27 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO A
1-6

H-1.

-Empieza un nuevo año cristiano.

Hoy, primer domingo de Adviento, empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy (2/3 diciembre) hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (7 de enero), van a ser cinco semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra historia para darnos su salvación.

-Esperar y acoger a Cristo Jesús.

S. Mateo -que va a ser el evangelista dominical de este nuevo año litúrgico- nos ha traído las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar despiertos y atentos, preparados en todo momento, porque su venida sucede en el momento más inesperado: "estad en vela, que no sabéis qué día vendrá vuestro Señor".

Nuestra primera actitud, por tanto, es la atención, la vigilancia, la espera activa. En la carta a los Rm hemos escuchado: "es hora de espabilarse", "el día se echa encima". Los que están dormidos, distraídos, satisfechos de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política, o la economía, o los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Cristo Jesús el que da sentido a nuestra vida, y la abre a todos sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo.

Cristo ya vino, hace dos mil años, después de siglos de espera en que lo fueron anunciando los profetas. Pero estas profecías no se han cumplido todavía del todo. Hoy hemos leído cómo Isaías prometía la venida del Salvador para todos los pueblos, un Salvador que nos enseñaría la verdad ("nos instruirá en sus caminos") y nos traería la paz ("no alzará la espada pueblo contra pueblo"). Pero la venida de Jesús -que recordaremos de modo entrañable en la próxima Navidad- no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un proceso histórico que está en marcha. Precisamente porque ya vino, los cristianos seguimos esperando activamente que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, en la de cada uno de nosotros y en toda la sociedad. La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos: tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia.

-¿Amenaza o promesa?.

Las imágenes y comparaciones con las que Jesús nos invita a esta espera son preocupantes, como una amenaza del mal que nos puede suceder si no estamos atentos: el diluvio en tiempos de Noé, que nos recuerda las inundaciones que sorprenden a tantas regiones, o la irrupción del ladrón en la noche, a la hora menos pensada.

Pero lo que nos propone la palabra de Dios no es sobre todo amenaza, sino anuncio gozoso y promesa. Sí, nos dice "estad preparados", y es real la triste posibilidad de esa sorpresa desagradable del ladrón o de la inundación. Pero si debemos estar preparados a la venida continua del Señor, es porque la historia que vivimos es la ocasión de que nos encontremos con ese Salvador que se nos acerca, que viene a nosotros: Cristo Jesús, el Enviado de Dios. Él trae la salvación, la Buena Noticia, la paz, la verdad: "nos instruirá en sus caminos", como ha dicho Isaías.

S. Pablo nos avisa: "la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer", y "el día se echa encima": no es la noche la que nos amenaza, sino el día que va a venir y que sería lástima que no aprovecháramos en toda su luz. No viene en plan de amenaza, sino de promesa. Pero un don que se nos ofrece, cuando lo rechazamos por descuido o distracción, es una ocasión perdida.

-Es hora de espabilarse.

No está mal que haya sonado este despertador en nuestra vida. El Adviento y la Navidad, como sucede con la primera hoja de un calendario o las primeras horas de la mañana, son llamada y estímulo. Pablo nos ha dicho también a nosotros: "es hora de espabilarse... la salvación está cerca... dejemos las actividades de las tinieblas y armémonos de las armas de la luz".

Como Isaías invitaba a los judíos: "casa de Jacob, caminemos a la luz del Señor", así ahora nos dice a nosotros: "comunidad cristiana de..., ven, caminemos a la luz del Señor".

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989/23


2. 

-Cuando menos lo esperaban.

Recordamos la catástrofe del diluvio universal, que anegó a todos, hombres y animales, menos a unos pocos. Jesús les recordó esto a sus contemporáneos y hoy nos lo recuerda a nosotros. No se trata de atemorizarnos con nuevos cataclismos, como pronostican las armas atómicas o el agujero de ozono. El Evangelio no es una amenaza, sino una buena noticia. Y lo que Dios quiere de nosotros no es temor, sino esperanza y alegría. Pero tampoco Jesús esperaba de sus vecinos, ni Dios de nosotros, que perdamos la vida vegetando, trabajando, ganando dinero, gastándolo, y vuelta a empezar. Dios llama hoy nuestra atención para sacarnos del aburrimiento, de la indiferencia ante el hambre, la pobreza, la injusticia y los sufrimientos de los demás. Hoy es adviento.

Puede ser un adviento más, unas navidades más, un año más. Pero puede ser y debe ser el gran día en que todo empiece a cambiar en mejor.

-Daos cuenta del momento.

El mensaje del evangelio cobra relieve en la carta de Pablo a los romanos. También aquellos cristianos estaban adormilados, acomodados, bien situados algunos. Y Pablo les alerta: Daos cuenta del momento, porque ya va siendo hora de espabilarse.

