COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 4. 1-11 

Par.: Mc 1, 12-13   Lc 4, 1-13

 

1. TENTACION/JESUS-ISRAEL

Podemos formular así las tentaciones con que se enfrentó Jesús (no sólo en el desierto, sino a lo largo de toda su existencia): recorrer el camino mesiánico indicado por la palabra de Dios (a saber, el camino de la cruz) o bien aceptar las solicitaciones provenientes de las expectativas mesiánicas de la época. Tres solicitaciones: la de la revolución y el poder (mesianismo zelota), la del mesianismo restaurador (político o religioso), la del mesianismo convincente (acompañado de signos espectaculares). Jesús rechazó enérgicamente las tres sugerencias, renunciando a utilizar el procedimiento del poder, del prestigio o de los milagros a toda costa. Sobre esto no hay duda; lo recuerda también Juan (6. 6). A la misma conclusión nos llevan también los numerosas pasajes en los que Jesús se dirige a los discípulos, recordando que a él y a sus seguidores no les conviene ser servidos, sino servir (Lc 22. 25-27; Mc 10. 42-45; Mt 20. 25-28). Este rechazo constante del poder y de cuanto se le parece no es posible minimizarlo ni discutirlo. Está demasiado subrayado.

-BAUTISMO Y TENTACIÓN. J/BAU/TENTACION
Los tres sinópticos relacionan estrecha e intencionadamente la tentación con el bautismo. Es una conexión llena de significado. Primero: en respuesta al bautismo, Jesús inicia la vuelta al desierto, o sea, a una existencia en la cual se vive continuamente enfrentado con Satanás y, al mismo tiempo, el encuentro de la ayuda de Dios. Segundo: colocada al principio del evangelio, a saber, en la sección que de alguna manera hace de prólogo, la experiencia del desierto se presenta no sólo como el primer acto público de Jesús, sino como el marco dentro del cual se desarrollará todo sus ministerio; como la escena en la cual se representará también el resto del drama. Y tercero: el Espíritu dado en el bautismo no aparta a Jesús de la historia y de su ambigüedad; al contrario, le sitúa dentro de la historia y de la lucha que en ella se libra.

-LAS TENTACIONES DE ISRAEL Las tres citas del Dt, que marcan el ritmo del relato (8. 3; 6. 16; 6. 13), evocan claramente las tentaciones de Israel en el desierto. Las tentaciones de Jesús coinciden con las de Israel. La tentación de concebir la esperanza como bienestar y de establecer correspondencia entre la esperanza mesiánica y el esplendor del reino de David. Es una tentación que está siempre al acecho. Luego, la tentación del mesianismo milagroso y espectacular: Israel ha pretendido demasiadas veces que Dios intervenga de manera manifiesta y terminante con su poder. Finalmente la tentación más sutil y más socorrida: la del mesianismo político, en la línea del dominio (¡por supuesto, para gloria de Dios!), en lugar del servicio.

Según puede verse, no está en litigio el mesianismo como tal (Israel jamás renunció a proclamarse pueblo mesiánico), sino la vía mesiánica. Mateo se muestra muy interesado en esta confrontación entre Jesús e Israel. Quiere mostrar que Jesús se manifiesta como la persona a la cual está ordenada la historia entera de Israel. Él es el cumplimiento de Israel.

Padeció sus mismas tentaciones; pero, a diferencia de Israel, las superó. Jesús es el verdadero y auténtico Israel.

-LAS TENTACIONES DE CRISTO SON ACTUALES Está claro que el relato de Mateo posee una dimensión eclesial, además de cristológica. Basta recordar a este respecto cómo se formaron los evangelios. Si el relato de las tentaciones tuvo un puesto en toda la tradición sinóptica, es porque no sólo servía para aclarar las ideas sobre Jesús y su mesianismo (por lo demás, manifiesto a todos después de la crucifixión), sino porque servía también para aclarar las ideas sobre la Iglesia y su cometido. En la tentación de Cristo encuentra la Iglesia sus propias tentaciones. La Biblia nos ofrece otros ejemplos de tentación (o prueba); por ejemplo, en el caso de Abrahán, la tentación pone a prueba la esperanza en la promesa; en el caso de Job prueba el desinterés de la fe. En nuestro caso, la tentación pone a prueba la fidelidad-obediencia de Cristo a su propia misión.

En el caso de Cristo, concretamente, no se trata meramente de sucumbir a la fascinación y a las solicitaciones del mesianismo político, sino de continuar por el camino del siervo de Yahvé a pesar del fracaso que parece llevar consigo. En esta experiencia de fracaso es donde la tentación tiene su fuerza y la propuesta de Satanás su aparente sensatez.

Las tentaciones no sólo empujan a Jesús a un falso mesianismo, sino también a la autonomía y hacia la independencia. Son un intento de constituirse en Dios o, en todo caso, de servirse de Dios como de instrumento de uno mismo. Más tarde, Jesús multiplicará los panes, pero no para sí mismo. Será glorioso, pero por el camino de la cruz. Realizará signos, mas no para poner a Dios a prueba.

Obsérvese, por último, que Jesús no es instigado por Satanás a escoger entre Dios o el poder, entre Dios o la riqueza. Le insinúa más bien: consigue el poder y, una vez conseguido, úsalo para gloria de Dios. La tentación, según puede verse, es sutil, actual e inquietante. Es la tentación de siempre.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 42-45


2. PALABRA DE DIOS. OBEDIENCIA. ÍDOLOS. AUTONOMÍA. JESÚS. HIJO OBEDIENTE. REINO DE DIOS. SIGNOS.

La liturgia dominical presenta tres veces el relato de la tentación de Jesús. Dos veces, con los textos, muy parecidos, de Mateo y de Lucas; y otra vez, con los rápidos versículos del 2º evangelio, que están marcados con otra mentalidad. Es preciso diversificar la utilización homilética de estas tres lecturas. El relato de Marcos de la tentación está construido sobre el paralelismo Adán-Jesús, mientras que el relato mateano lo está sobre el paralelismo Jesús-Israel. El lucano, menos claramente orientado, puede ayudar a reflexionar sobre las "opciones" que Jesús ha tenido que realizar, y de las que el texto de la Tentación no intenta sino presentar, de forma dramática, su sentido profundo. (...) A lo largo de todo el evangelio de Mateo, y no únicamente en el primer versículo de nuestro texto, se presenta al Espíritu en estrecha relación con Jesús. El Espíritu está presente en el momento de la concepción virginal de Jesús (1. 18/20); en el momento de su bautismo (3. 16); durante su permanencia en el desierto (4. 1); a lo largo de su predicación (12. 18); en el momento en que expulsa a los demonios (12. 28). La meditación evangélica de Mateo acaba con las palabras de Jesús resucitado enviando a sus discípulos a bautizar bajo la invocación de ese mismo Espíritu (28. 19).

J/MOISES.La duración de la estancia de Jesús en el desierto queda definida por un número que recuerda la presencia de Israel en el desierto del Éxodo: cuarenta (años) (Dt 8. 2), y la de Moisés en la montaña: cuarenta días y cuarenta noches (Ex 24.18), exactamente lo que dice Mateo de Jesús. Esta última relación es de gran interés: de igual modo que Moisés, al final de su permanencia solitaria, prolongada, se convierte en el predicador de la Ley de Dios (Ex 24. 17), también Jesús, al término de un ayuno igualmente largo, se convierte en el predicador del arrepentimiento y de la venida del Reino (v.17), antes de serlo de la nueva Ley (cap. 5-7).

De todos modos la prueba del desierto vincula a Jesús sobre todo con Israel. Porque en el desierto había sido puesto Israel a prueba. Hambriento, había sentido la pobreza de sus propios medios, su debilidad: había sido humillado. Empujado por esta "humillación", adoptó un comportamiento que dejaba ver claramente el fondo de su corazón. Israel no era capaz de abandonarse totalmente a las promesas de Dios, de confiar en su palabra, de sufrir el hambre y la pobreza, sin desesperar, sin buscar la salvación en otro sitio fuera de la palabra de Dios y de la sumisión a esta palabra.

Además, Israel había "tentado a su Dios", le puso a prueba (Dt 6. 16, adonde remite la cita de Mt 4. 7). En Masá (Ex 17. 1-7; Nm 20. 2-13), Israel sediento, puso a Yahvé entre la espada y la pared: era preciso que Yahvé les diese inmediatamente el agua que necesitaban, o de lo contrario, dudarían de él. Al lanzar semejante desafío, Israel demostraba su desconfianza respecto a Yahvé, su Dios, cuyos actos salvadores se negaba a entender. La salida de Egipto, por lo tanto, ya no se veía como un beneficio divino, sino como un acto insensato del que el pueblo era no el beneficiario sino la víctima. Israel, en fin, se abandonó a la idolatría. Al "seguir a otros dioses escogidos entre los dioses de las naciones", ya no había "temido a su Dios ni le había servido". Había "olvidado a Yahvé, su Dios", sin cuidarse de Aquél que le había "hecho salir del país de Egipto, de la casa de servidumbre" (Dt 6.12-14, contexto de la cita de Mt 4. 10).

¿De dónde procedía esta idolatría? De la negativa por otra parte del pueblo a recibir su felicidad de otro, del Otro; de la negativa a depender de Él; de la necesidad de ser independiente, de no tener su propia felicidad más que de sí mismo; del deseo de gloriarse de sus propias obras, de adorarse en la silueta de los dioses fabricados por sus propias manos.

Jesús experimenta, a su vez, esas mismas tentaciones; pero, contrariamente al pueblo antiguo, no sucumbe a ellas. Israel, el pueblo-hijo (Os 11. 1, citado en 2. 15) actuó en otros tiempos como hijo insumiso; Jesús, con su docilidad perfecta, se muestra realmente hijo de Dios, el Hijo de Dios.

Asaltado por el hambre, no se deja llevar a ninguna murmuración. Confía en Dios, en su promesa; no intenta plantearle un desafío obligándole a un milagro tanto menos oportuno cuanto que, además de ser signo de una profunda desconfianza o indocilidad, sería un gesto torpemente interesado.

Jesús otorga una confianza absoluta a la palabra de Dios. Precisamente esa palabra promete a todo creyente, y más especialmente al Mesías-hijo de Dios, salvarle, aunque sea con la milagrosa intervención de los Ángeles desde el momento en que se encontrara en una situación humanamente desesperada. Así al menos lo hace entrever el texto poético del Salmo 91 (90) citado por el Diablo (v. 6). Era verdad; pero buscarse esa situación desesperada por el solo motivo de hacer que apareciera la salvación de Dios, es, en primer lugar, considerarse privilegiado de Dios y querer disfrutar de tal imagen; y es sobre todo negarse a confiar en su palabra.

Porque pretender coaccionar a Dios en orden a que actúe, ¿no es dudar de él? ¿Dudar de Dios? Pero de hecho, ¿quién es Dios? ¿No es, a fin de cuentas, una idealización del hombre, de su fuerza, de su poder? ¿No es una sublimación de la gloria que dan al hombre su ciencia o su dinero? ¿No es la silueta idealizada del mérito que le proporcionan al hombre su pobreza, o su generosidad, o su entrega social, o su sentido político? ¿No es en todo esto donde hay que buscar la verdadera y última salvación, el medio eficaz de "poseer la tierra"? Aquella tierra que Moisés contempló sobre la montaña (Dt 34. 1-4), cuyo esplendor admirara, ¿de quién puede obtenerse sino de esa omnipotencia del hombre, encontrada de nuevo en los dioses de fabricación humana, más bien que en un Dios evanescente, jamás alcanzado, y menos aún asido, acaparado...? Para Jesús, "Dios es Dios"... Está más allá del hombre. El don que Él hace tiene la gratuidad de una generosidad suprema. Por eso no existe adoración legítima alguna, sea cual fuere la forma que adopte esa adoración, hacia manifestación alguna del hombre, sino únicamente hacia Dios. ¿Abstracción fácil? ¿Teoría gratuita? No, porque tras el escenario de las antiguas tentaciones de Israel, que Jesús rechaza con valor, más especialmente tras la última que las resume a todas, se oculta una realidad permanente que vivieron, a continuación de los padres del Éxodo, el entorno de Jesús y el propio Jesús, que viven los hombres de siempre y, entre ellos, en primer lugar, los discípulos de Jesús.

