TEOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN Y CATEQUESIS
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SUMARIO: I. El sentido de la teología de la educación. II. Articulación sistemática: 1. Punto de partida: la correlación; 2. La articulación del proceso de la teología de la educación; 3. Síntesis y prospectiva abiertas por la teología de, la educación.


La teología de la educación es la reflexión teológica sobre el proceso de la maduración humana, considerado desde la función de la educación. Expondremos primero el contexto que da sentido a esta disciplina, para luego describir la articulación de su contenido.


I. El sentido de la teología de la educación

Para entender la teología de la educación hay que superar la reducción de la educación a escuela. Lejos de ello, se necesita recordar que la educación es mucho más que cometido de la escolarización: es signo privilegiado de cada momento cultural. Tal vez incluso sea su mejor emblema, porque, en su educación, los hombres de una época se dicen cómo entienden la vida.

En esa lógica, la educación no es primariamente un lugar donde la Iglesia concurre con su mercancía, junto al científico, al humanista, o al político. Por eso la teología de la educación no se reduce al estudio de derechos y metodologías, en un ejercicio que no afectaría a la entraña misma del hecho educativo y que no podría pasar de consideración exterior o yuxtapuesta respecto del proceso de la formación de la persona.

Es mucho más. La educación (y la escuela) es un lugar en el que todas las instancias sociales reciben el pulso de la vida, a la que tratan de servir desde funciones complementarias. Desde ahí comienza a ser posible la teología de la educación como realidad que se vive, y sólo desde su conciencia y expresión es posible como reflexión sistemática.

En esta perspectiva, la teología de la educación comienza a ser posible cuando asume que la primera función de la educación es proponer los distintos sentidos de la vida que la rodean y a la vez criticarlos. Por eso la educación no es primariamente depósito o lugar de venta, sino de encuentro, laboratorio.

Ahí nace el sentido de la teología de la educación, como disciplina teológica interesada por lo educativo: dar cauce al hipotético diálogo entre lo educativo y lo religioso; recibir de la educación el concepto de vida de nuestros tiempos; proponer a la educación su fe en la encarnación de Dios en Jesús, y disponer instituciones concretas en consecuencia (modelos de saber, de metodología, de relación con la sociedad, de expresión de fe, de estilos de compromiso, de maestro y alumno). Es, sencillamente, el circuito hermenéutico de cualquiera de los ámbitos de la teología práctica.

Ahora bien: la hermenéutica como método y ámbito y la historicidad de la relación entre el evangelio y la sociedad van íntimamente unidas y dan lugar a distintos enfoques en la teología de la educación. Así, la teología de la educación que se desarrolló entre 1940 y 1970 recogía en síntesis la herencia de los tres siglos anteriores1. Como tal, se dedicó a un estudio de causas que en sí mismo no afectaba a la realidad misma del hecho educativo: esta quedaba fuera de examen, sencillamente porque se estimaba que era lo que debía ser, lo que había ido siendo a lo largo de tres siglos. Era el enfoque propio de una coyuntura histórica que se creía marcada sobre todo por la consolidación de lo conocido. Por eso, cuando los signos de los tiempos han mostrado que la historia está cambiando cualitativamente, la teología de la educación debe modificar su visión.

Hoy necesita plantearse no tanto ad intra, es decir, prescindiendo de la historia, como ad extra, saliendo de todo lo hasta hoy tenido como normal o convencional en términos educativos. No se puede dar por definido el concepto de educación. Aunque eso pueda parecer la desaparición de la misma teología de la educación.

Así comprendemos la paradoja de nuestro tiempo desde este punto de vista: hoy se publica poquísimo con título de teología de la educación, pero no porque dispongamos de una síntesis con futuro (de nuevo, la bibliografía y las orientaciones en torno a las que se constituye); es el reflejo del cambio habido en el mundo de las llamadas ciencias del espíritu.

La realidad ya no se edifica sobre lo analítico racional sino sobre lo sintético o relacional. De ahí surge un concepto nuevo de todo en la sociedad. En su interior, durante tres siglos, educación había significado rentabilidad, organización, promoción social, conocimiento de la naturaleza, titulación. Hoy significa, además, aceptación, ampliación del proceso a toda la vida, inclusión de lo estético en lo científico, relación con el entorno concreto.

