SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO
NDC
 

SUMARIO: I. En el principio del seguimiento está la palabra: 1. El poder sacramental de la palabra; 2. Una Palabra definitiva; 3. Discípulos de la Palabra; 4. La Palabra se hace pueblo. II. «Escudriñad las Escrituras, ellas hablan de mí»: 1. Seguir a Jesús es ante todo una praxis; 2. El seguimiento en boca de Jesús; 3. Un solo camino y muchas formas de seguirlo. III. El seguimiento de Cristo, horizonte de la catequesis: 1. Seguir a Jesús, utopía superior del discípulo; 2. La catequesis como seguimiento de Jesús (identificación); 3. La catequesis del seguimiento de Jesús (pedagogía); 4. Epílogo: La catequesis del seguimiento en América latina.


El seguimiento de Jesús es una expresión llena de contenido bíblico, teológico y espiritual. En la experiencia de la comunidad cristiana ha llegado a ser un tema evocador de realidades que están en el origen fundante de la vida teologal: gratuidad, discipulado, camino, alianza, fidelidad, aprendizaje, dinamismo, creatividad, crisis, despojamiento, conversión, cruz, resurrección... El tema es una auténtica síntesis de la vida cristiana.

Seguir a Cristo es la tarea fundamental de su discípulo, lo que significa acogerlo como centro de gravedad de la vida, escudriñarlo en los múltiples signos de la historia, adoptarlo como punto de referencia de todo juicio, aceptarlo como revelación transparente y definitiva del Padre, situarlo en el corazón de la experiencia cristiana, reconocerlo como paradigma del hombre y fuente absoluta de sentido para la existencia entera.

La Iglesia lo entendió así desde el principio y lo fue madurando gradualmente. Encontró en el tema del seguimiento una de las formas más adecuadas para profesar su fe en el señorío de Cristo, en su condición de Mesías y de Maestro, de Salvador, Hijo del hombre e Hijo de Dios, glorificado a la derecha del Padre. La fe cristocéntrica de la comunidad cristiana expresa en el seguimiento de Jesús todo el dinamismo que subyace en su anuncio, en su celebración, en su testimonio y en su vocación a la diaconía, imperativos ineludibles de todo el que quiere ir tras las huellas de Jesús. Por eso el seguimiento viene a ser sinónimo de la conversión que abarca la vida entera, sumergida en el misterio de Jesús hasta llegar a una incesante identificación con él. Seguir a Cristo es vivir en estado de continua conversión. Ser cristiano es recorrer el camino de Cristo como nómadas en la fe.

Seguir a Jesús, sin embargo, se vive desde las raíces humanas, históricas y socio-culturales, donde toma cuerpo esta exigencia surgida de las mismas entrañas del evangelio. Los condicionamientos y las situaciones particulares de la existencia humana inciden inevitablemente en la experiencia cristiana. América latina, con toda su carga de contradicciones y de muerte, de injusticia centenaria, de dependencia, de explotación, de opresión y de pobreza, experimenta el seguimiento de Jesús desde la óptica de la pasión y de la cruz, como premisas de liberación. Contextualizar el seguimiento de Cristo es contextualizar la experiencia del discipulado.


I. En el principio del seguimiento está la palabra

1. EL PODER SACRAMENTAL DE LA PALABRA. Para los cristianos hay una profesión de fe que nos ha vinculado desde siempre con el misterio de la gratuidad de Dios, cuyo nombre es palabra. Palabra en «quien vivimos, nos movemos y existimos» (Ef 1,1-14; Jn 1,1; He 17,28). Palabra clave para acercarnos al umbral de su misterio.

Entre todos los signos humanos de la comunicación, la relación y el encuentro destaca la palabra, que posee una particular fuerza para crear la revelación recíproca, la comunión interpersonal y la credibilidad entre los interlocutores. Por eso debió haber sido escogida, entre todos los signos humanos, como manifestación del ser divino y vehículo privilegiado de su revelación y de su alianza con los hombres1.

Según el testimonio de las Escrituras, la palabra reveladora de Dios está dotada de una sacramentalidad peculiar. No es una simple expresión verbal del pensamiento, sino una energía transformadora de todo lo que entra en relación con ella. Es sacramental, porque al ser pronunciada crea, opera lo que anuncia, produce lo que significa, llama a la existencia, hace la historia. «Dijo Dios y el mundo fue» (Gén 1,1-2,4). Es sacramental porque al pronunciarla ilumina, revela el sentido profundo de la realidad y de la existencia desde la mirada de Dios. Esclarece el significado de la historia. «Tu palabra es una luz para mis pies» (Sal 119,105). Es sacramental, porque al ser pronunciada se convierte en maestra, en regla de vida práctica y norma certera de conducta. Hace al hombre perfecto, colmándolo de sabiduría. Suscita compromisos y actitudes prácticas (Sant 1,19-27).

Por eso la palabra de Dios es comparada con la semilla, la lluvia, el fuego, la comida, el agua, el viento, el martillo que tritura la roca... Realidades todas que evocan vitalidad, fuerza, seguridad, certeza, eficacia, transformación, compromiso. Sus efectos se reflejan en el mundo material, en la historia, en la profecía y el profeta, en la ley, el culto, el templo, la sabiduría y el sabio, que son vistos como obra, recinto y mediación de la palabra2.

En definitiva, la historia salvífica no es otra cosa que la historia de la palabra de Dios, que se manifiesta en su multiforme presencia, actividad y eficacia: palabra increada que habita en el misterio de Dios; palabra creadora; palabra forjadora de la historia de un pueblo exclusivo de Dios; palabra liberadora, educadora y autora de la Alianza; palabra profética, salmódica, sapiencial. Palabra encarnada, pascual, eclesial3.

2. UNA PALABRA DEFINITIVA. La síntesis de la palabra histórico-salvífica que hace la Carta a los hebreos (1,1-14) invita a detenerse en el vértice, el punto culminante, el paradigma, modelo y arquetipo de toda palabra reveladora. Todas las antiguas palabras –como también las posteriores– se resumen en una sola: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e hijo de María, el ungido por el Espíritu de la liberación, en el cual toda realidad ha sido definitivamente asumida y transformada por el misterioso gesto de su encarnación.

Por otra parte, recogiendo la rica expresión paulina (Ef 1,1-14) que propone a Cristo como la plenitud (el pleroma) del hombre y de Dios, del cosmos, de la historia y de la Iglesia, podemos acercarnos mejor al misterio de la Palabra definitiva del Padre. Como Palabra de Dios humanizada, Jesús revela el hombre nuevo, la nueva humanidad y el horizonte de toda humanización. Es Palabra que cruza los tiempos como evangelio del Padre «ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Es signo, presencia y realización absoluta del Reino y sus valores. Se ofrece como Palabra clave que da sentido al misterio de la existencia. Se entrega como Palabra normativa que inspira toda lucha liberadora, toda transformación de estructuras de pecado personal y social, toda opción preferencial por los pobres. Es la suprema Palabra-respuesta del Padre a los grandes desafíos que se nos plantean cada día, pero al mismo tiempo es la Palabra-pregunta por la cual el Señor cuestiona nuestras múltiples idolatrías afincadas en codicia, egoísmo y prepotencia. Jesús es Palabra que convoca a conversión, proponiendo la acogida a la comunidad como signo de la acogida que hacemos a él mismo. Palabra pascual, Señor de la vida y de los tiempos, alfa y omega, principio y término del proyecto del Padre.

