PARROQUIA
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SUMARIO: I. Historia: 1. Los orígenes; 2. Evolución en la Edad media; 3. La reforma tridentina; 4. De institución a comunidad. II. Problemática actual. III. Características teológico-pastorales: 1. Presencia de la Iglesia particular; 2. Comunidad cristiana; 3. Comunidad estable y pública; 4. Comunidad integral; 5. Comunidad territorial; 6. Comunidad bautismal; 7. Comunidad eucarística; 8. Comunidad misionera; 9. Fermento de nueva humanidad.


El Directorio general para la catequesis, tras afirmar que la comunidad cristiana es hogar de la catequesis, por ser el origen, lugar y meta de la misma (cf DGC 254), presenta la parroquia como «el lugar más significativo en que se forma y manifiesta la comunidad cristiana» (DGC 257), y, por tanto, como el lugar privilegiado, aunque no único, de la catequesis. Así la presentan también los obispos españoles en La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, cuando afirman que es «el ámbito privilegiado para realizar la iniciación cristiana en todas sus facetas catequéticas y litúrgicas del nacimiento y del desarrollo de la fe» (IC 33).

Esta toma de posición supone una auténtica vuelta al hogar en el que han recibido y vivido su fe la mayoría de las generaciones cristianas, después de la importante contestación que ha sufrido la institución parroquial a lo largo del siglo XX.

Nacida en el movimiento evangelizador del siglo IV, la parroquia recogió las experiencias comunitarias de los primeros siglos cristianos e intentó adaptarlas a las estructuras sociales, primero del tardío Imperio romano, y después de los grandes fenómenos que han modificado el tejido social: el feudalismo, la revolución urbana de la Baja Edad media y la revolución industrial. A lo largo de su dilatada historia, la institución parroquial ha sido una de las principales manifestaciones de la Iglesia, como comunidad concreta de fe y de culto, como instancia educadora, como lugar de encuentro de la fe cristiana con la cultura y las costumbres de cada pueblo y como punto de referencia sociológico del carácter público del mensaje cristiano. Gracias a la parroquia, el cristianismo se ha encarnado en la idiosincrasia, las instituciones, las formas de expresión y las costumbres de los distintos pueblos.

La parroquia ha construido en gran parte la Iglesia y también el pueblo o la ciudad. Pero, precisamente por eso, en su historia podemos encontrar todas las insuficiencias y oscurecimientos que ha sufrido la Iglesia en su caminar por los siglos. Hoy, cuando la conciencia eclesial se centra en la preocupación evangelizadora, la parroquia, demasiado anclada en concepciones de cristiandad, puede parecer como el principal soporte de un cristianismo sociológico, poco apto para convertirse en sujeto de la evangelización.

Sin embargo, cada día se impone más el criterio de que no se puede renovar la Iglesia a partir de cero, prescindiendo de lo que ha sido en la mayor parte de su historia. Las acciones alternativas a la parroquia corren el riesgo de crear puros grupos subjetivos, de no conseguir la suficiente relevancia social, ni la continuidad y estabilidad suficientes para lograr una eficacia evangelizadora. De nuevo caemos en la cuenta de que no es posible reinventar la Iglesia; hay que renovar la Iglesia que ya existe. Y la Iglesia existe, sobre todo, en las parroquias.


I. Historia

1. Los ORÍGENES. Durante los tres primeros siglos, la Iglesia fue una realidad exclusivamente urbana. Este hecho se explica por la misma configuración social del Imperio romano, que era principalmente urbana, y por la precaria situación legal de los cristianos, que les impedía organizarse y moverse con facilidad. En cada ciudad había una sola comunidad cristiana, presidida por un obispo, a quien ayudaban los presbíteros y los diáconos.

A partir del siglo IV, el cambio radical producido por el Edicto de Milán, que reconoció el derecho de ciudadanía y amplia libertad a los cristianos, favoreció una rápida expansión de cristianismo, que exigía profundos cambios en la organización de la Iglesia. En primer lugar, las Iglesias de las ciudades se lanzaron a evangelizar la población rural que vivía en su entorno más inmediato. Y, como medio y fruto de esta evangelización, se fueron creando comunidades en los núcleos más importantes. Estas comunidades, que dependían totalmente del obispo de la ciudad y estaban servidas por un presbítero, recibieron pronto el nombre de parroquias. Esta denominación, que al principio sirvió para definir a la Iglesia como comunidad de peregrinos, de extranjeros en este mundo, dejó progresivamente de tener un sentido teológico para convertirse en término jurídico y administrativo.

Al mismo tiempo, el crecimiento del número de cristianos en la ciudad episcopal obligó también a dividir la Iglesia urbana en comunidades menores confiadas a un presbítero, que recibieron el nombre de títulos. En principio se trataba de comunidades personales, sin fijación territorial. Pero, con el tiempo, se llegó a una división territorial de la ciudad en varias parroquias.

2. EVOLUCIÓN EN LA EDAD MEDIA. Las invasiones de los pueblos germánicos y su conversión rápida al cristianismo dio un nuevo impulso a la creación de parroquias en el campo. La nueva organización feudal, fundamentalmente rural y fraccionada en núcleos dependientes de un señor, favoreció la multiplicación de comunidades parroquiales con escasa relación con los obispos. Podemos decir que entre los siglos V y VIII se configura definitivamente el sistema parroquial con sus características administrativas, económicas y pastorales.

En España, los concilios de Toledo tuvieron una gran importancia en orden a fijar las obligaciones y deberes de las parroquias, creando así un incipiente derecho parroquial.

Un momento importante en la evolución de la parroquia es la reforma carolingia del siglo VIII. Carlomagno dividió todo su Imperio en diócesis y parroquias. De este modo, las circunscripciones territoriales tenían, a la vez, una finalidad de administración civil y otra religiosa o pastoral: parroquia y pueblo llegaron a coincidir. Se hizo un esfuerzo por vincular las parroquias al gobierno de los obispos y se obligó a obispos y presbíteros a residir en su demarcación. Y el elemento más importante de esta reforma fue el establecimiento del sistema beneficial, que fijaba unas rentas para asegurar el ejercicio de los oficios eclesiásticos.

Este sistema beneficial produciría en los siglos siguientes un deterioro notable en la cura de almas. Porque, lo que en principio nació para favorecer la asistencia ministerial a las comunidades, «el oficio para el beneficio», acabaría invirtiéndose. Muchas personas, sobre todo segundones de las familias feudales, accedieron al ministerio con el único propósito de gozar de las rentas de los beneficios. Así lo denunciaron los concilios generales de los siglos XII y XIII, que intentaron corregir los abusos, aunque sin demasiado éxito.

3. LA REFORMA TRIDENTINA. El concilio de Trento, en el decreto De reformatione, aprobado en la sesión XIV (1563), se planteó seriamente la reforma de la parroquia, que consideraba como la unidad pastoral más importante. Aunque conservó el sistema beneficial, Trento intentó que prevaleciera el sentido pastoral de los ministros, como servicio a la instrucción religiosa del pueblo y a un culto digno. Para ello, favoreció la multiplicación de parroquias con objeto de favorecer el contacto personal entre sacerdotes y fieles, obligó a la residencia de los párrocos, creó los seminarios y distintos cauces de formación permanente para elevar el nivel teológico y cultural del clero, y estableció un nuevo sistema de financiación para reforzar el beneficio, la portio congrua, es decir, la ofrenda de los fieles por la prestación de determinados servicios cultuales.

