FEMINISMO Y CATEQUESIS
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SUMARIO: I. Algunas precisiones de léxico. II. Qué aporta el feminismo a la catequesis: 1. En la antropología; 2. En la manera de aproximarse a la Biblia; 3. En el lenguaje sobre Dios; 4. En la imagen de Jesucristo; 5. En la imagen de Iglesia; 6. En la imagen de María; 7. En el campo de la ética; 8. En la espiritualidad. III. Una nueva «cotidianidad relacional».


I. Algunas precisiones de léxico

a) Comencemos por el término feminismo para despojarlo del sentido despectivo o reduccionista que puede tener en algunos ámbitos: alude a los múltiples movimientos de dignificación y liberación de las mujeres y a las corrientes académicas (también teológicas) que se autodefinen como feministas. Se inscribe dentro del esfuerzo humano por liberarse de todo lo que impide a las personas seguir el propio camino, vivir de una manera plena la humanidad y luchar contra las desigualdades.

b) El uso del singular mujer debe ser preferentemente sustituido por el plural mujeres para evitar el tono de abstracción o sublimación que suele acompañar al singular y más si se escribe con mayúscula.

c) Es importante familiarizarse con la palabra género: varones y mujeres nos diferenciamos, además de por nuestras diferencias biológicas, por una compleja trama de formas de actuar, de pensar, de valorar y ser valorados, que desborda la categoría sexo, y eso quiere decir que nuestro modo concreto de ser hombres y mujeres está modelado por las influencias de la cultura, de la familia, de la sociedad. Las ciencias sociales, en la actualidad, hablan de diferencias de género refiriéndose a la conformación, más cultural que biológica, de lo que cada época y civilización considera como típicamente femenino o masculino.

d) Tipos de feminismos: 1) El feminismo de la igualdad acentúa la búsqueda de equiparación de las mujeres con los hombres en todos los campos. El énfasis está puesto en la denuncia de las discriminaciones, vejaciones y opresiones sufridas por las mujeres a lo largo de la historia. 2) El feminismo de la diferencia pone el acento en el hecho de que las mujeres no son idénticas a los hombres y tienen valores propios. Prefiere considerar a las mujeres no tanto como víctimas cuanto como protagonistas, y subraya las contribuciones propias y específicas realizadas a lo largo de la historia, tanto por las grandes personalidades femeninas como por un sinfín de mujeres anónimas que han hecho avanzar la historia desde la sencillez oculta de su vida cotidiana. 3) Podemos afirmar que estamos en la etapa del feminismo de la integración, un feminismo que busca la unidad y la liberación integral de hombres y mujeres. Considera que la supervivencia de esquemas machistas atenta no sólo contra las mujeres, sino también contra la dignidad de los propios hombres, y su continuidad o superación es responsabilidad de ambos en una comunión superadora de las actitudes de dominación, de competencia o de homogeneización.

Las perspectivas del movimiento feminista están cambiando. Se trata menos de ser iguales a los hombres que de saber lo que hay que cambiar en las estructuras políticas, económicas y sociales para permitir a mujeres y hombres participar desde una situación de igualdad en la edificación de un nuevo orden mundial.

Se consideran desfasadas las reacciones de un feminismo agresivo: no se trata de negar la otra mitad de la humanidad ni de cortar los puentes relacionales. Porque es un beneficio sustancial para el hombre tener una compañera, una colega, una madre, una hermana que sean creíbles, dignas, respetadas, amables. Una mujer libre no está ni a la defensiva ni a la ofensiva: es sencillamente ella misma.


II. Qué aporta el feminismo a la catequesis

Partimos de la convicción de que todo lo que se ha elaborado sin la experiencia, la reflexión y la sensibilidad de las mujeres está necesitando una revisión, una complexión. Esto quiere decir que todos los lenguajes de la fe tienen que abrirse a la palabra que pronuncian hoy las mujeres, que hasta hace muy poco había permanecido silenciosa y silenciada.