Darse cuenta del momento es pararse y pensar, dejar la locura y la prisa de la vida para empezar a vivir conscientemente, cristianamente. No podemos vivir como si tal cosa, vegetando, consumiendo, siempre distraídos o entretenidos. Tenemos que caer en la cuenta de que no todos pueden trabajar, que no todos pueden comer, que no todos pueden vivir. Darse cuenta del momento es caer en la cuenta de que el egoísmo y el bienestar de unos pocos no puede sostenerse siempre y menos a costa del empobrecimiento y miseria de los otros. Darse cuenta del momento es caer en la cuenta de que el mundo no es bueno, si no es bueno para todos, al revés exactamente de como pensamos. Pues pensamos que, si yo estoy bien, los demás que se espabilen. Así hacían en tiempos de Noé. Y así les fue. No es una amenaza, pero sí una advertencia y una llamada a la responsabilidad y al compromiso político por la justicia, la igualdad y la paz.

-Estad alerta. La primera exigencia del evangelio de hoy es la vigilancia, la circunspección, la toma de conciencia, en una palabra, la salida de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, por mirar a los demás, ver a los que están a nuestro alrededor, cerca o lejos, pero hermanos nuestros olvidados, marginados, postergados, apartados de eso que llamamos el bienestar, y que sólo es el nuestro, el de unos pocos. En el horizonte del adviento, que es el anuncio de la segunda venida para consumar el reino de Dios, se hace imprescindible la vigilancia para interpretar las señales y decidir nuestra propia estrategia, nuestro compromiso, lo que podemos y tenemos que hacer para facilitar el reinado de Dios, que es justicia y amor y paz para todos. La vigilancia tiene que ser como los ojos de nuestra esperanza. Si de verdad esperamos, no podemos cruzarnos de brazos a verlas venir, pero tampoco podemos andar a tontas y a locas simplemente haciendo cosas, sino haciendo lo que hay que hacer.

-Estad preparados.

Una segunda exigencia del evangelio, de la esperanza, es la acción. El reino de Dios, la justicia y la igualdad, el bienestar de todos, no es una bicoca o una lotería, sino el resultado de la acción de todos y de la solidaridad de todos. Las cosas no se pueden cambiar del revés con la facilidad de un calcetín. Hay que vigilar y analizar, diseñar y proyectar antes de pasar a la acción, para que ésta sea eficaz. No debemos radicalizar posturas diciendo que todo está mal. Hay que discernir el bien del mal, conservar lo que beneficia a todos y redunda en el bienestar de todos; pero habrá que modificar y cambiar lo que sólo favorece a unos pocos. Los cristianos, como creyentes y miembros de una sociedad humana, tenemos nuestra tarea. La fe no nos sitúa aparte de los demás, al contrario, nos enrola doblemente en la tarea común.

-Caminemos a la luz del Señor.

Nuestro camino no será difícil, si, como nos recomienda el profeta, caminamos a la luz del Señor, a la luz del Evangelio, bajo la acción del Espíritu que pone en marcha nuestra esperanza, que es la esperanza del mundo. Esa luz del Evangelio nos invita, por boca del apóstol, a caminar de día, sin ocultamientos ni secretos, sin las malas maneras propias de los que maquinan de noche.. La noche está ya vencida. La noche y toda la parafernalia de la nocturnidad. La noche y todas las actitudes de inhibición, amodorramiento y deseos de encerrarnos en nuestro egoísmo. Pablo nos exhorta a tomar las armas de la luz: la verdad, la honradez, la responsabilidad, la solidaridad. Y a revestirnos de Cristo, o sea, a asumir el espíritu y las actitudes de Cristo, su esfuerzo, su generosidad, su disponibilidad para con todos, su entrega hasta la muerte.

La esperanza cristiana debe ser respuesta a la promesa de Dios.

El adviento, este adviento, y todos, pues siempre es adviento para el creyente, debe ayudarnos a ver cómo esa esperanza del reino de Dios se va ya realizando en cada una de las esperanzas y de los logros humanos. Y debe comprometernos en esa tarea común, con todos los hombres de buena voluntad, aunque sean distintos por otros motivos. Todavía queda mucho por hacer. Todavía tenemos una gran esperanza. Ojalá tengamos también una gran ilusión que multiplique todos nuestros esfuerzos.

EUCARISTÍA 1989/55


3. PROFETA/POETA  SUEÑOS/NOCHE-DIA: Los sueños de la noche, cuando estamos dormidos, nos hablan del pasado y a veces sirven para aclarar el subconsciente. Pero hay también otros sueños, los sueños del día, que nos hablan del futuro; en ellos se expresan los deseos más entrañables, los anhelos y las esperanzas del espíritu, del supraconsciente, podríamos decir. Cuando el hombre sueña así y barrunta lo que ha de venir, lo que tiene que venir al fin, ese reino de paz y de justicia en donde ha de triunfar la vida y el amor, entonces el hombre está más despierto que nunca. Pues el hombre vive de la esperanza más que de los recuerdos, y sólo cuando espera y sueña lo imposible se abre ante sus ojos un mundo de posibilidades y cobra fuerzas para hacerlas madurar con su trabajo, pacientemente. Entonces, cuando sueña, busca un lugar para la utopía, concreta más sus ideales y va rescatando el pasado para el mejor futuro. Y Dios se acerca un poco más a los hombres. Es adviento.

ISAIAS/POETA: Isaías es uno de esos hombres benditos que sueñan de día. Es un profeta. Todos los profetas son soñadores empedernidos. También los poetas verdaderos sueñan de día. ¡Y qué pena da cuando los hombres no hacemos caso a los profetas y despreciamos el canto de los poetas! Es como si renunciáramos al futuro y vendiéramos el reino de Dios por un plato de lentejas. Isaías, hombre de Dios, profeta y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la transformación de las espadas en azadas y de las lanzas en podaderas... Pero Isaías no se queda embelesado y sin hacer nada. Los sueños son para convertirlos en realidad, por eso grita en medio del pueblo: "Casa de Jacob, vamos; caminemos a la luz del Señor". Y la esperanza se hace camino, comienza el éxodo. No hay advenimiento del Señor y de su reino si no hay éxodo del pueblo de Dios.

También Pablo nos invita hoy a despertar, a salir de la noche y a caminar a la luz del día: "Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse... La noche está avanzada, el día se echa encima... Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad". Pablo distingue entre la noche y el día, entre el mal y el bien, entre el aturdimiento y la vigilancia. El que obra el mal camina en las tinieblas y está como dormido, pero la esperanza ilumina los pasos del que obra el bien y le mantiene despierto y siempre vigilante. Estas palabras de Pablo parece como si estuvieran escritas para nosotros; en realidad están escritas para todos los hombres en cualquier momento y situación. Siempre es hora para despertar y caminar vigilantes, para vivir en responsabilidad y en esperanza. Sin embargo, insisto en que parecen escritas especialmente para nosotros, que vivimos en unos tiempos de achatamiento del espíritu y de escasez de la verdadera esperanza.

Pues ésta ha sido sustituida por las expectativas de un consumo creciente e indiscriminado que excita nuestra sensibilidad y debilita el sentido de trascendencia. De ahí que, desesperados de encontrar lo que ha de venir al fin, el reino de paz y justicia que nos ha sido prometido, queremos llenarnos de muchas cosas que no pueden satisfacer nuestras más íntimas aspiraciones. Por eso andamos cada vez más angustiados, con la lengua fuera, traídos y llevados por el último "slogan" publicitario, pendientes del "último grito". Consumiendo productos, placeres e ideologías, consumiendo el tiempo y el espacio en que vivimos o morimos, vamos perdiendo el verdadero sentido de la vida. Porque el hombre vive de la esperanza y es un animal de ultimidades, y el hombre no puede ir siempre detrás de lo último que sucede y que no es nunca lo verdaderamente último que ha de venir. Por eso crece cada día nuestra angustia en la medida en que sentimos una y otra vez la frustración de la más auténtica necesidad humana: la necesidad de Dios y de su reino. Y nuestra angustia deriva entonces en agresividad, y prosigue la lucha despiadada de unos contra otros para tener más. Si nos dejáramos ya de comilonas, de borracheras, de lujurias y pendencias, si camináramos en pleno día, a la luz del Señor, si vigiláramos constantemente en la oración y viviéramos en vilo por la esperanza, entonces recibiríamos también el futuro de Dios que es el futuro del hombre.

Los cristianos hemos sido llamados para ser centinelas de lo que ha de venir. No podemos renunciar a las promesas que se han de cumplir en la nueva tierra y en el nuevo cielo. Esta esperanza de lo que parece imposible, del reino de Dios, no anula las legítimas esperanzas de los hombres, las pequeñas esperanzas de cada día, antes bien, las convierte en señales que van marcando el camino de nuestro éxodo de la esclavitud hacia el reino de la libertad, hacia la casa del Padre. Si esperamos la reunión de todos los hombres en la paz de Dios y su justicia, apreciaremos mucho mejor todo lo que es unidad, paz y justicia entre los hombres ya aquí en la tierra.

