COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Ba 5, 1-9

 

1.

-Contexto: en el libro de Baruc, escrito deuterocanónico y conservado sólo en griego, se refleja la vida de una comunidad deportada por los babilonios y que vivió en la dispersión. El escrito forma una unidad artificial y está compuesto por una introducción (1, 1-14) y tres secciones autónomas (1, 15-3, 8; 3, 9-4, 4; y 4, 5-5, 9).

-Texto: La sección 4, 5-5, 9 es una mezcla de queja y esperanza. La tragedia de la deportación sufrida, el desconsuelo de la madre, Jerusalén, que pierde a sus hijos (Cfr. 4, 9-16), no termina en un grito de dolor desesperado sino en una exhortación que infunde coraje y esperanza. Resentimiento hacia la opresora Babel (Cfr. 4, 31ss.) y esperanza mesiánica muy afín a Is. II.

La expresión "¡ánimo!" es el "leit-motiv" de toda esta sección (4, 5.27.30). El autor trata de infundirlo en el pueblo (4, 5-8); también Jerusalén, personificada, da ánimos a sus hijos (4, 9-29). El poema termina tomando de nuevo la palabra del autor quien dirigiéndose a la ciudad amada le conforta y le hace entrever el feliz acontecimiento futuro (4, 30-5, 9).

La ruina del pasado contrasta con la visión futura: el duelo de la madre Jerusalén se trueca en gozo y alegría, los signos externos de luto (vestidos y sayales) son sustituidos por las galas de fiesta (vs. 1-2; Cfr. Is. 61, 3.10). La ciudad de Dios se viste de regio esplendor y la razón de este cambio se nos indica en los vs. 3-9: Dios, en persona trueca el castigo en salvación (Cfr. 4,27.29); glorificación de Jerusalén y manifestación de su gloria a toda la tierra (v.3). Además la ciudad santa recibirá un nombre simbólico (v. 4; Cfr. Is. 62, 2; Jr. 33, 16...) para indicar que en ella reinará la paz, como fruto de la justicia (Is. 32, 17), y la gloria como consecuencia de adorar al verdadero Dios.

También el Señor se acuerda de los desterrados y anuncia su vuelta gloriosa (vs. 5-9; Cfr. 4, 36s). Desde las alturas Jerusalén puede contemplar la caravana que llega gozosa (Is. 60, 4s): el triste viaje de partida ("a pie"), llevado a cabo por el enemigo, contrasta con la vuelta gloriosa ("llevados en carroza real") dirigida por el Señor. Su gloria (v. 7) es la columna de fuego de Ex. 13, 21; se trata de un nuevo éxodo en el que el Señor muestra su justicia y misericordia. La naturaleza con sus fenómenos apocalípticos colabora con este actuar del Señor (vs. 6-9).

-Reflexiones: Esta vuelta gloriosa no se realizó en tiempos de Esdras y Nehemías sino que tiene su proyección hacia los tiempos mesiánicos. El Mesías que ya llegó volverá de nuevo a manifestarse; por eso en este Adviento, a la espera de su llegada definitiva, debemos pedirle que cambie nuestra amargura social, fruto de nuestro egoísmo humano, en paz y alegría, frutos de una verdadera justicia.

ÁNGEL GIL MODREGO
DABAR 1988, 2


2.

El libro de Baruc -el profeta secretario, confidente y amigo de Jeremías- fue escrito por los años 200 y 100 a.C.; por tanto, de lo último que se escribió del AT. El autor del libro se sirve del pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el futuro.

En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados, para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento, otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y, en parte, Isaías.

Una transformación lenta se irá produciendo en el pueblo y en sus estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé, volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar.

EUCARISTÍA 1988, 57


3.

El pequeño libro de Baruc comprende secciones distintas y de épocas distintas, pero atribuidas conjuntamente al profeta de la escuela de Jeremías por un compilador del siglo I a. C. El presente texto, tomado de la tercera parte del libro (que es una pieza profética), es probablemente una de las expresiones literarias más tardías del A. T. Por lo tanto, la situación del exilio que aquí se supone, no es más que un recurso o licencia literaria para cantar la providencia especial de Dios respecto al pueblo de Israel. Desde que David eligió a Jerusalén como capital de su reino, esta ciudad estaba destinada a convertirse en un símbolo. Vinculada a la Casa de David y, consiguientemente, a las promesas del futuro rey Mesías, Jerusalén pasaría a ser el símbolo tanto del reino mesiánico como del pueblo que lo espera. El profeta dirige su palabra a esta ciudad, a este pueblo, que, si ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, está destinado a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos.

Yavé, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua".

Estos dos títulos corresponden a la nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones de la justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa justamente lo que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51, 17; 52, 2; 60, 1) y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Desde allí, desde la altura del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver venir ya lo que ahora se anuncia: que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos.

La descripción que se hace del retorno, de la repatriación de los exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40, 3-5). Será como en los días del éxodo o salida de Egipto, el mismo Dios conducirá a los que vuelven con alegría por el desierto. La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia salvadora. A veces simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex 14, 24).