El tejido de la catequesis está constituido por muchos hilos, y en cada uno de ellos aparecen hoy tonalidades diferentes y nuevas que vamos a ir contemplando.

1. EN LA ANTROPOLOGÍA. Es el primer tejido al que debemos prestar atención, porque de él van a depender en gran parte los demás. Hoy la neurofisiología nos dice que nuestro cerebro tiene dos hemisferios que responden a distintas funciones cerebrales: uno, de entendimiento activo, que tiene que ver con la lógica, la abstracción y el discurso; otro, de entendimiento pasivo, que tiene que ver con la creatividad, lo simbólico, lo poético, lo intuitivo. El primero es individualizado como masculino; el segundo, como femenino. La existencia humana ha sido leída e interpretada casi exclusivamente desde el hemisferio masculino, y de ahí nacen muchos de los problemas y defectos de nuestra sociedad occidental, viciada de unilateralidad y de prepotencia. Se ha privilegiado una racionalidad androcéntrica, activa, abstracta, que separa, divide y analiza. Frente a ella surge, cada día con más fuerza, la necesidad de incluir el hemisferio femenino, es decir la manera de estar en la realidad y de percibirla de la mitad de la humanidad. Llegar a esta visión inclusiva tendría como consecuencias ir consiguiendo una antropología humanocéntrica: mujeres y hombres constituyen juntos la humanidad, ambos son mediadores de la relación de Dios con ella y, por tanto, el hombre debe dejar de ser el modelo y referente exclusivo.

Se está dando, no sin tensiones y resistencias, el paso de una antropología dualista a otra antropología unitaria que integra objetividad y subjetividad, que es pluridimensional y considera lo humano como múltiple, abierto, sensible a la creatividad y al cambio. Esta nueva antropología permite situar a hombres y mujeres en un plano de igualdad (no de uniformidad) y de relacionalidad (no de dependencia), y está abierta a los valores de sensibilidad, creatividad e intuición.

Pero esta nueva visión, que tiene mucho de pascua por lo que conlleva de costoso y de transformador, está aún lastrada por los mitos que pesan sobre las mujeres y de los que necesitamos tener consciencia: 1) la mujer es el arquetipo del mal (mito de Eva tentadora, tabú de la sangre menstrual que hace de la mujer un ser impuro y la aleja del ámbito cultual); 2) la mujer es la naturaleza más que la cultura, y ese confinamiento se disfraza y se sublima privilegiando, por encima de todo, su maternidad; 3) la mujer es objeto sexual.

La persistencia de los mitos hace que se olviden las verdaderas causas del origen de la marginación femenina: el abuso de la fuerza física por parte del varón, la ignorancia en las culturas antiguas de la ovulación de la mujer y, por tanto, de su plena participación en la procreación; la importancia en las sociedades primitivas de tener gran número de hijos, lo que hacía que la mujer estuviera constantemente embarazada y cuidando a los pequeños, mientras que el varón se dedicaba a la caza o a la guerra.

La inclusión de lo femenino en la reflexión sobre el ser humano exige a la catequesis revisar sus presupuestos antropológicos: los a priori, las ideas recibidas, las ideas aprendidas, e ir aceptando el otro modo de interpretar la realidad, articular pensamiento y crear lenguaje que aporta la visión femenina.

2. EN LA MANERA DE APROXIMARSE A LA BIBLIA. Tanto la exégesis como la hermenéutica y la teología bíblica y, como consecuencia, la catequesis que se fundamenta en ellas, están ante un fuerte desafío en sus métodos: el que aporta la lectura de la Biblia hecha por mujeres y desde la perspectiva femenina.