3. DISCÍPULOS DE LA PALABRA. Existen unas actitudes que la Palabra espera para poder realizar su sacramentalidad. A través de ellas se le despeja el camino para que actúe con toda su energía de penetración transformadora, haciendo discípulos de sus oyentes. 1) Callar: el silencio es la condición indispensable para entrar en el misterio de la Palabra. La precede, la acompaña y la prolonga. Es la actitud contemplativa del que se asombra ante la gratuidad de quien le habla. 2) Escuchar: la fe, como experiencia fundamental del amor de Dios, «nace de la audición» (Rom 10,17), lo que significa no sólo prestarle atención, sino abrirle el corazón, obedecerla, ponerla por obra, a semejanza de María (Lc 11,27-28). Quien así escucha la Palabra es porque pertenece a Dios (Jn 8,47). 3) Ver: la fe no es la visión plena, pero el oyente de la Palabra se hace creyente cuando la ve reflejada en las obras y prodigios de la creación y de la historia liberadora del pueblo. El evangelio es para ser oído, pero también para ser visto. «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). «Felices los que ven» (Jn 9,1-41). «Id y contad a Juan lo que habéis visto» (Le 7,22). Aquí reside la fuerza del testimonio. 4) Conocer: es algo más que un puro saber intelectual. Es hacer la experiencia de algo y más radicalmente; consiste en entregarse incondicionalmente a Alguien; como Pablo, que juzga basura todo lo anterior con tal de ganar el sublime conocimiento de Cristo Jesús (Flp 3,7-9). 5) Buscar: la Escritura, en particular los salmos, abunda en la expresión «buscar a Dios», que no es más que una forma sublime y muy dinámica de vivir la fe. El creyente es el que busca continuamente a Dios, aunque no siempre lo encuentre. Buscar al Señor es a menudo más importante que encontrarlo (9,11; 24,6; 27,8-9; 34,11 etc). 6) Gustar: es la sabiduría que brota del saber gustar la Palabra. Dicha sabiduría conduce a vivir en la rectitud del corazón, tratando de hacer siempre lo que es grato a los ojos de Dios (Sab 9,1-18). 7) Seguir: finalmente esta expresión resume todo lo anterior y refleja la radicalidad del que se ha encontrado con la Palabra, la ha situado en el centro de su existencia y la ha adoptado como referencia necesaria de todo su vivir. Es la conversión. Es la esencia del cristianismo4.

4. LA PALABRA SE HACE PUEBLO. El dinamismo de la Palabra hace camino en el corazón de los discípulos, creando la comunidad como espacio privilegiado de su actividad salvífica en la historia. No resulta difícil comprender que la Iglesia del Cristo-Palabra no es en primer término el pueblo del rito, ni del sacrificio cultual, ni siquiera el pueblo del libro. Es, ante todo, el pueblo de la Palabra, pues de ella recibe su ser, se mantiene en él porque se nutre de ella, está sumergida totalmente en ella, vive como suspendida de ella y orientada siempre hacia ella. Sin Palabra no hay Iglesia, ni ministerios, ni sacramentos, ni envío misionero, ni testimonio, ni tradición viva, ni escritura, ni magisterio, ni teología, ni espiritualidad... Porque es el principio fontal de toda salvación, solo ella hace posible que una realidad humana sea portadora de la gracia liberadora del Señor5.


II. «Escudriñad las Escrituras, ellas hablan de mí»

1. SEGUIR A JESÚS ES ANTE TODO UNA PRAXIS. El seguimiento de Jesús, seguir a Cristo (el griego akolouthéo es evocador de sus correspondientes mathétés=discípulo y mantháno =aprender) es un término consignado unas 90 veces en el Nuevo Testamento. Dejando aparte 11 menciones: He (4 veces); ICor (1 vez); Ap (6 veces), las 79 restantes se hallan en los evangelios, distribuidas de la siguiente manera: Mateo 25 veces, Marcos 18 veces, Lucas 17 veces y Juan 19 veces.

De esta sencilla constatación puede fácilmente comprenderse que el tema del seguimiento es típicamente evangélico, y por ende cristiano. Su importancia deriva de la significación que fue adquiriendo progresivamente en la experiencia de las nacientes comunidades apostólicas. Su originalidad proviene del enfoque absolutamente novedoso de que fue revestido en un contexto socio-cultural, donde era habitual la práctica de maestros cuyos discípulos se proponían adquirir el rango de aquellos, después de haberse nutrido de sus enseñanzas por un tiempo. Los discípulos buscaban y escogían a sus maestros, a quienes trataban de imitar en su manera de enseñar para adquirir ellos mismos autoridad.

