MAGISTERIO ECLESIAL Y CATEQUESIS
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SUMARIO: I. Hitos históricos: 1. Nuevo Testamento; 2. Epoca patrística; 3. Santo Tomás de Aquino; 4. Desde el concilio de Trento al Vaticano I; 5. El Vaticano II. II. El magisterio pastoral: 1. Sentido del magisterio; 2. Modalidades del ejercicio magisterial. III. Magisterio y Catecismo de la Iglesia católica.


La Iglesia es el pueblo peregrinante de Dios, que camina con la humanidad. Posee, consiguientemente, una historicidad, que comporta cambios en su imagen. La doctrina teológica sobre la Iglesia tiene también un devenir conectado con sus manifestaciones históricas y con la revelación divina, que dice más sobre la Iglesia que su despliegue variado en la historia. Entre la realidad concreta de la Iglesia y la eclesiología existe una relación recíproca.

Lo dicho es aplicable al magisterio de la Iglesia. Desde el principio hubo cristianos con autoridad para confirmar a los hermanos en la fe, y poco a poco se elabora la teología del magisterio. Recordar las etapas más importantes tanto del ejercicio magisterial como de la autoconciencia de la Iglesia sobre el magisterio nos introduce en su significado, portadores y formas de actuación, condicionamientos eclesiales y culturales, etc.


I. Hitos históricos

1. NUEVO TESTAMENTO. El Nuevo Testamento expresa la convicción creyente de haber recibido en Jesucristo la revelación definitiva de Dios (cf Heb 1,1-2). El evangelio, que se centra en la predicación y comportamiento, muerte y resurrección de Jesucristo, es inseparablemente palabra de verdad y fuerza de salvación (cf Ef 1,13); por ello, el anuncio y la enseñanza son dos formas fundamentales de servir al evangelio (cf 2Tim 1,11). En la Iglesia, «columna y fundamento de la verdad» (lTim 3,15), se conserva el evangelio y debe ser transmitido fielmente. En los últimos escritos del Nuevo Testamento, frente a los que «enseñan cosas extrañas» (cf 1Tim 1,3; 6,3), se exhorta a los ministros de la Iglesia a que vigilen para mantener la «sana doctrina» (cf lTim 1,10; 2Tim 1,13; 4,3; Tit 1,13) y guardar el «depósito» (cf lTim 6,20) como base unificadora de la comunidad cristiana en la fe y el amor.

Anuncio del evangelio y vigilancia por su autenticidad aparecen unidos en Pablo, que recuerda autorizadamente a la comunidad de Corinto el mensaje de la resurrección (cf ICor 15,1ss) y la manera genuina de celebrar la cena del Señor (cf 1Cor 11,17ss). Ante la difusión del evangelio entre los paganos y las controversias surgidas en la Iglesia, el llamado «concilio de Jerusalén» toma decisiones al respecto, convencido de actuar guiado por el Espíritu Santo (cf He 15,5ss).

2. ÉPOCA PATRÍSTICA. En la época patrística predomina la autoridad del contenido de la fe sobre la autoridad formal de quien lo pronuncia. El credo, que se gesta como clave de lectura de la Sagrada Escritura y como criterio de comunión eclesial, es la expresión principal de la regla de la fe, es el símbolo de identificación con la fe de la Iglesia (CCE 188).

Los obispos, puestos como pastores para presidir las Iglesias, reciben la autoridad de ser maestros en la fe por la ordenación sacramental, que los incardina en la sucesión apostólica y los hace miembros del cuerpo episcopal. La deliberación en asambleas episcopales más o menos amplias, expresa esta comunión en la autoridad y en el servicio a la fe recibida de los apóstoles.

El candidato al ministerio episcopal es examinado en presencia de la asamblea cristiana sobre la fe y su disposición a conservar íntegro y puro el depósito; una vez reconocida por la Iglesia la autenticidad de la fe, recibe, por la imposición de las manos de los obispos presentes, que representan la fraternidad de las Iglesias, la cumbre del ministerio sagrado, el cual comporta, junto con el oficio de santificar, los oficios de enseñar y de regir (LG 21). Después de la consagración, toma posesión de la cátedra, que es el signo de la sucesión apostólica y de la autoridad magisterial, incluida en su misión de pastor.

San Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma como la que «preside la caridad» e «instruye a los demás» y, consciente esta de su responsabilidad, interviene para pacificar la Iglesia de Corinto. San Ireneo le reconoce una preeminencia en cuanto fundada sobre los apóstoles y mártires Pedro y Pablo. Entre Iglesia, sede y obispo hay inferencia recíproca. Su obispo es interlocutor en la vida sinodal y él mismo convoca sínodos regionales. J. H. Newman contó hasta 17 intervenciones de Roma en asuntos intereclesiales antes del concilio de Nicea (325), que expresan su capacidad para intervenir y el reconocimiento por otras Iglesias de esa autoridad.

La autoridad magisterial de los obispos, recibida en la ordenación sacramental, es un ministerio a Jesucristo, único Maestro (cf Mt 23,10). San Agustín combina frecuentemente en este sentido las palabras ministerium y magisterium. Por otra parte, el Espíritu Santo, recibido en la ordenación, no es poseído en exclusiva por los obispos, ya que se derrama por la iniciación cristiana sobre varones y mujeres, jóvenes y ancianos (cf He 2,17). El que enseña en el nombre del Señor reconoce que él es también discípulo en la escuela del evangelio.

3. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Aludimos solamente a dos aspectos, relevantes para nuestro tema, en santo Tomás de Aquino. Llama artículos de fe a los enunciados del credo, ya que forman como un corpus veritatum. La consideración de la fe, transmitida de una vez por todas, como unidad orgánica y vital, significa que existe conexión entre sus contenidos, jerarquía en su ordenación interior y refuerzo mutuo. La iniciación cristiana introduce en una totalidad significativa de fe y de vida en Cristo (cf DGC 114).

Tomás de Aquino, teniendo presente el prestigio de las primeras facultades de teología, habla de dos magisterios: el magisterium cathedrae pastoralis, fundado en la autoridad apostólica, y el magisterium cathedrae magistralis, fundado en la competencia personal reconocida públicamente. La relación entre ambas formas de magisterio es permanente en la historia de la Iglesia, y en nuestros días se ha planteado con especial intensidad. Ambas formas de enseñanza están abiertas al mismo evangelio y a la tradición apostólica, a la edificación de la Iglesia y a la misión cristiana; no es una relación cerrada entre magisterio y teología.

4. DESDE EL CONCILIO DE TRENTO AL VATICANO I. Dos acontecimientos de largo alcance —la Reforma protestante con la consiguiente ruptura eclesial y la Ilustración con su reivindicación de autonomía de la razón sobre la fe—marcarán las modalidades del magisterio desde el concilio de Trento hasta el Vaticano 1. Estos hechos conducirán a la Iglesia católica a subrayar y formalizar el ejercicio de su autoridad doctrinal; la preocupación se desplaza del contenido de la fe, con su autoridad inherente, al magisterio que lo avala con su autoridad legítima.

El concilio de Trento, en la sesión conclusiva (4.12.1563), encomendó al papa Pío IV que redactara e hiciera público con su autoridad el catecismo, formalmente mandado en el Decreto de reforma de la sesión XXIV, para el cual ya se habían preparado muchos materiales. Aunque el Papa activó con diligencia el encargo, fue Pío V quien, en septiembre de 1566, editó el Catechismus, ex Decreto Concilii Tridentini, ad Parochos (o Catecismo romano). Se distribuye en cuatro grandes capítulos —a saber: el símbolo apostólico, los sacramentos, los mandamientos de Dios y el padre-nuestro—, que constituyen el «álveo catequético de la tradición» (P. Rodríguez). En el prólogo afirma que el fin del cuidado pastoral es el conocimiento de Jesucristo, centro de la predicación cristiana. El Catecismo evita opiniones de escuela y no entra en controversias innecesarias. Enseña la doctrina católica sin hacer apologética. Se distingue por la claridad teológica, la inquietud evangelizadora y el aliento religioso. Está dirigido a los párrocos como una ayuda segura y eficaz en la catequesis y la predicación. Tanto por su origen y finalidad, como por las constantes recomendaciones de papas y obispos, el Catecismo romano es uno de los documentos más importantes del magisterio ordinario del papa.

Una época se caracteriza por las palabras que acuña, evita o prefiere. Pues bien, el término magisterio, en el sentido de función jerárquica de regulación de la fe, surge a finales del siglo XVIII y se difunde en el XIX. En una encíclica, dirigida por Gregorio XVI al clero de Suiza en 1835, aparece con nitidez: «La Iglesia dispone por institución divina de un poder... de magisterio, para enseñar y definir lo que concierne a la fe y a las costumbres e interpretar las Sagradas Escrituras sin ningún peligro de error».