Entre los modelos de hermenéutica bíblica feminista, podemos señalar:

a) El que distingue entre el valor teológico de los textos y su modo de expresión, históricamente condicionado. La Biblia nace en una cultura y un contexto patriarcales y su lenguaje lo refleja, a veces de una manera humillante para las mujeres. Pero, a la vez y sobre todo, existe la acción dinámica y liberadora de Dios en la historia, que es también Escritura, y de lo que se trata no es tanto de buscar afirmaciones particulares sobre la liberación de las mujeres, sino el pensamiento profético que critica todo intento de dominación.

b) El modelo denominado de hermenéutica crítica feminista parte de los textos para remontarse a su contexto histórico y social, con vistas a una reconstrucción teológica de los orígenes cristianos, que permita ver cuál era el papel de las mujeres en las primeras comunidades.

Sea el que sea el método empleado, la mirada femenina debe hacerse presente en la aproximación catequética a la Biblia: 1) aportando una mayor lucidez al ir desterrando las ideologías con las que solemos acceder a ella y con las que, con frecuencia, se pretende confirmar el funcionamiento de una Iglesia configurada según las categorías masculinas; 2) recordando que no somos inocentes a la hora de acceder a ella, sino condicionados por nuestra pertenencia a uno u otro sexo; 3) tratando de impedir que se distorsionen las imágenes convirtiéndolas en principios teológicos; 4) haciendo ver que la Biblia está escrita por hombres y refleja lo que se vivía en una sociedad patriarcal, pero que esa descripción es del orden de la realidad y no del de la verdad, es decir, del proyecto de Dios sobre nuestra humanidad; 5) rechazando como inútil el intento de buscar en la Biblia una especificidad femenina distinta de la masculina y poniendo de relieve que lo que encontramos en ella son testimonios de cómo hombres y mujeres creyentes vivieron la acogida de una Palabra que les fue dirigida y cómo respondieron a ella; 6) familiarizando con personajes bíblicos femeninos, especialmente con las mujeres de los evangelios; 7) invitando a reconocer las grandes líneas de fuerza que recorren toda la Escritura y que nos afectan indistintamente a todos: la historia como lugar de revelación y de encuentro con el Dios liberador de su pueblo, con un Dios que no soporta la opresión de ninguno de sus hijos e hijas; la alianza como clave de amor gratuito y fiel y como proyecto de unas relaciones de fraternidad y no de dominio; la parcialidad de Dios hacia los débiles, los empobrecidos, los no significativos; la llamada y el impulso hacia una vida vivida en plenitud por hombres y mujeres, y avalada por la resurrección de Jesús.

3. EN EL LENGUAJE SOBRE DIOS. Nadie se opondría a la afirmación de que el Dios de Jesús está más allá de las imágenes que podemos hacernos de él y que su misterio trasciende la realidad mundana y, por lo tanto, nuestras representaciones sexuales. Y, sin embargo, la imagen que la catequesis sigue grabando demasiadas veces en la mente de los niños y adultos es la de un Dios de rasgos exclusivamente masculinos.

Hacer nuevo nuestro lenguaje sobre Dios significaría recuperar de la Biblia y de la tradición de la Iglesia las imágenes femeninas que también lo expresan, no para ir en búsqueda de un Dios andrógino, sino para corregir e integrar el lenguaje religioso sexista en un lenguaje más integral y universal, menos inadecuado para dar noción de la trascendencia. Es en este sentido en el que la teología feminista habla de recuperar la femineidad de Dios. Estos podrían ser algunos intentos:

a) Recordar las imágenes bíblicas de un Dios materno que ha llevado a su pueblo en sus entrañas (Job 38,28-29; Is 46,3; 49,15): le da de comer como una madre a su hijo (Núm 11,12; Sal 34,9; Sal 131,2; Is 49,15; 66,10-12); lo trata con una ternura que sólo las madres pueden dar (Dt 32,10-14; Os 11,1-4); habla de su relación con Israel con las imágenes llenas de fuerza de una mujer parturienta (Os 13,4-8; Is 42,13-15); lleva a su pueblo sobre sus alas o lo protege con ellas (Sal 17,8; 36,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4; Rut 2,12; Dt 32,11; Is 31,5; Ex 19,4; Is 4,5); le mantiene su amor fiel, del que es una pálida imagen el amor de las madres (Sal 27,9; Is 49,14-16; Is 66,12-13); se queja de la falta de respuesta de Israel, como lo haría una madre por la falta de respuesta de su hijo (Dt 32,15-19; Is 45,9-11).

