37 HOMILÍAS MÁS PARA ESTE DOMINGO
(1-8)

 

1. VIENE DIOS

Nos disponemos a celebrar el Adviento, tiempo en que los cristianos celebramos la venida de Dios, que eso es lo que significa la palabra. Son muchas las venidas de Dios: al final de las cosas, en cada momento en nuestra vida, y en esa venida especial de Jesús en la historia que celebramos el día de Navidad.

Adviento es un tiempo de esperanza y de alegría, de salvación. También de espera, de preparación y esfuerzo vigilante. Desde la fe parece claro, para un creyente, que viene Dios. Si miramos, en cambio, a nuestro entorno y a nuestra sociedad, esa venida de Dios se hace problemática: ¿de verdad viene Dios a nuestra sociedad?, ¿de verdad nuestro hombre de hoy busca a Dios? Estamos a las puertas del tercer milenio, y la venida de Dios no aparece muy clara en el horizonte actual. La revista "30 días" acaba de preguntar a tres teólogos sobre la fe y la Iglesia en los próximos diez años. Para el alemán Kasper, el proceso de descristianización, al menos en Europa va a seguir, no ha llegado aún a su término. El italiano Colombo señala, como síntomas alarmantes, la poca fidelidad al magisterio del Papa y de los Obispos y el desapego a la moral católica. Para el austriaco Schödorn, el fondo de la cuestión se reduce a saber si existe hoy la fe personal en Jesús, y la verdadera pregunta que la Iglesia tendrá que formularse, y todos nosotros, es la que Cristo dirigió a Pedro: ¿Me amas? Los que estamos en la brega de la pastoral diaria vemos la poca importancia que la mayoría de nuestros adultos, especialmente la llamada segunda juventud (veinte a treinta y cinco años), dan a la religión. Y lo difícil que está resultando la evangelización.

En el evangelio se nos pide vigilar y estar atentos a los signos de los tiempos. Tenemos que saber lo que pasa. Existen también signos positivos, pero una venida de Dios o un tiempo propicio para esta venida no están muy claros al empezar el tercer milenio.

EL TIEMPO DEL EVANGELIO

Tampoco en tiempo de Jesús el horizonte estaba claro. Las palabras de Jesús se dicen en Jerusalén, en el Templo. Aquel pueblo esperaba ciertamente la venida de Dios, pero equivocadamente: no iba a quedar piedra sobre piedra de aquel templo, lo más sagrado para aquel pueblo; ni su religiosidad tal como la vivían.

Es un tiempo apocalíptico: vemos desplomarse los cielos y la angustia y el miedo adueñarse del corazón del hombre. De acuerdo que es un modo de hablar, un cierto lenguaje; pero hoy sabemos que el lenguaje va unido a las formas de vida. Y aquí se está hablando de una forma desgarrada del fin de un lugar sagrado, del fin de una nación, del fin del hombre y del final de los tiempos. Y todo esto es una realidad histórica y existencial.

La venida de Dios en aquel momento histórico es la presencia de Jesús, que está siendo rechazado por la religión oficial que lo llevará a la muerte. Sorprendentemente, y estos son los caminos de Dios o la dialéctica de la fe, ahora está más cerca que nunca la venida de la salvación de Dios. El creyente tiene fe en que esto va a ser así, aunque el horizonte no aparezca muy despejado, como veíamos en nuestros días, en este momento histórico. Por eso la llamada de atención a que sepamos leer bien los signos de los tiempos y a estar despiertos o vigilantes, a tener cuidado para que ni el vino ni los agobios de la vida emboten nuestra mente.

Aquí habría que hacer un análisis de lo que en este momento está embotando concretamente nuestra mente.

TIEMPO DE SALVACIÓN

"Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación", dice el Evangelio. La salvación va unida a la venida en poder de este hombre, de Jesús.

Sin duda se alude aquí a la venida y salvación definitivas al final de los tiempos, aunque ese tiempo final se ha inaugurado ya con la presencia de Jesús. Es un todo unido: la venida de Jesús en un momento histórico, la venida por la fe en cada momento existencial, la Navidad que se acerca y la venida final. Aunque para nosotros todo gravita en torno a este momento que estamos viviendo, porque Dios ya está entre nosotros y lo definitivo ya ha comenzado: aquí y ahora es cuando se tiene que hacer realidad la venida de Dios.

