COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 P 3, 18-22

 

1. BAU/MU-RS.

Acaba de decir el autor que "es preferible padecer por obrar el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que por obrar el mal" (v. 17). Verdad que ilustra seguidamente con el ejemplo de Jesús, que ha de inspirar siempre la conducta de los fieles.

Porque JC, siendo inocente, murió por los pecadores. De paso dice también que JC murió una sola vez y una vez para siempre; es decir, que su muerte fue de tal manera suficiente para reconciliarnos con Dios que ya no tuvo necesidad de morir otra vez (cf. Hb 7. 27; 9. 26-28). Si los hombres son incapaces de realizar de una vez por todas una acción verdaderamente significativa y de valor eterno, Jesús ofreció en muerte un sacrificio de perenne actualidad y de valor infinito.

v. 18b: Jc era hombre y por eso lo mataron; pero en él habitaba la plenitud del Espíritu que da la vida y por eso resucitó (Rm 1. 4).

vv.19-20: Este versículo es, sin duda uno de los más oscuros de todo el NT; pero sea lo que fuere de su interpretación exacta, parece cierto que aquí se afirma la eficacia salvadora universal de la muerte y la resurrección de Xto; que éste es el verdadero sentido del "descenso a los infiernos" (cf. Rm 10. 7; Ef 4. 8-10). Muriendo por los pecadores, Jesús desciende hasta el corazón del mundo, hasta las raíces, y lo renueva todo desde los cimientos. Así Xto se constituye como un nuevo principio universal que beneficia incluso a los que ya fueron y a los que serán.

vv. 21-22: La mirada retrospectiva hasta los días de Noé para mostrarnos de alguna manera la extensión universal de la gracia de Cristo, le sirve al autor de pretexto para hablarnos del bautismo cristiano; pues de la misma manera que Noé fue salvado de la muerte, emergiendo con su arca sobre las aguas, así somos nosotros salvados por el bautismo, en el que nacemos a la nueva vida. El bautismo es el símbolo eficaz que nos enrola en la muerte y resurrección de Cristo. Por esta participación en la muerte de Xto somos recreados, regenerados y adquirimos una conciencia pura. Lo cual no sucede sin la fe, sin la interpelación a Dios.

EUCARISTÍA 1985/09


2.

Por reconocer a Cristo como único Señor, el cristiano sufrirá persecución (vs. 13-17). Pero ahí está el ejemplo de Cristo que ilumina nuestro actuar: El sufrió la persecución del mundo, pero Dios le dio la corona del triunfo (vs. 18-22).

Este texto es un esquemático símbolo de fe (cfr. I Cor. 15, 3ss): Cristo sufre, recibe vida por el Espíritu, proclama la victoria, llega al cielo y está sentado a la derecha de Dios. A este sucinto símbolo, Pedro añade, probablemente basado en la apocalíptica judía tardía, un largo relato que no debemos interpretar en su literalidad y que rellena el hueco de espacio comprendido entre la muerte y la resurrección del Señor.

-En el símbolo se narra la exaltación de Cristo a través de la humillación. Una de las afirmaciones más unánimes de todo el Nuevo Testamento es que Cristo, siendo inocente, muere por los pecadores, y su muerte tiene un valor soteriológico (1, 18 s; 2, 24 s.). El sufrimiento del inocente nos acarrea la vida ya que nos ha abierto el camino hacia Dios (Rom. 5, 2; Ef 2, 18...). La Iglesia testifica la exaltación de Jesús a la diestra del Padre (v. 24).

-En los vs. 19-20a, Cristo proclama la salvación a los espíritus encarcelados. Afirmación de fe revestida de mucho elemento imaginativo. Estos espíritus no son todos los justos del Antiguo TEstamento que estaban en el limbo, el texto sólo habla de los contemporáneos de Noé. No son justos convertidos sino incrédulos encarcelados y la exégesis actual cree que el texto hace alusión al castigo de los hijos de Dios de Gn. 6, 1-6, del que habla mucho el libro de Enoc: no tomarán parte en el mundo futuro, y éste sólo debe anunciarles sus desgracias.