b) Recuperar la sabiduría del Antiguo Testamento, mediadora entre Dios y la obra de la creación (Prov 8; Si 24; Sab 7-10) y la imagen de la Sekinah, que en la tradición judía expresa la presencia terrestre y reconciliadora del Dios que acompaña a su pueblo en el exilio.

c) Y junto a este llamar también a Dios madre nuestra, evocando esa fuerza generadora de vida, que nos crea, sostiene y alimenta, habría que recuperar también, despojado de sus connotaciones patriarcales, la verdadera imagen de Dios como Padre. Como dice D. Sblle, si es verdad que puede dar pie a una religión autoritaria que engendra una cultura de sumisión, también puede expresar una religión humanitaria de la que surja la solidaridad.

El propósito de la teología no es dividir los sexos ni confinar a ninguno en un rol preciso: la teología nos invita a volvernos a Dios, ya que estamos hechos a su imagen. Lo importante es primar el ángulo relaciona] con Dios, no volver a viejos roles. Si el discurso cristiano sobre Dios Padre se libera de lo patriarcal, puede expresar nuestra condición de criaturas dependientes de Dios y, al mismo tiempo, unidas a él. Es una manera de decir que nuestra finitud está en buenas manos.

4. EN LA IMAGEN DE JESUCRISTO. Estos serían algunos acentos de fuerte repercusión catequética:

a) Comprender la encarnación como la acción por la que Dios se hace hombre, en el sentido de asumir la condición humana, concretándola en un ser masculino: Jesús recapitula y asume esa condición humana y su ser sexuado es de orden ocasional, no existencial. Por lo tanto hay que comprender la masculinidad de Jesús como el presupuesto histórico necesario para poder cumplir su misión, sin concederle un valor salvífico particular. Era impensable, dice K. Rahner, que en una sociedad patriarcal como la que vivió Jesús, hubiera podido presentarse como mujer para cumplir su misión de profeta de los tiempos mesiánicos. Jesús es la autoexpresión de Dios, no por su masculinidad, sino porque realiza su presencia en nuestra historia.

b) Ver en él al ser humano que mejor ha vivido la integración armónica entre lo masculino y lo femenino que componían su humanidad, consiguiendo una total madurez.

c) Tomar como ángulo de mira su relación con las mujeres y comprobar cómo: 1) al dirigirse a ellas emplea el mismo lenguaje que si se dirigiera a hombres adultos: no duda en hablar de teología con la samaritana, se admira de la fe de la cananea, las acepta en su seguimiento; 2) equipara a la mujer con el hombre en cuanto a las exigencias morales, y esto supone, en el caso del matrimonio, reciprocidad y equiparación en las responsabilidades; 3) rompe con el lenguaje de la naturaleza y precisa que la llamada originaria no es la maternidad física, sino la escucha obediente de la Palabra; 4) saca a las mujeres de los roles específicos donde estaban confinadas y las hace interlocutoras, amigas, y comunicadoras de su mensaje, dándoles cabida en su proyecto; 5) su predicación, sus actitudes y su conducta rompen con los esquemas tradicionales de su cultura y con los tabúes y prácticas religiosas discriminatorias.