Tres cosas, por lo tanto, a tener bien en cuenta:

-El Adviento de Dios para el hombre es Jesús.

-Esa venida tiene que ser una liberación, una salvación. Una liberación que se hace realidad en el aquí y ahora de nuestra existencia.

-En la dialéctica de la fe, en el lenguaje apocalíptico anuncia la esperanza y la alegría de la salvación cercana, más allá de las catástrofes. Si el hombre de hoy no tiene nada de qué salvarse, si no necesita de Dios, difícilmente lo buscará, y menos aún lo encontrará: la salvación de Dios tiene que incidir en la condición del hombre.

M. MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR/88/01


2.

OTRA VEZ ESPERANDO

Los cristianos estamos otra vez esperando. Comenzamos el tiempo que nos traerá al Mesías inaugurando un tiempo nuevo en un mundo nuevo. Tener esperanza es síntoma de vida. Sólo los muertos no esperan y a nuestro alrededor, cuando alguien no espera, es que ha decidido que su vida no merece la pena. Nada hay más angustioso que la desesperanza y nada más positivo y rejuvenecedor que esperar con ilusión un acontecimiento, todavía más si lo sabemos cercano y extraordinario.

En este pórtico del Adviento, Lucas, entre acentos que pueden parecer tremendistas, habla a los cristianos, dándoles un consejo. Y el consejo es éste: cuando parezca que todo se ha perdido y que hasta la naturaleza se desata incontroladamente, alzaos, levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.

Es precioso el consejo de Lucas y la forma de expresarlo. No se puede decir con mayor exactitud cuál debe ser la postura de un cristiano ante cualquier acontecimiento. Es una postura recia, adulta, de "cuerpo entero", alejada de cualquier estilo beato o melifluo, niñoide y simplista. Es la postura que adopta el hombre cuando está seguro de triunfar, y seguro está de eso San Lucas cuando, al indicar la postura, advierte: "está cerca vuestra liberación".

En esta liberación que se anuncia próxima está el secreto de la gallardía cristiana. Pero esta gallardía -que no petulancia- tiene un precio: hay que tener la mente despejada (no embotada, dice San Lucas) y hay que estar despierto. Dos condiciones sine qua non para captar la liberación que se acerca.

Tener la mente despejada, con el Evangelio en la mano, es tenerla vacía de todo cuanto habitualmente suele llenarla o, si no vacía, al menos no totalmente ocupada por todas esas realidades que tan bien conocemos y con tanto ahinco perseguimos. San Lucas enumera algunas de ellas de forma enumerativa y no exhaustiva: el vicio -amplísimo-, la bebida y el dinero. Todos sabemos el efecto que produce una mente embotada. Con ella es imposible discernir claramente el horizonte, se confunde los términos, se yerra al buscar soluciones.

Un hombre con la mente embotada es un auténtico incapaz. Un cristiano con la mente embotada, llena de todo eso que enumera San Lucas, es inútil que comience el Adviento, porque será incapaz de divisar el horizonte que se perfile al final de ese tiempo de espera.

Si el cristiano tiene la mente embotada, verá llegar la Navidad, cantará villancicos, montará el belén y seguirá perdido en los vapores de una niebla insalvable. Para un cristiano cuya mente esté ocupada por el vicio, el poder,la egolatría y el dinero, no hay esperanza consciente, porque no hay sitio para alimentarla. Podrá empezar el año litúrgico, asistir "tranquilamente" a Misa, soportar el "sermón" y dar la vuelta a todos los ciclos habidos y por haber, pero, si no arroja de su mente todas y cada una de las preocupaciones humanas que se han aposentado en ella, no esperará nada, ni entenderá nada, ni será capaz nunca de ser un hombre adulto que alce la cabeza ante los acontecimientos que surjan en su vida.

Y otra condición: estar despierto. La esperanza del cristiano, la que pide San Lucas en el Evangelio de hoy y la Iglesia quiere que tengamos en este primer domingo de Adviento, no es una esperanza quietista y piadosa, es una esperanza activa, como activa es la actitud habitual del hombre en la vida. En el orden humano nos convence el hombre que espera y actúa, porque es un hombre al que consideramos eficaz. No nos convence, por el contrario, el hombre que dice esperar algo mejor y no pone su esfuerzo para lograr el resultado que ambiciona. En la vida cristiana debe ser igual. Y aquí interesa insistir extraordinariamente, porque estamos rodeados de cristianos que esperamos al Señor durmiendo y es ésta la mejor manera de que cuando llegue ni siquiera nos enteremos de que ha venido; somos muchos los cristianos aletargados, piadosísimos e ineficaces, buenísimos e incapaces de transformar el mundo, ausentes de los acontecimientos históricos que nos toca vivir, incapaces de dar una respuesta adecuada a un problema, de resolver con agilidad una situación injusta, de hacer sentir, aunque sea ligeramente, el paso del Señor a nuestro paso.

Por eso, bienvenido de nuevo el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de remoción de obstáculos (será ésta una idea que se repetirá a través de todos los domingos de este ciclo), tiempo para ganar en madurez, para desterrar la modorra, para aprender a vivir de pie, con la cabeza levantada, barruntando la salvación que se acerca.

DABAR 1982, 1


3.

-"Mirad que llegan días...".

La palabra de Dios es aliento y esperanza. Y bien nos vienen hoy y siempre. Porque a veces andamos apesadumbrados y con la cabeza baja. La vida discurre irreversiblemente hacia adelante. No es posible echar marcha atrás, aunque no faltan intentos dolorosos.

Pero tampoco es posible detenerse, situarse, acomodarse, como vemos que muchos tratan de hacer. Piensan, porque están llenos de miedo y no de espíritu, que en estos momentos de confusión, de crisis, lo más seguro es lo de siempre, o sea, lo que ellos tienen. Pero ante el futuro que se avecina -estamos en adviento-, la única seguridad es la aventura y el riesgo de la fe. Porque la fe no es seguridad, sino confianza en la palabra de Dios, que es promesa de salvación.

En aquel tiempo, casi seis siglos antes de Cristo, el pueblo de Dios estaba consternado y abatido. La amarga experiencia de tantos años en el destierro y la desilusión al volver a Jerusalén y encontrarla destruida y asolada, los sumió en la desesperación y favoreció la nostalgia de restaurar el pasado glorioso de David. El profeta los saca de la ilusión nostálgica y los anima hacia adelante. No habrá restauración. El hijo de David, Jesús, inaugurará el reino de Dios.

-"Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas".

En una situación análoga, Jesús conforta a sus discípulos. Están abatidos, cabizbajos y mudos por el anuncio de la pasión y la destrucción del templo. Jesús les invita a mirar con serenidad y confianza el futuro: "Habrá señales...". El lenguaje apocalíptico, en que nos llega el mensaje de este evangelio, refleja claramente el estado de ánimo de los evangelistas tras la destrucción de Jerusalén. Pero entre este ropaje de horror y confusión emerge como un rayo de luz el anuncio de la buena noticia. Porque el evangelio de hoy, hermanos, no es el anuncio de un cataclismo o de una conflagración cósmica, sino una llamada a la esperanza a pesar de todo. Aunque ese todo sea una situación mundial tan caótica y desalentadora como la de hoy. Este evangelio, que hemos escuchado, no es una amenaza contra la humanidad, sino una invitación a la esperanza dirigida a todos los hombres.

-"Alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".

Hoy podemos entender muy bien el mensaje de este evangelio. Porque también a nosotros nos toca vivir tiempos aciagos y difíciles, como los tiempos en que se escribió el evangelio. Hay señales de desolación y de desesperanza como las guerras, el hambre en el mundo, el paro, el subdesarrollo de la mayoría, la pobreza, el terrorismo, el sida, la droga... Demasiadas señales de injusticia. Pero también hay señales para la esperanza.

Gestos de solidaridad, de cooperación, de preocupación y lucha por la justicia y la paz, muchas señales positivas. De modo que hoy podemos entender el anuncio del fin de un mundo injusto y cruel, como el que conocemos, y esperar con ilusión el alumbramiento de un nuevo mundo, más justo, más humano, más hermoso y en paz para todos, como todos deseamos. Y ése es el mensaje del evangelio.

-"Estad siempre despiertos... y manteneos en pie".

Pero ese mundo que no nos gusta y denunciamos es el mundo que tenemos que cambiar. Y ese mundo que soñamos y queremos es el que tenemos que hacer. La promesa de Dios no es un pretexto para cruzarnos de brazos y desentendernos de todo, esperando presuntuosamente que Dios lo haga todo. Al contrario, el evangelio es una invitación a la esperanza y a la acción responsable. El reino de Dios que se anuncia es el reino que Jesús dijo estar ya dentro de nosotros./Lc/17/21.

