PENITENCIA Y UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
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SUMARIO: I. Ministerio curativo de Jesús. II. Los sacramentos de curación. III. El sacramento de la penitencia: 1. Algunos aspectos importantes; 2. El sacramento de la penitencia hoy. IV. El sacramento de la unción de los enfermos: 1. Directrices histórico-teológicas; 2. Situación actual. V. Claves catequéticas: 1. Tareas de la catequesis; 2. Propuestas metodológicas.


I. Ministerio curativo de Jesús

Los sacramentos del Nuevo Testamento se entienden como un acto personal del propio Jesús, o como una acción salvífica que brota del Padre y se visualiza en su relación con el hombre. Es en las acciones de Jesús donde encontramos la fundamentación antropológica y teológica de los sacramentos cristianos. El hombre, en cuanto realidad corpórea-espiritual, es un misterio que se revela a través de las posibilidades que conlleva la corporalidad en sus aspectos positivos y negativos. Si miramos de una forma desapasionada el Nuevo Testamento vemos que la acción curativa de Jesús es uno de sus ministerios más importantes. No cabe duda que el Señor ejerció con plena conciencia un ministerio de curación que es el origen de los sacramentos. Tal vez no podamos especificar acciones concretas de Jesús en orden a la institución de algún sacramento determinado, por ejemplo la unción de los enfermos. Sin embargo, no cabe duda de que en el ministerio curativo de Jesús se dan los elementos suficientes para decir que Jesucristo instituyó auténticos sacramentos de curación del hombre. Podemos decir que el hombre es un ser sacramental porque expresa su realidad última en acciones rituales simbólicas, en las que se manifiesta su realidad personal y trascendental. Tal experiencia no cae en el vacío o en la mera subjetividad; encuentra su respuesta objetiva en la persona y ministerio de Jesús, en lo más originario de su misión, porque «Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a Jesús de Nazaret, el cual pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» (He 10,38).

a) Jesús, con su vida y con sus acciones salvadoras, a través de su cuerpo provoca el encuentro de la acción amorosa del Padre con el hombre. A través de su cuerpo, Jesús es el instrumento de la acción redentora y sanante del Padre. Dios es el que actúa, perdona, cura y reconstruye todas las dimensiones del hombre en y por la acción curativa de Jesús.

Gracias a la corporalidad de Jesús podemos entender sacramentalmente a Dios como el que cura y salva a los enfermos, marginados y pecadores. En Cristo, como decía ya la teología clásica, se hace presente en la historia la gracia salvífica de Dios, en la que los gestos humanos de Jesús son signo y causa de la gracia santificante. Esto significa que en el ministerio de curación que Jesús ejerció reiteradamente, nos encontramos con Dios sacramentalmente y vamos experimentando curaciones parciales de nuestro yo profundo, hasta tener la curación plena cuando vivamos la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. El objeto del ministerio curativo de Jesús es sentir la acción amorosa de Dios en nosotros: ser amado por Jesús es ser amado por Dios, ser perdonado por Jesús es renacer como hijos a la filiación divina, etc. En este sentido la curación que Jesús ofrece conlleva una acción sanadora, la recuperación de la vida perdida, un crecimiento positivo de las personas, la liberación del pecado personal y sus consecuencias sociales, el perdón y la paz con los hermanos y una esperanza clara de la victoria sobre las fuerzas del mal que atenazan al hombre y al mundo. Sin duda, este carácter sanante es lo más originario del mensaje de Jesús, que aparece un poco por todas las páginas del Nuevo Testamento: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el evangelio a los pobres» (Mt 11,5).

Jesús es el gran sacramento de Dios para el hombre, y del hombre para Dios; por eso su sacramentalidad es sanante, revelándonos a Dios como el amigo de la vida y sanador del ser humano (Ex 15,26). Nadie como él puede hacer posible esta acción novedosa en el proceso vital del hombre ya que «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17), al tiempo que «pasó haciendo el bien y curando... porque Dios estaba con él» (He 10,38). Jesús cura apelando a la fe del hombre, ante cuya respuesta positiva no hay mal que se detenga, ya que él, en su condición de enviado del Padre, tiene poder sobre la vida y la muerte (Me 5,21-34; Lc 7,11-17). Esta perspectiva sirve de fuente de inspiración para el futuro, en el que el ministerio curativo de Jesús es dado a sus discípulos, y entre las acciones propias del anuncio del evangelio figuran expresamente las que se refieren a este ministerio de curación que Jesús ejerció (Mt 10,1-8; Lc 9,1; 10,9).

