42 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO A
1-8

1.

"¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro? Con psicosis mesiánica en aquellos días de Israel, era necesario el discernimiento. El mismo Juan suscitaba sospechas sobre si era o no era el Mesías. Y por el Libro de los Hechos sabemos de un tal Teudas, y de Judas el Galileo, presuntos salvadores de Israel, que también arrastraron masas. Tal vez Juan no acababa de ver claro el mesianismo de Jesús: podía desconcertarle su estilo de vida, asistiendo a banquetes, mientras él se alimentaba de saltamontes; o no acertaba a encajar el Mesías anunciado por él, que "Ya tiene el hacha amenazando a la raíz, y el fuego a los árboles que no dan fruto", en la figura de un Jesús rodeado de pecadores y misericordioso con ellos. O tal vez le costaba traspasar su fe en Jesús a los propios discípulos. Sea lo que fuere, es el caso que Juan envía desde la cárcel a unos discípulos con la pregunta: "Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?".

-"Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído". Jesús apela a los profetas que hablaron del Mesías: Restaurador de la vida y pregonero de una Buena Noticia para los pobres. Con esta alusión a los oráculos de Isaías, está diciendo que sus obras inauguran ciertamente los tiempos mesiánicos; pero con modos de bondad y salvación, no de violencia y castigo. El Evangelio de este domingo, en pleno Adviento, nos hace presente al mundo de hoy que busca remedio a sus males: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?", parece preguntar -si todavía le quedan ganas- el hombre de hoy a su Partido, su Sindicato, su Banca, su Raza, su Lengua, su Ideología, su Escuela.

Es curioso ver cómo se suceden modas y generaciones. Apenas se pone en boga un movimiento juvenil presuntamente renovador, ilusión de las nuevas generaciones; apenas nos hemos acostumbrado a su vestimenta y cabellera, ya nos hablan las revistas de cómo, más allá de nuestras fronteras, hace furor en la juventud otra filosofía, otra vestimenta, otro peinado desconcertante... "¿Eres tú el que ha de venir?"... Y generación tras generación, vuelven sus ojos desencantados al Adversario más poderoso del Dios de Jesucristo: el becerro de oro. Olvidados sus sueños redentores, son atrapados por la sociedad del bienestar: la generadora del tráfico de armas, del emporio de la droga, del hambre en el Tercer Mundo. !Dulce morfina anestesiante! "La sociedad es así, y no podemos salir de ella". Es como proclamar: "¡No existe salvación!".

-¿Es la Iglesia la que hace presente hoy la salvación de Jesús?, se preguntan muchos desencantados del momento.

-Pues mira: hemos hecho un templo nuevo, tenemos un 5% de asistencia, grupos de esto y de lo otro, un curso de Teología y un plantel de catequistas.

Pobre respuesta. Mejor fuera testificar: aquí se curan la avaricia, la lujuria y la ira; entran en comunión los matrimonios; se borra de nuestro diccionario la palabra "enemigo"; se cargan de esperanza los jóvenes; se restauran personas rotas por el alcohol o la droga; se celebra la reconciliación y el perdón de los pecados; entran los hombres en diálogo con Dios; vienen a la puerta, buscando la salvación del Evangelio, los maltrechos de la sociedad; los pobres son de la familia a todos los efectos. Aquí encuentran redención los marginados modernos: prostitutas, desintegrados, homosexuales, expresidiarios...

¡Dichoso quien no se sienta defraudado por la Iglesia!. Encontró en ella lo que necesitaba: respuesta a su vida.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989.Pág. 21


2. 

Avanza el tiempo de Adviento, tiempo en el que la Iglesia quiere que reavivemos esa virtud (esa fuerza) tan esencial del cristianismo que es la esperanza. Una virtud tenida en la práctica un poco como "cenicienta" frente a las demás. Sin fe no hay cristianismo, no hace falta que se lo digamos a nadie. Sin amor, ¿para qué vamos a hablar? Pero, ¿sin esperanza? ¿No hay muchos cristianos sin esperanza? ¿Qué es eso de tener esperanza hoy? El tiempo de Adviento no debe pasársenos sin una reflexión y meditación sobre la esperanza.

El evangelio de hoy nos presenta la pregunta que hicieron a Jesús: "¿eres tú el que esperábamos, o debemos esperar a otro?".

Ahora, en adviento, si de verdad queremos revisar nuestra esperanza, es preciso que volvamos la pregunta hacia nosotros, tal como Cristo nos la haría: "¿soy yo en quien esperáis, o esperáis en otras cosas?". Esa es la pregunta que nos debemos hacer: ¿a quién esperamos?

Una gran masa de desesperanzados. También los encontramos dentro de la Iglesia. Muchos cristianos no tienen verdadera esperanza.

Han confundido esta virtud teologal con un artículo más de su credo intelectual. Piensan que la esperanza consiste en aceptar teóricamente la existencia de una vida posmortal. Pero en realidad no esperan en ella, no suspiran por ella, la temen en el fondo. Porque, ¿dónde están los cristianos tan apasionadamente convertidos a la esperanza que sueñen y anhelen por la llegada de ese mundo futuro, no sólo aquí, sino más allá de la muerte? ¿Dónde están los cristianos que buscan ardientemente en su vida y en el desarrollo del hombre los signos de la venida del Señor? ¿A cuántos cristianos enfermos de cáncer -es sólo un ejemplo- hay que ocultarles la verdadera naturaleza de su enfermedad incurable porque la sola noticia de la proximidad de su muerte -término natural y lógico al que desde que nacimos nos estamos acercando y del que nunca hemos dudado- les podría producir un "shock" sicológico?. Al creer en el mundo futuro, ¿esperamos verdaderamente el encuentro con Dios tras la muerte, la adquisición de una existencia nueva potenciada y enriquecida por el influjo pleno del poder glorificante y creador de Dios? ¿A quién esperamos? La esperanza es un deseo, pero no todos los deseos son esperanza.

