30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
CICLO B
14-23

14.

1. Somos la casa de Dios

La Palabra de Dios de este domingo encarna una fina ironía: los hombres queremos encerrarlo en una «casa», sin descubrir que Dios ya tiene casa, y un poco más grande y cálida que los templos de piedra y cemento...

Esta mentalidad ya viene del tiempo del rey David. El piadoso hebreo, después de haber luchado contra sus enemigos, había logrado finalmente situar su capital en Jerusalén, se había hecho construir un palacio de cedro, tenía su corte y su ejército... y desde esa altura miró al Señor su Dios, y sintió cierta lástima: «Yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor sigue en una tienda.»

El Señor se enteró de los planes del rey y ordenó que se le dijera por medio del profeta Natán que «su majestad tenía muy poca memoria».

En efecto, antes que David viniera al mundo, ya el Señor vivía en su casa, que no era otra que su propio puebIo. No quería casa de piedra para quedarse encerrado en actitud estática y «separado» de los suyos.

El Señor está donde está el pueblo, donde hay peligro, como el pastor que sigue paso a paso el andar de sus ovejas. Y si el mismo David había llegado hasta el trono, era por la presencia de Dios que había estado con él: «Yo te saqué de los apriscos para que fueras jefe de mi pueblo Israel...»

En otras palabras, el Señor le decía: El Salvador soy yo, tu Señor. No necesito que me salves de la tienda ni que me construyas nada. No tientes a tu Dios sacándolo de la historia para situarlo en un pedestal o en un museo. No es el lujo de los templos lo que me atrae sino la pobreza de mi gente.

Y como contrapartida a la propuesta de David, el Señor manifiesta que será El quien le haga al pueblo una casa, un lugar fijo donde viva para siempre: «Daré un lugar fijo a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos... Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará eternamente.»

Tal es la promesa que recogerá Lucas en su evangelio refiriéndola a Jesucristo. Dios promete hacer de su pueblo una casa y un reino eternos. Y como dice el salmo 88 (salmo responsorial de este domingo), el pueblo dirá a su vez: "Tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora".

Ya tenemos, pues, un buen punto de partida para nuestra reflexión: no confundamos el templo de piedras con el verdadero templo que es la comunidad. Conocemos bien lo que dijera Pablo: «Vosotros sois el templo vivo de Dios» (1 Cor 3,16-17; 2 Cor 6,16). Estamos celebrando el tiempo de Adviento y hoy comenzamos su última semana. No nos extrañe que la liturgia nos brinde estos textos bíblicos para nuestra reflexión. En efecto, ¿qué significa Adviento sino la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo? ¿Qué es la encarnación de Cristo sino ese plantar su tienda en medio de nosotros? ¿Y qué simboliza María en los relatos evangélicos sino esta comunidad pobre y humilde que recibe en su seno al Salvador?

La Navidad es mucho más que agradecer a Dios algún regalo que nos haya hecho. No nos da regalos..., se da a sí mismo. En Jesucristo los cristianos descubrimos al mismo Dios que se hace presencia allí donde los hombres tienen su casa, su vida y sus preocupaciones. Tal es, según la carta de Pablo que hemos escuchado hoy, el gran «misterio» que se nos ha revelado. No hace falta que el hombre intente subir al cielo para encontrar a Dios. Dios ha descendido junto a los hombres. Aquí está Dios.

Con razón podemos aquí recordar el conocido texto de Tagore:

«Bajaste de tu trono y te viniste a la puerta de mi choza.
Yo estaba solo, cantando en un rincón,
y mi música encantó tu oído.
Y tú bajaste y te viniste a la puerta de mi choza.
Tú tienes muchos maestros en tu salón que, a toda hora, te cantan.
Pero la sencilla copla ingenua de este novato te enamoró;
su pobre melodía quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo.
Y tú bajaste con el premio de una flor,
y te paraste a la puerta de mi choza.»

2. El salvador brota de la tierra estéril

El evangelista Lucas ve en María la réplica de la escena descrita por Samuel con relación al arca y a David.

También a ella se dirige el Señor con el favorable saludo: «El Señor está contigo», y se la invita a realizar lo que Dios le proponía.

Por medio de María comprendemos hasta qué punto Dios fue fiel a su palabra de vivir en un templo y en una casa absolutamente humanos: es la calidez del seno de María la morada del Altísimo, y por María, toda la humanidad recibe a su Señor como huésped.

Por medio de María y de José, Jesús se entronca en la larga historia de la liberación humana, conforme al vaticinio del profeta Natán; si bien el reinado de Jesucristo terminará por ser causa de tremenda desilusión para las ansias nacionalistas de la mayoría de los judíos.

Como ya hemos reflexionado en el caso de David, también la nueva y definitiva obra del Señor no será fruto del esfuerzo ni de la ambición humana, sino don gratuito de amor salvador de Dios. El Hijo no plantará su tienda por obra de ningún hombre, sino por medio del Espíritu Santo, que descenderá sobre María, la nueva humanidad.

Tal es el significado teológico de la virginidad de María, como asimismo de la esterilidad de Isabel: no es la raza ni la sangre lo que importa en la nueva alianza de Dios con los hombres, sino la fe humilde y confiada en el poder del Espíritu.

María, que abre en la fe su seno a la acción del Espíritu es, en la mentalidad de la Iglesia primitiva, el símbolo de la nueva comunidad, que «por la obediencia de la fe» -como dice Pablo en la segunda lectura- se transforma en pueblo de Dios.

Auténtica comunidad porque en ella se realiza la unión de Dios con los hombres. Su primer fruto es Jesús, conjunción de lo humano con lo divino. Y en él todos participamos de la misma comunión.

De esta manera lo que para el hombre era imposible, se hace realidad porque «para Dios nada es imposible».

El seno estéril y desértico de la tierra florece a pesar de su decrepitud. Es la gran ironía divina: Dios saca la vida de la muerte, lo grande de lo pequeño, el fruto de lo estéril, el hijo del seno virgen.

Dios saca hombres nuevos de esta misma humanidad donde florecen el egoísmo más asolador, el odio más terrible, la indiferencia más aplastante.