Esta actividad curativa es la que mejor caracteriza la misión de Jesús como enviado del Padre, en la que se revela plenamente qué tipo de liberación ofrece Dios al hombre (Mt 12,28). La sanación que Jesús ofrece es una acción integral de la persona que revela la forma en que hemos de vivir la salvación de Dios, como respuesta a nuestra precariedad. Desde aquí entendemos que la conversión al Dios vivo suscita una realidad personal nueva que nos permite crecer en una vida sana y armónica a todos los niveles. Convertirse al evangelio y vivir desde los valores que encarnó Jesucristo es ponerse en camino hacia la auténtica curación que conduce a la maduración sana de la persona; él abre a horizontes insospechados en su vida interior y de compromiso con los demás (Mc 2,17; Mt 9,12-13).

b) Al igual que el Maestro, la Iglesia verá en estos signos la fuerza de la fe en el poder de Dios y el poder del amor misericordioso de Dios que sana radicalmente al hombre de todos sus males. Los sacramentos que brotan del ministerio sanador de Jesús y a los que la Iglesia ha dado forma con diversos matices en cada momento de la historia, hacen sacramentalmente visible el nacer de nuevo (Jn 3,3) que implica el irnos liberando de un pecado de esclavitud, de falsas culpabilidades psicológicas o morales, y abrirnos a la asunción de todo nuestro ser, para poder ser como un manantial del que brota la vida verdadera de la que nos habla san Juan (Jn 4,14; 14,6). Los evangelistas hablan de la fuerza sanadora que salía de Jesús (Le 6,19). No cabe duda que la gran fuerza sanadora de Jesús era el amor, que viene expresado, de muchas maneras, en la forma de actuar de Jesús, en sus enseñanzas, o en las parábolas. El amor sana, y la forma que tuvo Jesús de existir y relacionarse con la gente fue desde el amor, que realmente cura lo más profundo del ser humano.

La acción evangelizadora y sacramental de la Iglesia, a semejanza de la de Jesús, va acompañada de signos sacramentales entre los que figura la curación (He 2,43; 5,12.15); y entre los carismas que el Señor concede a los fieles en orden a la edificación de la comunidad, aparece el de hacer curaciones, tanto en sentido físico como en el de la curación en el Espíritu (1Cor 12,9.28). Uno de los contenidos esenciales del anuncio de la llegada del reino, que los discípulos han de hacer, es la acción sanante del evangelio (Le 10,8-9): estar en medio del mundo, curar lo que hay enfermo, y desde ahí anunciar que ese es el signo de que el Reino se está llevando a cabo.

La Iglesia, al estructurar la presencia sacramental de Cristo en la comunidad, no ha olvidado, ni puede olvidar, que la verdad de su presencia en el mundo pasa por las señales de curación que va realizando en la vida y celebrando en los signos de los sacramentos de curación. De esta forma, la Iglesia estará siendo testigo veraz de Aquel que es fuente de vida y salvación, enviándonos a anunciar el reino de Dios y a sanar al hombre de todo mal y dolencia (Le 9,2; 10,9).

El teólogo K. Rahner afirma que toda verdad dogmática está contenida en la Sagrada Escritura como en embrión, y luego la Iglesia le va dando crecimiento, bajo la inspiración del Espíritu Santo. En el caso de los sacramentos de la penitencia y la unción de los enfermos, como sacramentos de curación instituidos por Cristo, podemos decir que, al margen de los textos bíblicos específicos que prueban la sacramentalidad de los mismos (Mt 16,18-19; 18,15-18; Mc 6,13; Sant 5,14-15; Jn 20,21-23), esta quedaría suficientemente fundada a la luz de lo que el Nuevo Testamento entiende por el ministerio curativo de Jesús, transmitido por él mismo a la Iglesia y a sus discípulos. Con ello se anuncia y garantiza que el Reino está actuando en nosotros.


II. Los sacramentos de curación

Podemos decir, en sentido general, que los sacramentos son signos de la actividad sanante de Dios para el hombre, en Cristo. Cuanto más ahondamos en la experiencia de lo que es la radical precariedad humana, y en los males que aquejan al hombre y a la sociedad actual, más nos convencemos de la radical fuerza terapéutica de la fe cristiana. Si los sacramentos son acciones de Cristo y de la Iglesia que posibilitan al hombre el encuentro consigo mismo en profundidad y con Dios, no cabe duda de que cada sacramento simboliza y hace presente la fuerza sanante del evangelio en el aquí y ahora de nuestra historia personal y colectiva. Anunciar a Jesucristo al hombre de hoy es hacerle una oferta personal y social de que la salvación puede ser experimentada ya desde ahora, dentro de los límites de nuestra fragilidad existencial, como fuerza sanante de todo lo que nos esclaviza.