La conciencia que se refleja en el término magisterio, se muestra también en un nuevo género literario doctrinal, la carta encíclica, a través de la cual imparte su enseñanza la sede de Roma. Aunque la dendminación es antigua, su sentido y uso han cambiado. La encíclica es, desde entonces, una forma frecuente de ejercitar el papa el magisterio ordinario.

El Vaticano 1, convocado y desarrollado en un clima defensivo, definió en la constitución Pastor aeternus (18.7.1870) el primado del romano Pontífice y su magisterio infalible en determinadas condiciones. La inicial intención conciliar de tratar sobre la Iglesia en conjunto, se redujo por diversos factores a la autoridad del papa, y particularmente a su magisterio extraordinario. Este estrechamiento tendrá en los decenios siguientes una gran repercusión.

5. EL VATICANO II. El último Concilio se propuso, entre sus fines, la reforma y renovación de la Iglesia, volviendo a las fuentes. La Iglesia hunde sus raíces en el misterio de la autocomunicación de Dios al mundo por Jesucristo en el Espíritu Santo. Debe reconocer en Jesucristo a su Señor. En la palabra de Dios y en la litúrgica debe alimentar su vida, fidelidad y disponibilidad misionera. Por esto, «el magisterio no está sobre la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino, y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente y lo explica fielmente» (DV 10).

El Vaticano II recoge la enseñanza del Vaticano I sobre el romano Pontífice, resituándola y completándola con la doctrina sobre el sacramento del episcopado y la colegialidad. Es muy significativo para nuestro tema lo enseñado acerca del sentido de la fe y los carismas del pueblo cristiano (LG 12). Todos los fieles han recibido la unción del Espíritu Santo (cf 1Jn 2,20.27) para juzgar certeramente sobre la verdad evangélica como pueblo de Dios.

Juan XXIII quiso que el Vaticano II fuera pastoral, es decir, que enseñara positivamente la fe católica sin condenaciones, exponiéndola de manera comprensible al hombre de hoy y buscando la unidad de los cristianos. Adoptó una actitud de diálogo para dirigirse al mundo contemporáneo, nacido en gran medida fuera de la Iglesia e incluso contra ella. El diálogo de salvación, iniciado por Dios, prosigue en la misión de la Iglesia.

Estas orientaciones básicas y la sensibilidad de fondo, aparecen claramente cuando el Concilio recuerda a los obispos su función primordial de enseñar (cf CD 12-14) y a los presbíteros su condición de ministros de la palabra de Dios (cf PO 4). La renovación de la catequesis en el posconcilio se ha inspirado en las enseñanzas y el espíritu del Vaticano II, como atestiguan claramente los grandes documentos del magisterio sobre la misma.


II. El magisterio pastoral

El sucinto recorrido histórico ha ido mostrando numerosas perspectivas del magisterio en la Iglesia. Ahora, de manera más sistematizada, presentamos el sentido y las formas de su ejercicio.

No olvidamos que existe también el magisterio de los teólogos .Como dijimos arriba siguiendo a santo más de Aquino. También se puede hablar del magisterio de los espirituales, es decir, de aquellos cristianos a los que la Iglesia ha reconocido una especial autoridad en virtud de su experiencia mística y sus notables escritos. Santa Teresa de Jesús es un ejemplo espléndido. La misma teología ha enseñado que las realidades divinas se pueden conocer no sólo por el camino del razonamiento, sino también por la vía de la connaturalidad. Estas formas de magisterio son genuinamente cristianas y eclesiales, aunque tengan una autoridad distinta de la específica del magisterio pastoral. Pero ahora nos referimos sólo al magisterio de los obispos y del papa como obispo de Roma, por tanto al magisterio de los que presiden como pastores la Iglesia.

Los obispos son maestros auténticos, porque «están dotados de la autoridad de Cristo» (LG 25). Su magisterio es autoritativo (distinto de autoritario) porque el sacramento del episcopado les confiere «el espíritu de gobierno» (tradición apostólica de Hipólito de Roma) para apacentar la Iglesia en nombre del Señor. Ellos son órganos autorizados de la fe de la Iglesia, a la que representan en la comunión católica. La tradición apostólica es custodiada, defendida y actualizada por los obispos; su testimonio es cualificado y fehaciente. El testimonio concorde del evangelio por parte de los obispos, adquiere una fuerza de acreditación singular, ya que expresan la comunión en la fe.