Y también de cada uno de nosotros puede sacar al "santo" y al «hijo de Dios». Sólo necesita nuestro sí, como el de María; un sí activo, consciente, comprometido: «Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí lo que has dicho.» Si Dios dijo su sí definitivo de una vez y para siempre, también el sí del hombre debe estar presente para que este adviento florezca en Navidad. El hombre-nuevo no es un proyecto humano ni un proyecto divino: es el proyecto de Dios-con-los-hombres; el proyecto de dos aliados que luchan juntos para la victoria de uno de ellos: el hombre.

Pocas veces los cristianos tomamos conciencia de este aspecto tan original del cristianismo: el hombre no necesita abandonar la tierra para llegar a Dios. Al contrario: su fe, centrada en la comunidad humana, se transforma en agente de su propia liberación. Jesús no es solamente el hijo de María o el hijo de Dios. Es el símbolo de una nueva mentalidad religiosa: lo divino se humaniza y se solidariza con el hombre. Por eso pueden ya cesar los sacrificios a Dios y los ritos del templo. La fe se desarrolla en la misma historia humana, en esta misma humanidad que vemos, oímos y palpamos.

Por esto mismo María pasa a ser un símbolo de la fe cristiana: ella es la humanidad, pobre y desvalida, que hace emerger desde dentro de sí misma al liberador. La humanidad se transforma en liberadora de sí misma. En su debilidad halla cabida el soplo del Espíritu de la vida.

Si queremos bases teológicas para una pastoral y una educación liberadoras, no tenemos más que reflexionar sobre todo el significado de esta tan trillada página evangélica.

3. María, itinerario de fe

Al finalizar este tiempo de Adviento, es la propia María quien no sólo nos entregará al niño salido de su seno, sino quien por encima de todo nos indicará el camino de la fe que lleva al hombre al encuentro de su propia libertad. María, obediente en la fe, es la «manera» que tenemos todos de dar a luz al Cristo de la fe en nosotros.

Una pregunta surge en cada uno de los que hoy reflexionamos sobre esta página del evangelio: ¿Por qué María pudo engendrar al Cristo de la fe? Al responder, encontramos un magnífico itinerario: OIR/ESCUCHAR:

-Por su actitud de atenta escucha a la Palabra de Dios

Hay diferencia entre oír y escuchar. Al oír, algo externo nos estimula o impresiona; al escuchar, hay una actividad interior que asimila y se identifica con lo recibido; se escucha con el corazón.

A esta escucha de corazón se la llamó precisamente "obediencia", palabra de origen latino que significa literalmente: «dar oídos a, escuchar, seguir los consejos de alguien»... Esta obediencia no tiene que ver nada con cierta actitud de resignación ante una orden que se recibe; no es un gesto ciego y servil. Muy al contrario: es asumir desde uno mismo algo que se nos propone.

Tal obediencia en la fe implica, como es obvio, una actitud de silencio interior, de vaciarse de sí mismos, de eIiminar muchos ruidos que distorsionan o interfieren el mensaje. El Señor no se deja oír por signos milagrosos o espectaculares; lo hace desde el interior del corazón limpio y sincero.

En cierta medida la Navidad moderna se ha transformado en una fiesta ruidosa, superficial y bullanguera, como si los cristianos tuvieran que buscar fuera de sí mismos lo que no tienen dentro...

-Apertura y confianza en el Espíritu

Ya hemos aludido en anteriores oportunidades a un cristianismo falto de espíritu, sin sentido profético, carente de la espontaneidad del viento.

«La letra mata; el espíritu da vida»... La fe no puede subsistir en la materialidad de los ritos, en la frialdad de los preceptos, en la rigidez de las instituciones ni en las páginas de un libro.

María, a pesar de que no entendía lo que iba a suceder, se dejó llevar por el Espíritu. Muy poco tenía a qué aferrarse para sentirse segura. Y así caminó hasta el pie de la cruz, tratando de descubrir en su misma vida qué quería decir ser fiel a Dios.

-Actitud de servicio

Decirle sí a Dios es más fácil que decírselo a los hermanos. Pero, ¿dónde está Dios sino en los hombres, particularmente en los más necesitados? Es el tercer elemento del itinerario de María: «He aquí a la servidora.» No es casualidad que sea Lucas el que coloca en labios de María esta significativa frase que será uno de los elementos fundamentales de sus dos libros: la comunidad cristiana, la Iglesia, cada cristiano... han sido llamados para servir a los hermanos.

Servir a los otros es de por sí un gesto de humildad, como si desde un primer momento la fe cristiana apareciera como las antípodas del poder y del dominio sobre los hombres. Ese servicio corta por lo sano y de raíz todo brote de autoritarismo religioso, el veneno más sutil de todas las confesiones religiosas.

En esa actitud servicial es donde el hombre realmente «se proyecta» hacia afuera, terminando con una etapa de involución y narcisismo.

No está de más que, en esa María que recorre un largo camino para servir a su parienta Isabel en su hora de madre, descubramos que hay algo más que una simple curiosidad literaria...

Resumamos estas reflexiones en esta breve síntesis:

El Reino de Dios se hace presente no por la fuerza de los hombres ni fuera de los hombres, sino en el interior de cada uno y en el interior de la comunidad, abierta a la acción del Espíritu que nos llama a la obediencia de la fe y a la entrega servicial al plan liberador de Dios.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 67 ss.


15.

1. La casa de David.

En la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala conciencia de que, mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos, construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene, y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa que Dios ha comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra. Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía de los hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca conocerán la ruina. La casa de David «se consolidará y durará por siempre» en su hijo. Esto se cumple en el evangelio.

2. La Virgen desposada con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un templo sin igual. Su Hijo, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle, como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. «Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». El Hijo de María es mucho más que el hijo de David: «Es más que Salomón» (Mt 12,42). El propio David lo llama Señor (Mt 22,4S). Pero aunque Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios con «piedras vivas» (1 P 2,5) sobre sí mismo como «piedra angular», nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta procede ciertamente de su carne y sangre, pero su «Cuerpo místico», la Iglesia, al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad (Metodio, Banquete III, 8).

3. El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido traídas a h obediencia de la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos. Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al «misterio» que les ha sido «revelado» por Dios y, en razón de la profecía de los "Escritos proféticos", en los que se habla de David y de la Virgen, creen que el «evangelio» no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre, más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios y que no concluirá hasta que «haga de los enemigos de Cristo estrado de sus pies» y Cristo «devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza» (1 Co 15,24s).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 127 s.


