ORTODOXIA Y ORTOPRAXIS
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SUMARIO: I. El debate: 1. Ortodoxia; 2. Ortopraxis; 3. Interrelación e interacción. II. Lugar teológico-pastoral de la catequesis. III. Apostar por una sabia opción: la orto-catequesis.


Como planteamiento inicial, conviene recordar que la antinomia ortodoxia-ortopraxis es una cuestión tan antigua como la misma humanidad, anhelante por encontrar la verdad a través de una doble vertiente: el pensamiento y la acción, el conocimiento y la transformación, la reflexión y el compromiso, la ideología y el proceso, los principios y el quehacer, el logos y el ethos, la doctrina y la experiencia, la fe y la caridad...

¿Primacía de una sobre la otra? ¿Coexistencia pacífica? ¿Yuxtaposición? ¿Antagonismo? ¿Simbiosis? No hay por qué desgarrar o empobrecer la existencia humana, sino más bien crearle condiciones favorables para una integración que la promueva en todas sus dimensiones.

En nuestra época, tanto las filosofías como las religiones y las ciencias modernas pretenden justificar sus opciones de cara a esta doble vertiente de la vida humana. La cuestión de fondo puede expresarse en forma muy simple: ¿primero se conoce y después se actúa o primero se actúa y después se conoce? ¿Se conoce para actuar o se actúa para conocer? ¿La verdad se detecta mejor por la vía del pensamiento o por la vía de la actividad y la experiencia?

Habría que asumir de entrada este planteamiento, pues nos obligará a estar atentos para no caer en simplificaciones superficiales; pero tampoco conviene adoptar posturas que hagan las cosas imposibles. Sobre todo de cara a una tarea tan noble como la catequesis, ministerio ejercido por multitud de hombres y de mujeres sencillos, que no acostumbran a tejer tan finamente sus ideas ni sus experiencias, como quizá puedan hacerlo quienes han tenido la fortuna de una formación académica.

No podemos, sin embargo, sustraernos a un debate que, además de interesante y actual, conlleva cuestionamientos que inciden directamente en convicciones, procesos y opciones de vida práctica.


I. El debate

Es conveniente comenzar nuestro estudio recordando el valor semántico de las expresiones que nos ocupan. Ello nos abre las puertas al debate y nos habilita para su comprensión. Ortodoxia y ortopraxis son lenguajes en uso tanto dentro como fuera del ámbito religioso1.

1. ORTODOXIA. De orthós=recto, sano, correcto y doxa=opinión, doctrina, creencia y también gloria. Dice relación a la forma exacta y fiel con que un individuo o un grupo humano expresa sus creencias, sus principios y sus convicciones. Normalmente lo hace mediante formulaciones verbales, credos, dogmas, idearios, sentencias, proclamaciones públicas, símbolos, etc. Sería, por tanto, un conjunto de principios que se conocen, se aceptan y se proclaman con exactitud y precisión, interpretándolos de acuerdo a ciertas normas establecidas. La ortodoxia sería la recta forma de pensar.

La ortodoxia suele entenderse como equivalente de verdad irrenunciable, al menos para quien o quienes la aceptan. Tiene una fuerza de cohesión y, por lo mismo, es generadora de identidad grupal. Quienes aceptan esas doctrinas se sienten identificados con otros que también las asumen como referencia fundamental de su pensar.

Todas las ortodoxias tienen, además, vínculos estrechos con quienes ejercen la tarea de salvaguardar la identidad y la pureza doctrinal del grupo. Es la autoridad la que administra las reglas comunitarias del juego y, desde allí, vigila, preserva, censura, sanciona y, en última instancia, excluye a los que están en desacuerdo con el sistema doctrinal que se comparte (los herejes o heterodoxos). La ortodoxia lleva en sí misma un germen de exclusión, originando frecuentemente toda clase de dogmatismos.