La reforma de Trento logró elevar considerablemente la calidad de la pastoral parroquial en dos grandes actividades: la catequesis y la administración de los sacramentos. Y dotó a las parroquias de una importante infraestructura financiera y burocrática con la creación de los derechos de estola y los libros sacramentales. Y estas actividades e instrumentos serían animados y controlados por las visitas pastorales, que, de acuerdo con las normas del Concilio, los obispos debían realizar con frecuencia. Otro elemento que contribuiría a desarrollar el derecho y la vida de las parroquias serían los sínodos diocesanos.

4. DE INSTITUCIÓN A COMUNIDAD. Aunque la parroquia experimentó algunos cambios durante la Edad moderna, sobre todo por la intromisión de los poderes políticos, que intentaron manipularla para sus intereses, la visión de Trento ha seguido dominando hasta bien entrado el siglo XX. De hecho, esta visión es la que quedaría plasmada en el primer Código de Derecho canónico, promulgado en 1917 por Benedicto XV. En su canon 216 define la parroquia como una parte territorial de la diócesis con iglesia propia y población determinada, al frente de la cual está un rector especial como pastor propio de la misma para la necesaria cura de almas. Y en los cánones 451-470 se configura un tipo de parroquia como demarcación territorial en la que el párroco presta sus servicios, sobre todo de culto, catequesis y atención a los enfermos. Se habla, por tanto, de una institución clerical de servicios, sin ninguna mención explícita de la comunidad.

Sin embargo, los movimientos renovadores que, a partir de los años veinte, comienzan a enriquecer la conciencia eclesial, contribuirán a cambiar la imagen de la parroquia. El movimiento litúrgico redescubrirá la fuente mistérica de su ser y obrar, y acentuará su carácter comunitario. La nueva eclesiología la redescubrirá como célula viva y originaria de la Iglesia, como representación del Cuerpo místico de Cristo y foco de vida cristiana. Y la promoción del laicado animará la corresponsabilidad efectiva en su seno y su dimensión misionera.

Todos estos impulsos confluirán en el Vaticano II, que ofrecerá una teología de la parroquia, ciertamente parca y embrionaria, pero esencial. La constitución Sacrosanctum concilium la presenta como articulación necesaria de la Iglesia particular y como representación de la Iglesia visible extendida por todo el mundo, subrayando con fuerza su esencial carácter comunitario, que nace de la celebración de la eucaristía (cf SC 41). La constitución dogmática Lumen gentium la define como pueblo de Dios que el Espíritu Santo convoca en un lugar y en donde el anuncio del evangelio y la eucaristía crean una fraternidad, en la cual y a partir de la cual se constituye la Iglesia de Cristo (cf LG 26). Y el decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam actuositatem, anima a los seglares a participar en la misión de la parroquia, que se considera como un modelo preclaro de apostolado comunitario capaz de congregar en unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran (cf AA 10).

Con estos planteamientos, se podía esperar que la parroquia encontrase definitivamente el camino de su realización plena. Y, sin embargo, la etapa posconciliar conocerá los momentos de mayor contestación a la institución parroquial. Las inercias conservadoras presentes en una institución tan secular, su aspecto societario y burocrático, su configuración eminentemente clerical y su carácter territorial, parecían invalidarla para ofrecer una experiencia viva de la Iglesia como comunidad misionera.

A partir de los años ochenta, se produciría una vuelta a la parroquia, tanto en la teología como en la pastoral. La maduración de la teología de la Iglesia local, el esfuerzo de renovación que supusieron muchos sínodos diocesanos y el fracaso relativo de muchas experiencias comunitarias, que se presentaron como alternativas a la parroquia, hicieron volver de nuevo los ojos a esta institución para intentar convertirla en «comunidad de comunidades» y plataforma misionera. Fruto de este replanteamiento y, a la vez, medio importante para potenciarlo fue, en España, el congreso «Parroquia evangelizadora», convocado por la Conferencia episcopal en 1988. A nivel de Iglesia universal, contribuyó decisivamente a esta vuelta a la parroquia la enseñanza de la exhortación apostólica Christifideles laici, en sus nn. 26 y 27. Este importante documento de Juan Pablo II define la parroquia como «la última localización de la Iglesia..., la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Y la describe como comunidad eucarística y fraterna, comunidad de fe y orgánica y comunidad abierta a la misión, «profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas».