La esperanza se distingue de la espera. La espera es un deseo de un bien que no depende de nosotros mismos. Llegará, y es deseado por nosotros, pero nosotros no podemos hacer nada para provocar su venida. La esperanza, por el contrario, es un deseo de algo que depende por lo menos en parte de nosotros mismos. Por eso la esperanza verdadera tiene un sentido activo, concreto, eficaz.

Por decirlo de un modo gráfico y breve, la esperanza es "desear provocando lo que se desea". La esperanza, por eso, siempre compromete. Y en el compromiso de la persona, por contrapartida, se ve su esperanza. Dime por qué luchas y te diré cuál es tu esperanza. Ahí tenemos pues la clave para responder a nuestra pregunta: ¿a qué esperamos?, o ¿en qué tenemos puesta nuestra esperanza? Bastará observar nuestra propia vida, nuestra propia lucha, nuestros compromisos, para ver qué esperanza nos anima. Dónde está tu tesoro allí está tu corazón.

Nuestras pequeñas esperanzas.-Quizá en ese análisis podremos comprobar que tenemos mucha de nuestra esperanza puesta en el consumo, en el dinero, en el medro social, en la subida de los salarios, en el confort, en la diversión, en la felicidad fácil... Estamos rodeados de personas que ponen en cualquiera de estas cosas su verdadera y más profunda esperanza. Una esperanza que en el fondo no deja de ser sino bien superficial.

Aunque una verdadera esperanza, religiosa y trascendente, no deja de estar conectada con estas realidades humanas, concretas y hasta materiales, la verdad es que todas estas pequeñas esperanzas no son suficientes para el corazón humano. Pueden engañarlo algún tiempo, pero no mucho más. A la postre las esperanzas pequeñas fallan. Todos esos pequeños ídolos a quienes nos confiamos acaban por abandonarnos (Ver la caída del muro de Berlín y el ocaso de las ideología marxista en los países del socialismo real). Sólo entonces muchos hombres encuentran la verdadera esperanza, lo cual no deja de ser lamentable.

La esperanza cristiana es una esperanza global y trascendente. Se eleva por encima de todas las pequeñas esperanzas, para después centrarlas, purificarlas, integrarlas en una meta trascendente, único lugar donde cobran un sentido aceptable para el hombre. Por eso, de alguna manera, no se puede tener esperanza sino en la medida que uno se siente limitado. El hombre es un ser que necesita una promesa para poder existir. Se siente menesteroso, limitado, acosado, como un fuego artificial que se sabe lleno de una vitalidad pasajera. La muerte crece dentro de él al mismo compás que la vida misma. En ese contexto, del conjunto de fracasos, de limitaciones, de pequeños anhelos frustrados, surge un deseo global de un bien ilimitado y trascendente, que englobe y eleve toda nuestra menesterosidad. Sólo quien bucea profundamente en nuestra existencia terrena es capaz de sentir la necesidad de la esperanza (Ver S. Agustín). Sólo ése -de alguna manera- es sujeto capaz de esperanza. De una esperanza global, trascendente y total que, como tal, ya es objeto de gracia, gratuita, y que necesita un tú absoluto en el que apoyarse: Dios.

Es preciso pues revisar, reflexionar, profundizar nuestra esperanza. ¿A quién esperamos? Tener esperanza cristiana es haber elegido a Jesús como futuro nuestro. Y si nos alejamos de esta esperanza, ¿a quién iremos?

DABAR 1977/04


3.

Las lecturas de hoy nos anunciaban la Salvación que nos viene de JC. A la pregunta de Juan, que expresa con tanta claridad el anhelo de salvación plena y total que brota en el corazón de todo hombre, Jesús responde señalando una serie de hechos: "los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Signos todos de la salvación que se abre camino, de la Salvación que está ya presente entre los hombres.

Todo lo que impide al hombre ser en plenitud, se echa atrás. Todo lo que mutila al hombre debe ser vencido. Nuestros ojos no están hechos para no ver ni nuestros oídos para no oír. El hombre no está hecho para la muerte, sino para la vida.

El anuncio de la Salvación nos dice que todo lo que debería ser, todo lo que el hombre anhela profundamente, todo lo que conduce a la plenitud humana, todo eso es ya desde ahora, y un día será plenamente, una realidad.

Creer en la Salvación que JC ha inaugurado y nos ha prometido es una fuente de alegría en nuestra vida. Creemos y sabemos que las aspiraciones de la humanidad no quedarán defraudadas: "Habrá gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán".

Creer en la salvación de JC -si somos consecuentes- nos lleva a no resignarnos ya nunca más con el mal menor como si fuera el bien mayor que nos es lícito y posible esperar. Creer en la salvación de JC nos lleva a vivir ya desde ahora la alegría de la cosecha sin abandonar la tarea, a menudo dura, de ayudar a que nazca la semilla que ha sido sembrada (2a lectura).

¿No os parece que el modo de vivir que tenemos los cristianos está a menudo reñido con la fe que proclamamos y con el mensaje que anunciamos? ¿Verdad que muchas veces miramos las cosas y los acontecimientos con una postura demasiado desconfiada, demasiado pesimista o resignada? Si ello es así, desde luego es una lástima. Porque hoy somos nosotros los que debemos dar a conocer esta salvación que está presente y actuante en medio de nuestro mundo. A nosotros nos corresponde tomar parte activa en todos los combates que se libren para dignificar la vida de los hombres, para liberarlos de los males que los oprimen y no los dejan crecer, para devolver la vista a los ojos que han sido hechos para ver. Todos los combates por el hombre son una llamada para los creyentes, porque son también combates por el Reino.