2. ORTOPRAXIS. De orthós=recto, sano, correcto y praxis=acción, hecho, práctica, comportamiento, conducta. Dice relación a los modos como un individuo o un grupo humano actúan en su entorno, donde desencadenan procesos múltiples con el propósito de plasmar en la realidad proyectos de vida práctica. Proyecto, proceso y transformación configuran el ciclo de la ortopraxis.

Tiene también sus reglas propias, como son el espacio de la existencia concreta unida a la experiencia, los modelos de vida que se desean realizar, los valores que se quieren destacar, las estrategias y medios con que se pretende alcanzar el paradigma posible y el futuro deseable.

Sin embargo, la ortopraxis suele caer en la trampa de crear modelos subjetivos e indiscutibles de actuación, para imponerlos a otros como expresión absoluta de conducta (lucha de clases, neoliberalismo económico, sociedad consumista, organización excluyente...). A menudo se estanca también en una constelación de proyectos exclusivos, de comportamientos discriminatorios o de actitudes con doble ética, que no respetan la igualdad fundamental de las personas (una ética para los de arriba y otra para los de abajo, un compromiso beneficioso para los patrones y otro desfavorable para los trabajadores, una participación estrecha para los débiles y otra generosa para los que detentan el poder...). Son las herejías y dogmatismos de la ortopraxis, a los que se mira con enorme tolerancia, aunque no por eso sean menos graves que las herejías y dogmatismos de la ortodoxia. Hay censura inmediata a los transgresores de la doctrina, pero no se mide con la misma vara a los transgresores de la praxis.

Es necesario, por tanto, vivir la ortopraxis reconociendo que será válida y auténtica cuando defienda la centralidad de la persona y la asuma como el valor superior de la creación. Toda ortopraxis tendría que ser un humanismo enraizado en la justicia y el amor eficazmente promocionales2.

3. INTERRELACIÓN E INTERACCIÓN. Hay ciertas preguntas insoslayables: ¿Cuál de los dos aspectos es más relevante, la ortodoxia o la ortopraxis? ¿Dónde encontrar el fundamento último de la verdad? ¿Es una ortodoxia previamente asumida la que debe guiar la praxis para que sea recta o, por el contrario, la ortopraxis debe ser generadora de la correcta forma de pensar?

Existe obviamente una doble postura: la de quienes sostienen la primacía de la ortopraxis sobre la ortodoxia y la de quienes defienden el primado de esta sobre aquella. Ninguna de ellas deja de tener argumentos sólidos, convincentes y discutibles, que han de ponderarse cuidadosamente3.

Estamos ante un típico caso de dialéctica, o mejor, de antinomia que exige valorar las dos posiciones y dejar correr la reflexión hacia una síntesis creativa. Porque, si bien es cierto que la opción que se haga tendrá incidencia en los enfoques, los procesos y las prioridades vitales de la comunidad a la que se pertenece, no es menos cierto que sería ilegítimo oponer radicalmente ortodoxia y ortopraxis, como dos entidades absolutamente antagónicas e irreconciliables.

De lo que en realidad se trata es de elegir el punto de partida que más facilite lo que cada situación exija, dejándose conducir por él hasta sus últimas y lógicas consecuencias; de dar a cada vertiente de la vida (ortodoxiaortopraxis) la jerarquía que se juzgue más adecuada, admitiendo que una no puede subsistir sin la otra, pues de lo contrario se renunciaría a ser persona en búsqueda de la verdad, a menudo inabarcable e inasible; de ponerlas en diálogo continuo e interrelación permanente, a fin de que se realice simultánea y coherentemente la ortopraxis como premisa de ortodoxia y esta como presupuesto de aquella. Así, quien parta del ethos (praxis) para ir al logos (doctrina) no será menos creíble y respetable que el que sigue un camino a la inversa. Se podría aprender de la sabiduría de los antiguos, que eran maestros en el arte de distinguir muy bien sin separar jamás lo indisoluble4.