16. VD/LIBERTAD-HOMBRE

¿TODO LO PONE DIOS?

La iniciativa parte siempre de Dios. María, con ser María, cuando viene a darse cuenta, ya está «llena de gracia»; y cuando no acaba de reponerse del saludo del ángel, ya se ve dentro de un anuncio inesperado: «Concebirás.... darás a luz un hijo...» Es que a Dios le gusta siempre tomar la delantera. Ocurrió con David -Dios ya tenía sobre él un plan sabia y largamente preparado-; y ocurrirá con Jesús -un «misterio, mantenido en secreto durante siglos eternos» se 'revela', se 'manifiesta' en un punto de nuestra historia-. Ocurre siempre así. Entramos, mejor dicho nos vemos metidos ya en una corriente que arranca desde atrás, desde muy atrás. El cauce de una promesa de Dios. Y Él es fiel a su palabra.

¿Qué nos queda a nosotros? ¿Qué le queda a María? ¿Le estaré quitando yo mérito al decir lo que digo? Nada de eso. Si yo, para engrandecer a María, le diera una porción, siquiera fuera pequeña, de la parte que corresponde a Dios, y sólo a Él, no estaría enalteciendo a María, no; la estaría falseando: so capa de cariño, le estaría dando algo que no es suyo, algo que ella jamás se habría atrevido a recabar para sí. La parte de María es otra: acoger, secundar la obra del Señor en ella. Abrir su corazón, ese inmenso corazón que Dios le ha dado, y ponerlo a disposición de la voluntad del Señor.

Así pues, si la parte del Señor es el «llena de gracia», la gloriosa parte de María es: "Aquí está la esclava del Señor". Entonces, ¿para qué manda Dios al ángel? ¿Sólo para comunicar a María algo que ya ha sido decidido sin contar con ella? ¿Es un simple gesto delicado de Dios ante algo que ya está determinado, atado y bien atado, diga lo que diga María? ¿y si ella hubiera dicho que no?

Estamos tocando fondo en uno de los misterios más apasionantes en la relación de Dios con el hombre. Dios lo puede todo, ciertamente. Dios lo sabe todo, desde siempre. Pero esto no es obstáculo -Él lo ha querido así- para que al hombre le quede un atributo maravilloso, un regalo que es la huella más gloriosa del dedo de Dios en él: su libertad. Dios ha querido dar un peso tan grande a esa libertad del hombre, que todo en la historia de la salvación va a depender del «sí», o del «no» que éste le vaya dando. Todo el inmenso poder de Dios se queda como parado, expectante, ante la decisión libre de una simple criatura. Si María -es un poner- hubiese dicho que no, Dios, para ser consecuente, habría tenido que escoger otro camino, otro medio diferente para salvar al hombre.

Eso es así, en la historia del mundo y en la particular historia de cada uno. La libertad no es una simple palabra bonita, un juego para Dios. Es algo más serio. Tan serio, que, sin nuestra aceptación, la salvación que nos trae Jesús se quedaría frenada. Como el agua, cuando baja de la sierra hasta el valle, sólo avanza por donde encuentra un espacio abierto, y se lanza, o se detiene, o se desvía según encuentre o no obstáculos en su camino, así la salvación de Dios, al derramarse sobre el mundo, lo va haciendo en la medida en que va encontrando huecos, puertas abiertas, hombres que libremente se van poniendo a disposición de esa corriente salvadora, que es Jesús.

Pequeñas puertas. Pequeño -pero decisivo- poder. «El que te creó sin ti, no quiere salvarte sin contar contigo». Pequeña y humilde, maravillosa puerta la de María. Por ella nos llegó la salvación. ¡Gracias, Madre, por haber dicho que «sí»!

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 19 s.


17. DADME UN PUNTO DE APOYO...

Hemos leído y comentado tantas veces el pasaje evangélico de hoy, hemos admirado tanto la frescura del lienzo de Fray Angélico en su Anunciación, que quizá nos hemos «acostumbrado al suceso». ¿Que el Ángel Gabriel fue a una doncella de Nazaret y le anunció que iba a ser la Madre de Dios? ¡De acuerdo! ¿Que María contesto: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí...»? ¡De acuerdo! Y nos damos por enterados. Pero ¿no hay nada más? ¿Ahí termina nuestra reflexión?

Dejadme que os lo diga. Se trata del acto de fe y confianza más grande que se haya podido dar en una criatura humana. Daos cuenta. Así, de buenas a primeras, a esta doncella, «que no va a conocer varón», un ángel le dice: «Concebirás en tu seno al Hijo del Altísimo». Ese Hijo «reinará en la casa de Jacob para siempre», puesto que «su reino no tendrá fin». Y todo esto sucederá «por obra del Espíritu Santo, que te cubrirá con su sombra». Así. Palabra tras palabra, como quien no dice nada.

Creedme. Lo normal, lo lógico, es que María hubiera contestado: «No entiendo nada. Estoy hecha un lío. Camino por un valle de tinieblas, por tanto, renuncio». Pues, he ahí la maravilla. «María se turbó», eso así. Pero, después, dijo: «He aquí la esclava del Señor. Fiat». Lo repito. Se trata del acto de confianza más grande que haya podido hacer una criatura humana.

Vosotros lo sabéis. Vivimos en un mundo, en el que se nos educa para la desconfianza. «No te fíes ni de tu padre», solemos decir. Y una vez oí a un padre que se lo decía a su propio hijo, ante mi asombrada tristeza.

Y en ésas estamos. Desconfiamos de la Naturaleza, que es imprevisible y arrolladora, con sus tormentas y sequías, con sus fieras y sus seísmos. Desconfiamos del hombre, que se vuelve ladrón y violento, que asesina y pone en marcha los terrorismos más increíbles, que se vale de la droga y los negocios sucios para desequilibrar las economías, aumentar las injusticias y llenar la vida de enfermedades, divisiones e inseguridades.

Desconfiamos de todo: lo moderno y lo antiguo, lo natural y lo artificial, lo tecnificado y lo caduco. Ese es el «clima».

Pues, vedlo. María, que no entendió casi nada, se fió. Hizo vida en sí lo que más tarde diría Pablo: «Yo sé muy bien de quién me he fiado».

Esa es la lección del evangelio de hoy. El hombre «necesita un punto de apoyo, para mover su mundo». Ese punto es tener «Alguien» en quien fiarse y «desde el cual» poder llevar la confianza a los demás. Necesita convencerse de que «en Dios vivimos, nos movemos y existimos». Que «no ocurre nada sin licencia del Padre celestial». Que todo nuestro jadeo y ajetreo ocurre siempre en la geografía providente e inabarcable de las manos de Dios. Y que, eso «aunque caminemos por un valle oscuro, ningún mal debemos temer».

Pero, además, debemos llevar la confianza a los demás. María, una vez que se abandonó con su «hágase en mí» en las manos de Dios, se salió de sí misma y se llegó a la montaña, a llevar a su prima los frutos de su confianza. Por eso, su prima la saludo así: «Dichosa tú, porque has creído».

¿Más claro aún? Adviento es confiar en Dios que viene «¡O EMMANUEL!» Y después, salir por ahí, al aire y al sol, cantando: «En Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra». Sí. Las antífonas de la «o» destilan esperanza.

ELVIRA-1.Págs. 119 s.


18.

La pretensión de David es en verdad temeraria. Especialmente porque intenta construir una casa para Yavé pretendiendo que de esa manera se perpetúe el culto. David consideraba que lo importante de la Alianza pasaba justamente por el Templo. Y sabemos muy bien hacia dónde se dirigían las intenciones del rey: el Templo sería el lugar central no sólo del culto sino del dominio sobre el Pueblo. Desde Jerusalén David controlaría a toda la nación. El Templo, la religión, y el Palacio, el poder político... se unirían para comenzar con una monarquía que fundara su legitimidad en la religión.

El poder nacionalista y religioso de David centralizó en un solo hombre la vida social y religiosa del Pueblo.

El deseo de David no es, por lo tanto, inocente. No busca simplemente construir un Templo -por cierto, necesario en toda cultura que tenga a Dios como centro de su vida y de sus normas-; busca perpetuar su dominio y su poder.

Pero Dios responde desde otro punto. Es un pérdida lamentable que la liturgia no incluya en este día los versículos 6 y 7. Para hacer justicia al texto y a su mensaje nos permitimos transcribirlos:

"Desde que saqué a Israel de Egipto hasta el día de hoy no he tenido casa, sino que iba de un lado a otro, alojado en una tienda de campaña. Mientras he caminado entre los israelitas, ¿me he quejado acaso a quienes ordené guiar a mi Pueblo? ¿Les pedí acaso que me edificaran una casa cubierta de cedro?".

Dios se presenta como alguien que vive en la precariedad y que no necesita de grandes ornamentaciones (como una casa de cedro) para manifestar su grandeza. Porque su grandeza no está en el culto, sino en la compañía a un Pueblo peregrino y precario. Dios no necesita una Casa, necesita sentirse parte del caminar del Pueblo hacia la Tierra. No necesita la estabilidad sino la inestabilidad de quien no ha logrado aún lo que necesita. Necesita caminar junto al Pueblo que busca su tierra, su paz, su dignidad de hijo de Dios liberado.

Sin embargo, la Casa de Dios será edificada. Como un desafío al mismo deseo de Dios. Pero a la vez, el mismo Dios seguirá mostrando que no está allí, en el Templo físico y construido por los seres humanos, sino en la descendencia, en sus hijos, en el Pueblo. El contexto primario del texto es, no hay duda, la justificación del Templo construido por el hijo de David, Salomón. Sin embargo, el autor eleva esta característica de la casa de un modo profético hacia la perpetuidad de la familia, del Pueblo.

Es el mismo Pueblo la casa en la cual Dios habitará por los siglos venideros.

El evangelio de Lucas retoma esta perspectiva y nos muestra a María como la casa de Dios, el Santuario en el cual el Verbo ha querido habitar antes de estar entre sus hermanos. Nuevamente, el Templo físico, de cedro, o de mármol, o de cualquier material lujoso, pasa a último lugar. Es el cuerpo de esta joven mujer el lugar en el cual Dios querrá habitar. Y desde ahora quedará bien claro que el Templo de Dios es la misma humanidad, el lugar en el cual ha querido establecerse para siempre.

Por eso sorprende tantos cuidados hacia los Templo y tanto des-aprecio hacia los hombres y mujeres, verdaderos Templos del Espíritu, verdaderos Santuarios. Sorprende tantos cuidados hacia lo que se considera "lo sagrado" y tan poca atención al sacramento del pobre.

En el último domingo de Adviento la Palabra de Dios nos advierte sobre el sentido de lo que vamos a celebrar dentro de un par de días. No es la llegada mítica de Dios a la tierra, ni el recuerdo de un nacimiento pasado. Es el reconocimiento de la perpetuidad de Dios en la historia de los pobres y peregrinos. No es el culto lo que dará importancia a estos tiempos, sino el caminar con el Dios de la Historia, que no quiere la estabilidad sino el movimiento, porque no es el Dios de lo estático o inmóvil, como puede serlo un Templo de piedra o madera, sino el Dios de los Vivientes, el Dios de la Vida.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


19.

Nexo entre las lecturas

“El misterio de la Encarnación del Verbo” anunciado por el Ángel a María Santísima es el punto de unión de nuestras lecturas. El segundo libro de Samuel nos presenta al rey David con la intención de construir un templo para Yahveh. En un primer momento, el profeta Natán aprueba el proyecto, pero a continuación indica a David que la voluntad de Dios es diversa: no será él, el rey David, quien construirá el templo, sino que será Yahveh quien dará a David, una “casa”, una descendencia y un reino que durarán por siempre (1L). Así pues, David no podrá apoyarse sobre la estabilidad de un templo construido por mano humana, sino sobre la estabilidad que Dios dará a su casa, de la cual nacerá el heredero de la promesa. El pleno cumplimiento de esta profecía se tiene en Cristo, piedra angular empleada en la construcción del nuevo templo (1 P 2, 4-10 ). El cuerpo de Cristo resucitado que vive en su Iglesia, es el verdadero templo (Jn 2, 20-22). Dios habita en medio de nosotros en el cuerpo de Cristo, hijo de David e Hijo de Dios (Jn 1, 14). Por medio de las palabras del ángel dirigidas a María, nosotros conocemos la encarnación del Hijo de Dios; entramos en contacto con el misterio del Emmanuel, del Dios con nosotros (EV). El misterio escondido por siglos se ha manifestado en Cristo con el fin de atraer a todos a la obediencia de la fe (2L). Porque tanto ha amado Dios a los hombres que les ha dado a su Hijo único.