La Iglesia es comunidad de fe y está siempre «en estado de confesión» de fe y de misión (J. Alfaro). Cuando enseñan autorizadamente, los obispos la profesan públicamente; por esto, los cristianos son invitados a prestar adhesión al testimonio creyente de los pastores. No es, por tanto, sólo cuestión de disciplina ni en los maestros de la fe ni en los demás fieles.

1. SENTIDO DEL MAGISTERIO. ¿Por qué existe en la Iglesia un magisterio pastoral, como órgano autorizado para enseñar la tradición apostólica? ¿No basta el quehacer de los teólogos para estudiar las fuentes cristianas, para interpretarlas y para exponer en cada situación socio-cultural la verdad del evangelio? ¿Cuál es la razón de ser del magisterio auténtico?

El cristianismo no es una filosofía religiosa y moral, ni los fieles cristianos forman parte de la Iglesia por afinidad cultural o por una visión semejante de la vida humana. En los fundamentos de la Iglesia está la revelación gratuita, histórica y escatológica de Dios, en Jesucristo, para la salvación de los hombres. La fe cristiana viene a través de la escucha del evangelio proclamado por enviados, que han tenido la gracia del encuentro con el Señor. El testimonio de los testigos primordiales (cf He 10,41) se conserva fielmente de generación en generación, con la fuerza del Espíritu vivificador que potencia la predicación y abre el corazón a la fe. El cristianismo es religión revelada; por esto, la autoridad última pertenece al Revelante. La fidelidad a los orígenes es garantizada si el Señor envía apóstoles, les garantiza su presencia, y los capacita con su autoridad. Al magisterio pastoral está encomendada la custodia de la tradición que viene del Señor, sirviéndose por supuesto de los medios oportunos y, sobre todo, confiando en la asistencia del Espíritu, que guía la Iglesia a la verdad plena, según la promesa de Jesús (cf Jn 14,26; 16,13-15).

La Iglesia no sería la comunidad escatológica de la salvación si no poseyera la garantía de permanecer indeficientemente en la verdad (K. Rahner), ya que verdad y salvación son dos caras del mismo evangelio (cf ITim 2,4). Pues bien, el magisterio pastoral ha recibido el carisma de infalibilidad para que la Iglesia permanezca en la verdad que libera y salva. «La misión del magisterio está ligada al carácter definitivo de la alianza instaurada por Dios en Cristo con su pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica» (CCE 890).

2. MODALIDADES DEL EJERCICIO MAGISTERIAL. El magisterio pastoral puede ejercitarse bien de forma extraordinaria —los obispos en concilio o el papa hablando ex cathedra—, bien de forma ordinaria —el obispo en su diócesis o el papa para la Iglesia universal o los obispos dispersos por el mundo—. El grado de certeza depende de la definitividad o no, implicada en el ejercicio magisterial. La vinculación a la enseñanza unas veces postula adhesión creyente por versar sobre el área de la verdad de la fe, y otras obediencia religiosa por tratar-se del área de la comunión (J. M. Rovira Belloso). Remitimos a Lumen gentium 25, con las referencias y clarificaciones del Vaticano I, y al Catecismo de la Iglesia católica (CCE), 85-87, 888-892 y 2032-2040.

a) El concilio ecuménico, que reúne a los obispos de la Iglesia presididos por el papa, es la forma más tradicional de ejercer el magisterio extraordinario. Si los obispos, en cuanto maestros y jueces de la fe, ejercitan de manera solemne su magisterio, entonces su profesión pública de la fe es también definición irrevocable para los demás cristianos.

Obviamente, no todos los concilios generales ni todas sus decisiones pretenden tal grado de definitividad. El Vaticano II no ha querido definir; pero autorizadamente ha profundizado en el misterio de la Iglesia, ha comprendido las relaciones entre sus miembros en forma de comunión y ha introducido nuevas perspectivas en la relación misionera de la Iglesia con el mundo. En la conciencia universal de la Iglesia poseen un peso especial, por el contenido de su enseñanza (cf DGC 97-99), los cuatro primeros concilios; los siete concilios celebrados en tiempos de la Iglesia indivisa, son paradigma del carácter ecuménico, y el concilio de Nicea fue considerado como asamblea de referencia por concilios posteriores.