Por eso, sin dejar de orientarse por la estructura del planteamiento causal, la teología de la educación necesita preguntarse por el sentido de la cultura de la convivencia, del saber, de la esperanza última... de los hombres de hoy. Necesita, casi, diluirse en la consideración de una serie de temas en los que hasta hace bien poco no había parado mientes. Y, desde ahí, ofrecer pistas para pensar el futuro de la relación educación-teología.


II. Articulación sistemática

La reflexión de la teología de la educación se articula sobre un punto de partida o método y la fragmentación del proceso educativo en sus distintos elementos. El estudio debe conducir a una síntesis final desde la que sea posible plantear propuestas de acción.

1. PUNTO DE PARTIDA: LA CORRELACIÓN. El punto de partida o método puede muy bien expresarse en la fórmula que Tillich universalizó: la correlación. Se trata de proponer una comprensión que haga justicia, por un lado, al planteamiento antropológico que subyace a la maduración-educación, y que la haga, por otro, respecto del planteamiento teológico cristiano de la relación hombre-Dios. Este doble planteamiento lleva a comprender la relación entre estos dos procesos paralelos: el de ser persona y el del encuentro con la manifestación de Dios.

Este punto de partida contiene una serie de categorías o claves hermenéuticas acerca de la relación entre los dos procesos. Expresan el método y el punto de partida de la teología de la educación en formulaciones como: 1) vivir es un proceso inacabable; 2) la palabra humana está siempre animada por la precomprensión; 3) Dios es el alma de nuestro deseo; 4) la dialéctica de lo humano alcanza su expresión prototípica en Jesús; 5) la cultura es el lugar de la manifestación de Dios; 6) la Iglesia se constituye en el corazón del esperar de los hombres.

Más allá de aparentes actualismos, se formula así una consideración de lo educativo del modo más radicalmente antropológico posible. Y una consideración de lo cristiano del modo más secular o encarnado posible. Lo cual debe hacerse a través de un vocabulario sorprendente, alternativo.

Sólo desde ahí –correlación y vocabulario– pueden soslayarse todas las posibles falsedades convencionales. Ni lo cristiano existe aparte de lo humano (se crea o no en la encarnación) ni lo educativo existe aparte del crecimiento en la satisfacción de vivir. Ni caben para nuestro Dios nombres distintos de los nuestros, ni para la educación otras palabras que las diarias de cada persona.

2. LA ARTICULACIÓN DEL PROCESO DE LA TEOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN. En el concepto y en el ámbito social de la educación distinguimos una serie de círculos concéntricos. Marcan el proceso o la estructura del estudio llamado teología de la educación.

a) La maduración. El primero de estos círculos se refiere al diálogo interior entre el vivir, la conciencia de vivir y el ir sabiendo. Es un primer círculo subjetivo o experiencial. Se expresa en el tema de la maduración. En él la teología de la educación encuentra estas cuestiones: 1) ¿cuál es el criterio del saber?; 2) ¿qué relación hay entre felicidad y verdad?; 3) ¿qué relación hay entre la admiración ante la vida y ante el misterio?; 4) ¿cuáles son las categorías básicas en que se expresa el proceso de la maduración?; 5) ¿qué relación hay entre ellas y la manifestación de Dios?

Este primer paso presenta ya algo definitivo para la teología de la educación: la definición simultánea e inseparable del sentirse vivo, animal de tiempo y de conciencia, establemente inestable... y de Dios.

Tan indefinible como Dios es nuestra conciencia de madurar, por la sencilla razón de que se constituyen mutuamente. Dios es el nombre que desde Jesús damos a nuestro encuentro con la felicidad, la esperanza, la paradoja, el sentido y el saber. De ese modo estableceremos una relación crítica entre nuestra palabra sobre Dios y nuestro encuentro con él. De ella surge la provisionalización de todas las concienciaciones y de todas las palabras, así como la transformación del concepto de saber (de referencia a las cosas a expresión del encuentro personal).

