33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO B
9-16

9.

TEMA: LA ALEGRÍA COMPARTIDA Y AL COMPARTIR

FIN: Esta homilía trata de hacer encontrar la fuente de la alegría auténtica, frente a tanta alegría falsa.

DESARROLO:

1. Falsas experiencias de alegría.

2. ¿Es posible la alegría? Sí, a condición:

--De que se arriesgue algo para vivir.

--De que el hombre sea capaz de compartir su vida.

TEXTO:

No hay situación más ridícula que una carcajada a destiempo o una alegría sin razón: un disco de risa molesta. La alegría, el gozo, la felicidad son palabras maltratadas por el furor de la propaganda: la alegría de las fiestas, de la Nochevieja, la felicidad de la Navidad... Toda la sociedad está empeñada, nosotros también, en una alocada y vacía carrera hacia la alegría. ¿Puede resistir nuestra alegría una revisión profunda? ¿Por qué nace en nosotros la alegría? ¿Tenemos motivos para estar alegres? A veces buscamos la alegría en el placer, la pasión o los sueños. La experiencia ha fraguado el axioma de que después de todo esto «el hombre queda triste». Confundimos la alegría con la satisfacción de pequeñas necesidades, con la evasión y la diversión.

Sin embargo, no es fácil llegar a la fuente de la alegría. Quizá no hemos tenido nunca una experiencia de ella. Si alguna vez hemos llegado a vivirla, es difícil explicarla, describirla, porque pertenece a los repliegues más íntimos de nuestra persona. ¿Es posible la alegría? Sabemos que es una de las características de los tiempos mesiánicos: «Desbordo de gozo... y me alegro con mi Dios» (Is 61, 10). «Alégrate y goza, Jerusalén» (Sof 2, 14). «Estad siempre alegres» (I Tes 5, 16). La cercanía de la salvación mesiánica hace decir al Ángel: «alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28). «Os anuncio una gran alegría» (Luc 2, 10).

1. La alegría es hoy posible en el corazón del hombre, pero surge cuando se arriesga algo en la lucha por la vida.

- La alegría no nace sólo cuando satisfacemos las necesidades primarias o las que nos vamos creando. Este es un tipo de alegría, pero superficial".

Nos damos cuenta, por ejemplo, de que muchos de nosotros vivimos satisfechos, pero no vivimos alegres. Nuestra misma comunidad puede sentirse satisfecha en bastantes aspectos, pero estamos tristes. Ante las situaciones tensas como las actuales tenemos miedo, no nos comprometemos, no arriesgamos nada, estamos a la expectativa. Nos contentamos y justificamos con una mera actitud crítica, pero permanecemos inactivos, aguardando venir los acontecimientos.

Esta falta de riesgo, la inhibición, nos crea un complejo de culpabilidad y de frustración enormes. Por ello estamos tristes y no encontramos la alegría. Hemos optado por la pasividad, actitud que ronda la parálisis y la muerte.

La alegría surge en la actividad con sentido, en la vida, en la aceptación de las tensiones, en la capacidad para correr un riesgo, en el coraje y empuje para las decisiones comprometidas. «No temerás, el Señor está junto a ti como un guerrero que salva» (Sof 3, 17). Sin la lucha y el riesgo que suponen todo esfuerzo de superación, de apertura hacia lo nuevo, de conquista, no hay alegría.

La alegría, como la vida y el amor, anidan desconcertantemente junto al dolor, el esfuerzo, el alumbramiento (Jo 16, 21). Encontramos la alegría cuando optamos por la vida por encima del brazo, del ojo, de los negocios, del simple provecho personal y aun de la libertad física. Es el significado de la extraña palabra de las bienaventuranzas: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraros y regocijaros porque vuestra recompensa será grande» (Mt/05/11-12). «Lloraréis, dice Jesús a los discípulos, estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (/Jn/16/20). Y así se cumple en la vida de los cristianos, según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles: «marcharon alegres de la presencia del Sanedrín, por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes» (Act 5, 41; Gal 6, 14-15; Col 1, 24; Fil 2, 17; Sat 1, 2). La alegría se experimenta allí donde la vida vence a la muerte, donde el gozo supera la congoja y la tristeza. Es el gozo pascual que sólo sobreviene cuando uno se decide a pasar por la noche oscura de la desesperanza, cuando algo se ha arriesgado de verdad en el juego de la vida, cuando se hace desaparecer la escoria de lo viejo y surge lo nuevo, el día lleno de luz, la Creación regenerada. Hay alegría cuando la Cruz se nimba de símbolos de vida y de victoria.