Las definiciones de la fe, profesión pública de la revelación de Dios en un momento determinado, no congelan la verdad ni detienen el tiempo. La Iglesia necesita volver incesante-mente sobre los dogmas con una triple lectura: 1) introspectiva, para sondear de nuevo el contenido profesado; 2) retrospectiva, buscando luz para su comprensión en la situación histórica en que fue formulado, y 3) prospectiva tendiendo a la verdad siempre mayor, al misterio de Dios, que nos invita como horizonte que precede y avanza con nosotros.

b) El papa, cuando habla «ex cathedra» (romana), ejerce también el magisterio infalible, la forma suprema de enseñanza. Requiere algunas condiciones: actuar como pastor y maestro supremo de todos los cristianos, con voluntad de proclamar de manera definitiva una doctrina de fe y costumbres, para confirmar en la fe a sus hermanos (cf Lc 22,32). El papa, en quien reside singularmente el carisma de la infalibilidad de la Iglesia, defiende y expone la fe católica como su órgano autorizado. Estas definiciones no necesitan el consentimiento o refrendo de la Iglesia para ser irreformables, ya que han sido proclamadas con la asistencia del Espíritu Santo (cf DS 3074; LG 25c).

c) Magisterio ordinario y universal infalible. El papa junto con los demás obispos, incluso dispersos por el mundo presidiendo sus Iglesias, pueden enseñar de manera definitiva algún aspecto de la revelación. «Aunque cada uno de los prelados no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo cuando, incluso dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una sentencia ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo» (LG 25 b). La infalibilidad en la fe, de que goza la Iglesia, se expresa también en el ejercicio ordinario del magisterio de los pastores.

Juan Pablo II, en la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis (22.5.1994), enseña que «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». No es una definición nueva, dijo el card. J. Ratzinger. Ha confirmado el papa que, teniendo en cuenta la praxis sacramental desde el principio hasta hoy, y en todas las Iglesias, ahí se expresa la fe de la Iglesia y actúa el magisterio ordinario y universal de los obispos. La posesión universal y pacífica, unánime y estable, es signo de su carácter inmutable por pertenecer al depósito de la fe.

d) Magisterio ordinario no infalible. La Iglesia vive y cumple su misión en medio del mundo. Hay situaciones excepcionales a las que responde de manera extraordinaria; y, como el discurrir histórico, así es también el testimonio de los cristianos y la enseñanza de los pastores. Por esto, se debe evitar la tendencia a reconocer sólo autoridad a las intervenciones extraordinarias del magisterio, ya que el magisterio ordinario no es mera opinión teológica, o a considerar cada intervención del papa como palabra definitiva. Todos los cristianos necesitamos escuchar diariamente el evangelio y el testimonio sobre Jesús; y la comunidad espera de sus pastores palabras de edificación, discernimiento y esperanza. En este campo se sitúa el magisterio ordinario de los obispos y del papa.

Los medios de comunicación difunden hoy enseguida a todos los rincones de la Iglesia el magisterio del papa, que en los últimos decenios es muy abundante. Dentro de esta actividad emergen las encíclicas y las exhortaciones apostólicas possinodales. En el marco del magisterio ordinario del papa situamos, como acontecimiento relevante, la publicación del Catecismo de la Iglesia católica; es un servicio precioso del sucesor de Pedro a las Iglesias particulares, al ecumenismo, e incluso a todo hombre que pide razón de nuestra esperanza (cf lPe 3,15).

Cada obispo en su diócesis es mensajero del evangelio y maestro de la fe. Su ministerio pastoral comprende la solicitud por la fiel custodia y fecunda transmisión de la tradición apostólica; por esto, la atención a la catequesis es una obligación fundamental. Conjuntamente cumplen su función magisterial, cuando se reúne un grupo de obispos en sínodos y conferencias episcopales; tarea suya es publicar catecismos y otros instrumentos adecuados a la formación catequética de sus fieles. Estos catecismos tienen una autoridad, en virtud de la cual defieren de otras iniciativas semejantes teológico-pastorales. El colegio episcopal, «con Pedro y bajo Pedro», comparte la preocupación por todas las Iglesias, por la difusión del evangelio y por los valores morales de la humanidad. En la sinfonía de su magisterio, el mismo en la fe y diferenciado según las situaciones culturales, se expresa la común obediencia a lo recibido del Señor.

Todas las modalidades del magisterio pastoral que hemos presentado deben transparentar la autoridad de Jesús, buen Pastor y único Maestro; son un servicio a los demás cristianos, con quienes comparten la gracia de la fraternidad y para los que han sido constituidos en vigías y maestros.