Con esta perspectiva general podemos acercarnos a los sacramentos que expresan más directamente la acción curativa de Jesús: la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. Hacemos referencia a la eucaristía, ya que es el lugar propio y el ámbito específico desde donde se comprende toda la acción sacramental de Cristo. La eucaristía expresa en plenitud y totalidad el misterio de la vida, muerte y resurrección del Señor; «realiza la comunión de vida con Dios y... es pregustación de la vida eterna» (La iniciación cristiana [IC] 57). Los demás sacramentos, con su originalidad propia, hacen presente para el hombre algún aspecto del misterio pascual de Cristo, desde el que se accede a la totalidad que se expresa en la celebración de la eucaristía. Aunque nos vamos a referir concretamente a los sacramentos de la penitencia y de la unción de los enfermos, debemos tener siempre presente este marco referencial de la eucaristía. El sacramento de la cena del Señor es el signo más expresivo en donde la Iglesia, sacramento universal de salvación, puede ofrecer la gracia que sana y salva, la fuerza más vigorosa para la curación interior de la persona y el punto de referencia donde los pobres, enfermos y marginados encuentren la raíz de su lucha y esperanza. De esta forma ha de ser entendida la eucaristía llevada como viático a los enfermos, como sacramento que prepara y anticipa la curación escatológica del cristiano.

a) En cuanto al sacramento de la penitencia, es necesario recuperar toda su fuerza sanante y salvífica para el hombre en su situación concreta, partiendo de las experiencias de vacío y frustración que está viviendo en sus diversos niveles. El ministro de este sacramento ha de tener muy presente que, al actuar en nombre de Cristo y de la comunidad cristiana, no ha de hacerlo como juez, sino como sanador; lo mismo que Jesús, que perdonaba los pecados y curaba de todos los males y opresiones. Entendía que la reconciliación con Dios lleva a la persona a una valoración nueva de sí misma y la sitúa en una nueva forma de ser y estar ante Dios, ante sí misma y ante los demás. Por esto, aparece claro que el sacramento de la penitencia ha de ser fuente de paz interior, curación de heridas y culpabilidades pasadas, y al mismo tiempo acogida gozosa de un proyecto nuevo de vida. No se trata sólo de mirar al pasado, sino de mirar al futuro con una conciencia clara de haber sido reconstruido desde los cimientos del propio ser. La concepción católica de este sacramento siempre ha defendido que el perdón otorgado en la penitencia no es una mera imputación externa, como sostenía generalmente la teología de la reforma, sino una curación interior desde la que la persona comienza una vida nueva.

En este sentido, la penitencia dice relación al bautismo: en cuanto el arrepentido acoge el perdón de Dios, renace a la vida original de gracia que le había sido otorgada en el bautismo. Es este un aspecto especialmente presente y querido por la teo' logia patrística, en orden a la función específica del sacramento de la reconciliación en el plan salvador de Dios en Cristo. A la luz de esto, lo que nos ataba al pasado pertenece a la bondad del Dios que salva, aunque nuestros pecados sean numerosos; el presente es de acción de gracias porque el Señor está grande con nosotros, y el futuro es un proyecto seguro, porque está bajo el signo del amor esponsal de Dios con aquel que ha sido perdonado.

La experiencia cristiana de perdón y de reconciliación se vive partiendo no sólo de las experiencias de negatividad que vive la persona, sino también incorporando la experiencia positiva de superación de uno mismo, luchando por la felicidad que conlleva el encuentro con uno mismo y con la alteridad. La experiencia de un encuentro de esta calidad nos lleva casi a tocar lo que es una experiencia plena de felicidad, con lo cual el perdón se convierte en experiencia de amor. Es desde aquí desde donde aceptamos, con serenidad y equilibrio, lo que somos y lo que estamos llamados a ser: imagen de Dios Trino, hijos en el Hijo.

La fe en que vivimos en y por la gracia, y la esperanza en aquello que estamos llamados a ser, es lo que da sentido a todas las luchas y a la entrega gozosa de la propia vida para que el reino de Dios se haga realidad entre nosotros. Sólo una persona radicalmente curada puede ser una persona radicalmente libre y comprometida en la liberación de sus hermanos y en hacer presente el Reino.

b) El sacramento de la unción de los enfermos, en la tradición teológica y litúrgica, representa de forma concreta la acción sacramental curativa que la Iglesia ejerce en nombre de Jesucristo. Aunque, como veremos, el sentido de la curación propio de este sacramento tiene diversos alcances y momentos, sin embargo, significa que la acción sanante llega a la persona entera. Por la gracia dada en el sacramento de la unción, Jesucristo viene a salvar al hombre en su totalidad, confirmándolo en la esperanza de que existe un futuro para el enfermo. Ese futuro hay que construirlo con todo el esfuerzo de las posibilidades humanas, pero con una confianza absoluta de que más allá de toda limitación, dolencia o enfermedad está la curación ofertada por Cristo, que es al mismo tiempo temporal y escatológica. El sacramento constituye, pues, un remedio para el cuerpo y el espíritu del cristiano. Los elementos corporal y espiritual han estado siempre unidos y presentes en él, como unidos están en la experiencia única del ser humano, resultando esto imprescindible para comprender el signo y la acción propia de la gracia en este sacramento. A nivel teórico, no cabe duda de que la unción de los enfermos es un sacramento de vida y signo eficaz de la salvación; sin embargo, es necesaria una presentación teológica y catequética adecuada del mismo al pueblo cristiano. Actualmente existe un esfuerzo verdaderamente plausible de introducir la pastoral y celebración de este sacramento en el ámbito de la pastoral de la salud. Es, pues, desde ese campo, desde donde se nos abre una nueva perspectiva para una vivencia positiva e integradora de este sacramento en el misterio pascual de Cristo, como misterio de vida y salvación para toda la persona.