Detengámonos en estos últimos, ya que de ellos es, en definitiva de quien se trata, según hemos visto más arriba. Rechazando las tentaciones que se le proponían, Jesús supo vivir como "hijo de Dios", mostrarse "el Hijo de Dios". A ejemplo suyo, los cristianos, hijos de Dios, deben vivir de una manera acorde con su nueva naturaleza.

D/CONFIANZA: Como Jesús, los discípulos rechazan por lo tanto, exigir a Dios actos que no tendrían otra finalidad que la propia satisfacción si no ya la propia vanagloria. Conscientes de que Dios "sabe lo que necesitan" (6. 8), confían en su palabra, cuentan con su promesa, negándose a ligar su fe a la realización de sus deseos espontáneos. Al igual que Jesús, rehúsan poner a Dios entre la espada y la pared, o a dejarse llevar de un imperioso deseo de milagros que disimularía mal la propensión humana al espectáculo. Cuando en la Escritura leen la promesa divina, se niegan a torcer el texto en el sentido de sus ingenuas impaciencias, dedicándose, por el contrario, a esperar pacientemente la realización de las auténticas promesas con tanta gozosa esperanza como sosegada obstinación.

Lo mismo que Jesús, en fin, se niegan a buscar la realización universal del Reino de Dios, a "poseer la tierra", toda la tierra, a base de medios "diabólicos", que suponen la adoración de cuanto no es Dios. Medios humanos: financieros, políticos, sociales... todos pueden servir al Reino, pero ninguno puede ser el medio supremo íntegramente..., religiosamente aceptado.

En definitiva esa es la opción de Jesús y de los cristianos: entre Dios y lo que no es Dios. Dios, percibido a través de los signos y siempre más allá de esos signos, aunque sean los más elocuentes, los más necesarios...

Opción de otros tiempos... de siempre... de hoy.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 91


3.

Con una frase característica de la narración bíblica, Mt nos presenta a Jesús en una situación de tener que decidir. Se tienta a uno en sentido bíblico, cuando se le coloca en una situación en que deberá dar buena prueba de sí o decidirse o al menos manifestarse. El marco y las circunstancias de la tentación de Jesús recuerdan la pasada historia del pueblo de Israel. "Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, si guardas sus preceptos o no" (/Dt/08/02). Es muy probable que Mateo pensara en este texto al escribir el suyo, poniendo una vez más de manifiesto la matriz histórica en que Jesús se mueve y a la que da sentido y plenitud.

Las pruebas de Jesús son tres, todas ellas puntualmente superadas haciendo suyos sendos pasajes del Dt, el viejo libro que contiene la Constitución del Pueblo de Israel. Comentario: Considerado globalmente, el texto es un desafío a Jesús para que elija sus prioridades como libertador prometido por Dios, como Mesías.

En primer lugar está la tentación de construir la nueva sociedad mediante medios económicos, convirtiendo las piedras en panes. Había ciertamente abundancia de personas hambrientas en el mundo que habrían aceptado gustosas ese pan, viniera de donde viniera. Jesús mismo conoció sin duda las estrecheces y el hambre. Además, el A.T. había descrito a menudo la nueva sociedad como una época de gran prosperidad material en la que los hambrientos serían alimentados y las necesidades de cada uno serían satisfechas. Había por eso abundantes y buenas razones para que Jesús se interesase por ello. Una palabra de Dios al pueblo de Israel en un momento crucial de su pasada historia ayudó a Jesús a vencer la tentación: "no sólo de pan vive el hombre". No es que Jesús dejase de reconocer que el pueblo tenía necesidades económicas; más bien reconoció, por una parte, que no era ésta su más profunda necesidad y, por otra, que no era esto lo que Dios quería que fuera el objetivo principal de su obra. De hecho, Jesús proveyó posteriormente de alimento al pueblo hambriento. Pero sabía que ésta no debía ser la principal finalidad de su obra.

