37 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DE ADVIENTO

(1-8)

 

1. M/IMAGEN-I  AT/NT/RELACION  M/VISITACION 

El evangelio de la Visitación es, en primer lugar, una reflexión sobre la Iglesia. La Iglesia, indudablemente, no está aún fundada; no lo será sino más tarde. Pero aquí está representada, "simbolizada", en cierto modo, por María. La situación de María, que lleva en su seno al Señor, dice la de la comunidad cristiana que lleva también en sí misma a su Señor. El gesto de María yendo a comunicar la maravillosa noticia que ha recibido, define perfectamente el comportamiento que debe ser propio de la Iglesia: una comunidad ansiosa por comunicar la Buena Noticia de la que ella es la primera beneficiaria.

Frente a María-Iglesia, está el pueblo del Antiguo Testamento, representado por Zacarías e Isabel. María es joven, ágil -se ha dirigido aprisa a la región de su prima, con un ardor juvenil comparable al entusiasmo de que da prueba; en tiempos de Lucas, la joven comunidad cristiana que se apresura hacia los confines del mundo para llevar hasta allí la buena noticia del misterio que porta en sí misma-; Isabel y Zacarías son ancianos, María es quien va a visitarlos; ellos no pueden -y eso es ya maravilloso- más que acogerla; ellos no saben -más maravilloso todavía- sino decir quién es María y quién es el niño que aún oculta.

Zacarías e Isabel formaban un matrimonio estéril; desde hacía mucho, vivían con un deseo que parecía no poder llegar a cumplirse. ¿No es un esclarecimiento de lo sucedido en el Antiguo Testamento? Esa larga y patética historia de una espera apasionadamente mantenida habría de parecer a muchos una expectativa próxima al fracaso. Pero he aquí que el deseo de los padres va a verse cumplido; el niño que tan largamente habían esperado está para llegar. Es ciertamente el signo de que la Antigua Alianza toca a su fin; el que va a renovarla está ya cerca. Pero lo mismo que Isabel se interesa más de momento por el niño que está en María que por el que lleva en sí misma, así la comunidad de la Antigua Alianza ya no debe interesarse sino por el que va a venir que sobrepuja cuanto ella hubiera podido imaginar o concebir: ¿no es "el Señor"? No es que el Antiguo Testamento haya perdido todo significado. El hijo de Isabel tiene una misión; será, es ya, aquel de quien el Espíritu hace un profeta encargado de mostrar a Jesucristo ante los hombres. Esa era y esa continúa siendo la misión del antiguo tiempo bíblico y de su esfuerzo religioso: llevar a los hombres a Jesucristo.

Ante una intervención de Dios tan maravillosa como inesperada, el Antiguo Testamento enmudece. Enmudece... a la manera de Zacarías, testigo de un acontecimiento que supera sus facultades de acogida, de confianza, de fe, y a quien su incapacidad para creer, para entender, ha dejado mudo.

Pero si el antiguo Israel debe permanecer silencioso ante las maravillas que le desconciertan y que no se atreve a creer, debe también dar cumplimiento a su misión de hablar. En nuestro relato de la Visitación, el Antiguo Testamento habla; habla con las palabras de Isabel y a través de los saltos de alegría significativos de Juan, reanudación de aquella febril agitación de los profetas antiguos. Lo que madre e hijo dicen a todo Israel es la presencia de Aquel que era el objeto de su más lejana esperanza, "su Señor".

Junto a esta mujer que grita una formula de alegría, junto al niño que profetiza silenciosamente, junto a Zacarías encerrado o en su mutismo, María tiene otra actitud. Ella canta ampliamente las maravillas de Dios. Lo que Israel percibía débilmente, la Iglesia lo conoce con mayor amplitud; por eso puede componer el salmo que canta como es debido "las maravillas" que Dios ha hecho.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 68


2. M/OBLATIVA.

En el evangelio, el episodio de la encarnación (revelación de la vocación de la Virgen), se une inmediatamente con la visitación (conciencia de la misión). La Virgen no se entretiene en complacerse en lo que le ha sucedido. Se pone de pie inmediatamente, dispuesta a partir.

Después de dejarse encontrar por Dios, va a buscar a alguien. Su "llamada" es tal que no la deja cerrada en casa, sino que la pone en la carretera. La partida es la consecuencia lógica de la obediencia. "María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad...".