III. El sacramento de la penitencia

Todo sacramento expresa, desde diversos ámbitos, una vivencia humana que encuentra sentido y proyección en la vida y acción de Dios en Cristo. Para que haya sacramento tiene que haber algún tipo de experiencia humana que precise de la gracia para ser iluminada y superada. Por esto, es necesario preguntarse si en todo lo que entendemos por sacramento de la penitencia se dan esas experiencias humanas que postulan la necesidad de una acción específica de Cristo y de la Iglesia, en orden a que la persona pueda sentir en su vida la presencia del misterio pascual de Cristo, que hagan eficaz la acción de la gracia en él.

Un planteamiento abierto, y que tenga en cuenta todo esto, nos hace ver que el tema del sacramento de la reconciliación tiene que ser estudiado desde diversos ámbitos, tantos como son los que configuran el ser humano en toda su complejidad. Aquí están, pues, implicados aspectos que dicen relación a las ciencias humanas, aspectos teológicos, celebrativos, catequéticos, etc.

1. ALGUNOS ASPECTOS IMPORTANTES. Veremos seguidamente algunos aspectos que aparecen implicados en el estudio del sacramento de la penitencia.

a) Aspectos antropológicos. No es fácil adentrarse en el campo de la persona humana, ya que confluyen y están implicados en él diversos aspectos de las ciencias humanas. Por una parte, es un tema no suficientemente tratado desde el punto de vista de los sacramentos en general y de los de curación en particular. Por otra, las ciencias, en su especialización, tienden a hacer compartimentos de cada uno de los aspectos y configuración del ser humano, lo cual lleva a una pérdida de la posibilidad de acceder a la comprensión del hombre en su globalidad.

Estudiar y pensar teológicamente al hombre en sí, es pensar una realidad personal, accediendo a ella no solamente como a una parcela o una visión global de la misma, sino como a la experiencia de un ser concreto, fascinado por la propia superación y atormentado por la propia indigencia. Estos problemas entre el ser y el deber llevan a la persona a una seria lucha entre los valores positivos y negativos intraproyectados a nivel profundo, que condicionan la posibilidad de una realización humana equilibrada y la vivencia de una experiencia religiosa sana y sin traumas. Es desde aquí desde donde hay que plantear la relación entre fe y psicología, no desde la sospecha, sino considerándolos dos aspectos complementarios que inciden en la comprensión de la persona, con sus miserias y sus posibilidades.

No cabe duda de que cuando el creyente acude al sacramento de la penitencia es capaz de formular situaciones personales y cuestiones de un calado que no es capaz de hacer, salvo en el campo de la terapia, en el diálogo propiciado desde el ámbito de las ciencias humanas. La fe tiene que dar puntos de referencia, valores objetivos, y señalar metas de superación que expresen un cambio real en la vida del penitente. En este sentido, la relación con las ciencias antropológicas es evidente; ahora bien, la celebración sacramental tiene que aportar una oferta de sentido como un proyecto de futuro que hace a la persona imagen de Dios. Lo mismo podemos decir en el campo de la culpabilidad, ya sea psicológica, moral o religiosa: las ciencias humanas conllevan una liberación de todo lo que es culpabilidad patológica, y ahí hemos de respetar la competencia de las mismas. Sin embargo, en el sentido de una culpabilidad sana, y el correspondiente sentido teológico de pecado, la celebración sacramental tiene que ser verdaderamente liberadora para la persona, que tiene que sentirse con la seguridad de que su vida puede empezar de nuevo y superar el rescoldo de una culpabilidad que ha asentado en su corazón por obra de su opción libre con el pecado. El aspecto fundamental de la oferta sacramental, en lo referente a la problemática antropológica, es el ser capaces de percibir la oferta del amor que Dios nos ofrece, y la falta de un proyecto personal que nos lleve a una dinámica positiva que responda a ese amor de Dios.