J/INFIERNOS-DESCENSO La bajada de Cristo a los infiernos requiere una explicación hermenéutica. Según la cultura de entonces, la muerte del hombre se describe como una bajada al mundo subterráneo. Así se afirma su muerte real. La actividad de Cristo en este mundo subterráneo es la afirmación de que su poder redentor y soberano se extiende a todas las partes y a todos los hombres de todos los tiempos. Y Cristo, por contraposición a Enoc, no anuncia la desgracia sino la salvación a todos. El paso a través del agua del diluvio es tipo de la salvación a través del agua del bautismo e implica el compromiso de seguir a Jesús a pesar de la oposición del mundo. El bautismo es prenda de nuestro triunfo, ya que nos hace participar en la resurrección de Cristo (vs. 20b-21).

DABAR 1976/19


3.

Esta lectura está inspirada probablemente en un antiguo himno bautismal que los primeros cristianos cantaban en el transcurso de la vigilia pascual. Podría reconstruírselo de la siguiente manera:

(Cristo)
(conocido desde antes de la creación del mundo)
manifestado al final de los tiempos
(1 Pe. 3, 18),

llevado a la muerte por la carne
(1 Pe. 3, 18),

vivificado por el Espíritu
(1 Pe. 3, 18)

evangelizando a los muertos
(1 Pe. 3, 19),

subido al cielo
(1 Pe. 3, 22),

sometiendo potencias y dominaciones
(1 Pe. 3, 22).

Por lo demás, este himno sirve de fondo a otros muchos pasajes del Nuevo Testamento: (Ef. 3, 7, 11; 2 Tim. 1, 9-11).

Se advertirá que estos versículos están agrupados de dos en dos. Los dos primeros cantan la soberanía de Cristo sobre el tiempo: es el alfa y la omega. Los dos siguientes cantan su vida sobre la tierra y su paso de la muerte a la vida y su misterio de hombre de carne vivificada por el Espíritu. Los dos últimos cantan su soberanía sobre el cosmos, puesto que se extiende desde la morada de los muertos hasta el cielo.

El autor de la carta ha introducido en esta aclamación una breve profesión de fe:

(creo en Cristo)
que ha muerto (1 Pe. 3, 18a),
que ha resucitado (1 Pe. 3, 21 b),
que está a la diestra de Dios (1 Pe. 3, 22).

Después ha añadido una nota marginal sobre el sentido de la bajada a los infiernos y del diluvio dentro de la perspectiva bautismal y pascual (1 Pe. 3, 20-31).

COSMOLOGIA/JUDIA: Desconocemos la verdadera finalidad de esa bajada a los infiernos. Algunas tradiciones han querido ver en ello una extensión del imperio del Señor al mundo inferior en el sentido de Ef. 1, 20-21; Col. 2, 15; 1 Pe. 3, 32, y sobre todo de Fil. 2, 10. La cosmología hebrea distinguía tres planos en la creación: el cielo, la tierra, el infierno. Cristo, entronizado como Señor merced a su Pascua, extiende simultáneamente su imperio a esos tres planos.

Otras tradiciones ven en ello el eco de la solidaridad de la humanidad en la salvación de Dios, de la que participan incluso los antiguos, muertos antes de Cristo (Mt. 27, 52-53; Heb. 11, 39-40). En este último caso, el argumento del autor sería este: la antigua economía de la salvación era completamente ineficaz, puesto que tan sólo ocho personas se pudieron salvar (v. 20) cuando el diluvio y fue necesaria la venida de Cristo a la tierra para reparar ese desastre descendiendo para salvar a los demás, liberándolos del infierno. El bautismo, por el contrario, participa a la vez del poder salvífico de Cristo resucitado y puede salvar a la multitud.

El tema de la bajada a los infiernos plantea inmediatamente el problema de las formulaciones antiguas de la fe y de su interpretación moderna. Ahora bien: para que el Credo cristiano mencione esta bajada a los infiernos, es necesario que el acontecimiento tenga un sentido e ilustre la situación del hombre delante de Dios según Jesucristo.

J/INFIERNOS/MU. Que Jesús haya estado en los infiernos significa en primer lugar que ha muerto realmente, puesto que el infierno es la morada de los muertos. Cristo ha experimentado la condición humana en su integridad; y sin embargo, es el Vivo que "retorna" de esa morada de los muertos.

Pero la fe profundizó aún más su investigación. Si el Señor de la vida desciende a los infiernos, lo hace activamente y su estancia allí presenta la forma de una victoria sobre los espíritus: proclama su fracaso definitivo, y materializa esa proclamación liberando a los hombres cautivos de esos poderes.

La fe no se pliega a una localización cualquiera del infierno: se trata más de un estado que de un lugar. Además, el Nuevo Testamento que habla de la bajada a los infiernos habla al mismo tiempo de subida a los cielos (/Lc/23/43). Estas expresiones dicen en vocabulario cosmológico lo que hoy se trata de decir en lenguaje antropológico: Cristo vive una experiencia de intimidad con el Padre en la que compromete a quien quiera seguirle. "Bajando a los infiernos", Cristo pone de manifiesto que el estado de absoluto abandono del sheol ha sido reemplazado ahora por el estado de intimidad con Dios.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 20-22


4.

Incuestionablemente este texto es muy difícil, uno de los más oscuros de la Escritura, según decía ya Belarmino. En el v. 19 se encuentra la palabra griega «kérussein», que es generalmente traducida por «predicar»; valdría mejor traducirla por «hacer una proclamación», ya que se trata de la «proclamación que Cristo hace de su victoria en su bajada a los infiernos» (·DANIELOU-J, Sacramentum futuri).

¿Cómo concebir en los infiernos esta predicación de Jesús a los destinatarios de quienes habla San Pedro, a los contemporáneos de Noé en particular? «Entre los justos a quienes Jesús fue a visitar en los infiernos, junto a los patriarcas, los profetas y los israelitas fieles toda su vida a la ley recibida de Moisés, se encontraban los hombres que habían sido grandes pecadores, los que no habían querido convertirse a la hora de la muerte bajo el efecto terrorífico de las catástrofes, como la del diluvio en tiempo de Noé. Después de su muerte, ellos habían experimentado las purificaciones necesarias; ahora también ellos estaban preparados para escuchar la «predicación» de la Buena Nueva: su próxima entrada en el cielo» (P. ·CHALLON-P en el art.: «Descenso a los Infiernos» de Catholicisme, III, col. 659. ). Y Belarmino, preguntándose por qué Pedro no habla de todos los pecadores, responde: «Cristo en los infiernos predicó a todos los espíritus bien dispuestos; si son citados expresamente los que fueron incrédulos en tiempo de Noé, ello se debe a que, con relación a ellos, la duda de su salvación era mucho más grande». En el v. 21 se dice literalmente que el bautismo es el «anticipo» del diluvio, es decir, la realidad figurada por él. BAU/DILUVIO San Pedro establece una relación directa entre la salvación operada por el diluvio y la salvación realizada en el bautismo.

Cada uno de nosotros es introducido, mediante su bautismo, en el tiempo del juicio y de la salvación inaugurados por Cristo.

El paralelismo entre el diluvio y el bautismo es un tema predilecto de los Padres de la Iglesia. También ellos conceden una especial significación a la paloma que interviene al final del diluvio. También se encuentra, efectivamente, una paloma en el momento del bautismo del Señor cuando el Espíritu de Dios toma plena posesión del Mesías en el principio de su ministerio. La paloma del diluvio lleva un ramo de olivo, símbolo de paz, de esa paz que es obra del Espíritu; en cuanto al olivo, es de él de donde se extrae el óleo, el óleo de las unciones. Muchos de los detalles del relato del diluvio orientan también hacia las realidades de la vida cristiana. Así se explica la abundante utilización que del diluvio hacen los Padres y la explicación que dan de todos sus detalles.

NU/000008:San Pedro advierte que el diluvio acredita la significación salvífica de la cifra ocho; es la misma significación que aparece en la forma octogonal de todos los antiguos baptisterios, aquellos que fueron construidos en los tiempos en que nuestros padres gustaban de plasmar la doctrina en la arquitectura de sus iglesias (por ejemplo: Aix-en-Provence, Florencia, Pisa, San Juan de Letrán...).

