identidad de Dios y en la solidaridad del presente con el pasado, en experiencias humanas muy profundas y en esperanzas que proyectan tanto el pasado como el presente hacia el futuro. Es la afirmación de la unidad esencial de la historia humana como historia de salvación.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 279 s.


2.

La ficción, como recurso literario. -Cuando se compone el libro del Dt, el pueblo hace tiempo que mora ya en la tierra prometida, pero esto no le importa al autor. Mediante una ficción literaria sitúa al pueblo en la llanura de Moab, en situación de entrada a la tierra. ¿Quiere el autor correr un telón a la historia pasada e infiel del pueblo en la tierra?

-La experiencia vivida por la comunidad en la tierra prometida es la historia de lo que pudo ser y no fue. Por eso el autor sitúa de nuevo al pueblo a la entrada de la tierra y le recuerda lo que debe ser su vida entera en relación con el Señor. Recuerdos históricos del pasado y paréntesis para el presente y el futuro se funden en este bello libro. Empieza, sin mácula, la primera página del libro de la entrada.

Texto. -En Dt. 6, 1-11 se narra la fiesta de la ofrenda de las primicias que el pueblo debe hacer cuando entre y tome posesión de la tierra (vs. 1-2). Según la mentalidad primitiva, el primer fruto de la tierra, de los animales, del hombre, es lo mejor. Por eso se ofrecen a Dios las primicias de la tierra (Dt. 26), los primogénitos animales (Ex. 22, 29) y los primogénitos humanos, que no deben ser sacrificados, sino redimidos (Ex. 34, 19ss). La tribu de Leví es el rescate de los demás primogénitos (Nm. 3, 40-51).

-La tierra-morada, y la tierra-suelo que germina y da fruto son puro don de Dios. Por eso la primicia o primer fruto que entra en el granero debe ser "entrado" (el texto hebreo juega con la palabra "entrar") o introducido en el santuario como ofrenda al Señor en recuerdo y agradecimiento por la primera entrada del pueblo en la tierra (cfr. vs. 2-3 y 9-10). Y esta entrada no es algo del pasado: en el "hoy" de la celebración litúrgica se hace presente el "hoy" de la primera entrada en la tierra (v. 3).

-La falta de petición y de súplica, el hecho de que se hable de Dios en tercera persona... han inducido a algunos autores (vg., a G. von Rad) a ver en los vs. 5-9 un "Credo histórico" = el núcleo de los seis primeros libros de la biblia (Hexateuco). El oferente pronuncia esta profesión de fe recorriendo las diversas etapas de la historia de la salvación desde el patriarca Jacob (= "arameo errante": cfr. Dt. 31, 24) que baja a Egipto, hasta la entrada en la tierra, pasando por la opresión, liberación y conducción por el desierto.

-El oferente no es un extraño a esa historia de salvación; al ofrecer las primicias se considera beneficiario, también él, de estos dones salvíficos (v. 10).

Reflexiones. -Según el Dt., Israel es un pueblo de hermanos. Por eso su legislación, incluso la cúltica, tiene una orientación social. Así, en el v. 11 de este capítulo, tras la ofrenda, se dice: "y harás fiesta con el levita y el emigrante....". Lo mismo ocurre con la legislación de los diezmos (14, 22-29); se comen en presencia del Señor, disfrutando tú y los tuyos, sin descuidar al levita. Más aún, cada tres años el diezmo se destina al emigrante, al huérfano y a la viuda para que coman hasta hartarse (cfr. Dt. 26, 12 ss).

-También nosotros, en nuestro "hoy" de la celebración litúrgica, no debemos considerarnos extraños a la historia del pueblo de Israel. También nosotros somos beneficiarios de los dones divinos. ¿Tendremos valor suficiente para hacer las ofrendas y presentar los diezmos como lo pedía la legislación israelita? ¡Proponedlo en vuestras celebraciones para entregarlo a los marginados! Me temo que las iglesias se quedarán vacías.

A. GIL MODREGO
DABAR/89/13)


3.

En este texto se describe el rito de la ofrenda de las primicias, que se supone ya una costumbre establecida. Se debe entregar al sacerdote una cesta llena de estos frutos tempranos, para que él la presente a Yahvé y la coloque sobre el altar. No se dice nada sobre la cantidad de estos frutos, pero sabemos que la tradición rabínica señalaba al respecto el 1/60 de la cosecha. Acompañando al rito, el sacerdote debía pronunciar una fórmula en la que daba gracias a Dios por los frutos de la tierra y, con ocasión de la cosecha, también por esta misma tierra que Dios había dado a los hijos de Israel.

El "arameo errante" es Jacob, que efectivamente era arameo por parte de su madre Rebeca (Gn 25, 20) y estaba emparentado con "Labán, el arameo" (Gn 31, 42). Los israelitas, de origen arameo, aprendieron el hebreo en Canaán, donde esta lengua era la dominante (cf Is 19, 18). Pero lo que importa en este contexto es el calificativo de "errante". Nada más deseado por un pueblo nómada que una tierra, que una patria que "mana leche y miel".