El seguimiento de Jesús se diferencia radicalmente de la costumbre vigente en la época. Jesús toma la iniciativa. Escoge a sus discípulos con plena autoridad divina, a semejanza de Dios, que escogía a los profetas (Mc 1,16ss.; Mt 8,22). Jesús no llama a su seguimiento para que sus discípulos lo imiten materialmente en sus gestos o comportamientos, sino para que sean obreros y colaboradores en el reino de Dios cercano y presente, cumplido en el Hijo y orientado hacia un futuro de realización escatológica. Ser discípulo es entregarse de por vida al proyecto del Reino, participando de su poder para obrar los prodigios que lo construyen en la historia como anticipo de plenitud escatológica (Lc 9,59ss.; Mc 1,5; Mt 15,24; 4,17; Mc 3,14ss.; Mt 19,28). Quien acepta la llamada al seguimiento lo hace con una adhesión libre, que rompe con la antigua condición cuyos lazos impiden la entrega, que, además de radical, ha de ser irreversible. No se sigue a Jesús sólo por un tiempo. La fidelidad está en el corazón del seguimiento, aunque el discípulo siempre esté expuesto a la tentación de desdecirse. Seguir a Jesús es convertirse desde las raíces más profundas del propio ser (Mc 1,16; Mt 9,9; Mc 10,17ss.; Mt 8,21ss). Quien se atreve a seguir a Jesús no puede esperar un futuro y una suerte distinta a la de su Señor. En el camino está la cruz, la persecución, el conflicto, la negación de sí mismo y la muerte, como premisas de la liberación y de la exaltación que provienen del señorío de Dios. Esto sólo es posible cuando el discípulo asume el seguimiento incondicionalmente (Mt 10,24; Mc 8,34). Por último la expresión seguir a Jesús tiene un carácter de iluminación surgida de la Luz que resplandece en las tinieblas. Quien sigue a Jesús no camina en las tinieblas, sino que está llamado a poseer la luz de la vida. Y en este sentido, seguir a Jesús es lo mismo que llegar a la fe, reconociendo en él la fuente transformadora de la existencia. El discípulo sigue a Jesús como un hijo de la luz, que tiene la promesa de estar como servidor justamente allí donde está su Maestro (Jn 8,12; 12,44; 13,36)6.

2, EL SEGUIMIENTO EN BOCA DE JESÚS. Jesús ofrece una enseñanza clara sobre el seguimiento como parte esencial del anuncio del Reino. Su palabra va revelando unas características que adquieren la condición de imperativos categóricos. Quien sigue a Jesús no puede menos que dejarse poseer por las exigencias que se le plantean a partir del momento en que decide ir en pos de quien le invita a edificar su vida desde otras bases.