«La cifra ocho significa el octavo día, que es aquel en el que Cristo resucitó, puesto que es el día siguiente al sábado, y del cual el domingo cristiano era el sacramento perpetuo. Según esto, el cristiano entra en la Iglesia precisamente por el bautismo administrado el domingo de Pascua, que es el octavo día por excelencia. Así encontramos con mucha frecuencia el simbólico bautismo-ogdoade (octavo. F. J. DOLGER ha demostrado que la forma octogonal de los baptisterios estaba en relación con este simbolismo (Antike und Christentum, IV, 3, pág. 82). Por todo ello la Carta de San Pedro toma la imagen de la «octava» de Noé. DIA/OCTAVO «El octavo día representa la resurrección de Cristo, que tuvo lugar el día siguiente al sábado; representa al bautismo que es el comienzo de una época nueva y el primer día de la nueva semana; él es, finalmente, la figura del octavo día eterno, que sucederá al tiempo total del mundo. El día del Señor, octavo y primero, inscribe en la liturgia cristiana de la semana este simbolismo que aparece como uno de los más importantes de la Escritura, en tanto que él se relaciona con las instituciones más santas... El está asociado al tema «thelos-arché» (fin-principio) en un texto litúrgico del siglo III: «Tú que hiciste venir sobre el mundo el gran diluvio por causa de la multitud de los impíos, y que salvaste al gran Noé, con ocho personas en el arca, como fin («thelos») de las cosas pasadas y principio («arché») de las futuras (BRIGHTMANN, Liturgies eastern western, I, p. 17).

·IRENEO-SAN (finales del siglo III) escribió de los agnósticos en su Adversus haereses: «Ellos afirman que la economía del arca en el diluvio, en la cual se salvaron ocho hombres, significa claramente la octava saludable» (I, 18; 645, B).

·AGUSTIN-SAN escribió hacia el año 400 en su Contra Faustum: «Si Noé forma el número ocho con su familia es porque la esperanza de nuestra resurrección se manifestó en Cristo, que resucitó de entre los muertos el octavo día, es decir, el primer día después del séptimo que era el sábado; día que era el tercero después de su pasión, pero que vino a ser, al mismo tiempo, el octavo y el primero en el número de los días que forman la sucesión de los tiempos» (cap. XV).

«El descanso del séptimo día se confunde con la Resurrección del octavo día; este es el sublime y profundo misterio que se realiza en el sacramento de nuestra regeneración, es decir, en el bautismo» (cap. XIX).

CIRCUNCISION/BAU:BAU/CIRCUNCISION:En el Antiguo Testamento, la circuncisión tenía una eficacia mucho menor que la de los sacramentos; sin embargo, bajo ciertos aspectos, ella representaba un papel comparable al del bautismo: incorporación al pueblo de Dios, remisión de los pecados por razón de la Alianza y de la fe, de las cuales ella es el signo, ruptura con el mal por la vida. Es significativo que la circuncisión fuese administrada el octavo día.

·JUSTINO-SAN escribió hacia el 155 en su Diálogo con Trifón (41 4): «El precepto de la circuncisión, que ordena circuncidar sin excepción a todos los niños el octavo día, era el tipo de la circuncisión verdadera que nos circuncida del error, de la maldad, por medio de Aquel que resucitó de entre los muertos el primer día de la semana, Jesucristo nuestro Señor: porque el primer día de la semana, siendo el primero de todos los días, contando de nuevo después de él todos los días de la semana, es llamado el octavo sin dejar por ello de ser el primero».

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 180 ss.


5. INFIERNOS-DESCENSO-J

Algunos santos del Antiguo Testamento, juntamente con Jonás, experimentaron esta «bajada a la fosa»: José a la cisterna (Génesis XXXVII, 6-24); Daniel a la fosa de los leones (Dan. XIV. 28- 42); Jeremías a la cisterna (Jr. XXXVIII). El descendimiento a la fosa representa, material y simbólicamente, el descendimiento a la nada, al trasfondo de la pobreza humana.

Ahora bien, cada vez que un pobre de Dios desciende a esta fosa es para ser liberado: la fosa de la muerte viene a ser, de este modo la primera etapa de la renovación de la vida y la condición esencial de la salvación de Dios. Cristo desciende a los infiernos: esto equivale a afirmar que El repara a su costa la miseria humana en lo que tiene de más profundo, pero he ahí también lo que significa la vida nueva y la liberación que el Padre otorga a los suyos, sumergidos en la fosa.