b) La cultura. Sobre la maduración se construye la cultura. Representa el lado explícito o comunicacional de la conciencia de la maduración. Si por cultura entendemos la visión de la vida de los hombres de una época y de un lugar, estableceremos en su seno el diálogo entre los saberes y los hábitos comunes y la convivencia de las personas. Por eso la cultura consiste en la expresión, verbalización, comunicación... de las experiencias de vivir. La cultura aporta específicamente un corpus doctrinal llamado ciencia, y tematizado en los distintos saberes profesionales. Las cuestiones planteadas ahora a la teología de la educación son: 1) ¿qué relación hay entre los saberes y la esperanza de los hombres?; 2) ¿cuál es la entraña del método sobre el que se construyen las ciencias?; 3) ¿hasta qué punto las distintas presentaciones de la cultura sirven a los hombres y hasta qué otro los hombres se sirven de la cultura?; 4) ¿qué relación hay entre la palabra humana y el silencio, es decir, entre la posesión y la necesidad?

Por construirse la cultura sobre la maduración, encontramos en este segundo paso la raíz de la lectura cristiana de la cultura y, viceversa, la lectura cultural de lo cristiano. En realidad propone aquí la teología de la educación la respuesta a la pregunta de por qué siempre han ido juntas la expresión cultural y la religiosa. Ayuda a percibir por qué y cómo la cultura es el lugar de la manifestación de Dios: ambas son función del encuentro personal con el sentido, su visibilización y su estímulo, razón del interés mutuo que siempre se han profesado las religiones y la escuela, así como los distintos ámbitos de la cultura que en la modernidad se interesan por la escuela.

c) La institución. Lógicamente esto lleva a un tercer círculo. En cuanto lo personal se hace interhumano, aparece la Institución. En este tercer círculo debe estudiarse su naturaleza dialéctica, a caballo entre lo instituido y lo instituyente, es decir, entre las normas y las expectativas. De su mano aparece la Historia en el panorama del estudio. Y con ella la teología de la educación recibe cuestiones como estas: 1) ¿qué hay entre la cultura y el caminar de los hombres por el tiempo?; 2) ¿se reducen las ciencias a su voluntad de constituirse en organización del saber?; 3) ¿está la verdad de las ciencias en su unidad interdisciplinar?; 4) ¿qué se deriva de la corrupción de la institución en organización?; 5) ¿es la institución el gran sacramento secular?; 6) ¿qué relación hay entre institución y método científico?; 7) ¿qué hay en la educación de institución y qué de organización?; 8) ¿puede interpretarse la llegada al método como la llegada a la madurez?

Al relacionar de este modo la institución con la cultura y la maduración, la teología de la educación presenta su lectura específica del método científico como expresión y función de una voluntad constituyente que trasciende los proyectos individuales. De ese modo el llamado método de las ciencias es más que una actitud cognoscitiva: es nuestro modo de situarnos ante la realidad y, sobre todo, de participar en ella.

En correlación con ello, la teología de la educación se atreve a identificar la dialéctica constitutiva del método con la entraña de lo que en cristiano se llama sacramento, es decir, la fe en que la dialéctica del tiempo humano es puerta de Dios. Y puesto que ni el método existe sin las ciencias ni la institución sin las instituciones, la teología de la educación presenta igualmente su concepción de la escuela como sacramento de Dios, mostrando que la llamada comunidad educativa es mucho más que organización posesiva de los saberes.

d) Lo político. Es el último y más comprensivo círculo del proceso. Lo político se convierte en el lugar máximo sobre el que se proyecta todo el punto de partida.

Lo político, en efecto, se transforma o revela un aspecto cualitativamente distinto cuando plantea a la teología de la educación un examen sobre: 1) el desear humano y las ideologías; 2) la comunicación y la organización de los saberes; 3) la rentabilidad de la ciencia y la conciencia histórica de los pueblos; 4) las planificaciones y la esperanza; 5) el poder social y el servicio local; 6) la escuela y los intereses de clase social; 7) el interés nacional y las superestructuras internacionales; 8) el monocolor, la libertad, la manipulación y el testimonio; 9) la verdad y las doctrinas...

Sin adentrarnos en terrenos de la moral social (la relación entre lo político y lo cristiano, entre las confesiones y los estados, entre las iniciativas públicas y las privadas, etc.), limitaremos ahora la incumbencia de la teología de la educación a la definición del imprescindible paradigma político que da su última configuración a la presencia de la palabra de Dios entre los hombres. Lo político es así el signo o la ocasión, tanto de la verdad de la ciencia como de la manifestación de Dios.