Entre las características que sobresalen en su enseñanza podemos subrayar las siguientes: 1) Es universal. Tanto como lo es la llamada a la conversión y a la fe. Nadie queda excluido, ni los pecadores, ni las prostitutas, ni los publicanos, ni los extranjeros... «El que quiera venir en pos de mí» es una palabra que denota la amplitud universal de la gratuidad de Dios. Sólo requiere que el seguidor se ponga en camino con él, al ritmo de él y al estilo de él (Mt 9,9). 2) Es gratuito. No hay ninguna condición previa para ser llamado como discípulo. Es simplemente la palabra gratuita que se dirige a quien quiere, porque quiere y cuando quiere, para edificar la vida desde otras bases (Mc 3,13). 3) Es radical e incondicional. No se sigue a Jesús reservándose algo o manteniendo ataduras y servidumbres que impidan ser libre. Esta incondicionalidad radical ve en Jesús al absoluto de la existencia. Nada se sobrepone a él. Incluso la renuncia puede ir hasta el absurdo de negarse a sí mismo, frente al legítimo derecho que nos ampara. Hay que posponer al padre y a la madre, dejar que los muertos entierren a sus muertos, entregar aun la propia vida como precio del seguimiento (Mt 10,17; Lc 14,26ss.; Mt 4,20; 16,24-25). 4) Es paradójico. Se da en la paradoja que resalta el señorío del que llama al seguimiento. Es frecuente que el anuncio salvador se proponga como un conjunto de paradojas que desconciertan y contradicen la más pura lógica humana: morir para vivir, perder para ganar, empequeñecerse para ser grande, servir para ser señor (Mt 16,25; Jn 13,12-17; F1p 2,5-11; Sant 2,5). 5) Es arriesgado. Inaugura un mundo futuro de sorpresas y de certezas nuevas, pero no de seguridades fáciles. El «vende todo lo que tienes y luego sígueme» es la llamada a lo incierto del hombre, apoyado únicamente en la fidelidad de Dios, que no puede negarse a sí mismo. Seguir a Cristo es vivir de la certeza emanada de Jesús, que no por eso dispensa de la incertidumbre humana de la búsqueda, del futuro, del conflicto y aun del fracaso. El discípulo sabe en quién ha puesto su confianza (2Tim 1,12). 6) Es doloroso. Quien no toma su cruz y lo sigue no es digno de él. No puede ser de los suyos. No tiene calidad de discípulo a su manera. La dimensión sufriente de la existencia humana adquiere un sentido diferente cuando se sigue a Cristo desde la experiencia de la cruz. Porque el discípulo no está exento de la solidaridad con todos los que viven la angustia que supone el sufrimiento como anticipo de muerte. Se intuye que en el seguimiento doloroso de Jesús, el discípulo se encamina hacia la glorificación que contiene el sentido último de la vida (Mt 16,24-25). 7) Es liberador. Por una parte, seguir radicalmente a Jesús es denunciar toda clase de ídolos que pretenden desplazar al Dios vivo. Por la otra, se afirma su señorío en la confesión de que sólo «al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás» (Dt 6,13; Mt 4,10). El estilo de vida y la palabra de Jesús expresan inequívocamente el camino de liberación que recorre aquel que decide ir tras su seguimiento. Las raposas tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ha querido ser libre hasta despojándose de ese elemental derecho (Mt 8,20). 8) Es escatológico. Quien vende todo, deja todo y renuncia a todo es candidato a recibir el ciento por uno y además la vida eterna. Su nombre está escrito en el libro de la vida (Mt 19,27-29). Está en camino de plenitud. Parecería que seguir a Jesús va en contra de las más profundas aspiraciones humanas. Pero se olvida a menudo que está muy lejos de favorecer un escapismo histórico en aras de una supuesta vida futura en un nebuloso más allá. Por el contrario la condición de plenitud escatológica sólo es posible cuando el discípulo se sabe protagonista de la historia7.

3. UN SOLO CAMINO Y MUCHAS FORMAS DE SEGUIRLO. En un análisis general y detallado de los textos bíblicos, se advierte de inmediato que no todo el mundo sigue a Jesús de la misma manera, ni por los mismos móviles, ni con idénticos objetivos y resultados. Hay quienes lo siguen por motivos superficiales, pero hay también quienes van en pos de él atraídos por su persona. Unos van tras él por iniciativa propia. Otros porque son llamados. Unos se sienten atraídos temporalmente. Otros, en cambio, conviven con él permanentemente. Unos lo siguen por una llamada directa de Jesús. Otros por invitación de una tercera persona. Unos lo buscan porque intuyen en él la plenitud de la promesa y la respuesta a su íntima esperanza de liberación. Otros, por el contrario, porque lo ven como una amenaza a su poder, a su prestigio, a su control sobre las conciencias y las estructuras establecidas.

El seguimiento de Jesús es al mismo tiempo uno y plural. Uno en la sustancia de su contenido, plural en sus expresiones y modalidades para vivirlo. Pero en cualquier caso, no puede perderse de vista la centralidad de la figura de Jesús, su innegable poder de atracción y su irrenunciable señorío sobre toda creatura. La fascinación o el rechazo que produce su persona estriba en el asombro, el desconcierto y el gozo, o en la incomodidad y el juicio que emanan de su misterio, a la vez oculto y revelado.