Porque dentro de nosotros ha puesto Dios la razón, la imaginación y la buena voluntad, capaces de cambiar el mundo de arriba a abajo. Lo que hace falta es que el reino de Dios, escondido en nosotros, aflore al exterior en obras de justicia, de solidaridad y de paz, y no de explotación, de dominación y de violencia.

La buena noticia de un futuro feliz nos debe poner en actitud de vigilancia y de responsabilidad, en adviento. Porque somos responsables del presente y del futuro, de nuestra vida y de la de nuestros hijos. Por eso tenemos que ocuparnos y preocuparnos para que todo discurra de modo que se alumbre el mundo que deseamos. Pero es también el evangelio una llamada a la confianza, para que desterremos todo temor y la obsesión por el futuro. No sea que, obsesionados por el porvenir, sofoquemos los gestos de solidaridad y cooperación con los demás o caigamos en la tentación derrotista, entregándonos al vino, a la droga, a disfrutar de nuestro propio bienestar, indiferentes ante la suerte de los demás.

-"Que el Señor os colme y haga rebosar de amor mutuo".

Una última tentación que debemos evitar es la impaciencia que conduce al radicalismo. No nos toca a nosotros decidir el tiempo del reino de Dios, sino trabajar para que venga ese reino. Y trabajar con perseverancia y con paciencia. Ya entre los primeros cristianos se dieron casos de impaciencia. Unos, deseando que el reino llegase ya, se desentendían de todo. Otros, pensando que se retrasaba demasiado, se volvían violentos y agrios con sus hermanos. Pablo escribe a estos cristianos de Tesalónica, llamándoles al orden, a la responsabilidad y al amor mutuo. Es lo menos que podemos hacer, mientras esperamos y luchamos por un mundo nuevo: cumplir el mandamiento primordial del amor mutuo.

Ese es nuestro santo y seña, nuestro testimonio como cristianos. Eso es lo que expresamos y celebramos en la eucaristía, memoria del Señor y espera gozosa y anticipada de su vuelta en poder y gloria.

EUCARISTÍA 1988, 56


4.

-Verán al hijo del Hombre venir en poder y gloria.

Según el testimonio de todo el Nuevo Testamento, pertenece a la actitud fundamental del cristiano estar orientado hacia adelante: al Señor que ha de venir en poder y majestad. El cristiano cree y confiesa que el perfeccionamiento definitivo comenzado con la vida y obra de Jesús se ha de llevar a cabo cuando él vuelva. Lucas es el evangelista sinóptico que menos participa de esa visión cósmica de los acontecimientos finales; aunque también hable de la remoción y renovación del mundo, del universo, pone el acento principal de su anuncio en la orientación de la vida hacia la llegada de Cristo. Todo creyente tiene que ser examinado a la luz de la persona de Jesucristo, y feliz aquél que pueda mantenerse ante su mirada. Vivir orientado a este fin, vivir con la mirada puesta en el Señor... quiere decir para San Lucas vivir cristianamente. De todo esto se desprende que, cuando escuchamos su evangelio, las cuestiones sobre el cómo y el cuándo de los acontecimientos han de ser trasladadas a un segundo rango.

-Cuando esto suceda, levantad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Vivir orientados al Señor y Juez no es para Lucas un asunto oprimente, temible, de continuo cansancio o que produzca angustia. El evangelista está convencido de que una vida así merece la pena, pues sabe lo que Cristo regala al hombre con su venida, con su muerte y su resurrección, con su palabra y su ejemplo: vivir de la forma que él ha vivido el ser hombre nos libera de vagar perdidos, de estar atrapados por las fuerzas dominantes de este mundo pasajero y encontramos una visión razonable, con sentido, del porvenir; encontramos esperanza en un futuro feliz, que nos acerca a un Dios abierto absolutamente al amor.

Creyendo así, el cristiano alcanza la convicción de que el mundo y la existencia tienen futuro deseable, y en él, posibilidad de realización. De aquí que tener conciencia sobre la segura venida del Juez y Señor se convierte en motor poderoso de vida: fuerza y alegría.

-Estad pues, siempre despiertos y manteneos firmes.

Vivir orientados hacia el final del tiempo, según Lucas, significa, por último, atenerse a las palabras de Jesús y actuar según su ejemplo. Más en concreto, una vida así se desarrolla por medio de la oración confiada -personal y comunitaria- en unión con Cristo y en el amor fraterno, en especial en el amor activo con los que sufren y los desfavorecidos; compartiendo las posesiones con los que carecen de lo necesario, llevando una vida sobria y manteniendo una distancia crítica respecto a las preocupaciones cotidianas que en tantos casos esclavizan al hombre, enturbiándole la mirada para captar lo esencial.

La cualidad de la vida como algo pasajero, las grandes catástrofes (hasta de estilo cósmico), la muerte... indican al cristiano precisamente lo inseguro de esta existencia, su imprevisibilidad en lo que toca a lo terreno.

Quien desee poder permanecer firmemente en pie ante la venida del Señor ha de vivir atento al futuro, como aquél que pudo ser pillado por sorpresa; sólo así se puede vivir como ser libre y humano. Porque sólo la Palabra del Señor, que afinca sus raíces en el hombre, es capaz de hacer de éste un auténtico hombre.

EUCARISTÍA 1985, 55


5.

El adviento: Vuelve el adviento como todos los años. Y después de cuatro domingos, como todos los años, volverá navidad. Se nos ha dicho que adviento es un tiempo litúrgico de preparación para navidad, y que ésta es una fiesta en la que los cristianos recordamos y celebramos el nacimiento de Jesús en Belén. De modo que -podría pensarse- con este primer domingo de adviento entramos en un tiempo de preparación para recordar... ¿Qué sentido tiene esto y cuál es su importancia? Un tiempo para recordar el pasado o para prepararse a recordar el pasado parece un tiempo perdido. Y si la preocupación de los cristianos es revivir el pasado o vivir para el pasado, ¿no huirán así del presente y se despreocuparán de la realidad de la vida? Los que viven en el adviento y, en general, en el año litúrgico, ¿no viven en la ficción? Pues hacen como si vivieran, esperan como si esperaran el nacimiento de Jesús, asisten a la "misa del gallo" como si asistieran al nacimiento de Jesús en Belén. Por tanto, los que viven de esta manera el adviento no viven de verdad, ni esperan de verdad, ni asisten a nada, porque todo lo que hacen en el recuerdo, porque Jesús que nació (y padeció y murió bajo el poder de Poncio Pilato) en aquel tiempo ya no vuelve a nacer en este mundo como entonces. Vivir así la liturgia o en la liturgia, recordando sólo el pasado, es vivir en la ensoñación.LITURGIA/HOY Sin embargo, el adviento podemos entenderlo de otra manera, hacia delante. De hecho las lecturas bíblicas no relatan sólo lo que ya sucedió, sino que nos anuncia también lo que está por ver y por venir, la promesa pendiente: Jesús, el que ya vino, es el Señor que ha prometido volver sobre las nubes del cielo con poder y majestad. Con todo, no se evita tampoco el peligro de una huida hacia delante para despreocuparse del presente. Celebrar ya la venida del que aún ha de venir, prepararse sólo para la navidad y entender ésta como si fuera el advenimiento del que ha de venir al final de los tiempos, seria situarse indebida y engañosamente en ese final feliz.

¿Cabe otro modo de entenderse y vivir el adviento? "Estad siempre despiertos": Entre la memoria de lo que ya fue y la anticipación de lo que ha de venir, el cristiano vive en este mundo que pasa, vive en el presente o no vive en absoluto. Vivir en el presente es vivir despiertos, conociendo la tierra que uno pisa, aceptando la dureza de los tiempos, soportando el peso de cada día, de todos los días, sin tratar de huir del calendario para refugiarse en el "año litúrgico". Esto no quiere decir que la liturgia no tenga sentido, sino que el sentido de la liturgia cristiana es el sentido de la vida cuando los cristianos viven de verdad y no sólo litúrgicamente o en los ritos.