b) Problemática teológica. Tiene en el sacramento de la penitencia una triple referencia: Dios, el hombre y la Iglesia. En primer lugar, el sacramento de la penitencia celebra la conversión como un proyecto de futuro liberador para el hombre y que dice relación a Dios. Por eso la estructura fundamental del sacramento, en la que se fundamenta la conversión como una posibilidad nueva de existir, es teologal. Tal posibilidad de existencia la realizamos en Cristo resucitado, pero a través de la experiencia del Jesús histórico. Por tanto, el primer protagonista del sacramento de la penitencia es Dios, Dios en Cristo, como oferta a la que el hombre responde en fe. La fórmula de absolución del ritual del Vaticano II expresa adecuadamente las dimensiones teologales del sacramento: Dios Padre, que reconcilió consigo al mundo por medio del Hijo, envía al Espíritu para el perdón de los pecados. Este perdón le acontece al sujeto por el ministerio de mediación de toda la Iglesia, que el ministro personaliza en nombre de Cristo y de•.la Iglesia misma. En cuanto a la situación del sujeto ante el sacramento de la penitencia, partimos de una concepción teológica de la persona, no de datos meramente psicológicos. El hombre redimido por Cristo tiene la posibilidad de salir de sí mismo para encararse con el proyecto de futuro que Dios le propone. Esto significa que existencialmente siente que sus culpas pueden ser superadas a través de la conversión y la vida nueva que por gracia y fe recibe en el sacramento.

La celebración plena del sacramento presupone y conlleva un proceso personal, acorde con las situaciones y experiencias que el creyente está viviendo en cada momento de su existencia. Por ello, es preciso ahondar en las experiencias vitales de cada persona y adaptar la acción catequética a cada situación personal, edad, circunstancia, etc., de modo que la celebración del sacramento sea un acontecimiento salvífico para quien lo recibe.

El sentido de la mediación eclesial es el elemento específico de la teología católica acerca de los sacramentos. La Iglesia es mediadora y prolongación de la acción de Cristo, el único mediador. La mediación Cristo-Iglesia es una misma, no dos distintas, pues el signo de la penitencia es la reconciliación con la Iglesia, en cuanto símbolo eficaz de la reconciliación con Dios. Esta acción de mediación la ejerce la Iglesia en tres niveles: universal, local y ministerial.

La mediación y el servicio de la reconciliación del hombre es un ministerio que corresponde a toda la Iglesia, presente en distintos ámbitos, y en la cual se ejercen diferentes ministerios, en orden a la reconciliación del creyente en la comunidad y con Dios. Es desde aquí desde donde habría que justificar y comprender la representatio Christi et Ecclesiae que ejerce el ministerio ordenado en este sacramento.

c) Problemática bíblica e histórica. El mensaje central de Jesús y de la Iglesia primitiva era la metanoia, el perdón y la conversión (Me 1,15; 6,12; Mt 4,17; Lc 24,46; He 3,19; 11,18; 17,30; 20,21; etc). La Iglesia se concibe como nuevo Israel, la comunidad de salvados por Dios. La entrada es el bautismo, que es el sacramento del perdón. En el seno de la Iglesia surge espontáneamente la pregunta sobre la compatibilidad entre el pecado de sus miembros y la santidad de la Iglesia. La praxis de la comunidad naciente muestra que, ante ciertos pecados al menos, por ejemplo el caso del incestuoso de Corinto (1Cor 5,3-5), la Iglesia reacciona con un rechazo, separando al pecador de su seno; y tras un período, cuando hay sinceridad y cambio por parte del pecador, al expulsado se le reintegra a la comunidad. Esta praxis, signo de una conciencia eclesial al respecto, es la muestra de que lo que llamamos penitencia-sacramento responde al ser de la Iglesia en su función de sacramento del reino de Dios en el mundo. De aquí hemos de partir para comprender lo que queremos decir cuando afirmamos que la penitencia es el desarrollo de la actitud de la Iglesia ante determinados pecados.

Esta praxis implica el sentido de «atar» y «desatar» que aporta el evangelio de Mateo, expresando lo que probablemente es la praxis de su Iglesia. El sentido de atar y desatar es el de la admisión o exclusión de la Iglesia, tal como se entenderá en la praxis eclesial.

En este mismo sentido, aunque teniendo en cuenta la dimensión propia del logion, hemos de entender el texto de Jn 20,23. La polémica entre el catolicismo y la reforma sobre el sentido del texto de Juan y su relación con los sinópticos, puede que no ayude a leer bien y con imparcialidad el texto. Trento rechazó a quien veía en el texto tan solo «la autoridad (el mandato) de predicar el evangelio del perdón». A estas alturas del diálogo ecuménico y de los avances exegéticos, tanto los textos de Mateo como el de Juan hay que leerlos a la luz de la praxis eclesial; y el de Juan a una doble luz, la de los textos de Mateo y la de los textos de la misión del resucitado.

A través de esta reflexión se puede llegar a decir que Jesús instituyó el sacramento de la penitencia. Mejor, diríamos que la penitencia surge como disciplina y praxis penitencial, al reflexionar la Iglesia sobre la compatibilidad de que permanezca el pecador en su seno. Para Bultmann, el hecho de que la Iglesia reintegre a los pecadores tras el bautismo debe tener la misma dimensión sacramental que el hecho de bautizarlos.