II. Problemática actual

Los problemas que dificultan hoy la renovación de las parroquias provienen principalmente de dos características esenciales de este tipo de comunidad: el estar abierta a todos y el tener una configuración territorial.

a) La primera plantea el tema teológico de los distintos modos de pertenencia a la Iglesia. Es claro que la Iglesia ha de promover y privilegiar necesariamente una pertenencia plena, consciente y participativa. Dejaría de ser la comunidad de Cristo sin esa tensión exigente hacia la perfección de la fe y de la caridad. Pero también desvirtuaría su ser si pretendiera convertirse en una Iglesia de puros, encastillados en el orgullo de una salvación ya lograda. La Iglesia de Cristo, y toda manifestación concreta que la visibilice, ha de vivir y presentarse ante el mundo como comunión de los santos y asamblea de pecadores, como fuente de salvación y necesitada de conversión. Y esto la lleva a tener las puertas abiertas a los cristianos que no practican con regularidad, a los que tienen una fe incipiente o poco formada, e incluso a aquellos cuya fe es apenas una mecha humeante. En una etapa de retroceso sociológico del cristianismo como es la nuestra, es comprensible que se agudice la tensión cristianismo de masas-cristianismo de minorías. Pero esta tensión no se puede resolver eliminando cualquiera de los dos polos; no sería correcto ni desde la teología ni desde la eficacia de la acción misionera. El malestar que esta tensión produce en las parroquias es una manifestación necesaria de la paciencia de la cruz, que no tiene más remedio que soportar la convivencia incómoda del trigo y la cizaña. Con la conciencia, además, de que la paciencia de Dios es nuestra salvación.

b) La territorialidad, que ha hecho de la Iglesia una realidad cercana y familiar a todos los núcleos de población, y ha sido medio precioso de encarnación en las culturas locales, presenta también hoy varias dificultades. La primera es la excesiva identificación entre parroquia y pueblo. La parroquia territorial se consolidó definitivamente en una situación de cristiandad, en la que se accedía a la comunidad cristiana por el simple nacimiento. Por tanto, la parroquia formaba parte de las estructuras sociales, en detrimento de su identidad específica, sobre todo de su dimensión profética como comunidad de fe. Y este hecho es el que pone en tela de juicio su aptitud para hacer presente el evangelio en una sociedad secularizada y en gran parte descristianizada. Ser el principal soporte de un cristianismo sociológico conlleva el riesgo de convertirse en guardiana de una serie de costumbres sociales y, por tanto, tener que dedicarse a una pastoral de puro mantenimiento, produciendo una inercia que la incapacita para nuevos planteamientos. Y el hecho de haber dado por supuesta la fe durante siglos, la sorprende desprovista de actitudes e instrumentos para suscitar la fe y educarla. Por eso, la parroquia se enfrenta hoy con un reto revolucionario: convertirse, casi por primera vez, en lugar de iniciación, experiencia y transmisión de la fe.

c) Otras dificultades provienen de las importantes mutaciones que han sufrido las estructuras sociales desde la revolución industrial. Así, en gran parte del mundo rural, se ha producido una despoblación masiva, que ha convertido a muchos núcleos de población en pequeñas comunidades residuales al borde de la desaparición. Estos pequeños grupos de personas, casi siempre de edad avanzada, con un apego añorante y casi enfermizo a su pasado mejor, y con una falta casi total de esperanza colectiva, desafían hoy la creatividad de la comunidad cristiana, que debe ofrecerles nuevas ilusiones personales y colectivas y nuevos cauces de relación que les hagan salir de su enclaustramiento. La buena noticia no puede dejar de iluminar este tipo de pobreza social que afecta a una parte importante del territorio de nuestras Iglesias.