d) En cada uno de sus encuentros con mujeres, les ofrece participar en una experiencia pascual, es decir, en un paso, un tránsito, una transformación. La situación inicial en que suelen encontrarse es de negatividad y desolación: en torno a ellas suelen aparecer tejidas sutiles redes de tradiciones estériles y de costumbres discriminatorias, pero el encuentro con Jesús hace saltar por los aires las fronteras, los prejuicios, las falsas inferioridades que intentaban atraparlas. Su palabra convierte a cada una de aquellas mujeres en protagonistas de su liberación; y ellas, al dejarse conducir a través de esa pascua, se transforman en seres nuevos, dejan atrás todo lo que era símbolo de su opresión, de su necesidad y de su muerte. Se convierten en primicias de un pueblo liberado: estaban en la mentira y alcanzan el conocimiento; estaban en la opresión y desembocan en la libertad; estaban arrinconadas en la exclusión y aparecen integradas en un ámbito nuevo de vinculación y de alianza.

A través de ellas, Jesús se revela como vencedor de todas las negatividades de la existencia e inaugura una

sociedad de iguales en la que la mujer tiene las mismas posibilidades que el hombre. Por eso su mensaje y su práctica se convierten en una alternativa a la sociedad patriarcal vigente y manifiestan provocativamente cómo son las relaciones en la vida del Reino.

5. EN LA IMAGEN DE LA IGLESIA. Pensemos en la novedad que supondría en la Iglesia el ser consecuente con lo que proclama su fe:

a) «Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,26-28). Sacar todas las consecuencias de la consagración bautismal supondría dejar de interpretar este texto de Pablo en sentido espiritualista, o como algo reservado al tiempo escatológico, y leerlo, en cambio, como algo que hay que traducir en actos concretos en la Iglesia y en la sociedad.

El mensaje de Gál 3,26-28 no es una afirmación aislada y fortuita de Pablo, equiparable a otros textos de subordinación que aparecen en sus cartas: es una experiencia clave, no sólo de la teología paulina, sino de la concepción teológica que el movimiento cristiano misionero tenía de sí mismo, y que supuso un impacto histórico de inmenso alcance. Significa que Cristo hace libres y suprime cualquier privilegio o relación de dominación y discriminación.

Una catequesis que ayude a profundizar en las consecuencias del bautismo, llevaría a una superación del esquema eclesiológico centrado en lo jerárquico, para ir caminando hacia una eclesiología de comunión, que acentúa la dimensión comunitaria, fraternal y corresponsable de la Iglesia, en la que participen todos los creyentes como sujetos activos y dinámicos.

b) La otra afirmación transformadora de relaciones la encontramos en el evangelio de Mateo, el más preocupado por las relaciones eclesiales: «Vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro jefe, el mesías» (Mt 23,8-11). Si Dios es el Padre, nadie puede ocupar su puesto en la comunidad, «su silla debe quedar vacía». El precepto evangélico, misteriosamente olvidado, significa el fin de otras paternidades y de cualquier intento de superioridad o dominio.

c) Finalmente, si la mujer, como afirma Juan Pablo II en la Mulieris dignitatem es «el otro yo en la humanidad común», debe llegar a ser también «el otro yo» en la comunidad eclesial. La Iglesia está hoy provocada por las nuevas formas de presencia de las mujeres: en la teología, en la espiritualidad, en la formación y enseñanza, en la catequesis, en la liturgia. Y estas no pueden seguir excluidas del nivel de las decisiones y de las estructuras.

6. EN LA IMAGEN DE MARÍA. La aportación del feminismo a la reflexión teológica sobre María es, en primer lugar, introducir una sospecha sobre ciertos desarrollos de la mariología clásica: especialmente cuando cae en el peligro de exaltar a María en unos términos que la alejan de la experiencia humana, o cuando la presenta como la dimensión femenina de la divinidad. Hay que huir de los arquetipos, volver a la sobriedad bíblica y recuperar los rasgos de una mariología profética que ve en María la mujer abierta al Espíritu que dice sí a Dios y canta el Magníficat como himno de liberación. Jesús, al llamarla mujer, se dirige a alguien que participa plenamente de la condición humana y a la que el evangelio no mira como privilegiada, sino como agraciada y maravillada ante el don increíble de llevar y dar al mundo al Hijo de Dios.