Que esta Eucaristía nos ayude a confiar y a creer en esta salvación que hoy se nos anuncia, que "fortalezca nuestras manos" que a menudo son débiles y "robustezca las rodillas vacilantes".

Que nos ayude a saber leer los signos de los tiempos -por pequeños que sean- que nos hablan de la salvación de JC, y que nos mueva a trabajar por ellos con fe y con esperanza.

E. BORDONAU
MISA DOMINICAL 1977/23


4. 

1. Asolado constantemente por la guerra, el pueblo de Israel ha conocido derrota tras derrota. Jerusalén ha sido destruida, el Templo profanado, y el pueblo deportado a Babilonia, condenado a trabajos forzados. Isaías medita y ora, escucha a Dios, e inspirado y excitado por El, invita al pueblo, desalentado y herido, a que se ponga en camino en busca de su Dios Salvador. El libro de la Consolación es una vigorosa predicación de esperanza: ¡Vendrá un tiempo de felicidad total, en el que Dios salvará a su pueblo! Como el Profeta es poeta, sus versos están llenos de imágenes. Saldrán desde Babilonia hacia Jerusalén, como los hebreos que salieron de Egipto. Revivirán el Exodo. Atravesarán el desierto. Y sus ojos verán con asombro la transformación de la naturaleza: El desierto florecido, semejará una flor de narciso. Será tan verde como el Líbano, tan hermoso como el Carmelo, tan oloroso y perfumado como el Sarón. A la belleza del paisaje, añade Isaías, personificando el desierto, el sentimiento de alegría de las personas que vivan esa glorificación. Pero siempre hay gente desalentada, a quien hay que estimular. Las personas mayores dicen: Ya no tenemos fuerzas para emprender el viaje. Estamos ya enganchados a la adicción, que forma una segunda naturaleza en nosotros. Ella es la que nos domina,aunque sabemos que, cuando la hayamos satisfecho, nos dará dolor. Pero no podemos vivir sin ella. Es lo que le ocurría a San Agustín: "Me atormentaba en mi cautividad en gran parte y con vehemencia la costumbre de saciar mi insaciable concupiscencia" (Confesiones, VI,12,22). Y el Profeta les enardece: "Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes, sed fuertes, no temáis" Isaías 35, 1. 

2. La visión de Isaías, se está cumpliendo ya hoy en Jesús, según nos dice Mateo: A Juan le llegaban noticias en la cárcel, de la predicación y de los milagros de Jesús, y se alegraba. En el evangelio de Juan que complementa las noticias que del Bautista nos ofrece Mateo, se manifiesta el gran desprendimiento del Bautista: Había señalado ante sus seguidores a Jesús: "He ahí el Cordero de Dios. Lo oyeron dos discípulos y siguieron a Jesús" (Jn 1,36). Y sigue Juan en el capítulo 3,26: Los dicípulos de Juan le dijeron,envidiosos, a su maestro: Jesús bautiza y todos acuden a él. Y Juan contestó: "Yo no soy el Mesías, yo no soy el esposo, sino el amigo del esposo. Pero el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se alegra mucho con la voz del esposo. Así que mi gozo es completo. El debe crecer y yo menguar".

3. Dicen que el pecado nacional de España es la envidia. Y resulta que casi nunca el que tiene envidia se da cuenta de que la tiene, o no lo quiere reconocer, porque es un vicio muy poco elegante. Con facilidad se reconocen otros vicios más groseros, y se tiene a gala tenerlos, y hasta se alardea de tenerlos, pero hay mayor resistencia a confesar la envidia, porque indica ruindad de ánimo y mezquindad. A mí siempre me pareció imposible que los de arriba envidiaran a los inferiores, pero cuando leí a Unamuno, lo empecé a creer. Dice Unamuno que la envidia, parece mentira, se encuentra más entre los triunfadores. Se entiende con facilidad que el segundo envidie al de arriba. Pero se comprende menos que el de arriba envidie al de abajo. O el superior al inferior. Y si se observa bien, se comprueba que sucede así. ¿Por qué? Porque el que está arriba no está seguro de que haya alcanzado ese puesto con justicia; probablemente, casi siempre ha habido chanchullos. De ahí que secretamente tema que se descubra la menor capacidad y, que le desasosiegue la suplantación, en efectivo, o en comparación, (el caso del rey Herodes); consiguientemente, que la inseguridad produzca envidia. Que, a su vez, engendra tristeza de la prosperidad de los demás. Por otra parte, la sociedad está organizada en forma de competición, por cuya razón el otro es considerado como jugador del equipo contrincante. Y de la envidia se pasa al resentimiento, y a encontrar siempre el "pero". Si, pero... La envidia pretende que la medida de los demás sea inferior a la mía, hasta llegar a la degeneración de la raza. "El brillo sólo el mío".

4. El envidioso no encuentra compensación en su pecado. Todos los vicios tiene su compensación placentera. La envidia, no, sino todo lo contrario. Siempre está desabrida, triste, macilenta. Es el pecado "amarillo", que se ceba antes en las propias entrañas que en la fama del vecino. "La envidia abrasa el corazón, seca las carnes, fatiga el entendimiento, roba la paz de la conciencia, hace tristes los días de la vida, y destierra del alma todo contentamiento y alegría" (Fray Luís de Granada). "Ví y observé a un niño envidioso; todavía no hablaba y ya miraba lívido y con rostro ceñudo a su hermanito de leche" (San Agustín). "La envidia es la caries de los huesos" (Prov 14,30. Siempre recelosa. Hasta en el terreno sobrenatural de las vocaciones. Se mira todo a nivel humano de competencia. Me quitarán las que tengo, me disputarán las que quiero conseguir.