Una segunda tentación fue la de arrojarse abajo, sin hacerse daño, desde la torre del templo al concurrido atrio. Habría sido cosa fácil demostrar que era el Mesías obrando milagros, porque lo milagroso e insólito tenía y sigue teniendo un especial atractivo. También aquí había para esta tentación algo más que la simple lógica de la situación, pues existía efectivamente una profecía en el A.T. acerca del Mesías que aparecería de repente y de un modo dramático en el templo (Ml 3. 1-3). Había también una promesa en el salmo 91 que decía que Dios protegería a aquellos que le pusieran a prueba. ¿Y no era éste el momento de hacerlo? Si Jesús era realmente el Mesías, podía entonces con toda seguridad esperar que Dios cumpliera honorablemente sus promesas. Una idea muy seductora.

La respuesta a ella vino del mismo tiempo crucial de la pasada historia de Israel: "no pondrás a prueba al Señor tu Dios". El contexto de la promesa de Dios en el salmo 91 aclara que ésta era válida sólo para aquellos que vivían en obediencia a la voluntad divina. Y para Jesús hacer la voluntad de Dios significaba servicio y sufrimiento, y no el uso arbitrario de las promesas de Dios para sus propios fines personales y egoístas. Por eso rechazó la tentación de ser reconocido como el salvador prometido por Dios mediante un despliegue del poder de hacer milagros. Naturalmente que los obró, pero también dio a entender claramente que los milagros eran signos vivos de su mensaje: no eran el mensaje mismo.

MESIANISMO-POLITICO La tercera tentación consistía en ser un Mesías político. No cabe la menor duda de que ésta debió ser la tentación más fuerte. Después de todo, esto era precisamente lo que los judíos esperaban del Mesías. También creían comúnmente que ellos gobernarían a todas las demás naciones en la nueva era que iba a seguir, y Jesús fue tentado para que aceptase la autoridad de Satanás con el fin de conseguir el poder sobre el mundo. La idea apareció todavía más viva mediante una visión del esplendor de los reinos del mundo, pero Jesús se dio cuenta de nuevo de que esto era muy diferente de la nueva sociedad que tenía que inaugurar. No es que Jesús no sintiera simpatía por el profundo deseo de libertad que experimentaba su pueblo. Después de todo, Él mismo vivía bajo la tiranía de Roma. Había trabajado con sus propias manos para producir lo suficiente para pagar los impuestos romanos. Conocía muy bien la miserable condición de sus compatriotas, pero rechazó el mesianismo político por dos razones: primeramente rechazó las condiciones en que el demonio se lo ofrecía: compartir soberanía con él. Si Jesús aceptaba que el demonio tenía autoridad sobre el mundo, entonces se le otorgaría una autoridad política limitada a cambio. Esto era algo que Jesús no podía aceptar. Su propio compromiso, y el que exigió a sus seguidores, era exclusivamente con Dios, como soberano y señor. Reconocer el poder del demonio en cualquier área de la vida habría sido negar la suprema autoridad de Dios.

VD/IMPONERLA.Pero, además, a Jesús se le ofrecía la posibilidad de gobernar con la autoridad y la gloria de un imperio semejante al de los romanos. Y él sabía que ésta no era su misión. Sabía también que la ley de Dios nunca podía imponerse desde fuera en la vida de los hombres y en la sociedad. Si había una lección que aprender de la historia de su pueblo era ésta. Poseían todas las leyes del A.T., pero una y otra vez se habían mostrado totalmente incapaces de cumplirlas. Jesús veía que lo que los hombres necesitaban era entregar su voluntad y libre obediencia a Dios, y de este modo recibir la libertad moral para crear la clase de sociedad nueva que Dios quería que tuvieran.