III. El seguimiento de Cristo, horizonte de la catequesis

1. SEGUIR A JESÚS, UTOPÍA SUPERIOR DEL DISCÍPULO. Si es verdad que el seguimiento de Jesús comienza por un sí radical que se identifica con la conversión, es igualmente cierto que en este sí se contiene germinalmente un proyecto de vida, una convocatoria a la imaginación creativa, una utopía a realizar8.

Las utopías han sido siempre fuente inagotable de motivaciones y origen de una esperanza que da sentido a la vida y a la historia. Inciden en los comportamientos con una especie de fuerza centrípeta. Están en la base de los proyectos de los hombres y de Dios. Cada coyuntura, cada generación y cada persona viven alimentando su existencia con sus propias utopías. Y se entregan a la tarea de realizarlas, poniendo en juego lo mejor de sí mismos. Las esperanzas y las luchas sólo se dan porque en las utopías se vislumbran alternativas de un futuro deseable y mejor. Por eso son de alguna forma realización anticipada de las aspiraciones que nutren la existencia. Cuando las utopías se desvanecen o se extinguen, la vida se ve tentada por la parálisis, el anquilosamiento o el absurdo9.

El seguimiento de Jesús se concibe como la utopía superior del discípulo. La vida en Cristo consiste en seguirlo. En esta convicción reside toda la esencia y la fuerza dinámica de su llamada a recorrer su camino. El seguidor expresa existencialmente esa convicción a través de una mentalidad (el hombre nuevo), de una actitud (la diaconía), de un criterio (la liberación), de una opción (los pobres), de un espíritu (las bienaventuranzas), de un proyecto (el Reino) y de una conducta (la fraternidad). Realizar esta utopía corno estilo de vida implica para el discípulo adentrarse incondicionalmente en el misterio de Cristo y estar dispuesto a aceptar las consecuencias personales, sociales, estructurales, históricas y espirituales que de allí se derivan. La vida cristiana está llamada a ser un sacramento del seguimiento de Cristo en la totalidad de sus expresiones10.

2. LA CATEQUESIS COMO SEGUIMIENTO DE JESÚS (IDENTIFICACIÓN). La palabra de Dios se refleja en la catequesis como diaconía profética. En boca de la comunidad y de los catequistas, la Palabra realiza catequéticamente su sacramentalidad original, creando cosas nuevas (conversión), iluminando la vida y la historia (enseñanza) y comprometiendo la conducta del creyente (regla de vida práctica). Por su parte Jesús de Nazaret ofrece un arquetipo de ministerio fundado en el Espíritu que lo reviste de una dimensión encarnativa y lo envía como Palabra que lleva la buena noticia a los pobres, anuncia la libertad a los prisioneros, da la vista a los ciegos, libera a los oprimidos y proclama el año de gracia del Señor (cf Lc 4,14-21).

De ahí que el ministerio de la catequesis pueda concebirse como una peculiar praxis del seguimiento de Cristo: 1) Es Palabra anunciadora de buenas noticias y reveladora de los valores fundamentales del Reino. 2) Es interpelación a la incesante conversión como base de la vida teologal, urgida de continuo crecimiento. 3) Es convocatoria permanente al compromiso diario con la vida fraterna. 4) Es identificación existencial con el quehacer profético de Jesús. Manifestar que sólo en la persona de Jesús, en su palabra y en sus obras reside la más pura esencia de la revelación del Padre. 5) Es llamada incesante a vivir la fe en las realidades temporales, en las situaciones históricas y en las luchas por la justicia. 6) Es enseñar a escrutar los signos de los tiempos como voces del Espíritu que educa sin cesar al discípulo de Jesús. 7) Es educar para acoger y adherirse cordialmente a la comunidad de los discípulos, único espacio donde se vive el sacramento de la comunión trinitaria. 8) Es vivir el misterio de la cruz y de la glorificación en la entrega incondicional a los hermanos, renunciando a cosas legítimas y enfrentando a menudo el conflicto para que otros tengan vida.