Esta imagen de la Virgen que camina aprisa por vericuetos me ha fascinado siempre. Esos pasos expresan conocimiento, decisión, coraje, alegría de un anuncio. Lleva dentro de sí un misterio. Un misterio consumado en la profundidad de su ser. Y que ahora se celebra al aire libre, en los caminos de los hombres. Dentro de poco el silencio estallará en canto. Y la Palabra se hará fuerza perturbadora. Ella ha respondido a las esperanzas de Dios. Ahora está dispuesta a responder a las esperanzas de los hombres.

El acontecimiento que se ha verificado dentro de ella, se hace mensaje, noticia que se difunde. Dios se ha hecho Emmanuel, o sea el "Dios con nosotros", porque aquella muchacha ha querido estar presente en el encuentro con él (el encuentro es, precisamente, disponibilidad para estar con...). Dios vuelve a decir sí al mundo, porque María ha salvado tantas negativas con su sí decisivo. Por eso camina de prisa. Su paso no es ciertamente el de quien sigue un entierro. Es el paso de quien anuncia el nacimiento de los "tiempos nuevos". Y ella no es espectadora, sino protagonista junto con el Espíritu. Ella es de verdad la que "atisba la aurora". Quisiera decir más: hace la aurora.

Gracias a los pasos de la Virgen, Jesús está en camino, antes aún de nacer, por los caminos del mundo. Gracias a María, que afronta un sendero intransitable, Cristo acude adonde hay una necesidad, va hacia los hombres. Dentro de poco, veremos en los evangelios a un Cristo continuamente en movimiento, "itinerante". Pero no olvidemos que Cristo ha comenzado a ser itinerante ya en el seno de su madre.

No me gustan ciertas Vírgenes que tienen al niño apretado junto a su pecho. Parece que tienen miedo a que alguien se lo lleve, o también a que lo toquen solamente. Las llamo "Vírgenes acaparadoras". Esos artistas no han entendido nada de la actitud fundamental de María. Que es oblativa, no acaparadora. Personalmente tengo sobre la mesa una pequeña imagen que me regalaron las Hermanitas del hermano Carlos de Foucauld. La Virgen está inclinada hacia adelante y sus manos sostienen al niño como una patena, para ofrecerlo. Por su parte, el niño, sonriente, parece escapar de las manos de la madre, tiende los brazos como buscando otros infinitos brazos que lo reciban. Me atrevería a decir que, tanto en la Virgen como en el niño, se advierte una especie de impaciencia. La impaciencia del don. Desde la visitación, María deja entrever esta impaciencia. Es consciente de que el Hijo no le pertenece. Está destinado a los otros. Es un don de Dios ofrecido a todos. Y ella, antes de darlo a luz, lo lleva a los destinatarios legítimos. Lo lleva hacia los hombres.

La visitación expresa un dinamismo de participación, la alegría de compartir, no la actitud celosa de quien retiene, guarda para sí un tesoro. La Virgen -para usar una expresión clásica- es una custodia. Pero una custodia que camina. No una custodia que se mantiene a distancia. Al contrario, anula las distancias. Como no me gustan las Vírgenes acaparadoras, cuyo abrazo parece ahogar y oprimir al Hijo, también me fastidian ciertos cristianos y ciertos grupos que dan la impresión de considerar a Cristo como su propiedad privada, y al cristianismo un asunto "reservado", de su exclusiva competencia.

Existe un individualismo (¡también comunitario¡) que representa lo contrario de la lógica de la visitación.

M/FE. "¡Feliz la que ha creído¿...". Isabel inventa la bienaventuranza más adaptada a su huésped. Capta la verdadera grandeza de María. La Virgen es la que ha creído. O sea, se ha adherido a otro, se ha fiado de otro, se ha dejado llevar por otro. No ha aceptado un elenco de proposiciones, una serie de verdades, una doctrina. Se ha aferrado a una palabra, una palabra desnuda, despojada, que no le ha suministrado seguridades, no ha exhibido pruebas convincentes, pero le ha puesto en camino, la ha lanzado a lo largo de un itinerario impensado, y todavía por descubrir, le ha abierto lo imprevisible. María ha creído "las cosas que le fueron dichas de parte del Señor".