«María, lejos de ser pasiva o alienada, no dudó en afirmar que Dios es defensor de los humildes y oprimidos, y que derriba del trono a los poderosos. Este modelo no es sólo para las mujeres, sino para todo discípulo o discípula del Señor, incluso en el empeño por la liberación y realización de la justicia» (Juan Pablo II, Marialis cultus, 37).

Si el proyecto de alianza de Dios con la humanidad fue roto por los hijos e hijas de Eva, María nos da las arras de la nueva creación que será establecida íntegramente en el Reino.

7. EN EL CAMPO DE LA ÉTICA. La aportación del feminismo en este ámbito va en la línea de acentuar una ética del cuidado junto a una ética de la responsabilidad, una ética de reconciliación frente a una ética de competitividad.

Plantea el problema de redefinir la relación hombre-mujer, sustituyendo el antiguo modelo de la subordinación por el de la equivalencia en el orden de la gracia. De lo que se trata es de dejar de considerar lo masculino como normativo y lo femenino como complementario. La propuesta de la reflexión ética hecha por mujeres propone el modelo reciprocidad en la diferencia y busca redefinir también la relación entre los seres humanos y la naturaleza: se trata de pasar de una concepción de jerarquización a otra de comunión, de conocer la realidad, no para dominarla, sino para participar en ella; de mirar el mundo como la casa de todos, que hay que cuidar entre todos.

La ética del cuidado es una ética ecológica, que aporta la llamada que sienten las mujeres a cuidar, alimentar, hacer crecer y defender la vida en todas sus manifestaciones. De ahí la importancia de la presencia de mujeres en los lugares donde se toman las decisiones sobre economía, política y cultura, para ponerlos al servicio de la compasión y la solidaridad.

Dios ha confiado a los hombres y mujeres la tierra entera: para nosotros no hay otro camino más que el de trabajar juntos en esta tierra que se nos ha entregado para que la hagamos fecunda. La tarea está más allá de nosotros mismos, y urge poner en primer término los proyectos y las acciones en favor de un mundo más justo, que es lo que, a la larga, podrá liberar y sanear nuestras relaciones.

8. EN LA ESPIRITUALIDAD. Si entendemos por espiritualidad la vida cristiana conducida por el Espíritu, podemos afirmar con Ma. Teresa Porcile que «la espiritualidad desde la perspectiva de la mujer es holística, es decir, recupera la inclusividad de la obra del Espíritu en el cuerpo, en el alma y en el corazón para que toda la vida sea movida por él». Cuando la experiencia espiritual de las mujeres se hace visible en la Iglesia y aporta su lenguaje y su comunicación espirituales, puede enseñar un nuevo modo de sentir, buscar y encontrar a Dios y hablar de él. Puede enseñar, en palabras de M. Clara Luchetti, «un estilo radical y apasionado de amar, una atención y una fidelidad sin límites para discernir la misión a la que es enviada en beneficio de todo el pueblo de Dios».

Cuando el tejido de la espiritualidad se reelabora desde la experiencia, la memoria y la tradición de la mujer, aparece con mayor nitidez la obra santificadora y recreadora del Espíritu, poder de Dios y energía de Dios. Porque la palabra de las mujeres, ya desde los himnos más antiguos de la Biblia cantados por Miriam, Débora, Ana, Judit o María de Nazaret, tiene la vocación de ir más allá de sí misma y dirigir la atención y la alabanza hacia Aquel que ha hecho en ellas obras grandes.