La fórmula que acompaña al rito de las ofrendas es una fórmula de fe. Podemos ver en ella que la fe de Israel no versaba sobre verdades abstractas, sino sobre hechos bien concretos: Dios elige a los patriarcas, saca de la esclavitud de Egipto a los israelitas y les da una tierra..., de ella proceden ahora los frutos que llegan al altar de Yahvé. La Biblia no es un catecismos o un tratado de teología, sino ante todo una historia de salvación en la que se expresa la fe del pueblo elegido.

EUCARISTÍA 1989, 8


4.

Cada año, con ocasión de la recolección, el cananeo, primitivo habitante de Palestina y su comarca, celebraba una fiesta en honor de Baal, divinidad de la fecundidad y la vegetación. Israel sacraliza la fiesta y modifica su espíritu centrándolo sobre el gran hecho liberador de Egipto y sobre la gran promesa de la tierra. Estamos ante una de las descripciones más antiguas de la historia de salvación (parecidas fórmulas, pero más condensadas:Dt 6, 21-23; 11, 3-6).

Hace referencia a Jacob, padre de las doce tribus, al que se le llama aquí "arameo", como a sus antepasados en Gn 25, 20; 28, 5:31, 20.24. El término viene a hacer referencia a los antiguos habitantes de la alta Mesopotamia. Llamar "errante" a Jacob tienen un doble sentido: por un lado se le cataloga dentro del nomadismo propio de los primeros habitantes de la tierra de Canaán, aunque propiamente los patriarcas son pastores de ganado menor en vías de sedentarización; pero, además, el "errante" es el que no ha encontrado aún el verdadero camino, el que está en búsqueda de algo más fundamental (parecidas expresiones: Jer 50, 6; Ez 34, 4.16). En el fondo, Jacob no gozó en plenitud de la promesa, sino que su descendencia, el creyente que recita este credo, es el que ha llegado a buen término.

En trazos perfectamente definidos, el autor pinta el hecho salvífico: no hay descripción, sino la constatación de un hecho como símbolo y motivo de fe. Se ve que este pasaje está ordenado a la celebración de tipo litúrgico. El creyente israelita es siempre más fuerte en la alabanza que en la reflexión teológica.

La promesa de la tierra se remonta a los patriarcas (cf. Gn 12, 3-7; 13, 14-16; 3. 7. 8; etc). Los patriarcas, sin embargo, no fueron los auténticos pobladores de la tierra, sino que pasaron por ella como "emigrantes" (cf. Gn 17, 8; 28, 4). Solamente el Israel salvado gozó de la estancia sobre la tierra. Como esto se debe a "la mano fuerte y brazo extendido" de Dios, el israelita sabe dos cosas: en primer lugar, que la tierra es de Dios (cf. Sal 24, 1; Lev 25, 23), y en segundo lugar, que es un pecado apropiarse de la tierra (Is 5, 8; Miq. 2, 2). Por eso el israelita, ante el don de Dios, solamente tienen un camino a seguir: "postrarse" y reconocer el hacer benévolo de Dios con el hombre; y no disponer de la tierra a su antojo, ya que Dios la ha dado para todo hombre por el simple hecho de ser hijo suyo y de estar salvado.

EUCARISTÍA 1977, 11


5.

Hoy leemos el rito de la presentación de las primicias en el templo, acompañado por la profesión de fe hebrea.

La ofrenda de las primicias en el santuario era un rito antiquísimo, pre-hebreo, practicado ya por los cananeos antes del establecimiento de los judíos en aquella tierra. Consistía en presentar a Dios lo mejor de los frutos de la tierra, para agradecerle lo que habían recibido de su mano, y pedirle que siempre fuera propicio. Era, para los paganos, el dios de la naturaleza que dominaba todo.

Israel, como en otras ocasiones, adopta este rito pagano, pero lo hace suyo, lo "judaiza", le confiere su impronta y lo llena de su espíritu religioso. El dios de la naturaleza se convierte en el Dios de la historia del pueblo de Israel: es el Dios salvador y providente que guía a su pueblo y le da la tierra prometida después de haberlo salvado de la esclavitud de Egipto. Es un resumen de la historia de la salvación de Israel en la que se cita al arameo errante, es decir, a Jacob, hasta la posesión de la tierra, todo ello contemplado como un acto de gratuidad por parte de Dios.

Este rito enseñaba el agradecimiento para con Dios y la adoración: todo era don suyo, y al mismo tiempo hacía revivir las raíces de la propia historia y de la propia fe.

J. M. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 4


6.