Tener fe, en el fondo, significa que Dios mantiene la palabra. La Virgen no es una criatura que sabe, sino una criatura que cree. No se siente a salvo, equipada de garantías. Se fía, no pide informaciones. No posee, por anticipado, las respuestas a todos los interrogantes. Apuesta, más bien, por Dios que no defrauda cuando una persona desmonta las propias defensas, se entrega totalmente a él. Sí, la fe. Es sólo la fe la que puede traer a Dios a un mundo que parece haberlo excluido. El cristiano, gracias a la fe, debe ser, como la Virgen, "teóforo", esto es, portador de Dios en el mundo de la ausencia.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 21


3. I/BELEN 

¿Cómo encontrarme hoy con Jesús? ¿De verdad que está vivo? ¿Cómo contemplar su gloria? Pesando en un balanza las dificultades, no sé yo cuál vencería; si la de sus contemporáneos para ver en Jesús a Dios, o la de los modernos para encontrar en la Iglesia a Jesucristo.

"Tú, Belén, pequeña entre las aldeas de Judá; de ti saldrá el Jefe de Israel". ¿Por qué Belén? ¿Por qué el vientre joven de una nazarena? ¿Por qué el pesebre, el refugio en Egipto y la Cruz del Calvario? ¿Y de Nazaret puede salir algo que merezca la pena? ¿Y el joven Jesús, que ni es doctor, ni sacerdote, ni siquiera fariseo? ¿Por qué este hombre poco ejemplar -dicen- que no es asceta sino que come y bebe, que deja a su madre viuda en casa para irse de profeta por esos mundos de Dios, que alterna con publicanos, vendidos al poder y al dinero, que pasa los fines de semana en la finca de Lázaro, que se mezcla con pecadores ignorantes, con leprosos y con gente de mal vivir? No te engañes, hermano, no sueñes. Abre los ojos y aterriza en la verdad. No busques a Jesús en tu imaginación, ni a su Iglesia en Olimpos de perfección. El Verbo se hace hombre con todas las consecuencias, excepto el pecado: niño, fugitivo, artesano, sudoroso, fatigado, decepcionado, fracasado, crucificado. Y Jesús se elige un Pueblo como el pescador que echa las redes en el mar del mundo: sale de todo. Y si algo tendrán que proclamar los apóstoles primeros y los de hoy, es el perdón de los pecados.

¿Dónde encontrar hoy a Jesús? Tendrás que ir a Belán, aunque te resulte humillante, "pequeña entre las aldeas". Tendrás que ir a la Iglesia cargada de sombras. Y no esperes tropezar con espíritus angelicales; más probablemente con un cura pecador y con una Comunidad necesitada de celebrar continuamente el perdón de Dios. Ese Jesús, Dios, que es verdaderamente hombre. Esa Iglesia que es verdaderamente comunidad de pecadores. Pero en el Niño del pesebre de Belén y en las manos pecadoras de la Iglesia, está el Tesoro. El que lo encuentra, va, vende lo que tiene y lo compra: sin remilgos. Sin acusaciones pueriles a la Iglesia, sino más bien agradecido a ella, que será muy humana, pero le descubrió lo que buscaba su corazón.

Te digo una cosa: Cuando a través de un cura o de un seglar, en la calle o en el templo, escuches la Noticia de la Salvación que trae Jesús, y sientas que algo se alegra y se mueve dentro de ti, no vaciles ni te hagas líos mentales. Recuerda a Isabel. Ella ante el Jesús encerrado en el seno de su prima María, y tú ante el Jesús encerrado en la predicación de la Iglesia. Que no en vano tiene en María su Madre y Modelo.

Alégrate y grita con Isabel:¡Bendita tú, Iglesia, entre las naciones, y bendito el fruto de tu predicación y de tus sacramentos!. Y dichoso tú si has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 23


4. M/ARCA-ALIANZA ENC/EU/ES.

-VÍSPERAS DE NAVIDAD

Juan Bautista y la Virgen María son las dos grandes figuras bíblicas que nos acompañan durante el Adviento, pero mientras el severo profeta ha predominado durante las tres primeras semanas, en estos últimos días contemplamos especialmente a la joven que está a punto de dar a luz. Como dice el prefacio II de Adviento -propio de esta última semana- el Mesías que nos preparamos a recibir en la que pronto va a convertirse en la Madre del Mesías, nos dan la pauta para los nuestros, en vísperas de la Navidad.