Un problema central es el hecho jerárquico en la administración de la reconciliación. El problema presentado en Mt 18 con una dirección, más o tan solo comunitaria en los versículos 15-17 y más o tan solo jerárquica en el 18, debe ser resuelto teniendo en cuenta: 1) la interrelación entre lo jerárquico y lo comunitario, que aparece un poco por todas partes en el Nuevo Testamento, caso claro en el libro de los Hechos, y 2) el problema del sentido de la evolución que existe tras el hecho jerárquico. El hecho dogmático y el desarrollo exegético sobre la verdad de este sacramento ha de ser leído y comprendido a la luz de la eclesiología neotestamentaria. En ella aparece la existencia de un poder de exclusión de la comunidad de salvados y de reintegrar a ella a los pecadores excluidos (Mt); y de un poder de conceder el perdón a los pecadores tras el bautismo (Jn). Una aproximación desapasionada a lo que podemos saber acerca de la praxis penitencial en las comunidades neo-testamentarias, es el punto obligado de referencia para comprender la pluralidad de formas que ha usado la Iglesia para celebrar la reconciliación.

En la historia de la penitencia podemos afirmar que existe una identidad estructural del sacramento con elementos permanentes y acentos particulares que cada etapa desarrolla de una manera determinada. Los tres elementos permanentes son: la conversión, la mediación eclesial y la satisfacción. Hay momentos en que se destaca la satisfacción como elemento visible y estructurante del proceso penitencial público (penitencia antigua y canónica). En la penitencia privada se dará un papel decisivo a la intervención de la Iglesia, bien con la intervención en los actos del penitente, de forma especial en la manifestación de los pecados (de ahí el nombre de confesión), bien con la absolución, en la que se pondrá un acento de máximo valor sobre todo a partir de la Baja Escolástica. El aspecto personal de la conversión y su acogida por parte de la comunidad nunca estuvo ausente del proceso penitencial, aunque su mayor acentuación tiene lugar en la Iglesia antigua y en nuestros días. La dimensión histórica de este sacramento es enormemente sugerente por lo que respecta a la evolución de una praxis sacramental en la Iglesia y a las posibilidades catequéticas y celebrativas de este sacramento.

d) Aspectos celebrativos. El carácter celebrativo y eclesial que siempre ha tenido el sacramento de la penitencia está en función de dónde se ponga el acento en cada uno de los elementos que configuran su estructura sacramental. El paso de las formas públicas de satisfacción penitencial a la forma privada, implantada como obligatoria para toda la Iglesia en el IV concilio de Letrán (1215), hizo que este sacramento perdiera elementos celebrativos y comunitarios importantes, pasando a una privatización del mismo, que necesita una urgente labor catequética para resituar adecuadamente este aspecto fundamental de la reconciliación cristiana. El Vaticano II, en la constitución Sacrosanctum concilium 73 y en la Lumen gentium 1 lb, propone la revisión celebrativa de este sacramento, en la que se tengan en cuenta los aspectos personales y comunitarios, con la correspondiente celebración que exprese adecuadamente cada uno de estos aspectos. En una palabra, que sea una auténtica celebración eclesial, en la que la persona y la comunidad ayuden a expresar el misterio pascual de Cristo como ministerio sanador del hombre en sus dimensiones personales y comunitarias.

Como consecuencia de los principios emanados del Vaticano II, Pablo VI creó el Consejo de liturgia, que se encargó de la reforma litúrgica surgida del Concilio. El ritual de la penitencia tuvo un proceso largo hasta llegar a su promulgación el 2 de diciembre de 1973. A pesar de algunas consideraciones críticas, no cabe duda de que se trata de un paso enorme en la concepción teológica, litúrgica y espiritual de este sacramento. Se abandona todo matiz individualista para encuadrar la teología y praxis del mismo dentro del misterio pascual de Cristo, potenciando las dimensiones litúrgico-comunitarias, así como el sentido personal-existencial, que la celebración del mismo lleva consigo. Introduce formas celebrativas del perdón de carácter no sacramental, poniendo especial énfasis en las celebraciones comunes de la palabra con sentido penitencial –en la línea de las partes penitenciales dentro de la eucaristía– y en el tiempo especial de la cuaresma. Por lo que respecta a las formas sacramentales, el nuevo ritual introduce tres fórmulas: 1) para reconciliar a un solo penitente; 2) para reconciliar a muchos penitentes, con confesión y absolución individual, y 3) para reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución general. Las tres fórmulas son igualmente válidas y sacramentales, expresando la gran riqueza penitencial de la Iglesia, aunque la tercera tenga unas determinadas acotaciones de tipo jurídico en orden a la celebración.

2. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA HOY. La penitencia es una realidad sacramental de toda la Iglesia, y la Iglesia expresa esta sacramentalidad colaborando de diversas formas en la reconciliación del mundo y de cada pecador. El hombre está llamado a la reconciliación por el hecho de pertenecer a la Iglesia, que es la comunidad de los santos. La Iglesia coopera a la reconciliación del pecador con ella misma mediante la escucha de la Palabra y la oración. Con la predicación, ejerce un juicio salvífico sobre la situación personal y social de la persona, en su relación consigo misma, con los demás y con Dios. La penitencia en la Iglesia antigua es entendida como un segundo bautismo. La Iglesia es el signo eficaz de la gracia de Dios, por lo cual ella misma crea formas por las que se distancia del pecador y vuelve a acogerlo. (Para el sacramento de la penitencia en relación con la iniciación cristiana, ver IC 59-60, 107-110).


IV. El sacramento de la unción de los enfermos

El sacramento de la unción de los enfermos entronca con el ministerio de Jesús y de la Iglesia primitiva en relación con la enfermedad en sus diversas formas y vivencias. Los datos bíblicos, en sentido estricto, sobre el mismo son más bien escasos y susceptibles de diversas explicaciones exegéticas (Sant 5,13-16; Me 6,7.12-13), por lo cual es necesario integrar estos datos en una temática más amplia, que aparece un poco por toda la Sagrada Escritura, como son los temas de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la presencia y solidaridad con aquellos que necesitan ser curados en alguna de sus dimensiones existenciales. Por otra parte, las tradiciones oriental y occidental documentan praxis distintas y una amplia variedad de denominaciones: óleo santo, sacra unctio, óleo de curación, misterio de las lámparas, etc. Las formas y ritos propios de este sacramento varían a lo largo de los siglos; por lo que respecta al lugar, se celebrará tanto en casa como en la iglesia, pudiendo ser administrado por seglares o presbíteros. Lo mismo podemos afirmar con respecto a los destinatarios, que varían a lo largo de la historia. Acerca de los efectos del sacramento la tradición litúrgico-teológica se mueve entre los corporales y los espirituales. También encontramos distintas valoraciones por lo que respecta a sus gestos, que van desde la bendición del óleo hasta la liturgia de la unción.

1. DIRECTRICES HISTÓRICO-TEOLÓGICAS. En los demás sacramentos hay un acuerdo sustancial de opiniones sobre su significado, desarrollo y esencia; pero en la unción de los enfermos se han dado, y siguen dándose, versiones diversas, que ocasionan amplias diferencias en su teología y praxis. Antes del siglo V los testimonios son escasos y poco seguros. A partir del siglo V hay muchos testimonios, entre los que merece destacarse una carta del papa Inocencio I a Decio, obispo de Gubbio, del 19 de marzo del año 416. En el capítulo 8 de la misma, habla del ministro y los destinatarios de la unción. Es el texto que ha sancionado el reconocimiento de la perícopa de Santiago. Todo esto testimonia que la unción se entiende como un sacramento, que consta de dos elementos: la bendición del aceite por parte del obispo, que es el ministro del sacramento, junto con el presbítero, y la unción; el sujeto del mismo es el enfermo en general, sin limitarse a los casos graves, poniendo como efecto del mismo el robustecimiento corporal y la curación física, con la posibilidad del perdón de los pecados. Desde la época carolingia hasta el Vaticano II transcurre un largo período de tiempo en el que proliferan muchos rituales con diversos matices, e incluso ritos pintorescos, hasta llegar a unificarse en el ritual romano del papa Pablo V (1614). Se subraya la dimensión penitencial de la unción y, lógicamente, se desplaza la praxis del sacramento hacia el sentido de liberación de los residuos del pecado y la consagración de la muerte cristiana; de ahí que se llame extrema unción. La unción se destina al enfermo en peligro de muerte, y su efecto es principalmente espiritual. Esta es la línea teológica general seguida por la Escolástica, aunque haya sido expresado de formas y modos distintos.

2. SITUACIÓN ACTUAL. A nivel teológico hay una convergencia en ver en ella el sacramento específico de la enfermedad. A nivel de magisterio se sigue esta misma orientación, intentando superar el concepto de la unción como sacramento de la muerte. De hecho, en la constitución apostólica de Pablo VI, así como en los praenotanda a la edición típica del ritual romano y en las orientaciones doctrinales y pastorales del episcopado español, se afirma claramente que los sujetos de este sacramento son todos los enfermos que padecen una enfermedad seria, y que su realidad afecta al individuo y a la comunidad cristiana, en la que se deben fomentar ministerios que puedan hacer presente el ministerio sanador de Jesús en el mundo del dolor y del sufrimiento.