Mensaje doctrinal

1. El Hijo de David, es el lugar verdadero donde Dios reside. El mensaje de Natán al rey David se concentra en esta idea: “tú no pondrás tu fuerza y esperanza en un templo construido por mano humana. Tu seguridad está, más bien, en la promesa de Yahveh que te dará una casa y una descendencia que durará eternamente”. Así pues, tú deberás contar siempre y en cada ocasión, con la estabilidad que Dios dará a tu casa. Ésta será tu seguridad, ésta será tu fortaleza. De esta descendencia nacerá el Mesías.

Este oráculo sirve de fundamento a un tema característico de la historia de la salvación. El tema del templo de Dios, de la morada de Dios entre los hombres. La tradición cristiana ha reconocido en Jesús de Nazareth, Hijo de Dios e hijo de María, a ese verdadero templo, morada de Dios. En efecto el nuevo testamento nos ofrece varios pasajes significativos:

• - Jesús es la piedra angular del templo (1 P 2,4-10).
• - Dios habita en medio de nosotros en el cuerpo de Cristo, hijo de David e Hijo de Dios (Jn 1,14).
• - El cuerpo de Jesús resucitado y viviente entre nosotros es el verdadero templo (Jn 2,20-22; 1 Co 3,17).

Esto no significa que se deba restar importancia a los templos que los cristianos construyen como lugares de culto y devoción, sino más bien, pone de relieve que el templo es importante y necesario porque allí está el cuerpo de Cristo resucitado. En la Eucaristía Cristo ha querido permanecer entre nosotros verdadera, real y sustancialmente presente. Por eso, el cristiano no sólo valora el templo construido por mano humana, sino que más aún, promueve la construcción de nuevos templos que sean lugares de oración, lugares de Eucaristía, lugares de encuentro de Dios con el hombre; sabiendo, sin embargo, que es Cristo el verdadero templo de Dios. El pasado mes de agosto de 2002 decía el Papa Juan Pablo II con ocasión de la consagración del santuario de la Divina misericordia en Cracovia: “... existen tiempos y lugares que Dios elige para que en ellos los hombres experimenten de modo especial su presencia y su gracia. Las personas impulsadas por el sentido de la fe, viene a estos lugares seguras de ponerse de frente a Dios presente en estos templos”.

2. La Encarnación del Verbo, una invitación al gozo profundo. Al escuchar el mensaje del ángel, María es invitada en primer lugar a la alegría. “Alégrate María”. Ciertamente se trata de una alegría especial, la alegría que nace porque Dios viene, Dios está por venir, y es ella, la doncella de Nazareth quien será una “digna morada” para su Hijo. ¡Misterio inconmensurable: Dios se hace hombre! ¡Dios se hace hombre en el seno de una virgen purísima, su creatura!

“Aquel a quien el orbe no puede contener
en ti, se ha encerrado
y se ha hecho hombre.”

Misterio que ha sido mantenido en secreto durante siglos eternos -dice san Pablo- y que ahora se ha manifestado. “Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer”. Dios ha querido pedir la colaboración de María en la encarnación de su Hijo. María, por tanto, debe alegrarse porque es “agraciada”, porque es privilegiada. Ha sido perseverada de toda mancha de pecado para ser digna morada de su Hijo. María debe alegrarse porque el Señor viene, el Señor se encarna en ella, porque ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios está con nosotros. Ella es “llena de gracia y el todopoderoso ha hecho cosas grandes en ella”. La alegría cristiana nace de este acontecimiento: Dios ha venido en rescate del hombre que se había perdido por el pecado. El Mesías esperado está aquí y su llegada supera cualquier expectativa

“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras él moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural en las almas. Por tal motivo es nuestra madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium 61).

3. A Dios nada es imposible. El Señor ha elegido a una humilde doncella de un pequeño pueblo de Israel para constituirla en madre de su Hijo. El poder del Espíritu Santo la cubrirá con su sombra y tendrá lugar en ella el misterio escondido por los siglos, el misterio de la encarnación del Verbo de Dios. Admirable misterio del amor de Dios para quien nada es imposible. Por eso, podemos repetir con el salmista en este domingo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Cuando en la vida del hombre se insinúa el fracaso, el decaimiento de la fe, la pérdida de la esperanza, es preciso volver a esta verdad fundamental de nuestra existencia: “Dios se hizo hombre por amor a los hombres y para redimirlos del pecado. Para él nada hay imposible y él ha triunfado de la muerte y el pecado”. El mysterium iniquitatis” ha sido vencido por el mysterium pietatis, es decir, por el amor misericordioso e indulgente de Dios que se da sin cálculo y sin medida. La misericordia de Dios es mucho más grande que el pecado. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz y el hombre la felicidad: para Dios nada es imposible. Del desierto puede hacer hermosos vergeles y sembradíos.


Sugerencias pastorales

1. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el templo de Dios. En medio de la vida nos podemos sentir abatidos, atribulados por la presencia del mal, del pecado, de la muerte, de las penas de la vida. Es preciso, por ello, fortalecer la esperanza y tener presente que, en Cristo, tenemos al Emmanuel, Dios con nosotros. El Verbo de Dios encarnado ha dado su vida por nosotros en la cruz y, resucitado, permanece para siempre con nosotros en la Eucaristía. En el tabernáculo el hombre encuentra el lugar del descanso al final “del vértigo de la jornada”. En la Eucaristía se alimentan las virtudes, se corrigen las costumbres, el alma se llena de gracia para seguir el camino de la vida. Es el misterio de Dios presente que nos escucha y nos acompaña por los senderos de la vida. La Eucaristía es la fuente del amor misericordioso que vence sobre el misterio de la iniquidad. Que nadie se sienta solo. Que nadie desespere de su salvación, ni la de su prójimo. Que todos acudan a este templo de Dios en el que se nos ofrece el pan de la vida.