-MARÍA, "ARCA DE LA ALIANZA" La muchacha de Nazaret, que acaba de concebir por obra del Espíritu Santo, se va aprisa a visitar a su parienta Isabel, que se encuentra ya en el sexto mes. Diálogo de dos mujeres que esperan: ¿de qué van a hablar, sino del futuro de los hijos que esperan? Pero su conversación es al nivel de la fe, iluminada por la palabra profética, y nuestra reflexión también deberá serlo.

No podemos contentarnos con considerar en estos últimos días del Adviento el aspecto meramente humano de la expectación del parto, como en Navidad tampoco vamos a limitarnos a sonreír ante la gracia del recién nacido. La narración de Lucas proyecta delicadamente, mediante una serie de alusiones, el símbolo del arca de la alianza. En las letanías lauretanas invocamos a María llamándola "arca de la alianza", y el evangelio de hoy justifica esta apelación. El arca que contenía las tablas de los mandamientos, era el símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo, y prenda de la presencia protectora de Dios en medio del pueblo consagrado a él. Con los diez mandamientos el arca recordaba que el culto no servía de nada si los fieles no cumplían sus deberes tanto para con Dios como para con el prójimo. Por esto, por los pecados de su pueblo, Dios había permitido que fueran derrotados y que el arca cayera en manos de los enemigos.

También la devoción a la Virgen María es para nosotros fuente de bendiciones y prenda de la protección divina, pero no es un seguro a todo riesgo: no nos dispensa del cumplimiento de la ley de Dios, que se resume en amarlo a él de todo corazón y también al prójimo. David había danzado ante el arca, cuando el traslado a Jerusalén, y Juan, aún en el vientre de su madre Isabel, saltará de gozo al percibir la proximidad de Jesús en el seno de María. El arca había permanecido tres meses en casa de Obededom, y María permanecerá tres meses en casa de Isabel. La estancia del arca en casa de Obededom había sido fuente de bendiciones para toda la familia, y la visita de María con el Hijo en su seno será también una bendición para la familia de Isabel. Y cuando Isabel felicita a María por haber creído todo lo que se le ha dicho, aquella felicitación o bienaventuranza vale para todo el pueblo de Dios, que recibe con fe la palabra de la Ley y los profetas u otros escritores que le han sido dirigidas, y también para nosotros si realmente creemos en la palabra del Evangelio con todas sus consecuencias. Entonces también nosotros nos convertiremos en "arca de la nueva alianza".

-MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN, MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

La liturgia de la última semana de Adviento nos invita a contemplar de un modo especial la fe de María y de todos los justos de Israel que, antes de la Encarnación, esperaban el cumplimiento de las promesas, la venida del Mesías que salvaría a su pueblo de todos los males. Pero nuestra condición, evidentemente no es completamente igual a la de ellos. El Mesías, de hecho, vino ya históricamente, y nosotros en concreto ya lo recibimos por el bautismo y lo vamos recibiendo repetidamente en la Eucaristía. La oración sobre las ofrendas de este domingo nos hace pedir que el pan y el vino que vamos a colocar sobre el altar "sean santificados por el mismo Espíritu que fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre".

El misterio de la Encarnación y el misterio de la Eucaristía se atribuyen los dos al Espíritu Santo porque en ambos resplandece de modo especial el amor de Dios para con los hombres, y en Dios el amor es el Espíritu Santo. Debemos creer y debemos recibir la Encarnación y la Eucaristía como prendas del Amor que Dios nos tiene, y debemos corresponder a ello con agradecimiento, es decir, con "Eucaristía", que significa "acción de gracias". María respondió a la Encarnación con su cántico de acción de gracias, que Lucas reporta precisamente como una respuesta a la felicitación que Isabel le había dirigido. Nosotros respondemos a la Encarnación y a la Eucaristía con la misma Eucaristía. María, que había recibido el anuncio del ángel en la intimidad de su casa, se va a pronunciar su acción de gracias fuera, ante Isabel, y lo repite por los labios de todos los pueblos de todas las generaciones que lo repiten. Nuestra respuesta al don de Dios -que hoy vamos a recibir en la Eucaristía y que pasado mañana recibiremos en la conmemoración de la Navidad no puede ser meramente interior. Tenemos que ir decididamente, como María, a hacer presente por todas partes al Mesías que llevamos dentro.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 23


5. M/CAMINO-J.

María, una de las figuras más relevantes de Adviento, es el camino que ha escogido Dios para acercarse a nosotros. Puede ser muy bien el camino que nos acerque a Dios. En el Evangelio de hoy se la proclama dichosa por haber creído. Ella es un ejemplo de fe y entrega a Dios. La podemos considerar la primera cristiana, no tanto por ser Madre de Dios, como por su fe y respuesta a Dios.