III. Magisterio y Catecismo de la Iglesia católica

A la luz de dos grandes documentos —el Catecismo de la Iglesia católica (1 1.10.1992) y el Directorio general para la catequesis (DGC, 15.8.1997)—tratamos brevemente la relación entre magisterio ordinario del papa y catequesis.

El Catecismo de la Iglesia católica fue pedido por la Asamblea extraordinaria del sínodo de los obispos, convocado el año 1985 al cumplirse veinte años de la clausura del Vaticano II; en su elaboración participó el episcopado; el papa mandó su publicación y lo entregó a la Iglesia en dos fechas significativas: El 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del Concilio, y el 8 de diciembre, en conmemoración de su clausura. Se ha acentuado intencionadamente su conexión con el Vaticano II.

Juan Pablo II, en la constitución apostólica Fidei depositum 4, garantiza su valor doctrinal con estas palabras: «Es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada Escritura, la tradición apostólica y el magisterio eclesiástico. Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe».

El Directorio subraya repetidas veces cómo «el Catecismo de la Iglesia católica es un acto del magisterio del papa, por el que, en nuestro tiempo, sintetiza normativamente, en virtud de la autoridad apostólica, la totalidad de la fe católica, y la ofrece, ante todo a las Iglesias particulares, como punto de referencia para la exposición auténtica del contenido de la fe» (120; cf 124). La entrega simbólica del Catecismo por parte del papa a los obispos y a otros responsables de la catequesis visibilizó de alguna manera la entrega del símbolo y la entrega del padrenuestro a los catecúmenos. Es un acto de tradición y de envío misionero al servicio de la iniciación y la formación cristiana.

El género literario catecismo difiere de una suma teológica en formato pequeño. Recoge de forma precisa, en síntesis orgánica, los acontecimientos y verdades salvíficas fundamentales, que expresan la fe común y la forma de vivir en Cristo. En un catecismo es importante la síntesis de la doctrina, que no es selección subjetiva, sino exposición íntegra de lo fundamental cristiano, con capacidad de despliegue a medida que se va formando el discípulo de Jesús. Cuida que lo que se transmite sea la fe de la Iglesia, no opiniones particulares, aunque respetables. No entra en discusiones de escuela ni cuestiones técnicas. Su estilo es sobrio, asertivo y claro. Un catecismo transmite doctrina sólida y certezas sencillas, no siembra incertidumbre ni inseguridad. Hay secuencia coherente entre realidad del acontecimiento Cristo, acogida creyente de la verdad del evangelio con la razón y la voluntad, salvación no ficticia sino efectiva, unidad de la Iglesia y regulación autorizada de la iniciación cristiana. El que los destinatarios primeros del CCE sean los obispos subraya que la catequesis constituye una responsabilidad básica de su ministerio pastoral.

La síntesis de la fe ha sido actualizada teniendo en cuenta la renovación teológica de este siglo, y siguiendo fielmente las orientaciones del Vaticano II. La misma redacción, a base de párrafos cortos, al tiempo que ofrece la doctrina fundamental, renunciando a una exposición ampliamente desarrollada, deja el camino más expedito a adaptaciones en los catecismos de las Iglesias locales. Cumple de esta manera su condición de punto de referencia para la enseñanza católica en la catequesis y predicación, tanto en el conjunto del Catecismo como en cada artículo del mismo. Es un libro de consulta, para recibir orientación segura y autorizada.

Este Catecismo mayor imita en general al Catecismo romano en la distribución de la materia. Tiene cuatro partes, que corresponden a los cuatro pilares de la catequesis bautismal: el credo, los sacramentos, los mandamientos y el padrenuestro; o con sus propias palabras: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo, y la oración cristiana. La articulación del Catecismo expresa la unidad de la vida cristiana y «la interrelación entre lex orandi, lex credendi y lex vivendi» (DGC 121). La iniciación cristiana aúna fe, liturgia y moral. El misterio de Dios en Jesucristo es creído, celebrado, vivido y confiado a la oración.

El Catecismo y el Directorio son dos servicios complementarios de la sede apostólica de Roma a la Iglesia universal. Se muestra así la Iglesia como madre y maestra, en cuanto engendra nuevos hijos por el bautismo y los educa en la fe (CT 12; DGC 78). Cuidar la transmisión fiel del evangelio a los catecúmenos y la permanencia de la Iglesia, sacramento de salvación, sobre el fundamento de la revelación divina, es la razón de ser del magisterio pastoral; así podemos alcanzar los cristianos la madurez en Cristo.

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Ricardo Blázquez Pérez