2. Construir el templo de Dios

- Construyamos primeramente el templo de Dios en nuestra propia vida. Permitamos que Dios dirija y gobierne nuestros pasos. Colaboremos activamente en su plan de salvación. Seamos piedras angulares, edificación de Dios, construyamos con arte y dedicación el templo de Dios. Cada uno de nosotros, como persona humana y como cristiano, debe ser el lugar de la manifestación de Dios entre los hombres. Construyamos, pues, en nosotros el templo de Dios mediante la vida de gracia, mediante la vida de caridad delicada con nuestros hermanos y mediante la verdadera humildad. “Donde hay caridad y amor allí está Dios”.
- Construyamos el templo de Dios en los demás por el apostolado. Sintamos la viva responsabilidad de participar en la historia de la salvación como enviados, como apóstoles, hombres del mensaje, embajadores de Cristo. Participemos en las actividades apostólicas de nuestra parroquia, no reduzcamos nuestra vida cristiana a la esfera estrictamente personal, cuando nuestra misión es ser luz de las naciones y sal de la tierra.

P. Octavio Ortiz


20. 2002 COMENTARIO 1

COSAS DE DIOS

Por más que uno le de vueltas a la cosa, no hay más remedio que decir que "a Dios no hay quien lo entienda". Su comportamiento es tan distinto del nuestro que nos saca de quicio. ¿Es verdad aquello de que escribe derecho con renglones torcidos"? ¿O no será más bien que nosotros denominamos torcido a lo derecho y viceversa?

Su modo de ser y actuar extraña. "A los seis meses -dice Lucas- envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María".

El comienzo de este relato es sorprendente. Gabriel (Dios es fuerte) era el encargado de asuntos exteriores del Padre Eterno en la corte celestial . Tenía por misión revelar a los hombres el sentido de las visiones y explicar el significado de la historia; a él le tocaba anunciar la venida del Mesías, como cuenta el libro de Daniel (8,15; 9,2lss).

Pues bien, el angélico delegado se desplazó en comisión de servicios a una aldea ignorada por todo el Antiguo Testamento, e incluso por historiadores contemporáneos como Flavio Josefo. La aldea era Nazaret. Lucas, poco conocedor de la geografía de Palestina, la llama "ciudad". Nazaret pertenecía a Galilea, la provincia menos ortodoxa de todo el país; provincia siempre pronta a revueltas políticas y formada por gente poco observante de la Ley de Dios y de las buenas costumbres; para más datos, era nombrada despectivamente "Galilea de los gentiles".

En la aldea de Nazaret vivía un joven, de nombre José. Acababa de contraer matrimonio con María, cuya edad debía rondar los trece años, edad a la que solían casarse las muchachas de su tiempo. (En una inscripción de la época se habla de una mujer que murió a los treinta y cuatro años y era abuela de muchos nietos).

Aunque José y María habían contraído matrimonio (ceremonia privada que consistía en la firma del contrato), aún no vivían juntos, cosa que ocurría, según la costumbre, un año después de los desposorios.

El ángel se dirige a María (la amada o ensalzada de Yahvé) saludándola como si se tratase de Gedeón, Judit o cualquier otro gran personaje bíblico. "Ella se turbó con aquellas palabras, preguntándose qué saludo era aquél". Y el ángel añadió: "No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús..." A lo que ella objetó: "¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra...

El caso de María, que concibe sin intervención de varón, es único en su género. En la Biblia se refieren casos de madres estériles, que dan a luz por intervención de Dios, pero siempre con colaboración de varón. Lo de María es nuevo e inesperado. Con este lenguaje, tan extraño al hombre de hoy, se indica que Jesús nace por entero de Dios y es un proyecto sacado adelante por Dios mismo; Dios, y no el hombre, lleva la iniciativa. Más que hablar de la virginidad de María -que también- se alude aquí a la concepción especial de Jesús, como resultado de una no menos especial intervención de Dios.

Desconcertante Dios que se fija en los que no cuentan en la tierra -María y José, aldeanos, obrero él, ella sus labores- para sacar adelante el más perfecto de sus proyectos. Ya estaba anunciado: "Dios derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes". Cosas de Dios...
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21. COMENTARIO 2

LA MUJER EN LA IGLESIA

Se ha hablado mucho en los últimos tiempos del papel de la mujer en la Iglesia ¿Qué papel desempeña? ¿Qué papel debe desempeñar? Hoy el evangelio nos propone como ejemplo a una mujer: María presentada como antítesis de un sacerdote: Zacarías

EL EVANGELIO DE LUCAS

El evangelio de Lucas comienza con dos anuncios: el del nacimiento de Juan Bautista y el del nacimiento de Jesús. Al empezar así, el evangelista descubre su propósito: él quiere presentar todo lo que va a contar en su libro como el cumplimiento de las promesas de Dios. Su libro no es una historia cualquiera, es "historia de salvación" (a propósito de esta palabra salvación, debemos tener bien claro que cuando los evangelios la usan no se refieren casi nunca a la salvación eterna, a la otra vida, de modo exclusivo; la salvación es la liberación de todos los peligros y de todas las situaciones negativas que el hombre padece, desde las más materiales a las más espirituales, y que culminará en la liberación definitiva de la muerte).

Pero, ya desde el principio, Lucas quiere dejar claro que la salvación que Dios ofrece no se va a realizar sin colaboración humana, y que para alcanzarla no valen ni los títulos ni las apariencias: será necesario escuchar su palabra, fiarse de ella y actuar en consecuencia.

Con este propósito inicia su evangelio contraponiendo dos modos distintos de recibir la palabra de Dios: el de Zacarías, padre de Juan Bautista, y el de María, la madre de Jesús.

UN ANCIANO SACERDOTE: ZACARÍAS

Zacarías tenía todos los requisitos necesarios, según el modo humano de juzgar, para recibir adecuadamente un encargo de parte de Dios: era un hombre importante, sacerdote legítimo -descendiente de Aarón- y, por tanto, profesional de lo religioso y miembro de la clase dirigente israelita; además era ya anciano, lo que reforzaba su autoridad. Y, además, era una buena persona: "Hubo en tiempos de Herodes, rey del país judío, cierto sacerdote de nombre Zacarías, de la sección de Abías; tenía por mujer a una descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor" (Lc 1,5-6).