XTO-MU/REVOLUCION-COSMICA
La cosmogonía judía distinguía, en el conjunto de la creación tres mundos bien distintos y sin ninguna relación entre sí: el cielo, o mundo de «arriba»; la tierra, o mundo de los hombres; las «aguas inferiores», o mundo de los muertos. Cada uno tenía sus límites infranqueables. Cristo, mediante su muerte y su resurrección, trastorna por completo estos compartimientos de la creación. En verdad, El aparece como el nuevo creador que une los cielos, la tierra y los abismos en un solo mundo animado por El. El rompe, en efecto, las fronteras que separaban tierras y abismos, e inmediatamente después de su retorno de los infiernos, El reunió el cielo y la tierra mediante su ascensión. Los primeros cristianos, en nombre de esta revolución cósmica, que solamente el Creador podía realizar, y en el orgullo de la recobrada unidad del mundo, compusieron el himno de la unidad en torno al nombre de Cristo, según nos relata San Pablo (3) en la Carta a los Filipenses (II, 10-11).

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 191 s.


6.

EI descenso a los infiernos como término profundo del caminar del Mesías y su rebote sobre este fondo hacia la altura de los cielos en la Gloria constituyen las afirmaciones esenciales de la predicación apostólica (la kerigmática).

Santo Tomás afirma que Cristo debía tomar sobre sí todos los estados del castigo proveniente del pecado. «De la misma manera que El murió para librarnos de la muerte, así también descendió a los infiernos para librarnos del infierno» (III, q. 52, ad 1). «De la misma manera que el cuerpo de Cristo, estando todo él localmente bajo la tierra, no conoció la corrupción que es el destino común de todos los demás cuerpos, así también el alma de Cristo descendió localmente a los infiernos no para soportar allí un castigo, sino más bien para librar a los demás del castigo» (Compendium theologicum, 225).

«Cristo descendió a los infiernos. Su estado de «viviente» en cuanto al Espíritu (I Pe. III, 18) no le permitió permanecer allí. El anuncia su victoria de «viviente» sobre la muerte, y comunica su vida a los que son dignos de recibirla. Como primicias de los que duermen (Col. I, 18), El resucita de entre los muertos, sale el primero de la estancia tenebrosa que El vino a inundar de luz, y arrastra en su seguimiento a los que conmovió. A algunos de éstos les permite ascender a la ciudad santa (Mt. XXVII, 52-53: «Se abrieron los monumentos y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos»), reforzando así con su testimonio el de Cristo que se aparecía El mismo glorioso y resucitado».

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965. pág 193


7. /1P/03/18-22 /1P/04/01-11

Una vez más, en 1 Pe encontramos un entrelazado de motivos dogmáticos y de exhortaciones: la pasión y la glorificación de Cristo, aparte de dar sentido a nuestro bautismo, son la luz que debe iluminar nuestro sufrimiento y nuestra muerte. Por eso es necesario que vivamos atentos en espera del fin de todas las cosas, que ya se acerca.

En el fragmento cristológico de hoy hay expresiones enigmáticas y referencias oscuras: la predicación a «los espíritus encarcelados que antiguamente fueron rebeldes» (19-20). Pero es claro lo que el autor quiere subrayar: incluso la muerte ha quedado sometida al Cristo glorificado. En frase de Melitón de Sardes, «yo he destruido la muerte y he triunfado del enemigo, he pisoteado al hades, he atado al fuerte y he hecho al hombre llegar a lo alto del cielo». El dominio de Cristo sobre la muerte es uno de los motivos centrales y más importantes del NT. Ahora bien: nuestro autor enlaza íntimamente la destrucción del poder de la muerte con el bautismo. Lo mismo hace Pablo en /Rm/06/03-05: «¿Habéis olvidado que a todos nosotros, al bautizarnos vinculándonos a Cristo Jesús, nos bautizaron vinculándonos a su muerte? Luego aquella inmersión que nos vinculaba a su muerte nos sepultó con él, para que, así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros empezáramos una vida nueva. Además, si hemos quedado incorporados a él por una muerte, semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante».

Ante la convicción del NT hemos de preguntarnos hasta qué punto forma parte de nuestra experiencia cristiana la superación del misterio de la muerte, hasta qué punto nos ha hecho nuestra fe pasar de la muerte a la vida y ha quitado a la muerte su aguijón. El misterio salvífico no queda como una experiencia paralizada al pie de la cruz. Ha de pasar por la resurrección y por el Espíritu, que hace que todo empiece nuevamente a cada instante.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 582 s.