EUCARISTÍA 1982, 55


4. /Ba/04/30-37  /Ba/05/01-09:

Estos versículos forman el segundo discurso profético del libro de Baruc. En la primera parte (4,30-37) hay una invitación a la confianza porque Dios anonadará el poder esclavizador y hará posible que todos los desterrados regresen a Jerusalén, la ciudad que ha recibido el nombre directamente de Dios y que ha convertido en escabel de sus pies. En la segunda parte (5,1-9) son detallados con gran riqueza de imágenes, que parecen sacadas de Isaías II, los motivos del gozo y de la esperanza. La «gloria del Señor» desempeña aquí un papel determinante; en ella se concentra toda la teología de la manifestación y de la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo. Dios, con su «gloria» (doxa), abre la marcha de los creyentes de la diáspora que se dirigen hacia Jerusalén convertida en sede de la «Paz de la justicia» y la «Gloria (= manifestación) de la piedad», las características de la nueva época mesiánica. Vuelve el tema de Isaías de la nivelación del terreno y de su embellecimiento para que el pueblo que regresa avance con comodidad: «Dispuso humillar todo monte alto y todo collado eterno, rellenar los valles hasta igualar la tierra, para que caminase Israel con seguridad para gloria de Dios. Los bosques y todo árbol aromático darán sombra a Israel por disposición divina» (5,7-8). El último versículo del discurso es una bella y profunda síntesis de toda su doctrina: «Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria (= presencia), con su misericordia y su justicia» (5,9). Se puede decir que toda la Biblia es una palabra de consolación, de esperanza. Dios es el único y auténtico consolador. Medianeros de este consuelo son su palabra y los profetas, tal como los recuerdan las generaciones posteriores: «Con espíritu poderoso previó el futuro y consoló a los afligidos de Sión» (Eclo 48,24); «Florezcan sus huesos (de los doce profetas) en la tumba, porque reanimaron a Jacob y lo salvaron con firme esperanza» (Eclo 49.10). Una forma particular del consuelo profético es la referencia al porvenir mesiánico y escatológico en el cual tendrá Dios la máxima presencia entre su pueblo. El Dios de Israel tiene una meta para su pueblo como la tuvo para Abrahán, depositario de su promesa. Y así como Abrahán peregrinó de la promesa hacia su cumplimiento, también Israel ha de recorrer el camino de la fe a las promesas. Es el mismo camino que el NT ofrece a la comunidad cristiana.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 65


5.

El librito que lleva el nombre del secretario del profeta Jeremías, Baruc, (cf. Jr 36), es un conjunto de escritos de diversos géneros que se presentan como elaborados en época del exilio de Babilonia pero que de hecho probablemente son muy posteriores. El autor o autores de los escritos, valiéndose de la ficción de autor y época, lo que pretenden es animar a los judíos que viven dispersados en países extranjeros, en la diáspora, hacia los siglos III ó II a.C., anunciándoles la reconstrucci6n definitiva del pueblo en una tierra también definitiva. El libro se vale del estilo de los grandes profetas del exilio, y consigue relatos y anuncios de una gran intensidad evocadora, que a menudo han invitado a los autores cristianos a mirar más allá y entenderlos como anuncios de Jesucristo.

El texto que hoy leemos es un anuncio del retorno de los exiliados, en la línea del Segundo Isaías. Como una llamada y un himno dirigidos a la Jerusalén devastada y abandonada, el profeta la invita a recibir la gloria y la felicidad que Dios le proporcionará: esta gloria y felicidad será poder ver otra vez a sus hijos que vuelven del exilio y vuelven a construir una ciudad viva. El retorno de los exiliados es una alabanza al Dios que lo ha hecho posible, y contrasta radicalmente con la tragedia que fue la caravana de israelitas que, años atrás, tuvo que andar el camino a la inversa, hacia el exilio. Ahora Dios no sólo hace posible el retorno, sino que acompaña personalmente a su pueblo y además hace que el camino del desierto sea un camino fácil y cómodo: llano y sombreado. Así se muestran la gloria, la justicia y la misericordia de Dios.

Para los judíos de la diáspora lectores de Baruc, que de hecho viven aún en situación de exilio (ellos sí son los "de oriente y occidente"), este anuncio del retorno de Babilonia se convierte en una figura del retorno y la reconstrucción definitiva del pueblo.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 15


6.

Jerusalén, paz en la justicia

La última parte del libro de Baruc es un canto a la Jerusalén escatológico-mesiánica, representación del ideal pueblo de Dios. Habla en primer lugar a la comunidad judía posexílica, que, aunque vuelta a la patria, vive en destierro espiritual, porque le falta la grandeza soñada, la libertad necesaria, el gozo de vivir y la paz del espíritu. Inspirado por los profetas consoladores como el Segundo Isaías, el anónimo profeta de esta hora la incita a cambiar su porte de perdedora por el de salvada y glorificada y a regocijarse con los hijos que Dios le ha reunido. Tienen que celebrar como en trance de realizarse los bienes ya desde siempre anhelados. La fiesta que celebren sus hijos será la revelación de Dios para el mundo.

Los recuerdos del éxodo y de la marcha hacia la tierra mantienen todo el vigor de su inagotable simbolismo, aunque ahora se trate de movimientos y de caminos que recorre el espíritu. También tiene ese mismo sentido figurado la reunión de los hijos dispersos.

Dios, afirma el profeta, allana el camino que el espíritu debe recorrer para llegar a esa Jerusalén que se llamará y que será "paz en la justicia". A la justicia de la Jerusalén real se le dará paz; a su piedad, gloria. Esa Jerusalén de hijos felices será una teofanía de gloria para todos los pueblos.

La Jerusalén aquí celebrada, en la visión del profeta es ya real. Su vivencia adelantada tiene el valor de un llamamiento a la Jerusalén histórica para que tome la parte que le toca en la provocadora configuración de su destino.

Ángel González Núñez
HOMILETICA 1994, 6