Porque escuchó y cumplió la palabra de Dios. Está incondicionalmente abierta a Dios y confía en sus planes. Conscientemente ha dicho sí a Dios y va a ser consecuente en su vida. Es toda una invitación a ser seres humanos sencillos y abiertos a Dios. ¿Quién puede imaginar lo que sucedería en nuestro mundo si los creyentes fuéramos así? Toda fe clara y limpia sabe que su fuente está en Dios y que sin este contacto pronto nos quedamos en seco. María es ejemplo de unión y de entrega a Dios. Es lo primero y primordial en la fe y hay que cultivarlo. El primer mandamiento es el amor a Dios, fruto del amor de Dios que siempre tiene la iniciativa. La fe es don y gracia de Dios antes que opción y respuesta humana, cosas que también es. Es preciso abrirse a la obra y designios de Dios en nosotros como María. La oración, que es hablar a Dios y no tanto de Dios, la disponibilidad a su voluntad y, antes aún, el reconocimiento de su amor agraciante, son elementos imprescindibles en una fe verdadera y que hoy, especialmente, conviene destacar en un mundo que tiende a medir la fe por las obras y la justicia, sin espacios para lo gratuito y gratificante. Conviene recordar que Dios escapa a la medida de los hombres. La grandeza y misericordia de Dios se manifiestan en figuras como María.

-EL SERVICIO A LOS HERMANOS. M/SERVICIO

Pero María, desde el momento que lleva a Dios en sus entrañas, se pone en camino, y con prontitud, para visitar a su prima Isabel. Rasgo esencial de la fe es el amor y servicio a los hermanos. Y también en esto es ejemplo María. En las bodas de Caná de Galilea la actitud de María es de servicio. Y es que tener a Dios, o mejor, ser tenido por El es estar atento a las necesidades de los hermanos y echarles con prontitud una mano. Es la otra mano de la fe, es la misma mano de Dios que se alarga por nuestro medio hasta el hermano. También por esto es María la primera cristiana. Por haber entendido perfectamente el mensaje de Jesús y por practicarlo. Dichosos los que escuchan y llevan a la práctica la Palabra de Dios. Un cristiano no se puede cerrar a los problemas de los hermanos, no puede vivir de espaldas a ellos, estén cerca o lejos, sean personales o estructurales. Y lo primero es algo tan elemental como visitar, ir a ver, vivir cerca. Buena tarea para estas Navidades.

LUIS GRACIETA
DABAR 1985, 4


6. M/ADV 

DICHOSA TU QUE HAS CREÍDO

Tal fue el piropo que Isabel dedicó a María. La imagen de María cobra en estos domingos de Adviento una categoría especial. Cada domingo de Adviento es inevitable vivirlo con María, vivirlo cerca de la Madre que está sintiendo crecer en su seno a Aquél a quien el ángel le anunció que concebiría de la forma más extraordinaria. Cada domingo de Adviento es un regalo pasarlo junto a María y vivir con ella el gran milagro de la realización lenta y pausada de la promesa de Dios. Desde su sencilla habitación de Nazareth, aquella mujer del pueblo, desconocida, descendiente lejana y pobre de David, traspasará las fronteras del tiempo y del espacio y estará presente, como modelo asequible y cercano, para miles de hombres y mujeres que verán en ella el triunfo de la promesa de Dios realizado en la sencillez, la entrega y la fe.