III. Una nueva «cotidianidad relacional»

Esta expresión pretende rescatar el ámbito de las relaciones entre hombres y mujeres en la vida cotidiana, como el espacio en el que pueden expresarse y verificarse todas las actitudes más arriba indicadas. Y aquí el trabajo de la catequesis es de hacer gustar, hacer experimentar como buena y deseable esa manera de relación que hoy aparece como nueva y emergente, pero a la que no accederemos sin que otros nos hayan mostrado su valor.

Cuando, según el Deuteronomio, Moisés envió a doce del pueblo para explorar la tierra, ellos volvieron diciendo: «Es buena la tierra que el Señor nuestro Dios va a darnos» (Dt 1,22-25). Empleando la misma imagen, podríamos decir que un/a catequista es alguien que ya ha explorado esa tierra y puede dar su testimonio personal: «Vale la pena el esfuerzo de caminar hacia ella».

Vamos a recordar algunas características de ese nuevo tipo de relaciones cotidianas, en el que ya estamos dando los primeros pasos y que se comunican como por ósmosis y contagio en el ámbito de la catequesis. Es un talante diferente, que quiere ofrecer odres nuevos para el vino nuevo del Reino; y en él, tanto hombres como mujeres, intentamos: 1) hacer posible que cada uno posea una autonomía tal que le permita respetar al otro en la alegría, la ternura, el amor, la reciprocidad, y establecer una forma de relación en la que desaparezcan los recelos y las descalificaciones, los prejuicios, los complejos y las falsas paternidades y filiaciones, que van siendo sustituidas por el reconocimiento mutuo, el trato cordial y fraterno, el respeto hacia lo diferente; 2) celebrar la alegría de los pequeños pasos que se van dando en dirección hacia una Iglesia en la que el acento no esté puesto en la dualidad clérigos/laicos, hombres/ mujeres, gobernantes/gobernados, sino en la comunión que nace de integrar la diversidad en la unidad y la creatividad en la solidaridad; 3) promover la plena participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la comunidad, su compromiso por la justicia, la paz y la salvaguarda de la creación, su participación en la teología y la comunicación espiritual; 4) soñar con las consecuencias que tendría para la evangelización el reconocimiento (efectivo, no teórico) de que todo miembro de la Iglesia es responsable de la misión evangelizadora y que todos, mujeres y hombres, hemos sido convocados comunitariamente para cumplir la misión que Jesús resucitado ha confiado a sus discípulos; 5) emprender creativamente nuevos caminos relacionales, promover espacios de encuentro y conocimiento mutuo, en los que se pueda reflexionar serenamente, tejer solidaridades, proyectar y emprender acciones juntos; 6) cultivar un modo relacional de conocer, valorando lo experiencial por encima de lo puramente conceptual, e interesándose por todo lo humano, sin alejarse de lo concreto; 7) preferir una forma de expresión accesible y sencilla y cultivar un talante de autocrítica que aleje las suficiencias y rivalidades; 8) apoyar y unir fuerzas allí donde algo se está moviendo en favor de la mujer y, en esa tarea, combinar la prudencia y la audacia, sin separar la esperanza de la astucia ni la radicalidad de la flexibilidad; 9) cultivar el convencimiento de que vale más ganar terreno lentamente que agotarse en discutir temas teóricos o de competencias; 10) discurrir estrategias de sensibilización cultural y de educación no sexista, y pequeñas plataformas de encuentro e intercambio de experiencias; 11) reconocer los dones y capacidades allá donde se encuentren, sin repartirlos según los sexos, y evitar el lenguaje de la especificidad, es decir, el discurso sobre la «peculiar dignidad, misión específica y cometido propio de la mujer», porque encierra la trampa de convertir las diferencias en desigualdades y aleja del único modo de relación que es verdaderamente humano: el del respeto mutuo, la colaboración, el diálogo, el don y la acogida; y del proyecto auténticamente cristiano, que es un proyecto fraterno de hermanos y hermanas, compañeros igualitarios, en un recorrido de fe en el que nos ayudamos unos a otros a caminar.

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Dolores Aleixandre Parra