CAPÍTULO VI

LA PARUSIA O EL RETORNO GLORIOSO DE CRISTO

 

A.- Introducción.

En este capítulo se estudiará la antiquísima expresión del Credo, nuestro símbolo de la fe, que dice "y de nuevo vendrá con gloria...".

La Iglesia primitiva encontró la promesa de la segunda venida de Jesús en el evangelio según San Juan que dice: "Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo" (14,3); y también: "Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver" (16,16), o un poco más adelante: "También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón" (16,22).

Se habla de la segunda venida de Cristo para distinguirla de la primera, que ocurrió en la Encarnación; su primer venida al mundo fue en la carne, la segunda será en su gloria.

A diferencia de lo que sucedió con las definiciones de los conceptos fundamentales Trinitarios y Cristológicos, los dogmas de la doctrina cristiana referentes a la Escatología no suscitaron herejías, ni siquiera discusiones teológicas, sino que fueron generalmente aceptados en su formulación primitiva; esto dio lugar a que los planteamientos escatológicos se expre-saran en formas muy sencillas y explica por qué no se valoraron debidamente los diversos tér-minos que se utilizaron en el Nuevo Testamento y en los símbolos de fe primitivos, tales como Parusía, Segunda Venida, Venida en Gloria, Retorno de Cristo, Epifanía, Día del Señor, etc.

 

B.- Terminología utilizada.

1.- Parusía.

Esta palabra se deriva del griego pareimi que significa estar presente o llegar. Antiguamente el helenismo utilizó esta palabra para referirse a la manifestación en la tierra de las personas divinas, así como para designar la entrada triunfal de los reyes o príncipes a las ciudades de sus dominios; se trata en este segundo caso de una palabra que representa a un despliegue de poder en un ambiente festivo y a la vez solemne. En la Roma imperial la parusía del César era un acontecimiento tan importante que podía dar lugar incluso a una nueva era; podía hasta significar un cambio decisivo en la historia; por eso en su parusía el emperador era saludado como portador de grandes nuevas para el pueblo, y el pueblo esperaba con espectación su venida, que seguramente arrojaría beneficios extraordinarios; de allí su carácter festivo y jubiloso.

En el Nuevo Testamento se utiliza la palabra Parusía en su acepción técnico-religiosa, designando con ella el advenimiento de Cristo al final de los tiempos; así es como la Parusía se encuentra asociada con el fin del mundo en Mt 24,3.27.39; 3n 1 Tes 2,19 y 3,13; en 2 Tes 2,1.8 y en 2 Pe 3,4.12. También se la encuentra relacionada con la resurrección en 1 Tes 4,15 y 1 Cor 15,23, y con el juicio final en 1 Tes 5,23; Sant 5,7.8 y en 1 Jn 2,28, pero la mejor descripción de este término lo da san Pablo en 1 Tes 4,13-18:

"Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto a los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a los que murieron en Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras".

2.- El día del Señor.

La fórmula "el día del Señor", que aparece en 1 Tes 5,2; 2 Tes 2,2 y 1 Cor 5,5, se encuentra también, con diferentes variaciones tales como "el día de nuestro Señor Jesucristo", en 1 Cor 1,8 o como "el día de Cristo" en Fil 1,10 y 2,16, o como "el día del Juicio" en 1 Cor 3,13. Esta expresión, que es la más comunmente utilizada para designar a la Parusía, tiene su origen en la trasposición cristológica de "el día de Yahweh" del Antiguo Testamento, y es un elemento que acentúa las raíces de donde proviene la esperanza cristiana.

3.- La Epifanía

Epifanía es una palabra griega que significa esplendor o manifestación luminosa y se utilizaba especialmente en referencia a los dioses o a los reyes. En la Escritura aparece esta expresión enlazada con Parusía en 2 Tes 2,8: "Entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación (epifanía) de su venida (parusía)". La palabra Epifanía se encuentra también en las cartas pastorales de Pablo, en 1 Tim 6,14; 2 Tim 4,1.8 y en Tit 2,13.

La impresión de ausencia que podría producir la palabra parusía se borra con el término epifanía, que nos hace pensar en una luz que ya brilla, aunque nuestros ojos no puedan percibirla mientras peregrinamos por el mundo, porque no están adaptados a su resplandor.

4.- Apocalipsis o revelación.

Apocalipsis es un término técnico que designa la manifestación de los misterios sublimes y ocultos de Dios; se utiliza en 2 Tes 1,7 y 1 Cor 1,7 pero adquiere una profundidad y amplitud particular en la Carta a los Romanos, donde una sola palabra sirve para entrelazar el misterio de Cristo en sí mismo y en nosotros: El advenimiento de Cristo será su revelación (Rom 2,5), así como la nuestra, la de los hijos de Dios (Rom 8,19)

5.- Conclusión.

Todos estos términos acentúan aspectos de una misma realidad, la segunda venida de Cristo o su venida gloriosa; sin embargo el más importante de ellos es el de Parusía, porque Parusía es la manifestación espléndida de la gloria de Cristo y la revelación completa de su misterio, tanto en el mismo Jesucristo como en quienes esperan y aman la Epifanía del Señor.

 

C.- Datos del Nuevo Testamento.

El libro de los Hechos de los Apóstoles dilata las medidas temporales, y del mismo modo como separó la Ascención de la Resurrección con un período de cuarenta días separa ahora la Ascención de la Parusía, haciendo anunciar a los ángeles mensajeros un regreso lejano pero sin determinar el día ni la hora en que ocurrirá (He 1,3.7.11). Por su parte, los evangelios sinópticos presentan un discurso en el que Jesús predice la futura venida del Hijo del Hombre para juzgar a todas las personas y los pueblos de la tierra, y para establecer definitivamente el Reino de Dios en su dimensión trascendente (Mc 13; Mt 24; Lc 17; 21). Del tiempo que haya de transcurrir hasta la segunda venida de Cristo ninguno da información detallada, más bien niegan que pueda alguien dar una fecha, por eso insisten en la necesidad de estar siempre preparados. Juan es entre todos los escritores del Nuevo Testamento quien mejor presenta una escatología inaugurada, pero no por eso desconoce la existencia de otra futura; por eso en el capítulo 5 de su evangelio distingue dos horas: una es la hora presente de la predicación de Jesucristo, otra posterior es la hora de los apóstoles y de los demás hombres: "En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán... No os estrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán..."(25-29).

En el capítulo 6 se repite por cuatro ocasiones la promesa de la resurrección en el último día para aquellos que creyeron en Jesucristo, que comieron su carne y bebieron su sangre (33.40.44.54).

La Primera Carta de Juan contiene este texto: "Y ahora, hijitos míos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida" (2,28).

También el libro de Hechos de los Apóstoles presenta a la fe y a la esperanza como ejes de la predicación de la Iglesia primitiva; así leemos que Pedro, después de proclamar la resurrección de Jesús, vuelve la atención de sus escuchas sobre los tiempos de la restauración que están por venir, diciendo: "a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal" (3,20-21).

 

D.- Los signos de la Parusía en el Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento ofrece varias señales que indicarán la proximidad de la Parusía, o segunda venida de Cristo a la tierra; estas señales son las siguientes: a).- El enfriamiento de la fe; b).- La aparición del Anticristo; c).- La conversión de las naciones paganas; d).- La conversión de Israel.

Todos los textos bíblicos en que se habla de la Parusía pertenecen al tipo literario llamado apocalíptico; en dicho estilo los signos son imágenes que evocan lo inaudito, tales como catástrofes cósmicas, la lucha del bien y el mal, las persecuciones, el hambre universal, en fin, dramatizaciones; y si bien es cierto que se presentan estos signos en conexión con la historia, hay que saber identificarlos como signos apocalípticos para poder interpretarlos en su justo valor: No es que pretendan tener una significación cronológica ni describir el futuro, sino que su objetivo es captar la atención del lector o del oyente, y son más que todo una especie de preámbulo en el cual se mencionan hechos dramáticos para que el lector caiga en cuenta de la importancia de lo que luego se va a exponer. Nada tienen que ver, pues, estos signos con una crónica fiel de los hechos por venir. Aclarado lo anterior, analisaremos los cuatro signos mencionados.

1.- El enfriamiento de la fe.

Este signo se encuentra en el evangelio de Lucas al final de la parábola de la viuda inoportuna y el juez inicuo (18, 1-8), donde la viuda insistió de tal manera que el juez, que ni siquiera temía a Dios, le concedió justicia con tal que dejara de estarlo molestando con su insistencia. La viuda es símbolo de los cristianos a quienes acomete la impaciencia y la pérdida de la fe porque no ven justicia en este mundo, y el evangelista concluye su parábola con las palabras de Jesús, "Os digo que os hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

El evangelista no dice en este pasaje nada acerca del tiempo en que la venida de Cristo va a suceder, él tan solo hace resaltar las dificultades que encuentran las personas para creer, porque esas mismas dificultades existían ya en el tiempo de Jesús.

2.- La aparición del Anticristo.

Este elemento del Anticristo se utiliza en el Nuevo Testamento para simbolizar las fuerzas que históricamente se han opuesto al Evangelio y que existen desde el comienzo mismo de la Iglesia, tales como el judaísmo que procuró la crucifixión del Señor, el imperio romano que perseguía a los cristianos, los herejes que atacaban a la Iglesia, los paganos que se burlaban de la fe cristiana, etc.; y puesto que las fuerzas contrarias al Reino de Dios existían ya, el hecho de que se mencionen en el Nuevo Testamento con la señal del Anticristo tiene por objeto indicar que la Parusía había ya comenzado desde entonces.

3.- La conversión de los pueblos paganos y de Israel.

Esta doble conversión, de los paganos y de Israel, tiene que ver con la situación primitiva de la humanidad: En el episodio de la Torre de Babel mencionado en Génesis 11, se llenaron de confusión los hombres al confudirse sus lenguas como castigo a su soberbia; pero esa confusión deberá ser superada en el futuro cuando su falta sea perdonada gracias a la reden-ción realizada por Jesucristo. Al respecto, san Pablo escribió en Galatas 3,28: "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que sois uno en Cristo Jesús", porque cuando termine la distinción entre los paganos e israelitas, entre esclavos y libres, entre hombres y mujeres, se terminará la confusión nacida del pecado y se iniciará la nueva era de la salvación, y esto ocurrirá porque gracias a Cristo todos estaremos unidos.

La unidad de que hablamos ocurrió ya en la Iglesia primitiva, cuando numerosos paganos y algunos judíos se volvieron cristianos a pesar de la dificultad que representaba para estos últimos convertirse viniendo del judaísmo. Por otra parte, en el concilio de Jerusalén los apóstoles acordaron no exigir a los paganos el cumplimiento de la Ley judía como condición para ser aceptados en la comunidad cristiana, hecho histórico en el que se ve cómo ya desde los primeros años se comenzó a dar la conversión de paganos y de israelitas.

 

E.- Los datos del Magisterio.

La espera de la inminente Parusía da un acento escatológico a la Iglesia primitiva, y ese acento se ve reflejado en su liturgia, en los símbolos de la fe y en los escritos de los Padres, como puede comprobarse en los documentos más antiguos: La Didajé, escrito del siglo II, se cierra con una evocación de la venida final del Señor "en las nubes del cielo"; Hermas, también escritor del siglo II, utiliza el término Parusía en sentido técnico (Sim V,5,3); san Justino, también del siglo II, distingue entre la primera y la segunda venida de Cristo, la primera sin gloria y la segunda con gloria (Apol. I,48,2; 54,7); lo mismo ocurre con san Ireneo, también autor del siglo II, y con otros escritores.

La fe en la segunda venida de Cristo quedó registrada desde los primeros símbolos de la fe con las palabras "ha de venir a juzgar..."; y fue posteriormente cuando se incluyó el calificativo "con gloria" para quedar finalmente como hoy lo conocemos: "ha de venir con gloria a juzgar...". También la perspectiva de la Parusía se ha conservado desde entonces dentro de las celebraciones religiosas, como puede apreciarse en la liturgia de los sacramentos del Bautismo, la Eucaristía, el Matrimonio, etc.

Desde la época del Medievo hasta la época moderna el Magisterio de la Iglesia sólo ha hecho dos ligeras menciones a la Parusía: una fue durante el cuarto concilio de Letrán en 1215, y la otra en la profesión de fe del emperador Miguel Paleólogo el año 1267. Sería hasta el reciente concilio Vaticano II cuando el Magisterio se volviera a ocupar del tema para darle a la Escatología un mejor y más claro tratamiento en la constitución dogmática Lumen Gentium (números 48 y 49).

 

F.- Conclusión.

Hay que distinguir entre la consumación y el final. Es necesaria una consumación pero ello no significa que sea necesario también un final. En realidad, a nivel personal debe realizarse una consumación escatológica en cada hombre que muere, y esa consumación ocurrirá precisamente en el momento de su muerte sin que para él sea necesario esperar al final de los tiempos. En esa consumación escatológica individual ya nuestro Señor Jesucristo tendrá que mostrarse tal como es, y el velo que para los vivos cubre su realeza tendrá que rasgarse para dar paso a la clara visión de Cristo glorificado.

La Parusía o segunda venida de Cristo ocurre cada vez que Cristo regresa con gloria para cada persona que muere, cuando viene para juzgar los actos de su vida.

En rigor Cristo nunca se ha marchado del mundo. La resurrección de Jesús no ha inaugurado un vacío cristológico en la historia de la humanidad, por el contrario, la fe cristiana confiesa una presencia real y actual de Cristo en el mundo y en la historia, presencia que se ubica concretamente en los sacramentos. No habrá, pues, dos venidas de Cristo al mundo, sino solamente una que ya ocurrió en la Encarnación; a partir de ella su presencia se va desplegando desde su sacrificio como Siervo de Dios hasta su glorificación como Cristo Resucitado, y luego hasta su manifestación gloriosa o Epifanía en la Parusía. De hecho los Padres de la Iglesia aplicaron la palabra Parusía tanto a la Encarnación como a la manifestación de Cristo al final de los tiempos; un ejemplo de ello es la carta de san Ignacio de Antioquia a los Filadelfios, donde se lee que "el Evangelio se ocupa de la Parusía del Salvador..., de su pasión y resurrección"; este uso de la palabra Parusía no es ajeno a la idea de que en el fondo se trata siempre de una misma y única venida del Señor, aunque diversamente articulada en el tiempo.

La humanidad y el mundo no son todavía lo que llegarán a ser, según la promesa incluida en la Resurrección. La Parusía, más que ser una segunda venida de Cristo al mundo, será una ida del mundo y de los hombres a la forma de existencia gloriosa de Cristo resucitado. Las representaciones espaciales de la venida en poder, con todo el aparato cósmico que las acompaña, son solamente un ropaje simbólico, y por consiguiente no autorizan a concebir la Parusía como un movimiento local o temporal.

La Parusía concierne todavía a la historia en cuanto a su clausura, pero es también un paso intermedio ya que en la Parusía de cada persona no se agota la plenitud de Cristo, sino que de alguna manera permanece completa hasta el final de los tiempos.