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HOMILÍAS MÁS
PARA EL
DOMINGO III DE ADVIENTO
28-36
28.
A todos los cristianos del mundo se nos invita hoy a una alegría, pudiéramos decir, casi desmedida:
"Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres" nos ha dicho San Pablo de parte de Dios. Y el profeta Sofonías, en la primera lectura, ha dicho al pueblo judío, cautivo y esclavo, en el exilio, como ocurre hoy, en parte, a toda la humanidad: "Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo Israel, humanidad del tercer milenio, alégrate y gózate de todo corazón". ¿Por qué? nos podemos preguntar hoy nosotros. Y he aquí la respuesta de Dios, por medio del mismo profeta:"Porque el Señor ha cancelado tu condena y ha expulsado a tus enemigos". Y ¿por qué ha perdonado tu condena y ha expulsado a tus enemigos?: "Porque el Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta".Estas ideas, estos deseos, estas promesas son el telón de fondo del anuncio hecho a María por el ángel Gabriel:
"Alégrate, no tengas miedo. El Señor está contigo". Es el anuncio que se nos hace hoy a nosotros, si respondimos a la invitación primera, que nos hizo Dios por medio de la Iglesia al comenzar el adviento: "Estad despiertos siempre y vigilad en oración". Cambiad de vida, convertiros, allanad los montes y colinas de vuestras soberbias y orgullos; rellenad esas profundidades de inmoralidades de esos valles hondos y obscuros; lo retorcido de vuestras malas intenciones, enderezadlo y lo tortuoso y escabroso de vuestros resentimientos y odios, corregidlo y alisarlo.Conviértete, pues, es decir, da la espalda a tus enemigos, al pecado, y da la cara a Dios: "
Alégrate, no tengas miedo. El Señor está contigo". Ya no se trata, pues, de la proximidad del Señor, sino de su presencia en tu misma vida y en tu comunidad cristiana, incluso, en medio de los hombres y mujeres de buena voluntad, que no les gusta el mal que descubren en sus vidas y desean ser mejores, aunque aun no hayan recibido el bautismo del Espíritu. Por eso San Pablo nos dice a todos, sin distinción: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres"¿Cómo tener y mantener este estado de alegría? Y el mismo San Pablo nos lo dice a la vez que nos recomienda: "
que vuestra mesura la conozca todo el mundo". Mesura, que significa: medida. Que des la medida en tu vida de oración, nos dirá. ¿Cómo es tu oración, mi buen hermano, mi buena hermana? ¿Rezas en familia o te da vergüenza y no tenéis confianza suficiente para compartir al Dios de vida, al Dios de tu alma y corazón?. Que des la medida en la construcción de la paz: Nos dirá: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo". Que des la medida en todo."¿Qué hay que hacer, entonces?", le preguntarán las gentes a Juan el Bautista.
Hoy se lo preguntamos nosotros: ¿cómo conseguir, cómo conquistar esta explosión de alegría, cuyo mensaje, hecho grito de júbilo, la Iglesia nos propone y a cuyo goce hoy nos invita?. Mediante la conversión, mediante la metanoia, o cambio en mis criterios erróneos y mis actitudes torcidas.Pero, veamos: tú, mi buena hermana / o, que guardas esta fidelidad de celebrar la eucaristía, al menos los domingos, para cumplir y complacer a Jesús, que nos pidió como testamento y últimas palabras:
"haced esto en memoria mía", ¿no te parece que toda esta insistencia de la Iglesia y de los sacerdotes en sus homilías no son nada más que palabras y palabras, que están casi sobrando, porque tú eres fiel y constante en tus prácticas cristianas? O ¿tendrás más bien que sospechar, que al no sentir esta alegría a la que se te invita, entonces tu deseo de ser mejor y de cambiar es tan solo deseo, sueño, ilusión y no realidad? ¿No me estaré engañando a mí mismo con una práctica vacía y una conversión inexistente?"Yo os bautizo con agua,
nos dirá San Juan Bautista, pero viene el que os bautizará en Espíritu y fuego". El bautismo de fuego quemará toda la paja de nuestros deseos e ilusiones vanos, nuestras fantasías, sueños y sensaciones o puros sentimientos impuros y egoístas. Y quedará patente y clara la sinceridad y autenticidad de nuestra conversión y de nuestras prácticas religiosas como rutinarias y pobres.Y este es el bautismo de fuego que me trae hoy San Juan Bautista para que examines la verdad y sinceridad de tu vida humana y cristiana:
"El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo. No exijáis más e lo justo. No hagáis extorsión a nadie. No os aprovechéis de las ocasiones injustas" Fuego, pues, que purifica y clarifica la sinceridad de mi conversión, de mi vida y de mi práctica religiosa. ¿Comparto? ¿Vivo de privilegios en mi trabajo o profesión? ¿Soy austero, como buen cristiano o despilfarro y hago ostentación de mis bienes y riqueza? Yo, de los más ricos y poderoso del pueblo…Se trata de las riquezas de todo tipo y no solo el dinero, sino también la cultura, las tierras, el estatus social, el poder, influencia y prestigio, casas lujosas y un largo etc. Todo ello tiene que quemar mis manos, tiene que inquietar mi vida, tiene que ir despertando en mi una nueva conciencia, más limpia, más justa, más auténtica, que me convenza que aunque esté en la legalidad, aunque viva en la legalidad, no quiere decir que esté y que viva en la justicia.
Legal es el aborto en nuestro país, pero por muy legal que sea, no dejará de ser injusto, porque injusto es matar al inocente:
"no matarás" nos dice nuestra propia naturaleza; así estamos hechos: para dar la vida y no la muerte. La ley de mayorías en las votaciones, nos dice el Sínodo de Obispos de Europa en cosas injustas, las hace legales, pero no justas. Un homicidio será siempre un homicidio.Tener muy presente y muy sabido, que los sistemas humanos, económico – sociales, no son dogmas de fe, no son verdades absolutas, no se deben canonizar, sino hacerlos evolucionar hacia la verdadera justicia. Y si esta conciencia mía en estos asuntos graves y serios no la renuevo, con ella muero y un muerto no puede sentir, ni para él es el pregón de la alegría que la Iglesia hoy anuncia a los cuatro vientos para que esta Eucaristía que vamos a celebrar nos sepa a alegría a gozo a fraternidad, para que esta Eucaristía nos sepa a Dios con nosotros, a Emmanuel.
A M E N
P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
Correo-e:
edumartabad@escolapios.es29. DOMINICOS 2003
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. La invitación apremiante de San Pablo, que leemos hoy en la segunda lectura, ha acabado dando el nombre y la tonalidad a este tercer domingo de Adviento, en el que todos los textos litúrgicos invitan a la confianza, a la serenidad, a la alegría.
Y ello porque “el Señor tu Dios se goza y complace en ti, te ama y se alegra como en día de fiesta”, como recuerda el profeta en la primera de las lecturas.
Esta presencia de Dios no puede dejar indiferente al hombre. Su reconocimiento en nuestras vidas provoca un cambio moral, de cuya radical seriedad nos habla el evangelio. Pero hoy esta exigencia se nos ofrece más como don que como ley, más como posibilidad que como obligación. “Decid a los cobardes: sed fuertes, no temáis. Mirad a nuestro Dios, que viene y nos salvará”.
La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de "Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La liturgia es expresiva.
Este domingo Tercero de Adviento nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca. Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta: dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la verdadera alegría.
I.1. En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría. ¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!
I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas miedo a la paz!
II.1. El texto de la carta viene a ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana: Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete” ¿qué más se puede pedir? Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica muy necesaria.
II.2. No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.
III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.
III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.
III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
¡Sorprendente liturgia del Adviento! Cuando íbamos aceptando los signos externos, incluso los textos hasta este día, que se presentaban llamando a la conversión, a la seriedad y austeridad de vida, hoy salta desde el primer momento una invitación insistente, que impregna la celebración de este domingo: “grita de júbilo, alégrate y gózate de todo corazón”. Semejante invitación parece desbordar toda medida. ¿Tiene todo esto hoy algún sentido en nuestro mundo?
Si nos miramos a nosotros mismos, si observamos lo que ocurre también en mucha de la gente con la que convivimos, caemos en la cuenta de algo peculiar, que se va haciendo más presente a medida que se acerca la Navidad. Todo parece invitarnos a bajar un poco la guardia, a romper nuestras defensas frente a los demás y practicar una brecha en el muro tras el cual protegemos nuestra identidad, nuestro personaje. Nos mostramos más amables, nos relacionamos más con otras personas llamando a nuestros amigos, felicitando a muchos, reuniéndonos con la familia... Y tenemos la sensación de algo nuevo, una especie de ilusión de que es posible recuperar la inocencia que nos transmite un villancico o un pesebre, la reconciliación, la paz... Es como una nostalgia de renovación y de vida, que duerme en nosotros y que en este tiempo aflora como un impulso profundo, noble, bello, que además nos sentimos libres para expresar y desear.
No tenemos por qué negar en nosotros esos buenos sentimientos. Más aún, como creyentes estamos invitados, y la liturgia de hoy lo hace con toda intensidad, a convertirlos en un estilo de vida. Tal invitación no constituye ninguna frivolidad, ni es fuente de alienación o de irresponsabilidad moral. Por el contrario, desde la experiencia radical que nos permite vivir esperanzados y en paz, tratamos de proyectar nuestra vida ofreciendo a los demás la misma palabra de luz y de sentido. Veamos un par de aspectos.
La alegría no la mantiene el cristiano porque se cubra con un paño los ojos para no ver lo que ocurre a su alrededor. Enfrentados al mal de nuestro mundo, a sus injusticias, al dolor y a la muerte; o simplemente despreocupados incluso de todo eso, muchos de nuestros contemporáneos –conocidos e incluso familiares nuestros- no llegan a creer que Dios se haya acordado de nosotros y haya decidido acompañar nuestra historia y nuestra vida. Y, sin embargo, esa es la verdad que celebramos a diario y cuya memoria intensificamos en este tiempo de Adviento. Podemos ser tan lúcidos como cualquiera reconociendo el mal en nosotros o en nuestro mundo, pero no lo reducimos todo a eso. Desde que el Verbo eterno de Dios plantó su tienda en nuestra tierra, la Navidad es para siempre “el día en que apareció la bondad de Dios nuestro salvador y su amor hacia los hombres”. La liturgia nos invita a que aceptemos esta oferta de plenitud de vida y de verdad, de esperanza de salvación que representa para el mundo la cercanía de Dios en Jesucristo: “Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me buscaréis y me encontraréis”.
Pero entrar en esta dimensión es un camino largo. Pues Dios no viene a nosotros simplemente para colmar nuestros buenos deseos. Conecta sin duda con ellos, de otro modo no hablaría a nuestro corazón, pero ¿qué puerta nos abriría si no fuera más que eso? Entrar en el misterio del Adviento y de la Navidad es intentar reconocer y acoger a Dios en lo menos evidente: en la debilidad de un niño, en la pobreza de una familia, en la violencia de una sociedad que no quiere saber nada de todo ello... También en nuestra propia debilidad y en nuestras dudas. Fue así cuando vino a este mundo, y lo sigue siendo en esta hora nuestra. Dios entra en nuestra vida para afectarla, para cambiarla. El evangelio de hoy, que el evangelista presenta como la forma en que el Bautista anunciaba la buena noticia, señala la dirección de nuestra conversión al Dios vivo. Abandonar el culto idolátrico era, para los profetas de Israel, el primer movimiento de una conversión que tenía otra cara, la cual llevaba inexorablemente a hacer el bien a los demás. Los buenos sentimientos navideños tienen que transformarse en cambios de vida. No entendemos nada mientras veamos la necesidad de un cambio moral como meras obligaciones. Lo puede ser bajo otras consideraciones, pero en el evangelio “ser justos” es, sobre todo, una posibilidad nueva, la posibilidad que se ofrece a quien se ha encontrado con Dios y en su palabra ha descubierto la verdad y la belleza del bien practicado sin retorno. Pues “la paz de Dios sobrepasa todo juicio, y ella custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
Fr. Bernardo Fueyo Suárez,
op
bernardofueyo.es@dominicos.org
30.