La alegría corre pareja con el profundo misterio de la existencia humana. Pero, ¿qué arriesgo yo hoy, en estas circunstancias concretas? En esta pregunta está la clave de nuestra tristeza.

2. La alegría sólo es posible, además, cuando la vida se comparte con otros; éste es, por otra parte, el riesgo fundamental, el reto de la existencia.

El espíritu de la alegría mesiánica surge cuando se ha cumplido la misión de la vida: «me ha enviado para dar la nueva noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad» (Is 61, 1). Cuando a Juan le preguntan, ¿qué hay que hacer para alcanzar la alegría mesiánica?, responde que, hay que compartir lo que se tiene como propio: «el que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida haga lo mismo» (Lc 3, 11). El que tenga libertad que la exponga por el que no la tiene. La palabra clave es «compartir» las situaciones del pueblo, la opresión de la injusticia, «no exijáis más de lo establecido» (Lc 3, 13). Compartir es lo contrario de dominar, violentar, coartar.

La alegría no nace del poseer, sino al dar, al entregarse. Ya dice una sentencia de Jesús: «Es mejor dar que recibir». La alegría surge cuando el Reino se realiza mediante el encuentro fraternal de las personas por el amor. «Como mi Padre me amó, yo también os he amado a vosotros, permaneced en mi amor. Este es mi Mandamiento. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestra alegría sea colmada» (Jo la, 11). La alegría nace por la comunión fraternal de unos con otros (Hech 10, 34).

Pero, ¿compartimos algo con los demás? ¿Permitimos que los demás compartan con nosotros?

Aceptemos hoy el juicio del Espíritu y su llamada a la conversión para que con su soplo podamos separar el trigo de la paja. El que acepta este juicio del Espíritu llega a conformarse con Jesucristo. La vida de Cristo, su Cuerpo, arriesgado hasta la muerte por amor, es como un Pan roto, compartido; un Pan que alimenta, que engendra la alegría de la vida. El Cuerpo de Cristo compartido hace surgir el cuerpo de la comunidad, Cuerpo de Cristo también. ¿Podemos decir hoy nosotros, como el Salmo 132: "Ved, qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos»? Cuando se comparte algo de verdad se puede celebrar la acción de gracias, cuyo ambiente más genuino es la alegría y el júbilo.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Págs. 19-22


10.

Juan Bautista realizó toda su tarea no en función de sí mismo, sino de otra persona, de Jesús. Podría haber aprovechado en beneficio propio la popularidad que alcanzó cuando bautizaba en la ribera del Jordán. Pero, fiel a su misión, se limitó a ser sólo aquello para lo que había sido enviado: testigo de la luz. Una ejemplar enseñanza.

-TESTIGO DE LA LUZ

El prólogo del evangelio de Juan sostiene que en el mundo se está desarrollando una lucha feroz entre la tiniebla y la luz, entre la muerte y la vida. La luz es el contenido del proyecto que, desde la eternidad, Dios tiene para el hombre: «Ella [la Palabra, el proyecto de Dios] contenía vida y la vida era la luz del hombre" (Jn 1,4). Dios quiere que la existencia del hombre sea gozar de la vida y no ir caminando hacia la muerte.

A ese proyecto se opone la tiniebla, que no es otra cosa que la organización social que los hombres -o mejor, algunos hombres- han logrado imponer y que es la causa de que la mayoría de los seres humanos vivan su existencia como una constante amenaza de muerte. El proyecto de Dios, «la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo» (Jn 1,9), se ha visto obstaculizado, una y otra vez, por la tozudez humana que ha preferido repetidamente la oscuridad a la luz; pero la luz no se ha apagado y pronto va a brillar con más fuerza: «esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha extinguido» (Jn 1,5). Para animar a los hombres a aceptar esta vez la vida de Dios, «apareció un hombre de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer».

EL NERVIOSISMO DE LOS DlRIGENTES

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle:

--Tú, ¿quién eres?