Pues, a pesar de todo ello, cuando Dios le hizo saber que su mujer le iba a dar un hijo y que ese hijo sería el que habría de preparar el camino al Mesías, no se lo creyó. Y empezó a pedir garantías y explicaciones: "¿Qué garantía me das de eso? Porque yo ya soy viejo, y mi mujer, de edad avanzada" (Lc 1,8-19), respondió Zacarías al mensajero que, de parte de Dios, le daba aquella buena noticia. Y Dios le dio una señal: por no fiarse de su Palabra, lo dejó sin palabra durante una temporada: "Pues mira, te vas a quedar mudo, y no podrás hablar hasta el día que esto Leí nacimiento de Juan Bautista] suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento" (Lc 1,20).

UNA JOVEN DEL PUEBLO: MARIA

El ángel le dijo:
Tranquilizate, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús.

En aquella sociedad israelita, machista y jerarquizada al máximo, María no parecía tener ninguna posibilidad de desempeñar un papel importante en la historia de la salvación: era mujer, joven, prometida a un hombre que, aunque estaba emparentado con la familia del antiguo rey David, era un pobre artesano; una muchacha que posiblemente no tenía ninguna instrucción, que quizá aún no había visitado ninguna vez el templo de Jerusalén y que, cuando iba a la iglesia, tenía que quedarse, como todas las mujeres, en el portal.

Pero... Por un lado, a Dios le pareció bien escoger a esta muchacha para que fuera la madre del Mesías. A Dios le pareció bien concederle todo su favor. Y también a ella le envió un mensajero para que le comunicara su plan. Y ella aceptó confiada.

CUMPLASE EN MI...

Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin...

El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel: a pesar de su vejez ha concebido un hijo, y la que decían estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible.

Dios no le impuso su plan a María, se lo propuso. Y dejó que, con libertad, María decidiera.

El mensajero de Dios le dice que va a ser madre y que, en su hijo, se van a cumplir todas las promesas que Dios había hecho a sus antepasados; por medio de él Dios continuará su acción liberadora en favor de su pueblo y en favor de toda la humanidad.

María, por su parte, no aceptó a ciegas: pidió algunas aclaraciones; quería saber cómo iban a suceder las cosas. Pero sin desconfianza. Porque la respuesta que le da el mensajero le pone las cosas todavía más difíciles: ese hijo será efecto de la acción de Dios y, por tanto, será Hijo de Dios y como tal será reconocido ["será llamado"]. Y a pesar de todas las dificultades: "Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho."

La salvación, la radical liberación que Dios ofrece a la humanidad por medio de Jesús Mesías, tuvo que pasar por una mujer que, confiada, creyente, dijo que sí a Dios. Hoy, también en la Iglesia de Jesús, la mujer sigue ocupando un papel secundario. Sin ninguna razón verdaderamente seria que justifique esa discriminación. ¿No estará eso retrasando la salvación?
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22. COMENTARIO 3

JESÚS, EL MESÍAS ESPERADO

RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO

"En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María" (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, "Herodes" (tiempo) y "Judea" (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, "Galilea", al que seguirá más tarde el dato temporal ("César Augusto, cf. 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: "a un pueblo que se llamaba Nazaret". Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en "el santuario" como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre "el santuario" y "el pueblo de Nazaret" es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer "virgen" (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. "una de las hijas de Aarón"); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José ("de la estirpe de David"). Isabel era "estéril" y "de edad avanzada", María es "virgen" y recién "desposada", resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa "adúltera" o "prostituida", figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a "los pobres" de Israel, el Israel fiel a Dios ("virgen", subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los "cinco meses" en que Isabel permaneció escondida y "el sexto mes" en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. "En el sexto mes", como otrora "el día sexto", Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel "entra" en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que "se apareció de pie a la derecha del altar del incienso") y la saluda: "Alégrate, favorecida, el Señor está contigo" (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término "favorecida/agraciada" de la salutación y la expresión "que Dios te ha concedido su favor/gracia" (lit. "porque has encontrado favor/gracia ante Dios") son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que "el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él" (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: "lleno de gracia/favor y de fuerza" (Hch 7,8). "El Señor está contigo" es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías ("se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él", 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).

HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL

"No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús" (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo "virgen". La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: "Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel" (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de "Juan", aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de "Jesús" ("Dios salva"). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de José: "Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin" (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán "grandes", pero el primero lo será "a los ojos del Señor" (1,15a), ya que será "el más grande de los nacidos de mujer" (cf. 7,28), por su talante ascético (cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse "llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre" (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será "grande" por su filiación divina, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo ("el Altísimo" designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.

"Ser hijo" no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José ("de la estirpe de David"), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios ("le dará", no dice "heredará"). "La casa de Jacob" designa a las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).

LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: "¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?" (lit. "no estoy conociendo varón", 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María "no conoce hombre" alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina "desposada" ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"" (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de "la gloria de Dios / la nube" que "cubría con su sombra" el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf 11,13). María ha resultado ser la primera gran "favorecida/agraciada"; Jesús será "el Mesías/Ungido" o "Cristo"; nosotros seremos los "cristianos", no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.

LA UTOPÍA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en "sordomudez". A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: "Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible" (1,36).

La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la "vejez/esterilidad" sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los "seis meses" constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el "día sexto" de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era "virgen", sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.

EL "NO" DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL "SI" DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba "esperando" el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: "Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho" (1,38a). María no es "una sierva", sino "la sierva del Señor", en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: "Y el ángel la dejó" (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando "a las órdenes inmediatas de Dios" (1,19a), "ha sido enviado" a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele "de pie a la derecha del altar del incienso" (1,11), y luego "ha sido enviado por Dios" nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
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23. COMENTARIO 4

La perícopa de 1S 7, 1-16 no es una profecía en sentido de anuncio de futuro, sino una profecía en el sentido crítico del presente. Es decir, este relato recoge no lo que va a pasar, sino los sueños que despertó en su tiempo el creciente poder de David. La historia se va a encargar de demostrar que no pasaron de ser sueños, porque la monarquía que había suplantado la experiencia tribal comunitaria no supo guardar los valores de esta experiencia, sino que abrió camino al poder individual y a la ambición personal de cada uno de los reyes. Fue la dinastía de David, en su paulatina corrupción, la que llevó a Judá al desastre y al destierro, como ya antes le había sucedido a Israel, el Reino del Norte. La equivocación de todos los poderes, socio-económicos, socio-políticos y socio-religiosos, cuando se colocan frente a lo divino, es creer que son ellos los que van a dar prestigio y fuerza a la divinidad, los que le van a construir "casa" a Dios. El profeta quiere demostrar lo contrario: el poder humano no puede manipular a la divinidad. Es ésta la que le da sentido al poder si se eja transformar en ocasión de mayor servicio.