En las parroquias urbanas los problemas son de tipo contrario. El crecimiento excesivo y rápido de la población, a base de contingentes migratorios, ha producido aglomerados sociales sin ninguna vertebración, en los que la parroquia aparece muchas veces como una entidad artificial y extraña, a la que sólo se acude en los momentos cruciales de la vida, para cumplir unas costumbres sociales heredadas. Y la problemática de la urbe queda hoy agravada por la movilidad de una población que, cada día en proporción mayor, posee un doble domicilio: el del trabajo y el del ocio.

Todos estos hechos cuestionan ciertamente la forma tradicional de la parroquia basada en el territorio. «En el contexto urbano, complejo y a veces violento, la parroquia cumple una función pastoral irreemplazable, como lugar de iniciación cristiana y de evangelización inculturada... [y] constituye un lugar privilegiado de pastoral concreta de la cultura»1. Pero conviene no precipitarse a la hora de sacar consecuencias prácticas. Por una parte, se va estabilizando el movimiento migratorio y, por tanto, irá creciendo la integración social de nuestras ciudades. Y, por otra, a pesar de todas las movilidades, no cabe duda de que el domicilio, o los domicilios, siguen siendo una estructura antropológica y social de primer orden. La comunidad cristiana territorial tendrá que adaptar sus estructuras y abrirse a otras relaciones. Pero creemos que la parroquia sigue siendo una institución válida e incluso necesaria.


III. Características teológico-pastorales

El Código de Derecho canónico actualmente vigente, promulgado por Juan Pablo II en 1983, define la parroquia como «una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio» (canon 515). Y establece que «como regla general, la parroquia ha de ser territorial, es decir, ha de comprender a todos los fieles de un determinado territorio; aunque, donde convenga, se constituirán parroquias personales...» (canon 518). Se trata de una definición excesivamente jurídica, en la que se echan de menos los elementos teológicos señalados tanto por el Vaticano II como por el magisterio posterior. Para describir mejor la peculiaridad teológica y pastoral de la parroquia, proponemos esta otra definición, que explicitaremos en los siguientes apartados: la parroquia es una comunidad estable y pública, formada por todos los cristianos que viven en un determinado territorio y que, presidida por un presbítero en nombre del obispo, constituye una célula viva de la Iglesia particular y hace presente en ese lugar a la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

1. PRESENCIA DE LA IGLESIA PARTICULAR. «Como no es posible al obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda su grey, debe, por necesidad, erigir diversas comunidades de fieles, entre las cuales tienen un lugar preeminente las parroquias, constituidas localmente bajo la guía de un pastor que hace las veces del obispo» (SC 42). La parroquia recibe su eclesialidad de la Iglesia particular, que es la comunidad cristiana plena y necesaria.

Dada la dimensión excesiva de la diócesis, la creatividad de la Iglesia estableció este tipo de comunidad menor para acercarse lo más posible a los hogares de los cristianos y posibilitar así que todos pudieran experimentar el misterio y la visibilidad de la Iglesia. La parroquia es el lugar donde la Iglesia diocesana reúne de forma habitual a sus fieles. Por eso está formada a imagen de la misma Iglesia particular; es como una célula viva que contiene, a nivel más pequeño, todos los elementos que caracterizan a la Iglesia episcopal.

Para explicar esta presencia de la Iglesia particular en la parroquia, la teología antigua elaboró el concepto de statio, que ha sido recuperado en parte por la liturgia actual: se llama Misa estacional a la eucaristía que preside el obispo en una parroquia, sobre todo con motivo de la visita pastoral. El significado es que, en esta ocasión, toda la Iglesia particular está presente y se manifiesta en una parroquia determinada. Pero la statio no se refiere solamente a este acontecimiento extraordinario; toda la vida de la parroquia es una statio permanente. Porque este concepto tiene tres connotaciones: lugar de residencia de la comunidad cristiana; lugar de reunión, es decir, donde los cristianos se reúnen en asamblea, en comunidad visible de oración y culto; puesto de avanzadilla y vigilancia, es decir, lugar donde la Iglesia realiza su misión evangelizadora.