- "El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias...":

La ley pedía el ofrecimiento de las primicias (Ex 22, 28), seguramente en ocasión de la fiesta de los ázimos. Era una celebración quizá de origen cananeo con motivo de la primavera, a la que Israel dio un significado nuevo: de ser un culto a la fecundidad a ser expresión de fe en la acción salvífica de Dios en la historia.

- "Mi padre fue un arameo errante": A la ofrenda de las primicias acompaña una recitación que no tiene la forma de oración, sino más bien de profesión de fe. Como un "Credo", es un sumario de los hechos principales de la historia de la salvación y abarca desde los patriarcas, refiriéndose a Jacob, hasta la entrada en la tierra de Canaán. Parece que se trata de la profesión de fe del AT a la que hay que conceder más antigüedad e importancia.

- "El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte...": El israelita al pronunciar esta profesión de fe se siente contemporáneo de los hechos pasados y por ello pasa de la tercera persona -al mencionar los antepasados- a la primera. La fiesta de los ázimos quedó unida a la fiesta de Pascua (de origen diverso, de ambiente familiar y de pastores), puesto que ambas celebraban -para los israelitas- el mismo hecho: la liberación de la esclavitud de Egipto y el don de la tierra prometida.

- "Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra": El último episodio de la historia de salvación es el don de la tierra como cumplimiento de la promesa. Este es un mensaje central del Deuteronomio. Por eso la infidelidad del pueblo hará peligrar este don recibido. De ahí que el ofrecimiento de las primicias no es un simple gesto de religiosidad ancestral (dar a la divinidad el tributo debido), sino un gesto de acción de gracias y una proclamación de la acción de Dios en medio de la historia de Israel.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 4


7.

Primer dato. Una cesta con las primicias. Ofrenda con lo más deseado y querido. Como hacía Abel y como hace todo hombre religioso. Algunos llegaban a ofrecer al hijo primogénito... Los cristianos ofrecemos al Hijo único.

Segundo dato. La razón de esta ofrenda es una eucaristía. «El Señor que escuchó nuestra voz», nos sacó del infierno de la opresión y nos dio una tierra que mana leche y miel, bien merece las primicias de los frutos como signo de reconocimiento y gratitud. Tercer dato. Hermosa profesión de fe. Una fe nacida de la experiencia de Dios cercana, amasada en el sudor y la angustia, cocida en el fuego de la libertad del Espíritu. «Unas pocas personas» llegaron a ser una raza grande, por la gracia de Dios. Una familia errante consiguió una tierra fértil, por la gracia de Dios. Un pueblo esclavo conquistó la libertad, por la gracia de Dios.

La cesta con las primicias es el signo de las esperanzas cumplidas, de las luchas superadas, de los yugos rotos. La fe en Dios es algo más que un credo; es una experiencia entrañable de su presencia liberadora.

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
CUARESMA 1986.Pág. 18


8.

La primera lectura de los domingos de Cuaresma presenta las grandes etapas de la historia de la salvación en el AT. El primer domingo, en los ciclos A y B, leemos escenas de los orígenes; pero este año, en cambio, lo que leemos es una afirmaci6n de la fe de Israel, centrada en el hecho decisivo del Éxodo.

Al final de la larga exposición de la Ley, que ocupa la mayor parte del Deuteronomio, se explica un ritual de ofrenda de las primicias, en el cual se incluye el relato de la fe histórica del pueblo. Es una narración en apariencia simple, pero que en su simplicidad transmite una gran carga, incluso emotiva. El israelita se siente hijo de "un arameo errante" innominado (se trata de Jacob, aunque un Jacob muy distinto del personaje escogido por Dios que presenta el Génesis: ¡un hombre pobre que tiene que emigrar!). Este arameo errante que emigra está en el origen de un pueblo que acabará viviendo como esclavo en Egipto.

En medio de este pueblo sin posibilidades de futuro se hará patente la acción poderosa del Señor: el pueblo clama al Señor, y Él escucha su voz. Y tiene lugar el acontecimiento que constituirá el primer artículo y el más fundamental de la fe de Israel: "El Señor nos sacó de Egipto". El clamor del pueblo, la atención del Señor, y su acción poderosa, constituyen los elementos básicos que identifican al Dios de Israel. (Cf. domingo 3 de Cuaresma).

Y entonces viene el último paso: el don de la tierra. El objetivo de la liberación será hacer que aquel pueblo pueda establecerse como pueblo libre en una tierra en la que valga la pena vivir.

El salmo (90), que antes de la reforma litúrgica se leía prácticamente entero el día de hoy (en el "tractus"), es una plegaria de confianza que identifica el tiempo de Cuaresma. En el evangelio, el diablo utiliza este salmo para tentar a Jesús con una confianza perversa que ponga a Dios al servicio del éxito fácil; nosotros lo decimos entendiendo qué quiere decir verdaderamente confiar en el Señor.

MISA DOMINICAL 1995, 3