Macarena, Beatriz
La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿qué tenemos que hacer?". Juan les
respondía atendiendo a la situación o profesión de cada uno. Cada ser está
llamado a encontrar su perfección en el escenario que su propia naturaleza le
señala. La santidad consiste en ser uno el que es, estar uno donde está, hacer
lo que su ley interior y su recta conciencia le mandan hacer. El que abrazó la
vocación militar, que se haga santo viviendo de modo perfecto la ética de su
profesión: "no hagan extorsión a nadie, no se aprovechen con falsas denuncias, y
conténtense con su salario". El que administra patrimonios ajenos, en particular
el dinero recaudado vía impuestos, "que no exija más de la tasa fijada". Y el
que puede dar gracias a Dios por disponer de dos túnicas, haga brotar acción de
gracias en el corazón de quien no posee ninguna: "reparta con el que no tiene, y
haga lo mismo con la comida".
El cumplimiento de estas exigencias éticas en materia de justicia, solidaridad y
honestidad trae consigo felicidad, pero pertenece todavía a su preámbulo. Lo
mismo valga del conocimiento de las verdades religiosas, de la celebración de
los ritos sacramentales, y del ejercicio de la oración. Son medios, son caminos,
venerables y santos. Permiten acercarse a la meta anhelada, adentrarse en las
profundidades del inagotable misterio de Dios. Dios es feliz. Dios vive en la
perfecta alegría. La gloria de Dios es que el Hombre viva y sea feliz como Él.
La meta del hombre es ser y hacer feliz. Si le preguntamos a Juan, profeta de
Dios: "¿qué tenemos que hacer?", nos responderá: vivir en la alegría de Dios.
"Juan exhortaba al pueblo y le anunciaba la Alegre Noticia".
San Pablo lo formula como un mandato: "Estén siempre alegres en el Señor; les
repito, estén alegres". Y lo escribía desde una cárcel, en la que llevaba
cadenas por amor a Cristo. ¿Se encuentra en los diez mandamientos este
imperativo de vivir en la alegría? Se lo presupone: el ejercicio de la virtud
comporta el regocijo de ser lo que uno es. Cada mandamiento corrobora la
tendencia y retroalimenta la exigencia de la naturaleza humana, hecha para amar
y amando disfrutar la alegría. Y para hacer más explícito este imperativo de ser
y hacer feliz (hermosa redundancia, ya que el esplendor y gozo de la propia
felicidad es como el sol, cuyo brillo y calor fecundan el universo, sin egoísta
exclusión), nuestro buen Jesús compuso, también desde un monte, el himno y
sermón de las Bienaventuranzas. Son promesas de alegría, y revelan los caminos
para conquistarla.
En las Bienaventuranzas leemos la autobiografía de Cristo. Como Dios y como
hombre, Él es dichoso y sabe dónde está la alegría y cómo permanecer en ella.
Jesús es las Bienaventuranzas. Y dado que por creación y por bautismo somos
imagen y semejanza de Jesús, nuestra misión y destino es vivir las
Bienaventuranzas.
Cuando los cronistas de la vida de Jesucristo acuñaron la palabra "Evangelio"
para identificar su mensaje, quisieron enfatizar su carácter de Alegre Noticia:
novedad que provoca regocijo. Cristo mismo, autor, síntesis y modelo del
Evangelio, ejercía el atractivo de una personalidad anclada en el gozo.
Disfrutaba los encantos de la naturaleza y las mil y una pequeñas grandezas de
cada corazón humano. Festejaba sus visitas al Templo: "¡qué alegría cuando me
dijeron, vamos a la casa del Señor, ya están pisando nuestros pies, tus
umbrales, Jerusalén!". Hizo patente su gozo al recibir a sus apóstoles, que le
contaban el éxito de su primera misión, y cómo hasta los demonios se les
sometían en el nombre de su Señor. Los invitó entonces a alegrarse más bien de
que sus nombres estuvieran escritos en los cielos.
Es frecuente el apelativo de "dichoso" en los relatos evangélicos. Dichosa es
María por haber creído las promesas del Altísimo. Dichosa, de nuevo, María por
ser y saberse llena de gracia, colmada de favor: "Dichosa me llamarán todas las
generaciones". Dichosa, feliz María, ejemplo de cuantos escuchan la Palabra de
Dios y la convierten en vida. Dichoso Pedro, por ser depositario de la más
decisiva revelación en la historia: que Cristo es el Hijo de Dios vivo, y que
las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia-Esposa de Cristo.
Dichosos los ojos que ven a Jesús (y a Jesús se le ve en el rostro de quienes
apelan a nuestra misericordia). Dichosos los discípulos que esperan vigilantes
el retorno de su Señor, y son hallados fieles, dedicados por entero al servicio
unos de otros. Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Ni siquiera la
muerte puede empañar la alegría: sólo remueve el último obstáculo para
disfrutarla en plenitud.
Si Adviento es preparación a la venida del Señor, nuestros corazones han de
ofrecerle al divino Huésped el homenaje de la alegría. Así Él se siente en su
casa. La seriedad en la vigilancia y autoexigencia encuentra su premio en la
perfecta alegría. La alegría pide estar presente y primero, en nuestros motivos,
en nuestras metas, en nuestros métodos.
Hay dos nombres de mujer que expresan bellamente nuestra vocación a las
Bienaventuranzas. El primero es Macarena; el segundo, Beatriz. En griego y en
latín significan: la mujer feliz, y que hace feliz. Toda mujer lleva en su fondo
ese nombre divino. Es la vocación de la Iglesia, la de toda alma humana: ser y
hacer feliz.
Para revisar lo que fue nuestro año, y proyectar el próximo según el deseo del
Señor, elijamos el prisma de la alegría. El espejo puede decirnos en qué medida
se encuentra operativo y reconocible en nosotros el espíritu de Jesús, que es
alegría y paz. Preguntemos con qué frecuencia y credibilidad se nos ve sonreír.
Verifiquemos en qué grado priorizamos la actitud positiva ante las personas y
acontecimientos. Veamos si nuestro trato con Dios está marcado por la confianza
y el tuteo filial. Y comprobemos si en la conversación con Dios y con los demás
está presente, y en qué medida, la acción de gracias: signo y causa de nuestra
alegría.