M/OBEDIENCIA. María sólo hizo una cosa en su vida: fiarse de Dios. Y por ello fue Madre de Cristo y cumplió con una fidelidad exquisita el papel diseñado para ella, sin una protesta, sin una queja, sin una interferencia. Y todo ello porque se fiaba de Dios. Porque se fiaba de Dios, María creerá que aquel Niño que nace pobre y desvalido, rechazado por la sociedad de su momento, es el "Esperado de los tiempos; porque se fiaba de Dios lo verá crecer y perderse en el Templo, cuidándose de las "cosas de su Padre"; porque se fiaba de Dios lo verá partir sin una queja y oirá de El versiones desagradables e insultantes (sus propios parientes dijeron de El que estaba loco). Porque se fiaba de Dios estará sola y entera en el momento más doloroso para una madre: en el momento de la muerte del hijo y, en este caso, de una muerte atroz e insultante. Porque se fiaba de Dios lo recibirá sin vida en su seno y lo acariciará lentamente, pasando sus manos amorosas por cada una de sus heridas e intentando limpiar con su llanto, derramado ya sin límites, el recuerdo de la sangre de aquel cuerpo atormentado. Y porque se fiaba de Dios lo verá triunfante y glorioso, vencedor de la muerte, empezar una vida nueva que no acabará nunca. Y porque se fiaba de Dios fue y es Madre de la Iglesia y mantuvo con su firmeza suave e inconmovible a los primeros Apóstoles, amigos de su Hijo, continuadores de su misión, hijos suyos también, a los que Ella amaba porque pretendían ser un reflejo fiel de Jesucristo.

María es el triunfo de la fe, de la entrega incondicional. María es el resultado de un salto en el vacío. Nos hace mucha falta tener cerca a María, porque la vida nueva que se anuncia en Navidad no es precisamente una vida "en rosa", sino una vida que, con toda su grandeza y su alegría, nos va a exigir cambiar radicalmente hábitos y modos arraigadísimos de vida. El Niño que nace y sonríe desde el precioso pesebre que hemos puesto en casa, con tanto cariño, se va a convertir en un Hombre exigente, que sólo va a admitir dos respuestas a los que quieran seguirle: Sí y No. Sin términos medios; un Hombre para el que Dios va a estar por encima de cualquier interés, por encima incluso de la propia vida; un Hombre que pedirá a los suyos que amen a los otros hombres por encima del propio dinero y de las propias aspiraciones; un Hombre para el que la Ley se quedará pequeña y superada por el amor, que es la más tremenda y radical de las leyes. A/LEY.

La vida nueva que se anuncia en Navidad va a ser de tal magnitud que cuando los primeros discípulos de Jesús la palparon de cerca explotaron, sin poderse contener, en una exclamación de disgusto: ¡Qué duro es esto! Y es así. Por eso necesitamos a María para estar seguros de que, a pesar de que las exigencias de Cristo, son -como dijeron los primeros discípulos- duras, es posible que las aceptemos, las asimilemos y la vivamos con alegría.

¡Dichosa tú porque has creído! Isabel acertó exactamente cuando se lo dijo a María. Ninguna mujer más dichosa que Ella, ninguna más extraordinaria, ninguna tan maravillosa, ninguna tan asequible, ninguna tan heroica, y sólo porque creyó, creyó de verdad y hasta el final, haciendo posible, con su fe, la obra de Dios en su vida, una obra que, salvando las distancias, es la que puede y debe realizarse en cada cristiano.

DABAR 1982, 4


7.

* "¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". Con estas palabras, que nos parecen centrales en el anuncio evangélico, saluda Isabel a María. ¿Qué es lo que ha creído? Algo absolutamente inimaginable para el pensamiento humano: que ella sin el concurso de varón concebiría un hijo. Nunca jamás se prestaría oídos a una afirmación tan ridícula. En todo caso, nos haría reír, porque tal cosa no puede suceder. Y como no puede suceder, no puede ser cierta. En una semana, celebramos navidad, el nacimiento de Jesús. Por eso, no está de menos que nos fijemos en lo que aconteció. Precisamente la historia anterior a su nacimiento alberga un tema importante respecto a las relaciones de Dios con los hombres, y es que las posibilidades de Dios, al contrario que las de los hombres, pueden ser siempre realidad. Y esto puede ocurrir entre nosotros, sobre todo si hay hombres que creen en el poder de Dios y dejan espacio para él en su vida.

* Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos acontecimientos que configuran dicho tema. Podemos recordar a Abrahán que recibió de Dios un encargo y una tarea: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición". Así Abrahán lleva a cabo algo totalmente desacostumbrado. Cree en esa palabra, a pesar de que la realidad del momento no hace confiar en la veracidad de esa promesa. Ante Abrahán, el desierto, no un apetecible país; difícilmente puede convertirse en un gran pueblo, si deja en su tierra una gran parentela. Sin embargo, por esa palabra, cuyo contenido no ve ni intuye, marcha. Pero así se hace lo posible de lo imposible. Se origina Israel y se alcanza el país de la promesa. Otro tanto ocurre en otra ocasión, cuando tres personajes, ángeles de Yahvé, visitan a Sara y Abrahán, prometiéndoles que tendrán un hijo en la avanzada edad que Sara ya tenía. Esta no pudo más que reir al escuchar tan desatinada promesa de los visitantes. La experiencia humana se atiene aquí al juicio de lo imposible. No obstante, a los nueve meses nace Isaac, el padre de Israel.