Todas las demás características que vamos a describir se derivan de esta condición esencial de la parroquia.

2. COMUNIDAD CRISTIANA. Aunque para muchos la parroquia es sólo un templo o un lugar en el que se ofrecen una serie de servicios religiosos, la verdad es que, ante todo, es una comunidad cristiana que encama todo el misterio de la Iglesia. Es un lugar donde vivimos el don de la comunión acogiéndonos como hermanos, compartiendo lo que tenemos y trabajando juntos para construir el reino de Dios. Y esto compromete a sus miembros a tres tareas fundamentales: 1) Vivir el misterio: en la escucha de la palabra de Dios, en la oración común y la liturgia celebrada, los cristianos actualizan y maduran su fe en el aspecto mistérico de la comunidad como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. 2) Vivir la fraternidad: en una sociedad donde las relaciones son, con frecuencia, utilitarias, interesadas e incluso opresoras, la parroquia ha de favorecer el encuentro en libertad, respeto, generosidad y aprecio mutuo; acoger y educar la diversidad humana y religiosa; promover el encuentro y la convivencia. 3) Trabajar en corresponsabilidad: reconocer la responsabilidad, a la vez común y diferenciada; favorecer la participación de todos; trabajar en común; formar y capacitar para los distintos servicios.

3. COMUNIDAD ESTABLE Y PÚBLICA. La parroquia es una comunidad estable porque ni su creación ni sus características dependen de la voluntad de los que la integran en un momento determinado. Es instituida por la Iglesia diocesana y permanecerá hasta que ella lo decida. Al bautizarnos, nos incorporamos a una comunidad que ya existía y que, seguramente, seguirá existiendo después de nosotros. Y, gracias a esta estabilidad, la parroquia puede acompañar el crecimiento en la fe de las personas y de los pueblos, y convertirse en sujeto adecuado de la evangelización, que es siempre un proceso que requiere largo tiempo y acciones continuadas.

La parroquia es también pública, primero porque no es privativa de nadie: ni del párroco ni de ningún grupo; es de todos los bautizados. En segundo lugar, es pública porque puede ser conocida por todos: gracias a ella todos pueden saber dónde y cómo actúa la Iglesia. Y, por último, es pública porque es una fuerza social que intenta crear un tipo determinado de relaciones humanas.

4. COMUNIDAD INTEGRAL. La Iglesia de Cristo se manifiesta y actúa a través de muchas comunidades, movimientos y grupos, que se caracterizan y distinguen, bien por subrayar uno de los rasgos de la espiritualidad cristiana, bien por basarse en un carisma compartido o por seleccionar una de las tareas que integran el proceso de evangelización. Todas estas agrupaciones son manifestaciones parciales de la Iglesia. En contraposición, la parroquia es una manifestación integral de la Iglesia.

Ante todo porque es la comunidad de todos los bautizados. A ella pertenecen todos los que, en un territorio determinado, profesan la fe en Jesús y han sido bautizados en su nombre, cualquiera que sea su nivel de fe, sexo, condición social, opción política...; y ella los une a todos en lo común y radical del ser cristiano. Es la casa de todos, la mesa común a la que todos aportamos y de la que todos recibimos los dones que Dios distribuye para el bien común.

