CAPITULO I
EL DINAMISMO DE ENCARNACIÓN EN LA
ANTIGUA ALIANZA
El
Antiguo Testamento revela el dinamismo de la Encarnación que inspira no
solamente algunos textos particulares, sino que forma, por así decirlo, toda la
estructura de la religión judía expresada en sus libros sagrados. Se entiende
por "Dinamismo de la Encarnación" el movimiento por el cual Dios entra en el
mundo de las relaciones humanas y toma parte en la existencia de la humanidad.
A.- La Alianza, encarnación de las relaciones de Dios con el pueblo.
1.- El tratado de Alianza.
El
elemento más fundamental y característico del judaísmo es la Alianza, al grado
de que las relaciones entre el pueblo y Yahweh fueron concebidas según el modelo
de un tratado como los que se hacían en el Oriente antiguo entre un rey y otro,
sobre todo para que el más débil recibiera protección del más poderoso; o entre
un rey y sus súbditos con la finalidad de establecer acuerdos, compromisos, etc.
Este tratado supone una cierta igualdad entre los contrayentes, ya que en él hay
reci-procidad de compromisos; ahora bien, ese empeño recíproco implica, en el
caso de Dios, una cierta encarnación. Para Dios el entrar en alianza significa
entrar deliberadamente en un tipo de relación que los hombres establecen entre
ellos, y consecuentemente tener que ponerse al nivel de la humanidad. Por parte
de Dios el elemento de encarnación consiste en obrar como humano; El hubiera
podido imponerse de superior a inferior, sin embargo el hecho de preferir
establecer una relación sobre la base de un mutuo acuerdo es ya un verdadero
elemento de encarnación, o lo que es lo mismo de humanización.
2.- Paternidad y filiación.
La
voluntad de Dios para entrar en una relación más cercana con el hombre se mani-fiesta
con el establecimiento de relaciones de padre a hijo: "Israel es mi hijo
primogénito" (Ex 4,22). Esta relación es de carácter moral, por adopción (Dt
32,10), y se deriva de una elección gratuita por parte de Dios; es un ideal que
nunca llegó a hacerse realidad en Israel, sino que se presentó como una
esperanza: "Ya pensaba, cómo quisiera considerarte entre mis hijos y darte una
tierra envidiable..." (Jer 3,19). La filiación divina del hombre se trata, pues,
de un pro-yecto de Dios; no de una realidad, no de algo cumplido, sino de una
promesa.
La paternidad y la filiación expresan las relaciones humanas que Dios quiso
establecer con su pueblo; representa una cierta forma de encarnación, y tiene
más consistencia que el acuerdo jurídico de un tratado de alianza. Dios ha
llamado de Egipto a su pueblo (Os 11,1) porque quería formar con los hebreos una
nación que tuviera existencia propia y que estuviera separada de las demás
naciones; esto significó que el pueblo de Israel, siendo libre, se sintiera como
hijo de Dios.
3.- La unión matrimonial.
Israel aparece en la Escritura comparado con un hijo rebelde o con una esposa
infiel (Jer 3,19-22). Las imágenes del esposo y la esposa acentúan la voluntad
divina de igualdad, y manifiestan la intención de encarnarse del amor de Dios,
que así toma la forma del amor humano más intenso, el que se da entre los
esposos.
El esposo divino no pierde su trascendencia, ya que su imagen se atribuye al
Creador y Redentor (Is 54,5-8). Ezequiel presenta a Israel como un esposa cuya
belleza es obra de Dios (16,14), y el Cantar de los Cantares subraya todavía más
esa reciprocidad con las palabras de la esposa: "Yo soy para mi amado y mi amado
es para mi" (6,3). La mutua pertenencia de los esposos muestra hasta que punto
Dios desciende al nivel del hombre: Dios quiere encarnar al máximo su forma de
entrar en contacto con la humanidad.
4.- La Nueva Alianza.
El
fracaso de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo suscitó el anuncio de una
nueva Alianza. Israel había faltado a sus deberes como hijo y había sido infiel
como esposa, así que la Nueva Alianza no podía nacer mas que de una acción más
poderosa de Dios, que remediase la debilidad humana; en el futuro Dios no se
contentaría con proponer su Ley para ganarse la adhesión del pueblo, ahora la
pondría dentro del hombre (Jer 31,31-33). La Ley, expresión de la voluntad
divina, no se presentaría solamente en forma externa, sino que ahora se
encarnaría en el hombre, de manera que la voluntad del hombre pueda coincidir
con la voluntad de Dios.
Esta comunicación que Dios hizo al hombre de su espíritu divino deja ver la
profundi-dad de la Encarnación: el Espíritu de Dios penetra en el hombre para
animar y dirigir su con-ducta. Dios no se limita a ser socio de una alianza, a
considerar a Israel como su hijo o su esposa, sino que ahora quiere entrar en el
corazón mismo del hombre a través de la Ley.
B.- La revelación, encarnación de la Palabra de Dios.
La
Palabra de Dios jamás se comunica en estado puro, sino que toma forma en la
palabra humana, aceptando por consecuencia sus limitaciones y sus
imperfecciones. El pensamiento divino se deja expresar y conocer a través del
pensamiento humano, ya que los hombres encargados de trasmitir la revelación le
imprimen al mensaje el signo de sus propias opiniones y reflexiones.
Dios presenta así su mensaje en un lenguaje adecuado a la mentalidad humana, de
tal manera que el pensamiento divino se identifica con el pensamiento humano;
por eso para acceder al mensaje de Dios es necesario aceptar el mensaje humano
en forma integral. El men-saje humano no se hace menos humano por el hecho de
dar a conocer el pensamiento de Dios.
C.- La Historia, revelación de la acción divina.
La
historia del pueblo elegido revela la encarnación de la acción de Dios. La
potencia de Dios actúa sobre el pueblo guiando su destino; por una parte Dios
castiga y corrige al pueblo a causa de sus pecados, por la otra Dios cuida al
pueblo de los peligros y le asegura la vida y la prosperidad (Sal 33,16-19); es
así como la historia del hombre llega a ser obra de Dios.
D.- La tienda y el Templo, encarnaciones de la presencia de Dios.
La
encarnación en el Antiguo Testamento se acentúa más en la forma local que toma
la presencia divina; el hecho de reservar a Dios una tienda en donde pudiera
recibir a aquellos que lo buscaban, cuando el pueblo era nómada y andaba errante
por el desierto, es asemejar mucho la presencia de Dios a la de una persona
humana.
A partir de cuando Salomón construyó el Templo, la presencia divina en él se
hizo cultual. Es la presencia de Dios la que confirió al Templo todo su valor;
sin la presencia divina el Templo no sería mas que una casa desierta. El hecho
de que Yahweh haya poseído una casa enmedio del pueblo revela hasta que punto
él, aunque no esté ligado a ningún lugar particular (1 Re 8,27; Is 66,1), haya
querido hacerse presente de un modo muy humano.
E.- Conclusión.
Ya en
el Antiguo Testamento encontramos una verdadera y propia encarnación que im-plica
la intervención divina en la vida de la humanidad, particularmente en la vida
del pueblo de Israel. Dios se empeña estableciendo relaciones con el pueblo
basadas en alianzas al modo humano; empeña su pensamiento expresándolo a través
de la palabra humana, empeña su acción manifestándola a través de la historia de
Israel, empeña su presencia localizándola pri-mero en la Tienda del Tabernáculo
y luego en el Templo de Jerusalén.
A pesar de todo ese gran empeño de Dios manifestado en el Antiguo Testamento, se
hará más importante el empeño de Dios en la Nueva Alianza, porque en ella lo
será de manera más íntima a través de la persona de su propio y único Hijo hecho
hombre.
Dios se manifestó en el Antiguo Testamento en su unidad, pero no en su trinidad;
por eso los atributos divinos de padre y Esposo se le asignaron solamente en
forma global con relación al pueblo de Israel, sin distinguir Persona en él;
pero conciliar esos dos atributos de Padre y Esposo en una sola Persona
solamente era posible a nivel de imagen. La solución de ese enigma se daría
hasta en el Nuevo Testamento, en él se comprendería que el Padre es distinto del
Esposo. En otras palabras, en el Antiguo Testamento Dios se guardó lo más
pro-fundo de sí mismo, lo que es su misma esencia: el misterio de las Tres
Divinas Personas. Esta distinción de Personas en Dios se reveló cuando una de
ellas entró en la existencia humana.