Era un hombre. Sólo un hombre. Juan, el autor del evangelio, no ofrece más detalles; porque Juan, el Bautista, se presenta así, sólo como un hombre, al margen de cualquier organización socioeconómica, política y religiosa. Y propone a sus contemporáneos un cambio: abandonar la tiniebla y ponerse del lado de la luz.

Por eso, la aparición de Juan Bautista puso nerviosos a los que ocupaban la cúspide de la sociedad. Ellos eran los que, en teoría, deberían estar haciendo posible que la luz brillara en Israel, esto es, que viviendo conforme a la voluntad de Dios, la sociedad israelita se hubiera organizado de tal modo que todos pudieran, en el sentido más auténtico de la expresión, gozar de la vida. Por eso, el testimonio de Juan, proclamado desde fuera de la institución religiosa, era, al mismo tiempo que un anuncio de esperanza para las víctimas de la tiniebla, una denuncia contra quienes, aunque dijeran que poseían la luz, eran los responsables últimos de la absoluta oscuridad que sufría la mayor parte de los miembros de aquel pueblo que un día fue liberado por Dios y que con Dios se encontró en el desierto. Y desde el desierto, con su presencia y su palabra, Juan da testimonio de la luz.

LLEGA DETRÁS DE MI

No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz. Los dirigentes, nerviosos, envían una comisión investigadora. Temen que el Bautista intente encabezar algún movimiento reformista o revolucionario: ¿pretenderá ser el Mesías, el Consagrado de Dios, el que debería restablecer el orden y la pureza en las instituciones del pueblo elegido?

No. Juan no era ni el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quiso títulos que no le correspondían. No era él la luz. El no tenía la solución para todos aquellos que son víctimas de la tiniebla: «llega detrás de mí...» El no podía comunicar la vida. Pero se jugó la suya por prepararle el camino a aquel que la traía de parte de Dios; y se conforma con definirse sólo como «una voz que grita desde el desierto».

A Juan lo mataron. La luz se hizo presente en el mundo y la tiniebla se empeñó una vez más en extinguirla; y mataron también a Jesús creyendo que así apagaban la llama que él quiso que prendiera en la tierra. Pero nosotros sabemos que esa llama sigue ardiendo y que la luz no se ha extinguido; por eso ahora nos toca a nosotros ser testigos de la luz. Se trata de una tarea arriesgada. Porque hay que denunciar a todos los que se esfuerzan por negar la luz a los hombres, a los que pretenden poseer la luz como propiedad privada y a los que quieren establecer una pacífica convivencia entre la tiniebla y la luz. Juan Bautista nos puede servir de ejemplo. Primero, porque, como en el caso de Juan, nuestro papel no debe ser más que el de testigos, nuestra tarea es dar testimonio de la luz, no apropiarnos de ella. Por eso debemos presentarnos como servidores de la verdad y no como sus dueños; podemos engañar a los hombres si, en lugar de facilitarles que se encuentren con Jesús y le den a él su adhesión, intentamos convertirlos en partidarios nuestros.

Y, en segundo lugar, porque, igual que hizo Juan, no hay que esconder ese testimonio ante nadie ni en ninguna circunstancia. Aunque a algunos les salten los nervios... por miedo a la luz.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 25 ss.


11. RAREZAS DE PROFETA

El profeta desconcierta siempre. Su vida se sale de lo común: le dejan indiferente cosas que quitan el sueño a otros, se contenta con poco para vivir, sirve a un solo señor y lleva, asomado a los ojos, el fuego de un ideal muy grande. El profeta también dice cosas extrañas: tan extrañas como llamar al pan, pan, y al vino, vino; como expresar libremente lo que piensa; como poner el dedo en la llaga de las situaciones para que aflore la verdad que llevan dentro.

Juan no podía ser menos. Los poderosos de Jerusalén andan desconcertados y preocupados. La palabra de Juan les inquieta: les afea su conducta y les invita nada menos que a un cambio de vida. Por si fuera poco, anda abriendo los ojos de la gente sencilla. Hay que poner manos en el asunto.

Por eso mandan gente entendida a preguntarle quién es y a santo de qué hace lo que hace y dice lo que dice. Juan responde identificándose como un simple testigo: él no es la luz, pero es testigo de la luz.

Juan, plantado en medio del Adviento, da testimonio de Jesús: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". El Mesías ha llegado ya; pero no lo conocemos, no lo hemos descubierto todavía. Por eso seguimos en Adviento. ¿Qué hacer? ¿Cómo podremos encontrarlo, reconocerlo, conseguir que en nuestro corazón se encienda la luz plena de la Navidad?

Hay que buscar. Seguir haciéndose preguntas. No engañarse pensando, desde nuestro rinconcito confortable, que ya está todo hecho, que fuera no hace frío. No dejarse encandilar, en la búsqueda, por tanta lentejuela que brilla y hace bonito, por tanto falso mesías que anda por ahí llenándose el bolsillo de adeptos. Usar, para ello, las pistas que nos van dando los profetas: allá donde alguien "da la buena noticia a los que sufren", o "venda los corazones desgarrados" o "evangeliza a los pobres"... Por ahí, por ahí va la cosa.

Y debemos buscar con cuidado, porque puede pasar junto a nosotros sin que lo reconozcamos; puede llamar a nuestra puerta vestido de mendigo, o de amigo inoportuno, o ir entre ese grupo de soñadores que se manifiestan en favor de la paz, o figurar en la lista interminable y triste de los parados.

Puede estarnos hablando desde el hambre que mata a tanta gente, o desde la mirada limpia de algún niño, o desde ese enfermo que ya no tiene fuerzas para seguir sufriendo... Debemos seguir buscando, sin desanimarnos. El oído atento para reconocer su voz, venga de donde venga. El corazón dispuesto para seguirlo de inmediato. Debemos andar nuestro Adviento. Jesús llegará.

Y el solo anuncio de la venida de Jesús nos llena el alma de gozo. "Estad siempre alegres". Es una alegría difícil de explicar. Es parecida a esa alegría que nos invade -a modo de emisario, de anticipo- cuando sabemos que se acerca el momento de poder abrazar a quien amamos mucho. O como la alegría del que sabe que ya son pocos los días que faltan para que acabe una pesadilla. La alegría de que Jesús vendrá traspasa, como un rayo de luz, toda la espera del Adviento...

Dejemos que la voz de Juan Bautista nos siga inquietando. Y la voz de esos otros profetas que hoy nos sigue mandando el Señor. No les demos carpetazo pensando: son cosas de Juan, rarezas de profeta. Dejémonos interpelar por ellos. Quizá así sea más fácil que, algún día, se produzca en nuestra vida el encuentro con Jesús: la Navidad.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 15 s.


12.

EL TERMÓMETRO DE LA ALEGRÍA

Los cristianos deberíamos ponemos con más frecuencia el termómetro de la alegría. Porque es tal la carga de esperanza que el Evangelio lleva dentro, que algo grave, inquietante, debe estar ocurriendo en nuestras vidas si, al contacto con esta Buena Noticia, no acaban rezumando alegría por los cuatro costados.

Hoy tenemos una muestra de ello. Juan Bautista, aprovechando el interés que sus palabras y su vida despiertan en la gente, trata de desviar la atención de esas multitudes en otra dirección: hacia Alguien que ya está en medio de ellos, pero que aún no se ha dado a conocer. Hacia Aquel que viene, pero que ya estaba; que no aparenta, pero que lo es todo. Juan, "testigo de la luz". anuncia a la gente que ya ha llegado esa luz que, al derramarse por todos los caminos del mundo, entrará hasta los últimos repliegues de la tristeza, hará abrir los ojos a miles de criaturas que ya no tenían esperanza, pondrá en pie a muchos "corazones desgarrados", a los "cautivos", a todos los que sufren.

Juan proclama que ha sonado para el mundo la hora de la liberación; que algo como un ilusionado escalofrío está a punto de recorrer, de arriba abajo, la espina dorsal del dolor y de la muerte.

Es normal que haya gente que no quiera abrirse a esta luz. Al engaño de otras luces, acostumbrados a la penumbra o temerosos del día, permanecen cerrados a cal y canto. No necesitan -eso creen- la luz: tienen bastante con el brillo de las monedas, o con el calorcillo del placer, o con el corto candil de su egoísmo. La vida de esa gente no desemboca, es claro, en la alegría.

Pero los que han abierto los oídos al anuncio de Juan, quienes han abierto sus puertas para que la luz de Cristo se les meta alma adentro, hasta los más escondidos rincones donde moraba el miedo, donde la muerte campaba a sus anchas, ¿cómo no van a saltar de alegría?; ¿cómo no va a notárseles el gozo en el brillo de los ojos, en el latir de su corazón, en una manera peculiar de trabajar, de amar, incluso de sufrir?

Hoy, al escuchar el anuncio de Juan, es bueno, como digo, que los cristianos nos pongamos el termómetro de la alegría. ¿Hay rincones, dentro de nosotros, en los que todavía manda el miedo, donde la desconfianza se niega a ser desalojada, donde permanece agazapada la tristeza de quien nada espera de nadie? Cuando nos miramos a solas al espejo, sin maquillaje, sin máscara de forzada sonrisa, cuando nos vemos tal y como somos, ¿qué imagen es la que vemos? O, ¿qué imagen damos fuera?, ¿cómo nos ve la gente? Los sacerdotes, ¿rebosamos el gozo de una vida ofrecida a Dios y a los hermanos? Los seglares, ¿somos puntos de luz, de esperanza, en el mundo del trabajo, de la política, de la familia? Las personas consagradas, ¿damos la impresión de ser inmensamente felices porque el Señor, sólo Él, es la porción de nuestra herencia? Los jóvenes cristianos, ¿nos distinguimos precisamente por ser los más alegres, los más insobornables partidarios del optimismo, del gozo compartido, de la entrega feliz y generosa?...

Cerca ya de la Navidad, es bueno, desde luego, que los cristianos nos pongamos el termómetro de la alegría. Y que obremos en consecuencia.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 16 s.


13.

EL GRAN DESCONOCIDO

Uno a quien no conocéis...

El hecho puede parecer paradójico pero es real. Jesucristo, personaje aparentemente conocido por todos, es para muchos contemporáneos un perfecto desconocido. Son bastantes los que creen conocerlo suficientemente, incluso, como para opinar categóricamente sobre él. Y sin embargo, lo que saben de Jesús apenas supera un conjunto de tópicos, imágenes confusas o impresiones infantiles.

En realidad, su conocimiento de Jesús ha quedado reducido al recuerdo vago de unos relatos simplistas y pintorescos. No sabrían decir qué relación puede haber entre ese Jesús y la realidad que viven día tras día.

Jesús es para ellos algo pueril y anecdótico que no puede aportar nada válido a la existencia si no es un poco de poesía y utopía ingenua. El hombre realmente serio tiene que buscar en otra dirección.

Más sorprendente resulta detectar la ignorancia de los que se dicen «cristianos». No son pocos los que se contenta con afirmar con los labios «la doctrina católica» que la Iglesia enseña sobre Jesucristo.

Ello les proporciona suficiente seguridad y tranquilidad religiosa como para no realizar esfuerzo alguno por conocer la persona, el mensaje y la actuación de Jesús. Otros se interesan, sobre todo, por el magisterio del Papa en la medida en que puede ofrecer una estabilidad mayor a la familia, a la sociedad y a la historia de los hombres, pero no se preocupan de encontrar en Jesús el inspirador de sus vidas. Se podría eliminar de su religión la persona de Jesucristo y nada vital habría cambiado en ellos. Si el Bautista recorriera hoy nuestra sociedad contemporánea, podría repetir las mismas palabras de otro tiempo: «En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis».

Antes que adoptar una postura seria y responsable ante la fe cristiana, deberíamos conocer mejor la persona misma de Jesucristo y todo lo que puede significar de interrogante, desafío, interpelación y promesa para el hombre de todos los tiempos.

ATEISMO/AGNOSTICISMO Javier ·Sádaba-J ha afirmado que «lo normal y extendido en nuestros días es que un hombre adulto y razonablemente instruido no es un creyente o un incrédulo, sino que se despreocupa de tales cuestiones». Aparte de lo cuestionable de tal afirmación, es triste encontrarse con «hombres adultos y razonablemente instruidos» cuya ignorancia e indocumentación sobre Jesús es casi total.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 137 s.


14.

LA ALEGRÍA QUE VIENE DEL CIELO

Pronto será Navidad. Yo querría imaginarme otra Navidad. Nueva, sin aderezos, sin hábitos preconcebidos, heredados. Desde la realidad de un Adviento. Una Navidad donde desnudamente se celebrara el misterio de la solidaridad de Dios, donde el corazón quedara colmado y rebosado con el encuentro de una gran paz, la Paz. Allí donde todavía el hombre puede descubrir una nueva alegría, porque goza interiormente con la posesión de una buena noticia: Dios con nosotros. Aquí cerca todo es distinto y es difícil encontrar una cosa que no sea una mera ornamentación que no puede llegar al corazón del hombre.

Engalanaremos las largas avenidas, las plazas, los rincones, pondremos muchas estrellas y todos creeremos que ya respiramos una atmósfera de Navidad, un sueño ilusorio de Navidad. Un camino equivocado de Adviento.

Adviento y Navidad. Hoy es Adviento, un tiempo para posibilitar el encuentro con Dios. Nuestra salvación descansa en una venida, que cruza nuestra vida y nos sumerge para siempre en el eterno presente de Dios. Este camino del adviento, este, el nuestro, el que estamos viviendo, no sé si es un verdadero adviento, una anhelante espera. No sé si al final del camino nos encontraremos con la Navidad.

También los cristianos que creemos en el Señor, vivimos largas épocas de nuestra vida como si la Navidad fuera un mito y la llegada de Dios a nuestra historia no fuera verdad. El Reino de Dios se nos oculta y se retira a la obscuridad de la fe. Nuestra impresión es que Dios se ha disipado, que es inexistente.

Es tradición litúrgica de la Iglesia que, mediado el Adviento, dedique un día a proclamar la alegría de la fe. Está más cerca de nosotros, casi tocándola con los dedos, la realidad de Dios. Como si todo ya tuviera color de Navidad. Un grito confiado de esperanza, porque nuestra alegría está muy cerca, más cerca: "EI Señor está cerca". Pero este sentimiento no se adecúa con nuestras realidades. Nos sonrojan hoy unos grandes sentimientos de tristeza; una gran frialdad consuma todo nuestro caminar. Acostumbrados a una realidad sociológica heredada nos dejamos llevar por la corriente. "Es el río que nos lleva". ¿Será posible que podamos celebrar hoy otra Navidad, la Navidad?. Nuestro Adviento, el tiempo de la espera, no lo habremos llenado de contenidos y vivencias suficientes para que sea posible esa realidad. Y surge potente, arrolladora, la voz de ese sincero testimonio de Juan el Bautista, que nos conduce a la luz de la Navidad. Un testigo fiel en el camino que nos lleva a Jesús. Juan es un personaje de excepción, un protagonista del Adviento. «Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan».

Nada ha cambiado o desde una mentalidad conformista nos estamos acostumbrando a todo. En este Adviento de hoy parecería como si nos estuviéramos preparando para consumir un producto más, muchos productos más. Compitiendo para crear escenografías a tal fin: colorines, bombillas, efectos sorprendentes que nos invitan a la realización de algo que es como un ensueño. La esperanza se ha quedado rota entre nuestras manos, rompiendo esa cadena humana de los hombres de todos los tiempos que anhelaban sobreabundantemente la realidad de Dios.

Los gestos exteriores no valen por su sola materialidad, sino por la interioridad que los recubre. La celebración material navideña pudo expresar la profunda alegría de la solidaridad de Dios. Pero en estos momentos sólo manifiesta la insolidaridad de los hombres: millones de hombres sin trabajo, o lejos de su patria o enganchados a dependencias expoliadores de la persona humana; millones de hombres que no encuentran una Luz a su desesperanza.

No podemos nosotros los cristianos conformarnos con un papel de ornamentación en la sociedad. La alegría cristiana se expresaría hoy mejor, y sin prostituirse, en la capacidad de renuncia a todo lo que suponga dependencias exteriores. "Porque Dios tomó cuerpo en nuestra pobreza, no en nuestro egoísmo". Y el cristiano que se atreve a creer en la humanidad de Dios y a celebrarla, no puede enrolarse para ello en un griterío de inhumanidad.

Y en el Adviento, hoy y siempre, hay que volver a Juan. "Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz. No era él la luz, sólo testigo de la luz". Todo creyente que toma en serio su fe se convierte en testigo de Jesucristo. No se puede escuchar la buena noticia de Jesús, sin sentir la necesidad de transmitirla.

En las postrimerías del s. XX se necesitan testimonios como el de Juan, testigos que dan testimonio de la Luz, que conducen a los hombres al encuentro de Jesús. Estar anunciando a Alguien que está en medio de nosotros a quien no conocemos: Jesús, El Señor. "Y tú, ¿Quién eres?". Un testigo, un sendero para llevar a nuestros hermanos hacia la Luz y hacia la esperanza. Ayudar a los hombres a descubrir a Jesucristo es hacer Adviento.

Dios está cerca, más cerca. A los que tienen fe y pueden percibir la llegada de Dios al mundo, se les abre el pecho a la esperanza. La venida de Dios está acompañada de la Salvación, la liberación, la curación de todas nuestras ancestrales enfermedades y miserias. Todo se renueva. Surge el verdadero hombre nuevo, la verdadera revolución. Y ya desde ahora. La venida nos lanza con más fuerza al porvenir, con mucha más fuerza que ni no hubiera habido ninguna venida, con mucha más ansia que si el futuro no hubiera empezado ya a ser presente.

Esto nos dice el Adviento que todos los años nos exhorta a recrearnos en el prodigio de una Venida. Una espera sentida en el alma, en el corazón. Una espera que, poco a poco, nos va a llenar de una gran Luz. Transmitir, comunicar a los demás la presencia de esa Luz es un camino de Adviento.

FELIPE BORAU
DABAR 1993/03


15.

-INVITACIÓN A LA ALEGRÍA

Sin necesidad de recurrir al dato -que ya para algunos no despierta resonancias- del introito «Gaudete», habría que dar a la celebración de este domingo un claro tono de invitación a la alegría. Basta que nos fijemos en las lecturas y así elegiremos bien el repertorio de cantos y el tono de la homilía.

El profeta Isaías nos ha entonado un pregón lleno de optimismo: «Desbordo de gozo en el Señor, me alegro con mi Dios». Las imágenes se suceden llenas de poesía y expresividad: «Como el suelo echa sus brotes», «como un novio que se pone la corona, como una novia que se adorna con sus joyas», «me ha enviado Dios para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados...»

No puede ser más esperanzador. El profeta compara al enviado de Dios a unos novios con flores en el pelo y joyas de fiesta. Que es lo que hará Jesús cuando a sí mismo se compare con el novio y el esposo. Tal vez más de uno tendría que cambiar su imagen del Mesías, si es que tiende a verle sólo como juez riguroso, como predicador de amenazas o aguafiestas.

También Pablo invita a la alegría: «Estad siempre alegres», «el que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas». El salmo responsorial de hoy es un canto gozoso: el Magnificat de la Virgen, que así nos da la ocasión de que la reciente fiesta de la Inmaculada resuene en la celebraci6n de hoy y en el clima de nuestro Adviento. Sería bueno que después de la comunión todos pudieran recitar, con la ayuda de unas hojas si es el caso, este canto de la Virgen, aplicándolo a sus vidas.

Navidad-Epifanía, antes de ser actividad nuestra, es la celebraci6n de una gracia que nos viene dada y renovada cada año. Y por eso, el Adviento es ante todo alegría, espera, apertura, preparación de fiesta.

-UN RECIO TESTIGO DE LA LUZ

Pero las buenas noticias son también exigentes. Las lecturas nos han puesto delante un programa dinámico, nada pasivo: «El Señor hará brotar la justicia» (1ª), «sed constantes en orar, guardaos de toda forma de maldad... que todo vuestro ser sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor» (2ª). La alegría cristiana no es pereza o superficialidad.

A la gracia que viene de lo alto, debemos responderle con una actitud de crecimiento y autoexigencia.

A lo mismo nos invita Juan, el precursor del Mesías. Ya el domingo pasado nos invitaba a preparar el camino, y hoy ha repetido la llamada: «Allanad el camino del Señor», tarea comprometida y a veces incómoda. Juan no es la luz, pero sí es un decidido testigo del que es la Luz, Cristo Jesús: «Yo no soy... en medio de vosotros hay uno que no conocéis». Este testimonio lo da con sus palabras, con sus obras y con su vida.

-CRECER EN ALEGRÍA. CRECER EN TESTIMONIO DE VIDA

La aplicación de estas lecturas -con las necesarias adaptaciones a cada comunidad- podría recoger las dos invitaciones a la alegría y al trabajo.

En este Adviento, sea cual sea la historia en la que andamos sumergidos, debemos crecer en alegría. Que se note que somos más conscientes de la venida del Dios Salvador a nuestra vida. Que sabemos descubrir los signos de su presencia. «Está en medio de nosotros», pero no le conocemos, porque a veces tenemos cerrados los ojos. El mundo de hoy, con no pequeños quebraderos de cabeza y distracciones, necesita oír un pregón de esperanza y ver testimonios vivientes de alegría auténtica.

Y a la vez se tendría que notar en nuestra comunidad que respondemos con más decisión al programa de salvación que Cristo trae: que «va brotando la justicia» en torno nuestro, que «somos constantes en el orar», que luchamos «contra toda forma de maldad», que nuestro suelo «echa brotes» de vida cristiana en medio de un ambiente que no favorece precisamente esta clase de semillas, que «allanamos los caminos» al Salvador.

Los hombres de hoy no verán en persona a Cristo en la Navidad del 93. Pero sí verán a la Iglesia, nos verán a nosotros. ¿Se enterarán del mensaje de alegría y de responsabilidad que Cristo quiere hacer oír? ¿seremos nosotros precursores y profetas que saben gritar con oportunidad y claridad la Buena Noticia de Cristo en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la política? ¿habrá más luz, más amor, más esperanza junto a nosotros? Entonces sí será Navidad. Y habrá merecido la pena la preparación del Adviento.

ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/16


16.

-El bautismo en el Espíritu

En este tercer domingo de Adviento, el evangelio nos vuelve a acercar al río Jordán, donde Juan bautizaba, y nos invita a considerar lo que significan aquellas palabras: "Yo bautizo con agua". Los domingos anteriores ya consideramos las diferencias entre aquel bautismo de conversión y el que después instituyó Jesucristo, para los cristianos: el bautismo en el Espíritu. Hoy podríamos seguir profundizando este tema mirando, principalmente, cuáles son los efectos y las exigencias del bautismo que hemos recibido.

-El Espíritu es alegría

Muchos de los textos de las lecturas y de los cantos de hoy nos hablan de la alegría.

Decía Isaías: "Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios". Y hablaba de trajes de gala, mantos de triunfo, coronas, joyas... de un bienestar que echará brotes... También recuperábamos el cántico de María: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador"... Y san Pablo nos decía: "Estad siempre alegres... dad gracias". Esta actitud y estos sentimientos brotan de nuestro corazón, de la presencia del Espíritu en nosotros. El cristiano, si sabe captar la riqueza que hay en su interior, vive siempre alegre, ocurra lo que ocurra a su alrededor. Exteriormente, puede que haya un gran temporal que levante altísimas olas, pero a unos metros de profundidad el agua permanece tranquila.

-El Espíritu es fuerza

La presencia del Espíritu en nosotros proporciona, como hemos dicho, este gozo interior, esta serenidad. Pero eso no debe conducirnos a un narcisismo, a una autocomplacencia. El Espíritu es también fuerza, impulso para actuar. Isaías profetizaba cuál sería el programa del futuro mesías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor".

-Venga a nosotros tu Reino

Ya sabemos que Jesús asumió plenamente estas palabras, realizó exactamente este programa. La profecía se cumplió en él. Ahora bien, Jesús, Dios hecho hombre, únicamente compartió unos pocos años la historia de los hombres. Quería que la labor que él comenzó fuera asumida por sus seguidores, es decir, nosotros, los que por la fe y el bautismo hemos quedado incorporados a su cuerpo. El continúa activo hoy en el mundo a través de la acción de los cristianos. Por eso nos enseñó a orar deseando la venida del Reino de Dios, nos urgió a trabajar para construirlo cada día y nos dio su mismo Espíritu para que tuviéramos la fuerza necesaria para llevarlo a cabo.

Un modo de vivir el Adviento de este año sería echar una mirada a nuestro mundo, ver sus carencias, darse cuenta de que el Reino que Dios quiere ya aquí en la tierra aún está muy lejos de ser una realidad, y hacer nuestro el programa de Jesús: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados...".

A. TAULÉ
MISA DOMINICAL 1993/16