5. En la Escritura podemos encontrar resonantes historias de envidia y sus consecuencias, desde el diablo en el paraíso, la de Caín contra Abel,la de los hermanos de José, la de Saul contra David, y la de los jefes religiosos contra Cristo. "Si un hombre reuniera la hermosura de Absalón, la fuerzas de Sansón, la sabiduría de Salomón, las riquezas de Creso, la elocuencia de Homero, la fortuna de Julio César, la vida de Augusto, la justicia de Trajano y el estilo de Cicerón, téngase por seguro que no será de gracias tan dotado, cuanto será por los envidiosos perseguido" (Antonio de Guevara). Fray Luís de León, dejó escritos en la pared de la cárcel, unos versos, universalmente conocidos: "Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado; / dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa / en el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa / y a solas su vida pasa, / ni envidiado ni envioso".

6. Apenas se comienza una obra de Dios, se moviliza en contra la envidia. Los que menos ayudan, y más la dificultan, son los que más debieran ayudar y hacer espaldas: La historia nos dice, que Teresa de Jesús, de quien más tuvo que sufrir fue de los obispos: Arzobispo de Burgos, y de Sevilla, entre otros, y no digamos de los superiores de su propia Orden.

7. En Juan no hay ni pizca de envidia. Según Aristóteles la envidia se da entre iguales. Juan es un profeta, habla en nombre de Dios, su tema es la religión. Llega Jesús, que es el Hombre de Dios, cuyo tema es la religión. Cuando empiece a predicar y a hacer milagros, los hombres que manejaban la religión: los sacerdotes, los sanedritas y rabinos, no sólo no se pondrán de su parte y le ayudarán, sino que le perseguirán hasta crucificarle. ¡Qué diferente la conducta de Juan!

8. Por eso su alegría es constante. Juan se alegra de las obras de Jesús. Y, aunque siempre es doloroso que le dejen a uno sus propios discípulos, no impide que Juan y Andrés, se vayan con el Cordero de Dios profetizado... Quiere darles oportunidad a sus discípulos de que le sigan. Ama de veras. Los envidiosos no aman, se aman a sí mismos, o a su institución. Los amigos verdaderos buscan el bien para sus amigos, y les ayudan a alcanzar el triunfo, y se alegran de que lo consigan. ¡Si todos los cristianos se hubieran portado así y viviéramos ahora así, cómo habría avanzado y crecería el Reino de Dios! Y cuando no se obra así, es porque no hay caridad "que no es envidiosa" (1 Cor 13,4).

9. Si Juan quiere recibir una garantía que acredite que aquél de quien le llegan noticias tan prometedoras es el Mesías esperado, es para darles seguridad a sus discípulos y para curarles su estrechez de miras y su envidia. El sabía que el Cordero de Dios era la culminación de la esperanza de Israel. Y les envía a que le pregunten: ¿Eres tu el que ha de venir...? El sabe que después de tantos siglos de espera, ha llegado ya la hora de poder decir como el anciano Simeón, "ahora Señor, puedo morir en paz, porque mis ojos han visto al Salvador".

10. Jesús no responde con palabras. Responde con sus obras. Decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: sordos que oyen, ciegos que ven, cojos que caminan, muertos que resucitan, leprosos que quedan limpios, pobres que son evangelizados... Luego éste es el tiempo mesiánico, anunciado por los Profetas. Yo soy el Mesías. Y dichoso el que no se sienta defraudado por Mí Mateo 11, 2. Luego está llegando el Reino de Dios. Las grandes personalidades, conscientes de que su mensaje y su acción son auténticos y seguros, no tienen necesidad de hacer promesas, que después no van a cumplir. Responden con hechos, con obras, con autenticidad. No trabajan de cara a la galería, ni para salir en la foto.

11. Dios viene en Jesús a curar, a consolar; su llegada es motivo de alegría, de esperanza; ahí están los ciegos, con la vista recobrada, los cojos, que pueden caminar. Los. pobres, evangelizados. Esas madres que lloran a sus pequeños hijos muertos en el orfanato de Manila, los pobres ahogados en Guatemala y en Honduras...El Padre en Jesús, se compadece de los sufrimientos de sus hijos, y está con ellos, le duelen sus fatigas, le cuesta su muerte. Toda una situación de cambio, de salud, de depresiones aliviadas y, sobre todo, de la liberación del pecado.

12. Consolar, alentar, animar, estimular. Esa es la misión de los que poseemos la luz del Evangelio. Ante las dificultades de los matrimonios, tengamos palabras de fe en Jesús, que puede hacer reverdecer la novedad. A las madres o esposas, o padres, que lloran la desaparición de sus hijos, o esposos, ofrezcámosles el regalo de las palabras de Isaías: "Sed fuertes, no temáis".

13. Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, de zancadillas e injusticias, esperamos la floración de la justicia, "el Señor hace justicia a los oprimidos, endereza a los que ya se doblan por el peso del trabajo, de los disgustos, de la ancianidad" Salmo 145. Señor, cumple lo que nos has prometido. Danos fortaleza y valentía en los momentos de debilidad y de cansancio. Y te rogamos por todos los que están desanimados y deprimidos, y te pedimos que les robustezcas y les consueles.

14 ¡Ven, Señor, Jesús! Lo diremos con fe después de la consagración. Pongamos toda nuestra alma en esa oración. Juan estaba en la cárcel, por su entereza. Hoy, que la gente tiene tan poca valentía. En que la tierra que engendró el Quijote, se ha convertido en tierra de Sancho Panza, pero sin su sensatez y cordura. Volvamos a los orígenes de nuestro idealismo, capaz de ir a anunciar el Evangelio a todas las gentes. Siempre los tiempos de prosperidad engendraron molicie y tibieza. Quiera Dios que sepamos reflexionar.

15. Colaboremos con paciencia, venciendo con ella las dificultades interiores y las exteriores, para que vaya creciendo el Reino, aunque sea a costa de nuestro orgullo. Es necesario que yo disminuya para que él crezca, decía Juan. Es necesario el ejercicio de la paciencia en la siembra de la semilla del reino, como le es necesaria al labrador que aguarda paciente el fruto de la cosecha (Santiago 5,7). Es necesaria la paciencia para no dejarse abatir por la tristeza mientras dura el tiempo de la germinación. Tras la hibernación vendrá la primavera de la floración, el verano de la maduración y el otoño de la lograda cosecha. Y si los frutos no aparecen, "tomad como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor", que habiendo sembrado con lágrimas, murieron sin ver el fruto de su siembra. Otros cosecharán lo que vosotros habéis sembrado. Uno es el que siembra y otro el que siega (Jn 4,37).

16. Sencillez. Humillación. Cruz. Como Jesús, su prolongación que es la Iglesia, no puede omitir la atención a todos los marginados del mundo. Y esa será la señal de su autenticidad. La Iglesia, como Jesús, ha de ser la más pequeña. Tan pequeña como la eucaristía que vamos a comer. Sabiendo que "el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan Bautista" porque más que el carisma, vale la integración vital al Reino por la gracia de Cristo, cuya venida estamos preparando en adviento.

J. MARTI BALLESTER


5.

¿En qué consistirá esta venida de Dios? ¿En qué se sentirán los hombres concernidos? El profeta esboza algunas frases sueltas a modo de definición: será la salvación, la recompensa: cada cual recibirá según su verdadero valor; y será también la venganza: el triunfo de los indignos acabará por fin.

El profeta se preocupa menos de definir el momento que espera y anuncia, que de crear en el corazón de sus oyentes el entusiasmo que legítimamente suscita la perspectiva de esta intervención divina. Él prefiere acumular las descripciones poéticas, tan elocuentes para el corazón como las definiciones abstractas que son más precisas pero menos expresivas.

La venida de Dios será algo... de flores, de gritos de júbilo, el esplendor de la cima de un monte, la fuerza, la luz, la palabra, el movimiento, un agua que quita la sed, un camino de libertad, camino de seguridad. Será la liberación, y luego la marcha, entusiasta, hacia Sión; será, finalmente, la llegada a la ciudad rescatada... Imágenes así hablan por sí mismas.

Hablaban antaño, y deben hablar hoy día, ¿Por qué habrían de decir menos a los cristianos en espera, que a los israelitas en destierro el esplendor de la Ciudad que esperamos, que deseamos, que nuestras propias manos intentan realizar un poco cada día? El profeta, capaz de entusiasmo en medio de un pueblo de "rodillas vacilantes", capaz de contemplar insistentemente el fin cuando todos tienen los ojos ciegos, permanece firme en medio de las gentes de "manos fatigadas". Y, sin embargo, una vez comunicado su mensaje y afirmada su certidumbre, él mismo se descubre frágil. No por haber aportado respuestas decisivas es menos accesible a punzantes preguntas. Es lo que hace ver el incidente referido por el evangelio.

Son conocidas las enloquecidas preguntas que el inquebrantable Jeremías, "ciudad fortificada, columna de hierro, muralla de bronce frente a todo el país" (Jr 1. 18), viene a plantearle a su Dios: "¿Por qué... por qué?" (12.1).

"¿Por qué su sufrimiento es continuo? ¿Serás tú para mí como un arroyo mentiroso?", pregunta el profeta a su Dios. Así que no se extraña uno de escuchar a Juan Bautista, el primero sin duda que discernió a Jesús, que subrayó su misión única, no se extraña uno al oírle preguntar a ese mismo Jesús si es, de hecho, el que Juan con todos sus discípulos espera con fervor y a quien creyó reconocer en la persona de su amigo y de algún modo su discípulo.

Esta inquieta pregunta es tanto menos de extrañar cuanto que Jesús adopta actitudes que no concuerdan perfectamente con lo que Juan había anunciado del personaje mesiánico. La oposición entre la imaginería preferida de Juan y la que Jesús utiliza las más de las veces es sugestiva. El primero habla de recolección y tiempo de trilla (3. 12); el otro, en cambio, responde con el tiempo de sementera, "cosecha (tiempo lejano del) fin del mundo" (13.1-32/39). Y hay algo más sugestivo aún: la diferencia de tono adoptado por cada uno de los dos predicadores. Allí donde el Bautista habla de intervención severa, comparable a la irrupción salvaje del viento de una tempestad o del fuego de un incendio, Jesús responde con la misericordia, con la acogida a los pecadores, con el servicio a los desgraciados.

Es fácil de explicar: estas oposiciones provienen de dos definiciones del profetismo y de dos doctrinas mesiánicas opuestas. Juan está en la cárcel debido a su intransigencia, a su audacia en la condena del pecado, y Jesús viene perdonando, come con los pecadores. Juan anuncia un Mesías que purifica, Jesús practica el perdón. (...) La pregunta formulada: "¿Eres tú...?", signo de la oscuridad en que se debate la fe del Precursor y de sus amigos. (...) Miembro frágil del pueblo de Dios, lo mismo que cualquier otro, invitado a no hallar en el estilo de Jesús, en su comportamiento, en su persona, una ocasión de escándalo, llamado, pues, a la fe, a la aceptación de una realidad que permanece oscura, en el seno de claridades excepcionales, Juan recibe de Jesús un homenaje único.

Profeta mayor que cualquier otro profeta, mensajero privilegiado que garantiza el encargo de los últimos preparativos, amigo íntimo del "Señor" que viene, hasta el punto de ir "delante de él", cerca, Juan no por ello deja de ser un hombre del A.T. Es de los que desearon ver y oír: se podría incluso pensar que lo deseó más que todos los demás; pero no "vio" ni "oyó" lo que "ven" y "oyen" los discípulos de Jesús.

No sabe uno si hay que poner delante el elogio directo que de Juan se hace, o el indirecto que se refiere a los discípulos de Jesús, de los que el "más pequeño" es más "grande que Juan".

Nosotros nos quedamos con este segundo testimonio; subrayando la dignidad del cristiano, profeta como Juan, encargado como él de anunciar la "venida" de Jesús, de preparar sus caminos, iluminado como él con claridades excepcionales sobre el misterio de Jesús, invitado como él a adherirse a Jesús a pesar de todas las incertidumbres necesarias, y sin embargo "mayor que él", en cuanto ligado ya al Reino de los Cielos, este testimonio da a los discípulos de Jesús la explicación de su existencia, el secreto de su misión y de su encargo, la razón de ser de las claridades que centellean en su vida o de las oscuridades que la atraviesan.

Recordándonos que somos profetas, el evangelio nos dice la riqueza y la pobreza de eso que somos. Nos invita, por lo tanto, a ser, nosotros también, de esos "bienaventurados" para los que el misterio de Jesús no supone una ocasión de escándalo. (...) Los cristianos viven las mismas experiencias; afrontan las mismas pruebas (5. 12); se encuentran, también ellos, en la inestimable situación de testigos del futuro, proclamando al mundo el mensaje de una salvación cercana, pero siempre por llegar. Y sienten igualmente en sí mismos la división de aquellos en quienes la fe, claridad esencial, aquieta -sin dejar de estimularlo- el deseo de "ver, de oír". Esta insatisfacción entreabre la puerta a la duda que atraviesa la vida del profeta y que no exceptúa a la del cristiano. ¿Quién de ellos no ha sentido algún día la necesidad de plantear también él la pregunta del Bautista: "¿Eres tú de verdad el que ha de venir, o hay que esperar a otro?"

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 173


6.

Juan Bautista se había atrevido a criticar a Herodes Antipas. Para hacer callar a aquel indeseable, el tetrarca lo había encerrado en la fortaleza de Maqueronte, en donde podía al menos recibir visitas. Preguntaba con avidez y lo que iba sabiendo le decepcionaba. El, Juan, la voz poderosa que gritaba y amenazaba, había dicho: "El que va a venir será más fuerte que yo".

Anunciaba a un juez que echaría al fuego todo lo malo y todo lo infecundo, y ahora le hablaban de una persona mansa y amable, de uno que se ponía a curar. No resistió más y le envió un mensaje: "¿Eres tú el que ha de venir?".

¿Quién no se ha planteado cuestiones de este tipo? Jesús, ¿eres tú lo que me dijeron de ti? La respuesta que se le da a Juan nos deja insatisfechos: "Los ciego ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia". Lo que Jesús hacía entonces era precisamente lo que se esperaba del Mesías antiguamente. Pero ¿ahora? Después de dos mil años, ¿qué ha ocurrido con el mundo? ¿Qué podemos decir a los que nos preguntan: "Qué nos ha traído vuestro Cristo? ¿En qué han cambiado las cosas?".

También nosotros interrogamos a Jesús desde nuestra prisión, la prisión de nuestros horizontes muy limitados y quizás de nuestra falta de agudeza para comprender que Cristo sigue actuando: "Dichoso el que no se escandalice de mí".

¡Aprender a ver el reino en marcha! En nuestro mundo de estrellas y vedettes sólo resaltan algunos nombres: la madre Teresa, don Helder Cámara, el obispo Romero, el hermano Roger de Taizé, sin olvidar a Juan XXIII. Pero hay millones de corazones entregados y de manos activas. Millones de ciegos que ven finalmente sus pecados y el amor que Dios les tiene. Millones de pobres a los que sacerdotes, religiosas y laicos, pobres también, anuncian la buena nueva y la realizan.

Por medio de los creyentes es como Cristo sigue trabajando al mundo. Lo mismo que a los enviados de Juan, Jesús nos dice: "Id a contar lo que estáis viendo y oyendo". Pero "las obras de Cristo" hacen menos ruido que el dinero y la guerra. Se necesitan ojos atentos para ver todo el amor que se da "en nombre de Jesús".

Esto significa que estamos ante un Cristo desconocido que no conoceremos hasta el final de los tiempos, cuando sepamos cómo no ha dejado nunca de actuar. ¿Cristo desconocido? Sí, si nos quedamos en nuestros pensamientos y en nuestras preguntas sobre él. Pero cuando nos ponemos a trabajar con él, vemos cómo los cojos andan y cómo resucitan los muertos. El heroico creyente de la URSS o el cristiano brasileño comprometido en una acción de justicia y de liberación no se preguntan seguramente si Jesús es precisamente el que se esperaba.

Quizás a veces nos hagamos otra pregunta: "Iglesia, ¿eres tú el signo de que ha venido Jesús?". Es una buena pregunta, con tal de que no sea una excusa para nuestras propias deficiencias. La iglesia que anuncia o deja de anunciar la buena nueva soy yo, en donde yo estoy, en donde quizás por mi culpa no se ve el trabajo de Dios.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 34


7.

Según Juan Bautista, era misión del Mesías ser el instrumento por medio del cual Dios iba a devolver a su pueblo la libertad, la dignidad y la justicia.