Para ser auténticos y fieles seguidores de Jesús, quienes ejercen el ministerio de la catequesis necesitan ser, ante todo, oyentes, testigos y discípulos de la Palabra. Sólo así podrán ser proclamadores, siervos, celebradores, intérpretes y maestros de la misma.

3. LA CATEQUESIS DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS (PEDAGOGÍA). En la dinámica de la Revelación y de la fe, la Palabra va forjando un camino gradual y progresivo en el corazón del creyente y de la comunidad. Al encuentro inicial con la Palabra siempre sigue su necesaria profundización, al primer anuncio que suscita conversión sucede la indispensable maduración, al kerigma anunciado le acompaña de inmediato la didascalia, a la primera proclamación del evangelio le sobreviene la expresión catequética del mismo (He 2,14-47). Esto significa que en un proceso de continuidad se van explicitando los implícitos, las consecuencias, los imperativos y los desafíos contenidos en la adhesión global al proyecto del Padre anunciado y cumplido en Jesús.

Tarea de la catequesis es, por consiguiente, desarrollar una pedagogía del seguimiento de Cristo, transformando al creyente en discípulo, es decir, en alguien que se esfuerza por pensar como Cristo, por juzgar según sus criterios, por actuar de acuerdo a sus valores, por relacionarse inspirado en sus actitudes, por poner toda su persona al servicio del Reino, en una palabra, por edificar un modelo de hombre, de Iglesia y de sociedad, situando a Jesús en el centro de todo (CT 19-20).

La pedagogía del seguimiento de Jesús consiste en llevar a los creyentes a escrutar el misterio de Cristo en toda su dimensión, iluminándolos acerca de su dispensación, a fin de comprender con los hermanos cuál es su anchura, su largura, su altura y su profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para llenarse así de toda la plenitud de Dios (cf Ef 3,9-18ss). Se trata, por tanto, de descubrir existencialmente el designio eterno del Padre revelado en Jesús. Comprender el significado de sus gestos, sus palabras y los signos realizados por él mismo, pues ellos encierran y manifiestan simultáneamente su Misterio. Se trata, en definitiva, de poner al creyente no sólo en contacto, sino en comunión e intimidad con Jesucristo, pues sólo él puede conducirnos por el camino del amor gratuito del Padre, principio fundante de la existencia cristiana y del discipulado (CT 5).

La catequesis asume la tarea de revelar pedagógicamente a Jesucristo, haciéndolo reconocible en los signos y los modos como él se hace presente a quienes lo buscan en nuestro tiempo y lo quieren seguir. Los signos y los modos de la presencia de Jesús hoy son indivisibles. Una forma de su presencia conlleva un signo y viceversa. Cabe recordar que a Jesús se le sigue cuando se le encuentra. Pero ¿dónde, cómo y en qué tipo de signos? Estos son los signos y modos de su presencia hoy: el mundo material, el hombre, especialmente el pobre, la comunidad, la historia, la cultura, la religiosidad popular, la celebración sacramental (donde destaca la eucaristía), la Escritura, la tradición viva, el magisterio de la Iglesia, el testimonio de los confesores, místicos y mártires, la conciencia personal, los proyectos humanos, las aspiraciones profundas que se expresan en las causas por las que se lucha... Todos son modos y signos de la presencia de Dios manifestada en Jesús. Cada signo lo revela a su manera. Existe entre ellos una diferencia teológicamente cualitativa. Ninguno agota totalmente la presencia de Jesús. Ni todos ellos juntos. En todo caso la catequesis debe revelar las exigencias que todos estos signos plantean al creyente y al discípulo que ha decidido ir tras el seguimiento de Jesús.