EUCARISTÍA 1974/01


4. J/VENIDA ADV/QUÉ-ES

La etapa que comenzamos se llama adviento. Y está caracterizada por la espera humana del Salvador. Todo está proyectado hacia esa venida ("adviento"). Sin embargo, el evangelio de este domingo nos lanza inmediatamente hacia el fin de los tiempos. Nos pone brutalmente frente a la "venida última" del Señor. Esto puede parecer raro. Pero en la liturgia es normal esta superposición de planos, este entrecruzarse de niveles.

Los dos advenimientos -la encarnación y la venida final del Hijo del hombre- no sólo no se contraponen, sino que se reclaman e iluminan mutuamente. "En la celebración litúrgica no es posible proclamar el Génesis sin evocar en filigrana el Apocalipsis" (A. Nocent).

Dice S. CIRILO DE JERUSALEN: "Hay dos venidas (del Verbo): una oscura como la lluvia sobre un velo, otra resplandeciente de gloria, la que llegará. En la primera venida Cristo aparece envuelto en pañales dentro de un pesebre, en la segunda vendrá envuelto de la luz como en un manto".

El cristiano tiene que vivir en "estado de espera", orientando la propia mirada en dirección a estas dos venidas. Sintetiza Mateo esta postura con un verbo característico: "velad". No es posible programar, pronosticar la llegada del Señor -tanto la primera como la última- porque es sorprendente, imprevista, imprevisible.

Solamente el "velar" permite no ser pillados de improviso, ser "contemporáneos" de esta doble venida.

El sueño nos hace "ausentes". El verdadero, el irreparable desfase respecto a la venida del Señor está representado por el sueño, por la indiferencia, por la inercia.

Jesús no duda en volver al recuerdo lejano de los tiempos de Noé, cuando la gente "comía y bebía" descuidadamente sin preocuparse de la cuestión fundamental: su relación con Dios. Y así, desprevenidos, fueron arrollados por la catástrofe del diluvio. Una advertencia más bien inquietante.

Para nosotros el sueño puede ser el desinterés, el sentirse ajenos. O sea, la salvación como algo que no nos concierne; no sabemos qué hacer con ella.

Esperar al Salvador significa sentirse interesados, reconocer que tenemos necesidad de salvación, admitir que somos pecadores, sentir la exigencia -¡y la urgencia!- de la conversión.

Significa, en medio de nuestras preocupaciones cotidianas, caer en la cuenta de que es necesario preocuparse de un "negocio" fundamental. (...).

La parábola del siervo y del señor (que puede llegar en el corazón de la noche) coloca la espera en una dimensión dinámica, activa, creativa, no, por supuesto, en una perspectiva de falta de compromiso. (...). La espera de aquel que viene se traduce en una conciencia lúcida de los deberes de cada día, de los programas ordinarios, de las responsabilidades terrenas, pero a la luz de las "realidades últimas". Velar es precisamente lo contrario de la evasión. Velar quiere decir romper con las "obras de las tinieblas" como dice S. Pablo, con la mentira, la hipocresía, la vanidad.

El cristiano vela no porque tenga miedo a la llegada del "señor". Sino porque quiere que el Señor, cuando se presente -y siempre será de improviso- lo encuentre comprometido en la construcción de una ciudad terrena más justa, fraterna, habitable.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 198. Pág. 12


5. 

-"Hermanos, ¡despertad de vuestro sueño!".

RUTINA/SUEÑO: Nuestro sueño es la rutina. La rutina nos oculta el transcurrir inexorable de los días. Jesús describe esta rutina: "En tiempos de Noé, la gente comía, bebía, se casaba...". Un hombre supo ver las cosas a su tiempo: "Noé entró en el arca". Pero los demás siguieron viviendo hasta que, "cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos".

La rutina se nos traga a todos. Basta con escuchar a Jesús: "Dos hombres estarán en el campo, al uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela. Estad preparados". En las mismas tareas, unos duermen y otros viven. Unos no se preparan para nada y otros están dispuestos.

¿Dispuestos a qué? Esta llamada a la vigilancia, hemos de repetirlo, ya que lo repite Jesús, es a una vigilancia de buena calidad. Puede tomar el aspecto de una angustia paralizante, o convertirse en un "¿para qué"? que suponga un desprecio del mundo y de las tareas terrenas. No, la vigilancia evangélica es por el contrario una vida actual poderosa, ya que en ella se verifica constantemente la calidad de interés y de atención de lo que uno está haciendo.

Nuestras costumbres (comer-tele-auto) (o las tres G: gozar-ganar y gastar), nuestras preocupaciones (ganar más, acabar esta tarea), nuestros proyectos de ocio (el fin de semana, las vacaciones), ¿hace todo esto de nosotros unos hombres que utilizamos la vida a fondo? ¿O es el amor, es decir, la vida al cien por cien? ¿Dónde está el servicio fraternal, los afanes misioneros, la oración? "No tengo tiempo" es a veces el grito de la vida intensa. Pero a menudo es la canción de la rutina, porque la rutina canta muy bien.