V. Claves catequéticas

1. TAREAS DE LA CATEQUESIS. Una formulación teológica adecuada de estos sacramentos, así como una presentación catequética actual de los mismos, pasa por poner de relieve el significado existencial-personal, cristológico y eclesial de los mismos. 1) En el aspecto personal y existencial debemos destacar las actitudes vitales desde las que el hombre vive su búsqueda y necesidad de curación, que no se reducen al ámbito sacramental propiamente dicho. Por esto, es necesario crear formas y ámbitos propios que preparen a la celebración sacramental. Tales formas deben tender hacia la celebración plena de los sacramentos, ya que son ellos los que expresan la acción sanante del mismo Jesús. En este campo la creatividad puede ser grande y la tarea catequética urgente. 2) En el aspecto cristológico hemos de poner de relieve que los sacramentos, cada uno según su especificidad, nos ponen en contacto con Jesucristo, sacramento original de nuestro encuentro con Dios. Esto exige poner de relieve que la acción de Cristo, en virtud de la del Espíritu Santo, continúa hoy su ministerio curativo en medio de su pueblo. Por eso hemos de señalar que también estos sacramentos hacen presente la acción sanante del Jesús histórico (anámnesis), que pasó haciendo el bien y sanando de todas las dolencias, y la acción salvadora de Cristo resucitado (praesentia) que nos libra de las fuerzas de las tinieblas y de la muerte, y anticipan (profetia) el tiempo definitivo de Cristo y de los creyentes sobre el mal, el dolor y cualquier clase de culpabilidad o esclavitud. 3) El poner de relieve la dimensión eclesial de estos sacramentos es fundamental en orden a especificar la naturaleza propia de los mismos. Los sacramentos no son acciones individuales o de grupo, son concreción y expresión de la comunidad cristiana como presencia de Cristo para el mundo. Por eso, en la presentación y celebración de la penitencia y unción de los enfermos ha de cuidarse adecuadamente la dimensión eclesial y comunitaria de los mismos según su realidad específica propia.

En este campo es necesaria una propuesta catequética unida a la celebración litúrgica, tanto en las formas parciales, que preparan la celebración plena, como en el contenido y forma de celebración sacramental. La propuesta catequética debe hacer posible: 1) que toda la Iglesia tome conciencia de su identidad penitencial como sacramento de reconciliación en medio del mundo, y que se concrete en la necesidad de conversión individual y comunitaria; 2) que la catequética proponga formas de celebración que hagan real una verdadera iniciación penitencial; 3) que formule criterios y normas pedagógicas a seguir, con respecto a las distintas edades de las personas que acuden a las celebraciones penitenciales, y 4) los que ejercen el ministerio de catequistas deben ser conscientes del sentido penitencial de la Iglesia, de modo que sea abordado con criterios adecuados en la acción catequética.

2. PROPUESTAS METODOLÓGICAS. A la luz de esto, parece claro que los agentes de pastoral, catequistas, etc., deben asumir una nueva forma de predicar, catequizar y celebrar en la que no se haga lo de siempre con algunos retoques. Tampoco se trata de una inventiva fácil sin la debida catequesis, dando por supuestos pasos en la conciencia eclesial que realmente no están dados. Es necesario introducir formas que potencien el sentido y participación de toda la comunidad. Incluso el lugar de la celebración debe expresar claramente el paso del individualismo al sentido comunitario, poniendo de relieve todos los aspectos implicados en este misterio de perdón que la Iglesia ejerce en nombre de Cristo. Los tiempos y los ritmos de la celebración de la penitencia dicen relación a los tiempos litúrgicos que invitan de forma especial a la conversión, tales como el adviento y la cuaresma. Por último, una inserción plena de este sacramento en la vida de la Iglesia debe hacer referencia a toda la acción pastoral de la comunidad cristiana. No es un compartimento aparte, sino una parte de toda la acción pastoral de la Iglesia.

Si consideramos primordial una propuesta catequética renovada de la significación de este misterio de la Iglesia, es necesario comenzar por nosotros mismos y empeñarnos en renovar nuestro modo de celebrar estos sacramentos. Será, igualmente, necesario esforzarse por presentar el rostro bíblico de Dios: un Dios que es Padre-Madre, que usa el perdón y la misericordia, que conoce por su nombre a todos sus hijos y se interesa amorosamente por ellos, purificándolo de imágenes extorsionadas como las de «mago», «tapaagujeros» o «juez severo».

Habrá que prestar especial atención, sobre todo en la catequesis de infancia, a educar para saber pedir perdón; y en la catequesis de adultos a educar en los gestos de los dos sacramentos, a través del estudio de los respectivos Rituales, en orden a renovar la actitud interior y los modos de celebración. Respecto a los adolescentes y jóvenes se les debe ayudar a superar la dimensión individualista de su proyecto de vida, abriéndolos a la dimensión comunitaria y eclesial, poniendo en el centro de su vida a Dios y a los otros. También deberán ser ayudados para que se acepten como son, con sus deficiencias y derrotas. La verdadera salvación no consiste en sentirse limpio y sin mancha, sino disponible al perdón y a la ayuda de Dios. Desde esta perspectiva comprenderán que la conversión es un proyecto abierto, como lo es toda la vida de fe, y que la experiencia de las caídas pasadas y la previsión de las futuras no impide el compromiso leal de la lucha y del crecimiento.

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Segundo Leonardo Pérez López,
José Manuel Carballo Ferreiro y
Antonio Rodríguez Basanta