4. EPÍLOGO: LA CATEQUESIS DEL SEGUIMIENTO EN AMÉRICA LATINA. Seguir a Cristo en el contexto de América latina es referirnos, de inmediato, a los condicionamientos socio-culturales e históricos que se padecen en este continente. Todos ellos son crucificantes. Se resumen en la cruz como símbolo del cautiverio que impide ser plenamente persona. Los signos de muerte que la cruzan en todo sentido (marginación, pobreza, injusticia, dependencia, desigualdad, saqueo, cinismo político, narcotráfico, corrupción administrativa, desprecio a la persona, violación de los derechos humanos, destrucción ecológica, opresión de los indígenas y de la mujer, hambre, explotación de los menores, deuda exterior, campañas antinatalistas impuestas...) inducen a pensar en su vocación ancestral al seguimiento de Jesús sufriente, perseguido, torturado, eliminado. No resulta, en efecto, muy difícil para los latinoamericanos identificarse con el Cristo clavado en los maderos del cautiverio. Es muy probable que una cierta presentación del cristianismo haya favorecido una visión fatalista de la vida cristiana y una práctica sumisa del seguimiento de Jesús11.

Sin embargo el misterio pascual de Jesús no termina en la cruz, ni la comunidad ha de propiciar un cristianismo que subyugue al creyente, impidiéndole llegar a ser un resucitado como él, es decir, una persona con dignidad. Por el contrario, ha de proclamar un evangelio capaz de potenciar sus energías liberadoras, sus talentos y sus carismas, otorgados por el Espíritu para ir tras las huellas del Señor de la vida y de la historia. Seguir a Jesús en América latina consistirá entonces en reconocer el derecho a la esperanza, en rescatar la dignidad y empeñarse en la lucha solidaria por restaurar el rostro de Jesús en el rostro de los débiles y desprotegidos12. Seguir a Cristo es promover la cultura de la vida, de cara a la cultura de la muerte que pretende mantener a Jesús interminablemente clavado en la cruz.

La catequesis del seguimiento de Cristo acompaña al discípulo y a la comunidad entera para que aprenda a adherirse ciertamente al Jesús encamado, cargado con la cruz, clavado y muerto en ella, pero finalmente Señor de la vida y creador de toda esperanza.

NOTAS: 1. R. LATOURELLE, Teología de la revelación, Sígueme, Salamanca 1995, 404-409. – 2. A. M. ARTOLA-J. M. SÁNCHEZ, Introducción al estudio de la Biblia II: Biblia y palabra de Dios, Verbo Divino, Estella 19892, 27-42. — 3. V. MANNUCCI, La Biblia como palabra de Dios, Desclée de Brouwer, Bilbao 19882, 17-56. – 4. S. GALILEA, El seguimiento de Cristo, San Pablo, Bogotá 1993, 7-1. – 5. A. M. ARTOLA-J. M. SÁNCHEZ, o.c., 42-57. - 6 L. COENEN Y OTROS, Diccionario teológico del Nuevo Testamento IV, Sígueme, Salamanca 1994', especialmente Seguimiento, 172-183; J. M. CASTILLO, El seguimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 1992'. – 7 Puebla, 274-279: La Iglesia ha de ser escuela de forjadores de historia a la manera de Jesús. – 8. CT 19; L. BOFF, Jesucristo el Liberador, Indo-American Press Service, Bogotá 1977, 105-106: Jesús, alguien de singular fantasía creadora. Es importante aprender a seguir a Jesús de ese modo si se quiere realizar su utopía. — 9. F. MERLOS, Catequesis latinoamericana, las tentaciones de un ministerio, Medellín, Itepal, Bogotá 1994, 607-616. — 10 L. A. CASTRO, Llamados para ser enviados, San Pablo, Bogotá 1982, 37-44. — 11. J. SOBRINO, Jesucristo Liberador, Trotta, Madrid 1991, 297-344. — 12. Puebla, 27-50: Los rostros de Jesús en los rostros sufrientes de los pobres.

BIBL.: Además de la citada en notas: AA.VV., Espiritualidad de la liberación, CEP, Lima 1980; GALILEA S., La inserción en la vida de Jesús y en la misión, San Pablo, Bogotá 1989; GUTIÉRREZ G., La verdad los hará libres, CEP, Lima 1986; MONGILLO D., Seguimiento, en DE FIORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991', 1717-1728.

Francisco Merlos Arroyo