II. Lugar teológico-pastoral de la catequesis

El debate brevemente aquí esbozado es transferible a todo ámbito donde se busca la verdad. Y acaso en el ámbito religioso esta antinomia se plantee con mayor fuerza, desde el momento en que, para llegar a la verdad, se ha constatado desde siempre una tensión continua entre gnósticos y pragmáticos, entre ilustrados y reformadores, entre teóricos y prácticos.

Es un hecho comprobado que, desde la Alta Edad media (siglos VII y VIII), teológica y pastoralmente la catequesis —y sobre todo su matriz, la teología— se ha preocupado principalmente por transmitir una enseñanza doctrinal correcta, sana y apegada a la ortodoxia. Enseñar y comunicar con precisión dogmática el Depósito de la fe fue muchas veces más importante que vivir las exigencias prácticas del seguimiento de Jesús.

Hubo y hay una especie de fascinación por la ortodoxia en detrimento de la ortopraxis. Está claro que nadie que quiera proclamar los contenidos de su fe con autenticidad, tiene derecho a poner en tela de juicio alguno de sus componentes esenciales. Estropearía la comunión y expondría su identidad cristiana, que también se funda en una confesión pública de la verdad. Pero igualmente nadie tiene derecho a reducir a la sola ortodoxia doctrinal, a menudo subjetiva, la multiforme riqueza del misterio cristiano. ¿Qué sería de una comunidad que sólo se ocupara de elaborar un bagaje de doctrinas rígidas, aun en sus elementos no esenciales? Posiblemente perdería su frescura original, su sintonía con la historia y su fuerza persuasiva.

La ortodoxia tiene que ver, indudablemente, con las certezas cristianas y la auténtica verdad revelada, celosamente conservada en el seno viviente de la comunidad. Y si la ortodoxia es la recta forma de interpretar y de expresar la fe, no debe olvidarse que hay en la Iglesia muchas otras expresiones que, sin ser exclusivamente doctrinales, son, sin embargo, justas y necesarias. El santo, el místico y el mártir interpretan su fe desde la praxis de la caridad. El pastor, el catequista y todo agente de pastoral muestran su interpretación a través de su talante diaconal. El pueblo sencillo también interpreta la fe con su forma de seguir en concreto al Señor Jesús (el sensus fidei es doxopráxico). Sostener que la recta interpretación de la fe se agota en lo puramente doctrinal es ceder a una fácil tentación.

En la catequesis de la Iglesia, la ortodoxia doctrinal tiene un sitio destacado en orden a la confesión y a la comunión universal de la fe. Pero junto a ella están las expresiones eclesiales de la ortopraxis cristiana, tan indispensables y eficaces en orden a la edificación de la misma universal comunión. Algunas de las más relevantes son: la orto-celebración, el orto-testimonio, el orto-compromiso y el orto-servicio a la comunidad y al mundo5. Habría que considerar también en este lugar la inagotable riqueza de ministerios eclesiales que se ejercen justamente con este propósito. La fe no puede ser pura gnosis conceptual, como tampoco pura praxis desbordante.

Se impone, por tanto, un fiel de la balanza que rescate la praxis evangélica e histórica de los cristianos, de tal forma que la fe pueda tener una doble instancia crítica. Si la teología, y en cierta forma también la catequesis, pueden considerarse como reflexión crítica sobre la praxis cristiana, no es menos cierto que la praxis cristiana también puede verse como instancia crítica del discurso teológico y catequético6.


III. Apostar por una sabia opción: la orto-catequesis

Más allá del debate y de las tensiones disgregantes, la catequesis está llamada a ser una expresión eclesial, marcada por la rectitud ante la verdad revelada y por la fidelidad a los imperativos prácticos que de ella derivan. Dicho de otro modo: se requiere una orto-catequesis que no traicione ni deforme ni la ortodoxia ni la orto-praxis.