3. SÍNTESIS Y PROSPECTIVA ABIERTAS POR LA TEOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN. Cuando se recorre desde aquel punto de partida el camino de estos cuatro círculos, de la mano de tales cuestiones (y sus respuestas) van surgiendo estos tres conceptos: método, relación, esperanza. En ellos coinciden la definición de educación y el camino de la manifestación de Dios. Son las pistas abiertas para la vida cristiana por el sector de la teología práctica que llamamos teología de la educación.

a) Método. Arranca de la dialéctica inherente a lo humano entre lo que se es y lo que se desea, entre lo que se sabe y lo que se admira. Por eso, el método es la simbiosis entre conocimiento y contemplación, entre la satisfacción del sabio y su sobrecogimiento ante lo que intuye, entre la lógica y lo gratuito. Así el método nos lleva a emparejar saber y contemplación.

Tampoco hace falta mucho para percibir en ello el criterio para la institución social de la educación, mucho más allá de la organización económica de las supuestas ciencias. Ni para ver en este concepto de método la puerta de Dios: no aquello tras de lo cual se abre la cosa de Dios, sino aquello que si abre a Dios es porque ya está invadido por él. Claro que esta es una perspectiva sólo posible desde lo cristiano.

b) Relación. Se asienta igualmente sobre el descubrimiento de que sólo es verdad lo que constituye comunicación. El resto no es verdad, sino la inocente magia de las leyes inertes. El verdadero saber es saber de personas, es decir, aquello que enriquece la conciencia del encuentro a través del acrecimiento de la capacidad cognoscitiva y operativa.

Esto supone para las instituciones educativas la señal de la dirección en que investigar: la educación se constituye en el diálogo entre la escuela y su entorno. En ello se cifra igualmente el diálogo entre todos los componentes de la unidad educativa. Queda, pues, bien lejos el concepto vertical o ministerial de la educación, heredado del siglo XVIII, y bien cerca el horizontal, que en cristiano se llama compromiso o caridad.

c) Esperanza. Deriva de la consideración del papel que juegan el tiempo y lo colectivo, en la educación. Se refiere al misterio de ser parte, nunca del todo responsables ni propietarios de lo que sabemos. Habremos encontrado el tema bien claro a medida que hayamos proyectado el caminar de cada persona en la vida sobre los sucesivos indicadores de lo colectivo, desde la cultura a lo político.

En este sentido, esperanza contiene el último criterio de la verdad en educación. Hace por ejemplo cuestión aldeana el debate sobre las confesionalidades y la neutralidad, o el que versa sobre los riesgos de la estatalización y los dirigismos. Nos remite igualmente a la última entraña del misterio sacramental de la historia.

NOTAS: 1. La teología de la educación se construye reflexionando simultáneamente sobre estas cuatro bases: 1) El concepto de educación aportado por los nuevos planteamientos de la antropología cultural, de la psicología social, y de la comprensión estructural del desarrollo humano. 2) El punto de vista de la hermenéutica, es decir, del estudio sobre las relaciones entre hablar y vivir, entre hablar y saber, entre hablar y significar y entre hablar y comunicarse. 3) El específico acento de nuestros tiempos en la dimensión comunitaria de nuestras vidas: el origen y el destino colectivos de nuestro saber, de nuestra conducta y de nuestras instituciones. 4) La fe cristiana en la presencia de Dios en nuestra vida: su comprensión como alma de todo lo nuestro, nuestra definición de buscadores buscados por Jesús, el sentido de la Iglesia como visibilización de todo ello y testimonio de lo inacabable o escatológico.

Las referencias que citamos en la bibliografía son ejemplos de conjunción de estas perspectivas, pero no son las únicas. Se comprende que haya una amplísima bibliografía –que no podemos citar– en que se considera la relación de alguno de los cuatro factores enumerados con otro o con la realidad misma de la educación. Téngase en cuenta, además, que en cada caso o en cada época, depende del enfoque adoptado ante la historicidad de la fe y ante la historicidad de las instituciones sociales.

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Pedro Mª Gil Larrañaga