"Padre, Tú que unes los corazones de tus fieles en un mismo pensar y un mismo
sentir: concédenos amar y cumplir lo que Tú nos mandas, y desear y esperar lo
que Tú nos prometes; para que en medio de las vicisitudes de este mundo,
nuestros corazones permanezcan anclados en la perfecta alegría".
RAÚL HASBÚN Z.
31.Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente:
www.scalando.com
Sofonías
Al parecer Sofonías fue contemporáneo de Jeremías y de Nahum. Es posible que el
nombre de Sofonías, (que significa Yahvé ha ocultado), se deba a la época en la
cual le tocó vivir, llena de situaciones difíciles, comos las atrocidades
perpetradas por Manasés, quien hizo derramar mucha sangre. (2 R. 21.16).
Después de la muerte del rey Ezequías (715-687 a.C.), el estado religioso del
reino de Judá se deterioró. La religión se convirtió en algo meramente ritual y
externo; se dedicaban a repetir tradiciones y a realizar ritos vacíos. Manasés,
hijo de Ezequías, reedificó los altares de Baal y con esto resurgió el culto a
otros dioses, calificado por los profetas como un culto idolátrico. Para los
profetas esto equivalía al rechazo a la alianza.
Las profecías de Sofonías denuncian la idolatría que veía en Jerusalén. Su
mensaje tiene un tono melancólico y amenazante. Declaró que el juicio de Dios, o
la hora de Yahvé como él la llama, sería inminente. Pero en medio de las
amenazas por “el día de Yahvé”, el profeta también anunció un tiempo de gracia y
de salvación. Dijo que Dios hacía pasar a su pueblo por los fuegos de la
aflicción, con el fin de prepararlos para que fueran una bendición para toda la
humanidad. En el fragmento que hoy leemos invita a cantar con júbilo, pues la
misericordia de Dios hace posible el perdón y su mano generosa los salva de las
calamidades.
Por eso no debe existir el miedo, que es signo de la falta de fe. La presencia
indulgente de Dios debe ser un aliciente para vencer el desaliento y para
continuar con los proyectos como pueblo: “Aquel día se dirá a Jerusalén: Sión,
no tengas miedo, no te dejes vencer del desaliento. El Señor tu Dios está en
medio de ti; él es invencible, él te salvará. Contigo él goza y es feliz, y de
nuevo te hará sentir cómo te ama; y contigo compartirá la alegría de los días de
fiesta.”
También Pablo en su carta a los filipenses, invitó a sus hermanos a cambiar la
actitud ante los acontecimientos humanos. A no dejarse agobiar por las penas y a
elevar peticiones y acciones de gracias al Señor. A tratar a todo el mundo con
amabilidad y a vivir siempre alegres porque el Señor está cerca. Cuando asumimos
nuestra vida con la certeza de que el Señor está cerca y nos da la mano,
caminamos más seguros, y viviremos más tranquilos y en paz.
La pregunta moral
Con la lacerante predicación del Bautista, el pueblo reflexionaba sobre su
propia situación personal y comunitaria. Descubría que algo andaba mal y que de
una u otra manera, todos tenían responsabilidad y por lo tanto todos debían
hacer algo para transformar esa realidad. De ahí la pregunta: “¿qué debemos
hacer nosotros?” Eso es lo que se llama la pregunta moral: “¿Qué es lo bueno y
qué debo hacer? La pregunta moral busca que el individuo se comprometa con su
propia historia personal y comunitaria. Que aprenda a captar dónde están la
bondad y la maldad de las cosas y que opte por el bien.
Podemos aprovechar este texto de Lucas para hacernos también nosotros la
pregunta moral. Después de un análisis real y concienzudo que nos ayude a
identificar nuestra realidad interna y externa, nuestro mundo interior y
exterior, podemos preguntarnos: ¿Qué debemos hacer? Vivimos en un ambiente
familiar, social, eclesial, estudiantil o laboral. Estamos rodeados de
familiares, amigos, vecinos y compañeros, así como de ideologías que nos venden
unos “valores” de moda, caminos y propuestas tentadoras.
Nos encontramos a cada momento con la necesidad de decidir entre un camino u
otro, entre la acción o la omisión. Es necesario formar una conciencia coherente
con la realidad, recta y capaz de descubrir la bondad o la maldad de las cosas,
para optar por el bien y dejar el mal. De tal manera que, ante tantas propuestas
de nuestro mundo, podamos “escoger la mejor de las posibilidades y realizarla”,
como dijo el viejo Aristóteles.
La vida de fe tiene que ayudarnos a ser personas con calidad ética. Porque “el
ser”, “el pensar” y “el creer” nos deben conducir “al hacer”. Es decir, que la
fe debe traducirse en obras concretas de justicia y fraternidad.
La invitación es para todos: “No hay pobre que no pueda dar, ni rico que no
pueda recibir”. Y como dijo San Francisco: “dando es como recibimos; perdonando
es como somos perdonados; y muriendo es como nacemos a la vida entera.”
El Bautista invitó a que todos compartieran, inclusive a los más pobres: “el que
tenga dos túnicas, que le de una al que no tiene, el que tenga alimentos que
haga otro tanto”. La verdadera vivencia del Adviento y la Navidad no está tanto
en estrenar, como en compartir y hacer brotar de nosotros sentimientos de
misericordia. Ese es el verdadero culto a Dios.
Ante la pregunta moral el Bautista no respondió con discursos o flexiones
piadosas. Fue al grano. A los recaudadores le dijo: “No exijan más de lo que
está mandado.” A los soldados le dijo: “No exijan dinero por la fuerza ni hagan
denuncias falsas; conténtense con su sueldo.” Y les dijo eso porque, entre otras
cosas, caían en esas actitudes con las cuales hacían mucho daño a la gente.
Adviento y Navidad tienen que representar para nosotros un espacio de reflexión
para evaluar nuestra vida. En este tiempo nos debe ayudar a decidirnos a cambiar
aquellas actitudes injustas con el prójimo o con nosotros mismos. ¿Qué nos diría
hoy el Bautista?, ¿Qué debemos hacer como padres de familia, como hijos, como
trabajadores, como empresarios, como miembros de una iglesia o de la sociedad?
Ante la situación de nuestro mundo, la gran mayoría quiere cambios y pide por la
paz mundial. Pero ¿estamos dispuestos a cambiar nosotros y a trabajar para
lograrlo? Mi familia, mi comunidad, mi ciudad, mi país, cambiarán con el aporte
de todos. Nada ganamos con echarle la culpa a los demás por las duras
situaciones: “¡Que la iglesia está en crisis por culpa de los curas!”, “¡Que la
sociedad está mal por culpa de los políticos! ¿Se me olvida que yo también soy
iglesia? ¿Se me olvida que yo también soy ciudadano y que, por acción o por
omisión, elijo los líderes, y que tengo responsabilidad social?
Para finalizar digamos que en este domingo hay una especial invitación a la
alegría. La primera y la segunda lectura invitan a cantar, a bailar, a saltar de
gozo y a estar siempre alegres por la acción de Dios. En la literatura bíblica
la alegría es consecuencia de la acción de Dios en el pueblo y el cumplimiento
de sus promesas. Aunque en nuestra vida pasemos momentos duros no podemos perder
la ilusión y la alegría de vivir. La fe en Dios tiene que expresarse también en
nuestra capacidad para superar los conflictos, y para estar siempre alegres.
Decía Teresa de Ávila: “un santo triste es un triste santo”.
32.ESTAD SIEMPRE ALEGRES
1. "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo
corazón, Jerusalén" Sofonías 3,14. Así clama el profeta Sofonías, que ve el
futuro ya como presente por la fuerza de la convicción y garantía divina
inspirante, al pueblo para que se alegre, pero de todo corazón, porque el Señor,
que le ha librado de sus enemigos, está en medio de él. Vive con él, con
eficacia de guerrero que lucha, defiende y salva. La fuerza de esta profecía
radica en que afirma la presencia de Dios en medio de su pueblo como rey. Los
enemigos de Israel en sentido literal, eran los pueblos que le habían vencido y
deportado. Para el Israel teológico, los enemigos son el pecado y la muerte. Son
los últimos en ser vencidos por Jesucristo. Oir hoy el canto de júbilo del
profeta, es perder el miedo a todo, incluso a la muerte que va a ser vencida:
"No he de morir, yo viviré, para cantar las hazañas del Señor" (Sal 117,17).
2. Pero el motivo mayor de esa alegría desbordante es la seguridad de que el
Señor está "en medio de tí, Jerusalén, y se goza y se complace en tí". Con esa
fe profundizada el pueblo cristiano, llamado a la santidad, se siente
confortado. No son palabras vacías y sin sentido, sino realidades muy vivas y
existenciales. La presencia de la Trinidad en el cristiano, es suficiente como
para no tener miedo de ningún enemigo, ni de ningún contratiempo ni adversidad.
3. Isaías en el salmo, ve el júbilo de su pueblo, en la presencia del Señor en
medio de él. De él espera "sacar aguas de salvación con gozo", en él estriba su
confianza y su seguridad, en "su fuerza y en su poder está su salvación" Isaías
12.
4. Cuando Lucas quiera expresar su fe en Jesús como Dios que se aproxima hecho
hombre en medio de nosotros, se acordará de Sofonías y reproducirá sus palabras
en los labios del arcángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...
Vas a concebir un hijo, que será Hijo del Altísimo"(Lc 1,28). La "hija de Sión"
nueva es la madre del Señor, a quien el ángel le dice justamente que "no tema",
porque el Señor está con ella. Está "en medio" de ella. El nuevo Israel está
personificado en María, la Madre de Jesús, madre también de la Iglesia,
Jerusalén nueva, que sabe que el Señor está en medio de ella, hecho niño
minúsculo que crece en su seno de madre jovencísima.
5. Pero para que el reino de Jesús que viene esté dentro de vosotros, siguiendo
la narración de Lucas del domingo anterior, llega a preparar su llegada "Juan
por toda la región del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para la
remisión de los pecados", con palabras de Isaías: "Preparad el camino del Señor"
Lucas 3,10. El Bautismo de Juan previo a la llegada del reino, es un bautismo de
penitencia y de arrepentimiento de los pecados, que va unido internamente a la
exigencia de un cambio muy profundo, que sitúa a los hombres ante el juicio de
Dios, y exige una renovación definitiva. Es un juicio que supera todos los
ritualismos fariseos y toda la pureza legal del tiempo de Juan y de todos los
tiempos. Hay que demostrar la conversión con las obras: "Haced frutos dignos de
penitencia". "Haced rectos sus senderos". Producid los frutos que corresponden
al arrepentimiento.
6. Y cuando la gente pregunta a Juan: "¿Qué hemos de hacer?", lo mismo que harán
los judíos a Pedro el día de Pentecostés, responde Juan concretando: Compartid
con vuestros hermanos la comida y el vestido. Les descubre la solidaridad. Nadie
debe tener y guardar sólo para sí mismo; nadie puede llamarse dueño verdadero de
lo que le sobra, y ni siquiera de lo suyo. Mirad a los que están a vuestro lado
como hermanos para ayudarles a crecer. No los miréis como competidores, porque
cuando en el hermano se ve a un rival, no es posible la alegría. Eso es
convertirse: poner al servicio de los hermanos lo que tengo y lo que soy.
Conversión que es posible y extensiva a todos los hombres, ocupen el cargo que
ocupen. Los banqueros, que eran los publicanos, los hombres del dinero, reciben
también su programa: practicad la justicia. "No exijáis más de lo establecido y
justo". A los militares, que representan el poder del emperador, les contestó:
No abuséis de la ley, no os aprovechéis en contra del pueblo de vuestra
situación privilegiada, del poder y de la fuerza que poseéis. Ponedlo todo al
servicio del prójimo.
7. No estamos aún en el Reino de Jesús, estamos todavía en el Antiguo
Testamento, pero sin la justicia interhumana, no se puede entender ni entrar en
el Reino de la justicia y santidad del cristianismo, que pertenecen a la Palabra
y al Bautismo de Cristo.
8. La gente muy conmocionada por aquel predicador, se pregunta si "será el
Mesías". Responde él: "Yo os bautizo con agua". El bautismo con agua es la
preparación del hombre que se dispone para la llegada de Dios. "Viene el que
puede más que yo, que os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Se acerca a
nosotros con la fuerza transformante del perdón y de la gracia. La palabra del
reino de Jesús, su Espíritu y su amor, no han destruído la exigencia de
renovación y de justicia de los profetas de Israel, sino que la han llevado a su
más hondo cumplimiento. Está naciendo un mundo nuevo, una civilización de la
justicia, necesaria para una sociedad de amor. Es "la obra del Señor en medio de
tí, Jerusalén".
9 Por eso Pablo, nos invita reiteradamente a la alegría: "Estad siempre alegres
en el Señor; os lo repito, estád alegres. Que todo el mundo vea vuestra alegría
porque "el Señor está cerca" Filipenses 4,4. Con sabiduría hemos de saber leer
los signos. La fe nos capcita para captar ondas desconocidas y descubrir al Dios
oculto en el corazón de nuestra historia. Dios no está en las nubes, ni lejos,
está aquí, en lo más íntimo de mi corazón: El es el alma de mi alma, la vida de
mi vida, el aliento de mi aliento, aunque no interfiere en mi propio nivel: Dios
no se encuentra en nuestra misma longitud de onda, no entra en competencia con
el mundo. Se encuentra en una profundidad excesiva para ello. Sin embargo, su
acción le traiciona a través de los mil indicios de su presencia: Dios nos hace
señas. Nos revela a través de relámpagos, a través de intermitencias que está
aquí, semejante a un volcán que, periódicamente manifiesta el fuego que arde en
su interior. En apariencia, el volcán está apagado y su lava fría. Los teólogos
de la muerte de Dios han intentado hacer creer que Dios era un volcán apagado,
pero lo único que han conseguido es morir ellos mismos.
10. "Mi Padre hasta el presente sigue trabajando, y yo también trabajo" (Jn
5,17). El Espíritu no es un convidado de piedra. Siempre está activo, con una
actividad silenciosa y poderosa, pero a veces nos hace señas y, a medida que nos
iniciamos en la lectura de los signos de Dios, nos deslumbra su presencia
multiforme. Él nos conoce, viene con nosotros, nos ama hasta en el último
detalle de nuestra vida. Natanael debajo de la higuera y el hombre del cántaro
que guió a los apóstoles al cenáculo, siguen siendo imágenes vivas de este amor
atento. Dios sabe esconderse, como el sol que en el nublado atraviesa de vez en
cuando las nubes. Hay que estar atentos a la lectura de los signos. Hay que
aprender a leer entre líneas en el libro que escribe con nosotros. El hombre de
fe capta al Dios que está en lo más íntimo de nuestra vida. No nos dábamos
cuenta de que Dios estaba aquí, y nosotros lo ignorábamos. La mayor de las
sorpresas será descubrir un día a plena luz la gloria de Dios, el amor
resplandeciente que envuelve y nos ama de un modo tan imperceptible.
11. La fe es como un sentido nuevo, como la ciencia de los indicios. Con ella
ocurre algo parecido a las novelas policíaca. El detective necesita una atención
despierta, un olfato perspicaz. Un guante o unas colillas de cigarro, una puerta
entreabierta o mal cerrada, un vaso de wisky derramado, y hasta un pelo rubio o
moreno, le dan una pista. Hay una ciencia de los indicios que interviene tanto
en la caza como en la guerra, lo mismo que en la psicología humana: existe un
don de leer en la otra persona que se llama intuición y casi visión doble. Es
posible comprender en niveles muy diferentes a la misma persona, el mismo libro,
o la misma obra de teatro. Los mensajes que debemos descodificar son múltiples,
y también los códigos. La fe es como una clave, como un código. Y cuando lo
poseemos es una maravilla ver todo lo que se descubre. El código de Dios se
encierra en una sola palabra: Amor.
12. Intentemos emplear esta clave de lectura. Quizá chirriará la puerta, pues
hay cerraduras que chirrían, porque si Dios es Amor, ¿cómo explicar tanto mal en
el mundo? Yo no explico el misterio del mal, pero tampoco renuncio a poner en
práctica la clave. Un rayo luminoso basta para descubrir el sol, aunque esté
cubierto por las nubes y caiga granizo. Sé que está ahí. ¿Por qué Dios no es un
sol triunfante, y el mundo una Costa del Sol? Yo no lo se; ni intento saberlo:
algo ha debido de pasar. No lo explico. Lo único que sé es que no tengo derecho
a dudar del bien a causa del mal. Y si el bien está aquí, Dios se encuentra en
el corazón de todo lo que es luz, verdad, amor. Esto basta, añadir más sería la
visión beatífica.
13. A nosotros no nos pertenece comprenderlo todo, sino abrirnos a todo lo que
deje ver la presencia de Dios. La fe nos hace señas de que Él está aquí, detrás
de tal casualidad, de este encuentro, de tal amigo, de aquella palabra, de esta
coincidencia, de estas lágrimas, de este contratiempo, de esta alegría que llega
en el momento oportuno, o de este correo electrónico inesperado y gratificante.
Dios va tejiendo nuestra vida, todos los hilos de esta vida, y su mano sabe la
razón de que los hilos se crucen en todos los sentidos. La fe es: apertura,
escucha, acogida. Si pudiéramos atravesar la barrera del sonido y oir la Voz
del Señor, si fuéramos capaces de atravesar con la mirada la noche cerrada y
oscura y ver en ella las estrellas, seríamos personas alegres.
14. La alegría no es pues, algo que viene de fuera. Se es feliz desde dentro, no
desde el último coche de moda. Sólo Dios puede darnos la alegría, porque sólo
con su fuerza, puede el hombre romper sus cadenas de egoísmo y de ansia de poder
y de placer. Sin Dios y sin sus fuerzas que vienen a nosotros por la oración,
las buenas obras y los sacramentos, no nos extrañemos de todo lo que pueden
hacer de injusto los hombres: corrupción, sobornos, terrorismo, asesinatos y
genocidios, narcotráfico y escándalo en todos los órdenes.
15. Sólo desde Dios, rota la injusticia y vestidos con el traje del amor,
accedemos al banquete nupcial de la alegría en la Eucaristía, donde radica la
fuerza para poder vivir en el amor, del cual cantará San Juan de la Cruz: "Hace
tal obra el amor - después que lo conocí, - que si hay bien o mal en mí - todo
lo hace de un sabor - y al alma transforma en sí".
33. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
El texto del profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.
Al final de su libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.
Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados (la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios, está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).
Los textos de la liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor: la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor. Otra vez os digo, alegraos”.
El pasaje de Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida: compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).
No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?” lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder... porque la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.
La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.
La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.
Este domingo se denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.
En la Biblia, la alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom (vida, integridad) de Dios.
¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos
formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría vacía. Es a través de
gestos y acciones concretas de justicia, respeto, solidaridad, y coherencia
cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un
tejido social más digno de hijos de Dios, vamos conquistando los cambios
radicales y profundos que nuestra vida y nuestra sociedad necesitan. Pero para
eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos invadir por el Espíritu de
Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, no temer al
cambio y disponernos con alegría, con esperanza y entusiasmo a contribuir en la
construcción de un futuro no remoto más humano, que sea verdadera expresión del
Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder exclamar con alegría: ¡venga a
nosotros tu Reino, Señor!
Para la revisión de vida
Buen tiempo, éste de adviento, para hacerse la pregunta que se hacía la gente al
escuchar a Juan: "y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Pregunta de conversión que
también yo debo hacerme. A la luz de este evangelio, ¿qué respuesta creo que me
daría el radical profeta Juan?, ¿qué debo hacer?
Para la reunión de grupo
- En la próxima Navidad volvemos a recibir la alegría y el alborozo del
nacimiento de Cristo. Pero, preguntémonos: ¿se ven por algún sitio, en nuestro
mundo, en nuestra patria, en nuestra sociedad los signos de la llegada Reinado
de Dios? ¿Es Navidad en el mundo? ¿Dónde nace Jesús? ¿Qué significa realmente
ser navidad? ¿Les llega a los pobres la salud, la vida, el empleo, la
justicia... las Buenas Noticias? ¿Qué podemos hacer para que esta navidad nazca
efectivamente Jesús a nuestro alrededor?
- ¿Es la Navidad una celebración muy “occidental” además de cristiana? ¿La
celebra también en nuestra región algún grupo étnico o religioso diferente del
nuestro? ¿Sería coherente con el sentid cristiano de la Navidad el acercarnos y
establecer contacto, diálogo, conocimiento mutuo, posible colaboración?
Para la oración de los fieles
- Para que en este adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, chequeándola,
profundizándola y compartiéndola, roguemos al Señor
- Por todos los que en estos días cercanos a la navidad se sienten tristes o
nostálgicos, lejos de sus familias, en soledad... para que la potencia de su
amor supere todas esas distancias y les haga sentirse en comunión universal...
- Para que nos preparemos a la celebración de la navidad con realismo tratando
de hacer que "efectivamente nazca Jesús" a nuestro alrededor...
- Para que la lejanía en que hoy día se ubica la utopía que todos los soñadores
buscamos, no nos conduzca a la resignación o al fatalismo, sino que quede
superada en la constancia, en la fe sin claudicaciones, en la resistencia y el
esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino...
- Para que en estas vísperas de navidad la austeridad de Juan Bautista, el
precursor, nos recuerde que la sobriedad en el gasto motivada por el deseo de
compartir con los más necesitados, es para los pobres una buena noticia que
anuncia la efectividad del nacimiento de Jesús...
Oración comunitaria
Oh Dios y Padre-Madre de todos los seres humanos: al acercarse las entrañables
fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de
nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos
rodean tu ternura, tu mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Nosotros te
lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro. A Ti que vives y reinas por
los siglos de los siglos. Amén.
34. JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
¿QUÉ PODEMOS HACER?
ECLESALIA, 13/12/06.- Juan el Bautista proclamaba en voz alta lo que sentían
muchos en aquel momento: hay que cambiar; no se puede seguir así; hemos de
volver a Dios. Entendían su llamada a la «conversión». Según el evangelista
Lucas, algunos se sintieron cuestionados y se acercaron al Bautista con una
pregunta decisiva: ¿qué podemos hacer?
Por muchas protestas, llamadas y discursos de carácter político o religioso que
se escuchen en una sociedad, las cosas sólo empiezan a cambiar, cuando hay
personas que se atreven a enfrentarse a su propia verdad, dispuestas a
transformar su vida: ¿qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les invita a venir al desierto a
vivir una vida ascética de penitencia, como él. Tampoco les anima a peregrinar a
Jerusalén para recibir al Mesías en el templo. La mejor manera de preparar el
camino a Dios es, sencillamente, hacer una sociedad más solidaria y fraterna, y
menos injusta y violenta.
Juan no habla a las víctimas, sino a los responsables de aquel estado de cosas.
Se dirige a los que tienen «dos túnicas» y pueden comer; a los que se enriquecen
de manera injusta a costa de otros; a los que abusan de su poder y su fuerza.
Su mensaje es claro: No os aprovechéis de nadie, no abuséis de los débiles, no
viváis a costa de otros, no penséis sólo en vuestro bienestar: «El que tenga dos
túnicas, que dé una al que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así
de simple. Así de claro.
Aquí se termina nuestra palabrería. Aquí se desvela la verdad de nuestra vida.
Aquí queda al descubierto la mentira de no pocas formas de vivir la religión.
¿Por dónde podemos empezar a cambiar la sociedad? ¿Qué podemos hacer para abrir
caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista como
compartir lo que tenemos con los necesitados.
¿Alguien se puede imaginar una forma más disparatada de celebrar la «venida de
Dios al mundo» que unas fiestas en las que algunos de sus hijos se dedican a
comer, beber y disfrutar frívolamente de su bienestar, mientras la mayoría anda
buscando algo que comer?
35 Convertirse a la felicidad
Comentario al evangelio del Domingo 3° de Adviento/C
ROMA, jueves 13 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al
evangelio del próximo domingo, Tercer Domingo de Adviento, del padre Jesús
Álvarez, paulino.
*****
por Jesús Álvarez, SSP
“La gente le preguntaba a Juan Bautista:"¿Qué debemos hacer? "Él les contestaba:
"El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer,
haga lo mismo. "Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los
bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?". Respondió Juan: "No
cobren más de lo establecido. "A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y
nosotros, ¿qué debemos hacer?"- Juan les contestó: "No abusen de la gente, no
hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo. "El pueblo estaba en la
duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo
que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para
llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su
sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego". (Lucas 3, 10-18)
Sorprende cómo personas de las más diversas clases y oficios se muestran
ansiosas por saber lo que tienen que hacer para conseguir la paz del corazón en
este mundo y la felicidad de la vida eterna: la gente común, militares,
cobradores de impuestos… Nadie está excluido del amor de Dios y de la vida
eterna, con tal de que la desee de verdad, convirtiéndose al amor de Dios y del
prójimo.
La infelicidad tiene siempre su raíz en el pecado propio y en el ajeno: el mal
hecho, los malos pensamientos, deseos y sentimientos, las malas palabras, las
malas intenciones; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho,
pensado, sentido; también las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas,
dañinas, autoritarias o pervertidas.
Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes, nulas
o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios. La indiferencia ante
Dios es causa todos los males y pecados.
¿Qué hacer entonces? Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente en
la eterna, ante todo hay que reconocer y abandonar las falsas o aparentes
felicidades que nos hunden, sin darnos cuenta, en la infelicidad; y volverse a
la felicidad en persona: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda
inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).
Juan anunciaba la Buena Noticia, que identificaba con la persona del Salvador. Y
ese mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de
la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo”. Sobre Él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día
para que sea de verdad feliz con la felicidad pascual de Jesús resucitado y
presente, que nos está preparando un puesto de inmensa felicidad eterna.
A espaldas de Él se pueden lograr satisfacciones pasajeras, ilusorias, pero no
la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos
neciamente una y mil veces allí donde la felicidad no se encuentra.
Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y envenenadas de muerte, como si
nos faltara el sentido común y la razón, pero sobre todo por falta de fe. Jesús
nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”.
Él desea transformar nuestros sufrimientos en felicidad, nuestra muerte en
resurrección y vida eterna. ¿Le creemos?
Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus
consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la
felicidad eterna.
Jesús no vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros
resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando. No podemos
arriesgarla por golosinas que se disuelven o pompitas de jabón que se esfuman en
el aire.
“Trabajemos con temor y en serio por nuestra salvación” y por la salvación de
los otros, empezando por casa.
36.-La honestidad en la profesión, palabras del
Bautista plenamente actuales
Palabras de Benedicto XVI en el Ángelus del domingo de 'Gaudete'
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 16 diciembre 2012 (ZENIT.org).- De regreso de la
visita pastoral a la parroquia romana de San Patrizio a Colle Prenestino, a
mediodía, Benedicto XVI se asomó a la venta ade su estudio en el Palacio
Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos
reunidos en la plaza de San Pedro.
En este III domingo de Adviento, Gaudete, estuvieron --entre otros- los niños
del Centro de Oratorios [centros parroquiales infantiles y juveniles] Romanos
para la bendición de las figuritas del Niño Jesús que los chavales pondrán en el
belén familiar, escolar o parroquial. Ofrecemos las palabras del papa ante de la
oración mariana.
*****
¡Queridos hermanos!
El Evangelio de este domingo de Adviento presenta nuevamente la figura de Juan
Bautista y lo describe mientras habla a la gente que llega hasta el al río
Jordán para bautizarse. Dado que Juan, con palabras mordaces, exhorta a todos a
prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué debemos hacer?"
(Lc3,10.12.14). Esto diálogos son muy interesantes y se revelan de gran
actualidad.
La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice:
"Quien tenga dos túnicas, de una a quien no tiene ninguna, y quien tiene qué
comer haga otro tanto" (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia,
animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien
tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad empuja a estar
atento al otro y a salir al encuentro de su necesidad, en vez de encontrar
justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se
oponen, pero ambas son necesarias y se completan mutuamente. "El amor será
siempre necesario, incluso en la sociedad más justa" porque "siempre habrá
situaciones de necesidad material en las cuales es indispensable una ayuda en la
línea de un concreto amor por el prójimo" (Enc. Deus caritas est, 28).
Y luego vemos la segunda respuesta, que se dirige a algunos "publicanos", es
decir recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos
eran despreciados, y también porque a menudo se aprovechaban de su posición para
robar. A ellos el Bautista no les dice que cambien de oficio, sino que no exijan
nada más de lo fijado (cfr v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos
excepcionales, sino sobre todo el cumplimiento honesto del propio deber. El
primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos;
en este caso el séptimo: "No robar" (cfr Es 20,15).
La tercera respuesta mira a los soldados, otra categoría dotada de un cierto
poder, y por tanto tentada de abusar. A los soldados, Juan les dice: «No
maltratéis y no extorsionéis a nadie; contentaros con vuestras pagas» (v. 14).
También aquí la conversión empieza por la honestidad y el respeto de los demás:
una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayor
responsabilidad.
Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las
palabras de Juan: dado que Dios nos juzgará según nuestras obras, es allí, en
los comportamientos, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Justo por
esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro
mundo tan complejo, las cosas irían mucho mejor si cada uno observara esta
reglas de conducta. Oremos entonces al Señor, por intercesión de María
Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos
de conversión (cfr Lc 3,8).
Al acabar el rezo de la oración mariana, Benedicto XVI se dirigió a los diversos
grupos ligüísticos. A los de habla hispana les dijo: "Saludo cordialmente a los
peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular a
los fieles de diversas parroquias de Valencia".
"Cercana ya la Navidad --añadió--, la liturgia repite este domingo las palabras
del Apóstol Pablo: «Gaudete», estad alegres. El Señor está cerca. Es una alegría
que llena el corazón de quienes, aun en las dificultades, saben que Dios viene a
tomarnos de su mano, para no abandonarnos jamás. Id preparando el Nacimiento en
vuestros hogares con la expectación y ternura con la que María esperaba acoger
la venida al mundo del Salvador de todos los hombres. Que Ella os acompañe y os
anime especialmente en estos días. Feliz domingo".