La lectura de la carta a los romanos (16, 25-27) recuerda que es exactamente éste el papel que Jesús viene a realizar en la historia humana. Se trata de un papel que ningún descendiente de David -ningún príncipe o monarca- pudo realizar, ya que históricamente todos ellos quedaron atrapados en los intereses de clase y condición social, cerrándoles las puertas a las necesidades de los que estaban fuera de su clase. Por eso en Jesús esta historia se trastoca, se vuelve al revés, se "revoluciona": lo que estuvo oculto, lo que nunca se logró en el Antiguo Testamento debido a los intereses humanos, en Jesús se manifiesta por la fuerza del Espíritu.

Esto mismo lo asume el evangelio de Lucas (1, 26-38), donde el Espíritu es el centro de la narración de la Encarnación del Verbo. El poder de Dios (Jesús encarnado) se va a manifestar no en los esquemas de poder humano, sino todo lo contrario: Dios queda pendiente de la voluntad y de los labios de una mujer, de una joven, de una campesina, de un ser que no cuenta como fuerza de decisión y de gobierno en el esquema social reinante.

Pero esta muchacha campesina cuenta en el esquema de Dios, porque su fuerza no está tanto en ella, como en el Espíritu que la acompañará, ya que ella ha creído en Él. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra"... En esta bella frase se compendia el papel de Dios en la Historia del Nuevo Testamento: es el mismo Dios quien quiere llevar la iniciativa, para que la historia humana no caiga en la debilidad de la carne y de la sangre, es decir, de los intereses de personas y grupos. Jesús no puede ser hijo de intereses de coronas reales, o de dinastías davídicas que vuelvan a manipular a Dios, como sucedió en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento -por lo tanto la Iglesia, que queda incluida en el mismo- debe abandonar los sueños de poder, de dominio, de riqueza, de "acabar con el enemigo", como fueron los sueños que el profeta Natán le recordaba a David y a todo Israel, sueños que Dios nunca quiso respaldar, como demostró la historia del Antiguo Testamento, y que nunca respaldará. En vano nuestras Iglesias se quedan esperando aprobación de Dios para sus proyectos de poder. Ella nunca podrá venir de Dios, por la simple lógica de la Encarnación. La única y verdadera fuerza de la Iglesia es y será siempre el Espíritu.

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Para la revisión de vida
¿Cómo voy a vivir estos días últimos de adviento-navidad?
¿Cómo voy a acoger el misterio del "Dios tan humano" que Jesús nos muestra?
¿Cómo vivir y expresar con todos los que me rodean la ternura de Dios?

Para la reunión de grupo
-Navidad: ¿vuelve a nacer Jesús? ¿Qué es lo que realmente celebramos?
-La Navidad y la Nochebuena están cargadas de símbolos, de riqueza cultural, de tradiciones familiares, de un imaginario social, de una tradición social llena de publicidad comercial… ¿Se puede distinguir el trigo de la paja? ¿Qué sería lo esencial cristiano de la Navidad?
-¿Qué quiere decir realmente el hecho del nacimiento virginal de Jesús? ¿Es una afirmación, de qué género: físico, biológico, histórico, teológico...?
-¿Cómo conciliar el nacimiento virginal de Jesús, tan especial, y la voluntad de Dios de encarnarse y anonadarse, "pasando por uno de tantos"? ¿Están en contradicción?
El texto de Leonardo Boff sobre los evangelios de la infancia, citado más arriba, se presta para que habiéndolo leído todos los miembros del grupo (lo pueden leer o tomar de internet) lo comenten en la sesión de trabajo o círculo de estudio.

Para la oración de los fieles
-Por todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente por los más necesitados, para que acojan con amor y alegría al Dios que a todos sale al encuentro, a cada uno por sus propiso caminos religiosos, roguemos al Señor
-Para que el nacimiento de Jesús nos dé la confianza y el optimismo de saber que Dios no abandona a la Humanidad, y que a toda ella la guía y conduce…
-Para que el ambiente social navideño vaya acompañado en nuestras vidas por una vivencia intensa del misterio de la navidad, con oración y contemplación llena de paz y de agradecimiento...
-Por todos los que están lejos de sus hogares, o no tienen familia, o están en soledad obligada o voluntaria; para que experimenten gozosamente la comunión y el amor por encima del cerco soledad que les rodea...
-Para que el ambiente de la navidad propicie en nuestros hogares el necesario clima de amor y ternura que durante la vida diaria nos es más difícil...

Oración comunitaria
Oh Dios, que en otros tiempos, y de muchas formas, hablaste por tus profetas en todos los pueblos y naciones, y que para nosotros, en nuestro hermano Jesús de Nazaret, hiciste brillar tu amor de un modo inefable; haz que a la luz de tu Palabra, diseminada por todo el mundo, todas las religiones acojan el don de tu Palabra y la pongan en práctica en la fraternidad-sororidad universal que a todos nos has prometido. Tú que vives y haces vivir, amas y haces amar, por los siglos de los siglos. Amén.

Dios, Padre Nuestro, que en Jesús nos has dado tu Palabra, hecha carne y sangre, fuerza y ternura, muerte y resurrección; te pedimos nos des la fuerza necesaria para seguir sus pasos por el camino que él nos trazó para llegar hasta ti, abrazando en nuestro caminar hacia ti a todos los hermanos y hermanas. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Dios misericordioso, que iluminas las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tus Palabras: acrecienta en nosotros la fe que tú mismo nos has dado, para que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y el amor que has encendido en nuestro corazón. Por Jesucristo, tu hijo y nuestro hermano, amén.

(Donde se celebra el día de los emigrantes:)
Mira con piedad a los inmigrantes y a los que no tienen techo donde cobijarse, para que encuentren pronto el hogar que desean, y compromete a todos los hombres y mujeres de corazón generoso para la transformación de las injustas leyes de extranjería actualmente vigentes en tantos países...

1. J. Peláez, La otra lectura de los evangelios, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "No la ley sino el hombre ". Ciclo B. Ediciones El Almendro, Córdoba

3. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica)