Jaume Boada i Rafí O.P.

No oro porque soy bueno;

oro porque soy pobre

 

Parábola de la mendiga: Manos vacías

Para encontrar a Dios renuncié al mundo. Años de penitencia encorvaron mi cuerpo, horas de meditación surcaron de arrugas mi frente. Mis ojos se hundieron a fuerza de no mirar. Y, por fin, me atreví a llamar a las puertas del templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los hombres, mis manos vacías.

¿Vacías? ¡Pero si estaban llenas de orgullo!.

Y volví a salir del templo en busca de humildad.

Era verdad, era verdad, yo había llevado una vida de penitencia. Los hombres lo sabían y me honraban, y a mí me complacía.

Ahora procuré hacerme despreciar de todos. Busqué humillaciones sin cuento, hice que me trataran como al polvo del camino.

Me presenté de nuevo en el templo y dije al Señor: "Mira mis manos" y el Señor me responde "Todavía están llenas, llenas de tu humildad. No quiero ni tu humildad ni tu orgullo. Quiero tu nada".

Y volví a salir del templo para desprenderme de mi humildad. Y ando por el mundo tratando de aprender la lección de mi nada. Entonces, cuando mis manos estén vacías de todo, sí, de todo, vacías de mí misma, volveré al templo y Dios depositará en mis manos, verdaderamente vacías, la limosna infinita de su divinidad.

Intento explicarte el camino del silencio, el camino de la oración, el encuentro con Dios y con los hermanos. Y en este camino es importante la enseñanza que contiene esta parábola hindú: "Quiero tu nada".

Si quieres orar, si quieres hacer de tu vida un camino de contemplación, si quieres responder al Plan de Amor del Padre, ábrela plenamente a la gratuidad de un Dios que se te da como don. A ti sólo se te pide tu silencio, tu pobreza, tu nada, porque Dios quiere ser tu todo.

Búscalo y haz camino, pero recuerda que quien, en realidad, hace el camino es Él, el Señor, en ti.

Cuanto más te adentres en el camino del silencio orante percibirás que está lleno de actitudes que, en un primer momento pueden parecer pasivas, aunque no lo son. Por ejemplo:

En realidad, todo proceso orante exige una transformación radical de tu vida. En ella vas dejando el protagonismo al Señor, a su Plan de Amor en ti, a la realización explícita y concreta de su voluntad.

No se trata tan sólo de dejar a un lado el orgullo, el egoísmo, el amor propio, sino que debes dejar a la vera del camino tu propia humildad. Diré aún más: llegarás a abandonar tu propia oración, porque te abrirás plenamente al Espíritu Santo que es quien, de verdad, hace la oración en ti.

Para explicitar más concretamente este pensamiento, que considero muy importante para toda experiencia orante en la vida consagrada, te propongo una serie de "pequeñas señales de camino" para que vayas meditando con calma: