MISTERIO
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SUMARIO: I. El «misterio» en el ámbito catequético. II. El misterio del hombre ante el misterio de Dios: 1. El misterio del hombre en el Vaticano II; 2. Interés por el misterio de la persona humana; 3. Función e itinerarios de la catequesis; 4. Aproximación desde la cultura moderna. III. El misterio de Cristo, centro vital: 1. Cristocentrismo de la catequesis; 2. El lenguaje catequético en relación con la persona de Cristo; 3. El tratamiento bíblico del misterio de Cristo; 4. Algunos rasgos del Misterio. IV. El misterio pascual en la Iglesia: 1. Catequesis y celebración del misterio pascual; 2. Actualidad del misterio pascual; 3. El misterio pascual en una Iglesia «sacramento en el mundo».


I. El «misterio» en el ámbito catequético

En los ámbitos catequéticos actuales, el término misterio no deja de utilizarse en su sentido fundamental, acentuado en el lenguaje ordinario, como lo que es íntimo o desconocido, o lo que está oculto, cuando se quiere subrayar «el carácter arcano, secreto, no accesible al conocimiento humano, de la realidad a la que se refiere» (Martín Velasco). Con mayor frecuencia, como es natural, el sentido de misterio se aproxima a los contenidos expresados en las ciencias contemporáneas de la religión, como «presencia inefable del Ser absoluto». Más cerca todavía de la catequesis cristiana, la historia de la teología ha venido profundizando en el sentido del misterio cristiano en distintos contextos culturales y religiosos: el Corpus paulinum, en el contexto de la historia de la salvación; los escritos patrísticos, en el ámbito de la celebración litúrgica y sacramental; la controversia teológica moderna, en la confrontación de la razón natural con la fe, entendiendo el misterio como «la verdad revelada, inaccesible a la razón natural». Estos enfoques peculiares del misterio o de los misterios cristianos se manifiestan en los escritos eclesiales actuales relacionados con la función catequética.

La acción catequética se sitúa en el contexto global de la misión evangelizadora de la Iglesia. El Vaticano II expresaba así las tareas de la catequesis: «La formación catequética ilumina y robustece la fe, alimenta la vida según el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a la acción apostólica» (GE 4; cf RICA 19; CIC 788, 2). En fecha más próxima a nosotros, después de los análisis y reflexiones de las últimas décadas sobre la evangelización y la misma catequesis, especialmente en las exhortaciones possinodales Evangelii nuntiandi (Pablo VI, 1975) y Catechesi tradendae (Juan Pablo II, 1977), el reciente Directorio general para la catequesis (Congregación para el Clero, 1997), describe así la función de la catequesis en el proceso de la evangelización: «El momento de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión. Los convertidos, mediante una enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana (AG 14), son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del evangelio. Se trata, en efecto, de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana (CT 18)» (DGC 63). Esta reflexión sobre el contenido de misterio concentra su atención en algunos núcleos catequéticos propios del mencionado Directorio (DGC), haciendo referencia tanto al Catecismo de la Iglesia católica de 1992 (CCE) como a los posibles contextos culturales, bíblicos, teológicos o litúrgicos de los mismos.


II. El misterio del hombre ante el misterio de Dios

1. EL MISTERIO DEL HOMBRE EN EL VATICANO II. «Cristo, el Hombre nuevo» es el epígrafe de un texto crucial del Vaticano II (GS 22). Es un texto importante que vertebra la orientación magisterial posconciliar, especialmente durante el pontificado de Juan Pablo II. Por lo que se refiere al momento catequético, este lema es referencia necesaria para la debida valoración cristiana de la persona humana. DGC alude explícitamente a las primeras palabras de este texto crucial (GS 22), en los números 116 y 123. Citemos algunos párrafos del Concilio, subrayando en ellos las frases en las que nos conviene fijarnos: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual. Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!» (GS 22).

Queremos hacer notar: 1) la figura de la inclusio que se da en la correspondencia entre el comienzo y el final de nuestro número de GS 22; 2) la correlación, por analogía, entre el misterio del hombre y el misterio de Dios Padre, con la mediación esclarecedora del misterio del Verbo encarnado; 3) la alusión clara al misterio, a la vocación y al enigma humano, es decir, a los interrogantes más profundos del hombre que se habían enunciado en GS 10, al final de la exposición preliminar de esta constitución pastoral GS (ver también GS 41).

2. INTERÉS POR EL MISTERIO DE LA PERSONA HUMANA. El actual Directorio es consciente de la importancia que tiene el misterio de la persona humana en el proceso catequético. Así, por ejemplo, al referirse al Catecismo de la Iglesia católica, cuya razón de ser analiza con amplitud (DGC 119-129), señala que el misterio de la persona humana es uno de los polos de atención del Catecismo: «El Catecismo de la Iglesia católica, centrado en Jesucristo, se abre en dos direcciones: hacia Dios y hacia la persona humana... El misterio de la persona humana es presentado por el Catecismo de la Iglesia católica a lo largo de sus páginas y, sobre todo, en algunos capítulos especialmente significativos: El hombre es capaz de Dios, La creación del hombre, El Hijo de Dios se hizo hombre, La vocación del hombre: la vida en el Espíritu... y otros más. Esta doctrina, contemplada a la luz de la naturaleza humana de Jesús, hombre perfecto, muestra la altísima vocación y el ideal de perfección a la que toda persona humana es llamada» (DGC 123).

Uno de los criterios que el Directorio destaca en la presentación del mensaje es que sea un mensaje significativo para la persona humana (DGC 116-117). Esto significa que «la Revelación no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (CT 22c; cf EN 29). El mismo DGC añade: «La relación del mensaje cristiano con la experiencia humana no es puramente metodológica, sino que brota de la finalidad misma de la catequesis, que busca la comunión de la persona humana con Jesucristo» (DGC 116).

3. FUNCIÓN E ITINERARIOS DE LA CATEQUESIS. La catequesis, según el Directorio, tiene una clara finalidad cristocéntrica: el catequista debe prepararse para «animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas, anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DGC 235). En este itinerario, el catequista, testigo y maestro (DGC 240), «es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con la comunidad» (DGC 156).

El ejercicio de su mediación invita al catequista a elegir las vías más conducentes para «el encuentro de la palabra de Dios con la experiencia de la persona», que es «un acontecimiento de gracia... que se expresa a través de signos sensibles y finalmente abre al misterio» (DGC 150). Esas vías elegidas para el encuentro pueden utilizar métodos inductivos o deductivos, e itinerarios operativos kerigmáticos (descendentes) o existenciales (ascendentes). Estos últimos arrancan de problemas y situaciones humanas y los iluminan con la luz de la palabra de Dios. El Directorio los juzga así: «De por sí son modos de acceso legítimos si se respetan todos los factores en juego, el misterio de la gracia y el hecho humano, la comprensión de fe y el proceso de racionalidad» (DGC 151). De ahí la importancia de la experiencia humana en la pedagogía catequética (DGC 152-153). «Esta tarea hace posible una correcta aplicación o interacción entre las experiencias humanas profundas y el mensaje revelado».

El Directorio da gran importancia a precisar el papel concreto de la actividad catequética en el contexto de la nueva evangelización. Esta situación está definida en DGC con los mismos términos que Juan Pablo II la precisaba en la encíclica Redemptoris missio: es «situación intermedia entre la acción misionera ad gentes y la acción pastoral propia de comunidades cristianas: "grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su evangelio" (RMi 33d). Esta situación requiere una nueva evangelización. Su peculiaridad consiste en que la acción misionera se dirige a bautizados de toda edad, que viven en un contexto religioso de referencias cristianas, percibidas sólo exteriormente. En esta situación, el primer anuncio y una catequesis fundante constituyen la opción prioritaria» (DGC 58).

Cada Iglesia particular debe definir, en esta situación, la función de su propio proyecto catequético (DGC 276). «La situación actual de la evangelización postula que las dos acciones, el anuncio misionero y la catequesis de iniciación, se conciban coordinadamente y se ofrezcan, en la Iglesia particular, mediante un proyecto evangelizador misionero y catecumenal unitario. Hoy la catequesis debe ser vista, ante todo, como la consecuencia de un anuncio misionero eficaz. La referencia del decreto Ad gentes, que sitúa al catecumenado en el contexto de la acción misionera de la Iglesia, es un criterio de referencia muy válido para toda la catequesis (AG 11-15)» (DGC 277).

Aquí hemos de resaltar la importancia que tiene el análisis de la situación y de las necesidades en orden al proyecto que deben elaborar y ofrecer los servicios catequéticos de las Iglesias particulares. Por lo que se refiere al tema que ahora nos ocupa, el misterio de la persona humana ante el misterio de Dios, destacamos el siguiente párrafo del Directorio: «El análisis de la situación religiosa está referido, sobre todo, a tres niveles muy relacionados entre sí: el sentido de lo sagrado, es decir, aquellas experiencias humanas que, por su hondura, tienden a abrir al misterio; el sentido religioso, o sea, las maneras concretas de concebir y de relacionarse con Dios en un pueblo determinado; y las situaciones de fe, con las diversas tipologías de creyentes. Y en conexión con estos niveles, la situación moral que se vive, con los valores que emergen y las sombras o contravalores más extendidos» (DGC 279).

4. APROXIMACIÓN DESDE LA CULTURA MODERNA. La cultura moderna está produciendo un tipo humano que tiene su ambigüedad en relación con el misterio. Por una parte, el progresivo desarrollo de la ciencia y de la técnica y la constante superación de algunos enigmas humanos configuran una concepción de humanidad capaz de superar todos sus problemas y hasta de conquistar los espacios más recónditos de su ser. Por otra parte, ese mismo tipo humano moderno es consciente de sus propias limitaciones: la ciencia y técnica le descubren nuevos enigmas en la medida en que avanzan por los caminos del universo y de la historia; al mismo tiempo ese mismo ser humano se encuentra en su intimidad con preguntas fundamentales que no llega a resolver y que son propiamente el misterio de su existencia.

Los pensadores modernos de orientación existencial (Marcel, Blondel, Unamuno) gustan de diferenciar los enigmas de aquello que propiamente es el misterio del hombre: el enigma es un problema que puede y debe abordarse en su resolución con técnicas apropiadas; el misterio humano, por su parte, afecta a los seres humanos en la radicalidad de su ser y de su persona; trasciende toda técnica concebible. «Un problema es algo que yo encuentro, que hallo entero ante mí, pero que puedo por ello mismo cribar y reducir, mientras que un misterio es algo en lo que yo mismo estoy comprometido (engagé)» (Marcel). A Unamuno le preocupaba «el misterio de la personalidad»; de ahí «el sentimiento congojoso de nuestra identidad y continuidad individual y personal».

Los filósofos de la religión (Rahner, Neufeld, Martín Velasco) concentran la atención en el misterio del hombre. Este misterio abarca el origen humano, su fin, el sentido de la vida y de la muerte, el amor, la justicia, la solidaridad, el problema del mal... De este misterio polifacético dan el paso hacia la autotrascendencia e incluso hacia el Misterio que es Dios: Presencia, Eternidad, Verdad, Justicia, Belleza, Amor gratuito. «El misterio es el fundamento de la vida personal del hombre. Este se halla radicado en el abismo del misterio, vive siempre juntamente con él, y la cuestión es tan solo si vive con él, voluntaria y obedientemente, confiándosele, o lo reprime (como dice Pablo) y no lo quiere aceptar. La trascendencia está orientada hacia el Misterio» (K. Rahner). Martín Velasco define así el misterio desde la fenomenología de la religión: «La realidad cuya irrupción determina en el sujeto la aparición de una ruptura de nivel existencial, expresada como experiencia de lo numinoso en términos de tremendo y fascinante». De ahí su absoluta trascendencia, la presencia íntima en el sujeto, la interpelación personal, el ser determinante del conjunto de la vida.

Estas reflexiones pueden ayudar a un debido enfoque catequético en un momento como el nuestro de nueva evangelización en tiempos culturales de secularización: educar en los valores personales y positivos del misterio de la persona humana; aproximarnos al misterio desde la admiración estética, la experiencia interpersonal, el compromiso ético, la superación del racionalismo y la radicalidad de las preguntas sobre el sentido de la vida. En la cotidianeidad de los acontecimientos de la vida se da el encuentro con el Dios-Misterio «en la profundidad de estas bodegas de la persona» (Eliseo Tourón).


III. El misterio de Cristo, centro vital

1. CRISTOCENTR1SMO DE LA CATEQUESIS. Al referirnos al misterio del hombre en la acción catequética, hemos pretendido resaltar los elementos antropológicos de la misma. De ninguna manera hemos pensado en una catequesis cristiana antropocéntrica, que sería un contrasentido. El centro vital de la catequesis lo ocupa Jesucristo, como ha podido verse en distintos textos aducidos ya en la primera parte. Intentemos adentramos ahora en este centro vital para comprender mejor su significado en la acción catequética de hoy.

El encuentro con Jesucristo se está dando en la acción catequética en el proceso de un itinerario de fe de quien acude al encuentro de un Dios que ha tomado la iniciativa de autocomunicarse: «El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer el designio del Padre que él reveló» (DGC 85). «Es tarea propia de la catequesis mostrar quién es Jesucristo: su vida y su misterio, y presentar la fe cristiana como seguimiento de su persona...; el misterio de Cristo, en el mensaje revelado, no es un elemento más junto a otros, sino el centro a partir del cual los restantes elementos se jerarquizan y se iluminan» (DGC 41). «El es el camino que introduce en el misterio íntimo de Dios (cf Jn 14,6)» (DGC 99). El itinerario catequético, como dice un texto del Directorio que antes hemos citado literalmente (DGC 235), en sus distintas etapas anuncia a Jesucristo... explica su misterio de Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y ayuda al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación.

El Directorio habla con toda razón del cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico: «La palabra de Dios, encarnada en Jesús de Nazaret, hijo de María Virgen, es la Palabra del Padre, que habla al mundo por medio de su Espíritu. Jesús remite constantemente al Padre, del que se sabe Hijo único, y al Espíritu Santo, por el que se sabe Ungido. El es el camino que introduce en el misterio íntimo de Dios» (DGC 99; cf 114). E inmediatamente, el mismo texto precisa más en razón del ámbito catequético: «El cristocentrismo de la catequesis, en virtud de su propia dinámica interna, conduce a la fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un cristocentrismo esencialmente trinitario». La fe de los cristianos, «configurados con Cristo», es «radicalmente trinitaria. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana» (DGC 99). La catequesis deberá, por tanto, ser consecuente con ello en su estructura interna, en su pedagogía y en las implicaciones vitales para la vida de los seres humanos (en la libertad personal y en la fraternidad social y eclesial). «Las implicaciones humanas y sociales de la concepción cristiana de Dios son inmensas», afirma el Directorio, remitiendo a varios lugares del Catecismo de la Iglesia católica (CCE 1702; 1878; 2845) y a la encíclica Sollicitudo rei socialis, 40 (DGC 100).

Cuando el Directorio dirige su mirada al Catecismo de la Iglesia católica, considera que las cuatro dimensiones fundamentales de la vida cristiana que en él se articulan (profesión de fe, celebración litúrgica, moral evangélica y oración) «brotan de un mismo núcleo, el misterio cristiano» (DGC 122). El cristocentrismo de la catequesis había quedado muy subrayado en la reflexión y práctica posconciliar, como aparece, por ejemplo, en Catechesi tradendae, 5.

2. EL LENGUAJE CATEQUÉTICO EN RELACIÓN CON LA PERSONA DE CRISTO. Jesucristo ocupa el centro vital del mensaje y del itinerario catequético; pero las referencias a él en términos de misterio no son uniformes, aunque sí manifiestan algunas tendencias y contextos teológicos más evidentes. Aquí se realiza lo que el Directorio dice del mensaje evangélico. Así podemos resumir el resultado de nuestro análisis, que a continuación pasamos a desglosar.

a) El ciclo catequético, que pretende fundamentar la primera adhesión de los convertidos a Jesucristo, es definido por el Directorio como iniciación «en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del evangelio. Se trata, en efecto, "de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (CT 18)» (DGC 63). El discípulo, por la pedagogía divina, «conociendo cada vez más el misterio de la salvación, aprendiendo a adorar a Dios

Padre y siendo sinceros en el amor, trata de crecer en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo (Ef 4,15)» (DGC 142).

b) El término misterio de salvación amplía el horizonte hacia toda la historia de salvación; ahora el misterio de Cristo concentra la atención en la persona de Jesús. «Lo que principalmente distingue a la catequesis de todas las demás formas de presentar la palabra de Dios» es esa indagación vital y orgánica en el misterio de Cristo. Y el Directorio prosigue inmediatamente: «Esta formación orgánica es más que una enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana, una iniciación cristiana integral (CT 21), que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo, centrado en su persona» (DGC 67).

c) Las referencias del misterio a la persona de Jesucristo pretenden, a veces, subrayar exclusivamente el misterio de la encarnación del Hijo de Dios hecho hombre. Por ejemplo, DGC 80: «Se trata, entonces, de ayudar al recién convertido a «conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su misterio, el reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que él ha trazado a quien quiera seguirle" (CT 20c)» (DGC 80; cf DGC 50). 0 bien, la alusión al misterio cristiano o misterio de Cristo trata de destacar algunas indicaciones pedagógicas, como «presentar el misterio cristiano de modo significativo y cercano a la psicología y mentalidad del destinatario concreto» (DGC 133; cf DGC 169); o bien, «reconocer como necesaria una presentación más equilibrada de toda la verdad del misterio de Cristo», cuando «se acentúa tan exclusivamente la divinidad que no se pone de relieve la realidad del misterio de la encarnación del Verbo (cf CT 29b)» (DGC 30).

d) Es un hecho que sorprende la relativa frecuencia y amplitud con que, tanto en el Directorio como en el Catecismo, es citado el texto de la constitución Dei Verbum del Vaticano II sobre la naturaleza y objeto de la revelación divina, que culmina en Cristo, «que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2). El texto de Dei Verbum es objeto de varios comentarios en la referida documentación catequética; y, a través de él, se repite la frase de Ef 1,9: «dándonos a conocer el misterio de su voluntad» (misterio, según el texto griego, pero sacramentum en el texto latino conciliar, citado según la traducción de la Vulgata). Es importante tener a la vista el texto completo de DV 2, para poder hacer sobre él algunas consideraciones acerca del tratamiento del mismo en el Directorio y en el Catecismo.

El Directorio (DGC 36-37) cita explícitamente las palabras de Ef 1,3-10 y de DV 2, y las comenta con detenimiento (DGC 37-41), señalando la función de la catequesis, que también «interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo» (DGC 39). El significado de Jesucristo «mediador y plenitud de la Revelación» es completado con la cita de DV 4: «Jesucristo, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación» (DGC 40). Comenta el Directorio: «El es, por tanto, el acontecimiento último hacia el que convergen todos los acontecimientos de la historia de salvación. El es, en efecto, la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre». (En la nota de este lugar, se citan las palabras de san Juan de la Cruz: «Todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra»: Subida del Monte Carmelo 2,22). «Es tarea propia de la catequesis mostrar quién es Jesucristo: su vida y su misterio y presentar la fe cristiana como seguimiento de su persona... El hecho de que Jesucristo sea la plenitud de la Revelación es el fundamento del cristocentrismo de la catequesis» (DGC 41). El Directorio comentará todavía, en DGC 108, el misterio contenido en las obras y palabras: «La catequesis ayudará a hacer el paso del signo al misterio. Llevará a descubrir, tras la humanidad de Jesús, su condición de Hijo de Dios; tras la historia de la Iglesia, su misterio como sacramento de salvación...».

3. EL TRATAMIENTO BÍBLICO DEL MISTERIO DE CRISTO. Al referirnos ahora al tratamiento bíblico del misterio, lo hacemos concentrando la atención en el misterio de Cristo. No pretendemos estudiar todo el vocabulario bíblico de misterio como lo hacen, por ejemplo, Bornkamm y Penna; sino que nos proponemos enriquecer el cristocentrismo catequético con algunos de los contenidos de la reflexión neotestamentaria relacionada con el misterio de Cristo. Las expresiones repetidas misterio de salvación, misterio cristiano y misterio de Cristo nos invitan a acercarnos a las fuentes bíblicas.

a) El Libro de Daniel introduce una novedad en el uso de misterio en el Antiguo Testamento (mysterion en el griego de los LXX; raz, de origen persa, en el arameo original) (Dan 2,18.19.27.28.29. 30.47). Dios es reconocido como el revelador de los misterios. En estos textos el plural misterios se asocia más que con una realidad secreta —sentido usual en otros libros del Antiguo Testamento, como Si 22,22; 27,16; 2Mac 13,21-con una realidad de futuro escatológico, del final de los días, cuando «el Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido» (Dan 2,44). Desde entonces, misterio entra en la literatura apocalíptica, también en los escritos de Qumrán, para expresar el sentido de la maduración del tiempo al final de la historia de promesas, inescrutable para los hombres, no para el Dios de la salvación. Así el vidente del apócrifo Ap. Baruc afirma en 81,4; 85,10: Dios «me ha dado a conocer el misterio de los tiempos... La llegada de los tiempos está próxima y casi cumplida». E incluso en el Henoc etiópico 46,2s. se incluye un rasgo mesiánico: «El Hijo del hombre... revela todos los tesoros de lo que está oculto».

b) En este contexto cultural-religioso, es más fácil interpretar la expresión el misterio del reino de Dios en boca de Jesús ante sus discípulos, como comentario al entendimiento y a la incomprensión de las parábolas del Reino. El evangelio de Marcos 4,11 dice así: «A vosotros se os ha dado conocer el misterio del reino de Dios». Los paralelos de Mt 13,11 y Lc 8,10, llevan el plural, los misterios, y explicitan un conocer de parte de los discípulos. El reino de Dios es considerado como misterio no sólo por la naturaleza de esta acción salvadora divina, sino también porque los discípulos, a diferencia de la generación judía contemporánea, perciben por el don de Dios que ese reino irrumpe ahora por la palabra y la acción de Jesús, su Maestro. Recogemos un breve comentario de R. Penna que puede enriquecer nuestra catequesis actual: «A quien dispone del fértil terreno de la fe Dios le concede comprender y vivir su señorío salvífico como misterio escatológico revelado por Jesús».

c) En el resto del Nuevo Testamento vamos a concentrar la atención en el epistolario paulino, y más concretamente en las cartas deuteropaulinas de Colosenses y Efesios, porque las diez veces que se repite el vocablo permiten caracterizar el tema del misterio de Cristo y referir a él otros textos paulinos anteriores como lCor 2,1 (mysterion es la variante textual preferible) y 6,10, y también Rom 16,25, atribuido a un redactor pospaulino. Los textos son: Col 1,26-27; 2,2; 4,3; Ef 1,9; 3,3-4.9; 5,32; 6,19.

4. ALGUNOS RASGOS DEL MISTERIO. Destacamos a continuación algunos de los rasgos de este Misterio, en su trayectoria histórico-salvífica y en los contenidos del misterio.

a) En su trayectoria histórico-salvífica. Viene de Dios, mantenido oculto durante largo tiempo, «en secreto desde tiempo eterno» (Rom 16,25), dispensado en el proceso de la historia salvífica («cómo se desarrolla»: lit. «cuál es la economía del misterio»: Ef 3,9), destinado «para nuestra gloria antes de crear el mundo» (lCor 2,7), «escondido desde los siglos y desde las generaciones y ahora manifestado a los creyentes» (Col 1,26). Es un bien divino para el esplendor humano.

El acontecimiento de la revelación del misterio se verifica en la tierra, en un ahora apremiante (Col 1,26; Ef 3,5.10; Rom 16,26), con el realismo de la sabiduría de la cruz (lCor 2,1-2), con la manifestación de «la riqueza sublime de este misterio entre los paganos, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1,27). Nuestro tiempo es el tiempo nuevo de la familiaridad con Dios, el tiempo del acceso abierto a Dios (Ef 2,18; 3,12). No es misterio de oscuridades ni de temores, sino de la excelsa novedad del presente definitivo.

Es realidad abierta a la expansión misionera, con sucesivos destinatarios: «nosotros» (lCor 2,10; Ef 1,9); «los creyentes» (Col 1,26); «sus santos apóstoles y profetas» y «a mí» [Pablo] (Ef 3,5 y 3,3), con la voluntad de «evangelizar a los paganos» (Ef 3,8-9), los grandes ausentes. El compromiso de la expansión implica una «intensa lucha» (Col 2,1) que hay que emprender con «valentía» (Ef 6,19). A la Iglesia le corresponde la responsabilidad de la misión: «de ahora en adelante, por medio de la Iglesia... podrán conocer la incalculable sabiduría de Dios» (Ef 3,10), para todas las generaciones y todos los tiempos: «A él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (Ef 3,21).

b) En los contenidos del misterio. 1) Componente teologal. La revelación del misterio nos aproxima a Dios mismo. Se trata del «designio misterioso de su voluntad» (Ef 1,9), es decir de una decisión suya, libre, benévola, de gracia; «la misión que Dios generosamente me ha encomendado en favor vuestro» (Ef 3,2), y de sabiduría (lCor 2,7; Ef 3,10), «para nuestra gloria» (lCor 2,7). En su realización intervienen el Padre, el Hijo y el Espíritu (Ef 3,14-15). A él le debemos nosotros la gloria: «A Dios, el único sabio, por medio de Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Rom 16,27). 2) Componente cristológico. Es el «misterio de Cristo» (Col 4,3; Ef 3,4), en cuanto realizado y manifestado mediante Cristo y en referencia a que Cristo en persona forma parte del misterio «para que descubran el misterio de Dios, que es Cristo, en el que se encuentran ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,2b-3; cf 1,27, «Cristo entre vosotros»). El plan salvífico de Dios pasa a través de la cruz de Cristo, según el kerigma recordado en ICor 2,1.7-8, cuyo amor «sobrepasa todo conocimiento» (Ef 3,19; 5,2). Es el crucificado resucitado: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios» (Col 3,1). El misterio de la voluntad de Dios consiste en «recapitular todas las cosas en Cristo» (Ef 1,9-10). 3) Componente eclesiológico. En la trayectoria del misterio de Cristo hemos encontrado a la Iglesia como responsable de la expansión misionera. Además, en el centro de la acción reconciliadora de Dios, entre judíos y paganos, explicada en Ef 2,11–3,13, se manifiesta ahora la Iglesia integrada en el misterio de Cristo, al integrar dos pueblos en uno. Por cuatro veces se repite la palabra misterio. La Iglesia manifiesta el misterio de Cristo cuando realiza unidad y paz entre los seres humanos y entre los pueblos. En la misma línea de amor revelador del misterio de Cristo, se encuentra el texto de Ef 5,32: «Este es un gran misterio (mysterion en griego; sacramentum en la Vulgata) que yo aplico a Cristo y a la Iglesia». El misterio se refiere tanto a la unión nupcial de hombre y mujer como al amor entregado de Cristo a la Iglesia: «Amó a la Iglesia y se entregó él mismo por ella» (Ef 5,25).

Esta exposición condensada del contenido bíblico del misterio de Cristo es una muestra de la riqueza que su tratamiento puede aportar a la reflexión teológica en sus distintas derivaciones. Su conexión con la persona de Jesucristo, la relación con el misterio trinitario, su desarrollo histórico-salvífico y la vinculación con aspectos esenciales de la vida de la Iglesia pueden ayudar también a animar la comunicación vital de la fe en la acción catequética.


IV. El misterio pascual en la Iglesia

1. CATEQUESIS Y CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL. La catequesis es un momento necesario del proceso de la evangelización que proclama a Jesucristo crucificado y resucitado. Además de dar una fundamentación a la primera adhesión a Jesucristo, con el carácter de catequesis misionera que exijan las circunstancias reales de sus destinatarios, ha de iniciarlos, en razón de su propia entidad, «en el misterio de salvación y en el estilo de vida propio del evangelio» (DGC 63) para así «iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CT 18).

La iniciación en la honda realidad del misterio de Cristo es función específica de la acción catequética. «La catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera, que llama a la fe, y la acción pastoral que alimenta constantemente a la comunidad cristiana. No es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción básica y fundamental en la construcción, tanto de la personalidad del discípulo como de la comunidad. Sin ella –prosigue el Directorio con rotundidad– la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa: cualquier tormenta desmoronaría todo el edificio» (DGC 64). Y añade todavía el Directorio con toda gravedad: «En verdad, "el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio divino, dependen esencialmente de ella" (CT 13). En este sentido, la catequesis debe ser considerada momento prioritario en la evangelización» (DGC 64).

Esta catequesis de iniciación es la «indagación vital y orgánica en el misterio de Cristo» (DGC 67), estrechamente vinculada a la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana, bautismo, confirmación y eucaristía (DGC 65). Como identidad efectiva o equivalencia fáctica con el catecumenado bautismal, la catequesis ha de estar impregnada por el misterio de la pascua de Cristo y conviene que toda la iniciación se caracterice por su índole pascual (cf DGC 91). Comprende, por tanto, una educación litúrgica y una formación moral que conduzcan a los catequizandos al reconocimiento de la presencia salvífica de Cristo en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica de los sacramentos, y particularmente en la eucaristía; y los guíe además por «un camino de transformación interior en el que, participando del misterio pascual del Señor, pasen «del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo» (DGC 85).

La relevancia del acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo habrá de resonar como núcleo central en el mensaje evangélico de la catequesis, que, según el Directorio (DGC 97ss.), ha de ser cristocéntrico, integral, de salvación y liberación. En ese mensaje orgánico y jerarquizado, «los sacramentos son, también, un todo orgánico, que como fuerzas regeneradoras brotan del misterio pascual de Jesucristo, "formando un organismo en el que cada sacramento particular tiene su lugar vital" (CCE 1211). La eucaristía ocupa en este cuerpo orgánico un puesto único, hacia el que los demás sacramentos están ordenados: se presenta como sacramento de los sacramentos» (DGC 115).

2. ACTUALIDAD DEL MISTERIO PASCUAL. Una novedad importante de la teología de nuestro tiempo ha sido la recuperación unitaria de los acontecimientos de la muerte y resurrección de Cristo Jesús como centro del kerigma cristiano y eje de la historia de la salvación, bajo la denominación concentrada de misterio pascual. La pascua cristiana prolonga y sublima los valores de memoria de liberación y de profecía de salvación de la pascua judía en el pueblo de la nueva alianza, que es la Iglesia. Así se ha dado el redescubrimiento de la novedad y originalidad de la celebración cristiana, gracias a los estudios bíblicos, patrísticos y litúrgicos, y particularmente a los trabajos de la «teología de los misterios» (Odo Casel, Neunheuser, Warnach, Oñatibia, entre otros). El Vaticano II, en la constitución sobre liturgia, Sacrosanctum concilium, 5-7, ha incorporado estos valores y ha enriquecido la actual concepción de la liturgia católica.

El Catecismo de la Iglesia católica acoge la doctrina conciliar sobre el misterio pascual y la propone con amplitud en forma catequética, principalmente en su segunda parte, sobre La celebración del misterio cristiano. Así, por ejemplo, al explicar la razón de ser de la liturgia, después de ofrecernos una excelente síntesis del misterio de Cristo en términos cercanos a la Carta a los efesios (CCE 1066), cita ampliamente el siguiente texto conciliar (SC 5): «Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la antigua alianza, principalmente por el misterio pascual de la bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia». E inmediatamente afirma: «Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación» (CCE 1067).

«El don del Espíritu (pentecostés) inaugura un tiempo nuevo en la dispensación del Misterio: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la liturgia de su Iglesia "hasta que él venga" (1Cor 11,26)... Cristo actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva... (por) la economía sacramental; esta consiste en la comunicación (o dispensación) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia» (CCE 1076).

«En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual» (CCE 1085). El hecho histórico pascual es el único acontecimiento de la historia que no pasa: es un acontecimiento histórico y metahistórico. Cuando llegó su hora, vivió el único acontecimiento singular que se hace presente en cada uno de los momentos de la Iglesia y del mundo: «El misterio pascual de Cristo... no puede permanecer sólo en el pasado... se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la cruz y de la resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida» (CCE 1085).

El tema del misterio pascual unifica el tratamiento que el CCE da a toda la segunda parte: El misterio pascual en el tiempo de la Iglesia; La celebración sacramental del misterio pascual. Son especialmente relevantes las páginas dedicadas a El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia (CCE 1091-1112). La presencia objetiva del misterio pascual en los sacramentos, ya sugerida en el Vaticano II (SC 6), es presentada por el Catecismo (CCE 1085) «con una fuerza y claridad renovadas y sin duda mucho más intensas» (P. FARNÉS, 142).

3. EL MISTERIO PASCUAL EN UNA IGLESIA «SACRAMENTO EN EL MUNDO». El Directorio, desde su exposición introductoria (DGC 14-33) «pretende estimular a los pastores y a los agentes de la catequesis a tomar conciencia de la necesidad de mirar siempre el campo de la siembra y hacerlo desde la fe y la misericordia» (DGC 14). «Jesucristo, hoy, presente en la Iglesia por medio de su Espíritu, sigue sembrando la palabra del Padre en el campo del mundo» (DGC 15). «El cristiano sabe que en toda realidad y acontecimiento humano subyacen al mismo tiempo: la acción creadora de Dios, que comunica a todo su bondad; la fuerza que proviene del pecado, que limita y entorpece al hombre; el dinamismo que brota de la pascua de Cristo, como germen de renovación, confiere al creyente la esperanza de una consumación definitiva» (DGC 16).

La catequesis, por tanto, debe ayudar a captar en el misterio pascual toda su proyección dinámica en el campo del mundo. La Iglesia, «por medio de una catequesis en la que la enseñanza social de la Iglesia ocupe su puesto, desea suscitar en el corazón de los cristianos el compromiso por la justicia y la opción o amor preferencial por los pobres, de forma que su presencia sea realmente luz que ilumine y sal que transforme» (DGC 17). El Directorio nos invita a reconocer que, según el Vaticano II, «la vida litúrgica es comprendida más profundamente como fuente y culmen de la vida eclesial»... y «la misión de la Iglesia en el mundo se percibe de una manera nueva. Sobre la base de una renovación interior, el Concilio ha abierto a los católicos a la exigencia de una evangelización vinculada necesariamente con la promoción humana, a la necesidad de diálogo con el mundo, con las culturas y religiones, y a la urgente búsqueda de la unidad entre los cristianos» (DGC 27).

La espiritualidad pascual, en el seguimiento de Cristo, hombre perfecto, aplicando el misterio redentor de la cruz y la gloria, lleva a cada uno y a la humanidad toda «al estado del hombre perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13; cf 4,15; GS 41,1). Así la Iglesia se constituye en «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1) por la actuación incesante de Cristo glorioso en el mundo. La restauración comenzada en Cristo continúa en la Iglesia impulsada por el Espíritu Santo: nosotros «con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos encomendó en el mundo y labramos nuestra salvación» (LG 48). La Iglesia «nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo»; pero «de igual manera comprende cuánto le queda por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo» (GS 43).

A la catequesis le corresponde también hoy, en el contexto de la cultura moderna, la gran tarea de iniciar y madurar a todos los creyentes en la sabiduría del misterio de Cristo, en sus distintos aspectos. Una sabiduría multiforme «que Dios destinó para nuestra gloria antes de crear el mundo» (1Cor 2,7), y que «de ahora en adelante, por medio de la Iglesia..., podrán conocer» (Ef 3,10).

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José Ángel Ubieta López