A los dirigentes religiosos y políticos (fariseos y saduceos) y al mismísimo rey Herodes les anunció que Dios les iba a dar su merecido por ser los directos responsables de la injusticia (Mt 3, 7-12; 14, 3-4); al pueblo le dijo que se preparara, rompiendo con esa injusticia, para el difícil y terrible juicio que se acercaba: "Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios" (Mt 3,2).

LAS DUDAS DE JUAN

Confiado porque sabía que estaba de la parte del Dios liberador de Israel, denunció con valentía los abusos de los poderosos. Pero.. Un día el rey Herodes, presionado por su amante, lo detuvo y lo encerró en la cárcel (Mt 14, 3ss).

Seguro que entonces se le agolparon en la mente un torrente de preguntas. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuándo se iba a realizar el juicio de Dios? ¿Cuándo iban a ser castigados, de una vez por todas, los culpables? ¿Cómo es que Dios no establecía ya con su poder la justicia? ¿Vencerían de nuevo los de siempre? ¿Se habría vuelto a olvidar Dios de su pueblo? Quizá aquél no era todavía el Mesías. Y si lo era, ¿por qué no hacía nada por librarlo de la cárcel? Estas eran las dudas del Bautista.

VIDA Y LIBERACIÓN

Por medio de dos de sus discípulos, Juan plantea la cuestión al mismo Jesús. -"¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?" En su respuesta, Jesús se remite a los hechos:

-"Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo". Lo que presenta como pruebas para que Juan sepa y crea que él es efectivamente el Mesías son las cosas que hace y el mensaje que predica; son hechos y palabras de liberación y vida: "Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia". Estas son las señales del Mesías; eso es lo que sobre él anunciaron los antiguos: por medio de él Dios devolvería al pueblo la vida y la libertad que los poderosos le habían arrebatado. Cojos, ciegos, leprosos, sordos, muertos..., invalidez, oscuridad, marginación, muerte... A ese estado habían llevado al pueblo.

OTRO MESÍAS, OTRO DIOS, OTRO HOMBRE

Jesús era, en efecto, el Mesías, pues daba vida y libertad. Pero entonces... Juan Bautista no sabía que la misión del Mesías no era juzgar al hombre, sino darle la posibilidad de crecer y hacerse adulto, dejando de ser -también en sus relaciones con Dios- infantil. Sabía que Dios quiere la libertad del hombre, pero no sabía que Dios también quiere que sean los hombres quienes conquisten su propia libertad; y sabía que Dios emplea toda su fuerza en favor de la liberación de los hombres; pero no sabía que la fuerza del Padre de Jesús no es el castigo que esclaviza por el miedo, sino el amor, infinitamente eficaz si es aceptado, pero del todo inútil si se rechaza. Sabía que Dios no soporta la injusticia ni la opresión de los pobres; pero no sabía que la injusticia ni la opresión de los pobres; pero no sabía que la solución a esos problemas no iba a bajar milagrosamente del cielo. Dios, por medio de su Mesías, estaba ya enseñando cuál es el único modo de resolverlos definitivamente: poniendo en práctica la buena noticia, el evangelio que Jesús anunciaba a los pobres, cada hombre y cada pueblo podría obtener de Dios la vida y la liberación definitivas; pero el hombre debería colaborar en su propia liberación.

¿LO CONOCÉIS?

A Juan Bautista le costó trabajo reconocer, en Jesús, al Mesías. ¿Y nosotros? ¿Lo conocemos? ¿Lo reconocemos? A un Dios que no nos resuelve nuestros problemas, sino que nos exige comprometernos en su solución, ¿lo reconocemos? A un Mesías partidario de la teología de la liberación (=ciencia del Dios liberador), en su sentido más radical y profundo, ¿lo reconocemos? ¿Y a un hombre adulto, responsable de su propio destino por voluntad de Dios? Estas son las señales del Mesías, los rasgos mediante los cuales se puede reconocer el mensaje de Jesús: allí donde se anuncia y se pone en práctica, los hombres son más humanos, más felices, y están más llenos de vida, de libertad, de amor. Y ya, desde ahora.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 24ss.


8.

Crisis de fe

La pregunta de Juan, cuando estaba en la cárcel, produce escalofrío. ¿Cómo es posible que Juan dudara? Pero si estaba hecho y vocacionado para esto, para anunciar al Mesías. Era el precursor, el que habría de preparar su camino y señalarle con el dedo. Juan ya lo había reconocido aun antes de nacer. Hay una especie de sintonía entre él y Cristo. Cuando se acercan, se produce una vibración o fascinación especial. Pasaría lo mismo cuando Jesús pidió el bautismo en el Jordán. El hombre del desierto, acostumbrado a ver y escuchar los signos de Dios, casi se arrodilla ante él. Este es el Cordero de Dios, el que de verdad quita el pecado del mundo: mi bautismo no es nada. Lo mío es agua, lo suyo es fuego y Espíritu. El es el novio, yo sólo un amigo. Que todos vayan con él. Lo reconoce. Una vez que lo señala, él se empieza a retirar. Que él crezca, que yo disminuya. ¿Qué le pasa ahora a Juan, para hacer semejante pregunta? No lo hace sólo por los discípulos, para que ellos se convenzan. Es que Juan mismo ha entrado en crisis. La noche del Espíritu.