La vigilancia cristiana no es más que la vida ante Dios, la vida con Dios. Se hacen exactamente las mismas cosas, pero esas cosas tienen un interés más, una densidad. "A uno se lo llevarán y al otro lo dejarán". Los vigilantes se arraigan ya en lo eterno, los rutinarios se quedan en la superficie de las cosas y en cada momento corren el peligro de verse barridos.

La verdadera vigilancia, lejos de quitar el gusto por las cosas de la vida, les da el sabor de los comienzos, de los aprendizajes apasionantes. ¡Qué maravilla convertirse, a través de todo lo que uno vive, en una persona que se construye para la eternidad y que construye una parte de la humanidad eterna! ¿La anti-rutina? Reflexionar, recuperarse, no dejar que sea el reloj lo único que dicte nuestra vida, no dejarse atar por la agenda, por los automatismos, por el "siempre he hecho esto", o "todos hacen lo mismo".

El cristiano "que está preparado" es aquel que vive lo ordinario tan libremente, tan conscientemente, que esto lo mantiene despierto para lo inesperado, incluida la hora extraordinaria, la última, quizás traicionera: "Estad vigilantes para que no os sorprenda".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 59


6.

1. Adviento..., ¿una espera inútil? Hoy comenzamos el tiempo de Adviento. La frase parece de rutina, como un boletín informativo de la radio o la televisión; una frase más de tantas como se dicen para cubrir un espacio sin que nadie se sienta molesto o preocupado por la misma.

En efecto: ¿es de interés público que a partir de hoy llamemos adviento a estas cuatro semanas que preceden a la fiesta de Navidad? ¿Se trata de una noticia histórica, como cuando se anuncia el comienzo de una conferencia internacional, o la feria del libro o la temporada invernal de esquí?

Increíblemente el interés suele radicar en que para muchos adviento y Navidad sugieren el pensamiento de las vacaciones invernales en el hemisferio Norte y veraniegas en el del Sur. ¡Triste paradoja! Lo que debiera ser un tiempo tenso, de extrema vigilancia interior, de proyectos históricos, se ha transformado en tiempo de descanso, de relax, de despreocupación. Y lo que la liturgia pretende celebrar como el principio de un nuevo año -pues con adviento comienza el año religioso- y, por lo tanto, de nuevas iniciativas y proyectos, se ha transformado en el final bullicioso del año viejo, tiempo en que todos olvidamos los sinsabores pasados para, al menos, terminar en paz y felicidad, es decir, sin preocupación alguna.

Así adviento, por esas ironías a las que ya nos hemos acostumbrado, se ha transformado en una verdadera contradicción:

cuando el mundo y los hombres dan por finalizado un año, nosotros decimos que lo comenzamos;

cuando todos hablan de descanso y vacaciones, nosotros pretendemos hablar de planes y proyectos divinos;

cuando todos se disponen a celebrar el nacimiento de Jesús, en gran medida como una fiesta semi-pagana, nosotros anunciamos hoy que debemos esperar a Jesús que está para venir...

En síntesis: ¿tiene todavía algún sentido que llamemos a estas semanas tiempo de adviento, es decir, de expectativa de una próxima llegada de alguien que está a punto de hacerse presente? ¿Y qué pueden significar los textos que hoy hemos leído o escuchado, a primera vista tan anacrónicos y utópicos?

Será muy difícil que hoy podamos dar respuesta a estos y a otros interrogantes, pero no está de más que, al menos, los dejemos planteados con la suficiente sinceridad como para darnos cuenta de que es hora de que dejemos de hacer el ridículo. Fue el ridículo lo que hicieron los contemporáneos de Noé cuando comenzó a llover por largos días. Les faltó perspicacia e intuición como para darse cuenta de qué tiempo se les venía encima...

Es esto lo que nos debe preocupar: ¿qué tiempo histórico se nos viene encima a los hombres del siglo veinte? ¿Qué significan nuestros tiempos litúrgicos, nuestras fiestas, nuestras palabras y ritos en el contexto de este tiempo que estamos viviendo? ¿Estamos preparados para afrontar ese tiempo o temporal, aunque sea metiéndonos en un arca? Porque el mundo sigue adelante y navega hacia un rumbo que quizá no corresponda al de nuestras consabidas frases.

Efectivamente, sería muy cómodo decir hoy: «Adviento es tiempo de esperanza. Los cristianos esperamos la venida del Señor. Mantengámonos vigilantes y atentos, pues el Señor, el Hijo del Hombre, llegará en cualquier momento y cuando menos lo pensemos.» Desde niños escuchamos estas y otras expresiones similares, y los que las repiten también las escucharon de niños, y así sucesivamente hasta perdernos en el tiempo.

Entretanto, el invitado no llega, pero tampoco eso ya nos preocupa. Seguimos con nuestro rito: lo invocamos, leemos algunos textos más o menos hilvanados, decimos que llegó pero que está por llegar, y seguimos adelante para celebrar el tiempo siguiente, que puede ser de Epifanía o de Cuaresma, poco importa. Nosotros hacemos el rito, hacemos que celebramos algo, sin perder la amarga sensación de que todo es lo mismo, siempre la misma rutina, la misma misa, las mismas palabras. Y la vida sigue adelante... Y nosotros detrás. Muy detrás.

2. Adviento: ¿tiempo o actitud?

Nadie duda de que la historia es sabia maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa. Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.

¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?

Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.

a) Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.

Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa como la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.

El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.

Por todo eso se comprende cómo no existía una preocupación seria por organizar una Iglesia como la que vendría después, ni era preocupación primordial la liturgia con sus fiestas, y menos los tiempos litúrgicos, de tardía aparición. Aquellos cristianos vivían convencidos de que ese tiempo real de los hombres estaba como un arco tenso para dispararse hacia un acontecimiento definitivo, que si bien ya había comenzado con Jesucristo, aún no había conseguido su acabamiento. Importante detalle; el tiempo real de los hombres era todo él un tiempo religioso o, si se prefiere, un tiempo litúrgico. En «ese tiempo» esperaban algo nuevo y decisivo.

Poco nos importa ahora su error de óptica o su enfoque un tanto estrecho. El dato a recoger es éste: el tiempo religioso era el mismo tiempo de los hombres en cuanto era interpretado desde un ángulo distinto, el ángulo de Cristo Señor y Juez del mundo. Se vivía un periodo histórico en tren de dejarlo muy pronto para comenzar la otra etapa, la definitiva, la de la paz y la justicia universales, tal como Isaías la había anunciado.

Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.

En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban... Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave.

Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación... Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de avizorar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías (primera lectura).

El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. «Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.»

El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de «vigilancia», de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.

En la misma tónica, aunque más moralizante, se mueve el texto de Pablo a los romanos (segunda lectura): falta poco para que se aclare el sentido de esto que estamos viviendo. Vivamos en la luz para que no nos sorprenda la noche. Vistámonos interiormente de Cristo para que nuestro cuerpo sea su epifanía o manifestación luminosa.

Resumiendo: cualquiera que haya sido el error de cálculo de los primeros cristianos, hay un elemento que la Iglesia ha recogido como esencial para su existencia: los cristianos debemos mirar este tiempo que hoy viven los hombres con mirada atenta y vigilante, pues en este tiempo (mi tiempo, nuestro tiempo) se manifiesta el Señor. ¿Cómo? Es lo que no se sabe... Posiblemente como un ladrón o una lluvia durante la estación seca: de improviso, sin espectacularidad. Lo que se necesita, entonces, es cierta mirada interior, atenta, profunda, capaz de «meterse dentro del tiempo y de sus acontecimientos» para no perderse en ellos sino para saber hacia dónde va, qué dirección tiene, dónde puede finalizar este proceso...

ADV/QUÉ-ES: Si estas reflexiones tienen cierta validez, parece lógica la conclusión: adviento no se compone de cuatro semanas; tampoco de un siglo o de cincuenta años. Adviento es una «virtud», llamémoslo así, por la cual somos capaces de interpretar los hechos cotidianos con cierta perspectiva que va un poco más allá de nuestras narices. El cristiano, fiel al pensamiento hebreo, no concibe la historia como un eterno retorno o un ciclo repetitivo y cerrado, sino como una línea abierta hacia adelante. Hay un pasado que es nuestra raíz; hay un presente que es nuestro compromiso; pero hay un futuro que da sentido, es decir, dirección al pasado y al presente.

Lo dramático -y lo típico del existir humano- es que el futuro es siempre inaferrable. Podemos conjeturar sobre él, mas no tenemos ciencia o revelación divina que nos diga qué será y cómo será. Sí es posible darnos cuenta de que al menos será como nosotros hoy lo preparemos y según cierto proyecto que hoy tengamos.

Y es posible que ahora sí estemos tocando el punto doliente de nuestro cristianismo: ¿Qué proyecto de historia tenemos?

Mas, antes de responder, conviene que escuchemos una vez más a la madre historia.

b) A comienzos del siglo cuarto, cambia radicalmente la situación del cristianismo. Constantino, el emperador romano, se hace cristiano y comienza una etapa de favor y protección a la Iglesia. Los tiempos dejan de ser dramáticos; la tienda de campaña de una iglesia peregrina se transforma en una casa de piedra, firme y sólida. El cristiano se va acostumbrando, siglo a siglo y tras cruentos sucesos, a vivir este tiempo como el tiempo último y definitivo, un tiempo con un proyecto acabado, terminado. El tiempo deja de ser adviento, en gran medida al menos, cuando se establece en Europa una cristiandad que se considera a sí misma como el Reino de Dios establecido en medio de los hombres. ¿Qué más queda por esperar? Si esta historia es la última historia divina, si esta Iglesia es la definitiva realidad de Dios, sólo queda una etapa, no histórica, sino trans-histórica: morirse para ir al cielo al gozo definitivo... Más que pedir a Dios que envíe a Cristo como Salvador -pues siempre el hombre necesita crecer en su liberación-, se pide ahora poder salir de esta tierra para ir a Dios.

Entretanto, el adviento se establece como tiempo litúrgico: ya no es una actitud permanente con la que se mira la historia como en ascenso creciente; es un pequeño tiempo que se va insertando, poco a poco, en el ciclo cerrado del año litúrgico; tiempo que mira hacia atrás para festejar el nacimiento de Jesús en Belén, el fundador de la Iglesia, el que ha establecido su casa en medio de los cristianos como un reino eterno y definitivo.

Así Adviento llega a ser un tiempo anodino, insulso, más una preparación a una fiesta que un compromiso con la historia presente para que dé un paso hacia adelante hacia una forma más perfecta.

La ilusión de un Reino de Dios hecho carne definitivamente en el mundo fue maravillosa, pero pasajera... Siglos más y los cristianos descubrimos, mal que nos pese, que la historia sigue su curso inexorablemente y que los hombres elaboran sus proyectos con los cristianos o sin ellos, poco importa. Entre tanto, nosotros todos los años decimos celebrar Adviento..., y es claro ahora que ya ni sabemos qué celebramos ni para qué lo celebramos...

Leemos los textos bíblicos, escuchamos una predicación más o menos convencional, y volvemos a la rutina sin que «adviento» signifique nada en lo que a nuestra inserción en la historia se refiere. Es cosa de la liturgia; es cuestión de ir a misa o rezar un poco. Por lo demás... no nos dice casi nada, y menos le dice al resto de los hombres.

La liturgia y la historia siguen cada una su camino como dos rieles paralelos. Y cómo cuesta caminar con un pie en cada riel, sobre todo cuando el movimiento de uno es más rápido y veloz que el otro. Es algo así como sentirse descuartizado entre dos fuerzas: el quietismo cristiano, su marcha lenta y pesada; el dinamismo de la historia, su avanzar constante y casi vertiginoso.

¿Qué puede significar, entonces, que hoy comencemos el tiempo de Adviento?

3. Adviento: tiempo de compromiso histórico

Quizá la primera lectura pueda ayudarnos a sacar alguna conclusión final: el autor, que se autodenomina Isaías, hijo de Amós, tiene su propia visión acerca de la historia de su nación. Esa visión es un proyecto conforme al cual funda su fe y su esperanza. Ese proyecto trata de abarcar el hoy, el presente, desde el futuro: "al final de los días...". No importa si ahora las circunstancias son favorables o adversas, sí darse cuenta de que caminan hacia «un final de los días» en que el Reino de Dios se establecerá tanto para hebreos como para paganos; Reino de Dios que llega por la interioridad de la ley y de la palabra divina; Reino de Dios que transforma el campo de batalla en un camino de paz y de luz.

No interesa preguntarnos si la visión histórica de Isaías fue exacta, si se ha cumplido, si aún se tiene que cumplir, si fue sólo una ilusión. Pudo haber acertado o pudo haberse equivocado, al menos en parte. Pero sí es fundamental que nos demos cuenta de que su fe necesitó una visión de la historia en perspectiva, hacia adelante, tratando incluso de verla desde un final de los días. Fue así como el pueblo hebreo alimentó su fe: no como un conjunto de ritos y creencias más o menos etéreas, sino como una interpretación de la historia que lo llevó a una consecuencia importantísima: su compromiso histórico. Era un pueblo que sabía lo que quería y luchaba por eso que quería.

Insistimos: poco importa si su visión fue totalmente exacta y objetiva (¿acaso la tiene alguno?); lo que importa es que tuvieron un plan, un proyecto, una esperanza, un ideal de pueblo... y de esa forma su tiempo histórico transcurrió como un verdadero «adviento»: no una expectación pasiva de los futuros sucesos, sino una entrega activa y hasta violenta en pro de la realización de su proyecto histórico.

Así vuelve a aflorar esa dramática pregunta: ¿Cuál es nuestra visión de la historia? ¿Cuál es nuestro proyecto histórico?

Adviento no es un tiempo litúrgico para autoconvencernos de que esperamos lo que en realidad no esperamos. Es sólo una llamada de atención para que descubramos esta dimensión de nuestro tiempo cristiano: su historicidad, su dinamicidad.

Ya no podemos, como los primeros cristianos, pensar en que los últimos días están cercanos y que el Señor aparecerá de un momento a otro como Juez universal.

Necesitamos, por tanto, reinterpretar los textos evangélicos con una perspectiva mayor que la que tuvieron sus propios redactores. No nos atemos a los detalles propios de una cultura o de una época; descubramos la esencia del mensaje bíblico, esencia que fue predicada por el mismo Jesús como realidad primordial de su Evangelio: eI Reino de Dios ya llega... Buscad el Reino... Pedid el Reino... Luchad por el Reino...

En gran medida ese Reino es Cristo, pero aún un Cristo incompleto, un Hijo del Hombre que todavía no abarca a todos los hombres. Por eso seguimos esperando que venga el Hijo del Hombre o, si se prefiere, que salga el Hijo del Hombre de la misma tierra. Que emerja ese hombre-total, ese Cristo-universal, engendrado por una humanidad que busca por encima de todas las cosas la verdad, la paz y la justicia.

RD/QUÉ-ES: Tenemos las lecciones de veinte siglos de historia como para no repetir errores anteriores: no confundamos el Reino de Dios con un Estado teocrático como pretendían los judíos y, entre ellos, los mismos apóstoles; tampoco lo confundamos con la Iglesia establecida en el mundo, como se pretendió en los siglos de la Edad Media y como aún muchos siguen pretendiendo hoy; tampoco lo identifiquemos con esa teología o aquella filosofía o ese modo de concebir la vida... El Reino no es esto o lo otro; no es el fruto de la ambición de los hombres. Es, precisamente, lo que está más allá, lo que aún queda por alcanzar, lo que viene desde el futuro y que hay que hacer presente.

Por esto, veremos que los textos bíblicos de estas semanas nos exigirán una gran apertura a este Reino que ha llegado pero que aún no llegó del todo; que es presencia, pero que también es ausencia; que es luz, pero aún enmarcada entre tinieblas.

Entretanto, comencemos por la primera tarea: miremos este tiempo que estamos viviendo. A lo largo de la semana, reflexionando solos o en grupos, nos podemos hacer algunas interesantes preguntas; por ejemplo:

¿Cuáles son los acontecimientos históricos más importantes de este tiempo, tanto en nuestro país como en nuestro continente y en el mundo entero?

¿Cómo hemos interpretado esos acontecimientos? ¿Nos señalan alguna dirección o rumbo? Vemos que hoy los hombres se mueven y agitan: ¿hacia dónde?, ¿qué buscan?, ¿qué ideales los inspiran?

¿Qué signos del Reino de Dios están presentes en ese agitarse del mundo de hoy? ¿Dónde encontramos signos de unidad, de concordia, de hermandad, de solidaridad, de esfuerzo por la paz, de desinterés, de entrega a los demás, de lucha por los derechos humanos y por una justicia integral?

¿Consideramos que esos signos también están presentes en el cristianismo o que los cristianos estamos comprometidos para ser signos del Reino de Dios?

Como cristianos: ¿qué tenemos para ofrecerles a los hombres que hoy tienen que hacer su historia? ¿Somos capaces de dar nuestra propia visión de las cosas como un aporte más en esta gran tarea de la construcción de un Cristo-total, de un Hijo del Hombre-universal? Esto es Adviento: darnos cuenta de que la historia de los hombres tiene aún delante de sí un largo recorrido, quizá miles y miles de años, quizá por siempre.... que lo logrado por cada generación es sólo un escalón hacia el siguiente; que el hombre puede seguir perfeccionándose más y más. Que nuestro gran pecado, pecado contra la historia, pecado contra el Adviento, es decir: -«Basta, es suficiente, ya está todo dicho, pensado y hecho.»

Que no nos encerremos entre las murallas de nuestra iglesia, de nuestro convento, de nuestra casa, de nuestro país... Eso produce miopía, y la miopía es muy peligrosa para el espíritu profético, que debe ser el distintivo de los cristianos: ver, ver, ver siempre un poco más lejos, ver más allá de estas coyunturas, más allá de cierto arrebato pasional con el que defendemos ciertos intereses nuestros como si fuesen los de Dios.

Que no nos suceda, lo dice Jesús, como a aquella gente que vivió en tiempos de Noé: eran miopes... y cuando vino la gran lluvia se encontraron desguarnecidos. ¡Cuidado! Puede que ya esté cayendo agua o haya aires de tormenta... Es Adviento: levantemos la mirada y miremos al horizonte: ¿Qué tiempo tendremos mañana?

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 16-28