Podríamos seguir con otras historias hasta llegar al momento culminante de María, es decir, el nacimiento de Jesús. Después del anuncio del ángel, María no ríe; sólo dice que "se haga lo prometido en ella, que es esclava del Señor". Cree en la palabra y en su contenido imposible. Por eso la alaba Isabel. Y María transfiere esa alabanza a su Dios y Señor: "Ensalza mi alma la grandeza del Señor, se goza mi espíritu en Dios, mi salvador".

* Todas las historias anteriores al nacimiento de Jesús no son más que el preludio del tema tratado por él. Jesús mismo aparece como quien se consagra a la realidad de lo imposible. Ejemplo de ello es que, cuando pronuncia la palabra "bienaventurado", "feliz", normalmente se refiere a algo increíble, impensable: "Felices los pobres, porque de ellos es el reino de Dios. Felices los hambrientos, porque ellos serán hartos. Felices los que ahora lloran, porque reirán". Lo que por parte del hombre de ninguna manera puede ser alabado, es declarado dichoso y feliz por Jesús.

Subvierte las relaciones sociales. Y lo hace en nombre de una nueva realidad que es el reino de Dios: de hecho, dispersa a los soberbios, humilla a los poderosos, ensalza a los humildes, da a los que tienen hambre y despide a los ricos de vacío. Todo esto muestra lo que Jesús trae expresamente: un orden nuevo de vida y de valores que no se funda en las formas de pensar y en las relaciones de este mundo, sino en el nuevo mundo del futuro prometido en la palabra de Dios.

Esta nueva visión de los asuntos humanos puede parecer a muchos irreal, loca e imposible. Pero para los que creen en ella, lo imposible se hace posible, normalmente en un sentido que no es de prever. De hecho, las promesas de Dios se cumplen de manera distinta a la esperada, no según los cálculos y modos de pensar de los hombres. Valga el ejemplo más importante, si tenemos en cuenta cómo Israel esperaba al mesías y cómo (con qué presupuestos) se presentó. Nadie lo esperaba de aquel modo. Sólo los creyentes, con la fuerza de lo alto, pueden decir como Pedro en otro tiempo: "Tú eres el mesías, el Hijo de Dios viviente".

Esto además tendrá que asimilarlo, aprenderlo el cristiano siguiendo el camino del maestro. Porque la fe en la palabra de Dios cargada de promesa no nos afianza de principio para siempre, sino que abre nuestra confianza a las muchas posibilidades que Dios tiene hacia el futuro. Tal confianza, la que nos proporciona la fe, no nos estanca en la imposibilidad del presente ni nos agota en la inhumanidad que nos envuelve.

* Nuestra fe en las posibilidades de Dios frente a las imposibilidades de este mundo recibe su fuerza de la victoria divina ante lo definitivamente imposible del hombre: la muerte.

Como el nacimiento de Cristo, así es el final, o mejor, el comienzo: en ambos casos prevalece la vida de Dios. En la resurrección de Cristo celebramos y hacemos nuestro el divino "a pesar de", la vida de Dios que es "fuerza imposible" contra la muerte y sus poderes: la maldad, el poder inmoral, la enfermedad, la miseria. Lo que todos hubieran tenido por imposible, ha sido posible, ya que el despreciado de todos se sienta ahora a la derecha de Dios, como garante eterno de que las imposibilidades humanas pueden ser cosas totalmente distintas.

Como cristianos creemos y, por eso, pedimos a Dios: "Se haga tu voluntad en el cielo como en la tierra". En la tierra ha de ser posible su voluntad por medio de nosotros, por lo menos poco a poco. Por nuestra confianza en su promesa, por nuestra vida fortalecida en consonancia con la fe que tenemos, la realidad de Dios ha de hacerse realidad en nuestro mundo, como ya se ha hecho con el nacimiento de Jesús, con su vida y con su victoria... Así podrá decirnos un día el Señor: "¡Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la siguen!".

EUCAristía 1988, 60


8.