Además, la parroquia es también comunidad integral porque asume el conjunto de la misión evangelizadora: el testimonio con palabra y obras que sirve de primer anuncio, la educación en la fe, la celebración de la presencia del Señor, el compromiso de la caridad y el esfuerzo por transformar el mundo en reino de Dios. «La vitalidad de la comunidad cristiana, unida por la misma fe, reunida para celebrar la eucaristía, ofrece el testimonio de la fe vivida y de la caridad de Cristo y constituye un lugar de educación religiosa profundamente humano»2. Ciertamente, la parroquia no podrá llevar a cabo todas las tareas que esta misión exige. Pero deberá alentarlas todas y favorecer su unidad e interrelación.

5. COMUNIDAD TERRITORIAL. La parroquia se caracteriza también por ser una comunidad asentada en un territorio con límites precisos. Y esta delimitación territorial ofrece importantes ventajas para ejercer la misión evangelizadora: 1) Posibilita que la parroquia sea la comunidad de todos los bautizados. En efecto, el territorio, por ser el criterio más objetivo y menos opcional, el más primario e irrelevante, es el que más sirve para reunir a los cristianos simplemente en cuanto tales. 2) Es vehículo de encarnación en un ambiente humano concreto. Gracias a la territorialidad, la parroquia se integra en un barrio o pueblo, como una casa entre otras casas, para poder traducir el mensaje evangélico a los modos de entender, de vivir y de expresarse de esa colectividad. 3) Es un elemento dinamizador de la misión. Al concretar la responsabilidad sobre unos hombres ymujeres determinados, la territorialidad juega siempre un papel de llamada a la salida de sí misma y como factor de creatividad, porque está recordando siempre lo que queda por hacer en la tarea evangelizadora.

Es indudable, sin embargo, que la territorialidad puede convertirse también en un obstáculo para la misión, si se concibe como un feudo del párroco o como enclaustramiento de la comunidad en los límites de un pueblo. Para evitarlo, la parroquia deberá estar abierta y entrelazada con las otras comunidades y en referencia permanente a la Iglesia particular y a la misión universal.

6. COMUNIDAD BAUTISMAL. La maternidad eclesial, el don y la capacidad de engendrar nuevos hijos de Dios por el Espíritu, es propia de la Iglesia particular. Y esta Iglesia particular ejerce su maternidad, sobre todo, a través de las parroquias. Precisamente porque la parroquia convoca a todos desde lo que es originario, fundaste y común del ser cristiano, y no desde lo que son determinaciones derivadas y posteriores, la Iglesia le concede la tremenda y honrosa tarea de ser el seno materno donde se engendran y nacen los cristianos, de cuyo inicio [el bautismo] «depende la vida en Cristo y en la Iglesia» (IC 54). Sólo hay pila bautismal en las parroquias.

Pero engendrar responsablemente en la fe incluye también la obligación de educar esa misma fe en sus exigencias básicas para que los nacidos puedan desarrollar una vida auténticamente cristiana. Por eso, la parroquia es también el lugar de la educación en la fe: «Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes, quiero subrayar... que la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado» (CT 67; cf IC 33).

7. COMUNIDAD EUCARÍSTICA. «En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad idónea para celebrar la eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco —que representa al obispo diocesano— es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular» (ChL 26). Aquí se encuentra el fundamento último de la eclesialidad de la parroquia. La eucaristía hace la Iglesia, porque la participación en el cuerpo eucarístico del Señor nos une a todos en su cuerpo místico. Y, a su vez, la Iglesia hace la eucaristía. Pero ambas cosas se producen necesariamente en un aquí y ahora, en una comunidad concreta; y una comunidad que sea auténticamente Iglesia de Cristo. Ahora bien, la única comunidad que es Iglesia en plenitud es la comunidad diocesana, que tiene todos los elementos constitutivos y estructurales de la Iglesia de Cristo. Por eso toda eucaristía es una celebración de la Iglesia particular. Y el lugar normal donde esta Iglesia diocesana celebra su eucaristía es en la parroquia, célula viva y representación perfecta de todo su misterio. Decir que la parroquia es la comunidad más idónea para celebrar la eucaristía significa reconocer que es en ella donde la eucaristía aparece mejor como fuente y culmen de toda la vida cristiana.