¿Cómo podría ser fiel a ambas exigencias esta orto-catequesis?

En principio, debe ser una catequesis que ha de nutrirse simultáneamente de las dos vertientes como de una doble e indispensable fuente. Muchos son los documentos recientes de la Iglesia que hablan en términos de catequesis integral, acentuando precisamente la idea de que debe ser al mismo tiempo ortodoxa y ortopráxica.

Uno de los textos que mejor expresan lo anterior es el que aparece en el documento episcopal de la Conferencia latinoamericana de Puebla: los catequistas han de ofrecer una catequesis «en forma de proceso permanente, por etapas progresivas, que incluya la conversión, la fe en Cristo, la vida en comunidad, la vida sacramental y el compromiso apostólico... [Dicha catequesis ha del impartir una educación integral de la fe que incluya los siguientes aspectos: la capacitación del cristiano para dar razón de su esperanza; la capacidad de dialogar ecuménicamente con los demás cristianos; una buena formación para la vida moral, asumida como seguimiento de Cristo, acentuando la vivencia de las bienaventuranzas; la formación gradual para una positiva ética sexual cristiana; la formación para la vida política y para la doctrina social de la Iglesia»7.

Una orto-catequesis será, por tanto, aquella que no sacrifica valores esenciales, contenidos tanto en la fe doctrinal, prácticamente vivida, como en la fe práctica, ortodoxamente creída.

La catequesis cristiana ha de entroncar en la mejor tradición ortodoxa y ortopráxica de la Iglesia. Y lo conseguirá cuando sea capaz de asumir con la misma urgencia, dialéctica y armonía la fe y la caridad, la reflexión y la cotidianidad, la doctrina y la vivencia, el conocimiento y el compromiso, la dimensión cognoscitiva y la dimensión transformadora, la recta forma de pensar y la recta forma de vivir el seguimiento de Jesús.

La persona de Jesús, en definitiva, se nos revela en esta doble dimensión: como ortodoxia (logos) y como ortopraxis (ethos) salvífica del Padre. Jesús es a un tiempo maestro (ortodoxia) y servidor (ortopraxis), profeta (ortodoxia) y pastor (ortopraxis), mesías prometido (ortodoxia) y cumplimiento histórico (ortopraxis), evangelio anunciado (ortodoxia) y evangelio encarnado (ortopraxis). La fe de los discípulos no puede ser menos.

Lo que buscaría, en último término, la orto-catequesis sería propiciar la experiencia profunda de la fe en la desconcertante utopía que proclama con tan fuerte convicción la teología latinoamericana de la liberación: el reino de Dios que viene (ortodoxia) y la presencia transformadora del Dios del Reino que no cesa de actuar en el mundo, en la historia y en el corazón de todo hombre y de toda mujer (ortopraxis).

NOTAS: 1. J. J. TAMAYO ACOSTA, Para comprender la teología de la liberación, Verbo Divino, Estella 1991, 13-16. — 2. B. MONDIN, Teologías de la praxis, BAC, Madrid 1982, 190-194. – 3 E. CAMBON, L'ortoprassi, documentazione e prospettive, Cittá Nuova, Roma 1974, 83-94. – 4 Ib, 91. – 5 F. MERLOS, La catequesis en América latina, Palabra, México 1998, 27-28. – 6. Cf CT 61; G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme, Salamanca 199415, 21-41. – 7 III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, La Evangelización en el presente y figuro de América latina, Puebla 1979, 1007-1008.

BIBL.: Además de la citada en nota, HENN W., Ortodoxia y Ortopraxis, en LATOURELLE R.-FISICHELLA R. (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1040s.; 1042s.; INIESTA A., Teopraxis, ensayos de teología pastoral I, Sal Terrae, Santander 1981; MARTÍNEZ DÍEZ F., Teología latinoamericana y teología europea, San Pablo, Madrid 1989.

Francisco Merlos Arroyo