* Bendita entre las mujeres: La madre del que tenía que venir, del Mesías, se encuentra con la madre del Precursor. Es un encuentro en la fe. Por encima de los vínculos de la sangre, María e Isabel se sienten unidas en una misma fe, en un mismo espíritu. Es el espíritu de Dios. El Espíritu que cubre a María con su sombra y realiza en sus entrañas la obra de la encarnación del Verbo, es también el Espíritu que llena de entusiasmo a Isabel. El encuentro de María e Isabel en un mismo Espíritu es el encuentro del Antiguo y del Nuevo Testamento.

M/BENDITA. Isabel llama a María "bendita entre todas las mujeres" o la más bendita, aquella de la que mejor se puede y se debe hablar. En un pueblo en el que se vive de la Promesa y para la Promesa los hijos son una bendición y la esterilidad una desgracia. Pero si cualquier hijo es ya para su madre una bendición de Dios, mayormente Jesús para María, y no sólo para ella. Porque Jesús es la Promesa cumplida, la Palabra hecha carne. Todas las esperanzas de Israel van a parar y a granar en Jesús, que es el fruto bendito de su vientre, del vientre de María. Por Jesús y en Jesús, el hijo de María, Dios bendice a todos los hijos y a todas las madres, Dios bendice la vida y ésta tiene sentido. Y por eso María es, entre todas las madres, la más bendita.

Las palabras inspiradas de Isabel se asemejan y anticipan a aquellas otras que una mujer del pueblo prorrumpirá para decir a Jesús: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!" En ambos casos la alabanza a la madre es inseparable de la alabanza al hijo. Y así debe ser también la alabanza y la devoción que el pueblo cristiano siente por María, la madre de Jesús.

* "¡Dichosa tú, que has creído!": No podemos imitar a María en su función de madre de Jesús, que lo engendra en sus entrañas y lo da a luz en Belén. Pero esto, que es inimitable, no es de suyo digno de alabanza, ni constituye mérito alguno delante de Dios. M/FE/PD PD/ACEPTACION Lo que sí es digno de alabanza y lo que constituye la verdadera dicha es la fe en la palabra de Dios: "Dichosa tú, que has creído!"; "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen".

Por otra parte, María es la madre de Jesús porque ha creído, y su maternidad es de hecho inseparable de su fe: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra". Dios no ha querido entrometerse en nuestra historia sin contar con nuestra responsabilidad, sin respetar nuestra libertad y pedirnos colaboración, aunque El, que es Amor, lleve siempre la iniciativa. Dios no ha querido colarse en el mundo o enviarnos a su Hijo sin que María se entere, sin que lo reconozca, sin que María crea en la Palabra. Y es así también como Dios entra en nuestras vidas: por la fe. Y en eso si que podemos y debemos imitar a María.

Si creemos con esa fe, si aceptamos como María el evangelio, la Palabra habitará en medio de nosotros y Cristo nacerá en nuestros corazones. En cierto modo, en el modo más excelente, seremos "la madre y los hermanos" de Jesús: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21).

* "Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá": Donde no hay fe no hay historia de salvación y, el hombre pierde su tiempo y su vida en la lejanía de Dios. Como decíamos, por la fe entra Dios en nuestras vidas y está con nosotros, y el tiempo no discurre vacío. En las entrañas de la fe, en las entrañas de la comunidad de los creyentes, actúa la Palabra de Dios y se hace carne visible y palpable por las obras de la fe. Porque no hay fe sin obras. Cuando la fe crezca y llegue a su plenitud, se manifestará la hora de la fe, o la obra de Dios por la fe y en la fe de los creyentes.

Mientras tanto vivimos en estado de esperanza, vivimos el embarazo y el compromiso de la Palabra. Pero sabemos que nuestros dolores son dolores de parto y que nuestra esperanza es la esperanza del mundo. Porque lo que nos ha dicho el Señor se cumplirá. El problema es si tú y yo, si nosotros, si todos los que nos llamamos cristianos tenemos esa fe y esa esperanza. Esa fe viva, esa fe con obras, y esa esperanza en marcha, fecunda, activa, empeñada con todo lo que se está gestando en este mundo con la gracia de Dios y sin arte ni parte de los poderosos. Porque la iglesia no es una abstracción, un ente jurídico, sino una comunidad integrada por todos los creyentes, y no tiene otras entrañas en las que pueda hacerse carne la Palabra de Dios que la fe y la esperanza de los creyentes.

EUCARISTÍA 1982, 58