8. COMUNIDAD MISIONERA. La vocación propia de la Iglesia y su identidad más profunda consiste en evangelizar (cf EN 15). El objetivo, pues, y la razón de ser de la comunidad cristiana no está dentro, sino fuera de sí misma; no existe para sí, sino para que los hombres experimenten la fuerza de salvación que es el evangelio.

Esto significa que la comunidad parroquial no puede permanecer replegada sobre sí misma, sino que ha de abrirse al mundo concreto donde está implantada y donde las gentes viven sus luchas, gozos y sufrimientos. Y cuando ese mundo se encuentra en vías de progresiva descristianización, la misión de la parroquia no puede reducirse a mantener la fe de los practicantes y acompañarlos en sus deberes cristianos, sino que ha de plantearse decididamente como evangelización estrictamente misionera, lo cual supone no actuar dando por supuesta la fe en el corazón de las personas y en el interior del tejido social, sino centrar todo el esfuerzo en ayudar a despertarla primero, y a madurarla después como adhesión personal, libre y gozosa al Dios de Jesucristo. Y, más en concreto, una evangelización estrictamente misionera exige: acompañar y sostener a los creyentes débiles y desorientados; ayudar a los que se van alejando a reiniciar un camino de conversión, y dialogar con los diferentes grupos de increyentes para abrirles el camino hacia una primera adhesión al evangelio.

9. FERMENTO DE NUEVA HUMANIDAD. «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la buena noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro y renovar la misma humanidad» (EN 18). El evangelio es una fuerza liberadora que intenta transformar tanto la vida individual como la estructura de la convivencia social. Por eso la evangelización no es sólo propagación y transmisión de una doctrina, sino también compromiso liberador que trabaja por cambiar las personas, las estructuras sociales, las costumbres, los comportamientos, las corrientes de opinión y los ambientes, hacia la creación de un mundo más acorde con el evangelio.

En consecuencia, la misión de la parroquia no se agota en la catequesis y los sacramentos, como ha sucedido con frecuencia. La parroquia ha de dirigir también su acción a transformar su ambiente, a humanizar su realidad social concreta, a hacer presentes y operativos los valores del Reino en la sociedad: «La Iglesia no ha dejado nunca de cumplir la misión que Cristo le ha encomendado, anunciando a los hombres la salvación... y enseñándoles a vivir según el evangelio» (IC 16). Y, para ello, tendrá que educar en los fieles la dimensión social y política de su fe, promover su compromiso en la vida pública, promocionar los servicios asistenciales y promover una auténtica pastoral de ambientes, a través de grupos y movimientos especializados en esta labor.

NOTAS: 1. CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999) 28. Cf ChL 27. — 2 Ib.

BIBL.: ARNOLD F. X., Hacia una teología de la parroquia, en Mensaje de fe y comunidad cristiana, Verbo Divino, Estella 1962; AUBRY A. Y OTROS, La acción misionera y la parroquia, Edicep, Valencia 1967; BO V., La parroquia. Pasado y futuro, San Pablo, Madrid 1978; COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Parroquia urbana, presente y futuro, Madrid 1975; Congreso Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid 1989; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana, Edice, Madrid 1999; CONGAR Y., Misión de la parroquia, en Sacerdocio y laicado, Estela, Barcelona 1964; FLORISTÁN C., La parroquia, comunidad eucarística, Marova, Madrid 19642; Para comprender la parroquia, Verbo Divino, Estella 1994; MICHONNEAU, Parroquia, comunidad misionera, DDB, Buenos Aires 1951; MURGUI J., Parroquia y comunidad en la Iglesia española del posconcilio, Edicep, Valencia 1983; PAYA M., La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, Madrid 1995'; La planificación pastoral al servicio de la evangelización, PPC, Madrid 1996.

Miguel Payá Andrés