Esta tercera tentación fue, ciertamente, la más fuerte y apremiante, y fue también rechazada del modo más decidido: "¡Apártate, Satanás!" Jesús no trataba de imponer un nuevo autoritarismo para reemplazar al viejo autoritarismo de Roma. Su nueva sociedad no iba a ser un gobierno tiránico y cruel como muchos judíos preveían, sino algo que brotaría de la nueva e íntima naturaleza de aquellos que formaban parte de ella, puesto que servían y adoraban a Dios únicamente.

ALBERTO BENITO
DABAR 1990/17


4.

Sentido del texto. El autor del evangelio cree en Jesús como el enviado de Dios en calidad de Hijo. Con esta convicción se ha puesto a escribir su evangelio. De esta convicción suya quiere hacer partícipes a unos lectores judíos. Estos estaban familiarizados con toda una literatura de la que resultaba una imagen concreta de enviado de Dios (Mesías). Mateo tiene que servirse de esta literatura si quiere que sus lectores le entiendan a la hora de decirles que Jesús es el Mesías.

Una creencia popular sobre el Mesías es que su llegada daría lugar a una gran lucha de la que él saldría victorioso. Esta creencia, con su escenografía, es lo que Mateo recoge, con la única finalidad de que sus lectores puedan entender quién es Jesús.

Pero al hacerlo corrige críticamente la imagen de Mesías que sus lectores tenían. Frente al ser radiante, frente al superhombre de la literatura de la que se sirve, Mateo presenta hoy un personaje -permítaseme la expresión- tozudamente humano. Comprobémoslo. Primer asalto (vs. 3-4). Si eres hijo de Dios. Respuesta: No sólo de pan vive el hombre. Tú quieres que sea Dios; yo te digo que soy hombre.

Segundo asalto (vs. 5-7). Si eres hijo de Dios. El enviará a sus ángeles. Respuesta: No tentarás al Señor tu Dios. Deja en paz a Dios; soy yo el llamado a solucionar mis problemas.

Tercer asalto (vs. 8-10). Dios soy yo. Respuesta: adorarás al Señor tu Dios. ¿Es que acaso piensas que mis anteriores críticas religiosas significan que yo no soy religioso y que no sé quien es el único Dios a quien hay que adorar?

DABAR 1981/17


5.

La tentación es experiencia permanente y universal. Todos los humanos fueron, son y serán tentados.

El primer Adán, tentado en el paraíso; el segundo, en el desierto. El primer Adán, tentado con la manzana de la ciencia y del poder; el segundo, con la manzana del consumo y de la gloria. El primer Adán, tentado para que sea Dios; el segundo, tentado para que no sea siervo.

Son las mismas tentaciones de todos los hombres y pueblos. La tentación de Israel en el desierto, la de la Iglesia en la historia. En el fondo es la desconfianza, la no dependencia, la autosuficiencia.

Es negarse a servir, negarse a morir, negarse a amar.

CARITAS
LA MAS URGENTE RECONVERSION
CUARESMA 1984.Pág. 14


6.

Las tentaciones de Jesús nos prueban, por una parte, que Jesús era hijo de Adán, con todas sus consecuencias. Sufrió las mismas tentaciones que el primer hombre y que todos los hombres. Pero, por el desarrollo de las tentaciones, sabemos que Jesús es algo nuevo. Dará una respuesta contraria a la de Adán. No se deja seducir por el diablo, porque su corazón se halla enteramente seducido por Dios. Ahí está el principio de la salvación. Las tentaciones de Jesús son paradigmáticas: son las tentaciones del pueblo de Dios por el desierto; son las tentaciones del hombre universal; son las tentaciones del tener, del poder y de la gloria. Son las tentaciones de la autosuficiencia y la independencia. Son las tentaciones de querer manipular a Dios, incluso de querer ser y vivir como Dios. La estructura de los cuarenta días en el desierto -un relato más bien simbólico- da origen a la Cuaresma cristiana.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 43