El "modelo" de Mesías

Probablemente, le falla el modelo de Mesías. La pintura que él había hecho y que fue predicando, no se parecía en nada a Jesús. Juan hablaba de un Mesías imponente y amenazador; Jesús era humilde y acogedor. Juan pensaba más en un Mesías apocalíptico; Jesús era pacífico, como un amanecer. Juan anunciaba una tormenta; Jesús era lluvia mansa. Juan esperaba un viento huracanado; Jesús era brisa suave. Juan amenazaba con la justicia; Jesús predicaba la gracia. Juan pintaba al Mesías con el hacha en la mano, para cortar de raíz el árbol podrido; Jesús se presenta con las manos abiertas y promete savia nueva. Para el árbol que no da fruto siempre hay un tiempo de espera. Tampoco utilizará el bieldo para separar la paja del trigo y quemarla. Paciencia con las hierbas malas. Juan creía que todo terminaría pronto; Jesús hablaba de un proceso lento. Cierto que Jesús fue una revolución, la más grande y radical, pero una revolución pacífica, no como Juan esperaba. Juan necesitaba ver la fuerza de Dios; Jesús manifestaba la debilidad del hombre y la del mismo Dios.

La crisis

Por eso, no es de extrañar la crisis. Le pasó a todo el pueblo judío. Fue una crisis típica. Habían entendido demasiado literalmente las Escrituras. Se perdieron en la letra. La mayoría quedó atrapada en ella. Es el escándalo del que habla Jesús: «¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!». La mayoría del pueblo, empezando por los jefes y los más devotos y perfectos, se sintió defraudada. Una verdadera tragedia nacional. Esta es una de las principales razones de rechazo a Jesús. Hasta los mismos discípulos y apóstoles se sintieron muchas veces defraudados y tardaron en comprender. El se decía Mesías. Y ni aun esto quería que lo dijeran. Pero no era el Mesías «esperado».

Empezar de cero

Juan, creemos, llegaría a comprender. Todos los pobres y sencillos llegaron a comprenderlo. Era cuestión de mirar los hechos sin prejuicio; de contemplar los signos sin esquemas prefabricados ni claves interpretativas; de dejarse interpelar por la Palabra sin argucias ni respuestas estudiadas. Era cuestión de estar dispuesto a empezar de cero, a nacer de nuevo, a desprenderse de todo el bagaje cultural y espiritual que no servía ya. ¿Recordáis la escena del ciego de nacimiento? El ciego es el que ve; el que no tenía nada es el que llega a la fe. Los otros, en cambio, se aferran a sus leyes y sus tradiciones.

Dios rompe nuestros esquemas D/SORPRENDENTE

La duda de Juan resulta paradigmática. Dios es lo más esperado, pero también es lo más sorprendente. Dios nunca actúa según nuestros criterios, ni se adapta a nuestros programas. Los signos de los tiempos no llegan según nosotros esperamos. Seguro que si el Mesías se volviera a encarnar hoy, no le reconoceríamos. ¿No ha pasado muchas veces en la historia de la Iglesia? Los que mejor encarnaban a Cristo no siempre fueron reconocidos en su tiempo. Los profetas cristianos han sido perseguidos muchas veces por las mismas autoridades eclesiasticas. Es que Dios rompe siempre nuestros esquemas. ¡Cuantos ejemplos podrían acumularse!

Lo mismo sucede a cada uno de nosotros. Si Dios se hace presente, no lo hace como y cuando queremos o creemos. Siempre nos sorprende. A lo mejor llega, no en la oración o en los Sacramentos, sino en el dolor o el fracaso, o en el trabajo, o en el pobre, o en cualquier guiño de la naturaleza. Y sucede también que no sabemos reconocer los signos mesiánicos, que a lo mejor se encuentran también fuera de nuestra Iglesia, y rechazamos en bloque tantas cosas sólo porque no encajan con nuestros esquemas.

¡Atentos a las señales!

¡Dichoso el que no se encuentra defraudado por mí! Para ello hay que estar muy abiertos a los signos que él ofrece. Siempre serán signos de liberación y de amor: «Los ciegos ven... y a los pobres se les anuncia la Nueva Noticia». ¡Atentos a las señales! ¿Dónde recuperan la vista los ciegos? ¿Dónde se limpian los leprosos y se liberan los esclavos y viciosos? ¿Dónde se iluminan los descreídos y se entusiasman los desencantados? ¿Dónde son evangelizados los pobres? ¿Dónde se superan situaciones injustas y se promueve el verdadero desarrollo? ¿Dónde se recita la parábola del compartir? ¿Dónde se crea verdadera comunidad?

Así podríamos ir preguntando. No te fijes en el color o la etiqueta. Lo que verdaderamente importa es la realidad. «¡Nadie hay que haga milagros en mi nombre y que luego pueda decir mal de mí! Porque el que no está contra nosotros, por nosotros está» (Mc. 9, 39 40).

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. El Reino de Dios es paz, amor, alegría. También alegría, aunque previamente haya que pasar por muchas contrariedades y sufrir mucho. Pero lo último no es el sufrimiento, sino el gozo indestructible.

El cristiano debe ser testigo de la alegría: en su talante, en su vida, en sus celebraciones. La cruz sólo es un medio, no un fin. Es blasfemo presentar a un Dios triste, enemigo de la vida.

El misterio de la alegría nace en Dios, es un don, no se compra en nuestros mercados, ni se encuentra en nuestras salas de fiesta. Brota de dentro y tiene su origen en el Espíritu. 2. Juan pasó por una «crisis de fe». Emociona el pensarlo, dada la calidad y la vocación de Juan. ¿Quizá se debió a que Jesús no encajaba en el esquema mesiánico que él tenía?

Esto pasó a todo el pueblo judío. Esto pasa en la Iglesia y nos puede pasar a nosotros en cualquier momento. Dios siempre rompe nuestros esquemas. Es lo más esperado, pero también lo más sorprendente. Hay que sentirse muy libre para captar y aceptar los signos que él nos vaya ofreciendo, donde quiera y como quiera que se manifiesten.

LA MANO AMIGA DE DIOS
ADVIENTO Y NAVIDAD 1989.Págs. 60-62