Queremos decir que la fe se realiza en las obras, que la esperanza se actualiza en la transformación de este mundo, que el amor a Dios se hace realidad palpable cuando abrazamos al pobre y construimos la fraternidad. Y aunque la fe sea más que sus obras y la esperanza y la caridad más que sus realizaciones concretas, ni la fe, ni la esperanza, ni la caridad son nada sin estas mediaciones, sin estas realizaciones. Sin ellas la liturgia se convierte en un engaño y no acontece nada para nosotros, nada que pueda salvarnos. Hay quienes se embotan la mente con el vicio, con la bebida o la preocupación del dinero. Pero también los hay que pueden embotarse con muchos rezos, si estos rezos no son más que un pretexto para ocultar ante sus ojos y ante los ojos de los demás la vida que llevan.

"Manteneos en pie ante el Hijo del Hombre": Más que un tiempo litúrgico, para el que vive despierto y realiza las obras de la fe, el adviento es una actitud permanente y su forma de vida, la forma cristiana de vivir: "en pie ante el Hijo el Hombre". En pie, aquí, con los pies sobre el suelo y las manos en la masa de este mundo, pero alzando la cabeza ante la salvación que se acerca. El cristiano vive en la pascua, o en el trance, o en el paso hacia el reinado de Dios.

En esta vida experimenta el creyente que el Señor se acerca sobre las nubes. Cuando no se deja dominar por los poderes de este mundo, el Señor viene sobre las nubes, sobre las fuerzas y potestades; cuando superando sus prejuicios cree en la verdad siempre mayor, el Señor aparece o se manifiesta sobre las nubes; cuando abandona sus intereses egoístas y abraza a los otros como hermanos, comparece ante el Hijo del Hombre, que es el Otro de todos nosotros y el hermano universal; y cuando, sobreponiéndose a todas las dificultades, espera contra toda esperanza, incluso a pesar de la muerte y en su propia muerte, el Señor que vive se acerca ya sobre las nubes. Porque el Señor que ha prometido venir ya está viniendo.

EUCARISTÍA 1982, 54


6.

MENSAJE GOZOSO: LA SALVACIÓN, LA LIBERACIÓN

Una primera dirección de las lecturas (y por tanto de la homilía) es que Dios nos quiere salvar, que se acerca a nuestra historia para liberarnos de todo mal. Ya en la primera lectura se han dicho para Israel, en circunstancias muy desgraciadas de su historia, palabras de optimismo: Dios suscitará un vástago nuevo en ese tronco viejo que es Israel y que parece estéril. Dios quiere salvar, porque es fiel a sus promesas. La salvación siempre viene de El: no de nuestros méritos. El salmo nos invita también a levantar nuestro ánimo, porque el Señor es bueno y sus caminos son de misericordia y lealtad.

Pero sobre todo es el evangelio el que, a pesar de que al principio su lenguaje parece catastrófico y terrible, nos ha anunciado que ese Dios todopoderoso, Señor de la historia y del cosmos, nos quiere salvar: "levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". No hay mejor noticia que esta que nos trae el Adviento y la Navidad: que Dios viene de nuevo a nuestra historia, enviándonos a su Hijo, porque quiere renovarnos y liberarnos de todo mal. Por pobre que sea nuestra historia personal o comunitaria, hoy nos alcanza la buena noticia de la salvación de Dios en Cristo Jesús. Palabra de esperanza. ¿Parece un tronco seco la Iglesia o la sociedad o nuestra comunidad? Pues Dios nos asegura que tiene todavía vida. ¿Estamos personalmente en la angustia del destierro? Pues Dios nos anuncia la alegría de la liberación.

Todo lo viejo que hay en nosotros o en el mundo o en la Iglesia, todo lo que hay de cansancio y desilusión, queda superado por esta invitación a levantar la cabeza, porque ese Dios que en Cristo se acercó a nosotros y que vendrá también al final de los tiempos, es siempre el Dios-con-nosotros: y de una manera especial, sacramental, en esta Navidad de 19.. que ya empezamos a celebrar con la preparación del Adviento.

UN PROGRAMA SERIO DE CAMBIO

Pero no hay nada más exigente que una buena noticia, sobre todo cuando es noticia de amor y fidelidad. Y hoy, junto al anuncio gozoso, las lecturas nos ofrecen un programa serio.

La lectura de Jeremías hablaba de justicia y derecho. El salmo pedía: "enséñame tus caminos". Y Pablo nos ha dicho que la manera de prepararnos a la venida de Dios a nuestras vidas es rebosar en el amor mutuo y ser "santos e irreprensibles" ante Dios. No se trata de saber mucho o realizar grandes obras: lo que debemos hacer es amar mucho, y procurar agradar a Dios con nuestra vida.

Esto es lo que da profundidad a nuestra Navidad de este año y a nuestra marcha hacia el encuentro definitivo con ese Jesús que, además de nuestro Maestro y compañero de camino, será también nuestro Juez al final de la carrera.

El evangelio de Lucas es una llamada a la vigilancia, a estar de pie, despiertos, ante el Señor que viene a cambiar el mundo. Sin dejarnos embotar la cabeza por mil cuidados superfluos y valores no importantes. Es una llamada que puede resultar incómoda, porque nos hace despertar y nos pide una atención más coherente hacia los valores primarios que Dios quiere que apreciemos más.

Con una mirada hacia adelante -el Adviento y Navidad, más que historia, son un programa y una marcha- somos invitados a salir al encuentro del que viene a salvarnos, con una actitud dinámica por nuestra parte.

Es un mensaje que, concretado en cada homilía con alusiones más adaptadas, pueden entender muy bien los niños y los jóvenes, los sacerdotes y los laicos, los religiosos y los casados. Convocatoria al Adviento-Navidad para no quedar anquilosados y estériles, satisfechos y dormidos, sino abiertos a ese Cristo Jesús que siempre viene a nuestras vidas para ofrecernos su fuerza para nuestro camino y para nuestra lucha contra el mal.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 23


7.

* LA VENIDA DEL SEÑOR NO ES UN HECHO TERRORÍFICO SINO LIBERADOR.

Esta es, quizás, una de las características de la presentación del Día del Señor tal como nos lo ofrece el Evangelio de Lucas.

Aunque no deja de aludir a los aspectos terribles de la parusía ("los hombres quedarán sin aliento por el miedo ante lo que se le viene encima al mundo"), sin embargo insiste más en la actitud de confianza esperanzada ("cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación"). Lucas contempla la venida de Cristo al fin de los tiempos no primariamente como una destrucción del mundo, sino como una liberación de los elegidos, de acuerdo con la visión profética de Jeremías (1.lectura):"en aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos", y de acuerdo también con las palabras de san Pablo a los de Tesalónica (2. lectura): "que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre".

* LA LIBERACIÓN FINAL EMPIEZA A SER REALIDAD YA AHORA. EP/TAREA PARUSIA/COMPROMISO:

Otra característica del verdadero escatologismo cristiano, como se desprende de las lecturas de hoy, es que esto que llamamos Venida de Cristo, Parusía, Día del Señor, no es únicamente una realidad futura, sino que está presente, en la fe, la esperanza y el amor de los cristianos, ya ahora y aquí. Contra quienes creen que la realidad escatológica va a irrumpir como una rotura total con el tiempo presente (visión apocalíptica), y contra quienes piensan que la escatología no es sino el fruto espontáneo de la actividad terrenal del hombre (visión naturalista), el cristiano afirma que, aunque el perfeccionamiento final del mundo y del hombre es un don gratuito e inmerecido, no obstante esto exige y supone la colaboración de los hombres y su tarea en el mundo y en la historia. Por eso dice San Pablo que, mientras esperamos al Señor, debemos actuar sin desfallecer: "habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante". La esperanza de la parusía no es ninguna actitud paralizadora del dinamismo de los cristianos en medio del mundo y de la historia. Al contrario, la liberación total y definitiva, fruto de la gracia de Dios, empieza a realizarse ya ahora, también como fruto de la tarea de los hombres, en todas aquellas iniciativas y acciones que suponen pequeñas o grandes conquistas de una mayor libertad individual y colectiva.

* LA ORACIÓN VIGILANTE, ACTITUD BÁSICA DEL CRISTIANO.

Pero lo que acabamos de decir no significa que la actitud fundamental del cristiano deba ser una especie de activismo impaciente y quizás angustiado. El evangelio nos exhorta a la vigilancia y a la oración: "Tened cuidado... Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre". Una oración vigilante, que, según el mismo texto evangélico debe ir acompañada de una actitud ascética ("no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero"), y de una práctica convencida de la caridad, según la 2. lectura: "Hermanos, que el Señor colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos".

ORACIÓN, ASCESIS, CARIDAD: tres actividades propias del tiempo de Adviento y propias de toda la existencia cristiana, que, al fin y al cabo no es sino un continuo adviento, que nos hace esperar con confianza al Señor que vino, que viene y que vendrá.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1979, 22


8.

Habrá terremotos e incendios, sequías e inundaciones, guerras territoriales y amenaza nuclear; cáncer y SIDA; accidentes aéreos, de ferrocarril y de carretera; mendicidad y paro.

Habrá crisis en la familia: divorcio e hijos que se marchan de casa; y muchos dirán que la familia no tiene futuro. Habrá terrorismo y aborto. Habrá falta de razones para luchar, para vivir y para morir; y muchos, para olvidarse de la vida, se adormecerán con fútbol o quinielas, con fines de semana o con vacaciones en el mar, con marihuana, televisión, alcohol o heroína,...

Cuando veáis todo esto, levantaos; alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Porque mirad que llegan días-oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. Adviento. Expectación. Expectativas de un Salvador. ¿Qué persona, qué tiempo, qué situación no lo necesita? ¿Quién no lo busca? ¿Quién lo encuentra? No es el Adviento un paréntesis en la vida de la Iglesia. Es celebración festiva en la Iglesia y anuncio jubiloso al mundo del Don gratificante que el Señor regala a cuantos creen en El: la Esperanza.

Es la llamada de los derrotados por la historia; a los que tropezaron mil veces y ya no sienten deseos de seguir caminando; a los matrimonios que vieron naufragar su amor primero; a los ilusos desengañados; a los pasotas; a los del desencanto; a los acomplejados de cada día -"esto no es para mí"- por su presunta falta de cualidades o por su reiterada caída en el pecado. Es la llamada a los torpemente aburguesados que no ven más horizonte que el butacón, el whisky y la tele...

¡Animo, que viene el Reino de Dios! ¿Sabes que son posibles la luz, la paz, la reconciliación y vida? ¿Sabes que Dios anuncia -a ti, pecador- un tiempo de perdón de los pecados? ¿Conoces la Noticia de que los hombres, ciegos van a ver más allá de sus narices? ¿Y que los sordos pueden comenzar a escuchar a sus hermanos, e incluso una Palabra que nos viene de Dios? ¿Y que tanto mudo como abunda va a poder expresarse con libertad ante los hombres y proclamar además las grandezas de Dios? ¿Te has enterado de que los paralíticos pueden levantarse de la poltrona y ponerse en camino, con un Pueblo, hacia metas infinitas? ¿Sabes que tanto viejo prematuro, dedicado a zancadillear toda nueva esperanza, va a ser invitado a vivir en comunión con la Novedad?

¿Puedes creerte que vamos a hablar de la vida, aunque soplen vientos de aborto, de terrorismo y de penas de muerte? ¿Y que vamos a seguir afirmando el amor eterno cuando el divorcio se inculturiza hasta en los jóvenes enamorados? Hay que proclamarlo con fuerza y con alegría. Aunque chirríen las culturas ambientales. ¡Jesús es el Señor! Aunque te llamen qué sé yo si carca, iluso o izquierdoso.

Será lúcido saber el contexto de las palabras de Jeremías: El Pueblo de Dios decepcionado por los reyes históricos. Pero sería torpe hacer historicismo e ignorar que la Palabra es eterna, y que, proclamada en la Comunidad cristiana, se torna acontecimiento actual: Dios anuncia salvación y liberación real en medio del desencanto o del pasotismo.

Hará bien el predicador en anunciar un final para el mundo: o una transformación radical y definitiva, a la que por gracia de Dios estamos abocados. Pero sería torpe hacer futurismo, ignorando a tantos hombres que ven hoy cómo el mundo se les hunde bajo los pies. Sería ingenuo hablar de catástrofes futuras y no escuchar el catastrofismo que se escucha a nuestro alrededor.

Es importante anunciar a Jesucristo ilusionados. Que la luz fascinante de los valores del Reino -fe, esperanza, amor, perdón, justicia, libertad, alegría, fortaleza,...- no nos oculte la presencia del Único que tiene poder de engendrarlos. Estamos esperando su presencia salvadora. Sin Jesús, los valores se quedan en utopías.

Que los creyentes bendigan, aclamen y glorifiquen a Dios por la Esperanza que les suscitó en Cristo. Que los incrédulos de todo tipo, desde los ateos radicales hasta los que tienen herida la esperanza por cualquier causa, sean llamados a la Conversión, a la Resurrección, a la Vida. Nuestro Dios viene en persona y nos salvará.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 13